Rosas

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Arequito: El Ejército se identifica con el pueblo

Por Oscar Denovi    
Desde el litoral donde descolla la figura de Artigas, y sobre el que se anatemiza todos los males desde el sector portuario rioplatense, así como luego se lo hace sobre todos los que se suman a esa corriente de acción, que se distancia de las fuerzas que responden a los mandos asentados en la Ciudad del Plata.
Hacia 1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a Buenos Aires era tan abierta como la que enfrentaban a las fuerzas realistas con las patriotas, sea en el frente altoperuano como en el trasandino, aunque ya para entonces, en este último la lucha había cesado con el triunfo patriota, salvo escaramuzas de acciones de guerrilla por parte realista, en el sur de Chile, donde las fuerzas de Las Heras enfrentaban las cada vez más esporádicas acciones, de las fuerzas derrotadas en Maipú.
La situación política cada vez daba una vuelta de tuerca más desfavorable hacia Buenos Aires, que quedaba aislada, rodeada de enemigos y que ya en 1819 se había visto en la necesidad de pactar con los “anarquistas y bandoleros” de Lopéz y Ramirez, “secuaces” de Artigas, el armisticio de San Lorenzo, que nada había hecho a favor de apaciguar la situación irreversible de la caída de Buenos Aires, y con ello, del baluarte de la “revolución porteña”, la del libre comercio, que era la única libertad que interesaba a esa oligarquía comercial.
Todo esto debe considerarse también a la luz de la amenaza de la expedición española que los informes daban como destino a Buenos Aires. El gobierno porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella amenaza con la unidad. Esto había sido el argumento sostenido (el de la Unidad) desde la caída de la Junta Grande en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo porteño a la Junta Conservadora (la Junta Grande constituida en Congreso Legislativo del Triunvirato), que reemplazó el Estatuto por ella sancionado por el que acordó el cuerpo del Cabildo, aquel hecho político trascendente reemplazó una ley fundamental representativa del país, – los diputados de la Junta Grande habían sido auténticamente elegidos por las provincias – mientras que el Cabildo de Buenos Aires era íntegramente representante de la corporación comercial de Buenos Aires. Ambos bandos desde entonces tenían una parte de la verdad en sus manos. La Unidad era indispensable para la lucha por la Independencia, pero no lo era menos los particularismos desarrollados en doscientos años de vida comunal desarrollada en las ciudades y los pueblos de las provincias. Ambos términos eran ineccindibles. (*) Belgrano nos anoticia sobradamente sobre el cariz de la situación desde Cruz Alta, cuando el gobierno le indica ante el requerimiento de munición de boca y caballada que recurra a cualquier medio “.....no es el terrorismo quien puede convenir al gobierno que se desea”. No pudiendo permitir “que el ejército auxiliar del Perú, viene matando, saqueando, incendiando, arrebatando los ganados..” ...” porque he aprendido que no podemos salvar la Patria sin asegurarla contra los choques de la tiranía, consiguiendo victorias, sin fijarse en ese medio único que han adoptado todos los gobiernos, la exacción sobre los pobres, sobre los infelices que viendo arrebatarse el fruto de sus trabajos se convierten en otros tantos enemigos del gobierno”......”si se me obligara a él, renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”(2)
De la situación que imperaba en los enconos traídos por esta guerra civil, que el General Belgrano había definido acertadamente como “guerra social” nos habla José Celedonio Balbín que meses después de los sucesos de Arequito, pasa por el campo de Cepeda y se detiene en una posta cercana.Ya había sucedido aquella Batalla entre las tropas federales y las de Buenos Aires. Dice Balbín: “En el patio de la posta donde pasé, me encontré con dieciocho a ventidos cadáveres en esqueleto tirados al pié de un árbol, pues los muchos cerdos y millones de ratones que había en la casa, se habían mantenido y mantenían aun con los restos, al ver yo aquel espectáculo tan horroroso, fui al cuarto del maestro de posta, al que encontré en cama con una enfermedad de asma que lo ahogaba, le pedí mandase unos peones que hicieran una zanja y enterrasen aquellos restos, quitando de la vista ese horrible cuadro, y me contesta, no haré tal cosa, me recreo con verlos pues son porteños, a una contestación tan convincente no tuve que replicar, y me retiré al momento con el corazón oprimido. Entre aquellos restos de jefes y oficiales debía haber algunos que pertenecían a las provincias.......pero en aquella época deplorable era porteño todo el que servía al gobierno.”(3)
Este era el contexto motivacional de aquella sociedad rioplatense hacia 1820. ¿Podían estar los miembros del ejército ajenos ? Soldados y suboficiales, reclutados muchas veces por levas forzosas, los primeros en su gran mayoría, los segundos seguramente levados hacía algún tiempo y ascendidos, se habían habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos tenían familias, conocidos, amigos testigos de estas penurias y estos enconos que crecían a medida que pasaba ese tiempo histórico. ¿Como no tomar partido? Paz, brillante oficial por entonces, dirá del disgusto que provocaba al ejército entero volver ciento ochenta grados las bocas de las armas, para dejar atrás al enemigo, y apuntar al compatriota.: “La guerra civil repugna generalmente al buen soldado, y mucho más desde que tiene al frente un enemigo exterior que tiene como principal misión (de aquel) combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejército pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. Y a la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar por motivos nobles y patrióticos ha abrazado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos” (4)
Francisco Fernandez de la Cruz, Jefe del ejército del Norte desde el momento en que Belgrano viajó a Tucumán para reparar su quebrantada salud, que finalmente terminaría con su vida, reinició la marcha del ejército desde (Pilar – Córdoba) hacia Buenos Aires, en Diciembre de 1819, escribe ante la inminente recepción de las órdenes de marcha del ejército, al Supremo Director Rondeau el 28 de Noviembre lo siguiente:”yo veo una conspiración de todas las provincias contra el gobierno que ellos mismos han constituido; ninguno se acuerda que existen españoles con quien pelear, ninguno piensa en franquear la parte más rica de nuestro territorio el Alto Perú que ocupan estos; su principal atención y única es substraerse de la autoridad central y pensar como han de sostenerse los que ya se han elevado contra cualquier fuerza que se destine para hacerlos entrar en su deber, aun cuando para ello sea necesario que el país se desole; todo es nada para ello con tal que logren su intento. Y en circunstancias tan desagradables ¿ que remedio podrá aplicarse con provecho? El de la suavidad y prudencia ya está apurado y sus efectos han sido formar más insolentes; el de la fuerza no juzgo la haya para tanto conspirador, y aun cuando la hubiera todo es perder y acabar de arruinar estos desgraciados territorios; (**)ellos proclaman una federación que no entienden y que confunden con la anarquía; y digno de los mayores males el concedérselas por razones que están bien a la vista, pero mayor me parece el negarlo cuando ya no se puede sostener lo contrario.” (***) (5)
Ya hemos visto que la situación de la Banda Oriental ocupada por los Portugueses era uno de los motivos principales de la acción de Artigas contra Buenos Aires, más allá de la diferencia política que sostenía el oriental y sus seguidores litorales. Rondeau, en conciencia que los ejércitos del Norte y de los Andes, a los que se había convocado para sostener al gobierno, no llegarían oportunamente o rápidamente para cumplir tal designio, el 31 de octubre de 1819 le escribía a Manuel José García lo siguiente: “Es llegado el caso de no perdonar arbitrio por concluir con esta gente, que no trabaja sino en la ruina de todo buen Gobierno y en inducir el anarquismo y el desorden en todas partes. He propuesto de palabra por medio del coronel Pinto al Barón de la Laguna que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Rios y Paraná obrando en combinación con nosotros…..Bajo este concepto es de necesidad absoluta que trate V.S. de obtener de ese Gabinete órdenes terminantes al Barón, para que cargue con sus Tropas y aun la escuadrilla sobre el Entre Ríos y Paraná, y obre en combinación con nuestras fuerzas…..”(6) La duplicidad de Rondeau no era una certeza que tuvieran los jefes litorales, pero era un secreto a voces, según lo afirma Molinari.
Y esto llegó a oídos de los hombres del ejército del Norte sin duda. Ya iniciada la marcha, el ejército llegó a Arequito el 7 de enero de 1820. Se conducía a ese ejército a envolverse en una guerra civil, hecho que revolvía el alma del soldado, cualquiera fuese su grado, como hemos visto, y lo que es peor a defender un gobierno desprestigiado, acusado de traición y hasta de violación a la Constitución que el país no quería, pero que era de la autoría de ese gobierno. A poco de iniciada la marcha, en Córdoba, la guarnición dejada en la ciudad para evitar su caída en manos federales se subleva y se pliega a los federalistas. El 9 de enero por la mañana el Jefe del Estado Mayor , Coronel Juan Bautista Bustos, con el apoyo del Coronel Alejandro Heredia y el Mayor José María Paz, subleva a las tropas y detiene de inmediato a los jefes Cornelio Zelaya, Gregorio Araóz de Lamadrid, Blás José Pico, José León Domínguez, Francisco Antonio Pinto y al General Francisco Fernandez de la Cruz. Su primer paso fue ponerse en contacto con Estanislao López, Gobernador de Santa Fe, a quién le escribe con fecha 12 de enero diciéndole: “Puede considerarme un amigo sólo interesado en la felicidad del país, casi arruinado por la guerra civil que debemos terminar de modo amistoso. Prueba de ello era que se retiraba rumbo a Córdoba…”desde donde trataremos cuanto conduzca a la prosperidad y seguridad de las provincias”(7)
Oscar Denovi
Historiador
Buenos Aires, febrero de 2007.
Fuente: El Tradicional Nº 75 - Febrero 2007 

1) Ver “El Tradicional” Nro 64 “El Pacto que no rigió de “Iure” pero si de “facto”, donde se describe la situación de 1819 en las proximidades de los acontecimientos de Arequito. Complementariamente en el Nro 63 “Hace 175 años se firmaba la Ley Fundamental de la Nación”, y el Nro 62 “Análisis del porque de un crimen político” del autor de este artículo, se tendrá una ilación razonable de los acontecimientos y sus motivaciones políticas, económicas y sociales.
2) Carta manuscrita de Belgrano al gobierno desde Cruz Alta, ya más agudamente enfermo, pero aún al mando del ejército. citado por Ovidio Gimenez en “Vida, época y obra de Manuel Belgrano” Ed. El Ateneo Bs. As. 1993 pag.705
3) Biblioteca de Mayo, Tomo II pag 1021 (original en Museo Mitre, Archivo de Belgrano, Documento A. 5-C1 y c-31.
4) Selección de memorias del Gral. José María Paz de Martha Haydee Cavillotti, Centro Editor de América Latina, pag 53, Bs. As. 1967.
5) Carta del mencionada General de la Cruz transcripta por Diego Luis Molinari en “¡Viva Ramirez!” pag. 108. Ed. Coni Bs. As. 1938
6) Del mismo autor y en el mismo libro pag. 89/90
7) Vicente Sierra. Historia de la Argentina. Tomo VII pag.34 y 35. Ed. Científico Argentina. Bs. As. 3ra Edición 1976.
(*) Sobre estas medias verdades se imponía el interés particular de la oligarquía porteña, que unía a la convicción política de los ilustrados, sus intereses, y no menos, el sentido de superioridad frente al hombre de la Provincia. Se va amasando la idea sarmientina de civilización y barbarie.
(**) La frase en negrita que se destaca del original, muestra un rasgo de realismo político del Jefe Unitario.
(***) La frase subrayada no solo ratifica dicho realismo, sino el estado de situación que indicaba someterse al deseo de la Nación, y más inmediatamente al de las armas de quienes tenían superioridad para triunfar. De la Cruz sabía de la conspiración dentro de las filas del ejército y el inevitable desconocimiento de su autoridad. De haber prevalecido dicha reflexión, que era desde hacía tiempo entonces una realidad incontrastable, mucha sangre se habría ahorrado y el país hubiera avanzado en la maduración de sus instituciones. Lamentablemente, y a pesar de haber definido muchos de esos aspectos en el Pacto del Pilar, los porteños olvidaron estos aportes y muchos otros posteriores, y después de la experiencia de 1820 continuaron en su pretención política, hasta lograr torcer el rumbo en su favor a partir de Caseros.

Doctor don Francisco Morales Padrón, gran Historiador

POR ENRIQUETA VILA VILAR
El profesor Morales Padrón, catedrático de Historia de losDescubrimientos Geográficos de la Universidad de Sevilla desde 1958,nació en Santa Brígida, un pequeño y bello pueblo de Las Palmas de GranCanaria, en julio de 1923. Murió en noviembre de 2010 a los 87 años, después de una larga enfermedad que no le impidió seguir trabajando prácticamente hasta el final. Para ello se requiere un gran amor a su profesión,así como tenacidad, constancia, esfuerzo y voluntad, virtudes todas ellasmuy arraigadas en el carácter de don Francisco. Si a ello se une la inteligencia, la curiosidad por todo lo que le rodeaba, su amor a la Enseñanza y su dedicación constante, se consigue la figura intelectual que fue, con más reconocimiento internacional que nacional, como suele suceder, y con una trayectoria profesional impecable y abrumadora.   Doctor Honoris Causae por varias Universidades europeas y americanas, distinguido con numerosas condecoraciones extranjeras y miembro de distintas Academias de la Historia Hispanoamericanas, poseyó en España la Encomienda conplaca de Alfonso X El Sabio y el premio de Andalucía de Humanidades Inb Jatib. Él sí fue profeta en su tierra: Hijo adoptivo de Las Palmas de GranCanaria, 1990; Hijo Predilecto de su pueblo natal, Santa Brígida, Can de plata del Cabildo Insular de Gran Canaria y Premio Canarias de acervo socio-histórico concedido por el gobierno autónomo de Canarias.  Pretender compendiar en unas líneas su formidable trayectoria académica es tarea imposible. Con casi sesenta libros y varios centenares  de  artículos publicados en revistas especializadas y en periódicos, con cursos y conferencias dictados en múltiples Universidades del mundo, con su tarea Docente en la Escuela Diplomática y los más de cuarenta años dedicados a la Universidad Hispalense, resulta difícil enumerar sus méritos y mucho menos calibrar los resultados. Por eso me voy a centrar en su obraescrita, para mí la más importante y la que mejor refleja los rasgos de su carácter a los que antes me he referido. Y para poder someterme a la brevedad obligada, la voy a dividir en cuatro grandes bloques, en cada uno delos cuales sólo mencionaré algunos títulos que me puedan parecer más relevantes: su obra sobre América, sobre Canarias, sobre Andalucía, sobre todo Sevilla, y un cuarto bloque que yo clasificaría con la palabra “Diversos”, siguiendo el gusto archivístico. Su trabajo de investigación en la historia americana es ingente. Unas veinticinco monografías entre las que destacan manuales ya clásicos,publicaciones de mapas y planos y tratados que van desde Colón, sus viajes o temas de los primeros años de la colonización hasta asuntos de la América contemporánea como ese bello libro titulado América en sus novelas. En 1955 publica dos de sus mejores obras:  El comercio canario- americano. S. XVI al XVIII y Fisonomía de la conquista indiana, que todavía son imprescindibles para todo americanista.  Pero yo destacaría de toda su labor investigadora sobre el mundo americano, una anterior, publicada en 1952 y titulada Jamaica Española, que en 2003 fue traducida al inglés.  Y la destaco, sobre todo, por dos motivos: porque es una historia sólida y completa, resultado de su tesis doctoral, del tiempo que la isla formó parte del Imperio español y, en especial, porque su incursión en el mundo del Caribe le hizo darse cuenta de la necesidad de escribir la historia de ese mar y su  hinterland, enclave principalísimo del Imperio español cuya documentación,  sobre todo de los siglos XVI y XVII, se encuentra en su mayor parte en el Archivo General de Indias. Y así inició un trabajo en equipo que dio como resultado una serie de tesis sobre las islas en los siglos XVI al XVIII, la mayoría de las cuales han sido publicadas. Porque como buen maestro, don Francisco no se limitaba a trabajar en solitario: incitaba a los que le rodeaban para que también lo hicieran y ese ha sido uno de los grandes logros de su vida. Por eso siempre le atrajeron las publicaciones colectivas y fue un nato creador y director de Revistas importantes. Concretamente en esta faceta fue primero redactor -jefe y luego director de este Anuario de Estudios Americanos desde 1966 a 1977 y fundó y dirigió Historiografía y bibliografía Americanista desde 1955 a 1977. Con motivo del V Centenario organizó y dirigió una de las obras más importantes que quedarán como testimonio de esta efemérides: la Colección Tabulae Americae en la que aparecieron, en edición facsímil, con estudios introductorios de profesionales de primera fila, una serie de libros de la Biblioteca Colombina, muchos de ellos propiedad del propio Almirante y anotados por él.  Su amor por su tierra natal le llevó a ocuparse de su historia, de sus documentos. En 1970 publica tres tomos del Cedulario de Canarias y el mismo año, el Cabildo Insular de Gran Canaria le edita Sevilla, Canarias y América.   A partir de entonces realiza una serie de trabajos en esta misma línea, algunos en equipo como ha sido una constante en su vida profesional, entre ellos la organización de los distintos Coloquios Internacionales con el título genérico de “Canarias y América”, que este año han cumplido su vigésima octava edición y que han dado lugar a un conjunto de publicaciones colectivas que forman una muy importante serie. Además fundó en 1979 la colección “Guagua” de libros de bolsillo sobre Historia canaria, que todavía aparece dirigida por él. Y Sevilla... La obra de Morales Padrón sobre Sevilla es algo más que una obra de investigación. Es una obra literario-amorosa que proviene, como toda producción de este tipo, de un conocimiento profundo y duradero y que se puede encuadrar entre la antropología, la literatura, la sociología y la observación, el estudio y la recogida de datos durante muchos años. Sólo citaré algunos títulos:  Sevilla Insólita, (siete ediciones), Visión de Sevilla, La ciudad del Quinientos, (su contribución a una obra colectiva que él ideó, diseñó y dirigió para la Universidad de Sevilla, la Historia de Sevilla más importante que se ha hecho en los últimos tiempos),  Sevilla y el río, Varias Sevillas, Sevilla, la ciudad de los cinco nombres, Viajeras extranjeras en Sevilla en el S. XIX, Otra imagen de Sevilla. La visión de los viajeros extranjeros (1500-1850) o los  trabajos colectivos sobre los Corrales de Vecinos o los Archivos Parroquiales. En el último apartado, que he denominado “Diversos”, se encuadra una producción heterogénea e intimista en la que se mezclan escritos autobiográficos, religiosos o puramente literarios y en el que me he permitido introducir un aspecto importante de su producción que es el menos conocido: la recuperación de personajes olvidados. Me estoy refiriendo a figuras al parecer tan dispares como pueden ser don Francisco de Saavedra, hombre polifacético e interesantísimo, con diversos altos cargos en América, presidente de la Junta de Sevilla durante la Guerra de la Independencia y figura, ahora de moda, pero completamente olvidado en los años 80 cuando don Francisco encontró sus escritos en un Archivo Jesuita e invitó a sus alumnos a trabajar sobre él y él mismo le dedicó varios estudios, el último aparecido en 2004 publicado por la Universidad de Sevilla;  Amigo personal de grandes historiadores y literatos mundiales, creador de varias Asociaciones americanistas internacionales y nacionales, es uno de los últimos representantes de una generación irrepetible y envidiable que han sido maestros de todos. Descanse en paz.

Los conquistadores españoles: Hernando de Soto

Discovery_of_the_Mississippi
Por  Jeandegoudin

Hernando de Soto nació en Barcarrota, en España, en 1500. Muy joven, en 1516, se fue a América con Pedrarias Dávila, gobernador del Darien, quien admiró su coraje.
En 1523, acompañó a Francisco Fernández Córdoba quien, por órdenes de Pedrarias, partió a la conquista y exploración de Panamá, Nicaragua y Honduras. Posteriormente fue gobernador de Cuba entre 1538 y 1539, año en que partió a la conquista de Florida. Tiene el honor de ser el primer europeo en avistar el río Mississippi.
Sus padres eran hidalgos en Extremadura, una región donde abundaba la pobreza y por la cual mucha gente joven buscaba maneras de hacer fortuna en otros lugares. En 1514 Hernando de Soto acompañó a Pedro Arias Dávila a las colonias españolas, desembarcando en Panamá. Sus posesiones en aquel momento eran solamente un escudo y una espada. Con tan solo dieciséis años se hizo líder de una unidad de la caballería y formó parte de una expedición para colonizar Nicaragua y Honduras.
Hernando de Soto ganó fama como jinete, convirtiéndose en un combatiente de tácticas excelentes. En un conflicto por la supremacía de Nicaragua, luchó para Pedro Arias Dávila contra Gil González. Este último había intentado separarse del grupo para explorar y conquistar por su cuenta, por lo que Soto denunció la traición y derrotó al ejército de González. Años después acompañó a Francisco Pizarro en sus expediciones e hizo fortuna, además de hacerse muy famoso por ser el héroe de la batalla de Cuzco. Este período es el ápice de su reputación y abundancia.
En 1532, se unió a la expedición de Francisco Pizarro; partió de Panamá para conquistar el Perú. Pizarro reconoció su valor y lo hizo uno de sus principales capitanes, lo que provocaría conflictos entre los hermanos de Pizarro.
En 1533, fue enviado a los Andes para explorar el territorio. Descubrió la ruta que llevaba a la capital inca. A su regreso, Pizarro decidió enviarlo como emisario cerca del emperador Inca Atahualpa. Después de la victoria de los españoles frente a los incas, Hernando de Soto simpatizará con el emperador hecho prisionero.
De Soto es uno de los conquistadores más visto en la conquista del Perú, y en la toma de la capital Cuzco.
En 1536, volvió a España con 18.000 onzas de oro, que representaba su parte del botín después de la victoria de los españoles sobre los Incas. Residió en Sevilla donde se hizo construir una inmensa residencia.
En 1537, se casó con Inés de Bobadilla, la hija de su maestro, Pedrarias Dávila.
II. Gobernador de Cuba.
Después de haber pasado algunos momentos tranquilos en Sevilla, los relatos de Cabeza de Vaca al respecto de una región llamada Florida, que sería al menos tan rica como el Perú, empujaron a Hernando de Soto a volver a América.
Vendió sus propiedades, y preparó una expedición. Obtuvo de Carlos Quinto los títulos de Adelantado de Florida, gobernador de Cuba y Marqués de una parte de las tierras que descubriera.
La expedición se compuso de 950 soldados y diez navíos. Sería respaldada por una veintena de botes que venían de Vera Cruz y que se pondrían a las órdenes de Hernando de Soto.
La flota partió de San Lúcar el 6 de abril de 1538 y llegó 15 días más tarde a Gomera, una de las islas Canarias, donde permaneció una semana. Después la expedición retomó su ruta hacia Santiago de Cuba donde se unieron los otros navíos.
En Cuba, el nuevo gobernador visitó las diferentes ciudades próximas a Santiago y reunió todos los caballos y los hombres que podía para su próxima exploración de la Florida.
En ese momento, La Habana fue saqueada e incendiada por los franceses. Hernando de Soto envió al capitán Aceituno con algunos hombres para volver a poner la villa en estado.
En la víspera de la partida, nombró a Gonzalo de Guzmán lugarteniente-gobernador para administrar Santiago durante su ausencia.
A fin del mes de agosto de 1538, los navíos emprendieron la mar en dirección de La Habana, mientras que Hernando de Soto hizo la ruta por tierra con 350 caballos para reunirse al resto de la expedición. Llegado a La Habana, de Soto se ocupó de reconstruir la ciudad y ordenó a Aceituno construir una fortaleza en previsión de un ataque.
Al mismo tiempo, Juan de Añasco fue enviado a explorar las costas de la Florida, a fin de facilitar la llegada de la flota. Al cabo de algunos meses, Añasco estaba de regreso con buenas noticias.
III. Hernando de Soto el explorador.
El 18 de Mayo de 1539, la expedición estaba por fin lista. Hernando de Soto disponía de 9 navíos y 1000 hombres.
El 25 de mayo, la flota pasó por Espiritu Santo (Tampa Bay) y los hombres desembarcaron el 30 de mayo sobre este nuevo mundo. Los españoles comenzaron entonces su exploración.
Pero debieron enfrentar a los indios vueltos belicosos, después del pasaje del violento Narváez, durante una expedición precedente.
Al cabo de algún tiempo, Hernando de Soto había ya perdido muchos hombres en sus batallas contra los autóctonos. Atravesó las provincias de Acuera, Ocali, Vitachuco y Osachile (al oeste de la península de la Florida), al punto de alcanzar Apalache (al noroeste), una región considerada como fértil y que tenía buenas condiciones marítimas para la construcción de un puerto.
Alcanzó al fin esta región, no sin haber combatido contra los indios. A diferencia de otros expedicionarios, sus tropas no capturaron a indios para utilizarlos como trabajadores, no violaron mujeres y no saquearon aldeas, sino que instaló cruces cristianas en los lugares sagrados de los indios.
En octubre de 1539, Hernando de Soto envió a Juan Añasco con 30 hombres a Espíritu Santo donde había dejado sus navíos y una parte de la expedición, con la orden de bordear las costas y de encontrarlo allí.
Pedro Calderón, debía partir en busca de provisiones por tierra, mientras que Gómez Arias fue enviado a La Habana para informar a la mujer de de Soto de los progresos de la expedición. Después de algunas dificultades, todo el mundo se encontró en Aute Bay (Apalache).
Hernando de Soto envió entonces al capitán Diego Maldonado a explorar las costas al oeste del Aute con dos navíos. Maldonado cumplió su misión con éxito y, en febrero de 1540, fue enviado a La Habana para informar a la ciudad de sus descubrimientos. Los dos hombres se encontrarían después, en octubre, en la bahía de Achusi, con otros navíos, municiones de guerra, provisiones y uniformes para los soldados.
Pero de Soto no volvería a ver jamás a Maldonado. No porque éste haya faltado a su misión. Él fue a Achusi, pero no encontró rastro de su comandante. Exploró la región en vano, y retomó la mar para La Habana. Al año siguiente, Maldonado partió nuevamente en busca de Hernando de Soto, pero sin resultado.
IV. El fracaso de la expedición.
Durante este tiempo, Hernando de Soto partió, en marzo de 1540, de Apalache con la intención de explorar el norte del país. Atravesó las regiones de Altapaha (o Altamaha), Achalaque, Cofa y Cofaque, todas ciudades situadas en el norte de la Georgia, con poco éxito. Decidió entonces alcanzar Achusi, para encontrar a Maldonado y sus refuerzos. Pero cuando llegó a la región de Tuscaluza (Alabama), unos indios en gran número lo enfrentaron en la batalla más espantosa que haya podido tener el conquistador.
La batalla duraría nueve horas y sería finalmente ganada por los españoles. Pero numerosos hombres y oficiales, Hernando de Soto incluído, fueron heridos. Setenta españoles fueron muertos en esta batalla.
De Soto quería proseguir la ruta hacia Achusi, pero sus tropas estaban extenuadas y debieron permanecer allí algunos días. Los españoles estaban decepcionados por no haber encontrado ninguna riqueza en estas exploraciones, y hacían complot para abandonarla, alcanzar Achusi y emprender la mar para México o el Perú.
Sabiendo eso, Hernando de Soto cambió sus planes. En lugar de marchar hacia la costa y reunirse con Maldonado, condujo a sus hombres hacia el oeste al interior de las tierras. Esperaba alcanzar la Nueva España (México).
En diciembre de 1540, perdió 40 hombres y 50 caballos en una nueva batalla. En abril de 1541, en el curso de un enfrentamiento con los indios, numerosos españoles fueron muertos o heridos. Hernando de Soto estaba forzado a quedarse algunos días para que sus hombres sean curados.
Pero decidió continuar su ruta hacia el interior, por las provincias del Golfo, y alcanzando el Mississippi al norte del estado del mismo nombre.
Cruzó el río y prosiguió su camino hacia el noroeste antes de llegar a la provincia de Autiamque (noroeste de Arkansas), donde pasó el invierno, cerca de Washita.
En la primavera del año 1542, volviendo sobre sus pasos, alcanzó el Mississippi. Allí, el 20 de junio de 1542, cayó enfermo con una fuerte fiebre. Preparándose para morir, designó a Luis de Moscoso de Alvarado para tomar su lugar a la cabeza de los hombres.
Cinco días más tarde, Hernando de Soto murió sin haber podido alcanzar la Nueva España. Sus hombres entonces sumergieron su cuerpo pesadamente lastrado en medio del río durante la noche, para que los indios ignoraran su muerte, puesto que era considerado inmortal entre los nativos y para que no profanen su cuerpo.
El resto de la expedición, dirigida por Moscoso, intentó entonces alcanzar la costa por el este. Pero fueron atacados de nuevo por los indios. Algunos miembros de la expedición llegaron a sobrevivir y a alcanzar Pánuco en México.
El balance humano es desastroso, pero la expedición de Hernando de Soto quedaría en la historia por la amplitud de la exploración: seis estados atravesados (Carolina del sur, Florida, Georgia, Alabama, Mississippi y Arkansas),y numerosas tribus indias descubiertas (Cherokees, Seminoles, Creeks, Apalaches, Choctaws y otras)

La serpiente y la cruz

por José Luis Muñoz Azpiri 
“En la conquista de América se entreveran encomienda y utopía, hecho y derecho, guerra y misión, agresión y voluntad de una nueva Ciudad de Dios” Ramón Xirau.
La dialéctica del prójimo y el extraño
Una de las características esenciales que ha regido el devenir de la historia de la humanidad es la idea que los pueblos se hacen de sí mismos y de sus vecinos. Esta regla universal, que llamamos etnocentrismo, existe desde que el fuego y los rudimentos de la civilización anunciaron la aparición del hombre.
No tiene latitudes geográficas, ni longitudes temporales, su universo abarca desde nuestra Tierra del Fuego, cuando hace miles de años los Onas se llamaron a sí mismos Selk nam (nosotros, los hombres) hasta los tiempos actuales. Así como fueron bárbaros quienes no dominaron el vocabulario helénico y vivieron ajenos a la actividad de la Polis, “sudacas”, “pieds noirs” o “marielitos” serán los apelativos actuales de quienes desembarquen en las orillas del desarrollo.
En cierta forma, toda sociedad tiende a considerar sus pautas culturales como unívocas y excluyentes, sea como tendencia endógena de supervivencia o como fundamentación teórica para legitimar su dominio sobre la otra.
Este aislamiento en sí mismo, que se traduce en hostilidad tribal ante la vecindad del grupo ajeno, este mutuo extrañamiento y relación de conflicto entre el prójimo y el “otro”, no parece resuelto en los Balcanes, en Medio Oriente o en la Unión Europea. Tampoco en nuestra América, donde apenas transcurrido menos de una década desde el Vº Centenario, se persiste en viejas polémicas, nuevas expediciones a la Leyenda Negra o la reminiscencia nostálgica de las glorias coloniales cantadas por Kipling.
Resulta paradójico y desalentador que el drama histórico que originó la primera y profunda reflexión de la humanidad sobre sí misma, sea nuevamente a medio milenio de su eclosión, objeto de bizantinos discurrimientos sobre su legitimidad (como si todos los acontecimientos históricos lo tuvieran) o de maniquea arena de enfrentamiento entre “civilización original” o “cultura trasplantada”.
No se reflexiona sobre el verdadero significado del acontecimiento. Se lo fractura, se lo parcializa, se habla del “encubrimiento de América” y se lo despoja de su verdadero simbolismo. De ambas orillas del Océano de los Descubrimientos es proclamado como la epopeya de Europa o el Apocalipsis indígena, pero por curioso mecanismo de autonegación se evita mencionar el ciclópeo parto de una nueva identidad.
Pues el extrañamiento, la “otredad”, persiste en muchos sectores empeñados en creer en la pureza de las culturas – como si tal cosa existiese – y no admitir que la cultura post-colombina es esencialmente sincrética, como mestiza fue la España de las proas de Colón.
Si en la actualidad se le preguntara a un parisino cuál es la verdadera Francia, si la de los Capeto o la de la Revolución, o a un británico si la Inglaterra sajona es más genuina que la normanda, consideraría el interrogatorio un absurdo, dado que ab initio concibe su nación como un continuum.
Pues bien, sea desde una perspectiva indigenista, empecinada en lo que condena, la amputación de la historia; o de anacrónicos esquemas europeístas de darwinismo social, que encuentran en el mestizaje americano, nuestra supuesta inferioridad como naciones, nuestro continente se presenta disociado, ahistórico, compartimentado en bloques irreconciliables.
Curiosa patología de negación de la realidad, que como toda enfermedad mental conduce a la alineación o la muerte. En este caso, de la originalidad propia.
Sí, somos vástagos de un alumbramiento doloroso, que no merece celebración eurocéntrica ni luctuosa conmemoración americana, pues no todo lo que se perdió es digno de llorarse ni todo lo que se adquirió es digno de festejarse. Es tiempo ya de aceptar que, si pretendemos ser propietarios de la historia y no inquilinos de la misma, nuestra identidad está dada por la interrelación de culturas que sucesivamente arribaron al Nuevo Mundo, desde los primitivos cazadores recolectores de la Era Glacial hasta los inmigrantes y refugiados del presente siglo. Cualquier negación de alguna en nombre de determinada postura ideológica, no sería otra cosa que mutilar parte de nuestra existencia.
La conquista del infinito
“…capitanes de ensueño y de quimera
rompiendo para siempre el horizonte,
persiguieron el sol en su carrera”

Manuel Machado
Nuestro presente se caracteriza por revelar cotidianamente sucesos que no hace mucho concebíamos irrealizables. Nuestras dimensiones espacio-temporales han sufrido una transformación de intensidad similar a la que significó la aparición de Copérnico en el conocimiento astronómico antiguo. La planetarización informativa nos advierte al instante de la reestructuración geográfica de los países del Este, del África o de los Balcanes y armados de paciencia intentamos pronunciar los apellidos de los nuevos mandatarios. Con la misma serenidad nos enteramos de envío de la cápsula Voyager con mensajes a posibles inteligencias extraterrestres o de la exploración abisal de una fosa oceánica. Ya no existe metro cuadrado de la superficie que no haya sido minuciosamente relevado.
Pero el universo geográfico de la Europa del siglo XV se ceñía a unas pocas naciones, los confines de un desierto o una cordillera, el conjunto mítico de los viajeros venecianos en Oriente y de los navegantes lusitanos en las costas del África. Las costas atlánticas del Mar Tenebroso eran el “non plus ultra” y mirar allende sus aguas, traspasar los límites del sueño.
En este aspecto, el mundo antiguo se distinguía por un ambiente poético que el nuestro ha perdido. Los vacíos de la cartografía se llenaban con el bestiario medieval, los apetitos de los comerciantes se avivaban con las memorias de Marco Polo y los corazones de los campesinos, tristes sombras encadenadas a la servidumbre de la tierra, encontraban momentos de sublime libertad en el canto de los juglares.
Ateridos, tras la dura jornada, el calor mágico de unos leños ardiendo los congregaba como en tiempos primordiales. Repentinamente, una caminante que a la vera del camino había solicitado compartir su vino y su pan, comenzaba a narrar su travesía por tierras extrañas. Hablaba de hombres que sólo se cubrían de seda, de palacios resplandecientes, de muchedumbres de guerreros enjaezados en corazas brillantes que hería el Sol, de miles de gargantas que, al aclamar a su conductor de gentes y caballos, hacían temblar las montañas más altas de la tierra.
El joven campesino, extremeño, genovés, provenzal o sajón, soñaba al calor del fuego y al arrullo de las palabras del viajero. Soñaba abandonar el tedio de la vida aldeana, la esclavitud del arado, la inercia cíclica de una vida mil veces repetida por sus ancestros. En las palabras del trovador encontraba sentido a su existencia, podía dejar de ser el triste palurdo y transformarse en el Caballero Lancelote, los callos de las manos heridas por el ejercicio de la azada se redimirían en las manos robustas de los monjes guerreros y la penitencia de sus impulsos viriles encontraría liberación entre mujeres perfumadas de sándalo, que darían dulce reposo a su fatiga.
Fue casi el despoblamiento de Europa. La flor y nata de su simiente emigró a los puertos, verdaderas usinas de fantasía. Nuevas tierras, nuevos sueños, nueva vida. El labrador que sólo había conocido unas pocas parcelas de cereal, las admoniciones del párroco y las ordenanzas de su padre y el señor feudal, arribaba a la mugre de las escolleras, al arrabal de Europa, donde aventureros de toda clase, pícaros, charlatanes de siete suelas y soñadores empedernidos, partían a confirmar las profecías del mundo antiguo.
Universo multicolor, calidoscopio de aromas, idiomas y relatos, donde el sonido de pendones y velámenes restallando en el viento se confundía con el griterío de la marinería anunciando a viva voz sus nuevos descubrimientos. Mientras tonelajes de frutos desconocidos se descargaban en los muelles como una cornucopia legendaria, centenares de espíritus anhelantes pugnaban por integrarse a la tripulación de las nuevas expediciones.
Algunos autores han comparado la empresa del Descubrimiento con las actuales aventuras espaciales, pero la diferencia es que hoy sabemos a dónde nos dirigimos y con razonables márgenes de seguridad. El destierro ibérico significaba encomendarse a Cristo, esperar el barlovento y transitar meses una eslora no mayor a la de nuestros barquitos de fin de semana.
Fue un éxodo único en la historia, un impulso nietzscheano de jugarlo todo a cara o cruz tras la enceguecedora luminosidad de las maravillas de Oriente o la oscuridad sin límites del abismo oceánico. Las tempestades, las riñas y el escorbuto determinaban cuántos de esos infelices verían la tierra firme. Si tenían la mediana fortuna de desembarcar, muchas veces los sueños de oro y gloria culminaban con un dardo en la garganta y la coraza pudriéndose en la selva o brillando en un desierto. Contrariamente a lo que comúnmente se cree, la Conquista no enriqueció a España sino que la arruinó, en ella perdió sus flotas y sus mejores hombres.
¿Qué clase de estímulo impulsaba a estos individuos a tamaños padecimientos?, ¿tan solo la voracidad, como plantea la demonología política de la Leyenda Negra? No, muchos ya poseían suficiente fortuna como para poder armar expediciones a su costa. Otros, como don Pedro de Mendoza, que se había enriquecido en el saqueo de Roma y ostentaba el envidiable rango de gentilhombre de cámara del Emperador, no necesitaba oro o jerarquía social. Los voluminosos registros de los pasajeros oficialmente autorizados a emigrar, demuestran que no sólo ganapanes y convictos emprendían el viaje a lo desconocido.
La rapacidad originó la conquista del Perú por parte del porquerizo de Extremadura, pero también la lealtad a la Corona, la devoción religiosa y el espíritu quijotesco de Sarmiento de Gamboa impulsaron el trágico intento de colonización del Estrecho de Magallanes. Fue algo más. No sólo se perseguía el oro, la pedrería, las especies y las perlas de Cipango y Catay, era también la búsqueda del imposible, del Reino del Preste Juan y las siete Ciudades de Cíbola, la fuente de la eterna juventud y el reino de las Amazonas, la isla de San Brandan y el paraíso perdido. En suma, el gobierno de la ínsula Barataia que Sancho Panza recibió de los labios afiebrados de locura, de amor, de pasión por la justicia y el honor del caballero manchego.
¿Que es una visión idealizada de la expansión ultramarina?… Sin duda, como la del mundo precolombino que se intenta imponer ahora. No sólo por la codicia se mueve el hombre y la historia. Hernán Cortés, por ejemplo, declaró en una carta a su padre que “consideraba mejor ser rico en fama que en propiedades”. Ese deseo de fama, de gloria, de protagonizar novelas de caballería, condujo a la ejecución de increíbles hazañas, y a la exhibición de una valentía que pocas veces tuvo su igual en período alguno. Es imposible entender esta búsqueda del infinito, sin compenetrarnos en el clima espiritual de la España del siglo XV y XVI. Acertadamente comenta Levi-Strauss que 1492 significó para España no solo el descubrimiento de un Nuevo Mundo sino la confirmación de los mitos del mundo antiguo.
Toda esta empresa parece estar revestida por un halo de irrealidad. ¿No tiene acaso la misma épica, la misma ansiedad y el mismo espíritu místico, forjado en los siglos de la Reconquista, las letras de Lope, de don Miguel, de Tirso o Calderón que las hazañas de Cortés, Balboa, Aguirre o Alvarado? Actores y escenario parecen sobrehumanos. Hicieron historia y adoptaron actitudes históricas. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, caminador incansable, naufraga en las costas de Norteamérica y atraviesa a pie el continente desde la Florida hasta California. Años después, enviado a Asunción desciende en las costas del Brasil y “para no perder entrenamiento” avanza por tierra hacia el Paraguay y descubre las Cataratas del Iguazú. Lope de Aguirre, el enajenado, desgarra el tejido forestal amazónico con sus marañones y se rebela contra el Rey, Sarmiento de Gamboa, el navegante empecinado, la más acabada realización del valor y el infortunio, funda “Rey Felipe” y “Nombre de Jesús” y despliega sus pendones en el extremo del mundo.
Fantasmas errantes, desvirgaron la geografía del orbe con la ropa hecha andrajos. En su travesía por tierras desconocidas, tan sólo el crucifijo que pendía de sus cuellos y el acero toledano que empuñaban en su diestra, denunciaba su origen extranjero. Ejemplo único en la historia, atletas de la cartografía, usaron las selvas, los mares y los desiertos como campo deportivo. Hombres extraordinarios del extraordinario siglo XVI.



La muerte del Sol
“…en los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
Enrojecidos están los muros.
Gusanos pululan por calles y plazas
Y las paredes están salpicadas de sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
Y cuando las bebimos
Es como si bebiéramos agua de salitre”

(Anónimo. “Anales de Tlatelolco”. 1528)
La aparición de América en la cosmovisión europea, coincide con la constitución del primer estado de la modernidad: España. Conjuntamente a la unificación de la península se publica la gramática castellana de Antonio de Nebrija, la primera escrita acerca de un idioma europeo moderno, que, a los efectos ultramarinos, tuvo una eficacia mayor que los aceros y arcabuces.
Paralelamente a este proceso de sistematización jurídica, institucional y religioso, comienza a surgir en las naciones ibéricas las primeras manifestaciones del Humanismo. La fe en el hombre y en los nuevos tiempos, expresada en las actitudes de sus protagonistas. La aventura del conocimiento en Enrique el Navegante, insomne en su castillo de Sagres, a la espera de noticias de ultramar para poder cubrir el vacío de sus portulanos. La intransigencia por la justicia de la Reina Isabel la Católica quien, al percatarse de los esclavos indígenas traídos por Colón, replica con airada indignación: ¿Quién se cree el Almirante para aherrojar a mis vasallos? Y ordena su inmediata liberación. El amor cristiano por los gentiles expresado en el oratorio de los hermanos jesuitas: “Pro América, pro indis et nigris, pro juventute”.
Pero conjuntamente con estas manifestaciones del Antropocentrismo sobrevive la Edad Media, con la cual nunca hubo una ruptura total. Y sobrevive en las letras: la balada nacional de España – el romance – se trasladó a América y perdura en nuestros días en algunos lugares alejados de la campaña rural, tal como lo demostró en nuestro país el catamarqueño Alfonso Carrizo.
Esta transición entre dos épocas arriba a América en toda su complejidad y asimetría. La conquista es una empresa de la Corona, y a la vez, privada, Las Capitulaciones se firman en nombre de la Fe, pero se determina cuidadosamente el reparto de las ganancias. Se combate en nombre del Rey, pero aún perdura aquello de: “Nos, que somos tanto como vos y que juntos somos más que vos”. Se elaboran las Leyes de Indias para resguardo de los naturales en plano jurídico y se establece la realidad brutal de la encomienda en el económico. El conquistador anónimo se debate entre el impulso sagrado del Medioevo y el lucro profano del Renacimiento.
Es tan difícil determinar cuál es el momento histórico de la Iberia de ese momento, como ubicar la obra de Dante Alighieri. ¿Es la aparición del humanismo italiano o las cicatrices del conflicto entre Güelfos y Gibelinos? La periodización de la historia, en sentido estricto, ha sido el origen de muchas confusiones, tales como imputar a las naciones ibéricas carecer del Renacimiento sin percatarse que la expansión oceánica fue la expresión máxima del mismo. Dice Hernández Arregui: “La metódica campaña de desprestigio cumplida por Inglaterra y Francia durante los siglos XVIII y XIX ha entintado la obra de España en América. España, con la conquista, realizó la más colosal empresa capitalista del Renacimiento, sin estar en condiciones de llevarla a término”; y agrega Francisco Romero: “…se inaugura en ella una nueva filosofía, una nueva visión del cosmos, una nueva ciencia de la naturaleza”.
Esta es la Europa que en un principio llega, pero…, ¿cuál es la América que encuentra? Un universo de complejidad y desarrollo similar, en algunos casos, al europeo y en otros, en ciertos aspectos, superior. Pero en sus más altas expresiones poseído por el rigor mortis que le imponía su fatídica cosmovisión religiosa. Un poeta mexicano dijo: “No los derrotó España. Los abandonaron sus dioses y se suicidaron colectivamente”.
En un primer momento la visión de América fue la del archipiélago edénico de las Antillas y las costas del Caribe, que desde Colón en adelante no ha dejado de compararse con el paraíso terrenal. La vitalidad de la vida selvática, la perfecta armonía con la naturaleza, ofrecía la visión de un territorio virginal, una sociedad impoluta, despojada de los vicios de la vieja Europa.
La conmoción que produjo las noticias de la tierra firme en la inteligencia europea duró siglos. Fueron el abono para todo tipo de utopías, desde los intentos de llevar a cabo las ideas de Erasmo de Rótterdam y Tomás Moro, hasta el buen salvaje de Rosseau y las teorías del socialismo utópico. Pero en el Nuevo Mundo, el deslumbramiento duró poco. Los primeros encuentros de sangre con los Caribes y los Mayas del Yucatán borraron de cuajo el cuadro idílico. Entre los rudos marinos resurgió el espíritu de lucha contra el infiel, y dada la condición salvaje que le atribuían, encadenarlos y utilizarlos como bestias de carga no les pareció objetable en su cristiana conciencia. Solo la Iglesia, y tras arduas polémicas, alzó su voz contra el esclavismo.
Lamentablemente, y pese al posterior conocimiento de otros pueblos, perduró la primera impresión del hombre americano por aquello de “visto un indio, visto todos”. Daba lo mismo un nómade amazónico que un agricultor andino.
El segundo contacto fue con las altas culturas de Mesoamérica y el macizo Andino, que algunos llaman encuentro y otros, no exentos de razón, como el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, describen como encontronazo.
El postrer momento, el verdaderamente genocida, no fue obra de España sino de la América independiente. La expansión norteamericana hacia las llanuras del Oeste, la argentino-chilena en el sur patagónico y las incursiones de los bandeirantes en el Amazonas. Ya no era necesario el arcabuz o las enfermedades, el despoblamiento fue consecuencia del Winchester legitimado por el evolucionismo spenceriano. Las Leyes Nuevas de 1542 fueron reemplazadas por la teoría de la supervivencia del más apto. Ni siquiera era necesaria la hipocresía del Requerimiento, ahora el exterminio tenía “sustento científico”.
Son ilustrativas las palabras de Miguel Cané, pronunciadas el 29 de agosto de 1899, en ocasión de debatirse la concesión de tierras para una misión salesiana en la Tierra del Fuego: “Yo no tengo, señor Presidente, gran confianza en el porvenir de la raza fueguina. Creo que la dura ley que condena los organismos inferiores ha de cumplirse allí, como se cumple y se está cumpliendo en todo la superficie del globo…”.
Pero el hecho verdaderamente crítico, el de mayor intensidad dramática y sentido sustancial en la historia es, sin duda, el evocado en el quinto centenario. Tanto por la magnitud de las culturas que entraron en conflicto, como por el interrogante mutuo que se plantearon los antagonistas sobre la naturaleza del “otro”. Los teólogos se preguntaban si los indios eran hombres y los indios ahogaban a los españoles para comprobar si sus cadáveres se descomponían. No fue el encuentro de dos mundos, fue el descubrimiento de la propia humanidad.
1492 supuso el colapso del universo indígena, al que ya estaba destinado por el universo fatalista de sus creencias. Los símbolos y profecías, unidos a la rígida estructura teocrática, los predisponían a la para la derrota. La concepción cíclica del tiempo en Mesoamérica, que exigía incesantes volúmenes de sangre para mantener el movimiento estelar llegó a su cumbre, en 1450, con la instauración de las guerras floridas. Aliados con los señoríos de Texcoco y Tlacopan, los tenochcas-mexicas libraron combates periódicos con sus vecinos poblano-tlaxcaltecas. El objetivo era la captura de víctimas para el sacrificio. Se calcula que en la sola ampliación del Templo Mayor de Tenochtitlan se sacrificaron entre 20.000 y 40.000 prisioneros como ofrenda a Huitzilopochtli. Solo así se comprende el amplio marco de alianzas que llegó a concertar Hernán Cortés.
Así como se le ha imputado a las naciones ibéricas la instrumentación del evangelio para justificar el saqueo y la expoliación, podríamos alegar que la conservación del Sol sirvió de coartada ideológica a los gobernantes mexicas para poner en marcha una política de expansión. En efecto, la guerra resultaba imprescindible, pero por razones económicas. Las naciones derrotadas debían entregar cuantiosos tributos, como podemos observar en el Códice Mendoza, para satisfacer las necesidades del tlatoani y del palacio. Dice Laurett Sejourné “… los aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado”.
Es obvio que los antiguos americanos distaban mucho de ser los mansos corderos de Las Casas o las víctimas inocentes de las lacrimógenas canciones de algunos cantantes de actualidad. No obstante, condenar las culturas precolombinas por sus sacrificios es tan absurdo como negar a Grecia por sus esclavos, a Roma por sus juegos de circo o a España por su intolerancia religiosa. Ni el oro surge amonedado de las entrañas de la tierra, ni el fuego nace solo de la madera fina. Somos hijos del barro y, como tales, nuestra grandeza consiste en transformarlo en cerámica.
Asimismo, es de destacar que así como la conquista española tuvo sus principales críticos en sus propias filas, algunos sabios nahuas se opusieron a las crueles creencias mexicas. Entre ellos, uno de los más grandes representantes de la poesía antigua, recordado por el propio Rubén Darío, Nezahualcoyotl de Texcoco. Lamentablemente, sus críticas teológicas, reservadas al estrecho círculo sacerdotal, influyeron poco en la vida religiosa del pueblo.
Y fue este divorcio de la clase sacerdotal y la nobleza con el resto de la población, lo que determinó que descabezado el vértice de la pirámide el resto de la estructura se derrumbara como un castillo de naipes. El mal llamado “imperio” azteca y el supuesto “socialismo” incaico fueron en realidad la resultante de una monarquía despótica de tipo oriental, que protegía una aristocracia privilegiada y favorecía los intereses de la casta sacerdotal a costa del “macehual” y el “puric”.
Cuauhtémoc, “el águila que cae”, cayó ante el águila del blasón de los Habsburgo. Su destino tuvo la misma impiedad que el de Atahualpa: fue asesinado. La crueldad de la historia no admite derrotados que puedan transformarse en símbolos vivientes. No se lo permitió Roma con Vercingetorix y Viriato, ni Rusia con los Romanov, ni el propio México con Maximiliano de Austria.
Aztecas e Incas tuvieron en la historia la fugacidad de un cometa, pero su brillo aún nos deslumbra. España los sojuzgó como anteriormente ellos lo hicieron con sus predecesores. El vasallaje, la esclavitud, la crueldad y la explotación no eran nuevos en América. Cada cultura superpuso su dominio sobre la otra como la arquitectura sucesiva de la pirámide de Cholula. España fue respecto a todas, como la Iglesia de los Remedios que la corona.
La Serpiente Emplumada cedió su lugar a la Cruz de Occidente.
¿A dónde iremos ahora, amigos míos?
El humo se levanta, la niebla se extiende.
Llorad, mis amigos.
Las aguas están rojas.
Llorad, oh, llorad, pues hemos perdido la nación azteca.
El tiempo del Quinto Sol había terminado.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Hallan los restos de Facundo Quiroga ocultos en una bóveda de la Recoleta

Por Loreley Gaffoglio
No fue una excentricidad del "Tigre de los Llanos", Juan Facundo Quiroga, el haber sido enterrado de pie para mirar de frente al Creador y hacerle frente al juicio de la historia.
Ningún documento certifica este supuesto anhelo del controvertido caudillo, transformado en un mito a lo largo de la historia. Hoy, empero, el azar-o mejor dicho la falta de espacio- lo convirtió en realidad: el féretro de bronce del general Quiroga yace de pie detrás de una pared en la bóveda de la familia Demarchi, en el cementerio de la Recoleta, y fue encontrado por un grupo de investigadores que impulsa declarar "sepulcro histórico" a su morada.
La iniciativa corresponde al Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, que junto con otros investigadores independientes, como Jorge Alfonsín y Omar López Mato, llamó al reconocido arqueólogo urbano Daniel Schavelzon para realizar excavaciones en la bóveda de los Demarchi y poder así ubicar sus restos.

En la pared Un informe de la Comisión Nacional de Energía Atómica, en agosto del año pasado, certificó, por medio de un georradar, la existencia de una cavidad o pared hueca dentro del sepulcro. Schavelzon realizó un orificio de 20 por 40 cm en la pared y encontró detrás el féretro de bronce, parado, de Quiroga.

Junto al ataúd verdoso, por la aleación del cobre que posee el bronce, también se hallaron dos cruces de hierro. Una de ellas adosada a un corazón de chapa oxidado que en letras blancas reza: "Quiroga... muerto en febrero".
El hallazgo, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 2004, reforzó aquel mito de que el caudillo quiso ser enterrado de pie y por reticencias de la familia Demarchi recién esta semana trascendió la noticia (ver aparte). Pero esta versión carece de rigor histórico.
"Mi tatarabuelo suizo, Antonio Demarchi -casado con Mercedes Quiroga, la hija de Facundo-, en una maniobra de mucha celeridad decidió esconder su cadáver para preservarlo de los enemigos de Rosas", cuenta a LA NACION, desde Uruguay, Luis Demarchi, sexta generación de los descendientes de Quiroga. "En 1877 se lo escondió detrás de una pared que mandó a construir y la única forma en que cabía el féretro era de manera vertical", añade.
¿Por qué se ocultaron durante más de un siglo los restos del caudillo riojano y por qué su nombre no figura en ningún registro del cementerio?
De acuerdo con el testimonio de la familia, en 1877, al morir Juan Manuel de Rosas en Southampton, Inglaterra, un grupo de seguidores del restaurador organizó una misa en su memoria en Buenos Aires. El gobierno nacional se opuso a semejantes honores y se exacerbaron los ánimos de los descendientes de las víctimas "del tirano Rosas". Ante el intento de homenaje, otro grupo marchó al cementerio del Norte (hoy Recoleta) para mancillar los símbolos federales, entre los que se encontraba la tumba de Quiroga.
"Con un caballo, un grupo enardecido enlazó la Virgen La Dolorosa, la imagen de carrara traída desde Milán y realizada por el escultor Antonio Tantardini, que preside el túmulo de la cripta, y trató de derribarla. Ante el temor de que ultrajaran sus restos, mi tatarabuelo procedió a esconderlo y evitó que su nombre aparezca en los registros", cuenta Demarchi. "Siempre supimos que Quiroga estaba ahí, pero desconocíamos detrás de cuál de las paredes estaba escondido", aclara.
Desde su muerte, el 16 de febrero de 1835, Quiroga descansó en tres moradas: en la catedral de Córdoba, desde donde fue trasladado con grandes honores por un decreto de Rosas, en 1836, a la iglesia de San Francisco, en Flores. Ese mismo año después fue sepultado a 20 metros de la entrada del ex cementerio del Norte en una parcela por él mismo adquirida. Hoy está a pocos metros del recordado presidente Marcelo T. de Alvear y Regina Pacini.

Descendientes se oponen al traslado de la tumba

Un proyecto de ley presentado por la senadora Ada Maza (PJ-La Rioja) y aprobado por la Cámara alta en abril de 2004, para trasladar los restos de Facundo Quiroga a su provincia natal -apoyándose en que ésa es la voluntad popular de los riojanos- ha puesto a la defensiva a las cinco ramas de descendientes del caudillo, que rechazan cualquier traslado del militar.
Las familias Demarchi Quiroga, Quiroga Curro, Quiroga Ruiz Huidobro, Quiroga Davel Obligado y Gaffarot Quiroga -descendientes directos- presentaron un petitorio con firmas ante la diputada Irma Roy (PJ-Capital), en el que dejaron expresa constancia de su oposición al traslado de los restos del caudillo. Temen, señalaron a LA NACION, que su figura sea utilizada con fines políticos por sectores del justicialismo.
Cuando el proyecto de Maza se trató en Diputados, la oposición familiar logró frenar que se sancionara la ley, insistentemente empujada por Maza en dos versiones. La primera apuntaba a trasladar los restos a La Rioja, y la segunda proponía que fueran depositados en San Antonio de los Llanos, una comarca cercana a Barranca Yaco, donde el caudillo fue asesinado dentro de su galera.
"La figura de Quiroga fue usada por muchas facciones políticas y de una manera muy demagógica", dijo Luis Demarchi. "Nosotros, sus descendientes, tenemos un compromiso de orgullo, y admiración por su figura y por una cuestión de respeto entendemos que no se debe interrumpir su descanso. Por eso nos parece que la mejor manera de preservarlo es declarando sepulcro histórico a su última morada."
La Comisión Nacional de Monumentos y de Lugares Históricos y un decreto presidencial son las vías para concretar esos honores. Y según señaló el presidente del Instituto Juan Manuel de Rosas, Alberto Gelly Cantilo, la iniciativa es limpiar y reacondicionar la bóveda y colocar nuevas placas que recuerden la memoria del caudillo.