Presentación del libro: "Se levanta a la Faz de la tierra". Ultima obra del Historiador José Luis Muñoz Azpiri (H). Obra imprescindible en toda Biblioteca Argentina.
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sábado, 30 de abril de 2016
Andrés Rivera: EL FARMER (La Novela)
Por Fernando García Della Costa
El gusano se perdió en las verijas. El que escribió eso tiene motivo para saber que Fidel
llamaba “gusanos” a los que no le caían bien. Pero hay gusanos y gusanos.
Algunos viven de los despojos de los muertos. Generalmente escriben biografías
noveladas. Total, los interesados ya no se pueden quejar.
“El farmer” no alcanza a ser una biografía novelada. Es algo
así como la Imaginación de un gusano que entró por la calavera y se perdió en las
verijas. Es un gusano verijero. Más bien, escatológico.
Buen pasatiempo para una tarde de lluvia en un día sandwich.
Parece haberse entretenido escribiendo a la siesta pero le debe haber costado
muchos días pensarlo y escribirlo.
Le tenía mala voluntad al personaje.
Pero para escribir sobre él, tenía que esforzarse en
conocerlo.
Empacharse de Rosas y de los biógrafos de Rosas, desde aquel
Ramos Mejía que se enfrascó en la patología siquiátrica para pintarlo loco,
hasta Saldías, Gálvez, Ibarguren, Pepe Rosa, que lo fueron rescatando para la
historia y destruyendo el falso bárbaro que nos pintaba Sarmiento y el tirano
pervertido y sádico con que las maestras envenenaban inocentemente el
subconsciente de los chicos de primaria, que aunque después siguieran leyendo a
Marx, se seguían masturbando con las memorias de una princesa rusa trasladadas
a la pampa gaucha o a San Benito de Palermo.
¡Vaya a saber cuanto leyó, cuantos días, cuantas tardes, con
un gusto cada vez más amargo en la boca, como si regurgitara la acidez de un
mate mal cebado!
Al cabo se le iba metiendo en la cabeza el señor de las
pampas, entrándose en la sesera en un galope bruto, en medio del sueño, cuando
ya no quería ni pensar en él. ¡Pobre Rivera!
Su compromiso con el pasado marxista-leninista no le podía
perdonar esa debilidad.
El Rosas prototipo marxista de los terratenientes vendedores
de tasajo no merecía tanta dedicación. Cuando más, unas líneas, acercándolo al
boyardo ruso o al atamán de cosacos.
Pero nada más.
Y empezó a escribir a desgano.
Como quien escupe el mal regusto.
Le salió un libro chiquito.
Con tipografía “cuerpo 12” como para ciegos, no llegó a las
124 páginas en octava, de telegráfico e inmejorable estilo.
Para novela, corto.
Para cuento, largo.
Parece un breviario.
Es algo así como la penitencia solitaria de un ex-zurdo
flagelante.
Por todos lados, página por página, Rosas crece y desborda
su prejuicio de pequeño burgués.
Y el biografiado y novelado se lo compra al literato.
Le va ganando la boca con mano firme pero suave como a
bagual mal amansado.
Quiso gritar ¡muera Rosas! y le salió un ¡viva Rosas aunque
no me guste!
Quiso retratar un viejo Vizcacha y se le fue perfilando el
gaucho de los Cerrillos.
Por su origen y por su edad podría haberse enterado que a
otros ya les había pasado lo mismo.
No se miró en Juan B. Justo, cuando el honesto socialista se
encontró con un Rosas distinto del que le habían pintado sus maestros
liberales.
No se fijó, ahi no más, en el colorado Ramos, que después
acabo plagiando media biblioteca rosista, cuando se dio cuenta que el
liberalismo echa a perder hasta a un marxista.
El aburguesamiento intelectual le juega una mala pasada.
¿Cómo hacer para bajarlo del caballo al gaucho magnífico que
se le iba escapando de las manos al literato de moda?
Adosarle un culebrón de telenovela de tierras calientes.
Describir imaginarias calenturas que nunca salieron de sus
labios.
Deslumbrarlo frente a la literatura de Shakespeare, como si
fuera el paisano inventado por Ascasubi, expectador del “Fausto” incapaz de
advertir que la función del Colón era una pura ficción”porque el criollismo de
la oligarquía nunca superó el costumbrismo pintoresco y presumido que hace del
gaucho un palurdo campesino sin inteligencia.
Cae en la ingenuidad de creer que enredándolo a Rosas en
imaginarias desviaciones, oscuros incestos, infidelidades y fornicaciones lo va
a llenar de oprobio.
Ese trabajo sucio ya lo cumplieron los grupos de tareas de
los literatos cursillones de la Nueva Troya montevideana y los pedagogos
masones divulgadores de fantásticas historietas de alcoba.
Ya pasó la figura de Rosas por todo eso y nada.
Tiene que regalarles el oído a sus antiguos compañeros y
presenta a Rosas, haciéndoles un autoelogio que conmovería a Ghioldi y
Codovilla: “No hay en el mundo enemigo más esforzado de las asociaciones
clandestinas (Rivera no se anima a decir masonería) de la anarquía y del
comunismo que el general Rosas
Y cierra el libreto con un patético y conmovedor:
¡Patria no te olvides de mí!
Y hasta en eso llega tarde. La Patria no sólo no lo olvidó.
Le rindió los honores que reclamó en su testamento, por los sevicios prestados,
como condición para que sus restos descansaran en nuestra tierra, su tierra.,
Y se le rindieron.
Rivera podía haberse ahorrado su culebrón.
El farmer ya está entre nosotros.
Guillermo Brown y su Familia
Por el Prof. Jbismarck
Guillermo Brown nació en junio de 1777 en
Foxford, un pueblo al noroeste de Irlanda. La persecución religiosa contra los
católicos, el hambre y la pobreza lo llevaron con su padre al destierro, con la
ilusión de que su madre y sus hermanos viajaran después. Pero al tiempo de
llegar a Filadelfia, en 1787, su padre murió de fiebre amarilla. No existen referencias a la madre de Guillermo
Brown en sus biografías, ni siquiera alguna hecha por él mismo cuando narró su
vida, ya en la madurez. Debió entonces
el adolescente Brown, embarcar de grumete un buque mercante yanqui, iniciando
así su carrera naval. Se casó el 29 de julio de 1809 en la Parroquia de la
Iglesia Anglicana de Saint George in the East, condado de Middlesex, Londres,
ubicada en las actuales Cannon St. Road y Cable St., con Elizabeth Chitty, ella
cumplía los 22 años. Elizabeth era hija, nieta y hermana de marinos, por lo que
no extraña que se casara con un hombre de mar. Si bien Elizabeth pertenecía a
una tradicional familia inglesa sus recursos económicos no eran muchos. Debido a que Elizabeth era protestante y
Guillermo católico, llegaron a un acuerdo por el cual las hijas que tuvieran
serían educadas en la religión de la madre y los varones en la del padre. Tuvo tres hijos: Guillermo, Ignacio
Estanislao y Eduardo y dos hijas, Eliza y Martina. Ese año, desembarcó en Montevideo a bordo de
la fragata Belmond. "Al llegar al Río de la Plata Guillermo Brown se
comprometió en cuerpo y alma con el proceso de emancipación. Desde el primer
momento fue un gran patriota". Tanto es así que en 1814 un decreto del
director Gervasio Posadas lo nombró responsable de la Escuadra. "Ante la
falta de marinos, los hombres de Mayo se enteraron de la experiencia de
Guillermo Brown y le ofrecieron la dirección de la escuálida escuadra de Buenos
Aires", agrega el historiador. En
tres meses, liberó Martín García y Montevideo, y terminó con la presencia
española en el Río de la Plata. Un año más tarde inició una campaña de corso
por las costas americanas del Pacífico y, en 1822, regresó a sus tareas de
agricultura en "la kinta" -así llamaba a su casa-, sus actividades
comerciales y la vida en familia. "Pero
fue durante la guerra con el Brasil, en 1826, cuando el prestigio del almirante
llegó a su esplendor. Enfrentaba con unos pocos barcos a la escuadra más grande
de Sudamérica", dice el historiador Miguel Angel de Marco. "Las naves
brasileñas terminaron por retirarse, en tanto Brown era objeto del entusiasmo y
de la admiración del vecindario", completa. Por cinco meses, se hizo cargo del gobierno de
Buenos Aires (1828-1829). "Hasta ese momento no se metía en disputas
políticas. Pero cuando Lavalle hizo el golpe contra Dorrego, Brown lo apoyó. Su
alto prestigio militar hizo que muchos opositores a Lavalle no se rebelaran,
hasta que Dorrego fue asesinado, en contra de la voluntad de Brown,
desencadenando la guerra civil", expone el historiador Gabriel Di Meglio.
En oportunidad de casarse Elizabeth Chitty con Guillermo Brown, el futuro almirante le regala un anillo que debía ser heredado por las mujeres de la familia. Era un hermoso anillo de compromiso de oro blanco con un importante diamante en forma de corazón, secundado por otros dos diamantes más pequeños a los lados. Este anillo respondía a la moda de la época. A principios del siglo XIX, cuando una mujer se casaba, recibía de su prometido un anillo. Eran muy apreciados aquellos que simbolizaban el amor, como los corazones, las coronas o las flores, tradición que se había iniciado en el siglo XVIII, entre las familias de abolengo. Elizabeth usó el anillo por 59 años, hasta 1868 año en que falleció. Siendo Elizabeth protestante, fue sepultada en el cementerio de los Disidentes, que estaba ubicado Suipacha y Juncal, frente a la Iglesia del Socorro. Luego de una mudanza sus huesos nunca pudieron ser hallados. Hoy, en la plaza Primero de Mayo, una placa de bronce recuerda “a la virtuosa compañera de nuestro máximo prócer naval, cuyos restos hoy perdidos reposan en este solar”. Dado que Elisa había fallecido en un drama de amor la fatalidad hizo que el anillo de su madre lo heredara su hermana menor Martina García Brown, luego pasó a su sobrina Corina Brown de Caravia, después a Corina Brown de Morel. Hoy el anillo lo tiene en custodia María Cristina Brown, hija de la bisnieta en primer grado del Almirante Guillermo Brown, quien lo uso sólo una vez en su vida.
En oportunidad de casarse Elizabeth Chitty con Guillermo Brown, el futuro almirante le regala un anillo que debía ser heredado por las mujeres de la familia. Era un hermoso anillo de compromiso de oro blanco con un importante diamante en forma de corazón, secundado por otros dos diamantes más pequeños a los lados. Este anillo respondía a la moda de la época. A principios del siglo XIX, cuando una mujer se casaba, recibía de su prometido un anillo. Eran muy apreciados aquellos que simbolizaban el amor, como los corazones, las coronas o las flores, tradición que se había iniciado en el siglo XVIII, entre las familias de abolengo. Elizabeth usó el anillo por 59 años, hasta 1868 año en que falleció. Siendo Elizabeth protestante, fue sepultada en el cementerio de los Disidentes, que estaba ubicado Suipacha y Juncal, frente a la Iglesia del Socorro. Luego de una mudanza sus huesos nunca pudieron ser hallados. Hoy, en la plaza Primero de Mayo, una placa de bronce recuerda “a la virtuosa compañera de nuestro máximo prócer naval, cuyos restos hoy perdidos reposan en este solar”. Dado que Elisa había fallecido en un drama de amor la fatalidad hizo que el anillo de su madre lo heredara su hermana menor Martina García Brown, luego pasó a su sobrina Corina Brown de Caravia, después a Corina Brown de Morel. Hoy el anillo lo tiene en custodia María Cristina Brown, hija de la bisnieta en primer grado del Almirante Guillermo Brown, quien lo uso sólo una vez en su vida.
miércoles, 20 de abril de 2016
La historia no se puede cambiar...
Si había sanción no se podría estudiar más Historia.
La Cámara Civil rechazó un amparo impulsado por los nietos del ex ministro de Economía de la última dictadura militar, José Alfredo Martínez de Hoz, contra un documental que involucra a un miembro de su familia en la usurpación ilegítima de territorios pertenecientes a los pueblos originarios en el siglo XIX.
Por: Diario Judicial
La Sala “M” de la Cámara Civil confirmó el pronunciamiento apelado en cuanto desestimó las excepciones de falta de legitimación opuestas y rechazó la demanda promovida por los nietos del ex ministro de Economía de la última dictadura-militar, José Alfredo Martínez de Hoz, contra el documental Awka-Liwen (2010).
En los autos “Martínez de Hoz, J. y otro c/ M. F. y otros s/Amparo”, los actores afirmaron que “en la película falsamente, se endilga a su familia el haber usurpado ilegítimamente territorios pertenecientes a los pueblos originarios, como consecuencia de haber financiado la llamada campaña del desierto a través de la suscripción de un bono público emitido por el Gobierno Nacional bajo la ley 947 del 5 de octubre de 1878, que fue reglamentado el 17 de octubre de ese año”.
Expresaron que estas afirmaciones resultan “objetiva e intrínsecamente falsas” y, en consecuencia, solicitaron su “supresión pues hieren, agravian injusta e ilegítimamente sus sentimientos”.
Asimismo alegaron que en “la película se atribuye a la figura de José Alfredo Martínez de Hoz (padre) una serie de imágenes que no pertenecen a ningún miembro de su familia y su inclusión en el largometraje tiene por único objeto parodiar, desprestigiar y mortificar a la familia Martínez de Hoz”.
En este marco, el Tribunal explicó que los actores sostienen que “ciertas afirmaciones que consideran falsas y lesivas de su honor, proferidas en relación a sus ascendientes se proyectan a través del vínculo familiar hasta alcanzarlos personalmente -más allá de lo lejano del parentesco invocado-, de manera que la cuestión adquiere una cierta actualidad suficiente, (…) para reconocerles legitimación para promover esta acción”.
Respecto al pedido, los jueces consignaron que “los actores pretenden la supresión y modificación de ciertos fragmentos de la película realizada por los demandados, el caso compromete el ejercicio de facultades cuyo ejercicio tutela de manera expresa nuestra Constitución Nacional”.
“Según los accionantes la mayoría de las fuentes confirman su versión y los demandados se basan tan solo en la posición de unos pocos historiadores. En cualquier caso, las aseveraciones volcadas en la película no constituyen una cuestión novedosa sino que fueron extraídas de otras obras, incluso de un libro editado hace 45 años”, indicó el fallo.
Por ello, los magistrados entendieron que “no parece razonable que sea este Tribunal quien dirima aquí y ahora, una contienda de esa naturaleza respecto de hechos acontecidos hace alrededor de ciento cincuenta años”, y concluyeron: “La pretensión de los accionantes implica el cercenamiento de derechos tutelados por nuestra Constitución Nacional y por la Convención Americana de Derechos Humanos con el máximo alcance que se desprende de la doctrina y jurisprudencia citados”.
lunes, 18 de abril de 2016
"El General Eduardo Lonardi y la Revolución Libertadora", de Julio Horacio Rubé
El autor es un reconocido historiador que ha actuado tanto en la
investigación como en la docencia. En mi opinión, su libro sobre el Plan
de Pacificación del General Lonardi en el derrocamiento de Perón entra
en el género de lo que puede llamarse el personaje y su tiempo, al
analizarse la interacción entre un hombre y la época en la que actúa.
Si bien la historia es inagotable en cuanto a que siempre pueden surgir
nuevos elementos para reinterpretarla o conocerla mejor -razón por la
cual nunca puede decirse que una obra agotó un tema-, sí puede afirmarse
que este libro de Rubé es lo más completo que se ha escrito sobre esta
temática.
Habiendo realizado una minuciosa tarea de investigación, no sólo
revisando todo lo escrito y publicado sino también tomando numerosos
testimonios de sus protagonistas o familiares directos, se ha logrado un
libro muy completo y fundamentado, sin que por ello pierda amenidad el
relato, que lo hace accesible al lector común interesado por la historia
de divulgación.
Hay pasajes muy interesantes como en el primer capítulo, en el cual
relata el incidente que en los años treinta involucra a Perón y Lonardi
en la Agregaduría Militar en Chile, donde el segundo es expulsado al ser
descubierto en una operación de espionaje que había iniciado el
primero. Para algunos este fue el origen del enfrentamiento entre ambos,
que después potencia y proyecta la diferencia política que los alcanza
en los años cuarenta.
El libro muestra como Lonardi, un hombre ideológicamente afín a lo que
suele denominarse nacionalismo católico, asume una posición crítica y
rápidamente opositora al peronismo desde sus inicios, cuando todavía
esta corriente político-ideológica tenía un apoyo mayoritario, y se
intensifica con la ruptura de Perón con la Iglesia en 1954 (llegará a su
máximo nivel el año siguiente, con la quema de las Iglesias en la
ciudad de Buenos Aires).
Tras detallar el rol de Lonardi en la conducción del movimiento
revolucionario que derroca a Perón en septiembre de 1955, el autor se
centra en el núcleo de su trabajo, el llamado Plan de Pacificación
con el cual Lonardi pensaba restablecer la paz interior y la concordia
política, integrando al peronismo y los sindicatos que habían sido el
sustento más importante de Perón.
El autor muestra cómo esta idea política central no es una improvisación
frente a las circunstancias, sino una idea política meditada y madurada
por Lonardi. Los dos meses que dura su breve gobierno de facto lo
muestran moviéndose con un objetivo político claro en este sentido.
Rubé, con acierto y precisión de historiador, logra recrear la época y
sus fuertes conflictos y odios políticos, sin lo cual resulta
incomprensible entender en su verdadera dimensión los fenómenos
políticos del pasado.
En mi opinión, quizás el error de Lonardi fue no advertir que su altura
moral no era la del común y, en consecuencia, no pudo entender los
resentimientos, egoísmos, rencores y pequeñeces de los seres humanos,
que la política y el poder suelen potenciar y no atenuar.
Pienso que el plan de Lonardi tenía fuertes puntos de contacto con el de
Urquiza un siglo antes. Pero éste, mejor conocedor de la esencia del
alma humana, supo conducirse con más habilidad y, tras generar sanciones
muy circunscriptas sobre miembros del régimen rosista, incorpora a sus
personajes y estructuras más relevantes y plasma en el Acuerdo de San
Nicolás, la conciliación con los gobernadores de Rosas que al año
siguiente permite la sanción de la Constitución Nacional.
Con gran equilibrio, Rubé explica las diferentes corrientes internas que
existen en esos momentos en el movimiento revolucionario, del cual,
como precisa, el General Aramburu -que sucede a Lonardi en la
Presidencia a consecuencia de una suerte de golpe dentro del régimen de
facto- no era la vertiente más extrema.
La lectura de este libro permite comprender que las corrientes dentro de
las Fuerzas Armadas en realidad eran tres: la de Lonardi, que proponía
integrar al peronismo; la de Aramburu, que quería hacerlo en forma
limitada y condicionada a través de lo que después fueron expresiones
neoperonistas; y la sustentada por la Marina, que proponía excluir al
peronismo de toda expresión y participación política.
Como sucedió en otros acontecimientos político-militares de la época, la
división dentro del Ejército termina haciendo que finalmente se imponga
en las elecciones de 1958 el proyecto de la Marina, que actúa como una
Fuerza cohesionada.
Rubé reconoce que en realidad Aramburu termina encarnando, entre 1968 y
1970, el proyecto original de Lonardi cuando emprende negociaciones con
el peronismo, que llegan incluso más allá del Plan de Pacificación de su
predecesor al incluir el diálogo con el propio Perón, que en trece años
ha pasado de ser un líder exilado sin capacidad de conducción efectiva a
transformarse en la figura política más importante.
Se trata de un libro de historia, pero que induce un mensaje hacia el
presente, al mostrar cómo desechar los caminos de pacificación, optando
por los del conflicto, no conducen al país hacia el mejor de los futuros
posibles.
martes, 12 de abril de 2016
UNA AFRENTA A JUAN MANUEL DE ROSAS
Pacho O´Donnell
Hay un proyecto en la Legislatura capitalina de
modificar el nombre de Juan Manuel de Rosas impuesto a una estación de subtes
por el de “Juan Manuel de Rosas/ Villa Urquiza”. Se trata, claro está, de una
afrenta a la memoria del Restaurador. Una más. Como si el paso de más de un
siglo y medio de nuestra historia no hubiera sido suficiente para paliar el
odio contra quien propuso una organización nacional antagónica a la liberal
finalmente triunfante por las armas.
Lo que no puede discutírsele a Rosas es que él fue el formador del
estado argentino. Tanto fue así que es durante su gobierno que comienza a
hablarse de “República Argentina”. Y estos procesos históricos, a nivel
mundial, han sido inevitablemente violentos y crueles. Para crear estado
(“state-making”) siempre y en todas partes fue necesario arrasar con la
autonomía de entidades feudales, de ciudades, de órdenes religiosas o,
simplemente, de otras organizaciones políticas de base territorial que
perdieron guerras con los “centros” que acabaron por imponer su dominio
integrador en unidades mayores.
Los Estados Unidos de Norteamérica solo logrará
su constitución como estado luego de la sangrienta Guerra Civil.
Durante su gobierno las elites europeizadas
del puerto, en parte emigrados a la Banda
Oriental , no toleraban que a raíz del bloqueo de la armada
francesa a Buenos Aires en 1838 estuviera en guerra nada menos que contra “su”
Francia y que las calles porteñas ya no fueran testigo de sus paseos y de sus
apasionadas discusiones sino que ahora las transitaban los plebeyos, los
bárbaros mal entrazados, de apellidos sin relieve ni historia, de barbas
desprolijas y vestimentas no “a la page”.
Unitarios y
“cismáticos” llevaron su oposición a
Rosas hasta extremos inconcebibles: “Los que cometieron aquel delito de leso
americanismo” –confesará años después uno de ellos, con su habitual franqueza,
Domingo Sarmiento-, “los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la
civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del
Plata fueron los jóvenes; en una palabra, ¡fuimos nosotros!”. Está claro: de lo
que se trataba era de salvar, en Argentina, “la civilización europea” y no la soberanía nacional.
Nuestra
historia oficial nunca logró digerir la cláusula tercera del testamento del
general don José de San Martín: “El sable que me ha acompañado en toda la
guerra de la independencia de la
América del Sur le será entregado al general de la república
Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como
argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las
injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Es que San Martín, como militar de
alma que era, aborrecía el desorden y la indisciplina. Estaba seguro de que la
anarquía en que se había sumido su patria terminaría por derrumbarla y hacer
fracasar la lucha por su independencia, en la que él había invertido tantos
esfuerzos y sacrificios. Una de las últimas cartas que escribe el Libertador tres
meses antes de su muerte, con letra dificultosa, fue justamente a Juan Manuel
de Rosas: “(...) como argentino me llena de un verdadero orgullo, el ver la
prosperidad, la paz interior, el orden y el honor establecido en nuestra
querida Patria, y todos estos progresos
efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se
habrán hallado”.
Es ese el catecismo que siguen recitando quienes se niegan a
aceptar que, con sus claroscuros, Rosas es una figura fundamental en nuestra
historia y por lo tanto merece el debate y no la denostación.
Luego de rechazar la invasión de las armadas de las mayores potencias
de su época, Gran Bretaña y Francia, Rosas
tenía en 1848 una preocupación y una obsesión: el expansionismo del imperio del
Brasil, por cuya hostilidad habíamos perdido el Paraguay y el Uruguay. Tampoco olvidaba su colaboración con los
invasores europeos, que fuera enfatizada por el primer ministro británico Peel
cuando confesó que “en 1844 el gobierno brasilero pidió un esfuerzo por parte
de Inglaterra y de Francia para intervenir”.
Pero entonces,
insólitamente, se producirá la defección del jefe del ejército argentino, Justo
José de Urquiza, quien buscará una alianza con el país en beligerancia con su
patria. Nuestra
historia oficial argumentará que el entrerriano lo hizo para defenestrar al tirano
y dictar una constitución y que ello justificaba cualquier pacto con el diablo.
Sin embargo uno de sus secretarios privados, Nicanor Molinas, lo explicará años
después y sin ánimo de crítica, por móviles económicos: “Al pronunciamiento se
fue porque Rosas no permitía el comercio del oro por Entre Ríos”. También el
brasileño Duarte da Ponte Ribeiro, delegado ante la Confederación ,
escribe en el mismo sentido a su primer Ministro Paulino el 23 de octubre de
1850: “Urquiza no solamente es el gobernador (de Entre Ríos) sino también el
primer negociante de su provincia y las negativas de Rosas lo perjudicaban
enormemente como negociante”.
En los fogones de la pampa
bonaerense se cantaría:
“¡Al arma, argentinos,
cartucho al cañón!
Que el Brasil regenta
la negra traición.
Por la callejuela,
Por el callejón, que a
Urquiza compraron
por un patacón.
¡El sable a la mano
al brazo el fusil,
sangre quiere Urquiza,
balas el Brasil!”.
Es, insólitamente, el nombre
de quien lo traicionara y lo venciera el que se desea unir al del Restaurador
en la estación de subte. El mismo criterio estúpido y vengativo que erigió la
estatua de Juan Lavalle en el solar de la familia Dorrego.
viernes, 8 de abril de 2016
9 DE JUNIO DE 1956, DÍA DE LA RESISTENCIA PERONISTA
Por
Roberto BARDINI
En la noche del sábado 9 de junio de 1956, a nueve meses del derrocamiento del presidente constitucional Juan Domingo Perón por la autodenominada "Revolución Libertadora", militares y civiles peronistas intentan recuperar el poder por las armas. Los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, junto con el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno, encabezan una dispersa rebelión cívico-militar que tiene sus focos aislados en Buenos Aires, La Plata y Santa Rosa, capital de La Pampa.
El intento es abortado en unas cuantas horas y concluye en un baño de sangre. No se conoce el número exacto de rebeldes que participan del levantamiento. Se ha especulado que, como máximo, son quinientos hombres; es posible que no llegaran a los 200. Sí se sabe que les falta coordinación, actúan en forma dividida en las tres ciudades y carecen de armas pesadas. También se sabe que sus planes han sido descubiertos desde semanas antes por el servicio de inteligencia militar, están infiltrados y, en síntesis, no tienen ninguna posibilidad de triunfar. El régimen de la Revolución Libertadora, sin embargo, los deja actuar para poder aplicarles una medida "ejemplificadora". El domingo 10 de junio, a menos de veinticuatro horas del levantamiento peronista y cuando ya no existen focos de resistencia, el gobierno de facto encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas lanza el decreto Nº 10.364, que impone la ley marcial. La pena de muerte debía hacerse efectiva a partir de entonces. Sin embargo, se aplica reatroactivamente a quienes se habían sublevado el sábado 9 y ya se han rendido y están prisioneros.
El artículo 18 de la Constitución Nacional vigente hasta ese momento aseguraba: "Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos". No obstante, con una velocidad sorprendente el régimen de la Revolución Libertadora ordena que en menos de 72 horas se efectúen 28 fusilamientos de militares y civiles en seis lugares distintos. Los pelotones de ejecución gastan más cartuchos que los que alcanzaron a disparar los rebeldes condenados.
Valle se hallaba oculto en el barrio de San Telmo. El general podría haberse asilado en una embajada pero al atardecer del 12 de junio decide entregarse para poner fin a la matanza. A pesar de que ha encabezado el levantamiento antes de la instauración de la pena de muerte, lo fusilan a las diez de la noche. Aramburu, un católico a ultranza, no tuvo la más mínima piedad cristiana con sus camaradas de armas alzados. Se dice que lloró al firmar -junto a Rojas y otros tres militares de alta graduación- la pena de muerte de Valle, quien había sido su compañero en el Colegio Militar. No obstante, cuando la desesperada esposa del oficial condenado a morir fue a la residencia de Olivos a suplicarle que lo perdonara, le informaron que el presidente de facto no la podía recibir porque se encontraba descansando.
En la noche del sábado 9 de junio de 1956, a nueve meses del derrocamiento del presidente constitucional Juan Domingo Perón por la autodenominada "Revolución Libertadora", militares y civiles peronistas intentan recuperar el poder por las armas. Los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, junto con el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno, encabezan una dispersa rebelión cívico-militar que tiene sus focos aislados en Buenos Aires, La Plata y Santa Rosa, capital de La Pampa.
El intento es abortado en unas cuantas horas y concluye en un baño de sangre. No se conoce el número exacto de rebeldes que participan del levantamiento. Se ha especulado que, como máximo, son quinientos hombres; es posible que no llegaran a los 200. Sí se sabe que les falta coordinación, actúan en forma dividida en las tres ciudades y carecen de armas pesadas. También se sabe que sus planes han sido descubiertos desde semanas antes por el servicio de inteligencia militar, están infiltrados y, en síntesis, no tienen ninguna posibilidad de triunfar. El régimen de la Revolución Libertadora, sin embargo, los deja actuar para poder aplicarles una medida "ejemplificadora". El domingo 10 de junio, a menos de veinticuatro horas del levantamiento peronista y cuando ya no existen focos de resistencia, el gobierno de facto encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas lanza el decreto Nº 10.364, que impone la ley marcial. La pena de muerte debía hacerse efectiva a partir de entonces. Sin embargo, se aplica reatroactivamente a quienes se habían sublevado el sábado 9 y ya se han rendido y están prisioneros.
El artículo 18 de la Constitución Nacional vigente hasta ese momento aseguraba: "Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos". No obstante, con una velocidad sorprendente el régimen de la Revolución Libertadora ordena que en menos de 72 horas se efectúen 28 fusilamientos de militares y civiles en seis lugares distintos. Los pelotones de ejecución gastan más cartuchos que los que alcanzaron a disparar los rebeldes condenados.
Valle se hallaba oculto en el barrio de San Telmo. El general podría haberse asilado en una embajada pero al atardecer del 12 de junio decide entregarse para poner fin a la matanza. A pesar de que ha encabezado el levantamiento antes de la instauración de la pena de muerte, lo fusilan a las diez de la noche. Aramburu, un católico a ultranza, no tuvo la más mínima piedad cristiana con sus camaradas de armas alzados. Se dice que lloró al firmar -junto a Rojas y otros tres militares de alta graduación- la pena de muerte de Valle, quien había sido su compañero en el Colegio Militar. No obstante, cuando la desesperada esposa del oficial condenado a morir fue a la residencia de Olivos a suplicarle que lo perdonara, le informaron que el presidente de facto no la podía recibir porque se encontraba descansando.
Vencedores y vencidos
La "Revolución Libertadora" del 16 de septiembre de 1955 se dedica a desmontar la maquinaria justicialista y a borrar todo lo que recuerde al gobierno derrocado. El Partido Peronista es disuelto. El ejército interviene la Confederación General del Trabajo y designa como responsable al capitán de navío Alberto Patrón Lapacette. Más de cien mil dirigentes obreros son destituidos. Grupos civiles, entre los que se encuentran conservadores, radicales y comunistas, asaltan sindicatos. Se desata la cacería: funcionarios, dirigentes políticos, empleados públicos, gremialistas, militantes y simples simpatizantes son perseguidos y encarcelados; aumentan las denuncias sobre torturas brutales.
El 5 de marzo de 1956, el decreto 4161 decide que "en su existencia política, el Partido Peronista ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino". La medida prohíbe en todo el país "la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o de sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, tercera posición". La prohibición se extiende a "las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las marchas Los muchachos peronistas y Evita capitana, los discursos del presidente depuesto y su esposa".
El nuevo régimen castiga con cárcel el hecho de nombrar a Juan Domingo Perón y a María Eva Duarte, y de exhibir los símbolos partidarios "creados y por crearse". Durante años, el periodismo escrito y radial se referirá al general derrocado como "el dictador depuesto" y "el tirano prófugo".
Se destruyen monumentos y se queman libros escolares. La Ciudad Infantil Evita es arrasada y se clausura la Fundación de Ayuda Social Eva Perón. El militar que asume como interventor elabora un informe en el que menciona el derroche peronista que significaba darles de comer carne y pescado todos los días a los chicos y, además, bañarlos y ponerles agua de colonia. El interventor contrata una cuadrilla para romper a martillazos toda la vajilla con el sello de la institución.
Se crean 50 comisiones investigadoras. Al contrario de las normas del derecho, no son los acusadores quienes tienen que probar el delito sino los acusados quienes deben demostrar su inocencia.
Durante el mandato de Aramburu y Rojas se acusa a Perón de 121 delitos, se le inicia un juicio por "traición a la patria" y se le prohíbe el uso del grado militar y el uniforme. En las Fuerzas Armadas, comienza una depuración que continuará durante varios años.
El cadáver de Evita, que aguardaba en el segundo piso de la CGT, en Azopardo al 800, la construcción de un mausoleo, es vejado por un grupo de militares, escondido en diversos lugares y, finalmente, sacado furtivamente fuera del país.
El motivo: evitar que su sepultura se convierta en un lugar de peregrinación peronista. Los profanadores mantendrán el cuerpo oculto en Europa durante 16 años. Durante esos largos años, ella también fue una desaparecida, una tumba sin nombre, una N.N.
La "Revolución Libertadora" del 16 de septiembre de 1955 se dedica a desmontar la maquinaria justicialista y a borrar todo lo que recuerde al gobierno derrocado. El Partido Peronista es disuelto. El ejército interviene la Confederación General del Trabajo y designa como responsable al capitán de navío Alberto Patrón Lapacette. Más de cien mil dirigentes obreros son destituidos. Grupos civiles, entre los que se encuentran conservadores, radicales y comunistas, asaltan sindicatos. Se desata la cacería: funcionarios, dirigentes políticos, empleados públicos, gremialistas, militantes y simples simpatizantes son perseguidos y encarcelados; aumentan las denuncias sobre torturas brutales.
El 5 de marzo de 1956, el decreto 4161 decide que "en su existencia política, el Partido Peronista ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino". La medida prohíbe en todo el país "la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o de sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, tercera posición". La prohibición se extiende a "las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las marchas Los muchachos peronistas y Evita capitana, los discursos del presidente depuesto y su esposa".
El nuevo régimen castiga con cárcel el hecho de nombrar a Juan Domingo Perón y a María Eva Duarte, y de exhibir los símbolos partidarios "creados y por crearse". Durante años, el periodismo escrito y radial se referirá al general derrocado como "el dictador depuesto" y "el tirano prófugo".
Se destruyen monumentos y se queman libros escolares. La Ciudad Infantil Evita es arrasada y se clausura la Fundación de Ayuda Social Eva Perón. El militar que asume como interventor elabora un informe en el que menciona el derroche peronista que significaba darles de comer carne y pescado todos los días a los chicos y, además, bañarlos y ponerles agua de colonia. El interventor contrata una cuadrilla para romper a martillazos toda la vajilla con el sello de la institución.
Se crean 50 comisiones investigadoras. Al contrario de las normas del derecho, no son los acusadores quienes tienen que probar el delito sino los acusados quienes deben demostrar su inocencia.
Durante el mandato de Aramburu y Rojas se acusa a Perón de 121 delitos, se le inicia un juicio por "traición a la patria" y se le prohíbe el uso del grado militar y el uniforme. En las Fuerzas Armadas, comienza una depuración que continuará durante varios años.
El cadáver de Evita, que aguardaba en el segundo piso de la CGT, en Azopardo al 800, la construcción de un mausoleo, es vejado por un grupo de militares, escondido en diversos lugares y, finalmente, sacado furtivamente fuera del país.
El motivo: evitar que su sepultura se convierta en un lugar de peregrinación peronista. Los profanadores mantendrán el cuerpo oculto en Europa durante 16 años. Durante esos largos años, ella también fue una desaparecida, una tumba sin nombre, una N.N.
Favores que matan
Entre 1952 y 1955, el general Juan José Valle había sido profesor en la Escuela Superior de Guerra y en sus clases explicaba a los alumnos la noción de "pueblo en armas", tomada del militar alemán Colmar von der Goltz. En junio de 1986, en una entrevista con un periódico, su hija Susana lo describió así: "Papá era de los pocos militares no nazis. Su formación era otra, en donde la izquierda no asustaba. Estudió en La Sorbona, vio de cerca el fascismo en Italia y lo rechazó sin miramientos. Era un hombre que rara vez se vestía de uniforme, no tenía custodia, ni coche propio, ni chofer, ni miedo (...). Prefería hablar con los sectores civiles del peronismo, con los trabajadores, con el pueblo, que reunirse con los militares". En las postrimerías del gobierno peronista, cuando Valle era miembro de la Junta de Calificaciones del Ejército -en virtud de que su alto puntaje lo ubicaba como el primero de su promoción- había favorecido con el ascenso a general a su amigo Aramburu, que era uno de los últimos de esa camada. Fue entonces cuando Perón le dijo: "Este hombre le va a pagar muy mal. Estos favores siempre se pagan caros".
Luego del triunfo de los militares subversivos, Valle fue encarcelado en el buque Washington de la marina de guerra. Ahí comienza a pensar en la posibilidad de una rebelión en la que participen militares, gremialistas y sectores del pueblo, y lo comenta con algunos camaradas de armas detenidos. Algunos se suman a la idea; otros, desmoralizados por el confinamiento, se apartan del oficial.
Después, el régimen de la Revolución Libertadora le impone un arresto domiciliario y lo envía a 60 kilómetros de la Capital Federal. Susana, su única hija, relata: "Se va a la casa de mi abuela materna, con guardián en la puerta. Pero se les escapa. Nos escapamos todos. Mamá y yo por delante, porque no estábamos detenidas, y mientras hacemos esto papá escapa por la puerta de atrás, y se declara prófugo".
A partir de entonces -recuerda Susana- los tres deambulan de casa en casa, duermen y comen gracias a la solidaridad que les abre las puertas de algunos hogares, viven en villas miseria. El militar fugitivo se reúne clandestinamente con camaradas peronistas más jóvenes, como los coroneles Cortines e Irigoyen y el teniente coronel Cogorno. También entra en contacto con dirigentes sindicales como Andrés Framini y Armando Cabo.
"Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón"
En junio de 1956, Susana es una adolescente de 17 años. Esa noche, le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional.
Mientras ella llora, lo ve llegar erguido, "entero y sonriente", rodeado por un grupo de Infantería de Marina que lleva puestos cascos de acero y porta ametralladoras.
Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en veinte minutos más.
Las autoridades los dejan conversar unos minutos en una sala fría, custodiados por los infantes armados. El general se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un choque emocional. Ellos no dan muestras de ningún quebranto, pero algunos de los jóvenes custodios están a punto de desmayarse y otros deben ser retirados de la sala, víctimas de crisis nerviosas.
Valle le explica a Susana por qué decidió no asilarse en una embajada y entregarse:
"¿Cómo podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café". Antes de enfrentar el pelotón, el oficial tiene varios gestos. Renuncia al Ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya.
Cuando Devoto llega, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea: "Ustedes son todos unos macaneadores. ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?". Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: "Si vas a llorar, andate, porque esto no es tan grave como vos suponés; vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas".
Mucho tiempo más tarde, Susana recordará otros detalles. Estaba sentada en las rodillas del general, con sus manos entrelazadas y, a pesar de que ella no fumaba en su presencia, su padre le pidió un cigarrillo. "También recuerdo la temperatura de sus manos: no era ni fría ni caliente; estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer".
Un oficial dijo: "Ya es hora". Valle se quitó el anillo que llevaba y lo colocó amorosamente en manos de la muchacha. También le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para "el pueblo argentino" y otra "para abuela, mamá y para mí". Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida. Sus custodios, en cambio, marchaban en forma vacilante, con las rodillas a punto de doblarse.
"Uno de los soldaditos salió de la fila y se me prendió llorando: «Te juro que yo no lo mato». A ese chico lo tuvieron que retirar con un ataque de nervios", relata Susana. "Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón".
Al día siguiente, un lacónico comunicado oficial informó: "Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado".
"Se acabó la leche de la clemencia"
En uno de los párrafos de la carta dirigida a Aramburu, Valle expresa:
Declaro que el grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta incontenible ola de asesinatos.
Más adelante, el oficial condenado al paredón agrega:
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos a un solo hombre de ustedes.
El 21 de junio, el ministro consejero de la embajada de Estados Unidos, Garret G. Ackerson, envía un despacho confidencial a Washington en el que destaca: "Al principio el Presidente describió la revuelta como peronista y neoperonista, pero luego él y otros miembros del gobierno insistieron en su naturaleza esencialmente comunista y expresaron la convicción de que sus líneas de conducta apuntaban al Comunismo Internacional. (...) Las ejecuciones por rebelión han sido muy pocas en la historia argentina. Se había convertido en una especie de tradición no ser fusilado a sangre fría por participar en movimientos revolucionarios".
En esos días, el socialista de derecha Américo Ghioldi afirma eufórico en las páginas del periódico La Vanguardia: "Se acabó la leche de la clemencia". El político, apodado popularmente Norteamérico, también es autor de otra frase elocuente: "La letra con sangre entra". A partir de entonces, los peronistas rebautizan al régimen militar subversivo de septiembre de 1955 como la "Revolución Fusiladora".
"El gobierno de la Revolución Libertadora había esperado que el intento militar se realizara para provocar un mayúsculo escarmiento", escribe Ernesto Salas en La resistencia peronista: la toma del frigorífico Lisandro de la Torre. "En un país donde no existía la pena de muerte y los fusilamientos por motivos políticos parecían cosa del pasado, donde la permanente agitación golpista no había cobrado consecuencias graves en los cabecillas militares, las reglas del juego fueron súbitamente dejadas de lado. La misma noche de la conspiración varios militares y civiles fueron pasados por las armas; algunos luego de juicios sumarios, otros ametrallados por la espalda en los basurales de José León Suárez. La orden de fusilamiento partía de un decreto que no podía ser aplicable a los prisioneros, ya que se había dictado con posterioridad a su detención. El general Valle fue fusilado unos días después, pese a los pedidos de perdón lanzados por distintos sectores, contra los muros de la antigua prisión de la calle Las Heras. Lo que constituía un horroroso crimen, falto de antecedentes, no impidió que una parte de la sociedad argentina y la mayoría de los partidos políticos, siguieran rindiendo homenaje a las obras de la Revolución Libertadora".
Pero la historia tiene sus vueltas. Cuando 18 años más tarde, en junio de 1970, Susana se enteró de la muerte de Aramburu a manos del Comando Juan José Valle, de los Montoneros, según declaró al semanario La causa peronista el 20 de agosto de 1974 sintió que "sólo la cirugía estética le podría borrar de su cara la alegría".
Entre 1952 y 1955, el general Juan José Valle había sido profesor en la Escuela Superior de Guerra y en sus clases explicaba a los alumnos la noción de "pueblo en armas", tomada del militar alemán Colmar von der Goltz. En junio de 1986, en una entrevista con un periódico, su hija Susana lo describió así: "Papá era de los pocos militares no nazis. Su formación era otra, en donde la izquierda no asustaba. Estudió en La Sorbona, vio de cerca el fascismo en Italia y lo rechazó sin miramientos. Era un hombre que rara vez se vestía de uniforme, no tenía custodia, ni coche propio, ni chofer, ni miedo (...). Prefería hablar con los sectores civiles del peronismo, con los trabajadores, con el pueblo, que reunirse con los militares". En las postrimerías del gobierno peronista, cuando Valle era miembro de la Junta de Calificaciones del Ejército -en virtud de que su alto puntaje lo ubicaba como el primero de su promoción- había favorecido con el ascenso a general a su amigo Aramburu, que era uno de los últimos de esa camada. Fue entonces cuando Perón le dijo: "Este hombre le va a pagar muy mal. Estos favores siempre se pagan caros".
Luego del triunfo de los militares subversivos, Valle fue encarcelado en el buque Washington de la marina de guerra. Ahí comienza a pensar en la posibilidad de una rebelión en la que participen militares, gremialistas y sectores del pueblo, y lo comenta con algunos camaradas de armas detenidos. Algunos se suman a la idea; otros, desmoralizados por el confinamiento, se apartan del oficial.
Después, el régimen de la Revolución Libertadora le impone un arresto domiciliario y lo envía a 60 kilómetros de la Capital Federal. Susana, su única hija, relata: "Se va a la casa de mi abuela materna, con guardián en la puerta. Pero se les escapa. Nos escapamos todos. Mamá y yo por delante, porque no estábamos detenidas, y mientras hacemos esto papá escapa por la puerta de atrás, y se declara prófugo".
A partir de entonces -recuerda Susana- los tres deambulan de casa en casa, duermen y comen gracias a la solidaridad que les abre las puertas de algunos hogares, viven en villas miseria. El militar fugitivo se reúne clandestinamente con camaradas peronistas más jóvenes, como los coroneles Cortines e Irigoyen y el teniente coronel Cogorno. También entra en contacto con dirigentes sindicales como Andrés Framini y Armando Cabo.
"Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón"
En junio de 1956, Susana es una adolescente de 17 años. Esa noche, le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional.
Mientras ella llora, lo ve llegar erguido, "entero y sonriente", rodeado por un grupo de Infantería de Marina que lleva puestos cascos de acero y porta ametralladoras.
Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en veinte minutos más.
Las autoridades los dejan conversar unos minutos en una sala fría, custodiados por los infantes armados. El general se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un choque emocional. Ellos no dan muestras de ningún quebranto, pero algunos de los jóvenes custodios están a punto de desmayarse y otros deben ser retirados de la sala, víctimas de crisis nerviosas.
Valle le explica a Susana por qué decidió no asilarse en una embajada y entregarse:
"¿Cómo podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café". Antes de enfrentar el pelotón, el oficial tiene varios gestos. Renuncia al Ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya.
Cuando Devoto llega, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea: "Ustedes son todos unos macaneadores. ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?". Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: "Si vas a llorar, andate, porque esto no es tan grave como vos suponés; vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas".
Mucho tiempo más tarde, Susana recordará otros detalles. Estaba sentada en las rodillas del general, con sus manos entrelazadas y, a pesar de que ella no fumaba en su presencia, su padre le pidió un cigarrillo. "También recuerdo la temperatura de sus manos: no era ni fría ni caliente; estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer".
Un oficial dijo: "Ya es hora". Valle se quitó el anillo que llevaba y lo colocó amorosamente en manos de la muchacha. También le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para "el pueblo argentino" y otra "para abuela, mamá y para mí". Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida. Sus custodios, en cambio, marchaban en forma vacilante, con las rodillas a punto de doblarse.
"Uno de los soldaditos salió de la fila y se me prendió llorando: «Te juro que yo no lo mato». A ese chico lo tuvieron que retirar con un ataque de nervios", relata Susana. "Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón".
Al día siguiente, un lacónico comunicado oficial informó: "Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado".
"Se acabó la leche de la clemencia"
En uno de los párrafos de la carta dirigida a Aramburu, Valle expresa:
Declaro que el grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta incontenible ola de asesinatos.
Más adelante, el oficial condenado al paredón agrega:
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos a un solo hombre de ustedes.
El 21 de junio, el ministro consejero de la embajada de Estados Unidos, Garret G. Ackerson, envía un despacho confidencial a Washington en el que destaca: "Al principio el Presidente describió la revuelta como peronista y neoperonista, pero luego él y otros miembros del gobierno insistieron en su naturaleza esencialmente comunista y expresaron la convicción de que sus líneas de conducta apuntaban al Comunismo Internacional. (...) Las ejecuciones por rebelión han sido muy pocas en la historia argentina. Se había convertido en una especie de tradición no ser fusilado a sangre fría por participar en movimientos revolucionarios".
En esos días, el socialista de derecha Américo Ghioldi afirma eufórico en las páginas del periódico La Vanguardia: "Se acabó la leche de la clemencia". El político, apodado popularmente Norteamérico, también es autor de otra frase elocuente: "La letra con sangre entra". A partir de entonces, los peronistas rebautizan al régimen militar subversivo de septiembre de 1955 como la "Revolución Fusiladora".
"El gobierno de la Revolución Libertadora había esperado que el intento militar se realizara para provocar un mayúsculo escarmiento", escribe Ernesto Salas en La resistencia peronista: la toma del frigorífico Lisandro de la Torre. "En un país donde no existía la pena de muerte y los fusilamientos por motivos políticos parecían cosa del pasado, donde la permanente agitación golpista no había cobrado consecuencias graves en los cabecillas militares, las reglas del juego fueron súbitamente dejadas de lado. La misma noche de la conspiración varios militares y civiles fueron pasados por las armas; algunos luego de juicios sumarios, otros ametrallados por la espalda en los basurales de José León Suárez. La orden de fusilamiento partía de un decreto que no podía ser aplicable a los prisioneros, ya que se había dictado con posterioridad a su detención. El general Valle fue fusilado unos días después, pese a los pedidos de perdón lanzados por distintos sectores, contra los muros de la antigua prisión de la calle Las Heras. Lo que constituía un horroroso crimen, falto de antecedentes, no impidió que una parte de la sociedad argentina y la mayoría de los partidos políticos, siguieran rindiendo homenaje a las obras de la Revolución Libertadora".
Pero la historia tiene sus vueltas. Cuando 18 años más tarde, en junio de 1970, Susana se enteró de la muerte de Aramburu a manos del Comando Juan José Valle, de los Montoneros, según declaró al semanario La causa peronista el 20 de agosto de 1974 sintió que "sólo la cirugía estética le podría borrar de su cara la alegría".