Rosas

Rosas

domingo, 30 de abril de 2023

USOS Y COSTUMBRES EN 1823

Por A. J. Pérez Amuchástegui
El ingeniero Santiago Bevans llegó a Buenos Aires duran­te la administración del co­ronel Martín Rodríguez, quien lo designó ingeniero jefe del Departamento de Ingenieros Hidráulicos que se había creado recientemente por iniciativa de aquel gober­nante. Unos meses después de hallarse en Buenos Aires, el 29 de junio de 1823, Be­vans dirige una carta a sus hijos —John, de 11 años, y Thomas, de 9—, que habían quedado estudiando en un colegio de Londres.  En esa extensa carta —de la que extraemos los párra­fos de mayor interés— el in­geniero Bevans describe ca­racterísticas de Buenos Ai­res y algunas costumbres del país donde reside. Debemos señalar que los subtítulos no aparecen en el original de la carta, y que el ingeniero hidráulico Santia­go Bevans (1777-1832) será, con el correr de los años, abuelo materno del doctor Carlos Pellegrini, presidente argentino y político de vas­ta actuación.
“Aquí nos sorprendió el ha­llazgo de familias inglesas, en tal número que no trata­mos con otras. El álbum de vistas bonaeren­ses que teníamos allí es ca­si perfecto. Las casas de Bue­nos Aires son amplias, de varios patios; sus paredes de ladrillo, muy gruesas, blan­queadas o enyesadas. Con el criterio inglés sobre edifica­ción, parecerían destinadas a oficinas públicas. Algunas poseen ventanas al frente, con rejas exteriores de hie­rro. Las habitaciones dan a patios internos y son cómo­das. El clima, algo excesivo en el verano, impone la siesta des­pués del almuerzo, siendo esta costumbre tan generali­zada que, cuando alguien es­tá fuera de su casa y anda por el campo a caballo, ata el animal a un árbol o poste o simplemente lo para y se echa a dormir a la sombra de la planta o de la bestia.  Los comercios cierran sus puertas de una a cuatro de la tarde.  Durante el verano, las tormentas son continuas y re­frescan la atmósfera, pero el calor reaparece pronto, has­ta que otra tormenta nos li­bera de él.  Cuando llegamos era el tiem­po de las frutillas, que son mucho más grandes que las Inglesas, aunctue sin su rico sabor. Las naranjas se pro­ducen en este país, pero la variedad dulce es escasa y cara. La otra clase es muy abundante y pueden obtener­se 8 ó 9 naranjas por un medio. La fruta más acepta­da es el durazno, de los que hay muchos árboles de es­pecies salvajes, apreciados más que por su fruta por su leña, utilizada aquí para que­mar y que es traída de las quintas en carretas tiradas por bueyes. No tenemos otro carbón que él de Inglaterra y a precios muy altos.  Los habitantes de este país carecían de estufas hasta la llegada de los ingleses, los que las han generalizado en muchas fincas, aunque con algunas dificultades, pues en varios casos los propietarios han exigido su retiro al des­ocupar la casa. Yo he man­dado hacer una estufa para mi salón”.
“Mi empleo me obliga a via­jar continuamente. Se reirían Uds. al verme salir de casa en un coche arrastrado por cuatro caballos que manejan tres hombres: dos montados en los animales delanteros y el otro, en el pescante. En llegando a una posta, hay que esperar el cambio de las bes­tias, las que unas veces es­tán sueltas y otras guarda­das en un corral. En este úl­timo caso, se evita que el encargado del cambio saiga al campo y tire el lazo» (suerte de tirilla de cuero con una argolla en un extre­mo), sobre la cabeza del ani­mal elegido, repitiendo la operación hasta juntar todos los que necesita.
Varias veces he comido en estas postas. La comida es siempre la misma. Cuando llega el carruaje, sale un mu­chacho corriendo al campo y trae un cordero que ha dego­llado y desollado en pocos minutos y cuya carne sujeta a un «asador», que es un hierro clavado en tierra, a poca distancia del fuego; és­te se hace con troncos de madera, hojas secas u otro combustible. Cocinada la car­ne, es servida en una fuente de gran tamaño y la comida es suficiente como para sa­tisfacer el hambre de cuatro o cinco personas. Lo curioso es que el dueño de la posta nunca acepta el pago del almuerzo.  En ocasiones, nuestro coche es tirado por seis mulas a la vez, en lugar de los cuatro caballos que generalmente se utilizan, y esto resulta muy divertido,  Felizmente, pronto gozaré de más comodidades. Se está construyendo un carruaje su­ficientemente largo como pa­ra que pueda ir yo acostado en su interior. Tengo a mi servicio dos oficiales de po­licía, que el gobierno ha des­tinado a ese efecto. Estos oficiales viven en nuestra casa y cuando salgo me si­guen y cuidan”.  "Es muy curioso ver un arria de mulas procedente del in­terior. Suele estar formada hasta de noventa animales, cada cual cargado con dos cascos de vino. La tropilla lleva adelante una yegua, con una campana atada al pes­cuezo. Muy interesante resul­ta, también, ver una tropa de carretas que suele ser de doce a treinta ¡untas, tirada cada una por seis bueyes y transportando las más varia­das mercancías. La salida de estas caravanas de carre­tas constituye un aconteci­miento en la ciudad, y al arrancar levantan grandes nu­bes de polvo y producen un gran ruido. Cada carreta lle­va una gran tinaja de agua en la parte trasera.  Entre las cosas que llegan al mercado, olvidé mencio­nar los melones, que abun­dan pero que hay que co­merlos con discreción.  En este país son muy nume­rosas las hormigas, siendo los árboles sus principales víctimas. Se les protege con una piletita que se coloca a su pie y que se mantiene con agua para que estos in­sectos no puedan atacarlos. Un amigo nuestro que tenía en su casa muchas hormigas, echó en el hormiguero una buena cantidad de sublimado corrosivo mezclado con azú­car y por este medio se vio libre de ellas.  Las ratas abundan y ocasio­nan grandes molestias. Ma­má, al llegar a este país, se alarmaba mucho por ellas y una noche pisó una, involuntariamente, y la mató, pe­ro quedó muy impresionada”.
"En el mes de mayo, que es el de la independencia de este país, me encargaron de la iluminación de la plaza principal. Aunque el término que me dieron era de diez días, iluminé con gas la casa de la Policía, realizando el trabajo con elementos impro­visados, pues aquí no hay fundiciones y se carece de todo. Hice hacer letras con caños de fusil, para formar la frase: ¡Viva la Patria! Proyecté e hice dos fuentes de agua, cuyos chorros iluminé; espectáculo que gustó mu­cho al pueblo y al gobierno. Tengo encargo de alumbrar a gas las principales calles de la ciudad y de construir un local para Mercado. Algu­nos se han resentido por mi éxito en la iluminación y he visto estropeadas, por tres veces, mis máquinas, lo que desmejoró algo el alumbra­do, que constó de trescientas cincuenta luces.  La ciudad empieza a desarro­llarse y progresar. La policía es la encargada del barrido público, cobrando dos reales por puerta, siendo muy po­cas las que tienen umbral de mármol. Las veredas son de ladrillo y muy angostas; las hay de piedra y están rodea­das de postes, para evitar que suban a ellas caballos o pa­sen carros. Es sensible que sean tan angostas e incómo­das para andar dos personas a la par, como solemos ha­cerlo los ingleses. Los nati­vos tienen la costumbre de marchar de uno en fondo y cuando una familia va a la iglesia, el hijo menor enca­beza la fila y así, sucesiva­mente, hasta el mayor, luego la madre y detrás el esclavo o sirviente que lleva una al­fombra, sobre la cual se arro­dillará la familia en el tem­plo. Los hombres pocas ve­ces acompañan a sus espo­sas en estas ocasiones; van solos a misa, que hay cada media hora, desde las seis de la mañana a la una de la tarde. 
He pedido a un amigo en Inglaterra haga una torta pa­ra Uds. y la acompañe a es­ta carta, con la que irán, tam­bién, unos pocos chelines’'.
1) N. de la R.: Realmente extraordi­naria era la cantidad de plantas de durazno que se hallaban en esa época en los alrededores de Buenos Aires. Estas plantas, aunque muy apreciadas por sus frutos —que en esa zona de la provincia suelen ser de sabor y tamaño excepcionales— eran utiliza­das especialmente para- el suministro de leña. En un comentario aparecido en el periódico El Argos del 2 de junio de 1821, se atribuye la proliferación de esos árboles al “bloqueo que los españoles pusieron a los puertos de Buenos-Ayres en los primeros años de la revolución, para los buques que se llamaban nacionales, y las per­secuciones que sufrían los leñateros en sus faenas por los Paranaas.. Como consecuencia de ese bloqueo, que impedía traer leña de la Banda Oriental y de otras regiones, expli­ca el comentarista que “de un mo­mento a otro se elevaron por todas partes considerables montes de leña”. Al respecto resulta elocuente leer en la sección avisos de aquel perió­dico algunas ofertas de venta de quintas o campos, donde se mencio­nan los árboles que poseen. Así, por ejemplo, en la edición de El Argos (NÍ1? 41), del 8 de junio de 1822, leemos en la primera página tres avisos. Uno de ellos ofrece una cha­cra a “tres cuartos de legua” de! puente de Barracas, con “42.059 plantas de durazno en el mejor or­den para plantas de leña”; otro anuncia la venta de una quinta si­tuada “delante de los Corrales de Miserere”, que tiene “8.000 plantas de durazno comunes”; un tercer avi­so informa que don Juan Antonio de Santa Coloma vende su campo “como a tres leguas de la ciudad” en ia costa de Quilmes, con “90.000 plan­tas de durazno”.

sábado, 29 de abril de 2023

La caída y exilio de José Artigas

Por el Prof. Jbismarck
Tras la rendición de Montevideo, ocurrida en ju­nio de 1814, continúa en la Banda Oriental la hos­tilidad entre las fuerzas de Buenos Aires y las de Artigas, hasta que Alvear, entonces Director Supre­mo, dispone el regreso de las primeras a la Capital. Con esto Artigas consolida su autóridad en aquella Banda y ya en marzo de 1815 domina también En­tre Ríos, Corrientes, Santa Fe y, en cierto modo, Córdoba. Son los llamados "Pueblos Libres" quienes lideradas por el Protector proclaman la Independencia de España y de cualquier Nación del Mundo en junio de 1815 , en el Congreso de Arroyo de la China. Pero en julio de 1816 la Banda Oriental es invadida por los portugueses y comienza enton­ces la declinación del poder de Artigas. Derrotado en Carumbé (27 de octubre de 1816) y en el arroyo Catalán (3 de enero de 1817), su desesperada de­fensa del territorio oriental concluye al ser vencido definitivamente en Tacuarembó el 14 de enero de 1820. 
En Curuzú Cuatiá, donde tiene su campamento, se entera del Tratado del Pilar, firmado sin su participación, y se indigna con Ramírez que lo ha suscripto. Pronto estalla la guerra entre ambos. Artigas invade con sus fuerzas el territorio entrerriano donde vence a Ramírez en Las Guachas, lue­go es derrotado por éste en Las Tunas y se ve precisado a retroceder. Cerca de Curuzú Cuatiá es vencido nuevamente el 29 de julio de 1820 y en­tonces busca asilo en el Paraguay.  De los últimos 30 años de la vida de Artigas en Paraguay se sabe que vivió pobremente y lo poco que tenía lo compartía ocn los más necesitados; era llamado “padre de los pobres”, de Curuguaty, entre los que distribuía la mayor parte de sus cosechas y todo su sueldo, prodigando a los enfermos cuantos auxilios estaban a su alcance.  Iba a misa todos los domingos, rezaba diariamente el rosario, daba catequesis a los niños, leía la Biblia y poseía un libro de espiritualidad cristiana que le ayudaba en sus oraciones. El ideario social de Artigas era de inspiración cristiana y se manifiesta en muchos de sus gestos.  Su amistad con los franciscanos, “amigos de los matreros”, empezando por su secretario Monterroso que lo acompañaba en todas partes, influyeron sobre sus ideales de justicia e igualdad social.   Cuando la enfermedad de Artigas se agravó, manifestó deseos de recibir los últimos sacramentos y poco después el general en un último esfuerzo se había incorporado y abriendo desmesuradamente sus ojos gritó: ¡Mi caballo! ¡Tráiganme mi caballo!, vuelto a caer en la cama cerró sus ojos y murió.  Los restos del general recibieron sepultura en el Cementerio de la Recoleta , en el sector denominado “Campo Santo de los Insolventes”, a poca distancia de la quinta en la que entonces vivía. Era el 23 de septiembre de 1850

viernes, 28 de abril de 2023

Zoom sobre "Los sucesos del año 1820"

 Realizado por el Dr. Alberto Gelly Cantilo, el Dr. Jorge Deniri y el Dr. Julio R. Otaño; asistieron mas de 45 personas....








Ramírez, Martín Rodríguez y los Indios...la muerte de Güemes

 Zoom sobre los sucesos del año "1820".  Dr. Alberto Gelly Cantilo, Dr. Jorge Deniri y Dr. Julio R. Otaño



jueves, 20 de abril de 2023

Bernardino Rivadavia y el asesinato de Martín de Alzaga

Por el Prof. Jbismarck
Era 1812 y un hombre muy elegante va camino al pelotón de fusilamiento. Es Martin de Alzaga, uno de los hombres claves de la ciudad y del Virreinato, El Triunvirato, liderado por Rivadavia lo a sen­tenciado a morir como reo de conspiración contra el Estado. Junto al condenado camina un fraile. que va musitando oraciones, mientras el preso da vueltas, nerviosamente, un crucifijo entre sus manos. Un día igual, hacía 5 años atrás, Alzaga culminaba, con la capitulación de Whiteloke, la gran hazaña de la Defensa, derrotando por segunda vez al ejército inglés. Ese mismo pueblo, que hoy asistía con deleite a su ruina, había sido quien lo elevara, junto a Liniers, como el glorioso salvador “de estos Reynos”. 
Martín de Alzaga era un ejemplo de tenacidad, trabajo y habilidad comercial, que se repetiría por miles en el Río de la Plata; el joven español que llega sin un centavo y, a fuerza de tra­bajo, sacrificios y ahorros, logra poseer fortuna. Había llegado a Buenos Aires a los 12 años, desde su Vizcaya natal, no se sabe si solo o consignado a alguna familia. Lo cierto es que durante 5 diez años trabajó como dependiente de Gaspar Santa Coloma y que al retirarse de ese empleo había reunido $ 24.000, suma con la cual comenzó a ejercitar el comercio. En 1795 era ya uno de los “vecinos principales” y cabeza del partido monarquista peninsular. Desde ese año, hasta p 1809, ocupará el cargo de Alcalde de Primer Voto y estará presente en todos los grandes acontecimientos de la ciudad y el Virreinato. Nada importante se hará sin su participación, consejo y dirección. Su casa del Barrio del Alto, esquina de la calle de la Plaza Chica (Bolívar) y Villanueva (Moreno), una de las más señoriales, será foco de la vida social, política y comercial de la ciudad durante muchos años.  Su energía, decisión, autoridad y dinamismo serán factores esenciales en las jornadas de la Reconquista contra los invasores británicos salvarán a la ciudad, cuando parecía perdida, en las memorables y sangrientas jornadas de la Defensa. Después, su estrella comenzará a palidecer, en la proporción en que los jefes criollos de las milicias populares, nacidas al calor de aquellas memorables gestas, interpretaran mejor los intereses del pueblo y el signo de los tiempos. Su derrota frente a Liniers, el 1 de enero de 1809, lo radiará de la función publica. No participa de los sucesos de Mayo sino a través de sus amigos, a quienes apoya, estimula y alecciona en su casa y en el café de los Catalánes.   Alzaga está dedicado a sus negocios y no ha efectuado la menor declaración a favor o en contra de la Junta Revolucionaria del 25 de Mayo.  Sigue con sus antiguos amigos y es verosímil que se cartee con los realistas como él, de Montevideo, Alto Perú Pero nadie lo ha visto en actitudes de condenar a la Revolución, ademas, acata sin apelaciones las medidas oficiales.  El 13 de enero de 1812, el gobierno da un ban­do por el cual ordena la confiscación de los bie­nes ”... a todos los sujetos de la España, Brasil, Montevideo y demás territorios sujetos a estas autoridades, que nos los hubieran declarado o se hubiesen refugiado en países enemigos’'. Alzaga está tranquilo. Ha declarado sus bienes puntual­mente y no se ha movido de la ciudad. Pero el Triunvirato, el 30 de abril, lo conmina a pagar 50.000 pesos fuertes (una suma muy grande)
pertenecientes a D. Luis Rivera y Juan M. Bínales, que guarda en sus cajas”. Alzaga con­testa que no existen esos fondos.
El fiscal Agrelo ordena que la intimación se cumpla. El 5 de ma­yo Alzaga apela y expresa que, además, no posee esa cantidad, como lo han comprobado los fun­cionarios que controlan sus papeles. Agrelo orde­na su prisión y va a la cárcel donde lo cargan de grillos. La esposa ofrece pagar $ 15.000 inme­diatos. S 10.000 en 15 dias y el resto en dos meses. El gobierno acepta, pero exige "... cinco fiado­res legos, llanos pagadores, abonados y manco­munados a dicho fin... Alzaga sale en libertad el 20 de mayo.  El 26 llega a Buenos Aires el coronel Rademacker, enviado de la Corte de Rio de Janeiro, para firmar la paz entre portugueses y rioplatenses, sobre la base de evacuar inmediatamente la Ban­da Oriental las tropas lusitanas. Se firma esa misma noche. Pero Diego de Souza, general por­tugués que ocupa Montevideo, no da seguridades de cumplir lo pactado y permanece alli. Después se dirá que la “conjuración de Alzaga” estaba conectada con De Souza, para que éste desembarcara una vez estallada la rebelión realista. A fines de junio aparecen, en las calles, anónimas proclamas contra el gobierno. El 1 de julio, sobre la mesa del despacho de Rivadavia está el informe del Alcalde de 2do voto José Pereyra Lucena, con el parte del de Barracas, Pedro J. Pallavicini, elevando la denuncia que hiciera a su ama el negro Ventura.  Este dice que “... un gallego llamado Francisco t Lacar lo ha convocado para un levantamiento . que intentaban los europeos”. El 2, el gobierno comisiona a Chíclana, con amplios poderes, para realizar la investigación. El mismo dia, Isabel Torreiro, comadre de Alzaga, se presenta en el Fuerte y confirma la denuncia; Alzaga le ha pedido su casa de las Catalinas para realizar reuniones, y ella, sirviendo la cena, los oyó hablar de revolución”.  Pueyrredón duda. Rivadavia cree. Se designan Jueces de Instrucción a Chíclana, Agrelo, Monteagudo, Vieytes y Miguel de Irigoyen. El juicio será sumario; no hay tiempo que perder. Alzaga se entera y corre a Santa Lucía, donde habría revelado al presbítero Salas sus intenciones, le entrega sus pistolas y desaparece. Salas, autoriza­do por la provisión del arzobispo Zavaleta, que lo dispensa del secreto de confesión, cuenta todo a los Jueces de Instrucción.  En la conjura estarían, entre otros, Sentenach, Valdepares, Marull, Tellechea, Neyra y Arellano, Sapena, etc. La lista es larga. Fray José de las . Animas, que fuera capitán en el Rosellón, mandará la caballería. Oficiales españoles retirados formarán piquetes, ocuparán posiciones estrategicas y distribuirán las armas. Entraría el cuatro de Barracas, cuyos oficiales serian comprados.  Triunfantes, fusilarían, desterrarían y eliminarían “los magistrados, los individuos del gobierno, los ciudadanos principales, enviando a Montevi­deo los hijos del pais, los negros, los indios y las castas, para que no hubiera en la capital ningún, individuo que no fuera europeo”. Fray de las Animas, detenido en Fontezuelas, negará, pero antes de morir admitirá su culpa. Van a buscar a Alzaga a su casa. No está. Su yerno, Martín de la Cámara, no conoce su paradero. Es arres­tado y colgado el día 4. Ese mismo día el Triun­virato dicta la pena de muerte para Alzaga. Alzaga ha acudido al Dr. Nicolás Calvo, cura de la Concepción, quien el día 5 lo entrega a Chíclana. A las 3 de la mañana del día 6 es in­terrogado por Agrelo. Niega todo. Al saber la muerte de su yerno de la Cámara, tiene un gesto de abatimiento. Agrelo le comunica que morirá a las 10.30.    A esa hora, un redoble de tambores marca la llegada de Alzaga frente al pelotón de fusila­miento. Rechaza la venda. Callan los tambores y hay un instante de contenida expectación en la Plaza. La multitud parece concentrar todo el silencio de la ciudad. Se oye la descarga. Alzaga cae.
La muchedumbre estalla en un clamoreo. DOLOR AHORRADO.  En realidad, el destino fue piadoso con don Martin de Alzaga. Si hubiera vivido cuatro años más, lo hubiese desgarrado el dolor de ver a estas tierras, que él creía destinadas a perpetuar el poder real, declaradas independientes de toda dominación extranjera. Y también hubiera visto mezclado en las guerras emancipadoras a uno de sus hijos, Félix de Alzaga, que llegó a general de los ejércitos patrios. Y aún dolores más íntimos le fueron ahorrados a Alzaga; ver a otro de sus hijos mezclado en un sórdido crimen, que estremeció a la ciudad porteña; el robo y asesinato de un pacífico comerciante en el que anduvo complicado otro de los vástagos del ex alcalde, algunos años más tarde.  Porque mientras los hijos y nietos de don Mar­tín de Alzaga crecían y prosperaban en Buenos Aires, mientras su apellido iba afirmándose como uno de los más respetables del pais, un hijo del alcalde, ladrón y asesino, vivía en la miseria y el olvido en Corrientes, durante largos años, pagan­do un crimen mucho peor que el de su padre, cuyo delito fue solamente ser leal a su. Rey.
Los gastos de la detención y prisión de Martín de Alzaga hubo de pagarlos el reo, después de muerto, por Via de su albacea. Dr. José Martínez de Hoz. He aquí el docu­mento que lo testifica:

“Al escrivano, 28 pesos; papel sellado “dos pesos, 2; el coche que lo condujo pre­nso de su casa á la cárcel, 4; el coche qe. “fuera a buscarlo a Barracas el 3 de Julio “y volvió sin encontrarlo, 8 » Són 39 ps. “Garcia - Buenos Ayres, 11 de Agosto de “ 1812. Páguese por el albacea Dr. José “ Martínez de Hoz. - J. P. Agrelo. Pagó - " D. José García”. »

lunes, 10 de abril de 2023

ROSAS EN LOS ALTARES

Por José María Rosa
El retrato de Rosas no se puso jamás en los altares como objeto de culto religioso, ni con ningún otro propósito. Esa suposición, repetida por los enemigos de Rosas y copiada a la ligera por los libros de texto que desfiguran la historia, y aun por algunos que defienden a Rosas, debe desecharse como un infundio de la pasión política. Por lo demás el cargo no va tanto contra Rosas, sino contra los piadosos varones – el obispo Medrano, los canónigos Elortondo y Palacios, Argerich, Zavaleta, Segurola, etc.–, que regían la iglesia de Buenos Aires y habrían permitido tamaña profanación del culto, o al internuncio apostólico, enviado del Pontífice, llegado en 1850, que no encontró en el ritual de la iglesia porteña nada censurable. Sin embargo, la calumnia corre, como aquella otra de que Rosas ordenara la cesantía de San Martín de Tours como patrono de la ciudad de Buenos Aires “por mal francés y mal federal” sin que las rectificaciones del revisionismo o del mismo Rosas, que tuvo ocasión de ocuparse del falso decreto de “cesantía” a San Martín de Tours, conmovieran a nuestra historia oficial
Creo que el inventor de la especie fue Rivera Indarte en Rosas y sus opositores (t. II, pág. 188), al narrar una ceremonia de 1839 en Buenos Aires: “en el pórtico de cada templo el clero vestido de sobrepelliz, sonando el órgano e iluminando el templo, recibía bajo palio el retrato de Rosas y, colocándolo en el altar mayor, le tributaba un culto bestial”. Sin mayor examen la recogió Florencio Varela en el Comercio del Plata (6 de marzo de 1846), que muestra a Rosas “igualado en el culto exterior al Ser que no tiene igual” y la repite el ingenuo Félix Frías en La gloria del tirano Rosas . De allí la tomaron todos, todos, los historiadores, gacetilleros, novelistas y ensayistas que desahogaron contra la época de Rosas su rencor de extranjerizantes desplazados. Y lo repiten, por supuesto, los textos oficiales de historia, Argentina desde Grosso hasta Ricardo Levene. La leyenda nace de un hecho cierto, pero convenientemente tergiversado, que está lejos de constituir una profanación religiosa. En las fiestas cívicas, especialmente las suburbanas, el retrato de Rosas era llevado por las manifestaciones populares hasta la silla del presbiterio destinada a los gobernadores, supliéndose la ausencia de Rosas que no podía asistir a todos los tedéums o ceremonias religiosas efectuadas en Buenos Aires un mismo día. Pero el presbiterio no es el altar, ni la presencia del retrato de Rosas en ese sitio en suplencia de la persona del jefe de Estado, quiere decir que se lo adorase como 139 objeto de culto. También en nuestros días el presidente toma asiento en el presbiterio de la catedral rodeado de sus ministros, y a ningún peronista se le ha ocurrido decir que monseñor Caggiano lo presenta, a él o su equipo económico, a la adoración de los fieles devotos gorilas. Que el presidente vaya personalmente a la silla del presbiterio, mientras Rosas lo hacía en efigie y llevado por el entusiasmo popular, nada quita al hecho en sí. Solamente a la diferencia de prestigio popular entre uno y otro. O tal vez Rosas tuviera ocupaciones más absorbentes o quisieran los orilleros tener ceremonias religiosas en sus iglesias parroquiales con la presencia, aunque fuera en retrato, del querido gobernante que asistiría físicamente, tan solo a una. ¿Pruebas para terminar con el infundio? Aunque la prueba incumbe al que alega y jamás se ha probado la presencia del retrato de Rosas en los altares, recomiendo el documentado estudio de Alberto Ezcurra Medrano Rosas en los altares, que corre en el Nº 4 de la Revista del Instituto J. M. de Rosas, correspondiente a diciembre de 1939. Se traen allí: 1º) Las crónicas de las ceremonias parroquiales publicadas en La Gaceta Mercantil en 1839. En ellas se ve que el retrato de Rosas, llevado por los manifestantes, “era colocado en el pabellón que le estaba preparado sobre el presbiterio” (ceremonia de la Catedral). En algunos se habla “del hermoso dosel” que le estaba preparado “en el presbiterio” (La Merced); en otras “de la silla del presbiterio donde se depositaron los retratos de Rosas y su esposa” (el Socorro); en ocasiones, como si se tratara del mismo gobernador, “dos centinelas hacían guardia de honor al presbiterio” (Balvanera). En ninguna parte se dice que el retrato fuera colocado en el altar. Que el “retrato” de Rosas y el de doña Encarnación se colocasen en el presbiterio podrá criticarse o alabarse, pero no constituye profanación religiosa alguna. Demuestra solamente la inmensa popularidad del gobernante y de su finada esposa, cuyas efigies suplían sus presencias reales. Si en vez del retrato de Rosas hubiera asistido Rosas en persona a esas ceremonias, la obligación del cura párroco era recibirlos “con solemnidad, bajo palio y darles un lugar preeminente en el presbiterio”, según lo establecido por la liturgia católica para los jefes de Estado. 140 Por lo demás, el hecho de tratar a los retratos como si fuera el gobernante mismo, venía de los tiempos españoles. Era costumbre llevar las efigies de los reyes hasta las iglesias y ser recibidas allí por los prelados y clero bajo palio para ser conducidas al presbiterio
Bibliografía EZCURRA MEDRANO, Alberto: “Rosas en los altares”. (Rev. J M. de Rosas, Nº 4). EZCURRA MEDRANO, Alberto: “Sobre Rosas en los Altares”. (“Revisión”, Nº 4.) FITTE, Enrique J.: “Acotaciones Sobre la Efigie de Rosas en las Funciones Religiosas”. (“La Prensa”, 1º de noviembre de 1959.) LAFUENTE, Ramón: “Patronato y Concordato”. SANGUINETTI, Manuel J.: “La Representación Diplomática del Vaticano en los Países del Plata”. VELEZ SARSFIELD, Dalmacio: “Relaciones del Estado con la Iglesia

sábado, 8 de abril de 2023

Paz frente a López..............

Por José Luis Busaniche
Derrotado Lavalle en Puente de Márquez, el Gral. José María Paz queda como cabeza del partido unitario. A mediados de abril de 1829, y luego de desalojar del gobierno de Córdoba al caudillo Juan Bautista Bustos, Paz obtiene una serie de victorias militares, demostrativas de su alta capacidad militar; desplaza a los gobernadores con tendencia federal e instala gobiernos adictos en las provincias de Cuyo y el Noroeste, conformándose la Liga del Interior (Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, Catamarca, Rioja, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy), ejerciendo el Supremo Poder Militar –virtual dictadura–. Las cuatro provincias del Litoral, firmantes del Pacto Federal de 1831 (Buenos Aires, Santa fe, Entre Ríos y Corrientes) se le oponen.  Contra la Liga del Interior comienzan a operar Facundo Quiroga –quien vuelve a ocupar Córdoba– y Estanislao López quien era el general a cargo de las fuerzas federales, y había organizado un ejército de cerca de 2000 hombres con el cual quería atacar a Paz desde distintos puntos. Advirtiendo esa situación, Paz también se movilizó para batir a López, quien a su vez evitó un encuentro directo, realizando movimientos permanentes con pequeñas escaramuzas.

El 10 de mayo de 1831, un hecho imprevisto sella el destino de la guerra. En el paraje El Tío ubicado al noroeste de la provincia de Córdoba, Paz se adelantó a su ejército acompañado por su ayudante, el teniente Arana y un baqueano, con el objeto de realizar un reconocimiento del terreno y ponerse en contacto con una avanzada de sus fuerzas.  Sigamos con el relato que hace Paz en sus Memorias:
"Se adelantó Arana -relata Paz en sus Memorias- y yo continué tras él mi camino; ya estábamos a la salida del bosque; ya los tiros estaban sobre mí; ya por bajo la copa de los últimos arbolillos dis­tinguía a muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, al fin, los des­cubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemi­gos y dirigiéndome siempre a ellos.
En este estado, vi al te­niente Arana que lo rodea­ban muchos hombres, a quie­nes decía a voces; «allí está el general Paz, aquél es el general Paz», señalándome con la mano; lo que robus­tecía la persuación en que estaba de que aquella tropa era mía. Sin embargo, vi en aquellos momentos una ac­ción que me hizo sospechar lo contrario y fue que vi le­vantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables, en acto de amenaza. Mil ideas confusas se agolparon en mi imaginación; ya se me ocu­rrió que podían haberlo desconocido los nuestros; ya que podía ser un juego o chanza, común entre militares; pero vinieron, en fin, a dar vigor a mis primeras sos­pechas, las persuaciones del paisano que me servia de guía para que huyese, porque creía firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí aquella turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las riendas a mí caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de voces que me gritaban que hiciera alto, oía con la ma­yor distinción una que grita­ba a mi inmediación: «párese mi General; no le tiren que es mi General; no duden que es mi General» y otra vez, «párese mi General». Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuación, de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome, quizá, por la mudanza de traje. En me­dio de esta confusión, de conceptos contrarios, y ruborizándome de aparecer ­fugitivo de los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi caballo y, moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme: en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, que inutilizó mi caballo, me impidió continuar la retirada. Este se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra.

En el mismo momento me vi rodeado por doce o catorce hombres que me apuntaban sus carabinas, y que me intimaban que me rindiese; y debo confesar que aún en este instante no había depuesto del todo mis dudas sobre la clase de hombres que me atacaban, y les pregunté con repetición quiénes eran y a qué gente pertenecían; mas duró poco el engaño y luego supe que eran enemigos y que había caído del modo más inaudito en su poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza alguna de la que me pertenecía se presentaba por allí; fue, pues, preciso resignarme y someterme a mi cruel destino."

Don Saturnino Gallegos, primo hermano del general Estanislao López, y quien se encontraba presente en la tienda de éste, cuando entró en ella el general Paz prisionero, relata: "En la madrugada del 11 de mayo de 1831, nos encontrábamos en Calchines, acampados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que mandaba el general don Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el general Paz. El general López, su secretario el coronel Pascual Echagüe y otros jefes lo acompañaban alrededor del fogón tomando mate, cuando se presentó un joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando dejaba a corta distancia la partida que conducía prisionero al general Paz, cuyo caballo había boleada él mismo.  Si grande fue la sorpresa que produjo esta noticia, no lo fue menos la duda acerca de la veracidad del informante; aunque entre las señas que daba, la de "manco" era incontestable. El general ordenó al señor Echagüe, que sin demora montase una mitad de lanceros de 25 hombres con un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese a encontrar la partida que se decía conducía al prisionero. Verificado esto, y antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la inmediación del general López desmontaba el señor Paz, en mangas de camisa, y quitándose un gorrete de tropa, que se le había dado en vez de la gorra que le quitó uno de los soldados. Don Estanislao López y demás de su círculo se pusieron de pie, y el primero se adelantó a dar la mano y saludar al prisionero, ofreciéndole con grande instancia aceptase la única silla, que era una pequeña con asiento de paja, para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía, sentándose en una cabeza de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor López le ofreció entonces mate, café o té (el informante no recuerda que aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un asistente subiese a su carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta para que el huésped se cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo tiempo:

-General, las únicas "capas" que podemos ofrecerle son las de "cuatro puntas" y de ponerse por la boca; a lo que el general Paz contestó que eran las mejores, y cuando vino el asistente se cubrió arrebozándose.
A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara choquizuela blanca), animal de buena apariencia y manso; y cumpliendo la orden que se le dio, se hizo entrega al general Paz de la casaca de la que se había despojado, gorra buena, etcétera.
Como ni el general López, ni otro alguno abría la conversación, el general Paz, rompiendo el silencio, dijo: "Señor López, los soldados de usted son unos valientes y los míos unos cobardes, que me han abandonado a dos cuadras de mi ejército".
El general López asintió con un movimiento de cabeza y el general Paz continuó:
-"Dejo un ejército, que en moral, disciplina, armamento, etcétera, es completo y capaz de batirse con el que usted presentase, fuese el que fuese, pero falto yo, todo es perdido; pues Madrid, que es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de su posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes".
Tampoco consiguió que el señor López dijese más que palabras sueltas, ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al prisionero, y así continuó hasta que las tareas del día, entre las que tuvo lugar la de encontrarse con el ejército que llevaba el general Balcarce y otras, dejaron al general Paz encargado a los que lo custodiaban.
Se ha querido decir que el general Paz fue insultado y amenazado a su llegada, lo que no es cierto; si bien causó un tumulto natural conocer su arribo, entre lo que más se mostraba la algazara y retozo de los indios guaycurúes de la división que llevaba el general López, compuesta de un mil hombres más o menos. Tampoco se puede negar que entre las consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a Santa Fe a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado y elegido por el general López, como la persona más propia para el desempeño de la comisión que se le confió".  En carta a su madre, Paz le escribirá: “No tenga usted cuidado porque he merecido del señor general (López) y de otros jefes, consideraciones muy satisfactorias”.  De los gauchos santafecinos dirá el Gral. Paz: “Pude admirar la decisión de aquellos paisanos que se habían armado para sostener una opinión política que no comprendían. ¡Qué actividad! ¡Qué brevedad y armonía en sus consejos y consultas, que se sucedían con frecuencia! ¡Qué rapidez en sus movimientos! ¡Qué sagacidad para evadir los peligros que podrían sobrevenirles!”  Después de caído prisionero Paz, se cumplieron sus predicciones; Lamadrid, fue derrotado en Ciudadela por Quiroga y luego de la caída de Salta a fines de 1831, nada quedaba ya, de la que había sido la Liga del Interior.

Pedro Ferré frente a Juan Galo Lavalle

"El gobernador y capitán general de la provincia de Corrientes a sus habitantes.  Compatriotas. Cuando el que os habla apuraba sus conatos en afianzar la paz, tranquilidad y libertad de la provincia; cuando por fin sacri­ficaba en aras de la patria los justos motivos de queja y desconfianza a que daba mérito la con­ducta irregular del general Lavalle, en cuyas ma­nos se depositó la fuerza armada; entonces es cuando éste mismo, faltando a su juramento y a todo lo más sagrado que respetan los hom­bres, os ha abandonado, desertando con el ejér­cito de ésta, a quien ha sorprendido y engañado. ¿Lo creéis, correntinos? Ese hombre a quien recibisteis con el abrazo de amigo, y a quien prodigásteis vuestra confianza y elementos, re­tribuye hoy vuestra lealtad y generosidad con la más negra de las traiciones.
Correntinos: Ha llegado el caso de redoblar nuestros esfuerzos. La causa de la libertad, que habéis jurado defender, no pende de la defec­ción de un malvado; nos sobran medios de ven­cer, y lo haremos, sin que el nombre de él man­che nuestras glorias en lo sucesivo. Armémosnos y la victoria será nuestra.
Mañana marcha a campaña y os aguarda en su cuartel general vuestro compatriota.
Corrientes, 5 de agosto de 1840.
Pedro Ferré’
La furia de Ferré era incontenible, Lavalle era el destinatario de su anatema pues habla dejado a Corrientes nuevamente sola, con la variante que esta vez no tenía ni ejército ni armas para hacer frente a las fuerzas entrerrianas de Pas­cual Echagüe. Pobre Corrientes, no tenia suerte con sus aliados. Primero la abandonó Rivera. Ahora la dejaba indefensa Lavalle. Y ella siem­pre brindándose generosa en la lucha que creia justa.   

lunes, 3 de abril de 2023

En homenaje a Jerónimo Costa

por el Dr. Oscar J. C. Denovi

Jerónimo Costa. Buenos Aires 1808 - Villamayor 1856
“He recibido orden de apoderarme de las posiciones que Ud. ocupa, y siendo que dispongo de fuerzas muy superiores a las suyas, le doy plazo de una hora para entregar el espacio que defiende. Cumplido dicho plazo, de no ser afirmativa la respuesta, comenzarán las hostilidades sin más trámite!”. El jefe al mando de la guarnición defensora, reúne a sus oficiales, y le comunica que esta dispuesto a sostener el honor de su pabellón. Sus oficiales le responden estar dispuestos a acompañarlo. En consecuencia, contesta la intimación en los siguientes términos:
“En contestación a la nota del señor comandante solo tengo que decirle que estoy dispuesto a sostener –según es mi deber– el honor de la nación a la que pertenezco”. 
Luego de hora y media de combate entre atacantes en número de 550 hombres, y defensores que sumaban 125, agotadas las municiones por estos últimos, que continuaban la lucha con arma blanca y garrotes, el jefe atacante ofrece la rendición, haciendo notar que su continuación no reportaría ninguna ventaja a los defensores, y por el contrario, su prolongación solo produciría una inútil efusión de sangre.
Prisioneros, la totalidad de los miembros de la guarnición, aun los heridos en condiciones de ser movidos, son remitidos a Buenos Aires con una nota del jefe vencedor que decía lo siguiente: Señor General Rosas,”Debo destacar los talentos militares del jefe de la guarnición defensora, y la animosa lealtad de este oficial hacia su país. Esta opinión tan francamente manifestada, es también la de los capitanes de otras dos unidades de combate, testigos de la increíble actividad del Jefe defensor, como de las acertadas disposiciones tomadas por este oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba encargado de conservar. He creído que no podría darle una prueba mejor de los sentimientos que me han inspirado, que manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque dirigido contra él el 11 del corriente por fuerzas muy superiores a las de su mando” 
¿Quien ha tenido noticias de un episodio de armas sucedido en tiempo de la Confederación Argentina, donde los argentinos federales combatieron heroicamente y el oponente valoraba el comportamiento de quienes mandaban esas tropas, según la historia oficial? ¿Es decir quienes en la escuela secundaria supieron, de este acontecimiento que fue protagonizado por infantes de marina franceses, con el concurso de uruguayos riveristas contra fuerzas argentinas que estaban destacadas en la Isla Martín García el 11 de octubre de 1838?
¿Quién era ese jefe legendario, que luego participará en decenas de combates y batallas y que ya tenía una larga trayectoria militar? Habremos de responder, el entonces Teniente Coronel Jerónimo Costa.
Junto a él, estaba otro jefe legendario, en ese momento el Mayor Juan Bautista Thorne, (el sordo de Obligado) quien en la reunión convocada por Costa, antes de enviar la nota al capitán francés, al ser consultado, respondió:”No he nacido en la República Argentina, pero he combatido con dignidad bajo este pabellón y combatir es el deber de los que defendemos la Isla.” (5)
¿Quién era el hidalgo Capitán Francés que elogió la conducta de Costa y con él de nuestras tropas, a quién se le encomendó la toma de la Isla? También responderemos dando su honrado nombre: Hipólito Daguenet.
Este fue el primer combate de cierta importancia, del conflicto con Francia, de 1838 a 1840, cerrado con el tratado de Paz Arana – Mackau. ¡Cuantas cosas ocultas tiene la Historia Argentina oficial, la que se daba en los colegios hasta la aparición de ese engendro pedagógico que es la materia Ciencias Sociales que trasmite menos hechos todavía que aquella distorsionante y ocultante historia argentina!!
(1) – (2) Con algunos términos cambiados, por la forma como se encaró este artículo, la intimación y su contestación guardan el respeto del contenido conminatorio.
(3) Entrecomillados, son los párrafos textuales de la nota remitida por el oficial Francés al Gobernador Rosas, copias de ella en los párrafos pertinentes, se encuentran en los legajos de los oficiales Costa y Thorne, en el Servicio Histórico del Ejército.
(4) En 1837 gobernaba la República Oriental del Uruguay el General Manuel Oribe, sucediendo a Fructuoso Rivera, quién años atrás había obtenido la presidencia del país en lucha con Lavalleja, recurriendo a las consabidas maniobras de bandolerismo al que era afecto. No dispuesto a aceptar el veredicto de la elección, Rivera se propuso reconquistar el poder por medio de las armas. Para ello se puso de acuerdo con el General Juan Lavalle, que por entonces operaba con los unitarios refugiados en Montevideo desde 1829, para volcar a favor de estos la situación política de la Provincia de Entre Ríos. En el 18 de Septiembre de 1836, Rivera es derrotado en “Carpintería”, y esto lo impele, una vez más, a refugiarse en Brasil, donde emprenderá una vez más también el reclutamiento de tropas, con miras a obtener sus objetivos presidenciales.
En ese estado de cosas en la Republica Oriental, se suma que los aliados de Rivera entran en la concreción de viejas negociaciones con el Mariscal Santa Cruz, realista hasta el triunfo patriota, y patriota desde aquel momento, en que comienza su plan de apoderamiento de Perú y el norte argentino que motiva la alianza chileno-argentina de 1837, contra la Confederación Peruano-Boliviana.
Es para esta época también que Lavalle se pone a órdenes de Rivera, con lo que los unitarios conforman una alianza estratégica contra la Confederación Argentina. Diversos acontecimientos bélicos desafortunados, terminan por dejar a Oribe solo dueño de la ciudad de Montevideo. Oribe arma algunos barcos para desembarazarse de los enemigos que dominan las aguas sobre el río Uruguay y el Plata, pero el Jefe Naval de la flota que bloqueaba el litoral argentino, contralmirante Luis Leblanc, le hace informar que esos barcos quedarán librados a su suerte.
Conminado por Rivera a dejar la Presidencia, Manuel Oribe no tiene más remedio que descender de su cargo comunicando a la Legislatura de su país, “que los agentes y el jefe naval de la Francia han abusado indigna y vergonzosamente de su fuerza y de su posición para hostilizar y derrocar el Gobierno legal de un pueblo amigo e independiente.”
Bajo esta situación política actuaron las tropas uruguayas en Martín García aquel 11 de octubre. Pero hay algo más, aquella presencia uruguaya la necesitaba Francia para hacer ver que se concurría en “apoyo” del país rioplatense. El peso de la operación recayó sobre la armada francesa. Esto no podía trascender de esa manera. Había que embozar la operación.
(5) Ver “El Restaurador” Nº 4.
Fuente de textos: “Historia de la Confederación Argentina” de Adolfo Saldías.
- - - - - - - - -
El Dr. Oscar J. C. Denovi, Licenciado y Doctor en Ciencia Política, militante de siempre del rosismo y militante político del Movimiento Nacional, es Académico de número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, formando parte de su Comisión Directiva como Secretario General. Escribió numerosos artículos en el diario “La Nueva Provincia” y en el periódico y ahora revista “El Tradicional”. Fue Profesor de las Universidades del Salvador, de La Matanza y del Comahue, siendo actualmente Profesor Titular de la Universidad Católica de La Plata.
Bienvenido Dr. Denovi a las páginas de “El Restaurador”.
- - - - - - - - -

LA FOTO CORREPONDE A UN HOMENAJE REALIZADO AÑOS
ATRÁS EN EL QUE PARTICIPÓ EL DR. DENOVI (PRIMERO POR LA DERECHA)
Y EL PROFESOR JAIME GONZÁLEZ POLERO (PRIMERO A LA IZQUIERDA)
EN EL MONUMENTO HECHO CONSTRUIR POR EL INSTITUTO DE
INVESTIGACIONES HISTÓRICAS JUAN MANUEL DE ROSAS
EN LA ISLA MARTÍN GARCÍA EN EL AÑO 1938, CON
MOTIVO DEL 100º ANIVERSARIO DE LA DEFENSA DE LA ISLA.

sábado, 1 de abril de 2023

A 30 años de la muerte del padre Alberto Ezcurra Uriburu

Por Ignacio Cloppet
A 30 años de la muerte del padre Alberto Ezcurra Uriburu, arquetipo de su tiempo y del nuestro
Formó parte y lideró el Movimiento Nacionalista Tacuara, una agrupación política juvenil que propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista
Alberto Ezcurra nació en Buenos Aires el 30 de julio de 1937, hijo de Alberto Ezcurra Medrano, nacionalista precursor del revisionismo histórico y miembro fundador del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, y de María Rosa Uriburu Peró.  Hace 30 años, un día como hoy, partía de este mundo el padre Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu, y vienen entonces, presurosas a mi memoria, aquellas sentidas palabras que eligió para despedir a ese otro sacerdote eminente que fuera Leonardo Castellani, allá por 1981. Subrayó: “Sobre su tumba podría escribirse en apresurado intento de síntesis: amó a la Patria y a Dios en su Iglesia”. Sobre la tumba de Alberto también, y es por eso que recordarlo es deber patriótico en estos tiempos de aridez política y espiritual, cuando el vasto panorama del país parece ser un gran desierto de apatía, escepticismo y cansancio.  Su pensamiento político está cifrado en más de un centenar de notas y artículos publicados en medios nacionalistas -Tacuara, Ofensiva, Milicia Tacuarista, De Pie, Jauja- de difícil localización y bastante olvidados, y pronto a aparecer el volumen Alberto Ignacio Ezcurra- Su pensamiento político. De su etapa sacerdotal, se han publicado Tu Reinarás. Espiritualidad del laico (1994), Sermones Patrióticos (1995), Moral Cristiana y Guerra Antisubversiva (2007) y Recensiones Bibliográficas (2018) que compilan algunas de sus homilías, clases, sermones y conferencias.  Fue el mayor de siete hermanos varones, dos de los cuales también se ordenaron sacerdotes. Su formación espiritual comenzó a forjarse en las tempranas lecturas de las obras de su padre, de Lugones, Gálvez, Ibarguren, Castellani, Osés, Palacio, Irazusta, Scalabrini Ortiz, entre otros, y en la frondosa biblioteca de pensadores nacionalistas europeos que le ofrecía su hogar: allí estaban Maurras, Barrès, Codreanu y, en lugar de privilegio, José Antonio Primo de Rivera.  Con sólo trece años, hacia 1950, se integra en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES), y hacia 1953 además de concurrir asiduamente a las conferencias del Instituto Rosas, participa junto a un grupo de miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista en algunas concentraciones peronistas en Plaza de Mayo.  Un año después, termina sus estudios de bachiller en el Colegio Champagnat de los hermanos Maristas, y en febrero de 1955, ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús en Córdoba, experiencia que concluye a mediados de 1956, cuando el maestro de novicios jesuita le informa a su padre que Alberto no tenía vocación para ser religioso de la Compañía, aunque no descartaba su vocación al sacerdocio. Y en este punto bien vale una breve digresión ligada a la falsificación histórica reinante que además de ser uno de los ejes del desarraigo intelectual que padecemos, pesa sobre su figura hasta la actualidad, cuando se lo acusa de haber sido parte de los comandos civiles que conspiraron contra el general Perón en 1955. Nada más lejos de la verdad, pese a quien le pese en el campo del liberalismo de izquierda a derecha.  De regreso a Buenos Aires, trabaja en un taller de automotores propiedad de un camarada de la UNES, Horacio Bonfanti, y a comienzos de 1957 frecuenta el emblemático bar “La Perla del Once” -que allá por los años veinte reunía en tertulias para escuchar a Macedonio Fernández y pensar una literatura nacional a los jóvenes vanguardistas Borges, Xul Solar, Leopoldo Marechal y Raúl Scalabrini Ortiz- donde tras horas y horas de acaloradas discusiones junto a Joe Baxter, al ya mencionado Bonfanti, Oscar Denovi, Luis Demharter, Raúl Villarrubias y Eduardo Rosa, surge el Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista, que será luego Movimiento Nacionalista Tacuara, liderado inicialmente por Demharter y a los pocos meses por Ezcurra.   Kilómetros de tinta han gastado los ciegos “eruditos” de la historia argentina para imputar aparentes males a Tacuara con toda la serie de motes que son lugares comunes del flatus vocis propio del pensamiento antinacional: nazi, antisemita, antiyanqui, anticomunista y la lista sigue... Vamos por partes.  Con respecto a la nación del Norte, su defensa de la nacionalidad lo llevará a explicar que: “La aversión contra los yanquis nos viene del fondo de la historia, del conocimiento de la rapacidad y de la doblez del yanqui hacia nuestros hermanos de Hispanoamérica”. Por tanto, inmerso en la tradición y en la defensa de nuestros valores patrios, afirmará: “Nuestro anticomunismo brota espontáneamente de nuestro Catolicismo, de nuestro estilo de vida, de nuestra concepción económico-social. El Nacionalismo tiene sus propias razones y jamás necesitó de estímulos exteriores”.   Por último y para despejar mitos, léase con atención lo señalado respecto a Tacuara: “No somos nazis. Hay diferencias entre nosotros y los nazis. Podemos tener enemigos comunes pero nuestro concepto de las necesidades de la nación difieren profundamente del concepto nazi. Por ejemplo, nosotros no creemos en la superioridad racial, porque en la Argentina no existe la unidad racial. Tenemos gente de todas las razas y colores. (…) No somos antisemitas. Nada tenemos contra los judíos en la Argentina. Las acusaciones que nos hacen de antisemitas son falsas”.  Lo cierto es que Tacuara fue un movimiento político juvenil nacionalista que, frente al fracaso del régimen liberal-burgués, propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista cuyo ideario se encuentra sintetizado en su “Programa Básico Revolucionario” de 36 puntos.  Sostiene Ezcurra: “Para que Argentina pueda cumplir su misión histórica, debemos romper con las viejas estructuras económicas, sociales y políticas del liberalismo burgués. Esto sólo podrá realizarse mediante un total proceso revolucionario, que devuelva a nuestra Nación su fe en sí misma y en su futuro. (…) Nuestro movimiento es cristiano en cuanto afirma la primacía de los valores espirituales y permanentes en el hombre y en la sociedad, nacionalista, en cuanto sostiene a la Nación como una unidad social suprema, y socialista por su concepción económico-social, anticapitalista, revolucionaria y comunitaria”, por tanto su misión, distinta a la de otras agrupaciones nacionalistas del período, fundamentalmente en lo referido a la primacía de la acción directa y del modo de comprender la realidad política del país, señalaba: “Es ganar a la juventud, formar en el estudio y en la acción los mejores soldados de nuestra revolución. (…) La vocación nacionalista implica, ante todo, el abandono de toda actitud burguesa, de todo egoísmo y miras personales, el salir de sí mismo para darse a los demás con sentido de servicio y sacrificio”.  Paulatinamente, Tacuara comienza a tomar decisivo protagonismo en las calles, y tras su participación en el conflicto entre “laica o libre” en septiembre de 1958, crece exponencialmente en adherentes y afiliados, profundiza su marco doctrinario y define su propio estilo dentro del nacionalismo argentino.
En palabras de Ezcurra: “El Nacionalismo es (…) Misión, en el sentido total, en el sentido religioso de la palabra. Y es para el nacionalista mucho más que el mero conocimiento intelectual de una serie de verdades, la comprensión de la Verdad y el llamado (vocación) a defenderla en actitud militante. Conjunción de Verdad y Amor, el verdadero amor puesto en las obras”, por tanto aclarará sin medias tintas que el nacionalista es: “mitad monje y mitad soldado”, lo que implica sacrificio e integralidad no mera exteriorización de formas vacuas: “Es muy fácil tomarla en su aspecto externo, en las diversas exteriorizaciones del estilo de milicia: el lenguaje, el trato de camarada, la camisa, el saludo, la acción. Pero todo esto, si está desprovisto de sentido interior, no es más que un pueril “jugar a los soldados”. Porque es muy difícil ser nacionalista en un sentido total de la palabra. Es tan difícil como, en el mismo sentido, ser católico”.
Entrada la década de 1960, su protagonismo es de tal envergadura que a principios de 1961 Ezcurra declina la oferta que el general Perón le hiciera desde el exilio en Madrid, para conducir la Juventud Peronista en el país. Si bien no hay acuerdo respecto a si fue a través de una carta personal o de una comunicación por medio de un enviado, el hecho habla por sí mismo tanto respecto a la envergadura de la organización como a los dotes de su conductor. Y además, y cuestión trascendental, expresa que Tacuara, a diferencia de otras organizaciones del nacionalismo, fue sensible al entendimiento de los logros y del significado de lo realizado por el Movimiento Nacional Justicialista.  Advertirá Ezcurra: “Yo no soy peronista. Pero considero enemigo declarado al antiperonismo que no es más que eso. El peronismo es vulnerable si se lo compara con el futuro, con lo que podemos llegar a ser; pero es invulnerable si se lo compara con el pasado, con lo que fuimos. (…) Y el Haber del peronismo es superior al Haber de cualquier partido político argentino; y el Debe del peronismo es inferior al de cualquiera de esos partidos que pretenden tirar la primera piedra cuando no necesitan mendigar votos. Hasta hoy nadie ha podido demostrarle al pueblo argentino que haya otro camino más viable que el peronismo hacia la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Y la bandera del antiperonismo la enarbolan los procónsules del imperialismo de turno, de la sumisión económica y de los privilegios sociales: por eso el pueblo criollo -que sabe de lealtad en las buenas y en las malas- sigue fiel a ese hombre. (…) si, contra mi voluntad, se me obliga a seguir juzgando al peronismo en base al pasado y no al futuro, habré de estar junto a los peronistas aun sabiendo que muchos de ellos no entenderán por qué lo estoy”.
Tacuara fue un movimiento político juvenil nacionalista que, frente al fracaso del régimen liberal-burgués, propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista.  Alcanzó a ver con suma claridad, además, los desafíos que el justicialismo debería sortear para no sucumbir:”Se trata de un gran potencial revolucionario, de una masa con sentido nacional, pero su permanencia a la deriva, como fuerza muerta, en actitud de resistencia nostálgica y pasiva, puede convertirlo en un factor retardador y disociante de todo intento de solución nacional revolucionaria, pues el peor enemigo de la Revolución no es quien abiertamente la combate, sino el que la proclama y quiere capitalizarla, pero es incapaz de llevarla a cabo. (…) El dilema es de hierro: o el peronismo se somete a una profunda revisión histórica, táctica y doctrinaria, o su situación se irá asemejando cada vez más a la bastante trágica del radicalismo después de la caída de Yrigoyen”.  Tacuara sufrirá con el paso del tiempo distintas escisiones. La primera, en septiembre de 1960, cuando su asesor espiritual, el P. Julio Meinvielle, atribuye a Ezcurra desviaciones marxistas por influencia de Jaime María de Mahieu, y funda junto a un grupo minoritario de disidentes, la Guardia Restauradora Nacionalista. Conflicto que, sin dudas, expresaba modos diversos de concebir la lucha política y a los antagonistas en el período, porque mientras Meinvielle señalaba exclusivamente al comunismo, Ezcurra consideraba que el gran enemigo de la Argentina era el imperialismo británico y norteamericano, o sea, el liberalismo: “Un cáncer que cumple una función corruptora y disociadora dondequiera que toca o insinúa su presencia”, afinidad doctrinaria que lo vinculará siempre a las enseñanzas de su maestro Castellani.  
La segunda escisión se produce en junio de 1961, cuando Edmundo Calabró y Dardo Cabo, militantes de las brigadas sindicales fundan el Movimiento Nueva Argentina, definido como peronista, y por último en septiembre de 1963, Joe Baxter funda el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara que tendrá, desgraciadamente, un final luctuoso ligado al delito y a la guerrilla urbana. Por último, creo que no hay mejor síntesis de su significación que la brindada por Castellani a Alberto Graffigna en una carta del 21 de mayo de 1964, cuando atestigua: “No crean demasiado a la prensa de Bs. As., acerca de Tacuara. Han hecho con ese asunto una confusión del demonio. La verdadera Tacuara dirigida por Alberto Ezcurra (que ha entrado ahora en el Seminario de Tucumán) lo mismo que la agrupación Guardia Restauradora, son decentes y meritorias. Hay otras dos Tacuaras (nombre usurpado abusivamente) una comunista y asesina, otra de mala índole -las cuales no son perseguidas. La persecución a Tacuara es maniobra sionista, en la cual ha entrado Illia- para quedar bien con los EE. UU.”.   En marzo de 1964, el P. Roque Puyelli -asesor de Tacuara entre 1960 y 1964- le presenta a Mons. Adolfo Tortolo, quien lo integrará al Seminario de Paraná. Cursará el primer año de filosofía en el Seminario de San Miguel de Tucumán y, entre 1965 y 1967, terminará sus estudios de filosofía en Paraná. En septiembre de 1967 será enviado a Roma a estudiar Teología en el Colegio Pío Latinoamericano, licenciándose en Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Permanecerá en Europa hasta 1971, siendo ordenado diácono ese año en la parroquia de San Apolinario (Obermaubach, Alemania), por Mons. Joseph Buchkremer.  De regreso a la Argentina, el 8 de diciembre de 1971, fue ordenado sacerdote en Paraná por Mons. Tortolo. Eligió el lema sacerdotal que lo acompañará hasta el final de sus días: “Militia est vita hominis super terram” (Job, 7, 1). Celebró su primera Misa en la Capilla de su viejo Colegio Champagnat, en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1971, acolitado por el P. Julio Meinvielle y el P. Gustavo Podestá. En 1972 en el Seminario de Paraná, fue vicerrector, profesor de Teología Moral y miembro del consejo de redacción de la Revista Mikael. Comenzó entonces una intensa tarea pastoral que incluyó las Misas por la Patria, las misiones populares, los ejercicios espirituales para laicos y las conferencias a lo largo de todo el país. En 1985 se incardinó en la diócesis de San Rafael, donde Monseñor León Kruk lo designó primer rector del Seminario Diocesano, Santa María Madre de Dios. Formó allí a cientos de jóvenes sacerdotes. Fue activo defensor de la gesta de Malvinas y en 1989 fue convocado por la familia del Brigadier General Juan Manuel de Rosas con motivo de la repatriación de sus restos mortales para rezar el responso en el Cementerio de la Recoleta.  El padre Ezcurra Uriburu murió el 26 de mayo de 1993
En 1991 comenzó la dura enfermedad que sobrellevó con entereza durante dos largos años, donde permaneció en Buenos Aires al cuidado de mi madre. A comienzos de 1993 regresó a San Rafael, donde retomó las clases y se reencontró con sus discípulos del Seminario. Había dicho: “Dios me quiere aquí. (…) Él conoce el plan general de la batalla y yo soy un soldado y cumplo órdenes. (…) Ya no soy joven y estoy enfermo, pero si hay algún motivo por el cual podría pedirle a Dios que me prolongue la vida sería solamente por esto: para seguir luchando. Porque vale la pena luchar y tenemos esa obligación”.
El día 26 de mayo partió a la eternidad. Y quedan cortas estas palabras cuando hay tanto para decir. No obstante, indetenible deberá ser su enorme legado trasmitiendo la verdad y la esperanza. Arquetipo de su tiempo y del nuestro.