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domingo, 31 de diciembre de 2023

Contra la historia ECONÓMICA

 Por Mario Rapoport

Las ideas de los libertarios fueron expuestas a principios del siglo XX por varios economistas, algunos de ellos nobelizados por el Banco de Suecia. Su objetivo principal era combatir el colectivismo, el marxismo y todas sus variantes. Sus teorías se abstraían de la historia, cuando no la rechazaban. Sus análisis, basados en la teoría subjetiva del valor, critican el método matemático y la observación de datos para el estudio de la economía. Dicen que estos no son válidos para entender o predecir el comportamiento humano.

No se puede aprender nada de la historia. Sólo podemos basarnos en hipótesis deductivas que consideran lo que el ser humano persigue para alcanzar sus fines económicos. Todo estudio de la economía a través de datos empíricos, como el de hechos pasados, afirman estos economistas, no sirve para deducir una pauta del comportamiento futuro de los individuos.
La historia sería, entonces, una mancha o un borrón que no nos permite, ni calcando, dibujar nada. Por consiguiente, en la Argentina no podemos procesar o interpretar lo que pasó para tratar de entender la crisis actual.
No obstante, como historiador económico voy a intentarlo, presentando los datos y sacando algunas conclusiones a partir de ellos. 
En el pasado reciente tuvimos dos hiperinflaciones con un crecimiento de precios de cerca del 50 % mensual, la primera en 1989 (3.079,5% en el año) la segunda en 1990 (2.314,0%), precedidas por varias de tres dígitos anuales (444,0%) en 1976, (343,8%) en 1983, (626,7%) en 1984, (672,2%) en 1985 y (343,0%) en 1988. Actualmente en el 2023 es de 80,2% y la variación interanual entre agosto de 2022 y agosto de 2023 del 124,4%, si bien preocupante lejos de aquellas cifras.
La crisis más brutal de la economía fue en el 2001, no provocada por una espiral inflacionaria sino por una seudodolarización, como el plan de convertibilidad de Domingo Cavallo, que quiso estabilizar el peso y llevó a una deflación que hizo caer su valor medido en dólares casi a cero, la creación de cuasimonedas, como los patacones, y una profunda recesión.
La herencia de la convertibilidad y de la aplicación plena de políticas neoliberales implementando una liberalización de todas las variables económicas, con excepción del tipo de cambio, que permaneció fijo, fue algo totalmente irreal.
La apertura plena del comercio exterior se acompañaba con la privatización de las principales empresas nacionales, jubilaciones privadas, y liberalización financiera, en el marco de un enorme endeudamiento externo y fuga de capitales.
Es posible ponderar tal solución: en 2002, cerca del 50% de la población pasó a ser pobre y el PBI a valores corrientes se redujo entre 1999 y 2002 un 23,48%. Los ahorros de los ciudadanos quedaron atrapados en dos tipos de corralitos. Los niveles de pobreza en todo el país se elevaron para las personas, de mayo de 1999 a mayo de 2002 de 27,1% al 49,7% y para los hogares del 19,1% al 41,4% en tanto que los desocupados alcanzaron la línea del 22%. La crisis política y social dejo un tendal de víctimas fatales, mientras la economía argentina entraba en default. La convertibilidad fue un espejismo.
Si algo se puede aprender de esos datos es que la inflación no se detiene con una dolarización, y que estamos lejos de una hiperinflación como las que ya padecimos.
Los hacedores de la política económica no pueden ignorar estas señales. La situación actual no es similar a la del 2001 y no podemos repetir recetas que ya fracasaron y proponen como fórmula de cambio la vuelta a un pasado mucho peor sobre la base del ocultamiento de las cifras, el egoísmo, la injusticia y la degradación de los valores humanos.
Las crisis históricas tienen aspectos parecidos que debemos contextualizar con respecto a sus respectivas “épocas” y sociedades. El modelo agroexportador de fines del siglo XIX, en su primera etapa, produjo también una gran crisis como consecuencia de déficits recurrentes en la balanza de pagos por el endeudamiento con capitales británicos. El país creció, no obstante, en un mundo que le era económicamente favorable, pero ese antecedente se trasformó en el eje de futuras crisis.
La Argentina no se industrializó como otros países con procesos de crecimiento similares como Australia y Canadá y el desarrollo económico y político fue boicoteado por los grupos dominantes pertenecientes al sector agropecuario y a las corporaciones nacionales y extranjeras.
Particularmente, ya en el siglo XX, la dictadura militar de los años 70, además de violar impunemente los derechos humanos, impuso políticas que afectaron el proceso de industrialización, los ingresos de los trabajadores y reprodujeron las características del modelo agroexportador. La historia se repite y debe calar fuerte en la mente de los argentinos.
La experiencia de la crisis institucional y social de 2001 no puede, como vimos, aplicarse mecánicamente a la crisis actual. En el 2000 no había inflación sino una cuasidolarización imposible de sustentar. Los precios internos dolarizados encarecieron la economía local, mientras que los niveles de producción del país se redujeron, con aumento del desempleo, rebaja de los salarios y un aumento de las actividades informales.
La restricción externa es una contante de la economía argentina, salvo breves períodos, y el creciente endeudamiento no la superó, sino que la agravó.
Ese endeudamiento aumentó notablemente con la losa gigante del megapréstamo que tomó Macri. Esa es una responsabilidad principal de ese gobierno que el actual no superó. Hubo también responsabilidad del mismo FMI, otorgando un crédito fuera de lo común por su monto con fines políticos.
La presunta predilección de los argentinos por el dólar es una consecuencia de la dolarización creciente de la economía promovida por gobiernos de derecha, y en especial, por la dictadura militar de los 70. Hay que distinguir bien si se trata de una predilección del conjunto de la sociedad o si es el resultado de un núcleo de negocios, directamente o a través de políticos, que lo utiliza en el comercio internacional y tiene en sus manos la casi totalidad de los dólares en el país o en el exterior.
Esto crea la brecha cambiaria con el manejo del dólar informal, perjudicando al conjunto de los argentinos. Ahora se plantea la posible existencia de una dolarización que va a beneficiar sólo a unos pocos, como lo hizo en el pasado la convertibilidad. La economía argentina tiene que pesificarse y el dólar jugar únicamente en el sector externo.
Para vencer estructuralmente a la inflación es necesario desarrollar sectores productivos con elevado valor agregado, incentivar la innovación tecnológica y la inversión pública y privada con políticas de Estado y robustecer el mercado doméstico a través de la plena ocupación en empleos formales, y de la creación de puestos de trabajo de alta productividad.
Sólo eso terminará de desmontar los mecanismos que favorecen la especulación financiera y los procesos inflacionarios.

Perón, el profeta postergado

por Ignacio Cloppet
Un repaso sobre la transformación que hizo Perón de la Argentina, expresada en el pleno empleo -con ausencia de planes sociales ni asistencialismo- y la participación obrera en el producto del trabajo
Hace 50 años el General Juan Domingo Perón pasaba a la inmortalidad. Su movimiento y doctrina que encarnaron la revolución justicialista, y culminaron en la política efectiva el 24 de marzo de 1976, cuando un golpe militar derrocó a María Estela Martínez de Perón, primera víctima de la dictadura militar.
Perón logró una trascendental transformación integral en la Argentina. Como pocos conocía el país. Traía consigo el ejercicio del largo peregrinar realizado por las provincias argentinas, sumado a la experiencia que le permitieron las misiones en el extranjero: la diplomática en Chile (1936-1938), y el viaje a Italia y otros países europeos (1939-1941).
El movimiento político bautizado “Justicialismo”, había tenido su gestación en la Revolución del 4 de junio de 1943, principalmente a través de la organización y puesta en práctica del Protoperonismo, con la creación del Consejo Nacional de Posguerra, el “Estatuto del Peón”, la “justicia social” como eje sustancial, etc. Y su bautismo el 17 de octubre de 1945.
Pasadas las elecciones de 1946, siendo presidente de la Nación, pondrá en funcionamiento los dos Planes Quinquenales para la industrialización y la consecución del pleno empleo, logrará la independencia económica, recuperando los resortes básicos de la economía en manos de la usura extranjera, nacionalizando los bancos, el comercio exterior, y también los servicios públicos, los ferrocarriles, etc. Todas estas conquistas, entre muchas otras vinculadas a bienestar nacional, se institucionalizaron en la reforma de la Constitución de 1949. Era la primera vez que un texto ley consagraba los derechos sociales de los trabajadores, de la ancianidad y de la niñez.
Los principios humanistas y cristianos fueros la esencia de la doctrina, que enfrentó la primacía del liberalismo puertas adentro del país, y hacia afuera a través de los imperialismos con la Tercera Posición.
La revolución justicialista fue truncada en 1955. Exiliado durante casi 18 años, Perón no abandonó nunca a la Argentina. Desde cada una de las ciudades que lo recibieron en los duros años del destierro, a través de instrucciones, órdenes, correspondencia, etc. organizó la resistencia y mantuvo firme el espíritu de su pueblo.  En el año 1973, regresó al país con el objetivo de retomar la revolución inconclusa. Los gobiernos militares y seudo democráticos que gobernaron en el período 1955-1973, habían retrotraído la situación económica y social a los años 30. Asimismo, la división y el enfrentamiento violento entre argentinos signaban la política nacional. Perón en ese contexto llamó a la pacificación y a la unidad nacional. En sus palabras: “Los pueblos que no tienen unidad nacional están destinados a sucumbir: para obtenerla es menester pensar en una nivelación igualitaria de los hombres que permita al que dirige contar no sólo con el trabajo del que realiza, sino con el corazón del que trabaja”.  La reconstrucción del país continuaba teniendo como columna vertebral al movimiento obrero organizado. El medio para alcanzarla era la unidad nacional –tal como lo simboliza el abrazo con Ricardo Balbín– y la reconstrucción del hombre argentino a través del “Pacto Social”, el diálogo plural con las fuerzas políticas y la puesta en marcha del Plan Trienal (1973-1976). Este programa de gobierno fue revalidado el 23 de septiembre de 1973 por el 62 % de los votos, apoyo popular sin antecedentes en el país.   A dos días de su asunción como presidente, fue asesinado José Ignacio Rucci, hijo dilecto de Perón, secretario general de la CGT y reaseguro del Pacto Social, masacrado por un grupo comando de la organización guerrillera Montoneros. Este hecho criminal, de una bajeza propia de quienes representaban el odio desmesurado contra la Argentina y contra Perón, fue un punto de inflexión, e inicio en democracia de varios atentados perpetrados por organizaciones armadas de izquierda y paramilitares.  “El Peronismo desarrolló una política que, en pocos meses, fue capaz de contener la inflación, elevar el salario real, reducir el desempleo, aumentar la participación de los trabajadores en el PBI, consensuar una Ley de contrato de trabajo, reactivar el mercado interno y fomentar la producción industrial...” Entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976, el Peronismo desarrolló una política que, en pocos meses, fue capaz de contener la inflación, elevar el salario real, reducir el desempleo, aumentar la participación de los trabajadores en el PBI, consensuar una Ley de contrato de trabajo, reactivar el mercado interno y fomentar la producción industrial, nacionalizar la banca y el comercio exterior agropecuario, reglamentar el capital extranjero, poner en marcha la construcción de represas hidroeléctricas y el suministro eléctrico por energía nuclear, diseñar un plan para el autoabastecimiento energético, incorporar al país al Movimiento de Países No Alineados, expulsar las misiones militares extranjeras del suelo argentino, intentar recuperar diplomáticamente las Islas Malvinas, resolver viejos conflictos limítrofes, entre algunas importantísimas medidas de gobierno realizadas.  En este marco, dos meses antes de su partida, Perón presentó al pueblo argentino el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Se trata de la última actualización político-doctrinaria de la Comunidad Organizada, que expresa en la actualidad, el último intento en que Argentina pensó un Proyecto Nacional independiente. Volvía a impugnar de manera contundente los puntos de vista del liberalismo: “Tal vez este sea uno de los mayores aportes que puedo hacer a mi patria. Sólo con su entrega, me siento reconfortado y agradecido de haber nacido en esta tierra argentina”.
Perón señaló que la Argentina necesitaba conformar, dilucidar e institucionalizar un Proyecto Nacional, porque en política no existen los espacios vacíos: de no hacerlo nosotros, el extranjero impondría el suyo contrario a nuestros intereses. Para alcanzarlo propuso los principios vectores de un “Modelo Argentino” como marco de acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sectores de la vida comunitaria, que presentarían el propio para llegar a acuerdos básicos para sacar adelante el país. Y aseveró que, si fracasaba esta convocatoria, el año 2.000 nos podría encontrar “sometidos a cualquier imperialismo”. La opción era entre el “neocolonialismo o la liberación”. Perón vaticinaba que el mundo estaba atravesando una “época de cambio revolucionario y de reacomodamientos” hacia la universalización. La Argentina debía reiniciar su proceso de reconstrucción para la liberación nacional, único reaseguro para poder integrarse a ese mundo nuevo en términos soberanos.
En el plano político, Argentina debía alcanzar mayores grados de “decisión nacional”. Y para tal fin, el pueblo debía organizarse en comunidad, fortificada por vínculos de solidaridad e identidad compartida. El individuo participaría en las organizaciones libres del pueblo (de trabajadores, intelectuales, empresarias, religiosas, etc.) y éstas se sumarían a la vida política nacional a través de los Partidos y de ámbitos como el Consejo para el Proyecto Nacional. Los trabajadores cumplían una tarea primordial y los objetivos de sus organizaciones según el Modelo: “consisten en la participación plena, la colaboración institucionalizada en la elaboración del Proyecto Nacional y su instrumentación en la tarea del desarrollo del país”.
En el plano económico, Perón postuló que había que industrializar el país y aseveró que: “hay que tener siempre presente que aquella Nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía”. La planificación era imprescindible y con esa finalidad el gobierno organizaría un sistema económico mixto, donde el Estado cumpliría una función empresarial estratégica.
Las políticas públicas no eran un “vehículo para alimentar una desocupación disfrazada”. El gobierno apostaba al ahorro y al trabajo nacional, con el objetivo de ampliar los márgenes de poder de decisión sobre la “explotación, uso y comercialización de sus recursos”. El capital extranjero tenía que “tomarse como un complemento y no como un factor determinante e irremplazable”.
Impulsó la justicia social distributiva. El país alcanzó así el pleno empleo sin planes sociales ni asistencialismo, incluyendo la participación obrera en la distribución del producto del trabajo. El Estado era garante de la justicia social, sancionando y haciendo cumplir las leyes protectoras del empleo, la familia, la niñez y la ancianidad, e integrando el territorio de manera federal. La Argentina necesitaba un gobierno y un Estado fuertes y eficientes. Esto implicaría superar la ideología liberal del “Estado mínimo”, en paralelo a que se construiría una “administración pública vigorosa y creativa”.
En el ámbito científico y tecnológico, Perón manifestó que el sistema científico estaba concentrado en algunos centros urbanos, era dependiente del extranjero, funcionaba en compartimientos estancos y carecía de una planificación nacional coherente. La superación de estas limitaciones era un tema estratégico atendiendo que: “sin base científico tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible”.
En el plano ecológico, denunció que las “llamadas sociedades de consumo son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo”, y que la Argentina debía dar un curso de acción al cuidado de la casa común acorde a su propia tradición.
Perón destacó, además, que cualquier solución para nuestro país no podría desconocer el marco de las necesarias alianzas regionales: “Tenemos que asumir el principio básico de que «Latinoamérica es de los latinoamericanos» (...) Nuestra respuesta contra la política de «dividir para reinar» debe ser la de construir la política de «unirnos para liberarnos»”.
Lamentablemente lo que aconteció después del 24 de marzo de 1976 con el derrocamiento de Isabel Perón, y lo que vino después con el restablecimiento de una democracia formal en 1983, fueron caricaturas del Peronismo, ya sea de la mano de los ensayos neo-liberales o social-demócratas, que manipularon las tres banderas –soberanía política, independencia económica y justicia social– vaciándolas de contenido y gobernando “en nombre de”, con gravísimos resultados que recayeron en el pueblo argentino: el endeudamiento rapaz, las cifras vergonzosas de pobreza e indigencia en un país rico, la destrucción del tejido industrial con el consecuente desempleo y la transformación infame de la cultura del trabajo en el asistencialismo, del reparto de prebendas y planes sociales. El avance del colonialismo cultural, la destrucción de un sistema educativo, científico-tecnológico y de salud, que habían sido de avanzada en el Continente. Junto al ataque pormenorizado a la familia, a la fe mayoritaria de los argentinos, con la legalización del aborto y la imposición de ideologías foráneas, entre otros males. Demás está decir, que ningún gobierno de esa fecha a esta parte, tocó en lo más mínimo la estructura económico-financiera creada por José Alfredo Martínez de Hoz con la Ley de Entidades Financieras –Nº 21.526– del 14 de febrero de 1977, la cual sigue vigente y constituye una traba para que el Estado regule al sector financiero en favor del crédito para el desarrollo económico.
Insisto, ninguno de los que gobernaron en nombre de Perón desde el restablecimiento de la democracia hasta el presente, tuvo en cuenta la herencia que Perón dejó al porvenir: el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Es el Perón en el ayer, hablándonos del hoy, y más aún del mañana. He aquí el profeta silenciado e ignorado en su propia patria, tal cual lo anunció Cristo: “En verdad os digo, que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”. (Lucas, 4:24)

sábado, 30 de diciembre de 2023

Perón, a 50 años de su muerte: El hombre que está solo y espera

POR IGNACIO CLOPPET
Una presencia insoslayable en la vida política de la Argentina.

eL 1 de julio se conmemora el medio siglo del paso a la inmortalidad del general Juan D. Perón. Tanto por parte de sus detractores como de sus panegiristas, sin dudas, presencia insoslayable en la vida política de la Argentina hasta el momento en que esto escribo.  Expresión del último eslabón del movimiento nacional, creador de una doctrina original de matriz criolla, humanista y cristiana, y conductor de una revolución inconclusa, truncada por dos golpes de Estado en 1955 y en 1976, respectivamente, viene siendo víctima del olvido premeditado y planificado y de la tergiversación integral de su ideario.  Proceso que se inició, a sangre y fuego, el 24 de marzo de 1976, con el derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón –que fue su primera víctima–, que había logrado en pocos meses de gobierno, y jaqueada por un movimiento de pinzas de “izquierdas” y “derechas”, lo que la variopinta política hasta la actualidad jamás pudo realizar: el pleno empleo –sin planes asistenciales ni de trabajo precario estatal–, la más equitativa distribución de la riqueza en la historia de nuestro país –un 52% del PBI en manos de los trabajadores–, la promulgación de la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo, y un sinfín de medidas que contemplaron, entre otras cosas, la nacionalización de los depósitos bancarios, de las bocas de expendio de las petrolera, la negativa a tomar deuda externa, etc.   Ese fue el trágico inicio, continuado después con el advenimiento de la democracia, con otros métodos, pero con el mismo objetivo y resultado, que explica que un país rico y con enormes potencialidades como el nuestro, subsuma hoy a más de la mitad de los argentinos en la pobreza y la indigencia, con una economía extranjerizada, destruida la industria nacional, endeudado el porvenir de las nuevas generaciones.   A secas, un país profundamente herido de muerte en términos materiales, pero también espirituales. Hablo de los valores que ordenaron la comunidad en tiempos de Perón: el trabajo, como derecho y obligación que envolvía la noción de justicia social; la familia como columna vertebral y escuela de valores; la niñez y la vejez como franjas etarias a las que se debía resguardar; la centralidad de las organizaciones libres del pueblo en concurso con el Estado; la asunción del ser nacional como casa común.  Todo esto fue negado en la realidad efectiva en nombre de un aparente peronismo, que mutó en partido liberal y/o social-demócrata, desmantelando la esperanza que su identidad continuaba despertando.   Tanto es así, que su testamento póstumo y última actualización político-doctrinaria, El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, no fue considerado desde 1983 a la actualidad por nadie. Lamentablemente, porque es profético en todo sentido.
Allí advierte Perón: “El problema actual es eminentemente político, y sin solución política no hay ninguna solución para otros sectores en particular”, porque: “Seguimos deseando fervorosamente una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. (…) Una Argentina íntegra, cabalmente dueña de su insobornable identidad nacional”.
Preveía en sus páginas gran parte de los movimientos de la geopolítica mundial y señalaba que era lo que la Argentina debía hacer para ser independiente: transitar la unidad para la reconstrucción nacional con un proyecto nacional.
Pronosticó en tal sentido que el año 2000 nos podría encontrar “sometidos a cualquier imperialismo”. El llamado de su doctrina, parafraseando al pensador y poeta nacional Raúl Scalabrini Ortiz, si bien hoy “está solo y espera”, reverdecerá cuando los argentinos así lo demanden

Juan Domingo Perón en el partido de Gral San Martín (1911-1914)

 por el Prof. Julio R. Otaño

Juan Domingo Perón en nuestro partido de Gral. San Martín. Se cumplen CINCUENTA AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL GRAN ESTADISTA, 3 veces elegido Presidente Democrático Argentino, estudió y vivió en nuestro partido. El 1 de marzo de 1911, el joven Juan Domingo Perón se incorporó al Colegio Militar de la Nación (ubicado en el actual Liceo Militar). Ello se produjo gracias a los buenos oficios de su abuela Dominga Dutey, que fue la mujer que lo crió desde niño con una gran sensibilidad social.  Además pudo conseguirle una beca que le permitió completar sus estudios.  Egresó del CMN en 1913 como subteniente del arma de Infantería con el orden de mérito 43 entre 121 de su promoción. Al respecto expresó: “Nunca fui ni muy estudioso ni muy aplicado”.  Los instructores de Perón en el CMN expresaron: “El cadete Perón posee una conducta intachable, muy buena voluntad, serio, empeñoso en el trabajo, con buen espíritu y carácter”.     Durante los primeros años de su carrera, cumplió servicios en el Regimiento 12 de Infantería, sito entonces en Paraná. En un concepto anual, su jefe consignó: ”El subteniente Perón tiene muy buena presencia y correcta actitud y aptitud. Animado y resuelto, transmite su fibra militar a la tropa que instruye. Siente intensamente su profesión y siempre está dispuesto a hacer algo más. Sobresaliente instructor, buen camarada y muy buen conductor de tropas”. Otro jefe lo conceptuó: “Este joven teniente me merece muy buen concepto. Es activo, inteligente y empeñoso. Ha desempeñado muy bien las funciones de su cargo. Tiene condiciones para el grado superior”.




viernes, 22 de diciembre de 2023

PERÓN Y LA IGLESIA: PERIODO DE RUPTURA Y CONFLICTO EXPLICITO

 Por Francisco A. Senegaglia

El conflicto se inicia en los últimos meses de 1954. Perón advierte de sectores de la Iglesia que juegan en contra del peronismo, “…y que han dejado de cumplir con su deber de argentinos y su deber de sacerdotes” (nombra incluso obispos); y por otro lado la Iglesia denuncia a muchos sacerdotes peronistas a los que descalifica. El 22 de noviembre la Iglesia dio a conocer una carta pastoral suscripta por todos los obispos; en ella decían que los sacerdotes no debían participar en actividades políticas pero que si actuaban en defensa de los principios de la doctrina católica no realizaban oposición política sino defensa del Altar. Agregaban que solicitaban ser informados de los cargos concretos que existieran contra sacerdotes. Vino después el proyecto de divorcio vincular, la supresión de la enseñanza de la religión, la prohibición de actos masivos en la calle, la clausura de diarios católicos, el conflicto y huelga universitaria que unió a la oposición encabezada por la Iglesia; el Senado dejó sin efecto la exención de impuestos a las instituciones religiosas y en ese mismo mes en menos de una semana el Congreso aprobó convocar a una convención constituyente que tratara la reforma de la Constitución para separar la Iglesia del Estado. Finalmente, Corpus Christi desencadenó la guerra abierta. Y la posibilidad que la oposición se aglutinara en torno a la Iglesia, había tantos ateos (que no concurrieron por solidaridad con la Iglesia, sino por haber encontrado un canal para protestar contra el gobierno), como católicos en la procesión. Acusaciones cruzadas, quema de banderas,improperios contra Evita. El clima era denso. El 16 de junio de 1955 se produjo un intento de golpe de Estado en el transcurso del cual aviones de la Marina rebeldes con el símbolo de una cruz y una v, con la leyenda Cristo Vence, pertenecientes a la Marina arrojaron bombas, principalmente sobre la Plaza de Mayo, en tanto fuerzas de tierra atacaban la Casa de Gobierno, resultando de los hechos más de 200 muertos y alrededor de 800 heridos, la mayoría de ellos civiles. A contra parte, la noche del bombardeo grupos de personas atacaron y produjeron destrozos en diversos locales de la Iglesia mientras la policía y los bomberos se abstenían de intervenir. Algunos de ellos fueron la Curia Eclesiástica ubicada a dos cuadras de la Casa Rosada que fue saqueada y se destrozaron todos los muebles y objetos de valor antes de incendiarla. Las acciones fundaron la legitimidad del anti peronismo. El 16 de septiembre estallaba un golpe militar que obligaría a Perón, a dejar el gobierno y salir del país. Hay creo dos niveles de análisis para pensar el conflicto y el desenlace. Uno ideológico y otro pragmático vivencial. En términos ideológicos, la Iglesia quería mantener la hegemonía sobre la vida social, pero entendía que con los cambios estructurales que se daban en el mundo, estaba retrocediendo en su influencia. 

Si bien la Doctrina Social de la Iglesia empezaba a mostrar una posición diferente frente a la injusticia, hasta ese momento, la cuestión social no atravesaba su orden institucional. Mas bien, cada uno en su lugar o en su butaca, llega al cielo. Una posición de resignación para el pueblo creyente; pero también de control social de la Iglesia y de su jerarquía, que de esa forma era funcional a la oligarquía y los poderes de turno. El peronismo era sincero en su toma de posición respecto de la Doctrina Social de La Iglesia, pero no del clericalismo local que intentaba manejarlo. (Algo que la jerarquía eclesial pensó que podía hacer y se les fue de las manos) Seguidamente, la discusión fue sobre el control de los espacios sociales comunes: la juventud, los obreros, los gremios profesionales, la familia, la mujer, la beneficencia y/o asistencia social, las expresiones culturales etc. Perón proponía un estado de bien estar, de justicia social aquí y ahora y de revolución para conquistar derechos y defender el interés nacional. El cielo de la Iglesia estaba lejos y no tenía herramientas para enfrentar la nueva realidad social que imponía la revolución peronista. Por otro lado, ese posicionamiento ideológico del peronismo era pragmático. La vida del trabajador había cambiado estructuralmente. Redistribución de la riqueza, seguridad social, salud pública, salarios dignos, vacaciones pagas, aguinaldo, educación pública gratuita para primaria, secundaria y universitaria; mucho más aún: respeto y empoderamiento del mundo obrero; en síntesis: dignidad. Lo que significaba que gracias a una política de redistribución de bienes materiales se establecía una redistribución de bienes simbólicos que transformaba profundamente la sociedad en los hechos. En conclusión, el peronismo había interpretado el cristianismo mucho mas a la letra, lo que derivó posteriormente en el compromiso de muchos curas en la resistencia peronista, en la formación de cuadros católicos devenidos en grupos políticos, en la conjunción de socialismo y cristianismo y en poner las bases de los curas para el tercer mundo, espacio que se desgajaba de la Iglesia oficial. Posteriormente con los documentos de Medellín y Puebla, la posición de la Iglesia adquiere una matriz critica y de denuncia de la injusticia estructural; pero el peronismo ya había sido sacado de la escena del poder con todas las nefastas consecuencias para el pueblo. La Iglesia tradicional mantuvo una línea antiperonista en líneas generales y colaboracionista de los golpes de estado; probablemente el retorno de lo reprimido para no perder sus prebendas, aunque sea a costa del pueblo cristiano. Otra Iglesia asumió el peronismo revolucionario, y muchos laicos y curas fueron martirizados. La disputa por el poder, por lo simbólico ha tenido consecuencias irremontables que pagamos hasta el día de hoy: la grieta, la división de la comunidad; las luchas intestinas que distraen para que el enemigo siga haciendo su trabajo de coloniaje extractivista en esa suerte máquina de fabricar pobres, que define tan bien el teólogo Jon Sobrino. El peronismo será revolucionario o no será peronismo; y el cristianismo -sostendrá Camilo Torres, el primer cura guerrillero que murió con su fusil en la mano- será revolucionario o no será cristianismo.

jueves, 21 de diciembre de 2023

Mario Rapoport: “Las ideas de Milei son del pasado, predominaron en el 76 y en los 90”

El economista e historiador, doctorado en la Sorbona, investigador superior del Conicet y prolífico escritor, desanda el camino de la historia nacional y su relación económica y política con los países más poderosos, como el Reino Unido y Estados Unidos; derriba el mito de la Argentina como uno de los países más ricos, cuando el país estaba cerca de cumplir los cien años de su independencia colonial, y marca una continuidad de políticas neoliberales, que desembocaron en la crisis de 2001. Además, considera la etapa de industrialización de nuestro país como el mejor período que tuvo la Argentina en cuanto a tasas de crecimiento e inflación. En su último libro, “Parece cuento que la Argentina aún existe. La crisis del neoliberalismo en el espejo del mundo y de la historia”, usted desmitifica la versión que dice que la Argentina en una época, a principios del siglo XX, fue un país muy rico, y menciona que Roberto Cortés Conde, un mentor de la escuela conservadora, que levanta esa idea dijo también frente a las sucesivas crisis económicas argentinas, que el país debía delegar el manejo de su economía a un organismo internacional. Afirmaba que el país había sido una potencia económica a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y luego entró en una larga decadencia, ¿cuál es su visión de la decadencia argentina y por qué surge ese mito?
—Esa idea de Roberto Cortés Conde surge de un ensayo que publicaron Roger Dornbusch y Roberto Caballero, dos economistas, uno alemán y el otro chileno, que decían que la Argentina debía ceder todo el manejo de su política económica a un organismo extranjero. Se pensaba que podía ser el FMI. Frente a esa idea, publiqué un artículo en ese momento en Clarín, diciendo que había algunos que querían hacer del país una colonia y ahora, con las ideas de Javier Milei, se está repitiendo la misma historia. Los que proponen la dolarización están planteando, sobre todo, ceder el control de la política monetaria, de la política económica, a un organismo externo. En su interpretación, el crecimiento económico argentino, que se dio a fines del siglo XIX, principios del siglo XX, se corta en los años 40 con la llegada del peronismo al poder y empieza así un período de decadencia. Yo critico esta idea basada en las cifras de un economista americano, Angus Maddison, que señala que entre 1890 y 1914, Argentina tuvo altas tasas de crecimiento, y que esas tasas no volvieron a repetirse después. En realidad, está ignorando que en esos años, entre 1870 y 1914, hubo tres o cuatro grandes crisis económicas que se debieron al endeudamiento externo ya en esa época. O sea que Argentina crecía, pero sobre la base del endeudamiento externo, y eso producía una crisis cuando los grandes países acreedores dejaban de invertir aquí, porque querían hacerlo en sus propios países o en otros lados, donde les rendía mucho más. Esto originaba entonces, un problema en la balanza de pagos que ya venía desde principios del siglo XIX con el empréstito Baring de 1824, y luego con numerosos préstamos que recibió de los años 50 a los 80, y estallan en 1890, con una crisis formidable que hace que el país entre prácticamente en el default. Es el primer default que tiene la Argentina, y esa situación sólo se resuelve con un arreglo que hace el ministro de Economía, Juan José Romero, en la presidencia de Roque Sáenz Peña, estableciendo pautas de pago de la deuda razonables, que hasta ese entonces, no existían. Pero incluso en esa época de mayor crecimiento había también serios problemas económicos. Argentina dependía de su comercio exterior exclusivamente y sólo podía obtener divisas por su intermedio. Necesitaba esas divisas para importar, porque no había industrias y era necesario importar todo lo que se pudiera del exterior. Ese es el primer problema que tiene la Argentina y que se va a reproducir luego en épocas posteriores.

“La dolarización plantea ceder el control de la política monetaria a una potencia extranjera”
—Lo que usted está diciendo es que se parte de un error histórico, cuando se plantea que Argentina no sólo llegó a ser la séptima economía del planeta y luego entró en decadencia, sino que incluso se afirma que a principios del siglo XX estuvo entre las primeras.

—Sí, pero las estadísticas en la que se basan son falsas, las fabricó Angus Maddison, un economista británico de la OCDE sin ningún rigor, porque Argentina recién empezó a calcular su producto bruto en los años 40 del siglo XX, antes eran todas suposiciones. Y además en su libro The World Economy, donde se publican esas cifras para el período de 1880-1914, Maddison confiesa que se apoya en el presunto crecimiento de los años anteriores sobre los que no existe la más mínima estadística. Afirma que la Argentina de los 60 a los 80, había crecido un 10% y aplica el mismo porcentaje a los años 80 y 90. No menciona que en el 90 hubo una crisis de endeudamiento formidable en el país, que obligó a hacer arduas negociaciones con Gran Bretaña. Estas dirigidas por el Barón de Rothschild, en Londres y Carlos Pellegrini en Buenos Aires, comprometían como garantía los recursos de la aduana, que eran los únicos impuestos que tenía la Argentina en ese entonces para pagar su deuda. Finalmente se desechó esta salida y se optó por el mencionado arreglo Romero.

—Usted citó también el informe de Bialet-Massé sobre el estado de la clase trabajadora y la pobreza en el interior del país que se publica justo en el año 1904, muy cerca del Centenario, para proyectar una Ley Nacional del Trabajo, que nunca se sancionó. ¿Podría compartir de manera sintética qué reflejaba ese informe?

—El informe de Bialet-Massé, un médico y abogado de origen catalán, que escribió a pedido del presidente Julio A. Roca es muy duro con respecto a la explotación de los trabajadores argentinos, sobre todo, en el campo, en esos primeros años del siglo. A pesar de que se decía que la Argentina era un país sumamente rico en ese momento, los trabajadores eran sumamente pobres, tenían una vida casi esclava y dependían completamente del patrón que los contrataba. Eso era lo que pasaba. Y en 1940 el diputado Alfredo Palacios publica un libro que se llama “El dolor argentino”, que es el resultado de un recorrido por las mismas provincias que había visitado Bialet-Massé, y llega a las mismas conclusiones cuarenta años después.
VOLVER AL PASADO PARA COMPRENDER EL PRESENTE. “Las crisis económicas se deben, sobre todo, al manejo de la economía por parte de los sectores más liberales”. 

—También habla de la deuda externa que había en 1890, principalmente con Inglaterra, que se resolvió con el arreglo Romero, ¿cómo era la relación comercial entre Inglaterra y la Argentina?

—La relación de Argentina con Gran Bretaña era fundamental para nuestro país, sobre todo para los estancieros de la Pampa Húmeda, que eran los dueños de la tierra y tenían en aquella época un comercio privilegiado con los británicos que iba a perdurar hasta los años 30. El comercio exterior argentino se dirigía hacia el Reino Unido y volvía de él en una relación casi simbiótica. La Argentina no tuvo después otro partenaire como Gran Bretaña, con un mercado abierto para los productos argentinos y la recíproca para los bienes e inversiones británica (ferrocarriles, frigoríficos, textiles, manufacturas de todo tipo). Cuando Estados Unidos tomó la posta como principal partenaire comercial y financiero a principios de siglo XX, la situación fue muy distinta, porque no le interesaban nuestros productos e incluso ponían trabas para la compra de los mismos. En varias oportunidades puso aranceles que impedían su entrada al mercado norteamericano. Su economía no era ni es complementaria, sino competitiva con la nuestra. Esa es la diferencia con respecto a Gran Bretaña que asimilaba los productos argentinos, aunque luego imponía condiciones financieras y económicas que debíamos cumplir.

“Argentina empieza a calcular su PIB en los años 40 del siglo XX, antes eran todas suposiciones”

—¿Usted considera que la época de industrialización de la Argentina, que va entre 1945 y 1975 fue la era de oro de la economía argentina?

—Yo digo que fue el mejor período que tuvo la Argentina, si vemos los índices de crecimiento y los índices de inflación para todo ese período. Entre 1945 y 1975, la Argentina creció a tasas que hoy podemos considerar importantes, salvo la crisis de1949-52, pero no se endeudó y luego de un pico inflacionario, al fin del primer peronismo, las tasas de inflación fueron de las más bajas de la historia argentina del período, 1953 (5,4%), 1954 (4,4%), 1955 (hasta septiembre –golpe de Estado contra Perón; 4,8,%. No evidentemente como las de los países desarrollados, pero sí mucho menores que las que tenemos hoy. La industrialización comienza antes, en los años 30, por los obstáculos internacionales externos, acuerdos proteccionistas y luego la guerra que impidieron a la Argentina seguir importando productos. La industrialización por sustitución de importaciones comenzó antes de la llegada de Perón, pero éste le dio un nuevo impulso.

—Hasta 1970 Brasil no tenía industria y Argentina sí, tenía sindicatos, y Estado de bienestar, ¿puede haber alguna coincidencia entre esta fecha, donde comienza la decadencia argentina, digamos, desde 1974, el último año razonablemente positivo?

—Brasil sí tuvo un desarrollo industrial simultáneo al de la Argentina, desde los años 30, con la gran ventaja de un mercado interno mucho mayor y un empresariado más pujante. De modo que Brasil y Argentina crecieron más o menos simultáneamente, desde el punto de vista industrial, pero desde los años 70 Brasil superó netamente a la Argentina o ésta retrocedió por la distinta naturaleza de sus dictaduras militares, nacionalista e industrialista en Brasil y liberal y globalista en la Argentina. Hoy la industria brasilera es muy superior a la Argentina. El Estado brasilero jugó un rol esencial en este proceso.

“Se decía que la Argentina era un país sumamente rico, los trabajadores eran sumamente pobres”

—Pero no había Estado de bienestar ni sindicatos en Brasil en los comienzos de la industrialización. Me refiero a la existencia de sindicatos industriales fuertes que Brasil no tenía.

—Tampoco los había en la Argentina hasta la llegada de Perón.

—Déjeme perfeccionar mi pregunta: Argentina, tenía un tipo de Estado de bienestar, donde los sindicatos contribuían obviamente al desarrollo industrial, con una distribución de la renta distinta, pero Brasil no tenía ese tipo de Estado.

—No tenía Estado de bienestar pero sin embargo, las políticas de Vargas y otros gobiernos posteriores, fueron políticas también desarrollistas y en política exterior, políticas más independientes que la Argentina. O sea que fue un crecimiento similar en la Argentina y en Brasil. Si bien en Brasil los sindicatos tenían menos poder, de todas maneras había fuerzas populares que llevaron a Vargas a realizar políticas sociales y políticas de mayor desarrollo económico, por ejemplo en la siderurgia, eso es lo que iguala al peronismo con el varguismo en ese período. Recordemos que en Brasil, el Partido Comunista Brasilero, que estaba dirigido por Luís Carlos Prestes, un militar que había realizado una marcha importante de izquierda dentro de Brasil, para tratar de cambiar el modelo de desarrollo y la situación política de Brasil, terminó apoyando Vargas. O sea que la izquierda brasileña terminó apoyando a Vargas, hecho que no ocurrió exactamente así en la Argentina con respecto a Perón. De modo que esa fue la situación en los dos países.

—¿China afectó a la Argentina en algún sentido? A Brasil obviamente no, porque a partir de los 70 estuvo el milagro económico brasileño. ¿Hay alguna relación entre la emergencia de China y la decadencia argentina?

—El milagro económico brasileño se produjo porque los brasileños ampliaron sus relaciones internacionales, superando las doctrinas de seguridad nacional antes que la Argentina, y si bien hubo una fuerte represión en determinados momentos, sobre todo cuando tomó el poder el general Garrastazú Médici, los gobiernos brasileños fueron más nacionalistas y desarrollistas en todo ese período de los 70 en adelante, cosa que no ocurrió en la Argentina, donde el gobierno de la dictadura militar tuvo una actitud absolutamente contraria al desarrollo industrial y liberalizó todos los sectores de la economía. Eso hizo que la Argentina, que tenía únicamente las exportaciones agropecuaria para defenderse, ya no pudo hacerlo a través de eso, más en un período en lo que en el mundo se producían cambios importantes. No olvidemos que en 1971 se produce la huida del dólar en su relación con el oro, con Nixon, y eso hace que la posición argentina sea mucho más frágil en el mundo. Para entender lo que pasa en Argentina, hay que entender lo que pasa en el mundo. En el caso del peronismo, la Argentina tuvo el choque del Plan Marshall que Estados Unidos hizo para respaldar a los países europeos económicamente, creando también medidas proteccionistas contra los productos argentinos, esto produjo serios daños a la economía argentina. En los años 70 el problema de la Argentina fue que sobre la base de políticas neoliberales se financia rizó la economía y se destruyeron sus bases productivas.
ARGENTINA HOY. “Es cierto que el gobierno actual no tomó medidas adecuadas cuando asumió el poder y dejó pasar la oportunidad de cambiar las cosas”. Hay alguna relación entre la resolución de la deuda de fines del siglo XIX, con la resolución de la deuda con el pago del Fondo Monetario Internacional, que resolvió Lavagna durante el gobierno de Néstor Kirchner?

—Sí. Creo que existen ciertas características similares si incluimos los canjes de la deuda. La resolución de pago al Fondo fue completamente acertada, porque permitió frenar el dominio que tenía el FMI sobre la Argentina hasta el nuevo endeudamiento de Macri en el 2018. Después de las políticas neoliberales de Martínez de Hoz, el FMI tenía esa posibilidad de manejar la economía argentina, de modo que frenando las políticas del Fondo, a través del pago de la deuda que quedaba, complementaria de los canjes de la deuda, implicaba desprenderse del FMI y no tenerlo como auditor de la política económica argentina.

Estados Unidos toma la hegemonía del planeta después de la Segunda Guerra Mundial. Antes de eso a partir de los años 20 comienzan las relaciones triangulares entre la Argentina, Estados Unidos e Inglaterra, que usted bien describe en su libro, y en los 40 comienza el primer gobierno de Perón, ¿cómo empieza a influir Estados Unidos y qué sucede en la relación de Estados Unidos con Argentina?

—Estados Unidos penetró fuertemente en la economía argentina, a principios de los años 20, con grandes inversiones, sobre todo manufactureras, en distintos sectores de nuestra economía. Y por esa época los norteamericanos comenzaron a comprar los frigoríficos ingleses, y a traer todo tipo de industrias a nuestro país. En los años 40, Estados Unidos, aprovechando la Segunda Guerra Mundial, presionó a los países latinoamericanos para que mejoraran sus relaciones políticas y económicas con EE.UU., pero la Argentina mantuvo una posición de neutralidad en la guerra. Esa posición causó muchos problemas. Estados Unidos no estaba conforme con eso, deseaba que todos los países latinoamericanos se unieran a la gran alianza contra el Eje y atacó a los gobiernos argentinos de aquella época, que eran gobiernos conservadores, no era Perón, que vino después. Y tuvo una fuerte disputa con esos gobiernos, con los presidentes Ortiz y Castillo, hasta que se produjo el golpe del 43, cuando entraron los militares al gobierno y Perón comenzó su carrera política. Lo que éste hizo para mejorar la situación de los sectores obreros no fue la causa principal de la disputa con Estados Unidos. Esa disputa fue con la oposición, con Estados Unidos surgió a partir de la política de neutralidad en la guerra. Entonces, el gobierno de Washington, Estados Unidos manda un embajador, que es Spruille Braden, a la Argentina, para tratar de solucionar este problema y confronta con el gobierno argentino para que abandone su posición de neutralidad. El gobierno argentino termina obedeciendo ante la presión y abandona la neutralidad, pero eso no conforma a los norteamericanos. Por otra parte, la política es muy compleja, en Estados Unidos había diversos sectores que pujaban por tener una mejor relación con la Argentina. Braden, estaba en contra de mejorar la relación, contra otros que estaban a favor. La Argentina entra a las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco, gracias a que se había llegado a un acuerdo con los sectores norteamericanos que estaban a favor de hacer entrar a la Argentina en un sistema panamericano, porque eso le convenía, pero Braden pertenecía a otro sector, e hizo todo lo posible por tratar de boicotear la relación con la Argentina.
LATINOAMÉRICA Y ESTADOS UNIDOS. “En los años 40, Estados Unidos, aprovechando la Segunda Guerra Mundial, presionó a los países latinoamericanos para que mejorara sus relaciones con ellos”. 
—¿Encuentra allí una comparación de los momentos de fuerte endeudamiento y una economía financiarizada entre ese momento de Martínez de Hoz, los 90 de Cavallo, y no sé si podríamos colocar a Macri, en la presidencia anterior?

Hay una continuidad entre Martínez de Hoz, Menem y Macri, que es la que termina por causar la crisis de 2001, y hace que la Argentina, a pesar de haber podido recuperarse en algunos años, vuelva de vuelta a caer en crisis. Las crisis económicas se deben, sobre todo, al manejo de la economía por parte de los sectores más liberales, que son liberales de palabra, porque en los hechos, siempre pujan por tener un sistema de convertibilidad que les permita beneficiarse con una relación fija del tipo de cambio, y cuando ya no les conviene más, sacan a los sectores dirigentes dominantes. La política de los años 90 no fue una casualidad, ya había experiencias anteriores al problema que genera la convertibilidad, a los problemas que genera la inflación. Cuando Martínez de Hoz llegó al poder en el 76, lo que prometió sobre todo, es que iba a eliminar la inflación de la Argentina, y no se eliminó en absoluto, se mantuvo.

“Brasil y Argentina crecieron más o menos simultáneamente, desde el punto de vista industrial”

—¿Encuentra que hoy, después de las PASO hay una reminiscencia de lo que usted está marcando, que finalmente se discuten dos modelos de país, uno de justicia social, de distribución de la riqueza, que podríamos decir que representa el panperonismo y otro de austeridad y ajuste para tener un país “normal”, que podría representar una parte de Juntos por el Cambio, y Javier Milei? ¿Hay una repetición en la disyuntiva del camino de la Argentina entre estas dos miradas de cuál es la solución para el país?

No hay una opción entre ajuste y desarrollo. Lo que tiene que ser prioritario es el desarrollo económico y sobre todo, con cierta equidad. Todas las épocas de ajuste nos traen crisis, y así se dio en 1976, 1980, 1990, en el 2001, políticas de ajuste que llevaron a la crisis. En 2001, la crisis fue deflacionaria, porque el peso argentino estaba atado al dólar y la actual es una crisis distinta, es de inflación porque no hay fuerzas que estén tratando de frenarla, en una verdadera inflación de ganancias. Creo que las épocas de inflación dan épocas de crecimiento, por supuesto, no con una inflación tan alta. Pero si hay inflación tenemos que tratar de cortar la inflación directamente, mover las fuerzas productivas que permitan ampliar el mercado interno. El pasado lo demuestra, en cada momento que se produjeron medidas de ajuste y de reequilibrar el mercado de cambio se terminó en crisis.

“Gran Bretaña asimilaba los productos argentinos, pero imponía condiciones económicas”

—¿Cómo imagina, en función de la experiencia histórica, un gobierno de Javier Milei, si es que llega a la presidencia?

—Las ideas de Milei son ideas del pasado, son las que predominaron en el 76, las ideas que predominan en los 90, no es ninguna idea nueva, son ideas que van contra la historia. Considera que la historia económica no puede dar ninguna enseñanza para el futuro, era la idea de Von Mises, quien en 1912 consideraba que las nuevas políticas económicas tenían que ser desarrolladas a partir de lo que se llamaba la praxiología, que en realidad era una fraseología, que tendía a creer que los mismos individuos a través de sus intereses subjetivos, podían determinar los precios de los productos, eso es algo que nunca se puso en práctica en la economía real, pertenece a la microeconomía, que estudia teóricamente a los individuos no a la macroeconomía que estudia los agregados económicos sobre los que se basa el funcionamiento de la sociedad. Todas esas ideas no son nuevas, sino que ya tienen sus ejemplos de uso. En Estados Unidos los desarrolló una novelista, Ayn Rand, quien consideraba que el hombre tiene que desarrollarse por sí mismo, no importa nada de lo que pase a su lado, ni ser solidario con nadie, y el egoísmo es la única base de desarrollo de la sociedad. Ayn Rand creó una escuela en Estados Unidos y uno de sus discípulos fue Alan Greenspan, el expresidente de la Reserva Federal desarrolló estas ideas en Estados Unidos, de modo que hay un largo desarrollo de estas ideas que vienen de Freedman, Greenspan y otros economistas norteamericanos. Uno que cita mucho Milei, es Gary Becker, un economista que plantea un aumento de la discriminación racial en la economía, porque dice que un inmigrante que entre a Estados Unidos, va a aceptar condiciones laborales más precarias que un norteamericano y que eso hace que las empresas bajen los salarios, algo que en definitiva, repercute que los hombres y las mujeres no tienen la misma capacidad de trabajo, las mujeres son inferiores, es otra consecuencia de las teorías de Gary Becker. Por supuesto, todas esas ideas ya existen desde el pasado y hay que comprenderlas en el contexto argentino.

“La izquierda brasileña apoyó a Vargas, hecho que no ocurrió en la Argentina con Perón”

—En la dimensión histórica de todo lo que usted contaba de los problemas de deuda que tuvo la Argentina en otro momento, por ejemplo, con Inglaterra, ¿cómo ve hoy la relación con el FMI y la deuda de la Argentina con ese organismo?

—Es una relación muy difícil, porque el Fondo, como vimos, puede auditar todas las políticas nuestras y obligarnos a hacer, por ejemplo, como pretendía, una devaluación que va a traer consecuencias desastrosas para la Argentina. El Fondo está trabajando para las ideas de algunos candidatos, y en contra de otros, es muy clara la política del Fondo en ese sentido, obliga a la Argentina a realizar políticas de ajuste, que van más allá de nuestras posibilidades, creo que es muy simple el tema para entenderlo. Estamos sujetos al manejo de una institución externa que es lo que querían en su momento Cortés Conde, Dornbusch y Caballero, quienes plantean que debe ser un organismo internacional que tiene que manejar nuestra economía, es el Fondo Monetario Internacional. Siempre estar sujetos al manejo de nuestra economía y nuestra política por parte de organismos externos, creo que ese es el problema de la Argentina, y una mentalidad colonial que nos viene de la época de la colonia, desde que éramos súbditos de Su Majestad Británica. La creación del Banco Central en los años 30, en el que Raúl Prebisch jugó un rol esencial tendía a restituir a la Argentina el manejo de su política monetaria y económica que había sido afectada por el Pacto Roca-Runciman firmado con los ingleses, sigue existiendo, pero hoy se disfraza una modernización que en realidad, no lo es, todas. Esas teorías que parecen ultramodernas, no son más que viejas ideas que se impusieron en varios países del mundo sin éxito. Hoy hay, por supuesto, un avance de las derechas en el mundo y esas derechas entienden que los Estados de bienestar, manejados por la socialdemocracia no terminaron de cumplir sus funciones.

—¿Es optimista respecto del futuro de la Argentina, independientemente del corto plazo de quien sea candidato? Dice que para entender el futuro o la historia de la Argentina, hay que entender lo que pasa en el mundo, ¿qué cree que es lo que está pasando hoy respecto de un regreso a la regionalización, la importancia de los minerales en el cambio tecnológico energético, y otras similares le generan una oportunidad a la Argentina que no tuvo en los últimos cincuenta años?

—Yo creo que es una nueva oportunidad. Pero el problema de Argentina, no es el de las castas política y el del rol del Estado. El problema de la Argentina, son los poderes que dominan el país económicamente, las grandes corporaciones y los sectores políticos que están vinculados a ellas corporativamente. Los precios no los determinan los políticos, los determinan las empresas, esto está claro. Se hace lo que se puede por tratar de bajar la inflación, pero eso es muy difícil en esta situación, es cierto que el gobierno actual no tomó medidas adecuadas, cuando asumió el poder y dejó pasar la oportunidad de cambiar las cosas. Revisar el pasado es fundamental para entender esta situación, y el pasado nos indica que en todos los casos estas políticas derivan en crisis muy profundas. Los sectores políticos internos de los gobiernos populares recibieron el castigo de golpes de Estado, el gobierno de Yrigoyen, como el gobierno de Perón, como el gobierno de Frondizi, de Illia, no nos olvidemos. Y ahora los golpes de Estado son del mercado, ya le pasó a Alfonsín en su momento, y le puede pasar a cualquier gobierno democrático. Actualmente es lo mismo, es decir, estamos gobernados por las políticas de los sectores que dominan económicamente la economía argentina. Hay que mirar en profundidad ese proceso del pasado y creo que es necesario repetir cosas que ya dijimos muchas veces.
DEMOCRACIA. “Hay un avance de las derechas en el mundo, que entienden que los Estados de bienestar manejados por la socialdemocracia no terminaron de cumplir sus funciones”. 
—Le preguntaba si la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el crecimiento de China, hasta convertirse en una potencia que disputa la hegemonía de Estados Unidos, beneficia las posibilidades de la Argentina en un futuro.
—Por supuesto que China, es un factor internacional militar que ha crecido en los últimos tiempos, de forma tal que en el 2030, su producto bruto interno va a superar al producto de Estados Unidos. Las relaciones de China con los Estados Unidos son muy difíciles, porque hay una competencia geopolítica, económica y tecnológica. La Argentina tiene que estar abierta a todas las posibilidades comerciales posibles, porque con Estados Unidos ya sabemos cómo nos fue. En comercio exterior siempre hemos tenido problemas. Con China, puede ser algo mejor porque necesitan nuestros productos agropecuarios, pero compiten con nuestra manufactura. Pueden realizar interesantes inversiones de infraestructura y podemos utilizar el yen en las transacciones monetarias internacionales. Hay que tener claro que la Argentina tiene que tener siempre dos o tres ventanas al exterior, no una sola. El hecho de tener una sola ventana con Estados Unidos, nos produce dificultades, como lo era antes, cuando teníamos una única ventana con Gran Bretaña. Creo que la Argentina tiene una economía que puede dirigirse hacia distintos países del mundo, Por eso la oportunidad de los Brics es única y no se la puede dejar pasar. Y por supuesto, una sólida relación con Brasil, porque Brasil tiene una economía y una clase dirigente, a pesar del accidente de Bolsonaro, que mira siempre el desarrollo y al futuro, y en la Argentina nos falta esa clase dirigente.

—Déjeme hacerle un corolario final, su primera novela fue “Nunca es tarde para morir, Mr. Braden”, que si bien es una ficción basada en la biografía del embajador norteamericano de la época del primer peronismo, es también histórica y política y, en una entrevista que usted dio para la Universidad Nacional de Entre Ríos, dijo que lo ayudó mucho la poesía, publicó varios libros de poesía y tuvo un acercamiento al grupo Pan Duro del poeta Juan Gelman, ¿qué representan para usted la literatura y la poesía para comprender mejor la economía?

—La poesía fue fundamental en mi vida y empecé escribiendo poesía, después eso lo acentué en años posteriores con mi viaje a Francia, que me permitió vincularme con varios escritores franceses. La poesía es un canto a la vida, sea cual fuera su contenido, y es además, una forma de enriquecer el lenguaje, enriquecer nuestros conocimientos, y pienso que para escribir bien es necesario escribir poesía. Me parece muy importante, ambas cosas están absolutamente relacionadas. Sé que no es en la mayoría de los casos, pero se dio esa sensibilidad de acercarme al mundo poético que es la faz oculta del mundo real, y le acerco un ejemplo publicado como un prefacio de mi libro que combina los números con la poesía.

En la mira

Me estoy por ir
mas al final me quedo
en la esfera redonda
de un entero
es el mismo momento
en el que accedo
al caótico mundo
de los ceros.

Son los números nulos
de la vida
desde la alta colina
en la cual miro
el ancho tajo
de una bestia herida
después de habérseme escapado un tiro.

No es un fusil
más bien una palabra
que salta por encima
de las comas
de donde parte mi sabiduría.

Más feroz que cualquier abracadabra
con más desparpajo que una broma
se trata en realidad de la ironía.



viernes, 15 de diciembre de 2023

EL TRANVIA QUE CAYO AL RIACHUELO

Desplegando largas banderas argentinas y luciendo enormes escarapelas en las solapas de sus sobretodos, una entusiasta multitud se lanzó a las calles de Buenos Aires a desafiar el frío. Era el 9 de julio de 1930 y, al verlos pasar por la calle Rivadavia, alguien hizo notar la inusitada expresión de patriotismo que convocaba a tanta gente: "¡Por fin las fiestas patrias se festejan como merecen!”, se regocijó uno de los radicales que solía tomar su café en la vereda del Tortoni, cerca del edificio del diario oficialista La Epoca. "Ma' que fiestas patrias... ¡Van todos a despedir al combinado argentino!", le respondió el lustrabotas del café. En ese momento empezaron a oírse los primeros estribillos que auguraban los goles de Manuel Nolo Ferreyra. "¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!", gritaban todos entusiasmados mientras se dirigían al puerto. Allí se embarcarían los jugadores que iban a disputar el primer campeonato mundial de fútbol en el flamante Estadio Centenario de Montevideo.

EL PUENTE. Ese entusiasmo se iba a convertir después en una gran expectativa por el debut del equipo argentino, anunciado para cinco días después. Pero en la víspera, el sábado 12 de julio, la atención sería desviada inesperadamente por el episodio más dramático del año. En esa lluviosa madrugada, Manuel José Rodríguez, un español de 58 años encargado de manejar el puente levadizo Bosch, que la Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur había tendido sobre el Riachuelo, fue como todos los días a “tomar servicio”. Llegó a las 6 en punto, cuando aún no había aclarado y la neblina se extendía en una densa capa sobre las calles de la ciudad. A los cinco minutos de acomodarse en su garita de mando, Rodríguez recibió una señal de la chata petrolera Itaca II, reclamándole paso. “Lo primero que hice fue encender las luces de peligro —contaría después—, para evitar que algún tranvía intentara cruzar en ese momento. Luego puse en marcha el mecanismo y el puente empezó a elevarse. En ese momento me pareció escuchar el ruido de un tranvía y sentí un sudor frío. Me asomé por la ventana de mi garita y vi, entre la niebla, las luces de las ventanillas de un vehículo que acababa de entrar al puente. Medio desesperado, empecé a gritar para que el motorman me escuchara, pero fue inútil. Era el tranvía 105, que venía muy ligero. El conductor no podía escucharme; creo que tampoco tenía tiempo ya de frenar. Pasó debajo mío como una tromba y lo vi caer al vacío en forma espectacular, hasta que se hundió completamente en el río; en ese momento se apagaron los chirridos de las ruedas y se sintió claramente el ruido del impacto con el agua. Después todo fue silencio. Un silencio aterrador. Bajé de la garita y me encontré con otras personas que también habían presenciado la escena y empezamos a planear el auxilio, a pensar cómo diablos podríamos sacar a esa gente de allí dentro”.
El patético relato del guardapuentes sería recogido esa misma tarde en las columnas de Critica, donde en gruesa tipografía se anunciaba la tragedia a toda página: "Un tranvía cayó al Riachuelo. Hay 80 muertos". La noticia se apresuraba a exagerar las cifras, porque los pasajeros del tranvía eran 60. Pero es que esa tarde Critica iba a lanzar una de sus mayores tiradas y necesitaba golpear en su mejor estilo; además, como en ese momento Natalio Botana, su director, se había embarcado en una conspiración política contra el gobierno, aprovechó para culparlo de la catástrofe. “Todo esto ocurre —decía el diario— porque falla la organización de los poderes estatales y se permite que las empresas de servicios públicos estén anarquizadas. ¿Qué hace el señor Yrigoyen?”.

EL TRANVIA. "Yo viajaba sentado en uno de los asientos delanteros —contó Remigio Benadasi—, del lado de la ventanilla. Todas estaban cerradas por el frío y el pasillo estaba repleto de pasajeros. Cuando el tranvía dio vuelta para llegar al puente, vi las luces rojas de peligro y me extrañó que no se detuviera. De repente sentí una sensación parecida a la de los ascensores que bajan rápido y me encontré en el agua. Todavía no me explico como salí del tranvía. Debe haberse roto el vidrio de mi ventanilla, porque tengo una herida en la frente y otra en la mano izquierda. La cuestión es que sin saber nadar, estuve chapoteando un rato hasta que me sacaron”. El testimonio de Benadasi —un mecánico italiano de la Compañía General Fabril que había tomado el 105 en la esquina de San Carlos y Pavón, de Lanús— fue acompañado de aparatosas gesticulaciones. Aún no imaginaba cómo había salvado su vida y se sentía casi un héroe.
El manejo de ese tranvía 105, que unía Lanús con Constitución, había sido confiado a otro italiano. Se trataba de Juan Vescio, un motorman de 31 años, en quien no confiaba ni su propio acompañante, el joven guarda José Angel Rodríguez, de 23 años. “Mi hijo —explicó aquella mañana el padre del guarda— presintió lo que le iba a pasar, porque hoy, antes de salir de casa, le dijo a mi mujer que no sabía si volvería. ¿Y saben por qué dijo eso? Lo dijo porque tenía miedo de que el motorman hiciera alguna macana. Varias veces le oí decir en casa que su compañero era un potrillo manejando y que iba a pedir que lo cambiaran de turno”.
El recorrido del 105 —que había partido de Lanús a las 5 de la mañana— era clave a esa hora. En Gerli primero y en Avellaneda después, el tranvía se llenó de obreros que Iban a trabajar, en su mayoría a Barracas. La fina llovizna hizo que todos se apretujaran en su interior, colmando el pasillo, para eludir la plataforma, y eso impidió que algunos pudieran salir rápido de allí dentro. “Murieron como ratas —imaginó uno de los cronistas de Crítica—, en una confusión horrorosa, en una lucha breve desesperada, en un simultáneo reventar de pulmones y corazones”.
De los 60 pasajeros sólo se salvaron cuatro: Remigio Benadasi, José Hohe, Buenaventura Arlia y Gabina Carrera. Esta última no supo explicar si había salido del tranvía antes o después de que se hundiera: estaba totalmente confundida. Arlia dijo que al quedar con los pies sobre la ventanilla, rompió el vidrio de un golpe y salió en seguida, y Hohe explicó que se sintió de pronto flotando dentro del vehículo y tocando el techo con la cabeza. Como estos dos sabían nadar un poco, pudieron zafarse de la trampa.

EL RESCATE. Las operaciones de rescate fueron confiadas al personal policial de la comisaría 32ª y a un cuerpo de bomberos, pero como ninguno de ellos podía meterse en el Riachuelo para extraer los cadáveres, hubo que recurrir a los buzos del Ministerio de Obras Públicas. Cuando la noticia de este operativo fue dada a conocer, de los suburbios de Buenos Aires comenzaron a concentrarse millares de personas. Se volvió a Juntar una multitud parecida a la que cuatro días antes había ido al puerto a despedir a los futbolistas. Todos se aglomeraron al borde del Riachuelo, para ver de cerca el trabajo de los buzos.
"Yo estaba de guardia en los talleres que el ministerio tiene instalados al borde del Riachuelo, cuando me llamaron de urgencia para esa tarea", dijo con cierta displicencia Antonio Splaguñías, un griego con suficiente experiencia en el buceo. Sin excitarse, el veterano Splaguñías se vistió de buzo y llegó con la escafandra en la mano hasta el lugar, ante la curiosa mirada de los espectadores que balconeaban la escena desde el puente Bosch. Una vez preparado para la inmersión, descendió en el lugar exacto, marcado por el trole que asomaba en la superficie.
"Al penetrar en la plataforma delantera —dice su frío relato— encontré el primer cuerpo. Después supe que se trataba del motorman Vescio. La puerta interna estaba cerrada y me costó abrirla, pero cuando lo hice se me vinieron encima varios cadáveres amontonados. Entonces empecé a atarlos uno por uno, para que se los pudiera sacar mejor. De esa forma recuperamos el primer lote. Después revisé bien el pasillo y aparecieron más, algunos enganchados entre los asientos y otros con los brazos en las ventanillas. Me di cuenta de que estos últimos habían tratado de romper los vidrios para escapar, pero seguramente en la confusión no tuvieron tiempo y se ahogaron enseguida. Estuve largo rato trabajando con el otro buzo, Anastaxis Fotis, griego como yo, con quien sacamos 28 cadáveres a la superficie".
Pero el rescate no había sido completo, porque se sabía que faltaban por lo menos unos veinte cuerpos más. En esa tarea trabajó solo Fotis, quien después contó su aventura con menos aplomo que su colega. "Antes que yo —dijo— bajó otro buzo, Pedro Kodasky, pero como se horrorizó del espectáculo, se puso nervioso y se cortó con un vidrio. Hubo que sacarlo a la superficie porque estaba muy excitado y lastimado. Después bajé yo y me encontré con varios cuerpos enredados en la plataforma trasera, tal vez por la desesperación de salir de allí a tiempo. Colaboré un rato en esa tarea y saqué todos los cadáveres que pude, pero después empecé a sentirme mal y me descompuse. Entonces pedí que me alzaran. Recuerdo que el primer cuerpo que toqué estaba con los brazos extendidos y el agua lo movió hacia adelante de tal manera que se me colgó prácticamente del cuello, como si estuviera aún con vida. Jamás olvidaré ese instante tan terrible para mí”.
Al día siguiente, cuando los ojos de los argentinos volvían a entornarse hacia Montevideo, con la esperanza puesta en el gran equipo de fútbol, todavía quedaba gente en los alrededores del puente Bosch. Eran los que querían presenciar el último acto del drama: el rescate del tranvía 105. A la una y media de la tarde, la gigantesca grúa del Ministerio de Obras Públicas hundió su brazo en el Riachuelo y extrajo el desvencijado vehículo, con sus ventanas rotas y sus ruedas colgando. El peritaje determinó, poco tiempo después, que la responsabilidad del accidente era totalmente de la empresa tranviaria, porque su personal no era idóneo. Las culpas recaían sobre el motorman Vescio, quien dejaba en el desamparo a cuatro hijos y a una viuda embarazada. Sólo hubo una controversia: ¿había sonado la campana de alarma del puente? Nadie la escuchó. Pero las luces rojas estaban encendidas y eso no eximía de culpas al conductor del tranvía.
El único saldo positivo de aquella tragedia fue el dividendo económico que obtuvieron los vendedores ambulantes de pizza y caramelos, quienes trabajaron "como en un día de fiesta" —según sus propias palabras—, y la propaganda que hizo la fábrica de anilinas Sirio al obsequiar a los familiares de las víctimas con 150 paquetes de colorante negro para sus ropas, “como una contribución desinteresada".
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sábado, 9 de diciembre de 2023

Inteligencia Artificial SÍ – Inteligencia Artificial NO.

Por Jorge Enrique Deniri
Noam Chomsky, un genio irreverente que quizá rompe todos los moldes, opinó recientemente sobre el Chat GPT, exponiendo un punto de vista sumamente crítico respecto de uno de los SIA – Sistemas de inteligencia artificial – más citados del momento. (2023. New York Times, citado por Bloghemia).  Chomsky, con la dureza que lo caracteriza, asevera que “resulta a la vez cómico y trágico, como podría haber señalado Borges, que tanto dinero y atención se concentren en algo tan insignificante, algo tan trivial comparado con la mente humana, que a fuerza de Lenguaje. En palabras de Wihlelm Von Humboldt, puede hacer <<un uso infinito de medios finitos>> creando ideas y teorías de alcance universal”.
Chomsky, un “famoso lingüista, filósofo, científico cognitivo, historiador, crítico social y activista político”, califica “los avances supuestamente revolucionarios… la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático)” como riesgo de degradar nuestra ciencia y envilecer nuestra ética, “al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento”.
Difícilmente se podrían encontrar otras personalidades tan disruptivas con quienes interactuar al modo de objeto de referencia que Chomsky, un intelectual de origen judeo ucraniano, formado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y en Harvard, que es un ateo que se define como anarco sindicalista, crítico feroz de la política exterior de su país (EEUU) y su principal aliado, Israel, considerado primus inter pares en materia de lingüística, que por sus audaces propuestas, entre 1980 y 1992, se ha convertido “en la persona viva más citada en ese período y la octava más citada de toda la historia, justo por detrás de Sigmund Freud y por delante del filósofo Georg Hegel”.
Pero, aunque por el usufructo que hace de la libertad intelectual de su patria, me recuerde demasiado a Voltaire incendiando desde seguros refugios en el exterior todo el sistema de vida y las creencias francesas de la época de Luis XIV, es insoslayable admitir que la brillantez del pensamiento chomskiano ha hecho una y otra vez que los estudiantes se inscriban en listas de espera de seis meses para poder tomar sus cursos en las principales universidades yanquis, y que el mismo diario del que extraigo sus citas, en otro momento – (1979. New York Times. The Chomsky Problem) – lo haya definido como “el más importante de los pensadores contemporáneos”.
En sus manifestaciones, ataca no sólo al Chat GPT, sino también al Bard de Google, un bot que se desarrolló en 2023 como respuesta al éxito de Open Al y al Sidney de Microsoft (una variación del Bing alumbrada también en 2023), considerando que generan “resultados estadísticamente probables, como un lenguaje y un pensamiento de apariencia humana”.
En pocas palabras, Chomsky afirma que estos programas que se apoyan en la acumulación de datos, tienen “su talón de Aquiles” en la “descripción y la predicción” por su incapacidad para aportar explicaciones, por más que las que podemos generar como humanos sean falibles. Así, los programas de inteligencia artificial tienen una capacidad ilimitada para “aprender (es decir, memorizar)”, pero “son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible…se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo…Por esta razón, las predicciones de los sistemas de aprendizaje automático siempre serán superficiales y dudosas”.
Pero, además, “la verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente”, mientras que Chat GPT y los sistemas que le hacen pendant “son constitutivamente incapaces de equilibrar la creatividad con la restricción”, generando de más (tanto “verdades como falsedades”) o de menos (evidenciando “falta de compromiso con cualquier decisión e indiferencia ante las consecuencias).  El polígrafo yanqui, remata sus manifestaciones considerando que “Dada la amoralidad, la falsa ciencia y la incompetencia lingüística de estos sistemas, sólo podemos reír o llorar ante su popularidad”.
Clavando otra pica en Flandes, el (¿la?) periodista científico Jane C. Hu, de Seattle, que entre otros medios, publica en el National Geographic y el Smithsonian, haciendo suyas las palabras de uno de tantos comités legislativos yanquis deseosos de regular la Inteligencia Artificial, señala el último 19 de enero (Letras Libres, El día de la marmota de la Inteligencia Artificial), que “el genio de la inteligencia artificial ya salió de la lámpara y no se puede volver a meterlo” y reflexiona: ”Parece que no se puede detener a la inteligencia artificial, así que la pregunta es: ¿Cómo podemos utilizarla para el bien y evitar que se convierta en una herramienta para el mal?
En otras palabras, ¿regular o no regular? Creo que es un debate que trasciende el plano intelectual o científico, porque moralmente, querámoslo o no, está sobre el tapete en todo sentido, y que la descarnada puja por el poder entre el sindicalismo y el gobierno ha mostrado en toda su crudeza social: ¿Quién gobierna en la República Argentina: los representantes del 56% de los electores válidos, o los gremios?
En punto a regulaciones extremas, con connotaciones sociales, morales y educativas, creo que la más inquietante (para mí), se desprende de un artículo publicado por Claudia Peiró, la conocida periodista de infobae, en ese medio, el 21 de enero, donde da cuenta de que un organismo colegiado de Ontario (Canadá), ha logrado en definitiva que un psicólogo, profesional asociado, sea condenado a un proceso de reeducación, “por cuestionar la doctrina de género”, y más adelante abunda afirmando que “la doctrina de género no puede ser contradicha en público. Hay una policía del pensamiento y de la palabra que vigila y castiga al que se sale del molde”.
Por cierto, que la ideología de género, actualmente permea las vidas de todos nosotros. Sin ir más lejos, al psicólogo canadiense lo condenaron a hacer un cursillo, no relacionado con su práctica profesional, sino sobre la forma en que debía expresarse en las redes.
Por acá nomás, la semana pasada, para poder revalidar mi registro de conductor, tuve que hacer un cursillo digital sobre género y obtener el correspondiente diploma. No tengo empacho en admitir que con el adecuado e itálico y acorrentinado pragmatismo, lo hice, imprimí el diploma, lo adjunté, pagué tutti, retiré el nuevo registro y, “mostrando il dito medio” (haciendo un corte de manga) mental, hice mutis por el foro.
En cambio el psicólogo de marras, Jordan Peterson, que es de una madera más bien anglosajona, le escribió una carta al Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau, “acusándolo de haber instalado una tiranía woke”, y sigue en la parrilla, porque el último mes de agosto, el Tribunal Superior de Ontario falló que el Colegio de Psicólogos podía “limitar su libertad de expresión” ya que “al incorporarse a una profesión regulada”, las personas “asumen obligaciones y deben respetar las normas de su organismo regulador”.
Peterson, apeló infructuosamente, y en su cuenta de Twitter (X), escribió que un tribunal superior de Canadá, “dictaminó que el Colegio de Psicólogos de Ontario tiene derecho a sentenciarme a un campo de reeducación.”
Esta última expresión del profesional, disecciona con lamentable desnudez el virus estalinista (o macartista según quien sea) que subyace en todas las regulaciones. La libertad y la prohibición a outrance, en materia de riesgo pueden ser análogas.
Del mayo francés del 68 con su “prohibido prohibir”, a las “Unidades Militares de Ayuda a la Producción” cubanas, gulags caribeños que, en la práctica, operaban como campos de trabajos forzados para “contrarrevolucionarios” y “reeducaron” a cosa de 50.000 jóvenes, media un geme de distancia.
En suma, como pasa tantas veces, en el transcurso del proceso de lecturas previas, la nota se desvió de lo históricamente correcto en materia de imágenes, que era la hipótesis de trabajo inicial, a una serie de transcripciones y reflexiones asociables, en definitiva, a las inquietantes posibilidades de los diktats sobre lo “políticamente correcto” o incorrecto, según sea el caso.
Queda para otra vez si Dios lo quiere.

sábado, 2 de diciembre de 2023

San Martín: La leyenda, la carne y el hueso.

 Por Jorge Enrique Deniri

El 25 de febrero se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de San Martín, y como tantas otras veces y en tantos lugares, se impone dedicarle unas reflexiones, porque la fecha lo exige, porque los que nos sentimos sanmartinianos lo consideramos poco menos que una obligación, un deber, y porque nunca los argentinos habremos dicho y reflexionado lo suficiente sobre su figura y sus hechos. Claro que hoy día, las experiencias y las relaciones de los últimos años me imponen incluir, sin solución de continuidad en estas manifestaciones a los peruanos, verdaderos hermanos nuestros, que tal parece son tanto o más sanmartinianos que nosotros.
San Martín es (o debiera ser) el héroe de tres naciones, pero quizá la que más se destaca por su pasión sanmartiniana en la actualidad es la República del Perú. En la Argentina, lamentablemente se percibe mucho de fasto calendario, de exaltación de almanaque en el país en su conjunto, incluso a riesgo de nivelarlo con otras figuras, elevándolas, como sucede con Güemes y los salteños. Caso aparte me parece que lo encarnan los mendocinos, que en mi opinión lucen como los más devotos cultores argentinos del Gran Capitán. Chile, lo ha puesto en pie de igualdad con O’Higgins, Carrera y aún Cochrane, vale decir que ni siquiera luce como primus inter pares. Y en el resto de América, es un héroe sí, pero de menor talla que Simón Bolívar, mucho menos conocido y, comparativamente, de baja estatura histórica. La serie de Netflix y de la todo poderosa cadena Caracol de 2019, lo pinta poco menos que como un simple comparsa, abonando y mucho a la leyenda del caraqueño, exaltando poco y nada del correntino.
Y digo correntino, porque entrando en el sendero de la leyenda, la primera que cabe rescatar de San Martín es esa pertenencia a una “patria” que no lo fue como tierra de sus padres, y tampoco como origen territorial, puesto que al tiempo de su nacimiento, Yapeyú no era parte de la provincia de Corrientes, que aparece como tal recién en 1814. En realidad, uno de los grandes méritos de los correntinos de antaño, es haber reivindicado para su provincia, en exclusividad, la figura de San Martín. Tenían títulos para ello, ¿qué duda cabe? Pero basados en una interpretación de la legitimidad sobre todo, porque el suelo yapeyuano era parte de la jurisdicción otorgada a la ciudad de Corrientes por su fundador, el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, suelo que a juicio y reclamos de los correntinos, fuera usurpado por los jesuitas y sus catecúmenos. Claro, aquí no se agota la leyenda, sino que en realidad recién da sus primeros pasos, porque después se suman en tropel, todos los sucesos vinculados a esos primeros años yapeyuanos de San Martín.
¿Jugó en realidad bajo el asendereado ombú? ¿nació en lo que hoy son las ruinas que custodia el Templete?¿Tuvo una nodriza guaraní?
El ombú existió por cierto, pero que San Martín siendo niño haya jugado a su sombra no pasa de ser una hipótesis de esas que suelen fundamentarse porque “seguramente”, “probablemente”, “indudablemente” y tantos otros polisílabos que se saltan a la torera las exigencias probatorias serias de los hechos históricos, permiten colorear agradablemente interpretaciones de parvulario.
Las ruinas del Templete, en su momento Leguizamón, Getz y otras grandes figuras, no sólo de la Historia sino de la paleontología, afirmaron tajantemente que no era el edificio jesuítico del Colegio, sino un templo. Pero Basaldúa, como pionero entre nosotros de la creación de hechos históricos a través de los tribunales, ya años antes recurre al Juez de Paz de Yayeyú y a colonos asentados en la localidad mucho después incluso del deceso de San Martín en Europa, y ellos, por el “dicen qué” convalidaron con sus firmas que esa había sido la vivienda de los San Martín. Cuando en tiempos de Leguizamón se reavivó la polémica, Hernán Félix Gómez y el diario Crítica dieron una más que exitosa batalla. Detrás estaba la silente pero poderosa sombra de Juan Ramón Vidal.
Y la nodriza, el primero que la menciona es un sacerdote apellidado Maldonado, recién en 1915, y haciéndose eco de relatos de oídas protagonizados por una mujer muerta medio siglo antes. Y allí no terminó todo, porque un fabulador de nuestra propia época, retorciendo todavía un poco más los hechos, escribió muy lindamente que aquella nodriza era la madre de San Martín. Como los indios están de moda, la versión gustó ¡vaya si gustó! Y ahora es más que localizable hasta en el universo digital. Entre 1778 y 1784 media poco más de un lustro, tiempo sobrado para entretejer ésas y otras leyendas no menos frondosas. Cuanto más grande es una figura, más se la decora con imágenes y anécdotas de toda índole. Los últimos clavos en esas construcciones, en primer lugar han sido forjados en atelieres artísticos. Así, nos han obsequiado con imágenes de los padres de San Martín, que desde luego – descontada la esperable devoción de los artistas – son puramente imaginarias. En sentido análogo, aunque San Martín en su propia época, fue uno de los personajes retratados más profusamente, por pintores americanos y europeos, ahora ha salido a la palestra un producto al parecer de esa “inteligencia artificial”, que amenaza tornarse respaldo y justificativo de cuanta versión blanda sea menester almidonar, y tenemos para elegir: Por más que lo único que garantiza cierta exactitud es el célebre daguerrotipo (o su copia a lápiz), nos ofrecen sanmartines que, poco más poco menos, pretenden garantizar su autenticidad desde la cuna a la tumba, y no sólo nos lo proponen como niño, cadete, jovenzuelo y así hasta anciano provecto, sino que hacen otro tanto con Merceditas, y por ese camino no me caben dudas que a la larga no se salvará ni Josefa. El producto resulta tan gratificante como para que los “retratos” de los padres cuelguen en el propio templete, sin aclaración alguna respecto de su carácter apócrifo. Y así también una publicidad que invita a un evento sanmartiniano próximo, no trepida en poner en línea la seguidilla de “retratos” de nuestro héroe. Por cierto que el retrato canónico de nuestro Héroe, consagrado en 1950 con su bandera a la espalda, que nos trae ecos de Napoleón en Arcole, fue trabajado de memoria por aquella profesora de Merceditas cuyo nombre no conocemos. También abona a la leyenda…Y sigue siendo hermoso. Arbitrariamente, he hablado de “carne” para caratular los hechos sanmartinianos, su trayectoria de soldado español entre 1789 y 1812, ingresando como cadete al Regimiento de Infantería de Marina de Murcia con 11 años y entrando en fuego a los 13. Si se piensa un poco, la misma edad o poco menos que la de nuestros liceístas. El resto de su servicio es pródigo en hechos de armas. Resaltan la Campaña del Rosellón, Arjonilla y Bailén.
Su epopeya americana se extiende entre 1812 y 1824, y es tan extensa como gloriosa. Lo que encandila las imaginaciones ya entonces es el cruce de los Andes, y sus triunfos homéricos en Chacabuco y Maipú. La campaña del Perú tiene sus momentos más altos en los sucesos que lo ponen en posesión de Lima casi sin tirar un tiro, la proclamación de la Independencia peruana, la entrevista de Guayaquil y, sobre todo, su subsiguiente renunciamiento al Protectorado y abandono del poder. Un caso único en la Historia, que le aporta sus luces más brillantes al compararlo con el otro “Libertador”, Simón Bolívar.
El último fragmento de esa “carne” sanmartiniana, son los años finales de su vida, al comenzar ese exilio en 1824, que se cierra con su muerte en 1850. Allí destaca su férrea y valiente defensa con la pluma de su patria, atacada por las mayores potencias de la época. Y lo hace desde la propia capital de una de ellas, París.
Su figura es un faro para los americanos que viajan a Europa. Vale remarcar que entre quienes más lo agasajan hay varios chilenos. Los argentinos, contraemos una deuda imperecedera con el Mariscal Ramón Castilla, peruano, que le brinda un apoyo económico imprescindible. También cabe recordar que el Brigadier argentino Juan Manuel de Rosas, no dudó en honrarlo a él y a sus familiares con su ayuda.
Ya más allá de la muerte, lo que me he atrevido a denominar como “hueso”, es ese proceso histórico de su paso a la inmortalidad y a la gloria que debe llevarnos a exaltar la clarividencia de Avellaneda, quien supo canalizar las voluntades nacionales decretando en 1878 que el 25 de febrero de cada año fuese feriado, iniciando las actividades que culminarían con la repatriación de sus restos, apoteosis que devino en 1880.
Pero allí no terminó todo, porque en 1947 se trajeron los restos de sus padres a nuestro país, y se asentaron en la Recoleta, próximos a la tumba de su esposa Remedios. Finalmente, en 1998, también un 25 de febrero, ambos, Juan y Gregoria, fueron instaurados en su asiento actual, en Yapeyú.