Rosas

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lunes, 10 de abril de 2023

ROSAS EN LOS ALTARES

Por José María Rosa
El retrato de Rosas no se puso jamás en los altares como objeto de culto religioso, ni con ningún otro propósito. Esa suposición, repetida por los enemigos de Rosas y copiada a la ligera por los libros de texto que desfiguran la historia, y aun por algunos que defienden a Rosas, debe desecharse como un infundio de la pasión política. Por lo demás el cargo no va tanto contra Rosas, sino contra los piadosos varones – el obispo Medrano, los canónigos Elortondo y Palacios, Argerich, Zavaleta, Segurola, etc.–, que regían la iglesia de Buenos Aires y habrían permitido tamaña profanación del culto, o al internuncio apostólico, enviado del Pontífice, llegado en 1850, que no encontró en el ritual de la iglesia porteña nada censurable. Sin embargo, la calumnia corre, como aquella otra de que Rosas ordenara la cesantía de San Martín de Tours como patrono de la ciudad de Buenos Aires “por mal francés y mal federal” sin que las rectificaciones del revisionismo o del mismo Rosas, que tuvo ocasión de ocuparse del falso decreto de “cesantía” a San Martín de Tours, conmovieran a nuestra historia oficial
Creo que el inventor de la especie fue Rivera Indarte en Rosas y sus opositores (t. II, pág. 188), al narrar una ceremonia de 1839 en Buenos Aires: “en el pórtico de cada templo el clero vestido de sobrepelliz, sonando el órgano e iluminando el templo, recibía bajo palio el retrato de Rosas y, colocándolo en el altar mayor, le tributaba un culto bestial”. Sin mayor examen la recogió Florencio Varela en el Comercio del Plata (6 de marzo de 1846), que muestra a Rosas “igualado en el culto exterior al Ser que no tiene igual” y la repite el ingenuo Félix Frías en La gloria del tirano Rosas . De allí la tomaron todos, todos, los historiadores, gacetilleros, novelistas y ensayistas que desahogaron contra la época de Rosas su rencor de extranjerizantes desplazados. Y lo repiten, por supuesto, los textos oficiales de historia, Argentina desde Grosso hasta Ricardo Levene. La leyenda nace de un hecho cierto, pero convenientemente tergiversado, que está lejos de constituir una profanación religiosa. En las fiestas cívicas, especialmente las suburbanas, el retrato de Rosas era llevado por las manifestaciones populares hasta la silla del presbiterio destinada a los gobernadores, supliéndose la ausencia de Rosas que no podía asistir a todos los tedéums o ceremonias religiosas efectuadas en Buenos Aires un mismo día. Pero el presbiterio no es el altar, ni la presencia del retrato de Rosas en ese sitio en suplencia de la persona del jefe de Estado, quiere decir que se lo adorase como 139 objeto de culto. También en nuestros días el presidente toma asiento en el presbiterio de la catedral rodeado de sus ministros, y a ningún peronista se le ha ocurrido decir que monseñor Caggiano lo presenta, a él o su equipo económico, a la adoración de los fieles devotos gorilas. Que el presidente vaya personalmente a la silla del presbiterio, mientras Rosas lo hacía en efigie y llevado por el entusiasmo popular, nada quita al hecho en sí. Solamente a la diferencia de prestigio popular entre uno y otro. O tal vez Rosas tuviera ocupaciones más absorbentes o quisieran los orilleros tener ceremonias religiosas en sus iglesias parroquiales con la presencia, aunque fuera en retrato, del querido gobernante que asistiría físicamente, tan solo a una. ¿Pruebas para terminar con el infundio? Aunque la prueba incumbe al que alega y jamás se ha probado la presencia del retrato de Rosas en los altares, recomiendo el documentado estudio de Alberto Ezcurra Medrano Rosas en los altares, que corre en el Nº 4 de la Revista del Instituto J. M. de Rosas, correspondiente a diciembre de 1939. Se traen allí: 1º) Las crónicas de las ceremonias parroquiales publicadas en La Gaceta Mercantil en 1839. En ellas se ve que el retrato de Rosas, llevado por los manifestantes, “era colocado en el pabellón que le estaba preparado sobre el presbiterio” (ceremonia de la Catedral). En algunos se habla “del hermoso dosel” que le estaba preparado “en el presbiterio” (La Merced); en otras “de la silla del presbiterio donde se depositaron los retratos de Rosas y su esposa” (el Socorro); en ocasiones, como si se tratara del mismo gobernador, “dos centinelas hacían guardia de honor al presbiterio” (Balvanera). En ninguna parte se dice que el retrato fuera colocado en el altar. Que el “retrato” de Rosas y el de doña Encarnación se colocasen en el presbiterio podrá criticarse o alabarse, pero no constituye profanación religiosa alguna. Demuestra solamente la inmensa popularidad del gobernante y de su finada esposa, cuyas efigies suplían sus presencias reales. Si en vez del retrato de Rosas hubiera asistido Rosas en persona a esas ceremonias, la obligación del cura párroco era recibirlos “con solemnidad, bajo palio y darles un lugar preeminente en el presbiterio”, según lo establecido por la liturgia católica para los jefes de Estado. 140 Por lo demás, el hecho de tratar a los retratos como si fuera el gobernante mismo, venía de los tiempos españoles. Era costumbre llevar las efigies de los reyes hasta las iglesias y ser recibidas allí por los prelados y clero bajo palio para ser conducidas al presbiterio
Bibliografía EZCURRA MEDRANO, Alberto: “Rosas en los altares”. (Rev. J M. de Rosas, Nº 4). EZCURRA MEDRANO, Alberto: “Sobre Rosas en los Altares”. (“Revisión”, Nº 4.) FITTE, Enrique J.: “Acotaciones Sobre la Efigie de Rosas en las Funciones Religiosas”. (“La Prensa”, 1º de noviembre de 1959.) LAFUENTE, Ramón: “Patronato y Concordato”. SANGUINETTI, Manuel J.: “La Representación Diplomática del Vaticano en los Países del Plata”. VELEZ SARSFIELD, Dalmacio: “Relaciones del Estado con la Iglesia

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