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domingo, 31 de julio de 2022
Buenos Aires a comienzos del siglo XX: "golondrinas", "cirujas" y el "malevo" (mal llamado lunfardo)
La "Doctrina Drago"
Hace 33 años llegaban al país con un gran reconocimiento Oficial y Popular los restos del Restaurador
Por Julio R. Otaño
El 20 de noviembre de 1973, el Presidente Juan Domingo Perón convocó a Manuel de Anchorena a efectos de ofrecerle la embajada en Gran Bretaña y encomendarle dos temas: avanzar en la solución diplomática del tema Malvinas y la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas. Durante su exilio, Perón manifestó reiteradamente sus ideas sobre el deseo de que la figura del Restaurador fuera reivindicada y sus restos descansaran en nuestra patria.
El 30 de septiembre de 1989 los restos del defensor de la soberanía argentina llegaban a su país, con una comisión integrada por Manuel de Anchorena, Eugenio Rom, Martín Silva Garretón, Ignacio Bracht Olmedo, Juan Manuel Palacio, Roberto Rimoldi Fraga, José Rodríguez Ortiz de Rozas, Carlos Rubén French y Carlos Ortiz de Rozas. Gran labor tuvo en este acontecimiento la Comisión Popular Pro Repatriación de Rosas integrada por César Castex, José María Di Giorno, Emilio Hardoy y Susana Anchorena de Balcarce.
Se cumplía uno de los sueños de mi adolescencia....y estuve acompañando los restos de la cureña desde darsena Norte hasta Recoleta...Día Inolvidable.
sábado, 30 de julio de 2022
Los Degolladores
COSAS DE LAMADRID
viernes, 29 de julio de 2022
14 DE MARZO DE 1877: FALLECE EL RESTAURADOR.
Por Mario César Grass
“…el miércoles 14 de marzo de 1877, en el amanecer de uno de esos días gélidos y brumosos, tan comunes en el invierno inglés, la vida del fundador de la Confederación Argentina se extinguía, dulcemente, en su humilde residencia de Swanthling. La presencia de la hija amada en sus instantes supremos, debió hacerle inmensamente feliz y una sonrisa plácida, reveladora de la conformidad interior selló, para siempre, aquellos labios finos y enigmáticos. “¡Te aseguro que ha muerto como un justo! –escribía Manuelita a su marido, a la sazón en viaje a Buenos Aires, describiéndole los últimos momentos de su progenitor– ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni mas que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador! ¡Que él lo tenga en su santa gracia!”. Faltábanle pocos días para cumplir los 84 años siendo así uno de los próceres argentinos a quienes Dios concedió más larga vida. Entre nuestras grandes figuras, sólo Mitre, que falleció a los 85, le superó en longevidad. Trabajó, sin desmayos y con su ahínco habitual, hasta pocos días antes de su muerte. La neumonía que lo llevó al sepulcro la contrajo el jueves 8 al dejarse sorprender por la noche, recorriendo el campo, como tenía costumbre, sin reparar en los riesgos de la estación, que en la zona de Southampton, azotada por los vientos del mar, es singularmente fría y húmeda.
La carta en que Manuelita relata a su marido los pormenores
de la muerte de Rosas a que hice referencia, es un documento de extraordinario
valor emotivo e histórico, e insustituible, por su claridad y precisión, para
quienes desean conocer el epílogo de una existencia tan apasionadamente
combatida. Por ello he querido transcribirla en su integridad.
Southampton, marzo 16 de 1877
La edificante muerte del ex dictador, la magnífica serenidad
con que se desprende del mundo, en plena lucidez mental, prueba a las claras,
que en la hora suprema, no le conturba ningún remordimiento y que está en paz
consigo mismo. Murió como un justo, proclama conmovida su hija que sabe cuanto
le han difamado sus enemigos. Los que le han maldecido, augurándole una agonía
horrible, acechada por los espectros vengadores de sus supuestas víctimas, han
de haber quedado estupefactos al informarse que afrontó, sonriendo, el tránsito
definitivo. ¡Farsa, histrionismo, simulación! –repetirán irreverentes–. No, la
tranquilidad de conciencia no se finge en momento tan solemne, cuando el
espíritu humano se desprende de su envoltura carnal y se eleva a Dios en
demanda de su divina justicia. Quien sonríe ante la muerte es porque nada tiene
de que excusarse. La tranquilidad de conciencia no es entonces una postura: es
una convicción íntima, una conformidad suprema, que retempla el ánimo e ilumina
el más allá.
Bibliografía
Grass Mario César "Rosas y Urquiza"
viernes, 22 de julio de 2022
CIRIACO CUITIÑO, ¡QUE LINDO VIEJO!
Por las calles adoquinadas del barrio Sur, donde el sol es más punzó, la luna más serenatera y refalosa, cabalga el orden de la mazorca, por si algún mal entretenido hace de las suyas.
El viento rosín alza el poncho del gauchón.
Lo descubre moreno por el poco de tez que la pelambre facial permite entrever.
Morocho, por lo bien montado.
Vigilan sus ojos severos y melancólicos, porque la llana llanura -por dentro- encréspasele de cordillera. Ha nacido en Mendoza don Ciríaco Cuitiño.
Duerme el barrio y los faroleros repican la hora y la tranquilidad. Puede ocurrir lo contrario, y entonces se abruman las pupilas del mazorquero; hay que apaciguar. La mazorca es mano dura porque duros son los tiempos.
Don Juan Manuel anda en otra aventura mucho mayor.
La de don Ciríaco es una hormiga comparada con la del Gobernador Brigadier General. De ahí tal vez la nostalgiosa expresión de Cuitiño.
“En 1845 la alianza de los ingleses y los franceses contra nosotros, se fue al demonio; el señor Restaurador no andaba con chiquitas... los reventó a los gringos”.
Pero él...¿qué hizo en 1826?
Una balandra extranjera chapoteaba las aguas de la costa. La guerra con el Brasil tornaba desconfiado al hombre. Y ¿a quién no?
Corrió a la balandra a tiros. La balandra huyó con sus posibles pretensiones de apoyatura en estos lugares.
Ahora la cosa era más complicada.
Y cuánto...
Se ajusta el poncho a la altura del cuello, ¿una molestia?; ¿o una premonición?
Su casa se le viene a la memoria nostalgiosa.
En 1818 era teniente de milicias del Partido de Quilmes. También alcalde.
Edificó la casa, la que se le viene a la memoria en alas de nostalgia.
Fue en 1832.
Perseguía a los ociosos merodeadores y malvivientes y los erradicaba del Partido.
Su reelección de alcalde fue premio por lo de la balandra fugitiva.
Pero no aceptó porque prefería la milicia, y así, desde el 21 de enero de 1830, va a la cabeza de las partidas celadoras.
Orgullo de varón bravo, ligero de mano y pronto de acción, el moreno-morocho don Ciriaco, está al servicio de la Policía de Buenos Aires.
Y desde entonces es miembro de la Sociedad Popular Restauradora, Coronel, desde el primero de octubre de 1838.
Conoció y acompañó a don Juan Manuel siempre y desde siempre.
Desde su puesto de acción, es decir, de lejos.
Masculla: "La Santa Federación, es santa"
Va convencido hasta los huesos y espía a diestra y siniestra. Desconfiado.
Mano dura. Duros son los tiempos que comparte con Pancho Troncoso, Arbolito Parra, Badía, Bárcena, Moreyra y otros decididos.
Supo habitar en la calle Luján, después en Defensa, cerca del cuartel de la mazorca.
Violín y violón... y bueno... la situación es tensa como cuerda de esos instrumentos. Los “de enfrente” no son mansitos. Nada de eso.
Mejor para la conciencia de ambos bandos: donde las dan, las toman.
Por las calles adoquinadas del barrio Sur, cabalga Ciriaco Cuitiño.
Es silencioso como lo son los criollos comprometidos con una causa difícil que, lo más seguro, en ella quedará la vida, guiñapo de muerte violenta.
Todos son violentos, los rojos y los celestes. Muy violentos.
Casi nunca sonríe el mazorquero. Pero cuando el fantasma de una mujer le sale al paso del cabalgar, lo hace: “Doña Encarnación... qué admirable señora”; ella traía, cuando la conoció, arenas del desierto, y él se puso a sus órdenes.
Parece que el barrio está tranquilo.
Rebobina el gauchón: “Propuse la escolta de honor de caballería a don Juan
Manuel, junto con Joaquín María Ramiro, Julián González Salomón, Andrés Parra,
Nicolás Marino, Juan Manuel Larrazábal, José María Boneo y Juan Merlo”.
Chacabuco y Carlos Calvo. Descabalga porque va enfermo de tanto trajín y viejo
ya.
Hizo lo que pudo y creyó justo hacer, aquello que su capacidad matrera.
Ahora tiene una mano inservible y le duelen los huesos.
Vuelve a ajustarse el poncho a la garganta. Ahí algo aprieta.
Ya don Juan Manuel es un recuerdo.
La segunda mitad de 1853 y se procesará a los hombres de la mazorca. Ciríaco Cuitiño, detenido en el Cabildo, acusado de atrocidades, igual que Leandro Alén. Serán fusilados.
La mano seca de Cuitiño cobra vitalidad. No tiene miedo y sabe que lo van a fusilar ante seis mil personas, contra el paredón de la Concepción. Los llevan en una carreta hasta ese lugar. Son asistidos cristianamente. Los mazorqueros.
Emite con voz resuelta y firme su última voluntad: “Hilo de coser y una aguja; como después de fusilados nos van a colgar, no quiero que a un federal, ni de muerto, se le caigan los pantalones”.
Empezó la tarea con dificultad de una mano seca, algo revitalizada a fuerza de orgullo y machismo.
Rechazó la venda que cubre los ojos de los condenados.
Abrió su camisa: “Tiren”.
¡Qué lindo viejo!
Cuyano había de ser.
Penduleó cuatro horas suspendido de la soga.
Después fue un poco verdad y demasiado fábula.
viernes, 15 de julio de 2022
“FUIMOS NOSOTROS…”
POR MIGUEL ANGEL DE RENZIS.
jueves, 14 de julio de 2022
Perón entre la sangre y el tiempo: los días previos al golpe de 1955
domingo, 3 de julio de 2022
DOÑA ENCARNACIÓN EZCURRA DE ROSAS, HEROÍNA DE LA SANTA FEDERACIÓN
Una de las figuras femeninas más vigorosas de la historia argentina ha sido doña Encarnación Ezcurra y Arguibel de Rosas, esposa del Ilustre Restaurador de las Leyes don Juan Manuel de Rosas. Firme brazo político del esposo, hizo algo más que servirlo con ciega obediencia y lealtad. A menudo su afán de imitación del maestro la llevó a superarlo, organizando astutos planes políticos que tenían un exclusivo fin: la consagración del cónyuge en la cúpula del poder.
Desde un principio doña Encarnación tuvo que vencer agudas resistencias. Desde que había conocido al veinteañero Juan Manuel, poco después de la Revolución de Mayo.
Porque, en efecto, el noviazgo de Juan Manuel y Encarnación encontró la dura oposición de Agustina López Osomio, la madre de aquél. “Encarnación, por su parte, no iba a la zaga, en cuanto a carácter, de madre e hijo. Había jurado casarse con el heredero de don León Ortiz de Rosas y para conseguirlo echó mano de una estratagema que sólo su voluntad firmísima pudo fraguar para vencer a su tremenda enemiga: se fingió encinta y escribió a su presunto amante, con quien había combinado la treta, a los efectosde que la carta cayera con toda premeditación en poder de la madre. El recurso fue decisivo: unos días después, 13 de marzo de 1813, Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra contraían enlace. Para algunos, la oposición de la madre de Rosas al casamiento de su hijo radicaba en la temprana edad de ellos, apenas veinte años. “No es creíble -apunta escépticamente Antonio Dellepiane—; más bien parece haber residido pobreza de la novia y la posición aún incierta de su prometido, quien no poseía caudal propio y se hallaba por entonces al servicio de sus padres en la estancia que administraba”.
No se conocen demasiados detalles sobre los primeros años del matrimonio. Pero a partir de 1830, con el ascenso de la estrella del futuro dictador, se perfila nítidamente el papel de la esposa.
Apodada “la mulata Toribia” por la oposición proverbial por entonces su lucha, no sólo peleo también contra otra esposa brava: Tiburcia Mansilla. la mujer de Balcarce, quien hablaba de Encarnación en cuanto corrillo se formaba. Decía de que estaba sumida en los vicios y que el Restaurador sentía más que una total indiferencia por la esposa. Lo que era todas luces falso. Juan Manuel y Encarnación fue el matrimonio político perfecto del siglo XIX
Encarnación se reía de estas habladurías. Su preocupación era preparar y asegurar el camino de al poder. Se ocupaba con febril pasión de tales preparal Hablaba con todos, manejaba hilos sutiles y trampas, se hacía amiga de la gente baja, intrigaba, escribía cartas estaba siempre alerta. Enterada que un unitario había llegado al campamento del marido para obsequiarle un barata de aceitunas, ella le advirtió a Juan Manuel: “no las cornal hasta que otro coma primero. . Su prestigio, siempre fue en ascenso, le granjeaba amistades poderosas. El doctor Manuel Vicente Maza, por ejemplo, le servía a menudo como secretario. El 23 de noviembre de 1833 Rosas le escribió a la esposa, desde su cuartel general: “Ya has visto lo que vale te amistad de los pobres y por ello cuánto importa sostenerte y no perder medios para atraer y cautivar voluntades. No"-’ cortes pues sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia; mándales cualquier regalo, sin que te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, pomo también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.
El 29 de abril de 1834 ella le garabateó a Rosas: “Tuvieron muy buen efecto los balazos que hice hacer el 29 del pasado (se refería a los ya citados atentados contra los generales Tomás de Iriarte y Félix de Olazábal), como te dije en mía del 28, pues a eso se ha debido se vaya a su tierra el facineroso canónigo Vidal. Ernesto H. Celesia, ha escrito la siguiente opinión de Encamación: “Ante la discordia, que se insinúa entre los apostólicos (nombre con que eran conocidos los rosistas en su primera etapa), la acción decidida, indiscutiblemente hábil, de doña Encarnación, agregada al prestigio natural que le da su condición de esposa y compañera del caudillo, circunstancias que la señalan ante la masa como su representante más fiel, la consagran como la dirigente de los apostólicos, y todos, amigos y adversarios, vieron en ella la expresión de la voluntad de don Juan Manuel de Rosas. Todos lo repiten: ella fue el alma de la resistencia a la acción de los cismáticos, la organiza y dirige. Con ella y por ella triunfan los restauradores”.
Pero no disfrutaría demasiado del poder y la gloria que ella había ayudado a conquistar con tanta paciencia y astucia. Sólo compartió con Juan Manuel sus primeros tres años de mandatario, porque murió el 20 de octubre de 1838, a los 43 años de edad.
“La Gaceta Mercantil” publicó el lunes 22 de octubre de 1838 que “la digna esposa de Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, no existe ya sino por la memoria de sus virtudes. Ha sido arrebatada por la muerte a las dos horas de la mañana del día 20 del presente después de una grave y dilatada enfermedad que ha superado los recursos de la ciencia médica y los esfuerzos y cuidados de una esmerada y cariñosa asistencia”.
Este luto sea igual y conforme al que usa Nuestro Dustre Restaurador, que consiste en pañuelo o corbata negra, en una faja con moño negro en el brazo izquierdo y en tres dedos de faja negra en el sombrero, quedando en el mismo visible, abajo, a la cinta punzó, y si la persona lleva morrión o gorra militar, entonces el luto consistirá en el pañuelo o corbatín negro, y el luto en el brazo izquierdo”.
A lo largo de varios días se tiraron cañonazos cada media hora en el Fuerte. El decreto de honores era minucioso, pomposo, agotadoramente prolijo. Preveía la aparición de bandas de música, trompas, clarines y tambores, la formación del orden de batalla del ejército, la ubicación de las piezas de artillería, la colocación de cintas negras cortadas con un lazo punzó en banderas y estandartes, el luto de los clarines, etc.
El cadáver fue envuelto en paño de seda y terciopelo, previamente recostado sobre almohadones acolchados de raso blanco. Fue colocado en tres ataúdes. El primero, de incierta madera, forrado en raso blanco. El segundo, de plomo, cerrado a fuego. El tercero de caoba, cubierto de terciopelo negro y lujosamente bordado.
La “Heroína de la Santa Federación”, la “Heroína del Siglo”, FUE LA MUJER POLITICA MÁS EXTRAORDINARIA DEL SIGLO XIX