Rosas

Rosas

martes, 30 de julio de 2019

Artigas en el Paraguay: ¿30 años de silencio?

Por la Profesora Ana Ribeiro
Los últimos 30 años de Artigas, a los que me referiré, transcurrieron en Paraguay. Estuve en Paraguay dos veces y averigüé algunas cosas; supongo que no todo porque se trata de un tema sobre el cual se va a seguir investigando durante mucho tiempo. Hay un cierto desequilibrio entre la masa documental que generan los diez años de actuación pública de Artigas y esa especie de vacío gigantesco en el cual, durante treinta años, papeles de su puño y letra existen solamente dos. Solo hay dos cartas - de las que incluso se discute su autoría , aunque su firma es indiscutible - y luego hay papeles generados a su alrededor, pero que no proceden directamente de él, y aun éstos son muy escasos. Existen algunas comunicaciones y algunos comentarios, cosas que dice el comandante de Curuguaty que es la ciudad en la cual está durante veinticinco años, antes de pasar a Asunción, donde vive sus últimos cinco años.  De ese período, pues, poco documentado y muy interpretado (y por tanto “misterioso” para la historiografía uruguaya), me llamó poderosamente la atención el duelo de dos personas gigantescas que se genera en esos treinta años: el duelo entre el Caudillo y el Dictador.
Resultado de imagen para rodriguez de francia y artigas
Y me gusta pensar el período en esos términos, porque ser un Caudillo y ser un Dictador son dos formas bien diferentes de administración del poder. Y son dos formas de administrar el poder nuevo, el poder que se genera cuando la ruptura del orden colonial obliga a los americanos a gobernarse por sí mismos por primera vez, lo que verdaderamente constituye una experiencia desafiante para todos ellos. Cuando se quiebra el orden hispano se rompe con algo que a nosotros nos cuesta entender y es que la gente amaba al rey. Nosotros actualmente votamos, elegimos, apoyamos a nuestros representantes políticos, pero no los amamos; ése es un sentimiento que no tenemos. Pero ellos amaban al rey y eso significaba que aunque el rey fuera un personaje cobarde, o aunque no se pensara que era excelente en todos los órdenes, eso no menguaba lo que sintetizaba tan bien la frase "El rey ha muerto, viva el rey". Que significa que más allá de su vida física, él es un emblema de una cantidad de cosas. O sea que si uno tenía un diferendo entre vecinos o tenía que apelar a sus derechos ciudadanos más grandes en función de alguna cosa -su libertad personal, su vida- siempre sabía que había un orden que garantizaba todas las cosas. Ese orden se quebró en la revolución y era tan rotundo romper con ese orden que la revolución y el propio Artigas, no comenzaron rompiendo con ese orden el primer día. Hubo que ir trabajando lentamente la idea de la ruptura. La revolución de 1811 - solemos olvidarlo- empieza en nombre de nuestro amado Fernando VII. El levantamiento comienza en contra de las autoridades virreinales; ¡ni siquiera Tupac Amarú se levantó contra el rey...! Porque la autoridad virreinal era algo cercano, en cambio el rey tenía una mediación que lo agigantaba, una aureola magnífica que no provenía únicamente del océano que mediaba entre España y América sino de ser un poder sacrosanto, absoluto, de origen divino, y al no ser una autoridad cercana; no se desgastaba con el gobierno, proceso que conocemos tan bien en los procesos democráticos del mundo contemporáneo. Era siempre un poder ausente y magnífico que sobrevivía la propia muerte física del rey una y otra vez. Cuando eso se quiebra, a medida que la revolución va creciendo, ahondando su contenido y haciéndose cada vez más radical, los americanos descubren que han roto con aquello que Bolívar llamaba -con gran enojo- esa especie de “minoridad de edad” a la cual España había sometido a los americanos, aquello por lo que protestaba en la Carta de Jamaica diciendo que nos habían quitado incluso una tiranía activa y efectiva. Aprender a autogobernarse era de verdad algo nuevo y difícil que puso sobre el tapete la discusión esencial de todo el proceso revolucionario, es decir ¿a quién retrovierte la soberanía después de romper con el rey? Lógicamente Buenos Aires entendió que retrovertía en ella: era el centro administrativo y ejercía el control del Río de la Plata. Ella había logrado derrotar a la “nodriza de ciudades”, la primera ciudad del Sur, que había sido Asunción. Con su cara al Río de la Plata y su perspectiva oceánica había desplazado a la pobre Asunción, asfixiada entre la tierra. Claro que a Buenos Aires le pareció natural que el poder quedara en sus manos y también le pareció natural que tuvieran el dominio aquellos que tenían mejores capacidades intelectuales , lo que, generalmente, indicaba su pertenencia a las clases más altas porque eran los que sabían leer y escribir y los que estaban mejor vestidos, “decentemente presentados” en sociedad .  Otra interpretación del uso y destino de la soberanía es la que hacen aquellos que creen que la soberanía retrovierte en cada uno de los fragmentos en los cuales se quiebra, y eso significaba que un pequeño pueblo indígena que había sido una reducción hasta no hacía mucho tiempo, podía tener derecho a una asamblea y a un diputado, aunque lógicamente ese diputado fuera el sacerdote que hacía poco les daba instrucción religiosa y velaba por el pueblo, pero como era el que sabía leer y escribir, generalmente iba él. Sus reivindicaciones políticas eran modestas, no se podían comparar con un documento como el de las Instrucciones del Año XIII: pedían por favor que les devolvieran la tierra y que el ala oeste del pueblo (que se la apoderó Fulano de Tal) retrovirtiera sobre al pueblo, que tenía un uso comunitario de la tierra. Esos eran sus reclamos y eso era para ellos el correcto uso de su fragmento de la soberanía. Esa discusión esencial se extendió a lo largo de todo el territorio conmovido por la revolución y las reacciones y los poderes que se recrearon a partir de allí fueron múltiples.  ¿Qué poderes surgieron al caer el del rey? Cuando la gente tiene que comandarse por sí misma lo que suele hacer es elegir a uno igual a uno, pero mejor. El caudillo es un gaucho mejor y esa es una definición sencillísima y hermosa que sirve para entender a Artigas, por ejemplo. El es un caudillo y se siente investido de un poder que en ciertos momentos es absoluto, y en otros retrovierte a la gente y se torna democrático. Esto sucede en un ejercicio bastante complejo en el cual, por momentos, él hacía didáctica política y ,en otros, ejercía un poder efectivo y ejecutivo. Era un poder nuevo en todos los órdenes.  Paraguay tuvo el mismo miedo que la Provincia Oriental frente a Buenos Aires y ensayó un sistema propio. Lo hizo inaugurando una política de aislamiento, preservadora en absoluto de su independencia, que inició Gaspar Rodríguez de Francia, continuó a lo largo de los López, y fue quebrada, brutalmente, a partir de la Guerra de la Triple Alianza.
Cuando el 5 de setiembre de 1820 Artigas llega derrotado a las puertas del Paraguay con una casaca colorada y una alforja en la que hay cuatro mil patacones, quien llega es un Caudillo que golpea a las puertas de un territorio que estaba en manos del Supremo, el dictador absoluto del Paraguay. Dictador es un título extraño que solamente pude entender cuando encontré las Exequias Fúnebres que se escribieron a la muerte de Gaspar Rodríguez de Francia.  Documento emanado de un momento de vacío de poder, porque su poder fue tan absoluto que su desaparición física generó anarquía y puso a Paraguay de cara a la realidad: no había poderes sustitutos. Ese vacío de poder provoca, por ejemplo, la prisión de Artigas, que con setenta y siete años arrastró grillos durante un mes. Lo hicieron prisionero esos lugartenientes de tercera o cuarta categoría que era lo único que Gaspar Rodríguez de Francia dejaba subsistir en Paraguay, porque para que su poder fuera absoluto se encargó específicamente de terminar con los españoles, con la clase alta y con los intelectuales. Todo el que pensara demasiado, tuviera demasiado dinero, demasiada independencia política y de criterio, era sospechoso a los ojos de Gaspar Rodríguez de Francia.  En esas Exequias Fúnebres, les decía, encontré el sentido de la palabra “Dictador”. Exequias que se escribieron casi por la inercia del mismo poder que él había generado. Había en ellas unos versos, muy malos desde el punto de vista literario, escritos en su honor, en los que se decía que : los romanos tuvieron sus emperadores, Grecia tuvo sus prohombres, los hebreos a Salomón, pero - terminaban diciendo- : "Nosotros tuvimos mucho más que eso. Tuvimos un Dictador". Es decir que en este caso “Dictador” no es un adjetivo peyorativo sino una medida de poder.  Y no hay mayor medida de poder que la arbitrariedad absoluta y eso Francia lo manejaba magistralmente. Supo demostrar que su poder era realmente absoluto, él, que primero fue electo democráticamente por un Senado como “Dictador” y luego recibió un  voto, de confianza aún mayor, cuando se lo nombró “Dictador Vitalicio”, “Supremo Vitalicio”, mientras viviera sería Dictador de este país. Ese manejo que hacía Gaspar Rodríguez de Francia del poder absoluto es un dato importante para una de las preguntas que suele formularse la historiografía uruguaya: ¿por qué recibe a Artigas, por qué no lo mata, por qué es generoso si sabe que Artigas se ha complotado en su contra? Suelo pensar que fue una de esas tantas cosas que le sirvieron para dar la medida absoluta de su poder, no es la razón única pero creo que es una muy válida. ¿Por qué es sorprendente que no lo haya matado? Porque el hombre que llega derrotado, con una casaca colorada y cuatro mil patacones (que inmediatamente envía a sus hombres prisioneros en la Isla Das Cobras: Andresito, Otorgués y Bernabé Rivera), ese hombre, había querido matar a Gaspar Rodríguez de Francia.  El oficio del 7 de diciembre de 1811 es muy conocido, en el Artigas que escribe al Paraguay, se convierte en el mejor cronista de la revolución, la cuenta paso a paso con una belleza y un sentimiento que pocos tuvieron al escribir. En el dice "Yo llego dentro de poco con este pueblo de héroes, a mi destino" y describe el largo derrotero de lo que historiográficamente llamamos “el éxodo”. En ese oficio Artigas justifica las bondades de una unidad entre la Banda Oriental y Paraguay: es decir que desde siempre su intención fue sumar al Paraguay al sistema que pensaba construir. Luego se cansó de una y otra invitación y del recelo de los paraguayos. Porque Paraguay le admiraba y a la vez le tenían temor, porque pensaban: " ¿Hasta dónde él no es Buenos Aires? Parece que está peleándose con Buenos Aires... ¿pero es así o es una estrategia tramposa?". La desconfianza paraguaya era legítima: no olviden que Artigas comienza la revolución como un militar obediente a Buenos Aires y que solo después recibe un mandato político que se va agigantando y termina matando su obediencia militar, desde las Asambleas Orientales en adelante. El tuvo que aprender a convivir, con angustia en su interior, los dos roles. Y hay momentos en que lo tironean de un lado y del otro y en la documentación esa dualidad del político de investidura popular y el militar de obediencia debida a Buenos Aires, se percibe claramente.  Finalmente vence el político, y se pone de verdad al servicio de la voluntad de su pueblo, pero eso es al final: al principio es un militar obediente a Buenos Aires; después es un político.  Lógicamente Paraguay lo mira con desconfianza. Y también lógicamente, en 1815,  Artigas, ya cansado de proponerle alianzas y acuerdos, directamente entra a complotar contra Francia. Está en el apogeo de su poderío, está con su amigo Amaro Candioti, y envía a Cabañas como correo, diciendo : "Voy a entrar en Paraguay, voy a buscar la cabeza de Gaspar Rodríguez de Francia". Sus hombres le roban al Dictador, además, un cargamento entero de armas, se las llevaba Robertson -el mismo que lo describe sentado en una cabeza de vaca, comiendo carne y tomando ginebra- junto con otras cosas finas que siempre encargaba a los comerciantes ingleses, porque Gaspar Rodríguez de Francia era un hombre refinado a quien le gustaban los catalejos, las buenas medias, la buena ropa, los buenos libros. Todo eso le es robado, junto con la carta que Alvear le enviaba en la que le proponía cambiar soldados  paraguayos por fusiles. Por supuesto que Gaspar Rodríguez de Francia no sabía eso y quecuando lo supo se puso furioso, porque el Dictador estaba animado de un nacionalismo acendrado y más allá de que dispuso de las personas y del Paraguay entero con absoluta arbitrariedad y fue muy cruel en la represión de todo lo que se le oponía, hizo de ese país un sitio ordenado y próspero bajo su mandato.  Ese hombre se puso furioso cuando conoció el contenido de la carta de Alvear: ¿Cómo me va a proponer a mí cambiar paraguayos por rifles? Pero esa carta aún no había llegado a sus manos cuando Artigas la intercepta y la difunde y pide que la divulguen porque los paraguayos al leer eso, se iban a poner en contra de Gaspar Rodríguez de Francia.  Todo eso le había hecho Artigas a Francia, pero Francia lo recibe luego de desarmar a sus últimos soldados y a él mismo, a los jirones de lo que había sido un ejército, porque Artigas era un animal acorralado que venía corriendo a lo largo del río Miriñay durante once días, persecución que Cáceres describe con maestría. Cáceres estaba entre los que lo perseguían, junto con Ramírez y describe : nosotros venimos comiéndonos los caballos que quedan reventados a la noche; al que no aguanta más lo comemos y al otro día seguimos con los que están frescos. Entonces, calculen lo que pasaba con el que iba delante, huyendo, con menos fuerza aún. Ese animal acorralado llega el 5 de setiembre de 1820 a Candelaria, Francia lo recibe, lo llevan a Asunción, donde llega el 23. Cuando llega es alojado en el Convento de la Merced, orden mendicante que como tal, tenía un enorme terreno y recibía, como limosna, animales. Criaban hanchos, ovejas, vacas; era una especie de gran estancia o chacra en medio del corazón de Asunción. Allí, en una celda, está recluido durante tres meses.   En ese lapso le escribe al Dictador dos cartas que la historiografía uruguaya discutió durante mucho tiempo e, inclusive, hizo lo peor que hace la historiografía uruguaya que no es discutir sino no discutir, ignorar, con lo cual entierra definitivamente los temas. La primera que habló de esas dos cartas fue una maestra, Elisa Menéndez. Luego se las consideró, pero siempre parcialmente, porque se trata de dos cartas de las que cuesta asimilar el tono celebratorio y heroico con el que suele rodearse la figura de Artigas. Son dos cartas respetuosas, que algunas personas han tildado de obsecuentes; no sé si puede llamárselas así. En la primera de ellas, del 27 de diciembre - en medio del clima navideño - Artigas le escribe al Dictador agradeciéndole todos los presentes que le ha enviado y le dice: "Usted ha sido generoso con un hombre desprovisto de todo mérito ante los ojos de usted" ...y convengamos en que era cierto que estaba desprovisto de todo mérito. Y luego, por supuesto, le solicita verlo. El Dictador no lo vio nunca. En la segunda carta él ya sabe que su destino es Curuguaty, traslado resultante de su protesta, la que formuló por medio de una pregunta: ¿ qué puede hacer un sacerdote entre frailes? Curuguati era una aldea que quedaba a unos trescientos kilómetros de Asunción, a la que, en esa época costaba varios días llegar porque no había un camino de tierra; el camino de tierra que existe actualmente resulta, todavía, bastante difícil y estamos en el año 2010.  Así que en esa segunda carta agradece su nuevo destino y el asilo que se le brinda.  La historiografía uruguaya habría preferido verlo peleando, también, en ese momento. Lo que personalmente creo que hay que interpretar es, precisamente, esa voluntad de seguir viviendo, esa voluntad de aceptar un destino diferente al que había tenido hasta ese momento, de aceptar su derrota y agradecer lo que de verdad era generoso, fueran cuales fueran las razones geopolíticas de Gaspar Rodríguez de Francia para respetarle la vida.  Ramírez estaba al acecho en las fronteras de Paraguay y pedía la cabeza de Artigas y Francia no solo no se la entregó sino que mandó su ejército a rechazar la presencia de Ramírez en los límites de sus tierras. Debemos tener en cuenta que los códigos de la época no eran nada gentiles porque ese mismo Ramírez pierde la cabeza en manos de la gente de López y que la misma va a ser exhibida como trofeo encima de un escritorio, dentro de una jaula ... Gaspar Rodríguez de Francia perfectamente podía haber hecho eso con Artigas y no lo hizo. Por eso a mí la palabra “cárcel” me parece que no se ajusta.  Confinamiento sí.      Resultado de imagen para gaspar rodriguez de francia                       
Francia lo confinó, es decir que no le permitió salir de allí, como lo hizo también con Bompland, el sabio naturalista por el cual pidió toda la comunidad científica del mundo y especialmente la francesa, cuando Francia era una potencia política , cultural y científica de primer orden. Hizo lo mismo con Gorgonio Aguiar, y con Pedro Campbell. También hizo lo mismo con cantidad de soldados de Artigas que ingresaron con él en aquel año de 1820: los que se insurreccionaron o intentaron alguna cosa sospechosa fueron muertos. Los que se quedaron calmos vivieron y se murieron de viejos dentro de Paraguay.  Ese Artigas que recibe el destino de Curuguaty lo acepta, se va y vive durante veinticinco años en una aldea difícil de clasificar y describir. Algunos dicen que entonces era lo que no es ahora, que era un centro yerbatero importante, y calculan una población de unos once mil habitantes. Pero Félix de Azara (que la había visitado una década antes que Artigas fuera trasladado allí) dice que era algo así como la recopilación de todas las desgracias y que era un pueblo muy pequeño, que no pasaba de cuatro mil habitantes. Era un centro yerbatero; como consta en la documentación de compra y venta de yerba en partidas importantes. No podía ser un lugar ganadero porque está asentado sobre una tierra arcillosa y salada que no permite la cría de ganado. Pero aunque el ganado que había era escaso, Artigas llegó a tener noventa cabezas de ganado, caballos y mulas. En una investigación del doctor Eduardo Gómez consta la existencia de un recibo por el cual le venden a Artigas seis caballos y algunas mulas, fiado y y con promesa de pago en yerba. En esa aldea vive Artigas veinticinco años y se incorpora con absoluta naturalidad a la vida de Curuguaty, a sus oficios religiosos, a las prácticas militares que eran habituales en el pueblo, porque allí había (y sigue habiendo) un cuartel muy grande; Brasil está del otro lado de la frontera de Mbaracayú y la aldea crece recostada a la ladera del Mbaracayú. Algunos investigadores han afirmado que el Dictador mantuvo vivo a Artigas por si Brasil quería avanzar, y a modo de barrera. Otra opinión es que lo mantuvo vivo por si Buenos Aires quería avanzar contra Paraguay. Quizás la razón ha sido la suma de todo: dar su propia medida de poder absoluto por medio de la arbitrariedad, de la benevolencia frente a alguien caído en desgracia, más las dos posibilidades estratégicas. Más por el valor simbólico de su nombre –en este último caso- que por el poder real porque Artigas , definitivamente, lo ha perdido cuando llegó a Paraguay... Allí vive hasta que muere el Dictador y él es llevado preso durante un mes. Tenía setenta y siete años y estaba arando la tierra sin camisa, un dato que personalmente me llamó mucho la atención, porque nunca lo había visualizado así; quizás, como todos ustedes, lo había visualizado más como una estatua y no vigoroso y con setenta y siete años, labrando la tierra sin camisa (en setiembre hace mucho calor en Asunción). Esa estampa siempre me pareció bellísima.  Cuando recupera su libertad su situación económica cambia. En los primeros años el Dictador le pasaba una pensión que rondaba los quinientos pesos, que era más de lo que ganaba anualmente un Ministro, pues éstos percibían trescientos pesos. Es decir que le dio un sueldo importantísimo. Ya en el año 1829 la pensión es menor y representa mucho menos de lo que gana un capitán por año; no pasa de doscientos pesos.  Luego, directamente se la suspende porque él daba casi todo a los pobres, como todos sabemos porque Rengger y Longchamp lo registran en su crónica y ha sido ampliamente repetido en toda la historiografía sobre el período.  Pero, muerto el Dictador y luego del mes de cárcel, su situación económica se torna bastante lastimosa. Es entonces que comienzan a aparecer las pocas cartas que hay del período, en las que nunca es él quien escribe; tiene setenta y siete años y no escribe más. Quien escribe y contesta a los Cónsules López y Alonso, primero, y, luego directamente, al Presidente López (las autoridades que finalmente emergen para ocupar el vacío de poder post-Dictador), es el comandante de Curuguaty, de apellido Gauto, quien es un ejemplo de longevidad en el poder, porque fue comandante de Curuguaty durante todo el Gobierno de Francia y durante el de López. Solamente descubren que era bastante pillo y hurtaba mucha cosa, cuando muere y se hace un arqueo de todos sus bienes. Allí descubren vaquitas y terrenos por todas partes y se sabe que su poder era bastante "non sancto", pero él ya estaba muerto y quien estaba en el poder era López... Ese comandante Gauto, dueño de todos los poderes de Curuguaty, es quien comienza a recibir las primeras pensiones y cartas.  Los Cónsules primeramente le mandan decir que queda libre para irse a su país, si lo desea. La respuesta inmediata es que no quiere. Luego insisten: Si no quiere irse, por favor dispóngale usted honras fúnebres acordes con su jerarquía. En la siguiente, por las dudas, le escriben: No vaya a decírselo, pero prepare honras fúnebres importantes, porque es un personaje importante. Llame a los principales vecinos del lugar. Esto ocurrió en 1841; las primeras cartas son de agosto y estas últimas son del mes de setiembre.
La respuesta de Artigas, invariablemente, es que no desea regresar, hasta que en determinado momento explica mejor por qué no desea hacerlo, sobre todo cuando llega la primera comunicación de Fructuoso Rivera, Presidente de la República, dirigida al Brigadier General José Artigas, pidiendo su retorno para vivir en el seno de sus compatriotas y recibir los honores que merece. Hay un enviado de Rivera que está esperando la respuesta, entonces ésta es más clara y contundente, porque los Cónsules le exigen a Gauto que la respuesta de Artigas aparezca porque quizás Uruguay siga pensando que no hay libertades en Paraguay; ellos quieren aventar aquella imagen que había generado Francia de enclaustramiento y de prisión y precisaban probar que estaba libre y que era él quien no se quería ir. Entonces la respuesta de Artigas es de enorme contundencia: Dígale que le agradezco todo y que yo no deseo volver; que me dejen aquí; que solo regresaría al Uruguay si eso fuera bueno para Paraguay. Es decir que si Paraguay entiende que es bueno que él regrese por alguna razón, entonces , y solo entonces, lo haría. Frente a esta última nota, los cónsules, finalmente, le dicen que entienden su punto de vista, no insisten más, y le mandan una minuta y dinero: veinticinco pesos. A los días Gauto les escribe diciéndoles: Recibí la minuta, lo hice llamar y se la entregué. No se llevó las telas que usted le manda porque el sastre que le cose la ropa no estaba. Solamente tomó un peso y se fue a comprar comida. No le puedo decir a usted la alegría de este anciano. Había llegado a un estado de desamparo económico importante, pero no dejaba de resaltar su agradecimiento al gobierno paraguayo. Alrededor de la misma fecha la Guerra Grande llega a un punto muy álgido y culminante. Y hay una pequeña carta de Artigas (a la que accedí porque me la cedió el hijo del doctor Eduardo Gómez, quien la tiene microfilmada -en Paraguay existe una copia, pero él me dio la foto del original), en la que manda decir, siempre por medio de Gauto, que "por un si acaso" ofrece su "inutilidad". El está viejo y sabe que no es mucho, pero lo que sea, sea útil o inútil lo ofrece "por un si acaso", a raíz del rumor que corría por Corrientes.  Corrientes se sentía ampliamente amenazada por los avatares de la Guerra Grande y se estaba formando una especie de frente anti Rosas muy grande y Paraguay estuvo a punto de ingresar en él. Llegó a tener soldados puestos a disposición del General Paz, esa es la razón de su presencia en Paraguay y de ella deriva la entrevista que le hace a Artigas en sus últimos años.  En 1845, el Presidente López le manda una carta a Gauto (que estaba mencionada muy fugazmente en algún libro muy viejo en Uruguay, y en este último viaje encontré el riginal entre los documentos). Allí le dice: Dígale al General Artigas que me he acordado de él para un puesto de instructor del ejército y que si es por problemas de su edad y su salud, que él lo considere. En caso de que acepte usted pondrá a disposición de él todo lo necesario para que regrese. Y al mes Artigas está en Asunción, entonces cabría deducir que aceptó. Qué pasó en ese viaje no lo sé, porque finalmente instructor del ejército no fue. O se sintió viejo y achacoso -el viaje debe haber sido muy duro-, o llegó y conoció mejor la situación política. ¿O - como se dice en tantos libros- pelear contra un federal no fue cosa que le pareciera buena?. Quizás una mezcla de todo.  El caso es que Artigas se queda en Asunción protegido por los López, vive en una pequeña casa al lado de la casa solariega de los López, que estaba en las afueras de Asunción; hoy es un barrio alejado del centro, entonces era una zona de veraneo y paseo llamada Ibiray. Allí vive con sus sirvientes. Generalmente se nombra a Ansina, pero en la documentación se nombra a dos sirvientes. Inclusive los dos lo acompañan al cementerio cuando muere. Es decir que allí también estaba el pobre Montevideo Martínez, bastante olvidado.  Artigas vivió su etapa final en Ibiray, en una situación de respeto y mucha protección .  Todos quienes lo entrevistan son personas con una misión política muy clara en aquel Río de la Plata completamente convulsionado por la Guerra Grande. Quienes lo visitan no son meros curiosos; son personajes con una misión política que van a ver a alguien que en algún momento estuvo en la mente del Presidente paraguayo para un puesto específico.  Uno de esos viajeros dice algo con lo que me gustaría finalizar. Ustedes saben, todos sabemos que: Artigas murió el 23 de setiembre y fue trasladado en un carretón al cementerio. El carretón no era un “sinónimo” de pobreza, encontré una disposición de los cementerios de Asunción y en aquella época , la regla municipal establecía que los muertos debían entrar en un carretón. Pero no me gustaría terminar con esa imagen tan triste ni tampoco con esa preciosa página que alguien escribe en la prensa paraguaya, que dice: "Al General Artigas no le gustaban las ciudades" y después de confortar a sus parientes diciéndoles que allí fue amado y protegido, termina con esa fórmula necrológica tan impactante que es: "Séale la tierra leve", que a mi siempre me pareció de  muchísima fuerza.  Me gustaría terminar con la imagen que da Beaurepaire Rohan, dice que Artigas era una ruina -realmente era una ruina para lo que había sido, un hombre de ochenta años que cuando lo habían dejado de ver era el general victorioso de espaldas anchas-, pero todavía está enérgico y fuerte; todavía pasea a caballo y tiene una mirada fulgurante. ¡Hay que tener muchísima fuerza interior para tener una mirada fulgurante a los ochenta y seis años.

Orígenes de la Mazorca

Por Gabriel Di Meglio
El origen de la Mazorca no estuvo ligado a una iniciativa gubernamental sino a una asociación política, la Sociedad Popular Restauradora, nacida a fines de 1833. Los datos de su surgimiento son oscuros. Según José Rivera Indarte –fanático rosista devenido en fanático antirrosista– uno de los miembros de la facción federal apostólica, es decir rosista, llamado Tiburcio Ochoteco le sugirió a Encarnación Ezcurra, quien la había dirigido exitosamente en la lucha contra la facción cismática, la formación de un club de adherentes de Rosas a semejanza de las sociedades patrióticas españolas que él había conocido en Cádiz durante el trienio liberal (1820-1823). Eran clubes que surgieron por toda España en 1820, algunos más radicales y otros más moderados, que reunían a sus adherentes en casas, tabernas o conventos desocupados; abogaban por la difusión del liberalismo y atemorizaban a sus enemigos. Estaban dirigidas generalmente por personas de buena posición social pero contaron con una importante participación popular, principalmente de artesanos. Una sociedad de ese tipo constituía una novedad en la escena política de Buenos Aires. Por un lado, porque era un club que se afiliaba abiertamente con una facción, algo que en las sociedades políticas porteñas se había intentando evitar explícitamente (dada la condena discursiva a las facciones en la prensa y en los debates parlamentarios desde 1810). A la vez, la Sociedad Popular tenía un importante elemento distintivo: la presencia entre sus integrantes de individuos que no formaban parte de la elite de Buenos Aires; “…muy pocas personas decentes se inscribieron como socios de la sociedad”.  Es decir que era la primera vez que la gente decente no era mayoría en una asociación política. Esto era claro en la adopción del término popular en el nombre de la organización. A partir de su edición de 1803, el diccionario de la Real Academia Española definía popular como “el que es del pueblo o de la plebe”; desde la década de 1820, en Buenos Aires se lo usaba cada vez más claramente para referirse a los que eran ajenos a la elite. La participación de ese tipo de personas en la Sociedad la asemejaba a los ejemplos españoles de principios de la década de 1820, pero su éxito obedeció a la existencia de una tradición de participación popular en Buenos Aires. Los momentos en que la intervención de la plebe y los sectores medios de la sociedad porteña en la política tuvieron más importancia fueron siempre aquellos en los cuales la elite estuvo más dividida. Tal el caso de la disputa entre federales cismáticos (o liberales) y apostólicos durante 1833, y la Sociedad Popular Restauradora fue una de sus consecuencias. 
Resultado de imagen para la mazorca
La actividad política rutinaria de la Sociedad consistía en reuniones de los miembros que se llevaban a cabo en una sede, que después de un tiempo resultó ser la pulpería de su presidente, Julián González Salomón. Los otros menesteres del club eran principalmente dar muestras de apoyo a Rosas en distintos contextos: gritaban a su favor en las calles, importunaban a sus enemigos, concurrían a la Sala de Representantes a presionar a los antirrosistas.  Una vez que Rosas volvió al gobierno en 1835, la actividad de la Sociedad, importante entre su aparición y ese momento, fue menor. Cuando estalló la crisis, Rosas comenzó a darle órdenes directas a su fiel club de adictos.   Las indicaciones eran principalmente vigilar a personas sospechadas de simpatías unitarias o de oposición al régimen. Las demostraciones de adhesión se hicieron más expresivas y la violencia llenó los discursos y de a poco fue ganando otra vez las calles. La tirante situación provocó un aumento de la membresía de la Sociedad Popular Restauradora y cambió su perfil social.  Cada vez más, eran individuos de lo más granado de la elite porteña los que solicitaban ser incorporados. Algunos de los nuevos adherentes debieron acercarse por su convicción en cuanto a las virtudes del gobierno o tocados en su fibra patriótica por la agresión extranjera. Pero, en la mayoría de los casos, la principal causa estuvo ligada seguramente a que, con el auge de los conflictos y el consiguiente aumento de la violencia en la ciudad, muchos miembros de la elite de Buenos Aires temieron por sus vidas y bienes y varios de ellos consideraron que una afiliación a la Sociedad Popular Restauradora podía ser un seguro contra cualquier duda acerca de su fidelidad federal y la gran posibilidad de sufrir una agresión. A esto apunta un pasaje de Amalia en el que se describe una supuesta reunión de la Sociedad Popular Restauradora. El héroe del relato se encuentra en el mitin; se trata de un personaje ficticio llamado Daniel Bello, al que José Mármol presenta como un antirrosista que se hace pasar por un fanático partidario del Gobernador para contribuir desde adentro a desestabilizarlo. Cuando en la asamblea, celebrada en la pulpería del presidente Salomón, se lee el listado de unos doscientos miembros de la organización pertenecientes a “todas las jerarquías sociales”, Bello dice para sus adentros que “en esta lista hay hombres por fuerza”. Ello fue explicitado también por el propio Salomón en una carta a Rosas escrita ese mismo año: “En las extraordinarias circunstancias que sobrevinieron, cuando el traidor asesino Lavalle pisó nuestra Provincia muchos ciudadanos se presentaron voluntariamente a inscribirse en la Sociedad”.  Por eso, cuando en 1841 La Gaceta Mercantil publicó una “Lista de miembros de la Sociedad Popular Restauradora”, una buena parte de ellos pertenecía a familias del patriciado porteño (como Riglos, Iraola, Pereyra, Unzué y Piñeyro, entre otros).  Algunos historiadores han tomado este listado para sostener que la Sociedad estaba compuesta tanto por integrantes de la elite como por otros que no pertenecían a ella, mientras que la Mazorca habría sido más plebeya. En cuanto a la primera afirmación, eso fue sin duda así a partir del período crítico. Pero 1840 no era 1833. En los inicios, los socios tenían un origen menos lustroso.  Los mazorqueros –si no todos, al menos sus líderes– eran originalmente miembros de la Sociedad Popular Restauradora; eran federales decididos. Lo que los convirtió en un ala ejecutora de ella, una entidad separada, fue la reaparición de la violencia política abierta. En 1833 y 1834, Encarnación Ezcurra le había encargado a la Sociedad que hiciera ataques contra las casas de algunos adversarios políticos, para intimidarlos y obligarlos a exiliarse.  Ese tipo de acciones desapareció hasta el establecimiento del bloqueo francés.   Ya en 1840 el año en el cual los degüellos surgieron en la ciudad, hecho que dio a sus ejecutores una macabra celebridad. He ahí lo que distinguió a los mazorqueros: ellos eran miembros de la Sociedad Popular Restauradora, pero los otros socios no mataban. Esto por momentos se hace confuso debido a que había integrantes de la Sociedad que podían realizar amenazas públicas de represalias contra los unitarios y los colaboradores de los franceses, que podían romper los vidrios de una casa o destruir algún objeto o vestuario de color celeste. Pero las muertes eran causadas por un pequeño grupo, que terminó siendo denominado la Mazorca, no sabemos si por sus mismos integrantes, por otros rosistas o por sus enemigos, aunque éstos parecen haber sido los que terminaron achacándole el nombre. ¿Cuántos eran los mazorqueros? No es posible saberlo. Seguramente no muchos más que tres decenas, aunque es altamente probable que no fueran un grupo monolítico sino que a un pequeño elenco estable se sumaran en diversas ocasiones otros individuos más periféricos e incluso ocasionales.   Lo que distinguió a los mazorqueros no fue que estuvieran dispuestos a llevar su fervor por Rosas hasta las últimas consecuencias sino que casi todos ellos eran a la vez parte de la Policía.  Mientras el jefe de la Policía entre 1835 y 1845, Bernardo Victorica, se encargó de manejar al cuerpo en sus funciones más habituales –seguridad urbana, control, denuncia de opositores al sistema, reclutamiento de vagos para el Ejército– los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra cumplieron esas tareas pero sumaron un mayor énfasis que ningún otro comisario en la vigilancia política.   Esa rama especial de la policía, las dos partidas volantes de Cuitiño y Parra, fueron las que devinieron en la Mazorca.   Silverio Badía, Manuel Troncoso, Leandro Alén y Fermín Suárez, los mazorqueros más famosos –que serían juzgados y ejecutados por eso en 1853– eran los dos primeros vigilantes de la partida de Parra y de la de Cuitiño los otros dos. ¿Cuándo dejaban de actuar como policías y se volvían mazorqueros? En los momentos en que procedieron por fuera de las disposiciones o la normativa del departamento de policía; sin órdenes o con indicaciones orales del Gobernador, algo que nunca llegó a dilucidarse.   El bloqueo dio inicio a una pesadilla para el rosismo. Varias provincias se mostraron poco proclives a evaluar positivamente lo actuado por el Gobernador de Buenos Aires. Allí mismo hubo resquemores: la hasta entonces pasiva Sala de Representantes escuchó opiniones favorables a tomar el camino de la transacción, incluidas las de algunos diputados que hasta entonces habían formado en las filas fieles del rosismo. Una mañana de mayo ocurrió un hecho también impensable tan sólo un mes antes: la ciudad se pobló de pasquines contra el gobierno.  La respuesta de Rosas al desafío interno fue medida. Rápidamente apeló a un recurso clave que ya le había dado éxito en otras ocasiones: el apoyo popular. La clásica animadversión hacia los extranjeros se incrementó rápidamente, en particular hacia los franceses.   Eso no lo inventó Rosas, fue un efecto inmediato del bloqueo. Para la plebe federal era claro que la antigua identificación que se había creado entre unitarios y extranjeros era completamente real; Rosas sabía que podía contar con un fuerte apoyo si buscaba abajo en la escala social. Lo que logró el Gobernador fue que el odio popular se encauzara no contra los franceses residentes en Buenos Aires (salvo pocas excepciones) sino en una crítica al rey Luis Felipe, a quien gritaban “mueras” por las calles, y sobre todo a los aliados rioplatenses de los bloqueadores, a los que se acusó de venderse al “asqueroso oro francés”. Una agresión contra franceses residentes en la ciudad hubiera dado una excusa perfecta para una intervención directa de Francia en el terreno militar, posibilidad que el Gobernador obviamente quería evitar. Era, por otra parte, una perspectiva que tampoco seducía a los franceses, quienes esperaban imponer su posición con un costo mucho menor:  apoyando a los enemigos de su enemigo. Los que deseaban que los federales se lanzaran sobre los franceses de Buenos Aires eran los opositores a Rosas, que también sabían que un hecho así podía marcar su caída (de hecho, el personaje de Amalia Daniel Bello intenta en la novela persuadir a los rosistas más exaltados de que cometan una acción por el estilo). Sin embargo, la reacción contra los extranjeros no pasó de amenazas verbales.   Cuando unos meses después de la instalación del bloqueo un francés pisoteó con su caballo a una morena en una calle de la ciudad, preguntando con soberbia al oficial que lo detuvo si eso era un delito, el comisario Andrés Parra le escribió a su superior: “Señor jefe, esta clase de extranjeros que no temen a la justicia, ni respetan las leyes del país, es preciso bajarles el cogote; para que aprendan a obedecer”. Pero no lo hizo.

sábado, 27 de julio de 2019

Artigas en su juventud II

Por Hugo Chumbita
El pacto con el poder A fines de 1796 se creó un Cuerpo de Blandengues, como el que existía en Buenos Aires, para vigilar la frontera y perseguir el contrabando. En febrero de 1797 el gobernador Olaguer y Feliú publicó un bando para reclutar voluntarios, ofreciendo indultar a cualquier perseguido que no estuviera acusado de homicidio o atentado con armas contra la autoridad. Artigas se acogió al perdón y reunió varias decenas de gauchos que ingresaron con él al servicio. La tradición oral dice que fue Artigas quien puso las condiciones, incluso la admisión de los miembros de su banda en el nuevo cuerpo. El manuscrito de Mitre afirma que el gobernador de Montevideo "negoció" el indulto con su familia. Sarmiento y Hobsbawm reflexionan en términos muy parecidos sobre este caso típico en que el Estado inviste como autoridad en el campo al rebelde para poder someterlo. El rebelde se convierte en gendarme. ¿Cómo se manejó Artigas en esa contradicción? Olaguer Feliú, que pasó a ser virrey, dió a Artigas gran autonomía al mando de una "partida volante", lo nombró capitán de milicias y después ayudante mayor de Blandengues. Pero el virrey siguiente, Avilés, rechazó en 1799 promoverlo a capitán, observando el extraño origen de su carrera y su rápido ascenso, por lo que no progresó más hasta 1810.
Resultado de imagen para hugo chumbita artigas
El teniente coronel Curado, que viajó al Plata en ese tiempo en misión diplomática, describió en su informe el Cuerpo de Blandengues como una tropa que "se formó con facinerosos, indios y malhechores". No obstante, Artigas apreciaba a esos hombres, y los convirtió en una tropa eficaz para el mando que él ejercía. La escuela del protector En 1800 Félix de Azara pidió que Artigas lo acompañara como baqueano en su expedición para poblar la frontera, donde fundaron la población de Batoví. Artigas actuó expulsando a ocupantes portugueses, participó en las asignaciones de tierras y tuvo oportunidad de discutir con Azara los problemas de la zona: era necesario poblar, organizar la crianza como alternativa a la ganadería destructiva y regularizar la propiedad, pues el sistema de denuncia y compra a la Real Hacienda era inaccesible para los pobladores humildes, a menudo desalojados por acaparadores que las mantenían ociosas. Matizando la visión de que las ideas progresistas de Azara influyeron en Artigas, algunos historiadores observan que en cuanto a la distribución de tierras fue a la inversa, ya que aquél rectificó propuestas anteriores en las que recomendaba dar preferencias a "los más acomodados". El informe que elevó Azara propugnó dar libertad y posesiones a los indios cristianos y reducir a los infieles, redistribuir las tierras en favor de los auténticos pobladores y los pobres, regularizar los títulos de dominio y construir iglesias y escuelas. Al analizar las causas del contrabando, sostenía que la única forma de evitarlo y asegurar la frontera era legalizar y reglamentar el comercio con Brasil. Tras desempeñar otras comisiones, Artigas volvió a Montevideo y en 1803 pidió el retiro. Tenía 38 años, y un informe médico certificó que sufría una afección artrítica reumática.  En 1805 se casó con su prima Rosalía Villagrán. Lejos de ser una boda conveniente para ascender socialmente, él mismo explicó al solicitar la dispensa que era el modo de rescatar de la pobreza a una parienta huérfana de padre.  Su malestar provenía de las contrariedades con la autoridad, y otros hechos que difícilmente podría aceptar sin cargo de conciencia, como las expediciones contra los charrúas que comandó el capitán Pacheco en 1798 y 1801. Entrando en la madurez, Artigas no ignoraba la necesidad de imponer orden en la campaña, pero lo concebía a través de una política de integración y no de persecución a los gauchos, los indios y los pobres. A fines de 1805 el virrey Sobremonte puso a su cargo 68 presos para formar un escuadrón, a quienes se indultaba a condición de colaborar en la defensa de Montevideo. Pero a algunos se les revocó esa gracia, y cuando se le ordenó restituirlos, Artigas protestó, alegando que les había dado la seguridad de su liberación, tratándolos como "ahijados", y ofreció salir con ellos a la campaña, a pesar de sus "achaques", para garantizar su disciplinamiento. Entonces se les impuso diez años de servicio militar y autorizaron a Artigas a incorporarlos a su partida.  Después de las Invasiones Inglesas, el gobernador Elío encomendó a Artigas vigilar la zona al norte del río Negro, facultándolo para otorgar posesión legítima a ocupantes de terrenos realengos. Su influencia popular crecía, aunque recién en setiembre de 1810 fue ascendido a capitán, cuando lo enviaron a Entre Ríos a reprimir los brotes juntistas y él decidió sumarse a la revolución. La guerra montonera La guerra montonera de Artigas se basó en su experiencia anterior como bandolero y gendarme rural. Conociendo la capacidad de los gauchos, su movilidad ecuestre y su destreza con las armas de faena, los empleó como partidas guerrilleras, actuando en forma independiente o combinada con los cuerpos de ejército.  Claro que tuvo que actuar con mano dura para imponer disciplina. Durante el "éxodo" por la costa del Uruguay hizo juzgar y fusilar a tres "malevos" por robos y violencias, y en el bando que dirigió el 1º de diciembre de 1811 a sus fuerzas les advertía severamente al respecto.  Varias tribus charrúas le sirvieron de espías, lo auxiliaron para abastecerse, hostilizaron a los portugueses e incluso reforzaron las formaciones de combate frontal, a costa de graves pérdidas. En diciembre de 1811 deshizo una columna invasora en Belén con una fuerza mixta de 500 blandengues y 450 indios. Es notable cómo sumó sus astucias del baqueano con las técnicas políticas revolucionarias.  Su antiguo superior Viana recomendó al coronel Moldes precaverse, advirtiéndole cuál era su táctica: primero, hacer propaganda con "papeles" o panfletos; segundo, alejar las haciendas del lugar donde se sitúa el adversario; tercero, despojarle de las caballadas.  Saint-Hilaire afirma que Artigas tenía "las mismas costumbres de los indios" cabalgando tan bien como ellos y viviendo del mismo modo. Cavia señalaba que "siempre ha permanecido en campaña", y Sarmiento apunta también que "no frecuentó ciudades nunca". En 1815, la capital del Protectorado se situó a distancia de Montevideo y cerca de Arerunguá. Los visitantes se asombraban de la austeridad del cuartel de "La Purificación", donde imperaban las costumbres de los gauchos.  El saqueo del enemigo y las exacciones para abastecerse eran práctica usual en la época por cualquier fuerza armada. Hay innumerables testimonios sobre los hechos de rapiña que ejecutaban los cuerpos militares, en la Banda Oriental como en todo el escenario de las guerras externas e internas. En las guerrillas montoneras, además, es evidente que ello adquirió connotaciones de lucha social y de revancha contra la clase alta, como señalaron Sarmiento y Paz. 
Los comandantes de Artigas  Entre los comandantes de Artigas hubo gauchos e indios que cumplieron roles descollantes. De criollos como Pedro Amigo o José García de Culta se decía que eran ex bandidos. A veces el comportamiento de estos hombres y de algunos caciques fue motivo de protestas y obligó al Protector a intervenir, aunque los defendió de cargos injustos y a menudo les dió la razón. En 1815 el Cabildo imputaba al "Pardo" Encarnación Benítez haber esparcido "hasta cinco partidas" para hacer estragos -lo cual Artigas consideró exagerado, pues sólo mandaba doce hombres- y, entre otros crímenes, "distribuir ganados y tierras a su arbitrio". El joven guaraní Andrés Guacurarí Artigas, fue el brazo armado del caudillo para organizar la provincia autónoma de las Misiones. El irlandés Pedro Campbell, que acompañó a Andresito a Corrientes y lo apoyó con su flotilla del Paraná, era otro personaje excepcional, que se había hecho jinete y baqueano en las pampas, y con Artigas, se convirtió en navegante y corsario.  La utopía igualitaria La preocupación constante de Artigas en sus etapas de bandolero, gendarme y revolucionario fue impartir justicia con un sentido igualitario. "No hay que invertir el orden de la justicia" sino "mirar por los infelices" -le recomendaba al gobernador Silva de Corrientes-, "olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna".  Con relación a los pueblos indios, daba instrucciones para que "se gobiernen por sí" eligiendo sus propios administradores.  Artigas asumió de manera radical los principios liberales y republicanos de la emancipación. Él amalgamaba las costumbres de las pampas con las lecturas de Rousseau. Escuchando a hombres instruídos, interesándose por conocer el sistema federal norteamericano, expresó una síntesis del sentido común popular con las doctrinas progresistas de su tiempo, y reclamó fundar el poder político en los derechos de representación de los individuos y de las regiones, todos en pie de igualdad. Esto es notable en las medidas de gobierno que impulsó, y en particular en su plan agrario. Algunos autores han observado que el Reglamento de 1815 preveía la aprehensión de vagos para remitirlos al servicio de las armas, y la papeleta que los patrones debían dar a sus peones, que era la política habitual de control de los gauchos; pero esto se insertaba en un marco radicalmente diferente, en el que la obligación de trabajar iba aparejada con la posibilidad de adquirir la tierra.  La conflictiva aplicación del Reglamento afectó los intereses de grandes latifundistas, incluso porteños. La independencia, como todas las revoluciones, había engendrado un alzamiento popular que se tornaba amenazante también para la nueva capa dirigente, y el gobierno de Pueyrredón consintió la invasión portuguesa para liquidar ese peligro. En conclusión Artigas fue en su juventud un bandolero, pero no un delincuente común, sino uno de los casos excepcionales que Hobsbawm caracteriza como bandidos sociales. De esta manera se entiende la coherencia de su solidaridad con los pobres del campo. Al margen de la ley, fue un héroe legendario entre los gauchos, los indígenas y los demás paisanos que defendían  sus medios de vida, y el pacto con el rey no implicó que mudara de bando. En realidad adquirió así, reconocimiento formal como jefe de un cuerpo de ex foragidos, administrador de justicia y "regenerador" de indios y malvivientes, consolidando su ascendiente patriarcal en la campaña; lo cual chocaba con la ortodoxia militar y, más que una fractura, implicó una continuidad en su rol de líder gaucho. Además, aquella experiencia le permitió ver los problemas rurales desde el punto de vista del orden general.  Pero sólo la revolución le ofreció, al fin, la oportunidad trascendente de dirigir a su pueblo más allá de los objetivos reparadores tradicionales, con una amplia visión sobre los problemas de la fundación del Estado, de la producción rural y la integración de la nueva sociedad que emergía. Luchando por ello, aplicó una síntesis de los recursos del arte militar, las técnicas de agitación insurreccional y sus conocimientos de baqueano y changador para organizar la guerra de montoneras.  El movimiento artiguista fue así una expresión radical de la revolución, apoyada en la movilización rural. Si las montoneras, según Sarmiento, representaban la insumisión de la campaña ante la ciudad, hay que advertir que en esos tiempos era la rebelión popular contra las elites, y se produjo cuando éstas traicionaron la causa común de la independencia.  La montonera surgió en cierto modo de las bandas de gauchos y existe por lo tanto un lazo con el bandolerismo, aunque sería falso homologar ambos fenómenos como lo hizo Sarmiento. Las guerrillas federales tenían una dirección y una motivación política cualitativamente superior a cualquier forma de bandidaje o de protesta espontánea. Es verdad que son fenómenos que falta investigar más a fondo. Pero justamente, Artigas nos desafía a revisar la historia y la interpretación de la participación popular en la revolución americana.

viernes, 26 de julio de 2019

ARTIGAS EN SU JUVENTUD: EL JINETE REBELDE

Por Hugo Chumbita*
La figura de Artigas me interesó desde que leí que Sarmiento le echaba la culpa de todas las calamidades y lo señalaba como el precursor del levantamiento de los bárbaros. En realidad, él encabezó una gran insurrección rural contra el bastión realista de Montevideo, tal como estaba previsto por el "Plan de Operaciones" que Mariano Moreno escribió en agosto de 1810; y seguramente fue Manuel Belgrano, que conocía bien la zona de Mercedes y Soriano, quien lo señaló como el hombre clave por su influencia entre la gente del campo.  Aquel formidable movimiento rural tuvo consecuencias trascendentes que marcaron la historia del siglo XIX en los países del Plata. La mayoría de la población vivía en la campaña, y las ciudades eran el reducto de las elites: por eso, sublevar el campo equivalía a movilizar al pueblo. Fue el origen de la rebelión federal que impuso la disolución del gobierno central de Buenos Aires en 1820. Y fue el comienzo de la guerra social en el marco de la lucha por la emancipación.
Resultado de imagen para hugo chumbita artigas
Los historiadores de la época de la "organización nacional" condenaron la rebeldía de Artigas y sus "hordas" como una especie de bandolerismo. El libelo que publicó Pueyrredón en 1918, redactado por Sáinz de Cavia, trazaba la trayectoria de Artigas como un "capitán de bandidos" que se había convertido en "un nuevo Atila" de los pueblos que protegía.  Sarmiento lo retrató como arquetipo del caudillo bárbaro: un "contrabandista temible", investido comandante de campaña por transacción, que llegó a conducir "las indiadas" hostiles a la civilización.   Mitre comenzó a escribir una biografía de Artigas que dejó inconclusa. Lo llamó "caudillo del vandalaje", el "jefe natural de la anarquía permanente", aunque también vió en sus montoneras la expresión de una "democracia semibárbara".  Reivindicado oficialmente en Uruguay desde 1883, algunos historiadores revisionistas lo reclamaron también como "héroe argentino". Pero estos discursos tendieron a construir la imagen de un caudillo patricio, rechazando las "leyendas" sobre su pasado.  Sin embargo, la publicación del Archivo Artigas proporcionó las evidencias de sus andanzas ilegales. Dada la irracionalidad de la legislación monopólica española, como ha dicho Fernández Cabrelli (1991), casi nadie quedó fuera del contrabando en la época colonial.  El problema excede un simple juicio moral. Tiene que ver con una cuestión inquietante que atraviesa la historia de nuestros países y he tratado de plantear en mi libro Jinetes rebeldes, que es la contradicción entre la ley y la vida real de la sociedad.   Al estudiar la "prehistoria" de Artigas, mi marco teórico fueron los estudios sobre el bandolerismo y la resistencia campesina, en particular las tesis de Hobsbawm sobre el bandido social, que explica como éste encarna las demandas de justicia de los campesinos en el marco de una cultura tradicional.    Artigas provenía de una familia de modesto linaje, que había adquirido cierta fortuna. Su abuelo, José Antonio Artigas, era un soldado aragonés, analfabeto, que integró con su esposa el grupo que vino de Buenos Aires en 1724 a fundar Montevideo, por lo cual obtuvo la concesión gratuita de chacras y estancia. Fue cabildante y alcalde de Hermandad, o sea policía rural. El más destacado de sus hijos, Martín José, desempeñó funciones similares, participó del gremio de hacendados y se casó con Francisca Pasqual Arnal, otra descendiente de las familias fundadoras.
El tercero de los seis hijos de ese matrimonio habría sido José Gervasio, nacido en 1764, según un asiento de bautismo por lo menos dudoso, en el que se agregó la anotación en un folio posterior al que correspondía por la fecha, falsificando la firma del cura. Esto fue descubierto y publicado hace tiempo por Juan Alejandro Apolant, que constató la irregularidad del registro, pero en definitiva no cuestionó la autenticidad del contenido. Es poco convincente la explicación de que se falseó aquel acta sólo para salvar una omisión. A la luz de muchos casos semejantes -incluso el que descubrimos ahora de José de San Martín, que no era hijo de quienes se decía sino de un marino español y una india guaraní-, creo que hay razones para sospechar que existía algún "pecado de ilegitimidad". Las partidas no se adulteran para asentar los datos verdaderos, sino para ocultarlos. Creo que esto tiene que ser investigado y para aclararlo hay que buscar otras fuentes, partiendo de la tradición oral. No es un tema secundario. Mi hipótesis sería que es la clave de la huída de Artigas, del abandono de la casa de su familia alrededor de 1780 para internarse a "gauchar" en la frontera.  Cavia, que siendo escribano en Montevideo conoció a la familia, cuenta que difícilmente habría en la ciudad quien ignorara esa historia del joven Artigas cuando se fue de la casa paterna y se hizo famoso encabezando bandas de changadores.
Aventuras en la frontera: Mitre, en su biografía inconclusa, apoyado en el relato de su suegro Nicolás de Vedia, dice que llegó a ejercer un "dominio patriarcal" en toda la comarca; y cuenta, entre otros episodios, un tiroteo con sus perseguidores, que figura también en las Memorias del general Miller. Las leyendas dicen que Artigas detenía a los malvados con el fuego de su mirada y amansaba los caballos al estilo indio. Cavia apunta que en los archivos de Montevideo había numerosos testimonios de las depredaciones de la gavilla de Artigas, y conocemos algunos de tales documentos. En marzo de 1794, en las serranías donde nace el río Cuareim, una comisión del capitán De la Rosa, jefe de la guardia de Melo, avanzó contra unos changadores que cuereaban vacunos, y cuatro días después su campamento fue asaltado por la noche, perdiendo la caballada. Dos detenidos declararon después que allí se habían juntado varias cuadrillas que sumaban unos 50 hombres, una de ellas comandada por Artigas. Esto coincide con una versión que recogió Mitre, donde agrega que el capitán regresó "todo magullado" y fue objeto de burlas por sus colegas, desalentando las persecuciones contra Artigas.
Otros partes revelan que a fines de 1795, el gobernador de Montevideo instruyó al jefe de la guardia del Cuareim para interceptar dos grandes arreos de contrabando que iban hacia Batoví, uno de los cuales era conducido por "Pepe" Artigas. La partida del subteniente Hernández logró acercarse a él, que encabezaba unos 80 hombres armados. El subteniente movilizó sus tropas por ambos lados del arroyo Sarandí para atacarlos, pero una de las columnas se topó con 200 charrúas, que los acometieron y les causaron varias bajas. Hernández parlamentó con los caciques, quienes alegaron haberlos confundido con unos changadores que andaban por allí, pero era evidente que esos indios estaban colaborando con Artigas. Estos hechos hay que ubicarlos en el momento de fines del siglo XVIII, cuando los cuantiosos recursos ganaderos se valorizaban en función de la apertura comercial. Si bien toda la Banda Oriental era un espacio de frontera con Brasil, las aventuras del joven Artigas
transcurren en el área más específicamente fronteriza que se extendía más allá del río Negro.  En esa zona con abundantes pastos y hacienda salvaje, la autoridad colonial era ineficaz. Los los portugueses la pretendían e incursionaban desde Río Grande. Era además el territorio de los charrúas, minuanes y otras tribus que cazaban, criaban y domesticaban caballos y vacunos. Esas tribus, aunque rechazaron las reducciones y la evangelización, mantenían asiduas relaciones con los asentamientos hispano-criollos. Las autoridades trataban de reprimir las vaquerías sin licencia y el tráfico con Brasil, que extraía cueros y hacienda en pie e introducía tabaco, alcoholes y otras mercaderías. Si bien los ejecutores eran gauchos criollos o brasileños e indios, el contrabando era impulsado por los comerciantes de Rio Grande con la participación de estancieros, comerciantes e incluso funcionarios montevideanos. Era una fuente de trabajo para mucha gente y una necesidad para abastecer las poblaciones.  En cuanto a los gauchos y los indios "infieles", estos grupos marginales habían surgido
de manera similar en todas las áreas de frontera del Virreinato, en base a la libertad para disponer de los ganados que tradicionalmente se consideraban de propiedad común, y al extenderse el control y el régimen monopolista en la campaña fueron perseguidos con progresivo rigor como malhechores. El tema lo han explicado los autores que trataron la represión a los gauchos aplicando las ordenanzas de "vagancia".   La resistencia indígena también fue catalogada como bandidaje para justificar la represión y presenta una esencial analogía con la rebeldía de los gauchos, más allá de las diferencias culturales. Son variantes del conflicto típico focalizado por los historiadores del bandolerismo, en el cual la ley, al criminalizar lo que es parte de la cultura y la necesidad de vida de un grupo social, los califica masivamente de delincuentes. Como en toda la historia americana, el avance de los propietarios y la autoridad del Estado sobre los territorios de frontera despojó de sus recursos a las poblaciones autóctonas - criollos e indios, agricultores y pastores- a través de la "privatización" del ganado, la tierra y/o el agua. En la resistencia a ese proceso, se diluían las diferencias entre aborígenes, gauchos y bandidos, lo cual explica las formas de solidaridad entre ellos y la visión del poder que los engloba en la categoría de bandoleros. Es erróneo reducir el conflicto a un antagonismo de clase entre estancieros y gauchos como han hecho algunos historiadores, sin advertir que, especialmente en la situación periférica de la Banda Oriental y en relación a la administración del monopolio y el contrabando, existían otras rivalidades en el seno de los sectores propietarios y también intereses comunes de algunos de éstos con las poblaciones rurales.  La fama de Artigas celebraba sus habilidades de gaucho, aficionado a los naipes, bailarín, cantor y guitarrero. En esos años tuvo un par de hijos, fruto de sus amoríos, a los que reconoció y protegió siempre. Maggi ha resaltado la vinculación de Artigas con los charrúas, sosteniendo que habitó en sus tolderías y tuvo entre ellos mujer e hijo. Aunque no se puede considerar demostrado, hay abundantes indicios de su gran intimidad con las tribus. Mitre afirma que hacía justicia y aplicaba castigos ejemplares, incluso como árbitro en los litigios de los vecinos. Otros relatos sostienen que penaba a los malhechores e incluso "imponía contribuciones".  Las hazañas de Artigas burlando a la autoridad, su reputación de rebelde indomable, justiciero y amigo de los humildes, adquirían una dimensión heroica para los habitantes de la frontera, que dependían de manera directa o indirecta del contrabando. Gauchos, tribus indias, agricultores y criadores pequeños y medianos, peones y esclavos de las estancias, no constituían un campesinado homogéneo sino un conjunto de grupos con cierta movilidad estacional, pero compartían el rechazo a la autoridad realista y los valores tradicionales de la cultura de las pampas. Compartían o admiraban la vida libre de los gauchos, cuyo máximo exponente era precisamente el rebelde Artigas.

lunes, 22 de julio de 2019

El Gral. San Martín y los Chatarreros

Por Enrique Díaz Araujo
La situación ha sido bien sintetizada por uno de los más caracterizados historiadores oficialistas. Luis Alberto Romero, pontífice y factotum de la historiografía «democrática» (él es a la Historia lo que Mempo Giardinelli a la Literatura, Jaime Barylko a la Filosofía y Tomás Abraham a la... que sea), ha escrito que: 
«La derrota militar (de Malvinas) abrió el camino a la democracia y a la posibilidad de rever imágenes de la historia...El nacionalismo militar del Estado alimentó una actitud paranoica: la Argentina «tenía un destino de grandeza»... Los ciudadanos necesitan afrontar otra discusión: qué imagen de San Martín debemos recuperar para la democracia...Necesitamos contar otra historia...San Martín no puede ser un héroe divino como Aquiles...Al fin, cambiarle la historia al paciente es una buena forma de terapia».   Al pronto, ese texto inclina al cotejo con aquel otro que hace unos años publicara el desinhibido Carlos Escudé, en el que sostenía que la reivindicación malvinera era un acto demencial: Vemos ahí cómo tanto el alto funcionario del área de Estudios Sociales de la Ciudad de Buenos Aires durante la Intendencia Procesista del Brigadier Osvaldo Cacciatore, cuanto el ex asesor del canciller Guido Di Tella y propiciador de la entrega de Malvinas y el Beagle, se inclinan por diagnósticos patológicos del patriotismo aún subsistente -¡milagrosamente subsistente!- en el país. Quienes todavía creen en la Patria, o en su integridad territorial, demográfica y cultural y los que cometen el imperdonable error de soñar con un destino peraltado de grandeza nacional, serían unos locos de atar. Y ellos, psiquiatras autodesignados y autopatentados, a base de imágenes sensoriales subjetivas y televisivas, adecuadas a esta «Democracia de la Derrota», nos reinventan una «Historia Derrotista».  
Resultado de imagen para diaz araujo enrique
¡Feliz culpa! ¡Feliz derrota! que nos deparó tan hermoso bien. Democracia Malvinera. Democracia de la Derrota. Un demoentreguismo como el que nosotros impusimos por la fuerza de la armas en el Paraguay, en 1870, con el Triunvirato formado por Loáizaga, Díaz de Bedoya y Rivarola ... Por otra parte, enseguida vemos que aquel esfuerzo antihistórico se emparenta además con lo que muchos de los demócratas malvineros denominan «el cambio de los paradigmas sociales, en tiempos de la globalización». Aforismo que, traducido a un mejor castellano, quiere significar la conveniente pérdida de nuestra cultura nacional para reemplazarla por otra más aceptable para el triunfante Imperio Norteamericano.  En este punto, es ineludible recordar el texto del novelista checo Milán Kundera, cuando, mentando las técnicas empleadas por el Imperio Soviético que esclavizó a a su Patria, escribió que: «Para liquidar a las naciones, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su Historia.Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra Historia»  La apuesta reside en cambiar la memoria de los hombres». Es decir, que los proyanquis marxistas posmodernos de hoy, calcan los métodos de los prorrusos marxistas stalinistas de ayer.  En eso, ni más ni menos, es en lo que están. Y, para que olvidemos quienes somos, ellos deben comenzar por intentar destruir los símbolos nacionales. Luego, en este período de nuestra trágica historia, de enorme indigencia intelectual y de inmensa insolvencia moral, nacido de la derrota del 14 de junio de 1982. 
La gente sencilla y decente se pregunta: ¿cómo son posible semejantes atentados ...? La respuesta es simple, aunque un tanto dolorosa.  La Argentina es un país vencido, y convencido por los vencedores de Malvinas. En lugar de las fuerzas militares de ocupación, como en la Francia de los años '40, acá vigilan los inspectores del FMI, del Department of State y de «Amnesty International ». En su nombre, y con su visto bueno, gobiernan los políticos y aprueban las empresas multi-mediáticas con sus comunicadores de prensa (los periodistas de la «mala leche»).  Como en aquel París ocupado, ellos son los «colaboracionistas»  En su pasaporte, los dueños de la globalización han puesto un sello que dice: «democrático», que les permite circular por donde les guste; sin él, el habitante común queda rebajado a la situación de paria, sólo apto para ingerir la papilla «democrática». Luego la cultura (o contra-cultura) que se difunde es la que permiten los globalizadores, y no otra. Vencer y convencer.  Se destruye el orden familiar de sacrificio austero y mutua tolerancia y en su reemplazo se yerguen los «parejeros», con su egoísmo trascendental, dando consejos sobre el aborto, el Sida, la planificación filial y otras yerbas. Esto es: la miseria moral, que precede y sustenta la miseria económica. Miseria moral en cuya cuna se mece el delito.   El procedimiento para instalar el nihilismo, destructor de la moral social, es conocido. Lo primero consiste en la desacreditación de lo Sacro. Puesto que todo Poder proviene de lo Alto, el Principio de Autoridad natural depende de la legitimidad de esa concepción teocéntrica. Entonces, para astillarlo, nada mejor que reemplazarlo por la teoría de los «consensos» pluralistas y voluntaristas de tipo calvinista.  Nos incumhe hoy ocuparnos del caso de los «chatarreros» sanmartinianos. Llamamos «chatarreros» a esos individuos, dada su vocación irrefrenable por la escoria, su obsesión en sacarle el bronce a las estatuas, con nocturnidad de ser posible. En efecto: con vistas a «humanizar» la imagen del Gran Capitán de los Andes, en diversos libros de vasta circulación y publicidad, le han endilgado una amplia gama de cualidades sobresalientes.San Martín sería, en su sucia versión: hijo ilegítimo, mentiroso, onanista, masón, agente inglés, adúltero y cornudo a un tiempo, opiómano y borrachín, desamorado y mujeriego, «tape de Yapeyú», militarote engreído, e ingrato ante las peticiones «in extremis» de su esposa, «Rey José», indolente en la guerra, enriquecido ilícitamente, etc., etc. De todo, menos bonito, se le ha dicho en este magnífico, «democrático» y «humanístico» recordatorio del sexquicentenario de su muerte. Por cierto, aclaran en seguida los sujetos, que nada de lo enunciado afecta el «buen nombre y honor» del General; coartada pueril que, no obstante su endeblez, les ha permitido continuar profiriendo sus injurias y calumnias en la más perfecta impunidad (puesto que, al parecer, los organismos oficiales e institutos nacionales a quienes les compete custodiar la memoria del prócer, han optado por la inacción). Tal vez, como se trata nada más que de San Martín o del Himno Nacional, la cosa carece de importancia... En una carta del 23 de febrero de 1819, San Martín definía al grupo de Alvear y Carrera, que lo injuriaba con pertinacia, como «los anarquistas de Montevideo». Ahora, los «anarquistas» adversarios del Gran Capitán, se hallan radicados principalmente en Buenos Aires, aunque en ciertas ciudades del interior también abunden nutridos lotes de «humanizadores». Ellos configuran el «partido de los malvados», del que hablara el Libertador, en su carta a Tomás Guido, del 15 de diciembre de 1816. Partido subsistente y proliferante.  No quedan dudas que esos escritores, auspiciados por la prensa amarilla, han hecho todo el mal que han podido. No debe olvidarse en este recordatorio a un «multimedio», «progresista» por definición, cuyos directorios y origen de sus capitales constituyen un secreto guardado bajo siete llaves. Con sus radios, diarios, redes televisoras y casas editoriales ha contribuido decididamente a esta campaña contra el Libertador, tocando la trompeta derrotista. 
Ellos conocerán sus motivaciones.  Sin embargo, no creemos que se deba dar demasiada beligerancia a esa laya de personas. Hay que advertir nada más que los cofrades de la logia progresista han hallado un santo y seña unitivo del que ninguno se ha privado de usar, en la faena de «desbroncear», para no quedar afuera de este gran banquete antisanmartiniano. Y hasta pujan entre ellos para ver quién profiere una torpeza mayor. En fin: que de todo hay en la viña del Señor (aunque abunde más la cizaña que el trigo).
El sector más ignaro del chatarrerismo, esto es, el del periodismo, cree que las calumnias ahora publicadas constituyen una novedad historiográfica. Por eso, además de las concomitancias antes apuntadas, aplauden a los «novedosos». Ciertamente, que nada hay de nuevo en este terreno difamatorio. Enseguida veremos de qué manera se gestó esta empresa infamante por José Miguel Carrera y Carlos de Alvear. Pero, sin necesidad de ir tan lejos, los embobados pendolistas, antes de elogiar la «nueva» producción, podrían haber consultado las más divulgadas obras de la historiografía chilenista, como las de Benjamín Vicuña Mackenna o de Miguel Luis Amunátegui Reyes, quienes siempre que podían darle una mano de bleque al General no se privaban de hacerlo. 
Resultado de imagen para diaz araujo enrique san martín y los chatarreros
O ya, sin términos medios, examinar la producción carrerista chilena. Las del presidente del «Instituto Histórico Carrera» Eulogio Rojas Mery, las del uruguayo Silvestre Pérez, o, sobre todo, las de José Miguel Yrarrázaval Larraín, de refinada maldad antiamericana.  Asimismo, podían haber registrado la bibliografía españolista contraria al Libertador. No decimos que se pusieran a leer a Torrente o a García Camba, pero sí el manualito de Mariano R. Martínez, J. de San Martín íntimo.   Ahí hubieran conocido, para su sorpresa, que argumentos como el del peculado de Alvarez Condarco, el enriquecimiento ilícito o su desamor por su esposa Remedios, eran bastante más antiguos que lo que ellos suponían Claro que éstos de acá se han ahorrado esos trabajos investigativos. Les ha bastado con arrimarse a un fuego que bien calienta, el de una familia que hace 185 años cultiva el odio al Libertador como una plantita de invernadero.Y allí se han encontrado con la fuente de la sabiduría ... Nada más decimos . Simplemente, que es de esperar que no se vayan a hacer después los olvidadizos, apareciendo de rondón en los consabidos homenajes que anualmente tributan a San Martín los «cartoneros». En cualquier supuesto, reclamamos que los descendientes de los pueblos que dieron su sangre en la campaña libertadora los recuerden perdurablemente como los traidores que son.  Bien, lo seguro es que del acartonamiento clásico hemos pasado ahora a la difamación sistemática. Desprecio que, por supuesto, ha contado con el beneplácito de los prohombres del periodismo miserable.
Nosotros, que no disponemos ni de prensa ni de medios, por el solo hecho de haber nacido en este país, nos sentimos moralmente obligados a resguardar la memoria de nuestro Gran Capitán. Empero, no contamos con espacio ni con ganas suficientes para contestar como ellas se merecerían todas y cada una de esas falsedades. De ahí que nos contentaremos con refutarlas de forma suscinta.  

domingo, 21 de julio de 2019

“Perón íntimo” es una minuciosa reconstrucción de los dos años que el entonces Coronel pasó en aquel país, en base a documentos inéditos y una correspondencia privada que nos revela al pre Perón

por Claudia Peiro
Ignacio Cloppet es historiador por afición, pero eso no lo hace menos riguroso a la hora de recopilar y analizar documentos. Perón íntimo. Historias desconocidas (Areté 2019) es su libro más reciente -pero muy posiblemente no será el último-, ya que, aunque se ha escrito mucho sobre la vida y la trayectoria política del tres veces Presidente de los argentinos, quedan todavía tramos de su aventura humana por iluminar.    Y esa es la contribución esencial de este nuevo libro de Cloppet -autor también de Los orígenes de Juan Perón y Eva Duarte y de Perón en Roma– que reconstruye lo que podemos llamar la prehistoria de Perón y que, entre otros atractivos, tiene el de incluir una correspondencia diferente a aquella que estamos acostumbrados a leer de Juan Domingo Perón: análisis de coyuntura, instrucciones de un jefe exiliado, planes de gobierno. Acá estamos frente al que todavía no es un hombre público sino uno que transita la etapa de su formación y preparación para el ejercicio del poder. Y aunque ya se percibe su agudo espíritu de observación y su naturaleza metódica y organizada, el Perón que aquí se muestra es uno familiar, confidente y coloquial, en cartas dirigidas a su cuñada, María, hermana de su fallecida primera esposa Aurelia Tizón.
En ellas, Perón vuelca algunas de sus impresiones sobre Italia y los acontecimientos en una Europa que está entrando en una sangrienta contienda; corren los años 1939 y 40. Como bien señala Cloppet, "nadie sabe a ciencia cierta qué vio y qué pensó Perón en la Italia fascista", por lo tanto "estas cartas son los primeros" y tal vez únicos "testimonios frescos y reales de puño y letra de Perón".
El autor también reconstruye la trayectoria de uno de los principales amigos de Perón en Italia, el marqués Luigi María Incisa Di Camerana, que luego se instalará en la Argentina y se convertirá en un gran promotor de las inversiones italianas en nuestro país.
— ¿Cómo llegan a su poder cartas inéditas de Perón, lo que es una gran suerte para un investigador? 
— Es cierto, gozo de suerte; pero también el producir ensayos, artículos y libros que llegan al alcance de quienes conservan documentos y no los han compartido porque los reservan como un tesoro o porque son parte de la intimidad familiar. De esa manera tengo el beneficio de no tener que estar rastreando sino que espero y llegan a mi poder. Así fue con algunas de las cartas que he publicado en este libro, Perón íntimo: a partir de una buena relación con la familia de la primera esposa de Perón, Aurelia Tizón, he podido acceder a fotos, documentos y papeles que nunca se habían visto en la historia.
— Existe mucha correspondencia de Perón, pero mayormente del Perón público. La diferencia con las cartas que usted publica es que son de cuando todavía no era una persona conocida.
— Es cierto. Perón tiene una gran producción como correspondencia en su vida pública y en el exilio más que nada, pero de lo que fue el pre Perón, que era un hombre que observaba muchísimo, no es mucha la correspondencia que se conoce, y lo llamativo es que él elegía muy bien a quién compartir las experiencias que, en este caso, tuvo durante los dos años que estuvo destinado a Italia. Tuvo una misión previa en Chile, donde desarrolló una intensa actividad como militar: académica, social, institucional, y hasta podríamos decir rozando lo político, y en Chile es donde él comienza a concebir lo que yo llamo el proto peronismo. Está dos años en Santiago, vuelve a Buenos Aires, muere su primera esposa, y él va destinado a Italia. Pienso que en esos destinos él iba madurando intensamente la idea de cambiar la sociedad argentina. Recordemos que Perón no proviene de una familia pobre, sino acomodada, su abuelo fue diputado mitrista, doctor en medicina, único doctor recibido en 1868, y Perón había visto las injusticias de la oligarquía en su familia, porque su abuela había sufrido discriminación, tuvo hijos con el médico que por mucho tiempo no fueron reconocidos.
Perón junto a su primera esposa, Aurelia Tizón, y un amigo, en Puente del Inca
Perón junto a su primera esposa, Aurelia Tizón, y un amigo, en Puente del Inca
— Pero al final se casan sus abuelos.
— Sí, en 1881 en San Justo, en la Catedral de La Matanza. Pero Perón eso lo mamó porque vivió con la abuela. A Perón lo forman su abuela Dominga y sus tías, hijas de un primer matrimonio de Dominga. Se lo acusa de populista a Perón pero él desde pequeño tiene una gran formación sensible. A los 6 años le recriminaba a su padre que los peones comieran fuera de la mesa, y eso muestra un Perón inquieto, un Perón tendiente a incluir y no a desunir, ya de pequeño. Perón tenía un gran poder de observación y de absorción de lo que veía, y en Italia fue sacando experiencias, pero también tuvo aspectos muy críticos sobre las doctrinas totalitarias. Generalmente a Perón se lo asocia con el fascismo, con las doctrinas totalitarias, y en realidad no tenía ninguna proximidad con esas ideas. Y en este libro yo lo demuestro a través de las que fueron sus relaciones, de quiénes fueron sus amigos, algo muy importante, porque cuando analizamos a un personaje tenemos que ver también cuáles fueron las figuras de ese segundo y tercer orden que gravitaron sobre su personalidad.
— También hay que evitar el anacronismo porque una cosa es lo que opinara en el año 39… mucha gente en ese momento podía tener opiniones positivas o no necesariamente negativas sobre la figura de Mussolini.
— Lo que Perón tiene es una mirada sobre la figura, la personalidad de Mussolini, pero una cosa es observar al personaje, cómo se movía, cómo actuaba en el ámbito de la política italiana, y otra cosa es acercarse o aproximarse a la doctrina o a lo que esa persona estaba realizando. Muchos historiadores o escritores o periodistas de investigación quieren ponerle el mote de fascista pero no hay pruebas concretas de una proximidad de Perón con el fascismo, no las hay, no existen. Y yo me apoyo en dos personas que han estudiado la figura de Perón que no tienen la contaminación argentina vernácula. Uno es el politólogo francés Alain Rouquié y otro es Raanan Rein, un peronólogo, vicepresidente de la universidad de Tel Aviv, que me engalana con el prólogo. Ellos tienen una teoría muy clara sobre esa ajenidad de Perón con los totalitarismos y eso en el libro yo lo explico, lo ahondo y, es más: me encantaría poder debatir con aquellas personas que siguen sosteniendo lo mismo, se publican muchos libros sobre Perón y su vinculación con el fascismo y trillan y trillan y repiten todos lo mismo.
Carta manuscrita de Perón a su tío Conrado
Carta manuscrita de Perón a su tío Conrado
— El otro gran argumento es el del posterior refugio a criminales de guerra en la Argentina, en el que también se tergiversa mucho. Usted afirma que los italianos que vinieron, lo hicieron por su cuenta y que Perón no tuvo nada que ver con ello. Tampoco Argentina fue el principal refugio de los criminales de guerra alemanes.
— A ver, Perón no tenía un programa sistemático para recibir a estos criminales, no lo tenía y tampoco estaba enterado. En el caso de Italia, aquí estuvo escondido dos años Cesare María de Vecchi, que fue uno de los quadrumviros que hizo la Marcha sobre Roma, que fue el primer embajador italiano ante la Santa Sede, tras los acuerdos de Letrán, y luego fue uno de los grandes fascistas que termina enfrentándose con Mussolini y es condenado a muerte en ausencia. Ese señor llegó a la Argentina de la mano de los salesianos; Perón nunca supo que estaba acá. Es más, no tuvo ningún vínculo y en sus memorias se explica que no llegó por Perón, y éste no lo vio en los dos años que estuvo en la Argentina, y estamos hablando de una de las figuras más importantes del fascismo.
— De todos modos, no era un criminal de guerra. Había sido funcionario del régimen pero no se le adjudican crímenes de guerra.
— Exactamente. No era como con los alemanes. Ahora, si vamos al caso de los alemanes, tampoco estaba Perón al tanto de quiénes venían; había quizás una segunda, tercera o cuarta línea de funcionarios que pudieron estarlo, pero cuántas veces las segundas líneas hacen cosas de las que la primera línea no se entera, y esas cosas no se le pueden achacar a Perón. Además, el gobierno peronista del 46 al 55 fue la época en la que los judíos fueron menos perseguidos en la Argentina, tuvieron una primavera sin discriminación ni persecuciones, a diferencia de la década infame o la anterior con la Semana Trágica y todos los movimientos nacionalistas, y con posterioridad al 55. Durante el gobierno de Perón eso no se dio, como lo explica claramente Raanan Rein.
El coronel Perón en Italia
El coronel Perón en Italia
— Además las grandes potencias vencedoras de la guerra fueron las principales recicladoras de cuadros nazis, científicos especialmente.
— El otro día estaban entrevistando al único ingeniero argentino que colaboró en el programa espacial Apolo XI y recordaba que fue creado por un ingeniero nazi,aunque algunos fueron criminales y otros científicos que no necesariamente tenían que ver con los actos criminales, ni por ser alemanes eran todos nazis. A veces todo se pone en una misma bolsa y eso es lo que le pasa a Perón con nuestros queridos colegas y detractores, que intentan vincularlo a esa doctrina; se nota que no han leído una línea de Perón, que no saben cómo se formó y de dónde surgen sus ideas. Y que me digan dónde encuentran un acto pagano, un acto de discriminación, o un acto de exclusión de la gente, si algo hizo Perón en su obra de gobierno fue recibir a todas las comunidades y respetarles sus identidades de pueblos inmigrantes a la Argentina, si bien Perón resaltó siempre la hispanidad, él no quería hacer católicos a los musulmanes, por ejemplo, no tenía conductas totalitarias para convencer a la gente. Este libro intenta aproximar estas cuestiones como para que podamos empezar a desmitificar y aclaremos las cosas; la historia se escribe con documentos, si no tenemos documentos hacemos fábula, hacemos construcción, hacemos ideología. 
— La novedad de su libro es que podemos leer cartas privadas de Perón, que no estaban destinadas a personas públicas.
— Son las cartas frescas de Perón, vírgenes, con quiénes se reunía en Italia, quiénes eran sus amigos. Sus amigos en Italia no eran fascistas, tuvo un solo amigo fascista, yo no lo oculto, que era Ercole Zanetti, un médico, que estaba en la milicia voluntaria fascista, pero era un hombre de un rango inferior. Perón se entrevista además con muchas otras personas que no tenían nada que ver con el fascismo, con el padre Carlos Gnocchi que era el capellán de los Alpinos, con Monseñor Schuster que fue un gran enemigo del nazismo y del fascismo, que fue arzobispo de Milán, y luego con los alpinos que eran sus amigos, que fueron todos antifascistas. Yo lo cuento a través del diario del marqués Luigi María Incisa Di Camerana, que fue el gran amigo alpino de Perón, es un diario inédito al que accedí, y que nos muestra cómo y quiénes eran los amigos de Perón de ese entonces.
A la izquierda, en primer plano, Luigi María Incisa di Camerana. Perón, la esposa del marqués y Evita, en la entrada del Palacio Unzué
A la izquierda, en primer plano, Luigi María Incisa di Camerana. Perón, la esposa del marqués y Evita, en la entrada del Palacio Unzué
— Es interesante que Perón, siendo militar y en aquellos años, le dio a la mujer una participación política impresionante. Hoy hay un auge de un movimiento feminista a-histórico que desconoce esto, como si la Argentina hubiera nacido hoy. Usted vincula esa conducta de Perón al papel de las mujeres en sus primeros años, en su formación inicial.
— Es cierto. La Argentina está viviendo una especie de ebullición como si la mujer argentina nace con este movimiento feminista. Es no entender la historia argentina, en la que ha habido grandes mujeres, no hablemos de Evita, podemos ir hacia la historia y vamos a encontrar mujeres que han sido baluartes y estandartes de la argentinidad y que han defendido al sexo, o al género, como les gusta decir hoy, y han sido grandes mujeres y eso no es una cosa nueva. Perón, de niño, va con sus padres a vivir a la Patagonia en 1901, Y en 1904 regresa a Buenos Aires y se queda al cuidado de sus dos tías, Vicenta y Baldomera Martirena, hijas del primer matrimonio de su abuela, que su abuela se casó dos veces, primero con un señor Martirena, y  después con Tomás Liberato (Perón), y Perón tiene una formación matriarcal, es una formación estrictamente de mujer y a Perón la sensibilidad se la brindan las mujeres, lo educan en esa sensibilidad que él tiene desde sus propias entrañas y eso es lo que a Perón le hace ver la importancia de la mujer en la formación humana, afectiva y social. Él va incorporando esa idea de que la mujer tenía que tener un protagonismo en la sociedad y en la política y por eso la elige a Evita, porque necesitaba una mujer joven del estilo de Evita, una mujer con una gran voluntad, una gran fortaleza, una mujer que rompiera las estructuras sociales del establishment. Por eso Perón no se casa con su tía, Mecha Perón, con la que tuvo un romance. Tampoco se casa con María Tizón, la cuñada, que era la otra mujer que estaba dando vueltas cuando llega Evita a la vida de Perón, Perón elige la mujer para fracturar el establishment social y aparte para romper con sus camaradas que le querían imponer con qué mujeres tenía que casarse y él ve en Evita un gran futuro para su movimiento.
— Socialmente fue algo rupturista, sobre todo para era un hombre del Ejército. 
— Pero Perón fue un transgresor, un transgresor en el buen sentido de la palabra. A  mí me encantaría que estas feministas lo reconocieran a Perón como uno de los hombres…
— Es difícil porque el feminismo actual se plantea de entrada como una guerra contra el varón.
— Bueno, pero la realidad es que le deben a Perón muchísimas de sus conquistas.  Perón se acordó de las mujeres mucho antes de que muchas de esas señoras o señoritas pensaran que tenían que poner un antes y un después en la vida de la Argentina.Perón ha tenido una gran sensibilidad hacia la mujer, en este libro lo explico, porque no es un tema menor completar la humanidad de Perón, porque para poder conocer al estadista y al hombre extraordinario tenemos que conocer su intimidad. Eso me parece clave y es lo que trato de hacer en mis investigaciones, y si no encuentro un papel, no lo invento, si no encuentro una relación, no la imagino, porque ese es el peligro cuando se hace historia usando comodines que no son hechos reales sino imaginaciones. 
El marqués Luigi Maria Incisa di Camerana, Eva Perón y Juan Perón
El marqués Luigi Maria Incisa di Camerana, Eva Perón y Juan Perón
— A diferencia de la correspondencia política que él mantuvo, sobre todo en el exilio, que en su mayoría eran cartas que podían llegar a publicarse y que podrían ser leídas por mucha gente, porque eran instrucciones políticas, análisis de coyuntura, etcétera, en las cartas que usted reproduce asoma un Perón diferente, íntimo, como dice el título de su libro.
— Sí, lo que Perón hace es elegir una destinataria, fíjese que elige todas mujeres, su cuñada y sus dos sobrinas para escribir, no elige a ninguna otra persona, y Perón las toma como las confidentes, como cuando uno llega a su casa se encuentra con su mujer o su marido y le cuenta todo lo que pasó, bueno, Perón les abre el corazón y describe todo lo que observa y eso me parece que es la genialidad de esta correspondencia, porque es un Perón fresco, virginal, no contaminado, aunque no digo que la contaminación sea mala, pero cuando 20, 30 años después de los hechos le preguntan sobre esas experiencias, Perón ya no tiene la frescura de esas cartas escritas a mano o a máquina en el momento en que él observa, él ya está en la contaminación de haber sido presidente, de que lo han derrocado, que está en el exilio, él ve toda una experiencia diferente a la de esa mirada de 30 años atrás. Esto es lo bueno de ir a la fuente fresca, esa fuente que no ha sido manoseada por la experiencia de la vida. Sino que lo muestra tal cual era Perón en ese momento.
— Aparece un Perón turista, un turista muy especial, estudioso, como siempre, y ordenado. Recorre toda Italia. Sistemáticamente, estudia, visita y va sacando conclusiones.
— Es cierto, él recorre Italia con un Fiat, la recorre prácticamente dos o tres veces en auto, porque era un hombre inquieto, quería aprovechar, es triste cuando la gente no aprovecha las cosas que tiene, así como la Argentina no aprovecha tantos beneficios, como tener un Papa argentino, por ejemplo, que lo vituperamos, es tremendo, eso es ser artífice de tu propia derrota, es ser un suicida. Pero volviendo a Perón, en Italia él aprovecha todo lo que observa y tiene miradas interesantes, pensemos que era un Perón formado en el colegio militar, que era la categoría A de la Argentina. Era un hombre que sabía poner el ojo, que tenía una gran intuición y eso le permite ser un turista calificado como digo en el libro, porque que te cuente Perón lo que ve es genial, las observaciones que él hace, lo que opina sobre el Papa, cuando lo ve a Pío XII, que lo ve en dos oportunidades, a Mussolini no lo vio, eso es falso…
— ¿Por qué cree usted que él dice que lo vio si no lo vio? ¿Es parte de la construcción de un personaje?
— Es parte de una construcción política en un momento determinado, así como encontramos en Perón que en algún caso les hace un guiño a uno, le hace un guiño a otro, no hay que olvidarse que cuando Perón dice que estuvo con Mussolini, él ya estaba en el exilio, son todas entrevistas de cuando Perón estaba con el trago amargo del destierro y del exilio, cuando se está en esa situación y se intenta volver a la Argentina o reconstruir la Argentina, él tiene que aferrarse a todo lo que tiene a su mano, que es lo que hizo Perón en ese exilio. Él juega porque él no necesitaba asesores de imagen, él era su propia imagen, su propio marketing.
Perón, con una novia italiana
Perón, con una novia italiana
— Hay un comentario que sorprendería a más de uno que es cuando Perón dice que los argentinos tenemos todo regalado, la Argentina tan abundante en recursos naturales, que no tenemos tendencia al esfuerzo y al sacrificio, y nos quejamos de nada…
— Precisamente, Perón llega a Italia y observa que hay grandes privaciones en la sociedad italiana y es entonces cuando dice: a nosotros nos viene todo de arriba, tenemos todas las riquezas y en el fondo no las aprovechamos. Es lo que hablábamos antes, como el argentino desaprovecha y Perón hace esa observación en una carta del año 39 a su cuñada: mirá, nosotros que tenemos todo, dónde estamos; y esta gente que se sacrifica, que construye, que va para adelante…
— Que no se queja.
— No se queja, es cierto, nosotros somos los reyes de la queja. 
— Bueno, además son cartas de gran frescura, hasta cuenta chistes, escribe dos párrafos en italiano, bastante bien escrito.
— Bastante bien. Y en ese momento no había Google para hacer la traducción simultánea, hay que decirlo…
— Era un correcto italiano.
— Sí, Perón antes de irse hablaba bien el italiano, lo había practicado, su bisabuelo había nacido en Génova y había llegado a Argentina en el año 1831, así que por el lado Perón tenía muchos años en Argentina, al margen de que por el lado de su madre, Toledo, tenía 16 generaciones en Argentina.
Junto a sus camaradas alpinos
Junto a sus camaradas alpinos
— Claro, tenía una parte muy criolla y otra, sí, de inmigrante…
— Pero esta conjunción de lo criollo con inmigrante es lo que a él le permite tener una gran mirada sobre la Argentina, y una gran comprensión de las necesidades de la Argentina.
— Al respecto me llamó la atención la parte en que alguien dice que se extrañó de que Perón no quisiera buscar eventuales parientes en Italia. A mí en cambio me gustó, porque últimamente hay una suerte de berretín de los argentinos, de ir a buscar un origen afuera. En cambio a Perón no parece interesarle. Es argentino y eso le basta.
— Hay una explicación, es cierto que hay una especie de furor…
— Un berretín.
— Sí, hay un berretín, un furor por saber de dónde venimos, es cierto que para transcribir mis libros busqué los orígenes de Perón, porque nunca se lo supo a ciencia cierta, lo mismo pasó con Evita, yo también descubrí los orígenes de Evita, de dónde eran los Duarte, de dónde eran los Ibarguren, se decía que eran vascos pero ¿de qué pueblo? Ahora, Perón es cierto, Perón no fue un nostálgico y eso me parece que le da esa proyección de revolucionario, de progresista, de hombre adelantado, de no mirar hacia atrás.
La ficha de Migraciones que registra su salida del país con rumbo a Italia
La ficha de Migraciones que registra su salida del país con rumbo a Italia
— ¿Cree posible que aparezcan otras cartas de ese período a otras personas?
— Estoy detrás de unas cartas que él escribió al Coronel Descalzo, que fue el capitán que lo formó, incluso publico en este libro una carta de Perón a Descalzo en la que él confiesa su esterilidad, Descalzo se estaba casando y Perón le escribe: "Espero que Dios le dé los hijos que a mí me ha negado para siempre". Hay otras cartas que Perón le escribió a Descalzo que están manos de un coleccionista que no me las ha querido compartir para esta edición, pero no hay mucho más porque yo he rastrillado las relaciones de Perón en ese momento, bueno Perón era muy amigo de mi abuelo, mi abuelo fue su abogado, fue confidente, hicieron esgrima juntos, fueron seleccionados para ir a París en el año 24 a las olimpiadas, y yo tengo cartas anteriores y posteriores a esa época. Él no escribía mucho desde Italia, la correspondencia que hay yo la he agregado, una carta a su tío Conrado, alguna correspondencia con algún amigo, con el Padre Dalesio que era el sacerdote de la Iglesia de la castrense. Por eso esta es una correspondencia realmente muy llamativa porque vemos a un Perón despojado, que cuenta lo que ve sin anestesia y eso es lo que me parece que es un valor agregado al conocer al personaje. Félix Luna y Joseph Page dicen, lo dicen los dos, que nadie sabe a ciencia cierta qué vio y qué pensó Perón en la Italia fascista, éstas cartas son los primeros y no sé si los únicos, testimonios frescos y reales de puño y letra de Perón. Acá sabemos, acá no hay especulación, acá no podemos empezar a hacer un tubo de ensayo y creer que vamos a construir al Perón fascista, por lo que él observó en Italia. 
— ¿Los originales de esas cartas están en poder de la familia?
— Sí.
— Me hace pensar en que, tal vez por las muchas rupturas institucionales que hemos sufrido, no cuidamos la memoria. Hace poco estuvo aquí Herbert S. Klein, de la Universidad de Stanford, donde tienen un inmenso archivo sobre Perón, y se preguntaba cómo era posible que no hubiera aquí un instituto que guardara el archivo de la historia de Perón y del peronismo. Pero aquí la gente se debe preguntar ¿a quién le voy a donar esto?, ¿a quién se lo doy si lo quisiera dar?, ¿al Estado argentino? 
— Bueno, yo tengo varias cosas en el archivo, correspondencia de gente de la política argentina; han llegado a mis manos porque la gente te lo facilita, tengo muchos originales también. Ahora, si hoy yo tengo que pensar a qué institución se los doy, verdad es que en Argentina tengo mis grandes dudas. Porque hay una gran desidia, una gran falta de interés. Pensamos en Buenos Aires. Es una ciudad desquiciada. ¿Está bella?: sí. ¿Tiene personalidad?: no Porque han tirado abajo todas las casas. Uno se va un año de Buenos Aires y vuelve y todas las casas que había están cambiadas por edificios de alto, y entonces es una ciudad y es un país que no tiene cultura, es tristísimo, que reniega porque se deshace de la cultura. Entonces así como no conservamos las construcciones, no conservamos los monumentos, no conservamos los edificios, qué van a conservar un papel, el papel lo tiran, entonces la gente qué hace, se aferra. O esos papeles se van afuera del país. Estoy ahora empezando mi nuevo libro, sobre las claves secretas de Perón, yo sé que tendría que viajar a Stanford para ver la correspondencia, porque acá no hay prácticamente correspondencia, se estima que Perón publicó en el exilio casi 14 mil cartas, si uno hace la división por día son dos cartas y media por día, algo muy plausible en Perón.
Carta de Perón a sus sobrinas políticas
Carta de Perón a sus sobrinas políticas
— De hecho, estaba todo el día escribiendo…
— Estaba todo el día en la máquina, se levantaba a las cuatro, cinco de la mañana, tomaba su mate, fumaba su cigarrillo y se ponía a escribir, después dormía una siesta y volvía al trabajo y después tenía las entrevistas, los encuentros; es un promedio de dos cartas y pico por día o dos documentos escritos por día, bien, ¿cuántas cartas se conocen de Perón? Mil y pico de cartas, ¿dónde están las 12.500 que faltan? Es tremendamente grave lo que sucede en Argentina, porque si no podemos cuidar la memoria, cómo vamos a cuidar a la gente, un país sin memoria es un país que no tiene trascendencia. No le vamos a dejar un país feliz a nuestros hijos si no conocemos nuestro pasado.
— Sobre Perón se ha escrito mucho. Pero ¿qué aspecto de su trayectoria y su vida cree que todavía falta iluminar mejor o revisar?
— Creo que toda la historia de Perón debe ser revisada, porque cuando la historia se escribe o se construye en medio de grandes contiendas antagónicas como ha habido en estos últimos 45 años o 75 años; esa historia está contaminada, ya sea por detractores o por panegiristas. Cuando me ha tocado revisar hechos sobre su vida privada, me encuentro con grandes sorpresas, con muchas mentiras, cosas que se han ocultado, no sé si era para protegerlo a Perón o si para criticarlo. Entonces a mí me parece que la historia debe ser revisada y escrita sin esa contaminación del apasionamiento desmedido, sin los motes, sin los prejuicios, la historia ha sido escrita por muchos prejuicios por historiadores que nos quieren mostrar al Perón que ellos imaginan o proyectan. Tenemos que buscar las fuentes, las fuentes están, y esas son las que nos van a ayudar a darle luz a la vida de este personaje tan importante. 
Perón junto a su primera esposa y otras integrantes de la familia Tizón