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lunes, 25 de abril de 2022

ALBERDI Y ROSAS SE CONOCEN…

Por Ricardo Geraci del Campo Ríos

El 17 de octubre de 1857 en la casa de un banquero inglés, Mr Dickson, don Juan Manuel de Rosas y Juan Bautista Alberdi se encontraban por primera vez personalmente en Londres.
Entre estos dos, hubo idas y vueltas propios de los vaivenes lógicos de la historia argentina del siglo XIX, pero que se podrían de buena fe, analizar cada uno en su contexto. Alberdi ni Rosas eran los mismos en aquel 1857, de lo que fueron veinte años atrás. Aun así, hay algunas confluencias interesantes entre ambos ya hacia 1837, de manera indirecta.
El folleto u opúsculo (*) titulado “Fragmento preliminar al estudio del Derecho” de Juan Bautista Alberdi, editado en Buenos Aires hacia 1837, que sirvió justamente de base para “Las Bases…” y que plantea de forma esquemática los hechos ocurridos en el país desde el 25 de Mayo de 1810 y analiza la independencia americana y el rol del entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. En uno de los párrafos hace mención al caudillo bonaerense, y afirma:
…” No es (Rosas) un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”.
Hay otra confluencia interesante que mencionar entre el intelectual y el estanciero, a causa de las “Bases…”, que tan buen servicio si se quiere prestaran a la Convención Constituyente, Urquiza decidió que Alberdi serviría mejor fuera del país que dentro del mismo. Por ello, aun con la imposibilidad del intelectual de volver a la patria, el entrerriano lo nombró Encargado de Negocios de la Confederación Argentina en Paris y Londres.
Para ese 1857, Rosas y Urquiza ya tenían un fluído intercambio epistolar desde 1852 cuando luego de las confiscaciones de los bienes del Restaurador, Rosas imposibilitado económicamente para poder valerse en el exilio, reclama de buenos modos, diría Alberdi al escribirle a Urquiza: “… indudablemente el general Rosas se conduce mejor como vencido, que lo hacía como vencedor”, sobre la ilegal tarea a la que estuvo casi obligado Urquiza de confiscarle los bienes. San Nicolás de los Arroyos fue a mi modo de ver, el guiño de Urquiza a Rosas de que el “rosismo” no había sido sepultado, por el hecho de tener a su máximo representante, exiliado. Don Justo José convoco a los gobernadores que en su mayoría fueron gente de Rosas, a firmar un acuerdo que, en definitiva, reconoce en suma lo realizado por el gaucho de los Cerrillos.
Hay una confluencia entre Rosas, Alberdi y Urquiza aquí. El Restaurador buscó a su manera, reconociendo el gobierno de la Confederación y a su jefe, un buen resultado que le permita de hacerse de la venta de algunos de sus bienes y de esa manera, poder tener algo de dinero para la subsistencia en Inglaterra. Esto lo digo, más allá de que uno puede percibir en el trato epistolar con Urquiza y su trato con Alberdi al poder conocerlo personalmente, que Rosas no actuaba. Sus palabras parecen la de un hombre derrotado, con el orgullo herido por andar pidiendo en definitiva lo que legalmente le correspondía, pero consiente de ser un vencido y con la humildad de quien sabe reconocer en los otros las conquistas, pero absolutamente se lo percibe honesto. Rosas podía en una oración o en algún pasaje de alguna charla pasar de la picardía de quien maneja bien el lenguaje, los tiempos y los climas, a ser severamente brutal desde la honestidad sin percatarse inclusive de incurrir hasta en alguna grosería.
Alberdi como Encargado de Negocios de Urquiza, le va a visitar y naturalmente no lo hace en función de ese cargo. El tucumano, residía en Paris y los viajes a Londres por temas que le eran obligatorios, lo llevaron a entrevistarse con Rosas. Este último conservaba el opúsculo de Alberdi en un lugar de su biblioteca que fue descubierta tras la batalla de Caseros. Con esto no puedo afirmar a ciencia cierta si Rosas había o no leído la obra de Alberdi, pero no se puede negar que había consideraciones de todo tipo y no solamente la antinomia propuesta por algunos, descontextualizando al personaje y condicionando su obra, a interpretaciones obsecuentes y para nada verosímiles.
Lo siguiente parte de lo que don Juan Bautista Alberdi remite de manera minuciosa y descriptiva a Urquiza, sobre su visita en Londres al ex Gobernador de la provincia de Buenos Aires.
“Londres, 18 de octubre de 1857”
Anoche conocí a Rosas. Consentí en encontrarme con él en casa de Mr Dickson, por sus actuales circunstancias. Procesado sin discernimiento, ni derecho, quise protestar en cierto modo contra eso, tratándole. Su actitud respetuosa a la nación y a su gobierno nacional, me han hecho menos receloso hacia él.
Hablaba inglés con las damas cuando yo entre. El señor Dickson nos presentó, y me dio la mano con palabras corteses. Poco después me habló aparte, sentándonos en sillas puestas por él ambas. Me encargó de asegurar al general Urquiza la verdad de lo que me decía como a su representante en estas cortes: “que estaba intensamente reconocido por su conducta recta y justa hacia él; que, si algo poseía hoy para vivir, a él se lo debía”. Me renovó a mí sus palabras de respeto y sumisión al gobierno nacional.
Al verle le hallé más viejo que lo creía, y se lo dije. Me observó que no era para menos, pues tenía sesenta y cuatro años.
Al ver su figura toda, le hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación, porque es la de uno de esos locos y medianos hombres en que abunda Buenos Aires, deliberados, audaces para la acción y poco juiciosos. Buenos Aires es el que pierde de concepto a los ojos del que ve a Rosas de cerca. ¿Cómo ha podido este hombre dominar ese pueblo a tanto extremo? es lo que uno se repite dentro de sí al conocerle.
Habló mucho. Habla inglés, mal, pero sin detenerse, con facilidad. Es jovial y atento en sociedad.
Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política: casi siempre se dirigió a mí, y varias veces vino a mi lado. Me llamaba señor ministro y a veces paisano; otras por mi nombre.
Habló mucho de caballos, de perros, de sus simpatías por la vida inglesa, de su pobreza actual, de sus economías, de su caballo y de los caballos ingleses.
No es ordinario. Está bien en sociedad. Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde alto el mundo. Y sin embargo, no es fanfarrón, ni arrogante, tal vez por eso mismo, como sucede con los lores de Inglaterra, las más suaves y amables gentes de este país.
Su fisonomía no es mala. Se parece poco a sus retratos. La cabeza es chica, y la frente, echada atrás, es bien formada más bien que alta. Los ojos son chicos. Está cano. No tenía bigotes ni patilla. No estaba bien vestido: no tenía ropa en Londres. Ha venido por quinces días a imprimir y publicar su protesta. (nota mía: la protesta fue la carta que Rosas publicó en diarios franceses e ingleses sobre el tema de sus confiscaciones, para que el gobierno de Buenos Aires reconsidere el asunto).
Me dijo que no había sacado plata de Buenos Aires, pero sí, todos sus papeles históricos, en cuya autoridad descansaba. Él dice que guarda sus opiniones sin perjuicio de su respeto por la autoridad de su nación.
Recordó que él no había echado a Rivadavia, ni hubiera rehusado recibirlo. Fue bajo Viamonte, según dijo, el destierro de aquel.
Después de Balcarce, ningún porteño en Europa, me ha tratado mejor que Rosas, anoche, como a representante de la Confederación Argentina.
Otra de las peculiares cuestiones que unieron si se quiere a estos dos hombres de la historia argentina, fue el intercambio epistolar entre Alberdi e Ignacia Gómez de Cáneva, viuda y hermana de la fiel amiga del Restaurador y de Manuelita, Josefa “pepa” Gómez, que tuvo un largo y nutrido intercambio con el tucumano y residió durante un tiempo en casa de Manuelita en Londres. Leyendo solamente algunos pasajes de ese intercambio, queda clarísimo que en cada documento válido y fidedigno se esconde muchísima información de primera mano, acerca de elementos que pintaban en este caso a Manuelita, como generosa, buena madre, buena esposa, sincera, afectuosa y sublime. Marca una distancia entre su amiga y Eduarda Mansilla, a la que, en muchos pasajes de sus cartas con Alberdi, la crítica por su maldad, por vivir en una irrealidad incapaz de hacer feliz siquiera a su esposo. Estas palabras que compartía con Alberdi, le daban aún más al hombre de Las Bases descripciones sobre la familia Rosas y por sobre todo hablaba de por sí del hombre que años antes había sido el más poderoso de la América del Sud.
Si bien fue la única vez donde Dickson en que Alberdi y Rosas tuvieron contacto cara a cara, los intercambios de mensajes fueron sucediendo y aquí remitiré uno del 3 de noviembre de 1857 en donde JB le escribe a Urquiza sobre sus impresiones sobre Rosas:
“Yo no creo insignificantes la adhesión y respeto que Rosas profesa hoy al gobierno nacional argentino. Prescindo de lo que él pueda valer en nuestro país. En Inglaterra hay preocupaciones en su favor; y las simpatías inglesas no son un elemento de desdeñar. Lord Palmerston , Lord Aberdeen, el banquero Baring, y gentes así, le visitan y reciben con distinción. El espectáculo de la vida libre en Inglaterra le ha enseñado a conocer que se puede pensar en oposición con el gobierno sin ser enemigo del país y digno del cadalso. Cinco años de esta escuela y de la de su desgracia, han influido en él, indudablemente, y yo creo que su respeto al gobierno parlamentario que ha organizado V.E no es del todo afectado. Es más o menos el sistema de gobierno que él ve ahora en Inglaterra”.
Luego hay más intercambios entre el Encargado de los Negocios en el Exterior de la Confederación Argentina y Urquiza, que datan del 7 de abril de 1858 y otra del 7 de mayo.
No hay intención alguna de evitar coincidir con aquellos que antagonizan a estos dos personajes de nuestra historia, es quizás la manera de entender también que descontextualizar al personaje, utilizando artilugios tales como agarrar una frase y enjuiciar con tan solo elementos que no determinan absolutamente nada, sino se los engloba como parte del proceso natural que las personas experimentamos a lo largo de nuestras vidas. Nunca somos lo mismo, ni año a año, ni mucho menos en décadas. Lo que no intento aquí es indultar a Alberdi (como si hubiera que hacerlo) ni hacer lo mismo con Rosas.
Es simplemente la coincidencia si se quiere de dos hombres con diferencias notables, pero que en algún punto en situaciones donde los encuentra diametralmente opuestos (uno como plenipotenciario y el otro exiliado) confluyen y logran acercar posiciones que en definitiva son la prueba cabal de que no todo en la historia se puede medir desde “el aguante”. No se puede tomar posición por uno u otro, porque tal cosa no existe. Los hombres de nuestro pasado aun con diferencia, podían diferenciar entre Ser y Parecer, se era patriota o no, en consecuencia, a eso, se actuaba. Rosas fue más bien un hombre de acción, como inclusive lo pinta Alberdi cuando no ve en Rosas nada distinto a esos hombres desprejuiciados de Buenos Aires, de pocas palabras y mucho entusiasmo. Rosas se dirigió a Alberdi sin distinciones, y con el respeto debido, más que al hombre de letras o al genio escritor, al funcionario nacional. Entre ambos escribieron a su modo parte fundamental de los hechos más destacados de nuestra historia nacional.
(*) opúsculo: Tratado científico o literario de corta extensión.
Ricardo Geraci.
Fuentes consultadas: Cartas de una dama porteña a Juan Bautista Alberdi. PDF
Alberto Moreno: Correspondencia entre Rosas y Urquiza. PDF
Beatriz Doallo: El Exilio del Restaurador.

2 comentarios:

  1. Se dice, que en esa entrevista, Alberdi le hizo un comentario a Rosas, manifestándole que no creia que fuese responsable de todo lo ocurrido bajo su gobierno; la anecdota es que el restaurador, empujó levemente su sillónj hacia atras y poniéndose de pie, le dijo a Juan Bautista, que el general Rosas, era el unico responsable de todos los actos ocurridos bajo su gobierno.-

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