Por Rodrigo Amuchástegui
Encuentra que hasta aproximadamente 1930 había tres concepciones dominantes de la historia:
• narrativa, que describe espacio-temporalmente lo acaecido (por
ej. Heródoto).
• pragmática, el estudio de la historia sirve para encontrar soluciones a problemas que se repiten (ej.: Tucídides y Polibio).
• genética, que ubica como propia del romanticismo, con Herder, y que sirve para señalar la génesis de la nacionalidad: “El presente es un producto del pasado y sólo es inteligible a la luz del desarrollo de las nacionalidades desde su origen”
Variantes de estas posiciones son la historia positivista, marxista, economicista. Su propio referente
investigativo es la Escuela de los
Annales, con Marc Bloch y Lucien Febvre. De los italianos recupera a Vico
(siglo XVIII) que advierte “la factura específicamente humana de lo histórico”,
y a Croce:
De los ingleses, se interesa por M. Oakeshott, neohegeliano
inglés, en línea con su concepción de lo que podríamos llamar “historia del
presente”, es decir: “hay historia en tanto conocemos lo acaecido, en tanto lo
experimentamos aquí y ahora”, por eso “toda historia es historia contemporánea”.
Collingwood, otro inglés, agrega que la comprensión histórica es la comprensión
del pensamiento que provocó esa realidad. Y Pérez A. coincide con esto: “Esto que llamamos ‘sentido’ de un
testimonio, no es más que el pensamiento que se halla ínsito en él; y tal
‘sentido’ aparece cuando discernimos el pensamiento que lo sustenta”.
Heidegger y Husserl, entre otros filósofos, aparecen también como
apoyo a sus fundamentaciones de la historia. En ese sentido, su preocupación no
es hacer una exégesis de los mismos, lo que puede hacer parecer confusas o
incompletas sus explicaciones filosóficas. Él quiere constituir y justificar la
historia como ciencia, por ello afirma:
“Queda por establecer si es
posible hallar un método de conocimiento… capaz de discernir los pensamientos
rectores de las acciones humanas para re-crear sistemáticamente la realidad
histórica; si tal extremo se cumple, será lícito hablar de un saber histórico
sistemático que satisfaga las exigencias del saber científico de nuestros días.
Es preciso para ello delimitar el objeto de la historia y señalar el método
universal por el cual puede conocerse”. (“Qué es la historia (Cassani y Pérez
A. 1971; “Teoría y metodología de la investigación histórica (Pérez A. 1977
La distinción conceptual aparece como necesaria. Así, “si la
historia quiere ser ciencia, convendrá reservar, como en las demás ramas del
saber, el nombre de ‘historia’ al conocimiento, y denominar ‘lo histórico’ a
los fenómenos cuyo comportamiento se quiere indagar y conocer
sistemáticamente”. Pero ¿qué es lo histórico? Sus características son la unicidad,
singularidad y preteridad. Único, en tanto lo histórico tiene
valor por sí mismo; singular, en tanto diferente de otras cosas similares (la
Revolución de Mayo y la Revolución Francesa son dos hechos únicos, pero sus
diferencias son las que los constituyen en singulares) y pretérito: en tanto pasó; que haya dejado residuo o que perviva
son los índices de su preteridad
El ser natural lleva consigo una carga de historicidad necesaria,
pero el hombre agrega a su devenir la actividad consciente de su voluntad”, de
forma que “el hombre va siendo lo que va queriendo ser, ya que sus respuestas
son intentos de ser lo que quiere” Los
proyectos, entonces, son las respuestas que elabora el hombre con su libre
voluntad para hacer lo que quiere; frente
al mundo condicionante, el hombre se hace continuamente. “Los resultados
concretos de esa elección incondicionada constituyen lo histórico” El hombre -y siguiendo ahora a Ortega y
Gasset- no tiene naturaleza, sino historia. “La historicidad humana es consciente,
y, como tal, promotora de normas de conducta reguladas por el pensamiento manifiesto
en proyectos que se resuelven en acciones”
La historia
como ciencia: Para justificar esa
cientificidad, compara la tarea del historiador con la del científico que
investiga la realidad física. En uno y otro caso se quiere hallar coherencia en
el comportamiento de los fenómenos. En el científico se buscan las relaciones
causales necesarias; el historiador, por
su parte, busca la estructura en donde el hecho cobre sentido, es decir que las
relaciones se vuelvan inteligibles. No
se trata en uno u otro caso de cosas en sí, sino de comportamientos. Lo que llamamos
“realidad” son comportamientos fenoménicos: “Sin manifestaciones fenoménicas no
es posible la formulación de conceptos”. Y esas manifestaciones en términos
históricos están dadas por los testimonios (que no deben identificarse solo con
documentos). Así, “son testimonios todos
los residuos, materiales e inmateriales, que han ‘quedado’ y se presentan
aquí y ahora con señales indudables de la acción humana. Testimonio
histórico es tanto un documento como una institución, un templo como una momia,
una piedra tallada como una costumbre, un libro de ciencia como un poema, una
música, una danza, un rito”. El paralelismo entre ambos investigadores se
basa en que los testimonios son cosas como lo puede ser el carbono, el oxígeno,
etc., que se comportan de una manera u otra en tales o cuales circunstancias y
tanto de unos y otros el investigador (sea histórico o físico) extrae datos.
Nuestro historiador se apoya en el carácter subjetivo de la
experiencia. “En otras palabras, la realidad ‘es’ lo que de ella conocemos”. Lo anterior, dice, no se discute en las
ciencias naturales, donde las cosas son lo que de ellas se conoce, y cuando ese
saber cambia, también lo aceptamos, basados en la perfectibilidad del
conocimiento científico. Pero no parece
ser así en la historia a la que se le critica la imposibilidad de tener una
certeza equivalente a la de la ciencia natural.
Y a esto contribuyen las concepciones de la historia que la
vinculan a un ser nacional, que la organizan desde algún pragmatismo definido,
o desde la visión de ‘mandatos históricos’ que canonizan o anatematizan
determinados personajes. “No se advierte
que eso no es historia, sino metahistoria; y se mide el saber histórico con la
vara del saber metahistórico”.
¿Pero es posible el conocimiento
científico de la historia? ¿Cuál es su método? Dejamos de lado este largo tema,
que desarrolla en otros textos y veamos su fundamento y el problema subjetivo
de la verdad científica e histórica. Pérez
A. destaca el carácter de convencimiento del investigador. “La ‘verdad científica’ es la ‘realidad
comprobada’. Cuando el investigador (de ciencias naturales, sociales o
históricas) descubre y verifica esa coincidencia, está obligado a creer que las
cosas son así”. En historia las relaciones son irreversibles en tanto pasadas. El
historiador se enfrenta a los documentos tratando de encontrar esas relaciones.
Como el científico parte de hipótesis (él lo llama “dirección de
encuesta”), va elaborando una teoría que retoca y perfecciona “mediante experimentos” hasta que logra
suprimir sus dudas y llega a la verdad. “La ‘verdad histórica’… es lo que las
fuentes obligan a creer al historiador” y, en síntesis, “Así se entiende por
qué en historia hay relaciones necesarias [se dieron así efectivamente],
comprobación empírica [elementos documentales varios] y verdad universal [por
la coincidencia entre fenómeno y teoría y la convicción por lo tanto del
historiador ligado a esto], pero [a diferencia de las ciencias naturales] no previsibilidad”.
Cerramos con su definición de historia,
en tanto ésta es “la recreación intelectual presente de un pasado específicamente
humano, lograda mediante una minuciosa pesquisa de acciones a partir de pruebas
testimoniales, y coronada con la exposición congruente de sus resultados”
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