Rosas

Rosas

martes, 30 de junio de 2015

"El Magisterio de la República: Raúl Scalabrini Ortiz (1898 - 1959)

 Por: José Luis Muñoz Azpiri (H)

          Una vida dedicada a los más puros ideales de arte y patria se extinguió hace medio siglo con la persona de Raúl Scalabrini Ortiz. Su nombre, desde ese momento, se integró indeleble a la historia de nuestras letras y nuestro pensamiento político.
PROYECTARIO: HISTORIA / Argentinos: de pie / Escribe: José Luis ...

            Redactor editorialista de los diarios “La Nación”, “El Mundo” y “Noticias Gráficas”; crítico teatral de la revista “El Hogar”; fundador del diario “Reconquista”, editado en los inquietos días del año 1939, autor de “El hombre que está solo y espera”, la más lograda radiografía del porteño, “Política británica en el Río de la Plata”, “Historia de los ferrocarriles argentinos” y “Los ferrocarriles deben ser argentinos”, el ilustre escritor desaparecido puso en su obra de periodista, escritor económico y sociólogo, el sello de una vocación sin mácula y la impronta de un acendrado espíritu patriótico y de artista.


            Convivían en Scalabrini Ortiz, en armónica conjunción de pensamiento y arte, los factores que alguna vez, dijo Keyserling, harían al escritor de mañana: la tribuna y la profecía, unidos a la expresión vivaz y depurada. Al igual que casi todos los escritores de nuestro pasado, ejerció un magisterio tanto artístico como social. La herencia de Echeverría y Sarmiento, pensadores consumidos por el fuego nativo, mitad artistas, mitad profetas de ideal y grandeza, se prolongaba en este obrero de la prosa que asignaba a su pluma una misión de redención social y engrandecimiento ciudadano. Libros como “Política británica en el Río de la Plata” e “Historia de los ferrocarriles argentinos” ilustran ampliamente acerca del objetivo que Scalabrini quiso y consiguió cumplir entre sus compatriotas. La primera de estas obras, presentaba una interpretación histórica argentina a través de la política sudamericana del Foreign Office y del Almirantazgo, revelando los pasos manifiestos y ocultos de los Lores en cuyas redes prietas quedaba anudada nuestra diplomacia a través de un panorama que se extendía desde la Revolución de Mayo hasta la creación del Banco Central. El segundo libro demolía, a su vez, el mito del riel “civilizador”, demostrando que, por el contrario dicho “riel” solo había causado estancamiento económico y atraso social a nuestro país. La tesis no sólo era seductora sino de demostración efectiva y convincente. Los ferrocarriles de la Argentina, fundamentos de nuestra soberanía económica, fueron creados y construidos por argentinos: el Oeste llegaba hasta Chivilcoy y marchaba en procura de la cordillera cuando fue enajenado al extranjero. ¡Seis mil kilómetros de ferrocarriles nacionales contaba el país cuando aparecieron las locomotoras y los “wagons” de Birmigham para “civilizar” nuestro territorio!



RED FERROVIARIA NACIONAL









            Cuando Roca abandonó su presidencia en 1886, las vías férreas ya contaban la extensión antedicha, y en ese incremento hay que señalar realizaciones como la del Ferrocarril Andino. Originalmente se había planeado extender el ramal Villa María - Río IV a Mendoza y San Juan, con una eventual prolongación a Chile. El concesionario, Juan Clark, renuncia en 1881, y la construcción del Ferrocarril Andino pasa a ser responsabilidad del Consejo de Obras Públicas de la Nación. En mayo de 1885 el tren llega a Mendoza y luego a San Juan, con una baratura de costos y un rendimiento que asombra “La vía más barata y mejor construida de la República” dice Roca en uno de sus mensajes. Lo es a tal punto, que esos 500 kilómetros tendidos en cinco años aportan, en 1885, un millón de pesos a las Rentas Generales de la Nación. Algo similar ocurre con el Ferrocarril Central Norte, también propiedad de la Nación, que a partir de 1882 se transforma en una fuente de ingresos, autofinanciando dos de sus ramales y prolongándose a Salta.


            Pero esta exitosa política estatal habría de clausurarse con la gestión presidencial de Juárez Celman. A los tres meses de asumir el poder se vende el Ferrocarril Andino… ¡al mismo Clark que había renunciado a construirlo! Además se le garantizó una ganancia del 5 por ciento sobre los 12 millones de pesos oro que había pagado para adquirir la línea. En diciembre de 1887 se enajenan los ramales del Central Norte y luego la red troncal, que fue comprada por una firma inglesa para transferirla días después al Córdoba Central Railway; también en este caso la Nación garantizó una ganancia del 5 por ciento a los adquirientes. Poco más tarde la provincia de Buenos Aires vende el ejemplar Ferrocarril del Oeste. “Los ferrocarriles de la provincia se llaman ahora “New Western Railway of Buenos Aires” ¿No se parece eso a la sombra de la bandera inglesa flameando sobre otro pedazo de territorio argentino con más derecho del que tiene para flamear sobre las Islas Malvinas” clamaba Carlos D´Amico en su libro “Buenos Aires, sus hombres, su política”,escrito en 1890.


            Así, en menos de diez años, aquella política ferroviaria llevada a cabo por el Estado con sentido nacional se había frustrado. Contrariamente a la tendencia inicial de la década, en 1890 la mayoría de los 9.500 Km. de líneas férreas pertenecía al capital inglés (los franceses recién entraron en el negocio ferroviario en 1885). A partir de 1890, los ferrocarriles que en futuro construyera el Estado Nacional se tenderían en zonas alejadas, escasamente pobladas, como una medida de fomento; las grandes redes troncales eran inglesas.


            Las voces de escándalo y alerta ante el despropósito de Juárez Celman - uno de los gobiernos más corruptos de nuestra historia, “ilustre” antecedente de los que harían con los ferrocarriles y el resto del patrimonio público en la década del 90 del siglo XX - fueron muchas, pero al igual que el período de Menem, desestimadas. Se vendía, en pleno éxito de explotación, lo que el país entero había construido con su esfuerzo y su ahorro. Síntesis de estas opiniones es el comentario de El Nacional del 20 de julio de 1887:



RED DE FERROCARRILES ARGENTINOS BAJO EL GOBIERNO DE MENEM Y SUS CONTINUADORES.









            “¿Qué no se ha dicho de los ferrocarriles? Todo empréstito era poco para gastarlo en él. Ahora de la Casa Rosada sale esta prosa: el Gobierno “no” debe hacer ferrocarriles: se declara arrepentido de haberlos hecho…” Y sigue diciendo el diario: “El gran secreto financiero consiste, pues, en este doble procedimiento: defender los ferrocarriles del Estado para tener empréstitos, y renegar de ellos luego de ser administrados por el gobierno para vender los ferrocarriles para tener dinero”.


            Como en tiempos recientes, acosado por una deuda creciente en oro, el gobierno de Juárez Celman intentaba hacerse de recursos vendiendo los ferrocarriles del Estado, con el pretexto de que el Estado era mal administrador… aunque las líneas enajenadas, tanto de la Nación como de la Provincia de Buenos Aires, fueran un modelo de buena gestión comercial. Todo ello acompañado por una intensa campaña de propaganda que negaba el esfuerzo del pueblo y proclamaba su infundada incapacidad e indolencia. Quienes tales cosas afirmaban y siguen afirmando desde los medios, ni siquiera se tomaron el modesto trabajo de investigar el origen de nuestra fuerza y desarrollo económico. Es por 1940, que la obra de Scalabrini Ortiz encuentra el cenit de su desarrollo y también es la fecha clave de la manumisión nacional. Hoy se reconoce, hasta en el último rincón del país, merced al esfuerzo denodado del escritor desaparecido, que el imperialismo extranjero coartó nuestros esfuerzos de emancipación y libertad y que el “riel civilizador” sólo sirvió para acuñar una locución desprestigiada e irónica.


            La instrumentación de las vías férreas como herramientas de control de la economía de un país, ya había sido definida, nada menos, que por un autor británico, Allen Hurt (1901 -1973) en su libro "This final crisis" (London, 1935) : La construcción de los ferrocarriles en las colonias y países poco desarrollados, no persigue el mismo fin que en Inglaterra, es decir, que no son parte - y una parte esencial - de un proceso general de industrialización. Estos ferrocarriles se emprenden simplemente para abrir esas regiones como fuentes de productos alimenticios y materias primas, tanto vegetales como animales. No para apresurar el desarrollo social por un estímulo a las industrias locales. En realidad, la construcción de ferrocarriles coloniales y de países subordinados es una muestra del imperialismo, en su papel antiprogresista que es su esencia".


            Durante casi veinte años correspondió a estos documentos innovadores y lúcidos, despertar a la parte más calificada de la población al ejercicio de la verdad. Ninguno de los que gozaron de la “investidura de la palabra” entre nosotros, pudo ponerla como Scalabrini al servicio desinteresado del ideal de redención ajeno. He aquí por qué la figura del escritor se agiganta con perfiles de auténtico prócer nacional, basándose en ilustres predecesores como Ricardo Rojas y los hermanos Irazusta.


            Scalabrini informa que Ricardo Rojas denuncia en su libro La Restauración Nacionalista el avasallamiento de las energías nacionales por las fuerzas británicas. Aclara, asimismo, que la prensa argentina no publica ni una sola palabra sobre la obra de Ricardo Rojas porque ataca la dignidad de Gran Bretaña. Afirma también que los diarios de la época silenciaron la aparición del libro de los historiadores Julio y Rodolfo Irazusta titulado: La Argentina y el Imperialismo británico, un importante estudio realizado con probidad y escrito con nobleza y excelente método.


            ¿En qué consiste la influencia de Rojas sobre Scalabrini Ortiz?


            Rojas se refiere en el capítulo titulado: Bases para una restauración histórica a la política de desnacionalización y envilecimiento de la conciencia pública y juzga que se ha producido la reacción nativa sin caer en la hostilidad hacia lo extranjero. Rojas propugna un nacionalismo argentino con libertad de acción para la inversión de capitales extranjeros que vengan a beneficiar el desarrollo del país; con hijos de inmigrantes que se sientan verdaderamente argentinos; y con ideas europeas asimiladas y convertidas en espíritu nacional. Y añade:


            "Quiere que cuando se planteen conflictos entre un interés económico argentino y un interés extranjero, estemos por el interés argentino"


            Y ejemplifica su posición diciendo:


            "Entre la protección al durmiente de quebracho, hachado de un árbol argentino por un brazo argentino, y el durmiente de hierro, fundido con hierro inglés, por obreros ingleses y para empresas inglesas, no cabe ninguna vacilación".


            Cuccorese opina que Scalabrini se siente sumamente satisfecho con la explicación ofrecida por Rojas Y todas las demás páginas del libro carecen para él de interés. Lo atrae exclusivamente el interés argentinista de Rojas y decide difundirlo como mensaje espiritual para el pueblo argentino.


            ¿En qué consiste la influencia de Rodolfo y Julio Irazusta sobre Scalabrini Ortiz?


            Los hermanos Irazusta demuestran que nuestro país se halla sometido política y económicamente a Gran Bretaña. Un real estado de dependencia reconocido por los miembros de la delegación argentina y por los negociadores británicos. Y los ejemplifican en La Argentina y el imperialismo británico en párrafos tales como:


            "La Argentina se parece a un importante dominio británico"


               "Es exacto decir que el provenir de la Nación Argentina depende de la carne. Ahora bien: el porvenir de la carne argentina depende quizá enteramente de los mercados del reino Unido"


               "La Argentina, por su interdependencia recíproca, es desde el punto de vista económico una parte integrante del Imperialismo Británico.


            Rodolfo y Julio Irazusta afirman que la delegación presidida por Julio A. Roca, reforzará la dependencia argentina dominada por Gran Bretaña. Señalan la primacía del ferrocarril inglés en nuestro país, todo un baluarte del capitalismo foráneo, y la importación de carbón británico, como medios de penetración.


            Es así como Ricardo Rojas y los hermanos Irazusta influyen directamente en la concepción nacionalista de Scalabrini Ortiz. También conforman su pensamiento los discursos parlamentarios de Arturo Castaño, Osvaldo Magnasco y Celestino L. Pera,  y en menor grado alguno publicistas extranjeros como el citado Allen Hurt, William Manning, M.G. y E.T. Mulhall, Woodbine Parish y el propio Chateubriand, entre otros. Consulta además, las memorias ministeriales y de ferrocarriles, los diarios de sesiones y, por excepción los archivos históricos.


            No tiene tiempo para dedicarse a cuestiones heurísticas o hermenéuticas, el tiempo urge. Es un hombre de lucha activa que desdeña, sin embargo, la dirección de los Ferrocarriles nacionalizados. Sabe que la gestión, la realización no es su fuerte, su misión es el análisis, la crítica y la denuncia. Era el magisterio del publicista, ampliado por ejercicio del periodismo, y, ocasionalmente de la tribuna, que actuó siempre al margen de toda organización o partido político, contrariamente a lo que en la actualidad algunos afirman. En sus Palabras de esperanza para los que pueden ser mis hijos, escrito a fines de la década del 40, es taxativo:


               "Todas las publicaciones tradicionales nos vedaron el acceso. Todas las instituciones establecidas negaron el acogimiento a nuestras investigaciones. No hubo mote ni calumnia que no se endilgara para desprestigiar nuestras personas e impedir que nuestras ideas y nuestros conocimientos se infundieran en las masas argentinas Fuimos nazis, anarquistas comunistas, agentes del oro yanqui, del oro alemán, del oro ruso y hasta del oro inglés. después nos cubrieron con el silencio y creyeron que eso era una mortaja suficiente y definitiva."


            La voz de Scalabrini Ortiz no era un altavoz, sino una conciencia. El pensamiento nacionalista argentino siempre fue una mística popular y no partido. Scalabrini vivió su pasión argentina y la hizo vivir al margen del bando y las urnas, hasta arder en su mismo fuego múltiple y generoso. Una, dos generaciones atrás de Scalabrini Ortiz, el ideal nacionalista no existía entre nosotros, adormecido por los tóxicos de la reacción y el colonialismo.


            Inspirador y jefe de la combativa empresa de “Reconquista”, que duró del 15 de noviembre al 25 de diciembre de 1939, pocas veces en la historia del periodismo argentino, un diario que vivió tan solo 40 días dejó una huella tan honda. es que en el aparecieron, desgranados por su pluma, los artículos que luego serían la base de sus dos libros fundamentales: "Política británica en el Río de la Plata" e "Historia de los Ferrocarriles argentinos." Pulverizador de todos los mitos y cloroformos de la sumisión oligárquica - Scalabrini demostró que un obrero argentino, en 1940, se sostenía con el mismo régimen dietético y el número de calorías de un culí asiático o africano - bestia negra de la City y los innumerables servicios de inteligencia británicos, varias veces encarcelado por su pasión nacional emancipadora - el padre de quien escribe se enorgullecía de haber compartido con él una celda de la seccional 7º en una noche del lejano 1940 - y una de las figuras más altas de la generación a la que pertenecía, hoy es objeto de extrañas alquimias semánticas o artilugios ideológicos para ubicarlo en territorios que nunca recorrió.


            Ahora bien ¿Raúl Scalabrini Ortiz es un historiador científico? Concibe la historia dentro de una filosofía sistematizada? ¿Cumple con los cánones de la metodología histórica? Evidentemente no para quienes integran la "Corporación de historiadores profesionales"; así definida por Luis Alberto Romero, orgulloso de su pertenencia a la misma y por los seguidores de su máxima expresión, Tulio Halperín Donghi, quienes no se caracterizan por utilizar terminología "científica" para descalificar a otras escuelas o corrientes de pensamiento histórico. Es más, pueden llegar a la insolencia y casi el insulto, según hemos sido testigos en nuestra vida universitaria. Con tono de presunción (en el doble sentido de la palabra y con un desdén característico, descalifican a autores de la talla de José María Rosa, Fermín Chávez y el propio Scalabrini Ortiz desde una supuesta asepsia y objetividad que no es otra cosa que el rencor encubierto a quienes han logrado tener una asombrosa acogida en los sectores populares, que por instinto desconfían  - y aciertan - de las escrituras crípticas y confusas que en el fondo disimulan la aridez conceptual o la falsificación de los hechos históricos.


        
  Sin embargo, investigadores como Horacio Juan Cuccorese en su "Historia Crítica de la Historiografía Socioeconómica Argentina del Siglo XX", que se plantea los mismos interrogantes, abriga respuestas más serenas. Scalabrini es un político intelectual con gran capacidad de crítica. Es, fundamentalmente, un analista intelectual de los problemas políticos que tiene la habilidad de servirse de la experiencia histórica para justificar su concepción nacionalista. Las circunstancias socioeconómicas lo transforman en investigador y asume la responsabilidad de historiador


            La originalidad de Scalabrini Ortiz consistió en abordar la historia nacional y su realidad política contemporánea sin ningún tipo de condicionamiento ideológico. No adscribía a teorías políticas nacidas y desarrolladas en los países centrales pues logró forjar herramientas de análisis propias. Con él, el patriotismo nostálgico de una sociedad señorial, estática y autoritaria se transformó en un nacionalismo vigoroso, popular y revolucionario, que trascendía la añoranza de nación entendida como estancia propia. Un nacionalismo con olor a moho y hedores de sepulcro, fosilizado en las formas y el culto a los símbolos y absolutamente ajeno al análisis de los engranajes que garantizaban la dependencia; así como también su examen de la marginación y explotación de vastos sectores sociales trascendió el recurso de quienes practican un pensamiento de sirga, mediante la extrapolación de marcos teóricos ajenos, válidos en su contexto de nacimiento pero impracticables en otras latitudes y en otras épocas.


            Scalabrini Ortiz fue la reencarnación en la Pampa, de las severas virtudes de un Catón implacable e insobornable. Lejos, muy lejos de las mezquindades políticas coyunturales. Es por ello que muchos desearon para él el destino de Belisario, el general de Bizancio, cegado y obligado a mendigar ante las murallas de Europa. Todavía en el año 1998 podía encontrarse en las Cartas de Lectores del diario "La Nación" una esquela fechada el 3 de abril y firmada por Adalbert Krieger Vasena que identificando "la decadencia argentina con la estatización de los ferrocarriles en 1949", manifestaba que tal medida obedeció a un pequeño grupo de ideólogos, entre los cuales identificaba a Raúl Scalabrini Ortiz. Al mismo tiempo sugería redesignar a la avenida de ese nombre con el de Canning, que fue el estadista inglés que primero reconoció a la Argentina como país independiente y puntualizaba que carecía de estatua que lo recordara.


            No es casual que este comentario lo hiciera uno de los más conspicuos ideólogos de la clase dominante argentina ni la década en que se publicó la carta, por lo cual es conveniente refrescar la memoria. Las tratativas de la adquisición de los ferrocarriles ingleses incluían el cobro de las conservas de carne consumidas por las tropas de ese país durante la guerra. Las largas conversaciones terminaron pagando la Argentina 150 millones por equipos obsoletos, casi chatarra, e Inglaterra no pagando la deuda al declarar inconvertibles las libras acumuladas.


            El sistema ferroviario inglés basaba su negocio no en transportar bienes sino en desarrollar una política económica basada en las llamadas tarifas preferenciales, es decir, fletes discrecionales que durante varias décadas promocionaron el abanico centralista agroexportador de Buenos Aires en detrimento de vastas regiones del interior, que quedaron aisladas. Las planillas de esas tarifas se confeccionaban anualmente en una imprenta del Barrio Sur de esta ciudad, pero cuyos cálculos habían sido hechos en el exterior.


            Victorino de la Plaza, Osvaldo Magnasco, José H. Martínez fueron celosos defensores de la causa argentina, debiéndose agregar al ingeniero Cancedo, que escribió sobre la desaparición de los centros urbanos santiagueños y al ingeniero Humberto Canale, que en 1929 denunció la paralización de los puertos de Mar del Plata y Necochea. A esa pléyade de investigadores se suma el Dr. Raúl Scalabrini Ortiz, publicista y ensayista, que investigó a fondo el problema de las concesiones ferroviarias extranjeras. Y su nombre está libre de toda suspicacia, dado que fue pobre en una época de sensualidad y latrocinios. Su ejemplar nacionalismo le determinó una conducta llevada hasta los últimos extremos de la autenticidad.


            Por otra parte, Jorge Canning, destacado político inglés, ambicionó y consiguió para su país la conquista del gran mercado comercial americano. Para ello necesitaba la independencia de nuevos Estados. Al completarse las mismas dirá complacido: "El nuevo mundo... será nuestro"


            Los ferrocarriles fueron comprados en 1947 y no en 1949; el primer país europeo en reconocernos fue Portugal, no Inglaterra. La estatua a Canning está en los jardines a espaldas de la embajada inglesa, a la vista del que quiera verla. Y esto confirma que lo malo no está en los ingleses sino en los anglófilos y que la restauración de la Argentina debería empezar por la comprensión de nuestra historia, y en consecuencia la mejora en la noción de nuestro patriotismo.


            En los actuales momentos, signados por la confusión y la entropía, que al decir de Shakespeare parecerían integrar el relato de un loco, lleno de estruendo y de furia, que no significa nada, el testimonio vivencial de este luchador incansable se rige en atalaya para vislumbrar tiempos mejores.


            El triunfo actual del revisionismo histórico - recordaba Norberto D´Atri - tiene una deuda incalculable con Scalabrini. Lo que en algunos había sido una añoranza de una sociedad patriarcal y autoritaria, fue en Scalabrini un nacionalismo vigoroso, popular, revolucionario, que no dio flancos a al enemigo y demostró que la revisión histórica, más allá del barullo producido por publicistas de escasa fortuna o noveles émulos del sainete político del siglo pasado, constituye una escuela sólida que nucleó a los mejores representantes de las diversas etapas políticas de la pasada centuria.

La palabra valiente del maestro José María Rosa a 109 años de su nacimiento

Enrique J. M. Manson 

Hoy, 20 de agosto, se cumplen 109 años del nacimiento de José María Rosa. Muchas veces hemos hecho referencia a su coraje, propio del hombre que era capaz de salir de los límites del escritorio del maestro de historiadores para arriesgar el pellejo cuando de los intereses de la patria y de su amor al pueblo se trataba.
En septiembre de 1980, todavía había dictadura. Y todavía desaparecían argentinos. Pepe se había lanzado a la aventura de dirigir una revista opositora, Línea.
Fue en esa revista, que no contaba con protección especial alguna, en que el 4 de septiembre de 1980 escribió esta nota, que recordamos en homenaje a este nuevo cumpleaños. Sin reclamar por la libertad de prensa de la que gozaban los grandes medios  alineados con el gobierno criminal de entonces, en el número del día 4 se atrevió a escribir estas líneas, cuyo contenido podía traerle terribles consecuencias.
Aunque es posible imaginar que el Historiador del Pueblo ponía su seguridad en manos de la incapacidad de los tiranos, a quienes consideraba con razón no menos incapaces que asesinos.
"Desde la revolución de Mayo el pueblo ha sido nuestro soberano. Aquel viejo abuelo de la Patria que fue Saavedra no quiso valerse de su posición como comandante de Patricios.
Era la más alta autoridad militar, y el prestigio de su fuerza y de su nombre  era decisivo ante los demás cuerpos. Sin embargo votó en el cabildo abierto del 22 de mayo que 'No quede duda de que es el pueblo el que confirma la autoridad o mando.'
Nacimos República. No estaría de más recordar la definición de la Academia de esta palabra: "Forma de gobierno representativo en que el poder reside en el pueblo, personificado este por un jefe supremo llamado Presidente."
La Asamblea del Año XIII dispuso el emblema del gorro frigio, que es hoy nuestro escudo nacional, para sustituir las armas del Rey, confirmando que aquí gobernaría el pueblo y no las armas.
El gobierno presidido por el general Perón fue el exponente más elocuente de la soberanía política, pues surgió de comicios libres, custodiadas las urnas por el ejército argentino y por decisión del pueblo, decisión ratificada por amplia mayoría en dos elecciones más. Solamente en nuestra historia, en dos oportunidades, se han producido decisiones tan categóricas del pueblo en la elección de un presidente, y ellas correspondieron a Hipólito Yrigoyen y al general Perón. La elección de estos dos presidentes populares demuestra que nuestro pueblo se resiste a ser gobernado por minorías y podemos concluir que, al margen de cualquier bandería o militancia partidaria, la historia ha venido señalando  además, que sin la confianza del pueblo no es posible esbozar planes y menos aún lograr llevarlos a la práctica. En esta aseveración ha residido el por qué se había podido conseguir la independencia económica y la justicia social. Una prueba que nuestro gobierno tenía como respaldo al pueblo son los resultados de las negociaciones que se han podido llevar a cabo con la mayor parte de los otros  países.
Como contrapartida, habría que recordar las palabras de dos ciudadanos ingleses. Las pronunciadas por un legislador que dijo: "La República Argentina es nuestra mejor colonia, porque incluso se gobierna y se defiende sola", y las escritas a su gobierno por el embajador sir Reginald Beeper con motivo de relegar nuestro problema fundamental a la misericordia de las consideraciones de este partido local –se refería al peronismo- Es un absurdo no reconocer que va a ser muy difícil llegar a un acuerdo totalmente satisfactorio para todos."

Factores políticos y sociológicos en la independencia de la América Española

Por Fernando Álvarez Balbuena

Se analizan los motivos de la independencia de las naciones hispanoamericanas con especial atencion a los factores politicos y sociologicos.

Entre los años 1808 y 1825 tiene lugar la emancipación de los territorios españoles de América y ahora, doscientos años después, estamos padeciendo (y digo padeciendo en el genuino sentido de la palabra) una avalancha de alabanzas a situaciones y a personas que distan mucho de merecer la admiración y, menos aún, la gratitud de los españoles. A este sufrido pueblo español se le ha venido engañando desde antiguo y se le sigue engañando, dándole, ya en la escuela primaria, una especie de gato por liebre histórico que perdura gracias a las diversas ideologías políticas. Son muchas las cuestiones históricas que, a pesar de ser intrínsecamente mentiras, se han consagrado como verdades oficiales incuestionables, creándose de éste modo una serie de prejuicios históricos muy difíciles de desarraigar, aunque a éstas alturas la investigación y la crítica, afortunadamente, han llegado ya a conclusiones que difieren diametralmente de los estereotipos que se nos vienen transmitiendo desde hace doscientos años. Sin embargo, cada vez que alguien se sale de los cauces de las mentiras tradicionales, es tenido por un provocador o por un extravagante.
En esta ocasión quiero referirme a las guerras por la independencia de los territorios del Imperio Español en América que se inician tímidamente en 1808, y aprovechando la debilidad militar de España invadida por Napoleón, en el año 1812 tienen ya revuelto todo aquel continente. Este es un episodio desconocido prácticamente en España y valorado «a contrario sensu» de la auténtica realidad (R. de la Cierva). Porque la pérdida de la América Española tiene para España carácter de cataclismo. Pero, por una extraña y oscura razón o por una aún más extraña retracción íntima, los españoles parecen haberse negado a analizar y a llamar las cosas por su verdadero nombre: Llamamos independencia lo que deberíamos llamar secesión.
Y una de las falacias más repetidas durante los doscientos años a que me refiero, ha sido la de afirmar que todos los hispanoamericanos deseaban ardientemente conseguir la independencia de España. Sin embargo, lo cierto es que nunca existió esa unanimidad y si llegó a producirse y a consumarse el proceso independentista, no se debió a un impulso espontáneo de los propios hispanoamericanos. La realidad es que el movimiento por la independencia hispanoamericana fue impulsado desde el extranjero, se apoyó fundamentalmente en las minorías criollas ricas y se prolongó en una sucesión de guerras civiles en las provincias americanas, precisamente por la lealtad que miles de súbditos hispanoamericanos sentían por el rey y por la patria común.
Por ello afirmo que no me parece digno festejar, como quieren algunos, la independencia de las mal llamadas colonias americanas.
Lo primero que hay que dejar muy claro es que aquellos países de América nunca fueron colonias sino que fueron otros reinos que constituyeron parte integrante de España, Sus habitantes eran tan españoles y tan libres como los de la península, tal como lo reconocían los reyes españoles, desde Isabel y Fernando hasta la Constitución de Cádiz de 1812, tan glorificada por los liberales, la cual, en su artículo primero, definía a la Nación Española como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Abundando en la igualdad de España con América, hemos de hacer notar que no es ningún tópico decir que trasladamos allí nuestra cultura, además de lengua y religión, pues se fundaron 50 Universidades. Al contrario que Inglaterra, Francia y Holanda, nuestras enemigas seculares, que en sus territorios sometidos, no fundaron ninguna.
En aquellas tierras gobernaba el rey por medio de las mismas instituciones que en España: virreinatos, capitanías generales, reales audiencias y reales chancillerías, igual que lo hacía en Valladolid, en Cataluña o en Sevilla, por lo tanto su separación de España fue una dolorosa y traumática ruptura de la gran unidad nacional que componía aquel imperio, hoy triste e injustamente denostado aún por los propios españoles y el cual, como dejó escrito Salvador de Madariaga:
El imperio más rico y majestuoso que el mundo vio en trescientos años, fue cantera de donde Francia, Inglaterra y Holanda sacaron los materiales para los suyos. Estas tres naciones tenían que justificarse (…) España tenía que ser culpable para que Francia, Holanda e Inglaterra, y luego los Estados Unidos, salvaran su conciencia. Y como, desde luego, España cometió todos los errores y faltas que eran de esperar en una nación humana, las otras tres no tuvieron otra cosa que hacer que generalizar y multiplicar los errores que España daba de sí, mientras dejaban caer bajo la mesa los que ellos cometían de suyo. Y así se ha venido escribiendo la Historia de España.{1}
Por lo tanto nada de celebraciones ni de conmemoraciones: Dolor, dolor inmenso, dolor como de miembro amputado, como de muerte de padre, madre o hermano. Dolor incompatible con España, porque España amó a América no solamente con la fe y la civilización que allí llevó, con la religión, con el idioma y con el derecho de gentes, sino también y muy especialmente con la sangre.
Porque el español, al revés que el inglés, el francés, el holandés y las demás naciones que formaron y sometieron colonias, se mezcló con el indígena. Los conquistadores, serían todo lo crueles que los calificó la Leyenda Negra, pero lo cierto es que tomaron por esposas a las indias y allí fundaron nuevas familias mestizas, crearon cincuenta universidades, y extendieron por todas las Américas la civilización europea, la religión y, en el contexto de la época, la libertad individual. Y quienes dicen lo contrario, o no saben lo que dicen, o mienten a sabiendas, o están influidos por doctrinas espurias.
Solo tienen que pensar por un momento en la miserable existencia que llevaban los indios precolombinos esclavizados por caciques crueles y sanguinarios. Tal es el caso de los mexicas o aztecas, cuyas inmensas pirámides escalonadas servían para sacar el corazón en su cumbre a los prisioneros de guerra y luego despeñarlos para que se rompieran sus huesos y llegaran así hasta las gradas de abajo, fáciles de trocear, para ser devorados por un pueblo encanallado que ya tenía preparadas las hogueras para asarlos como si fueran cerdos.
* * *
Cuando Napoleón designó a su hermano José «rey de España y de las Indias», envió emisarios a América, donde ante el vacío del poder real en España, se habían formado juntas de defensa a imitación de las españolas. Napoleón les pidió a dichas juntas la fidelidad de aquellos territorios. En todas partes recibió una repulsa total y la victoria de Bailén{2} se celebró en toda la América Española como propia, lo que era así muy natural. Además, como prueba de españolidad, los virreinatos enviaron a España muy generosas ayudas para que pudiera continuar la lucha contra Napoleón, no solo por parte de los gobiernos territoriales, sino también por donaciones y aportaciones voluntarias de particulares.
Pero la quiebra del sistema ocurrió en 1810, al caer Sevilla en poder de los franceses, porque los buenos españoles de América, ante la ausencia de Fernando VII, de quien se decían fieles súbditos, terminaron por creer que todo estaba perdido frente al poder arrollador de Napoleón, con lo que los criollos ricos, más preocupados por sus propios negocios que por los de España, comenzaron por todas partes a levantar interesados movimientos de emancipación.
Pero los dos grandes virreinatos, Lima y Méjico se mantuvieron enteramente fieles a España y derrotaron a los insurgentes y en 1815, antes de terminada la Guarra de Independencia en España, toda Hispanoamérica había vuelto a la obediencia española, excepción hecha del Río de la Plata, donde a pesar de todo aún se mantenía la soberanía de Fernando VII y en Venezuela Boves, al frente de la caballería llanera, había expulsado del territorio nada menos que a Simón Bolívar, y cuando llegó la expedición española del general Morillo (1815-1820), ya acabada la Guerra de la Independencia, la unidad española del imperio americano estaba completamente recuperada.
Esta era le verdadera situación socio-política de nuestro país:
La catástrofe, primero, de la guerra con Francia y de la alianza con la propia Francia después, que nos impulsó a una serie de descalabros militares y políticos, como la Paz de Basilea, la Guerra de las Naranjas, etc. de los que no sacamos ningún provecho económico ni político, sino solo pérdidas, con toda aquella política errática de Godoy. Ésta serie de despropósitos acabó por llevarnos a una guerra con Inglaterra, la cual dominó todo el Atlántico y nos impidió el libre acceso a nuestras provincias americanas. Consecuencia de ésta guerra absurda fue La destrucción de la flota española en Trafalgar. He aquí la causa principal de nuestra impotencia para mantener el poder de España en sus provincias y territorios americanos. Igualmente el arriendo a barcos independientes del tráfico de mercancías, por carecer de una marina mercante propia, fueron causa de nuestra imposibilidad de defender aquellas provincias ultramarinas.
España quedó destruida por la Guerra de la Independencia que causó como dice Nombela{3} un millón de muertos, la pérdida de un siglo entero y la ruina económica y social de nuestro país, cuando ya «florecían» en Europa los altos hornos, las manufacturas con tecnología avanzada y diversos inventos que abarataban los costes, mejoraban los medios de producción y multiplicaban los beneficios comerciales.

 Entre tanto, ingleses y franceses lucharon en suelo español arrasando materialmente a España, en sus campos, en su incipiente industria, en su comercio y en sus ciudades, siguiendo las tácticas de «tierra quemada».
Por añadidura, entre las mentiras que se han hecho creer al pueblo está el decir que la Guerra de la Independencia la ganamos los españoles. Esto es falso. Tras la victoria de Bailén, el Ejército español acumuló derrota tras derrota y quedó materialmente deshecho. Solo con la llegada de los Ejércitos de Wellington se pudo derrotar a Napoleón en una guerra que para los ingleses era la «Peninsular Ward», sin que España les importara un bledo, porque para ellos España era solamente una casilla en el inmenso tablero de ajedrez de Europa, y no vinieron aquí por salvar a España, sino para acabar con su enemigo encarnizado, Napoleón. Los españoles se limitaron a inquietar a los franceses con las guerrillas, que si bien les hicieron mucho daño y ayudaron a ganar la guerra, no fueron ni las causantes ni las protagonistas de la victoria final.
Para mayor desdicha, las guerrillas primero (algunas acabaron en bandas de forajidos rurales) y las continuas sublevaciones, pronunciamientos y motines que se produjeron después de la guerra, acabaron con el espíritu nacional. Liberales exaltados, absolutistas, liberales moderados, bandoleros y la nefasta hipertrofia militar, terminaron por completo con la unidad de España. El siglo XIX no solamente destruyó a España y la convirtió en un país de tercer orden, sino que además nos costó la pérdida de América, cuando más la necesitábamos para podernos recuperar del desastre de la Guerra de la Independencia.
Igualmente fue nefasta para España la alianza del liberalismo con la masonería y la actitud de Fernando VII que exacerbó los ánimos liberales. Además y también contra lo que se nos ha hecho creer, estos tenían muy poco, o nada, de demócrata, pues como dice Ortega: Se puede ser muy demócrata y nada liberal, de igual manera que se puede ser muy liberal y nada demócrata.{4}
* * *
La gesta española en la independencia de América, es muy poco conocida por haber sido incomprensiblemente ocultada a los españoles, y fue tan admirable como lo fue la propia conquista. España defendía todos los territorios americanos, desde Alaska a Tierra del Fuego con solo veinticinco mil hombres, lo que dice mucho del sentimiento de cariño, de la españolidad y de la lealtad de los indios, mestizos y blancos que componían la población americana.
Tan esto es así que, en realidad, no hubo una guerra de independencia en América, como veremos a lo largo de éstas páginas, sino un cúmulo de guerras civiles entre los propios americanos, ya que España no pudo enviar allá ejércitos que combatieran a los criollos para conservar la unidad de imperio. Una prueba evidente es que el proceso de independencia americano duró desde 1808 hasta 1824, nada menos que 16 años e incluso, en rigor, algo más porque el último paso de dicha independencia no fue la batalla de Ayacucho en Perú, sino el intento de recuperar el virreinato de la Nueva España en el año 1829, con la derrota española de Tampico. Así pues si la propia población americana no hubiera estado dividida entre partidarios de la unidad con España y los partidarios de la secesión, difícilmente la guerra hubiera podido durar tanto tiempo, hubieran bastado unos meses para consumar la independencia.
Téngase en cuenta, para apoyar éste tesis, que la independencia de las Trece Colonias de América del Norte duró mucho menos tiempo (1775-1783) y allí sí que combatieron fuertes ejércitos enviados por Inglaterra contra los colonos americanos.
* * *
En el sur del Caribe, los criollos –hijos y descendientes de españoles– aleccionados por la ilustración francesa y, sobre todo, aleccionados por Inglaterra, y con ayudas de armamento militar, inglés, francés y también de los Estados Unidos, fueron los rebeldes contra España, en tanto que indios, mestizos y las clases populares defendieron a muerte la soberanía española.
En Méjico sucedió justo al revés. La aristocracia era muy conservadora y fiel a Fernando VII y reprimió con mano dura los alzamientos de los curas mestizos y masones Hidalgo y Morelos. Pero la propia aristocracia mejicana, junto con los buenos españoles de aquel virreinato, ya lo hemos dicho antes, al ver la impotencia española y cómo se imponían en la Madre Patria las corrientes liberales y radicales, que ellos odiaban, y ante el vacío de poder español, se sumó al levantamiento general y, aunque por motivos distintos a los de Bolívar, San Martín, O´Higgins, etc., acabaron por declarar igualmente su independencia.
 España, para consolidar el imperio, preparó una expedición importante, de unos treinta mil hombres, pero el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan y la posterior defección de los generales masones del Ejército, echó por tierra la operación y consumó la pérdida de América.
La expedición se dirigía a la parte más secesionista, el Rio de la Plata, donde se habían sublevado Bolívar y San Martín (tan masones como Riego y miembros de las logias Lautaro, con ramificaciones importantes en Cádiz (Mendizábal, Puyrredón, Alcalá Galiano, Istúriz, etc.). Aquellos temían la llegada de las tropas españolas y estaban literalmente aterrorizados, sabedores de que gozarían del apoyo popular y que formarían, junto con los leales realistas, un ejército muy superior en eficacia al suyo. Pero la larga mano de las logias, en las que militaban muchos oficiales liberales del Ejército, como está perfectamente demostrado y documentado, trabajaron intensamente comprometiendo a cuantos militares masones pudieron para propiciar el infame pronunciamiento que evitó la salida del Ejército y así se consumó la independencia de aquellas provincias. Insisto una vez más:PROVINCIAS, que no COLONIAS
Así pues, queda claro que a finales de 1819 la masonería preparó aquel nuevo golpe a cargo de oficiales encuadrados en el Cuerpo de Ejército acantonado en Cádiz para ir a combatir a América, pero su comandante en jefe, el general Enrique José O´Donnell, conde de La Bisbal, que participó en los preparativos de golpe, acabó por detener a varios oficiales conjurados. Pese a ello, el 1 de enero de 1820, el comandante Rafael del Riego se sublevó en Cabezas de San Juan con la excusa de proclamar la Constitución de 1812. Riego no consiguió ningún éxito militar importante ni adhesiones andaluzas para proclamar la constitución, pero sí consiguió abortar la expedición a América. Sin embargo, cuando la columna de Riego estaba prácticamente desecha, la masonería consiguió sublevar las guarniciones de La Coruña, El Ferrol, Vigo, Oviedo, Zaragoza, Pamplona, Tarragona y Cádiz, y el Conde de La Bisbal (un sinuoso traidor y falsario) se unió finalmente a los sublevados, con lo que se consumó también el caos en España, porque, contrariamente a lo que nos ha transmitido la historiografía liberal, al obligar los sublevados a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, no se produjo la paz en España. Todo lo contrario, empezaron otra vez las algaradas, los motines, las revoluciones, las guerras intestinas (recuérdese la Regencia de Urgell que controlaba en Cataluña todo un ejército fiel a Fernando VII) y los pronunciamientos y ello tuvo, como ya dejamos dicho, su reflejo en América.
Volviendo al tema central de este ensayo, diremos que la independencia de los reinos americanos, aunque las guerras civiles continuaron en ellos hasta 1828, tuvo con éste pronunciamiento su definitiva consagración, pero, ninguna legitimidad, porque eran parte integrante de España y, curiosamente, quienes promovieron la separación de la madre patria, no eran, como cabría esperar, indios autóctonos americanos, ni mestizos, ni las clases populares que eran una inmensa mayoría. Estos se sentían muy unidos a España y tenían a gala llamarse españoles No así los criollos; es decir, los hijos de los españoles que fueron a poblar y a civilizar aquellos territorios y que los incorporaron a la corona de España en pie de igualdad con los demás reinos peninsulares. Pruebas de su españolidad son los nombres de los territorios, por ejemplo, la isla de Santo Domingo que fue bautizada como «La Española» o México como «Virreinato de La Nueva España», o el «Virreinato de Nueva Granada», nombres todos que dicen mucho de la españolidad de aquellas lejanas tierras.
 Los reyes de España, empezando por Fernando e Isabel, prohibieron a Colón y a los que le siguieron hacer esclavos a los indios. Cuando se consumó la conquista y se estableció una nueva raza india y mestiza, tanto indios como mestizos estaban profundamente orgullosos de su origen español. Contra todo lo dicho por la leyenda negra, elaborada por interesados historiadores anglosajones y franceses y débilmente basada en las obras de Las Casas y de Bernal Díaz del Castillo, el indio fue liberado por los conquistadores de la esclavitud y del trato mucho más inhumano y cruel que le proporcionaban sus propios caciques.
Entre las mentiras históricas que se nos han transmitido, está la de que las raíces de la rebelión eran antiguas en América y que comenzaron en el siglo XVIII, bajo el reinado de Carlos III.
Igualmente algunos autores aseguran que, dado que los Estados Unidos lograron separarse de Inglaterra (1775-1783), la independencia de la América Española era inevitable. Esta afirmación constituye una de las mayores falacias históricas que conozco y, aunque no podemos rebatirla aquí y ahora in extenso, si quiero decir dos cosas:
a) Las Trece Colonias norteamericanas SÍ ERAN COLONIAS y no parte integrante de Inglaterra. (nunca hubo mestizaje anglo indio en las colonias. Y a mayor abundamiento, ya independientes los EE. UU. masacraron literalmente a los indios en una guerra en la que los yankees iban con carabinas automáticas y con cañones contra arcos y flechas).
b) La situación de los habitantes de las Trece Colonias era muy distinta de la de los españoles americanos. Sus antecedentes también distintos. Recuérdese que los ingleses que emigraron a América, huían de la persecución religiosa en Inglaterra.
c) El episodio del Mayflower y el éxodo de los perseguidos puritanos, constituye por si solo una prueba irrefutable de la situación inglesa y de los motivos que tuvieron aquellas gentes para huir de la metrópoli e ir a establecerse en América.
También se han buscado por otros autores antecedentes ilustrados. Así se dice que Aranda propugnó una reforma del Imperio, estableciendo en los distintos virreinatos y territorios nuevas monarquías federadas con España y al frente de las cuales estarían Príncipes españoles pero al parecer, según A. R. Wright, el famoso memorial de Aranda es, más que discutible, apócrifo.
De cualquier forma y dado el poco rigor histórico del que muchos autores hacen gala para justificar la pérdida del imperio español, puede rearguírseles la famosa sentencia de Theodor Momsem: «Quien quiere buscar raíces antiguas, en cualquier caso histórico, las encuentra siempre con poco esfuerzo. Por ejemplo: el que pretenda buscar antecedentes remotos a la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C, puede buscarlas (inventándolas) en los asesinatos de Julio César y Cicerón en el siglo I a.C.{5}
Existía, latente en América, como también en diversas provincias de la propia España, un cierto descontento, más que antiespañol, antidependiente, pero no por razones políticas sino puramente económicas y mercantiles, contrarias al monopolio comercial que tenía la Península en América. Sobre todo eran los criollos ricos quienes ansiaban comerciar libremente con Inglaterra, Francia, Holanda, etc. etc. sin pasar por la Hacienda Española, pero nunca durante todo el siglo XVIII se formó un partido que odiara tanto a España, como el criollista del siglo XIX, partido a quien podemos tachar con razón de contrabandista, pues el comercio ilegal con Gran Bretaña y con otras potencias, se hacía con frecuencia y, a veces, con la inhibición y el desinterés o corrupción de los gobiernos locales del Imperio.
Existe al respecto una carta (24 de Febrero de 1782) de los miembros de la sociedad criolla, dirigida al prócer criollo Francisco de Miranda para que les ayudara a sacudirse el yugo español. Dicha carta es igualmente falsa, fue escrita por el propio Miranda (masón), según asegura el hispanista Alfredo Boultan, para exhibirla en Londres, donde acudió como paladín de los criollos minoritarios en demanda de ayuda para independizarse y con nulo apoyo del resto de la población venezolana.
La infiltración masónica en el Ejército fue la última causa de la pérdida del imperio. Como ya hemos dicho, eran numerosos los oficiales que, al igual que Riego, pertenecían a las logias de obediencias inglesa y francesa, y la manida y escasamente rigurosa afirmación de que los barcos comprados a Rusia para embarcar al Ejército eran inservibles, es difícilmente sostenible. Cobardía, traición y masonismo. Ésa es la verdad que hoy se nos oculta. A quién o a quienes interesa mantener esta mentira histórica, es cosa que no corresponde aclarar hoy aquí, pero habida cuenta de cómo se desarrollaron los acontecimientos en la España de fines del XIX y, sobre todo, del primer tercio de XX, dejo a la audiencia que saque las deducciones oportunas.
Pero para quienes insisten en ignorar la definitiva influencia masónica en la independencia americana , tanto al comienzo (1808), como en el decisivo 1820, sepan que desde la Guerra de la Independencia se fueron estableciendo logias en cada unidad militar y se había creado un ambiente claramente opuesto a la intervención en América, para lo que sirvieron como pretexto a sus fines ocultos, estos tres argumentos: uno el mal estado de los barcos, otro, las crueldades de los nativos y criollos para con los combatientes realistas y, el mejor manipulado de los tres, que era la vuelta al régimen constitucional instaurado por las Cortes de Cádiz, con el que se enmascaraban los verdaderos motivos de la rebelión de Cabezas de San Juan.
Riego, dirigió a estas tropas su proclama en tal sentido, pues literalmente, les decía el 1 de enero de 1820 que:
«Mirando por el bien de la Patria y de las tropas he decidido tomar las armas para impedir que se verifique el embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados.»
Presentaba así, torticeramente, los objetivos del golpe en este curioso y parcial orden, azuzando el descontento de la tropa, ya de por si renuente a la aventura americana, haciendo otras manifestaciones como la siguiente:
«Los militares del ejército expedicionario deben estar convencidos de los peligros que corren si se embarcan en buques medio podridos, aún no desapestados, con víveres corrompidos, sin más esperanzas para los pocos que lleguen a América que morir víctimas del clima, aún cuando resultaran vencedores en la guerra.»
Abundaba además, en éste aspecto negativo, la creencia de que las condiciones insalubres de América acabarían con los que se libraran de la matanza india.
Riego ni por un momento pensó en partir hacia América y, para justificar su cobardía y su traición, a la vez que obedecía órdenes de las logias, fundamentó su rebelión invocando la nueva puesta en vigencia de la Constitución de 1812, y diciendo que gracias a su reposición España sería nuevamente un país libre y que, en consecuencia, nada teníamos que hacer en América, ya que al recibirse allí la noticia de la nueva puesta en vigor de la Constitución de Cádiz, los americanos volverían de su propia voluntad a la obediencia de España.
Los soldados del Ejército expedicionario destinados a América, enardecidos por la arenga de Riego, anunciándoles que se abortaba la expedición, pasaron la noche bailando la «muñeira» por no tener que partir hacia América, influidos por la masonería que había hecho correr la mentira de que los indios, exasperados con el dominio español, los iban a asesinar sin piedad, de manera cruel y bárbara, lo que era una burda mentira, ya que los indios y los mestizos era todos pro-españoles.
En cuanto al los barcos rusos de los que se dijo que estaban podridos y no podían navegar, vinieron hasta Lisboa y Cádiz desde el norte de Rusia, navegando por mares mucho más revueltos y peligrosos que el Atlántico, por tanto, aunque viejos y poco resistentes, podrían haber sido carenados y restaurados mínimamente y navegar hasta América. Colón, con sus tres carabelas, fue allá con barcos de mucha menor seguridad y le sirvieron para descubrir un continente.
Por lo que atañe a la moderna teoría de que la masonería no influyó para nada en la Independencia Americana, como sostiene Ferrer Benimelli, nos remitimos la obra de José María García León quien en una interesante monografía, titulada La Masonería Gaditana, confirma el hecho de que numerosos agentes americanos, en connivencia con los masones y por obvios intereses económicos, prestaron gran ayuda y colaboraron con el movimiento subversivo. De dicha obra entresacamos los siguientes párrafos:
«Lo cierto es que por dichos años residía en Cádiz un potentado comerciante bonaerense, Andrés Argibel, quien partidario de la independencia de la provincia del Río de la Plata, logró establecer contactos con el conde de La Bisbal. En relación con la fingida sorpresa que se llevó el conde cuando los sucesos del Palmar del Puerto, fueron detenidos y desterrados de Cádiz, dos americanos, acusados de actividades conspiratorias relacionadas con el movimiento independentista. Posteriormente por medio de una orden judicial fue registrada la casa de un rico comerciante peruano, Nicolás Achaval, a fin de aclararse una importante suma de dinero que este había recibido procedente de Gibraltar […] Después se supo que con ocasión del pronunciamiento de Riego, tanto Argibel como Lezica, contribuyeron al mismo con mil pares de zapatos y doce mil duros, hecho que puso muy al descubierto la protección de los americanos al alzamiento de las tropas […] En una línea muy parecida se expresan otros historiadores hispanoamericanos. Así Santiago Arcos apunta que un verdadero pánico se apoderó de la ciudad de Buenos Aires cuando se supo que una fuerza expedicionaria se estaba preparando para salir de España. Si bien este temor quedó apaciguado al saberse que Puyrredón había enviado una considerable cantidad de dinero a los masones españoles. También Léon Suárez viene a confirmar la vital actuación de Puyrredón resaltando su audacia e inteligencia al realizar una activa propaganda para evitar un embarque que les podía resultar funesto. Añade que tanto Argibel como Lezica, desde Cádiz, se movieron clandestinamente con mucha eficacia, dando sin límite alguno cuánto dinero estimaron conveniente.» (Op. cit. pp. 6 y 7).
Los intereses de Inglaterra, de Francia y de Holanda y los intereses de los criollos, que no de los mestizos ni de los indios, fueron el detonante y la causa final de la secesión, que aunque solo en cierta medida, como hemos visto, procedían ya de los tiempos de la ilustración, pero no tuvieron nunca hasta 1808 fuerza suficiente, ni en la opinión pública americana, ni en su propia robustez, hasta que la Guerra de la Independencia nos acabó por sumir en la miseria y en la impotencia, porque nuestro Imperio en América fue como el romano, integrador y asimilador de razas y culturas y fue precisamente la debilidad española (como la de nuestra madre Roma) la que consumó la ascensión al poder en América de los mal llamados «libertadores», vuyo verdadero calificativo sería el de traidores, sin paliativos ni eufemismos.
Es curioso examinar el contraste de las reacciones generales contra la secesión de los estados españoles y las de la guerra del norte contra el sur de los Estados Unidos, cuyas consecuencias duran también hasta la actualidad. Sin embargo la secesión de los estados sudistas se considera ilegítima, en tanto que se considera legítima la de los virreinatos españoles en América.
HIPOCRESIA INTERNACIONAL, muy bien vendida por Hollywood. En dicha Guerra de Secesión americana, los héroes son Lincoln, Grant, Sheridan, Custer y todos los generales del Norte, en tanto que los villanos son Jefferson Davies y Robert E. Lee. A los primeros se les glorifica y a los segundos se les denigra, se les llamó rebeldes y aún a día de hoy la opinión general está con el Norte.
Más aún: cuando Texas se separó de México, todos los participantes en la super glorificada gesta de El Álamo, (Houston, D. Crockett, etc.) fueron unos héroes, (1836). Sin embargo, cuando Texas se unió a los sureños en la Guerra Norte-Sur, (1861) Texas fue un estado rebelde y traidor. El negocio de Hollywood así nos lo ha dicho también cientos de veces, hasta hacérnoslo creer.
Hoy, incomprensiblemente para la dignidad nacional de España, ensalzamos y llamamos patriotas a los traidores como Bolívar, Riego, San Martín (militares españoles todos) O´Higgins, et& y nadie se acuerda de los verdaderos héroes de la lucha contra la secesión, como fueron los virreyes José de Abascal y José de la Serna que lucharon solamente con hombres, valientes, pero sin armamento suficiente ni recursos militares modernos para su tiempo, como cañones de retrocarga, fusiles, etc.
Mientras tanto, aquí nos aprestamos a elevar a los pedestales de las plazas públicas a los traidores y a festejar con grandes aspavientos la independencia de las que nunca fueron colonias, sino partes integrantes de España, contra la que se rebelaron con la ayuda de Inglaterra, Francia, Holanda y de los Estados Unidos. Y se separaron, quede claro, por meros intereses económicos y no por ningún motivo político ni, menos aún, patriótico.
Pero así se escribe la historia. Ahora, en los libros españoles, desde la escuela primaria hasta la universidad, se glorifica a Riego, que con su cobarde traición en Cabezas de San Juan ayudó decisivamente a San Martín y a Bolívar, repito machaconamente todos militares españoles, y los tres masones, como otros muchos más, y con ellos a cuantos se rebelaron contra España. Así consiguieron sus propósitos secesionistas; sin embargo, ahora, todos ellos son considerados entre nosotros unos héroes, cuando en realidad fueron simple y llanamente reos de alta traición.
Contrariamente, en América, desde los sectarios murales de Rivera, Orozco o Xiqueiros, hasta los libros de texto para los actuales escolares, Hernán Cortés, Alvarado, Pizarro, Valdivia y cuantos prosiguieron su aventura, hasta los últimos heroicos virreyes del Perú, Abascal y De la Serna, son etiquetados de usurpadores, de ladrones o, lo que es peor, de asesinos. Tampoco gozan allí, sobre todo en México, de mucha mejor fama los españoles que fueron como emigrantes a aquellas tierras y que contribuyeron con su trabajo al desarrollo y a la prosperidad de los ya estados independientes.
Esta prosperidad americana duró mientras los españoles fueron allí a «hacer las Américas», es decir, a trabajar. Y al enriquecerse ellos, crearon riqueza también para aquellos países. Esto duró hasta que las situaciones políticas de los Estados de la América Española fueron asumidas por tiranos de verdad y por dictadores corruptos, por oligarquías militaristas, por asesinos de incalificable crueldad, todos ellos, precisamente, hijos de aquellos países, que volvieron a sumirles en la miseria precolombina, miseria de la que aún disfrutan a día de hoy. Por eso ahora, en vez de emigrar los españoles a América, son los americanos los que emigran a España, donde encuentran el pedazo de pan que llevarse a la boca y que sus gobernantes les niegan. Y vienen aquí porque, a pesar del tiempo transcurrido, se sienten espiritual, lingüística, cultural y moralmente españoles, tal y como se sentían hace doscientos años.
CONCLUSIONES:
1º) La independencia de la América Española no fue espontánea, se tardó en consumar 20 años, porque se gestó en unas enormes guerras civiles dentro de aquellos inmensos territorios, donde las minorías criollas impusieron por las armas su criterio secesionista.
2º) Hubiera sido fácil desmontar las revoluciones criollas, enviando allá tropas y pertrechos, si España hubiera estado fuerte y en paz, y con una marina potente, como la que tenía antes de Trafalgar, y no con una guerra contra Napoleón primero, y traiciones como la de Riego, disputas y guerras intestinas después, que la arruinaron, la hicieron perder un millón de hombres y dejaron arrasada su industria incipiente, su agricultura y su economía.
3º) Cabe echar muchas culpas a los liberales españoles, los cuales tenían muy poco de demócratas, como lo prueban tanto sus continuas sublevaciones como la propia tan alabada Constitución gaditana, cuyos diputados fueron elegidos «a dedo», sobre todo los representantes americanos que se nombraron por sustitutos que vivían en Cádiz, sin que viniera un solo diputado de ultramar. Para mayor falta de legitimidad democrática, la Constitución de 1812 nunca fue sometida al referéndum de la Nación.
4º) La independencia de América no fue una cuestión política (mienten quienes así lo aseguran, historiadores incluidos) Fue una rebelión militar, nada democrática, regida por criterios económicos de minorías burguesas blancas y criollas, ricas y, por tanto, bien abastecidas de armas y materiales bélicos por Inglaterra, Francia, Holanda y, en último término, por los propios Estados Unidos, que así pagaron la ayuda que les prestó Gálvez, en tiempos de Carlos III. Poco podían hacer los virreyes leales con las tropas realistas (que eran una enorme mayoría) sin medios materiales para reprimir la sublevación. Quede claro, pues, que no fue con arreglos políticos como se consumó la secesión americana, sino con la fuerza militar, con el sometimiento y con la crueldad anti india. Los virreinatos, durante toda la época 1808-1825, estuvieron en una verdadera guerra civil. Hubiera sido necesario ayudar a las mayorías realistas, porque carecían de dinero, los ricos eran los criollos que negociaron la compra de material bélico a las potencias enemigas de España, en tanto que los realistas ni podían recibir ayuda de una España arrasada por la Guerra de la Independencia, ni tenían dinero para buscarla en otro lado.
5º) Los verdaderos ganadores de éstas guerras americanas, fueron los criollos ricos, con los ingleses, holandeses, franceses y los Estados Unidos, que aprovecharon las inmensas riquezas de aquel imperio para hacer fabulosos negocios (cosa que no hizo nunca España), al margen de la soberanía de la que ahora llaman hipócritamente Madre Patria, a la que traicionaron, prefiriendo a su grandeza sus mezquinos intereses.
Y cuando la Santa Alianza, al reponer a Fernando VII en el trono de España, quiso enviar tropas a América para reconquistar el Imperio Español, Los Estados Unidos, invocando la llamada «Doctrina de Monroe» (América para los americanos) amenazó a Europa con el reconocimiento de todos los sediciosos y con represalias políticas y comerciales.
6º) Inglaterra tiene bien ganado el título de «La Pérfida Albión», pues durante toda la Guerra americana jugó con dos barajas. En España luchando contra la Francia napoleónica y en el Atlántico alentando y ayudando bajo mano las aspiraciones de los criollos, para favorecer su comercio, al margen de la legalidad de su tratado de alianza con España.
7º) En definitiva: El imperio se rompió traumática y dolorosamente, solo quedaron en pié hasta 1898 Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas. La secesión de estos últimos territorios tiene otros condicionamientos, no en vano pasaron casi ochenta años desde los primeros pruritos independentistas. Pero también en el 98, como en el 08 la intervención de los Estados Unidos, igualmente por intereses comerciales, fue el apoyo necesario para despojarnos de los restos del Imperio.
Pero sí hemos de decir que el desgajamiento del Imperio partió de América hacia España. Fue algo así como la deslealtad de un hermano que se niega a auxiliar a otro hermano cuando éste más lo necesita. Y España necesitaba de América, tanto durante la Guerra de la Independencia, como, y sobre todo, después de ella pues no había medios suficientes para la recuperación económica tras el desastre bélico.
En cuanto a la legitimidad de la secesión de la América Continental primero, como de la Insular después, podemos decir sin empacho que fue la misma que ahora podría tener la independencia de Cataluña o del País Vasco, porque, al igual que estas provincias peninsulares, América era parte integrante de España. Su emancipación, mejor dicho su ruptura de vínculos con la Madre Patria, se produjo, quede claro, por meros y fuertes intereses económicos enmascarados por el patriotismo del que blasonaron los separatistas y que las mentiras interesadas de la Historia nos han hecho creer, porque ese tipo de patriotismo –precisamente ese– como dice el doctor Johnson, «es el último refugio de los canallas».
APÉNDICE:
Masones dirigentes de la revolución americana:
Baquijano, Rivadavia, O´Higgins, Belgrano, Miranda, Nariño, Bolívar, San Martín, Montufar, Rocafuerte, etc. (cit. Pedro Barroso González-Peral en Historia Contemporánea de España Coordinada por Javier Paredes pp.114-115)
Notas
{1} Madariaga, S. de (1980) Auge y Ocaso del Imperio Español en América.
{2} Aunque mucho se ha escrito por parte española sobre la genialidad estratégica del General Castaños, hoy parece que la victoria española se debió más a la escasa capacidad del General Dupont para enfrentar una situación que, en principio, le era favorable. Napoleón le destituyó con deshonor, afeándole su fracaso de Bailén y considerándole «un incapaz»
{3} Nombela, J. Impresiones y Recuerdos (1976 –reimpresión)
{4} Ortega y Gasset, J. (1977 ) El Espectador (meditaciones sobre los castillos)
{5} Momsem, T. (1930) «Historia del Imperio Romano»
http://www.nodulo.org/ec/2014/n152p10.htm