Junto a uno de los miembros más activos de la comisión pro
repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas visitamos la tumba del
discutido caudillo en Southampton. Allí pasó los últimos 20 años de su vida,
administró una granja, bebió en sus tabernas y cabalgó por esa campiña que
ahora es una pujante ciudad portuaria con 15.000 habitantes. Esta fue la excusa para recomponer un tramo importante en la
vida de uno de los personajes más conflictivos de la historia argentina.
Hace unas semanas George Everton, cuidador del cementerio de
Southampton, comentaba: “Creo que si eso se produce voy a lamentarlo mucho…
Rosas ya es casi una institución en la ciudad y especialmente aquí… pero dicen
que así será y entonces, bueno…, quiero ser el último en ponerle una flor. . .”
Caminábamos hacia la tumba del brigadier general don Juan
Manuel de Rosas.

El grupo lo encabezaba Manuel de Anchorena, embajador
argentino en Londres, un nombre ligado muy especialmente al revisionismo
histórico que marca con Rosas un período trascendente de nuestro pasado. Rosas, uno de los hombres más discutido del siglo pasado, descansa en Southampton, donde pasó
sus últimos años de vida. Anchorena hace frecuentes visitas. Instituyó un libro
de visitantes donde argentinos anónimos y renombrados estampan
su testimonio de visita, por curiosidad, respeto o admiración. En octubre de
1974 Anchorena dice: “Espero que éste sea el último año que vengo a la tumba de
Rosas en Southampton. Creo que la repatriación de sus restos ya es un hecho”.
El 3 de febrero de 1852, a la medianoche —horas después de
ser derrotado en Caseros— Juan Manuel de Rosas se embarcó en la fragata inglesa
“Centaur”. Según algunos testimonios, su inglés era perfecto; según otros,
Ibarguren, por ejemplo, comenzó a aprenderlo a bordo del barco. Ibarguren
cuenta así esta parte del viaje: “Seis días estuvo Rosas en la fragata
“Centaur” frente a la ciudad. Embarcóse también su hijo Juan con su familia.
Pudo enterarse a bordo de las demostraciones con que celebraba su derrocamiento
el pueblo porteño que hasta la víspera lo había glorificado. La situación no
podía prolongarse por más tiempo, pues la proximidad a Buenos Aires hacía peligrosa
la estadía del emigrado.

El 8 de febrero, de acuerdo con la indicación que le
formuló el almirante Henderson, Rosas dirigió a éste una nota en la que
expresaba que “sin recursos para transportarse a Europa con sus amados hijos”,
se ve obligado a solicitarle “se digne facilitarme en un buque
de guerra de Su Majestad mi conducción a Inglaterra”.
“El almirante accedió al pedido y el 9 de febrero el buque
salió río afuera, hasta Punta del Indio, donde los expatriados trasbordáronse
al barco de guerra “Conflict”, de Su Majestad Británica, que zarpó al día
siguiente rumbo a Inglaterra. (…). “El viaje fue largo y accidentado; la
máquina del buque se descompuso, estalló una de las calderas despedazando a
cuatro hombres, por lo que fue necesario navegar a vela con vientos contrarios;
pero, como escribió Manuelita, todos estos inconvenientes «tuvieron sus
recompensas en las consideraciones y respetos con que tan afectuosamente fuimos
tratados por el señor comandante y toda a oficialidad ».

“El 23 de abril llegaron a Devonshire, donde desembarcaron.
Forasteros en un mundo desconocido, ignorando el idioma inglés, que empezaron,
padre e hija, a aprender a bordo; lo que más dolorosamente inquietaba el
espíritu de los desterrados era la falta de recursos. Llevaban solamente setecientas cuarenta y dos
onzas, doscientos pesos fuertes y veintidós reales, que habían podido juntar
apresuradamente en Buenos Aires al huir, en los últimos instantes (…)”.
El
Windsor Hotel de Southampton está igual que hace 100 años. Entramos con
Anchorena al bar. El encargado advierte la presencia de argentinos y dispara
con seguridad: “ustedes vinieron a la tumbade Rosas”. La tradición oral de esta
ciudad-puerto relaciona todo lo argentino con los últimos años de vida de
Rosas. El Windsor fue su primer alojamiento en la ciudad, después de enviarle
una carta a la reina Victoria solicitándole autorización para alquilar una
granja y poder trabajarla. Southampton tiene ahora apenas 5.000 habitantes más
que en 1852. Nada quiebra sus costumbres ni sus ritos ortodoxamente ingleses.
Silencio, colorido, humedad y adustez.

Sigue Ibarguren:
“Rosas se alojó en Southampton, en el Windsor Hotel,
consagrándose afanosamente al estudio del idioma inglés. La ciudad y la
inacción le ahogaban y deprimían. La escasez de los recursos y la incertidumbre
del futuro amargaban su espíritu. Su deseo era alquilar en el campo una casita
con terrenos que pudiera cultivar, ganándose así, como labrador, la vida. Para
eso, decía él, es para lo que soy aparente y sirvo.
“El casamiento de Manuelita con Máximo Terrero, celebrado el
23 de octubre de 1852, le dejó solo; pues su otro hijo, Juan, regresó, después,
a Buenos Aires con su familia. “Ese matrimonio le entristeció profundamente, no
porque tuviera objeciones que hacer a su yerno, a quien profesaba afecto, sino
por egoísmo y por celos. El había mirado a su hija como algo propio, adherido a
su vida; no había querido nunca ponerse en el caso de una separación; ella era
su único hogar y consuelo, el amor entrañable de su existencia…”. Mientras
tanto, en Buenos Aires, Urquiza levantaba la confiscación sobre los bienes de
Rosas, lo que le daba una seguridad transitoria. Esa actitud de su anterior
adversario lo conmovió y desde Southampton le envió una carta de agradecimiento-
En el Pub Red Lion hay más testimonios. Aquí solía venir
Rosas a tomar su cerveza semanal, los domingos, después de misa. Sus actuales
dueños, descendientes de los fundadores de la taberna, muestran con orgullo un
curioso recuerdo que pende en la pared principal del negocio: una cinta
federal.
En una carta a Josefa Gómez, Rosas cuenta:
“Hay en este condado una floresta completamente desierta.
Abundan en ella los ciervos, liebres y pájaros. Sus campos, arroyo, pastos y
árboles son deliciosos. Allí, en esas
inalterables soledades y en ese no interrumpido silencio encuentro mis
únicas distracciones, como que mi vida es completamente privada. Y porque a
esta clase de retiro se reducen todas mis aspiraciones, elegí para mi refugio
este lugar donde admirablemente se encuentra ese campo público”.

En otra carta decía:
“(…) No fumo, no tomo rapé, ni vino ni licor alguno, no hago
visitas, no asisto a comidas ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de
un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan cuál y
cómo es mi trabajo diario incesante. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi
mate. Nada más”.
Cuando Rosas vivía, desde la Burguess Farm se veía la
magnífica llanura ondulada de la campiña. Granjas y establos que componían un
paisaje de cuadro antiguo. Ahora cruza por la puerta una calle de doble mano y
las construcciones populares avanzan sobre el paisaje. Hoy todo eso es ciudad.
Ibarguren termina así su historia de Juan Manuel de Rosas:
“Un día húmedo y excepcionalmente glacial en el mes de marzo
de 1877, Rosas, que llegaba a la edad de 84 años, quedó hasta muy tarde
trabajando afuera, en el campo. Un enfriamiento evolucionó con rapidez en
maligna neumonía. Manuelita, llamada con urgencia por el médico doctor Wibblin,
llegó de Londres a Burguess Farm a la noche, encontrando a su padre moribundo.
Al día siguiente, el enfermo mejoró con reacciones vitales que dieron
esperanzas. Su hija le creyó salvado, estuvo acompañándole hasta las dos de la
madrugada y conversando con él, quien dispuso que ella se retirara a descansar,
conforme al turno que había reglamentado para los que le velaban. Pocas horas
más tarde, en la mañana del miércoles 14 de marzo, una súbita agravación apuró
la agonía. Manuelita se acerca al lecho de su padre y le besa «tantas veces
como hacía siempre, y al besarle la mano la sentí fría. Le pregunté: ¿cómo te
va, tatita? Su contestación fue mirándome con la mayor ternura: “No sé, niña”»
Octubre de 1974. Anoto en mi agenda: “Hay sol en
Southampton. Acabo de visitar
la tumba de uno de los hombres más discutidos de la historia
argentina”.
Interesante
ResponderEliminarMuy ilustrativo. Y qué fue del hijo de Rosas
JUAN MANUEL DE ROSAS, PATRIOTA DECENTE Y AUSTERO EN LA VIDA PÚBLICA COMO EN LA PRIVADA, EJEMPLO A SEGUIR. VIVA DON JUAN MANUEL DE ROSAS.
ResponderEliminarel Chiche hablando de Rosas.... Memoria!!!
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