Por el Prof. Jbismarck
La última campaña militar
de Juan Galo de Lavalle, estuvo sembrada de fracasos. La Campaña “Libertadora” emprendida por él a
mediados de 1839, salvo algunas excepciones estuvo jalonada por negligencias
donde sobrevolaba el fantasma de Dorrego. Dicen quienes estuvieron a su lado, que jamás
pudo sobreponerse a este acontecimiento.
Venía desde la Banda Oriental, y habiendo divisado las torres de las
iglesias de Buenos Aires, comienza sin retorno hacia los confines
septentrionales de la patria. No volvería nunca. Sobrevendría luego el
Quebracho Herrado y el retiro del apoyo francés de la Coalición que había
formado para desalojar al Restaurador. También sobrevolaban con pesadumbre los
desacuerdos con Aráoz de Lamadrid. aLguien más es de la partida:
Damasita Boedo.
Una partida de avanzada descubre una
diligencia donde viajaba una hermosa mujer de grandes ojos cautivadores. Era la
flor encontrada en el desierto. Fue llevada a la tienda del General, y era
nada menos que la mujer del Zarco Brizuela, Solana Sotomayor que venía de Catamarca donde había
concurrido a cumplir una promesa la Virgen del Valle. Fue entre Mazán y
Aimogasta.
Frías, que no dejaba de decirle: “La causa de la libertad se pierde, mi
general, por las mujeres”.
Las rispideces entre Lavalle y Brizuela como no podía ser de otra manera, constituyó
una de las importantes consecuencias del fracaso de la Coalición del Norte
contra Rosas. Corría el año 1841 y
Lavalle se encontraba acompañado por sus ayudantes Pedernera y Félix Frías. Lavalle estaba más allá de su épica guerrera. Tomás Brizuela fue lugarteniente de Facundo Quiroga y gobernador
de la provincia de La Rioja entre 1836 y 1841. Dicen una cónica:
“Tomás Brizuela vivió amañado con una muchacha riojana de nombre Solana
Sotomayor, también conocida como la Solanita. Habrá que creer en la tradición
trasmitida de voz en voz por las generaciones, pues no se ha encontrado el acta
de matrimonio que demuestre lo contrario”.
El general se aproximó y al quitarle el sombrero que le cubría parte de la
cara, se encontró con los ojos más hermosos que jamás hubiese visto. Tal fue el
impacto que causó la muchacha en Lavalle que, con el único propósito de
retenerla, ordenó hacer prisionera a la pequeña división y trasladar a la mujer
a su campamento en Hualfín.
Una vez ahí, la cautiva del general le hizo saber, en tono amenazante, que era
la mujer del gobernador de La Rioja. Lejos de amedrentarse, el jefe porteño le
dijo que no era razón suficiente para liberarla. En realidad, quien había
quedado cautivo de aquellos ojos negros y de la figura sensual de la Solanita,
era Lavalle. La mujer pasó de las palabras fuertes a los insultos y de las
amenazas a los gestos de violencia física. Lavalle la miraba fascinado y,
cuanto más se enojaba la muchacha, más hermosa la veía. Indignada ante la
sonrisa del insolente porteño, la Solanita se abalanzó sobre él, dispuesta a
defenderse con las uñas de semejante atropello, sin embargo fue el comienzo de
un nuevo romance del fusilador de Dorrego. Tan hermosa era la mujer que el general volvió a olvidar el motivo que
lo había llevado hasta el norte y resolvió retirarse una temporada al Paraíso
en compañía de su Eva.
Como lo hiciera en Anjuli, otra vez el general entra en una suerte de «retiro
carnal» y pide a sus hombres que no lo molesten. Los pocos oficiales que habían
tenido la infinita paciencia de esperar que su jefe se dignara a concluir su
voluntaria reclusión en Córdoba, ahora asistían atónitos a este nuevo romance.
Comenta el historiador Dardo de la Vega Díaz: “Más de una vez los compañeros de
armas de Lavalle lamentaron la llegada de la cautiva a la tienda del desdichado
jefe.”
Los impulsos sexuales de Lavalle eran irrefrenables y, ciertamente, atentaban
contra el éxito de la campaña. Por su parte, la «cautiva» no daba muestras de
querer volver a La Rioja. Pero quien había acusado recibo de la
traición era Tomás Brizuela.
Al enterarse de que la Solanita no estaba dispuesta a regresar a su lado,
pasó de la indignación al desconsuelo. Dice Felipe Peralta, un lancero de
Facundo:
“No bien el general Brizuela supo de la mala pasada que cuentan le jugó la
Solana Sotomayor, fue como si se apeara del caballo para siempre y guardara la
lanza. Con ser hombre de coraje y audacia, ya
no le importó la guerra ni el mando para nada. Bebía. Parecía una cosa de
trapo. Y diz que a su mismo hombre de confianza, Germán Villafañe, le pidió que
lo matara antes de caer preso y con vida en las tropas de Aldao.” Estas líneas explican el trágico fin no sólo
de la gesta, sino del propio gobernador de La Rioja. Tal como pidió,
Brizuela fue asesinado en un acto de piedad por su mano derecha, Germán
Villafañe.