Por A. J. Pérez Amuchástegui
El ingeniero Santiago Bevans llegó a Buenos Aires durante la administración del coronel Martín Rodríguez, quien lo designó ingeniero jefe del Departamento de Ingenieros Hidráulicos que se había creado recientemente por iniciativa de aquel gobernante. Unos meses después de hallarse en Buenos Aires, el 29 de junio de 1823, Bevans dirige una carta a sus hijos —John, de 11 años, y Thomas, de 9—, que habían quedado estudiando en un colegio de Londres. En esa extensa carta —de la que extraemos los párrafos de mayor interés— el ingeniero Bevans describe características de Buenos Aires y algunas costumbres del país donde reside. Debemos señalar que los subtítulos no aparecen en el original de la carta, y que el ingeniero hidráulico Santiago Bevans (1777-1832) será, con el correr de los años, abuelo materno del doctor Carlos Pellegrini, presidente argentino y político de vasta actuación.
“Aquí nos sorprendió el hallazgo de familias inglesas, en tal número que no tratamos con otras. El álbum de vistas bonaerenses que teníamos allí es casi perfecto. Las casas de Buenos Aires son amplias, de varios patios; sus paredes de ladrillo, muy gruesas, blanqueadas o enyesadas. Con el criterio inglés sobre edificación, parecerían destinadas a oficinas públicas. Algunas poseen ventanas al frente, con rejas exteriores de hierro. Las habitaciones dan a patios internos y son cómodas. El clima, algo excesivo en el verano, impone la siesta después del almuerzo, siendo esta costumbre tan generalizada que, cuando alguien está fuera de su casa y anda por el campo a caballo, ata el animal a un árbol o poste o simplemente lo para y se echa a dormir a la sombra de la planta o de la bestia. Los comercios cierran sus puertas de una a cuatro de la tarde. Durante el verano, las tormentas son continuas y refrescan la atmósfera, pero el calor reaparece pronto, hasta que otra tormenta nos libera de él. Cuando llegamos era el tiempo de las frutillas, que son mucho más grandes que las Inglesas, aunctue sin su rico sabor. Las naranjas se producen en este país, pero la variedad dulce es escasa y cara. La otra clase es muy abundante y pueden obtenerse 8 ó 9 naranjas por un medio. La fruta más aceptada es el durazno, de los que hay muchos árboles de especies salvajes, apreciados más que por su fruta por su leña, utilizada aquí para quemar y que es traída de las quintas en carretas tiradas por bueyes. No tenemos otro carbón que él de Inglaterra y a precios muy altos. Los habitantes de este país carecían de estufas hasta la llegada de los ingleses, los que las han generalizado en muchas fincas, aunque con algunas dificultades, pues en varios casos los propietarios han exigido su retiro al desocupar la casa. Yo he mandado hacer una estufa para mi salón”.
“Mi empleo me obliga a viajar continuamente. Se reirían Uds. al verme salir de casa en un coche arrastrado por cuatro caballos que manejan tres hombres: dos montados en los animales delanteros y el otro, en el pescante. En llegando a una posta, hay que esperar el cambio de las bestias, las que unas veces están sueltas y otras guardadas en un corral. En este último caso, se evita que el encargado del cambio saiga al campo y tire el lazo» (suerte de tirilla de cuero con una argolla en un extremo), sobre la cabeza del animal elegido, repitiendo la operación hasta juntar todos los que necesita.
Varias veces he comido en estas postas. La comida es siempre la misma. Cuando llega el carruaje, sale un muchacho corriendo al campo y trae un cordero que ha degollado y desollado en pocos minutos y cuya carne sujeta a un «asador», que es un hierro clavado en tierra, a poca distancia del fuego; éste se hace con troncos de madera, hojas secas u otro combustible. Cocinada la carne, es servida en una fuente de gran tamaño y la comida es suficiente como para satisfacer el hambre de cuatro o cinco personas. Lo curioso es que el dueño de la posta nunca acepta el pago del almuerzo. En ocasiones, nuestro coche es tirado por seis mulas a la vez, en lugar de los cuatro caballos que generalmente se utilizan, y esto resulta muy divertido, Felizmente, pronto gozaré de más comodidades. Se está construyendo un carruaje suficientemente largo como para que pueda ir yo acostado en su interior. Tengo a mi servicio dos oficiales de policía, que el gobierno ha destinado a ese efecto. Estos oficiales viven en nuestra casa y cuando salgo me siguen y cuidan”. "Es muy curioso ver un arria de mulas procedente del interior. Suele estar formada hasta de noventa animales, cada cual cargado con dos cascos de vino. La tropilla lleva adelante una yegua, con una campana atada al pescuezo. Muy interesante resulta, también, ver una tropa de carretas que suele ser de doce a treinta ¡untas, tirada cada una por seis bueyes y transportando las más variadas mercancías. La salida de estas caravanas de carretas constituye un acontecimiento en la ciudad, y al arrancar levantan grandes nubes de polvo y producen un gran ruido. Cada carreta lleva una gran tinaja de agua en la parte trasera. Entre las cosas que llegan al mercado, olvidé mencionar los melones, que abundan pero que hay que comerlos con discreción. En este país son muy numerosas las hormigas, siendo los árboles sus principales víctimas. Se les protege con una piletita que se coloca a su pie y que se mantiene con agua para que estos insectos no puedan atacarlos. Un amigo nuestro que tenía en su casa muchas hormigas, echó en el hormiguero una buena cantidad de sublimado corrosivo mezclado con azúcar y por este medio se vio libre de ellas. Las ratas abundan y ocasionan grandes molestias. Mamá, al llegar a este país, se alarmaba mucho por ellas y una noche pisó una, involuntariamente, y la mató, pero quedó muy impresionada”.
"En el mes de mayo, que es el de la independencia de este país, me encargaron de la iluminación de la plaza principal. Aunque el término que me dieron era de diez días, iluminé con gas la casa de la Policía, realizando el trabajo con elementos improvisados, pues aquí no hay fundiciones y se carece de todo. Hice hacer letras con caños de fusil, para formar la frase: ¡Viva la Patria! Proyecté e hice dos fuentes de agua, cuyos chorros iluminé; espectáculo que gustó mucho al pueblo y al gobierno. Tengo encargo de alumbrar a gas las principales calles de la ciudad y de construir un local para Mercado. Algunos se han resentido por mi éxito en la iluminación y he visto estropeadas, por tres veces, mis máquinas, lo que desmejoró algo el alumbrado, que constó de trescientas cincuenta luces. La ciudad empieza a desarrollarse y progresar. La policía es la encargada del barrido público, cobrando dos reales por puerta, siendo muy pocas las que tienen umbral de mármol. Las veredas son de ladrillo y muy angostas; las hay de piedra y están rodeadas de postes, para evitar que suban a ellas caballos o pasen carros. Es sensible que sean tan angostas e incómodas para andar dos personas a la par, como solemos hacerlo los ingleses. Los nativos tienen la costumbre de marchar de uno en fondo y cuando una familia va a la iglesia, el hijo menor encabeza la fila y así, sucesivamente, hasta el mayor, luego la madre y detrás el esclavo o sirviente que lleva una alfombra, sobre la cual se arrodillará la familia en el templo. Los hombres pocas veces acompañan a sus esposas en estas ocasiones; van solos a misa, que hay cada media hora, desde las seis de la mañana a la una de la tarde.
He pedido a un amigo en Inglaterra haga una torta para Uds. y la acompañe a esta carta, con la que irán, también, unos pocos chelines’'.
1) N. de la R.: Realmente extraordinaria era la cantidad de plantas de durazno que se hallaban en esa época en los alrededores de Buenos Aires. Estas plantas, aunque muy apreciadas por sus frutos —que en esa zona de la provincia suelen ser de sabor y tamaño excepcionales— eran utilizadas especialmente para- el suministro de leña. En un comentario aparecido en el periódico El Argos del 2 de junio de 1821, se atribuye la proliferación de esos árboles al “bloqueo que los españoles pusieron a los puertos de Buenos-Ayres en los primeros años de la revolución, para los buques que se llamaban nacionales, y las persecuciones que sufrían los leñateros en sus faenas por los Paranaas.. Como consecuencia de ese bloqueo, que impedía traer leña de la Banda Oriental y de otras regiones, explica el comentarista que “de un momento a otro se elevaron por todas partes considerables montes de leña”. Al respecto resulta elocuente leer en la sección avisos de aquel periódico algunas ofertas de venta de quintas o campos, donde se mencionan los árboles que poseen. Así, por ejemplo, en la edición de El Argos (NÍ1? 41), del 8 de junio de 1822, leemos en la primera página tres avisos. Uno de ellos ofrece una chacra a “tres cuartos de legua” de! puente de Barracas, con “42.059 plantas de durazno en el mejor orden para plantas de leña”; otro anuncia la venta de una quinta situada “delante de los Corrales de Miserere”, que tiene “8.000 plantas de durazno comunes”; un tercer aviso informa que don Juan Antonio de Santa Coloma vende su campo “como a tres leguas de la ciudad” en ia costa de Quilmes, con “90.000 plantas de durazno”.
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