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sábado, 30 de abril de 2022

Una guitarra para Manuelita

POR ROBERTO L. ELISSALDE

EL Museo Histórico Nacional acaba de publicar el segundo volumen dedicado a sus colecciones, esta vez centrado en a ponchos e instrumentos musicales. En el mismo llaman la atención dos guitarras: una de Juan Manuel de Rosas y otra encargada para su hija Manuelita.­  La afición por la guitarra viene desde tiempos inmemoriales, traída por los conquistadores, el padre Furlong recuerda que "el siglo XVI fue en España el siglo de la guitarra''. Se conocieron varias obras referidas a este instrumento: Luis Millán publicó su Libro de música de vihuelas de mano en 1535; Luis de Narváez al año siguiente; Los seis libros del Delfín de música para tañer vihuela; Enrique Enríquez doce años más tarde; lo mismo que tratados de Miguel de Fuenllada, Luis Venegas, Tomás de Santa María, Esteban Daza; siendo la última la que apareció en 1586 con el título: Luz y Norte musical para caminar por las cifras de la guitarra española.­

Fue tal el interés que hubo por ellas que en 1604 en una tienda de Córdoba se vendían "100 cuerdas de bigüela, a dos reales la cuerda'', y en 1614 un comercio similar tenía "4 docenas de cuerdas'' del mismo instrumento. Los aficionados encontraban guitarras misioneras y chilenas, lo que significa que las primeras eran fabricadas por los naturales en las reducciones de los jesuitas. ­Las mujeres debieron ser buenas ejecutantes ya que el antecedente más remoto sobre ellas lo tenemos en doña María de Tejeda que en 1609 tenía "una bigüela buena''.  Alexander Gillespie rescató durante su estadía en Buenos Aires en 1806 que "los valses estaban en boga y la música de piano acompañado con guitarra, que todos los rangos tocaban''. Fue invitado a comer a la casa "de un capitán de ingenieros'', era José Gregorio Belgrano el anfitrión a quien acompañaba su mujer María del Carmen Cabral (no Manuel como lo supone la autora de la nota), y en esa reunión "la dueña de casa con otras dos damas que entraron, nos divirtieron con algunos lindos aires ingleses y españoles en la guitarra, acompañados por esas voces femeninas''.­    Un paisano oriental, Bartolomé José Hidalgo, excelente autor se dedicaba a exaltar a los gauchos con sus cielitos patrióticos o las proezas de San Martín, admiraba el arte de Mariquita Sánchez para ejecutar la guitarra le dedicó sus versos en El Censor del 23 de mayo de 1818, bajo el título de "Remitido'':    "Señor Censor: La crítica de que V. está encargado por su oficio abraza en uno de sus extremos, el elogio de los talentos y de las producciones discretas que hacen honor a nuestra ilustración. Con este objeto le remito la adjunta Oda compuesta en momentos por un admirador de la singular destreza con que una señorita de esta capital toca la vihuela. Se sabe bien quien es entre nuestras damas la que descolla sobre todas en esta habilidad -no es preciso nombrarla. Todo lo raro y honesto merece alabanza. El poeta ya ha cantado El triunfo de Maipo con mucho brío, y con muchas sales; esta advertencia es precisa para que no le muerda por la elección del asunto". Y a continuación se reproducen los versos de Hidalgo que comienzan así: "¿Que mano angelical en mis oídos / derrama generosa su dulzura? / ¿Quién embargando ¡Oh dioses! Mis sentidos / su canto lleva a la celeste altura / y roba la armonía de las aves''.    Unos años más tarde el joven Juan Cruz Varela también en referencia a Mariquita y su virtuosismo en la guitarra apuntó: "Un instrumento igual, con igual arte, escuché yo esta vez, pero tañido. Por diestra mano de argentina airosa''.­

EL LUTHIER  ­No es de extrañar que Manuelita Rosas fuera una ejecutante de guitarra, y posiblemente bastante buena, pero no encontramos documentación alguna que lo prueba. Por el instrumento que se conserva en el Museo Histórico Nacional (una guitarra de seis cuerdas) ahora sabemos esta afición de Manuelita. Fue encargada hacia 1850 por un grupo de partidarios de su padre al luthier Francisco Pedro España, un hombre entonces de 57 años, natural de San Juan les Fonts en la provincia de Gerona, quien había estudiado con el francés Thérèse de Mirecourt con quien trabajó hasta 1835. Fue un luthier muy exitoso en su taller, empleando artesanos de nivel, además de violines, violas, violoncelos, contrabajos y pianos que llevan su sello; hizo guitarras decoradas y confeccionadas con maderas exóticas, como se puede apreciar en la encargada por los admiradores de su padre para Manuelita.­

La guitarra llegó a Buenos Aires después de la batalla de Caseros y fue subastada entre los que habían puesto el dinero para adquirirla. Le cupo la suerte a Gregorio Ibarra que pagó por ella 20 onzas de oro. El adquirente era el conocido litógrafo porteño, cuyo negocio situado en la calle de la Catedral (hoy San Martín) 77, alcanzó amplia fama y también muy meritoria, donde no faltaron láminas costumbristas o reproducciones de edificios públicos, como también los Trajes y Costumbres de la Provincia de Buenos Aires.   Hombre de indudable cultura fue quien en 1846 tasó la biblioteca de Bernardino Rivadavia, además aficionado a la música en 1837 publicó el Boletín Musical que alcanzó 16 números y en el que colaboraban entre otros los jóvenes Nicanor Albarellos y Fernando Cordero, que como Ibarra eran eximios guitarristas.­

Los retratos del general Oribe y de doña Encarnación Ezcurra de Rosas salieron de su taller; su hijo Francisco fue ahijado de doña Agustina López de Osornio madre del Restaurador lo que demuestra la relación familiar. Ibarra falleció en Montevideo el 3 de diciembre de 1883 y hasta el fin de sus días conservó esa guitarra para Manuelita en su poder.­

Fue justamente su hijo Francisco quien en 1899 vendió esta guitarra al Museo Histórico Nacional, representado por su director Adolfo P. Carranza, con correspondencia que da cuenta de lo comentado. El instrumento con su estuche original entró al patrimonio el 16 de junio de 1899.­

LA OTRA­  ­El Museo Histórico conserva otra guitarra de origen gaditano cerca de 1840, obra del luthier Federico Dañino, que perteneció a Juan Manuel de Rosas, comprada por la institución a su nieto Manuel Terrero, hijo de Manuelita. Esto nos hace pensar que en la intimidad familiar el gobernador también era aficionado a ese instrumento. Fue en La Prensa donde el 12 de junio de 1932 se publicó la tradición de Manuel Bilbao, que durante una fiesta en Los Cerrillos en San Miguel del Monte, "terminado el pericón, don Juan Manuel, en medio de la expectativa general, tomó una guitarra en la que punteó un gato''.­  Quizás en ella Manuelita también aprendió a tocar, observando de lejos a los paisanos de la estancia mencionado o a los de la Estancia del Pino, donde pasaba algunas temporadas.   Lo cierto es que la publicación del Museo Histórico Nacional, dando a conocer sus colecciones, auspiciada por sus autoridades y solventada por los Asociación de Amigos, es como afirma en el prólogo el director "una instancia de producción de conocimiento''.­

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