Presidía la República el doctor Santiago Derqui que pasaba los días durmiendo, ajeno al acontecer político. Sus antecedentes unitarios lo inclinaban al partido liberal, pero le debía la presidencia a Urquiza, y era hombre leal. Los mitristas (Mitre gobernaba Buenos Aires) quisieron tentarlo: Marcos Paz le ofreció consolidarlo en la presidencia, dándole «el poder implícito en el cargo» que hasta entonces no tenía, pues las cosas las manejaba Urquiza desde su palacio San José, además de gloria imperecedera y las bendiciones de los pueblos[1] siempre que gobernase con los liberales y expulsara a Urquiza. De esta manera los liberales no aparecerían alzándose contra el orden constitucional sino por el contrario apuntalándolo contra un caudillo molesto. Pero Derqui prefirió jugarse con Urquiza. Como los mitristas no consiguieron a Derqui, buscaron al mismo Urquiza. Correveidiles misteriosos fueron y vinieron del campamento de Mitre al del general de la Confederación. Hubo reuniones secretas «para tratar la paz» en buques anclados en el río.

¿Qué pasó en Pavón?… Es un misterio no aclarado. Solamente pueden hacerse conjeturas: que intervino la masonería fallando el pleito a favor de los liberales y sin que Urquiza pagara las costas (las pagó el país); que un misterioso norteamericano, de apellido Yateman, fue y volvió de uno a otro campamento en un carruaje con inmunidades; que Urquiza desconfiaba de Derqui y prefirió arreglarse con Mitre dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos. Todo puede creerse menos lo que dijo Urquiza en su parte de batalla: que abandonó el campo de lucha «enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate».[4] ¡Urquiza! ¿El curtido veterano de cien hecatombes con desmayos de niña clorótica…?
Derqui, ingenuamente, intentará la resistencia. El grueso del ejército nacional fue puesto a las órdenes del general Sáa hasta el regreso de Urquiza. Porque cree en la enfermedad de Urquiza, le escribe deseándole «un pronto restablecimiento» y rogándole que «vuelva cuanto antes a ponerse al frente» pues está intacto. Mitre que anunciaba su victoria por el trompeteo de los periódicos porteños no puede moverse de la estancia de Palacios pues no tiene caballada; si Urquiza volviese, en una sola carga daría cuenta de los porteños.
Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver. El 27 de octubre, a cuarenta días de la batalla, el inocente de Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su enfermedad y rogándole que «tome el mando si su salud se lo permite».[5]
Finalmente Mitre, que no las tiene todas consigo y está desconcertado por la victoria, empieza a moverse de Pavón a Rosario. Cuidadosamente limpia el camino de todo hombre en edad de combatir. Sarmiento, desde Buenos Aires, se lo aconseja al saber la noticia de Pavón: «no trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos».[6] Aquélla es una guerra social: la victoria estará en la eliminación del pueblo. Agrega Sarmiento en la misma carta: «Para Urquiza, o Southampton o la horca».
Ni uno ni otra. Urquiza quedará en Entre Ríos y no perderá una sola de sus vacas. Cuando Derqui se da cuenta de que Urquiza no quiere volver a este lado del Paraná, opta por eliminarse de la escena. Cree ser el obstáculo para el regreso de Urquiza, y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo dejando al vicepresidente Pedernera a cargo del gobierno. Por toda la República, de Rosario al Norte, vibra el grito de ¡Viva Urquiza! en desafío a los invasores porteños; todos llevan en el pecho la roja divisa partidaria con el dístico Defendemos la Ley Federal jurada. Son traidores quienes la combaten. Urquiza tiene a trece provincias a sus órdenes y a un partido que es todo, o casi todo, el país. Tiene el ejército intacto. Se lo espera con impaciencia.
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