Rosas

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miércoles, 1 de marzo de 2017

Natalio Botana y "Crítica"

Por Alvaro Abós Hace noventa años, el 15 de septiembre de 1913, salió el primer número del diario Crítica. Tan sólo ocho páginas tamaño sábana y una tirada de cinco mil ejemplares. Pero a poco de su nacimiento se transformaría en el fenómeno mediático más importante, exitoso y poderoso de América latina.
El uruguayo Botana fue su mentor, fundador y primer director. Hijo de un hacendado, Natalio Félix Botana nació en 1888 en Sarandí del Yí, departamento de Durazno, en el seno de una familia de tradición blanca que habría de interesarlo tempranamente en la política. A los quince años estudiaba en un colegio jesuita de Montevideo cuando se fugó con su fiel mucamo negro, Cipriano Arrué, para sumarse en 1904 a las tropas de don Aparicio Saravia. Tras la muerte del caudillo retomó sus estudios, compartió la bohemia del 900 y colaboró con los diarios Tribuna Popular y La Noche; y cuando su tío abuelo Basilio Muñoz se alzó contra el presidente Claudio Williman, volvió a tomar las armas para conocer una nueva derrota. Convertido en un intelectual de acción y expulsado a la provincia de Corrientes, vivió aventuras mercenarias en Paraguay y hacia 1911 arribó a Buenos Aires, donde se vinculó con los sectores letrados de la ciudad.  Frecuentador de las tertulias de “Los Inmortales” y vinculado al partido conservador, Botana transitó por las redacciones de varios periódicos hasta fundar su propio diario a los 25 años de edad, orientado a combatir dos enemigos: el avance de “la chusma radical” -reclamando la derogación de la ley del voto secreto-, y el del imperio germano en Europa.  De las ocho páginas de la primera edición de Crítica, la sección de turf ocupaba tres, porque la cobertura del deporte era una de sus innovaciones, igual que las caricaturas de su primera plana y el fuerte destaque sensacionalista de las noticias policiales. Identificado como “Diario ilustrado de la noche, impersonal e independiente”, Crítica no alcanzó su apogeo hasta 1927 –en que llegó a vender alguna vez casi un millón de ejemplares diarios (¡en una ciudad de menos de tres millones y un país de menos de diez millones de habitantes!), impresos en rotativas de última generación a razón de más de cien mil por hora, lo que lo hacía el diario más importante de América latina y, en proporción a la población nacional, tal vez el más importante del mundo-, pero ya en los inicios Botana puso a rodar las ideas que le darían singularidad, connotarían su sensacionalismo y revolucionarían la presentación de las noticias en los diarios de la región: fuerte ilustración de sus páginas, con caricaturas, fotografías e historietas, gran despliegue de títulos, nutrida información deportiva y policial, y un singular y magnífico talento. A lo largo de los años, Botana envió a poetas y escritores a cubrir deportes, hacer crónicas policiales, columnas festivas, sueltos satíricos de la vida política y popular, reuniendo las plumas del grupo Martín Fierro con los más secretos rincones de la cultura popular. A principio Crítica no pudo consolidarse en el mercado, y la urgencia de no perder el diario lo hizo pensar a Botana en un cambio de rumbo con un objetivo bien claro: llegar al público de masas. La nueva política dio resultados: en 1920 la redacción se mudó a una casa de tres plantas en Sarmiento 1546, al año siguiente lograron instalar talleres propios y sumaron la tirada de la quinta edición y de la tercera. De a poco se despertaba el gigante. Para 1925 el diario largó la sexta. En la era de oro de los periódicos, aún sin la competencia con la información instantánea de la radio, Crítica salía a la mañana, al mediodía, a la tarde, a la noche, y a veces, cuando los acontecimientos lo merecían, sacaba la séptima a la medianoche. Resultó un espectacular medio de comunicación que innovaba constantemente y marcaba el camino del nuevo periodismo.
 
Crítica fue el precursor en muchos aspectos que hacen al oficio periodístico: el primero que envió a cronistas y fotógrafos como corresponsales de guerra al conflicto entre Paraguay y Bolivia; el que destacó al primer cronista deportivo que acompañó a un club de fútbol en gira, cuando cubrió la campaña de Boca Juniors por Europa en 1927; el que realizó el primer reportaje telefónico trasatlántico con motivo de la inauguración de la agencia del diario en Berlín. Roberto Arlt, fascinado al conocer el hecho, vaticinó que pronto se podrían transmitir fotografías a largas distancias y establecer comunicaciones telefónicas desde un aeroplano.  Además de sus cinco ediciones normales, el diario implementó numerosos suplementos y secciones como La Buena Cocina, Cultura Física, Para gordos y flacos, relacionado con los regímenes dietéticos, Moda, La música, los autores y las obras, y el suplemento infantil a todo color. Mientras creaba, no perdía de vista, sin embargo, a sus competidores, y editó, al igual que el diario La Razón, libros a precios muy accesibles. Así nació la Biblioteca Crítica. El diario le brindaba a sus lectores un rol activo, organizaba espectáculos públicos, ciclos de cine barriales y concursos de cuentos. En una ocasión, se llevó a cabo un certamen de mujeres feas, a cuyas ganadoras se les regalaba un tratamiento de belleza.  Pero los comienzos fueron penosos: día a día se andaba a las corridas para pagar la edición y rara vez sus periodistas cobraban; y cuando lo hacían, Botana sabía recuperar el dinero en largas partidas de naipes con sus empleados, y regresarlo a su bolsillo. Lo admiraban, sin embargo, por su saber enciclopédico, su talento para conducir la empresa y abrirse camino a golpes de ingenio como si fueran puñetazos, generando fuertes y progresivos lazos con los canillitas y los dueños de la reventa de periódicos en las playas de distribución, dominada por una mafia variopinta, con personajes de pasado tan oscuro como capaces de responder a la lealtad de los gestos. Supo ganárselos y le abrieron muchas puertas que jalonaron su progresivo ascenso, cuando la redacción dejó de mudarse de oficina en oficina porque el diario sólo pagaba el primer mes del contrato de alquiler y ocupaba el local hasta el próximo desalojo.  Pese al logo con que se inició, de impersonal el diario no tenía nada. Tenía la conducción de un periodista que oficiaba de condottiero moderno, al modo de Hearst en Estados Unidos, y su independencia lo llevaba a alternar tanto con los conservadores, como con los radicales y los anarquistas. Cuando William Randolph Hearst (1866-1951) compró el New York Journal, se propuso competir sin tregua contra el inmigrante húngaro Joseph Pulitzer, entonces dueño de New York World, que luego modificó su nombre por The World. Todos los recursos eran válidos para ganar el favor de las nuevas masas lectoras, en aquella carrera que emprendieron el World y el Journal; entre ellos la contratación de los mejores periodistas. Richard Outcault había creado en el suplemento de historietas en color del World un personaje que se hizo célebre: un chico peladito bautizado Yellow Kid (pibe amarillo). Hearst le robó el dibujante y el personaje para su diario en 1896. La historieta dio origen a la expresión “prensa amarilla”, que desde entonces designó a los periódicos populares, de los que se sospechaba que eran corruptos.  Botana se inició con los conservadores pero apoyó a los anarquistas, conspiró en el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, pero tras el golpe de Uriburu de 1930 protegió a sus amigos radicales en su propia casa. Cultivó una sincera amistad con el futuro presidente Agustín P. Justo y apoyó la formación y crecimiento del Partido Socialista Independiente. Cuando la guerra civil española, tuvo actitudes de espectacular generosidad con los refugiados republicanos, desafiando todas las prohibiciones de socorrerlos.

A partir de 1927 Crítica inauguró su propio edificio art decó sobre la Avenida de Mayo 1333, donde actualmente funciona una dependencia policial, obra del genial arquitecto húngaro –inmigrante y refugiado- Andrés Kálnay, que también construyó, entre otras magníficos edificios porteños, el cine Florida y el Munich de la Costanera Sur. El diario por entonces ya vendía cientos de miles de ejemplares, contaba con modernas impresoras gráficas y su contacto con las masas de lectores era vibrante. El edificio tenía la particularidad de utilizar una sirena estridente que le anunciaba a la población los acontecimientos más importantes. “¡Está sonando la sirena de Crítica! Algo está pasando en Buenos Aires”, decían los vecinos. Los ventanales que se ubicaban sobre la Avenida de Mayo se utilizaban para colocar pizarras con las últimas noticias y se actualizaba cada hora. Allí se reunían los transeúntes muchas veces para comentar y opinar sobre la información.  Convertido en magnate millonario, Botana incursionó también en la radio y en el cine, y prodigó a sus empleados y lectores toda clase de favores, ayudas personales y sociales. Mantuvo a decenas de ganapanes y malandrines que conectaban la redacción con el pulso de la ciudad. Allí se reunieron las mejores plumas del país: los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón, Ulyses Petit de Murat, el Malevo Muñoz, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Roberto Payró, Alfonsina Storni, Conrado Nalé Roxlo; en sus páginas colaboraron Gómez de la Serna, Norah Lange, Eduardo y Enrique Mallea, Leopoldo Marechal, Carlos Mastronardi, Enrique Pichón Rivière y entre ese número impresionante de firmas, los uruguayos Onetti, Espínola, Amorim, Falco, Blanca Luz Brum, Pereda Valdés, entre otros. A Botana puede reconocérsele el impulso que llevó a Borges a aventurarse en la prosa, cuyo primer libro en el género, “Historia universal de la infamia”, reunió sus crónicas aparecidas en Crítica Revista Multicolor, suplemento sabatino que dirigió junto a Petit de Murat.  La vida íntima de Botana estuvo marcada por su relación con Salvadora Medina Onrubia, una militante anarquista fogosa, luchadora, madre soltera, poetisa y dramaturga, a quien conoció en 1915. Personaje de furias implacables, amiga de Alfonsina Storni y de Roberto Arlt -con quien compartió búsquedas teosóficas y esotéricas-, además de un amplio número de celebridades que abarcan desde famosos anarquistas hasta don Hipólito Yrigoyen, Salvadora le dio tres hijos, la felicidad y una tragedia. Botana amaba locamente a su hijo adoptivo, “Pitón”, y el muchacho lo había convertido en su héroe. En un oscuro episodio de celos, cuando Pitón tenía diecisiete años, la madre le reveló que en realidad era hijo de otro hombre. Desgarrado por la revelación, el muchacho reunió a sus hermanos, se despidió y delante de ellos, se disparó un tiro en el corazón.   El drama familiar malogró la dicha y abrió una distancia irrecuperable en la pareja. Salvadora buscó consuelo en el éter y el espiritismo, Botana en el opio y el periodismo, pero ambos continuaron juntos y protagonizaron grandes vicisitudes entre el glamour, el frenesí político, la cárcel y ríspidos escándalos, como personajes de una rocambolesca novela.
La identidad del diario no sólo estuvo construida por las grandes redacciones, la astucia en las interpretaciones de los acontecimientos y la enorme capacidad de Natalio Botana. También se caracterizó por la cantidad de personajes pintorescos que acrecentaron la magia de Crítica. Uno de ellos fue el jefe de la reventa Eduardo Dughera, El Diente, que jugó un papel fundamental en la lucha que se entabló entre La Razón y Crítica, cuando esta última salió a competirle con la quinta edición. El espectacular incremento de la tirada de Crítica fue debido a un conflicto gremial. Los canillitas, agrupados en la Federación de Trabajadores de Diarios, entraron en guerra con La Razón. Le reclamaban, entre otros puntos, fijar un precio de venta, la devolución de los ejemplares no vendidos, descanso dominical y el reconocimiento de su gremio. Las autoridades del diario no aceptaron y los canillitas, en enero de 1922, comenzaron una huelga que duró 10 meses. Para tratar de evadir el conflicto, La Razón contrató revendedores que según lo denunciaron los diarios socialistas y anarquistas de la época eran miembros de la Liga Patriótica, una agrupación nacionalista de derecha.
A tres meses de huelga y con un canillita muerto por los revendedores de La Razón, Botana se aprovechó del conflicto y sacó la quinta edición. Crítica entregaba el 50 por ciento de ganancia de la reventa, mientras que otros diarios no superaban el 30 por ciento. La guerra, que se trasladó a las calles, entre los canillitas y “los carneros” de La Razón, fue aguerrida y muchas veces llegaron a enfrentamientos con armas de fuego. El Diente Dughera fue el estratega de los procedimientos. La huelga finalizó en noviembre de ese año, con la unificación del horario de salida del periódico, el reconocimiento de la Federación y la fijación del precio pedido. Dughera llegó a ser uno más del equipo de Crítica, mantuvo una estrecha amistad con los periodistas y con Natalio Botana. Cuando el diario sacó una sexta edición, otra apuesta fuerte, Botana le preguntaba al Diente cómo iban las ventas, y siempre obtenía la misma respuesta: “Metalé, don Natalio, la sexta se vende como el pan”. Más tarde se dio a conocer que era el propio Diente quien compraba los números hasta que se lograra la aceptación del público.  Otro personaje de Crítica fue Carlos de la Púa, el Malevo Muñoz, cuyo verdadero nombre era Carlos Muñoz del Solar; le dedicó su libro de poemas lunfardos “La crencha engrasada”, de 1928, “a todos los canillitas de Buenos Aires y con especial devoción a la figura histórica del Diente, don Eduardo Dughera”. El Malevo era gran amigo de Botana. En el diario tenía a cargo la página de cine y fue autor de varios guiones cinematográficos, entre ellos “Tango”. Sin embargo, debido a un distanciamiento con el director, al tiempo lo remplazó en su cargo Roberto Tálice.  En pleno apogeo de su trayectoria, Natalio Botana sufrió un accidente automovilístico mientras viajaba en uno de sus Rolls Royce color caramelo por la provincia de Jujuy, el 6 de agosto de 1941. Internado en el hospital bajo observación y sin correr mayor peligro, su capricho pudo más. Sin obedecer las recomendaciones del médico, se sentó en la cama y las costillas quebradas le perforaron un pulmón. Estaba por casarse en segundas nupcias con María del Carmen Vernacci, una viuda española que Margarita Xirgu acercó al clan Botana. Don Natalio murió al día siguiente, a los 53 años de edad.  A partir de entonces Crítica conocería una turbulenta historia de censuras, clausuras, expropiaciones, juicios y querellas entre los sucesores que acabaron en el cierre definitivo del diario en 1963, cuando todavía lucía bajo el logo la célebre frase atribuida a Sócrates que lo acompañó desde 1921: “Dios me puso sobre vuestra ciudad como a un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto”. Pero el tábano se había ido dejando una polémica y extraordinaria leyenda. Y ya el diario nunca sería el mismo.
En el 41 Eduardo Bedoya asumió la dirección, Helvio “Poroto” Botana quedó como subdirector, mientras que Jaime, su hermano, asumía la presidencia de la Sociedad Poligráfica Argentina. Con menor influencia, también estaba la hija, Georgina -La China-, casada con el legislador Raúl Damonte Taborda, al que le decían “el diputado por la China”. Al poco tiempo comenzaron los conflictos familiares. Por un lado Salvadora Medina Onrubia, la viuda de Botana, y su hija, y por el otro sus dos hijos varones. Finalmente una resolución judicial dejó el diario en manos de la madre. En esa redacción contestaria que estableció Salvadora, junto con anarquistas y socialistas, participaban algunos que ocupaban los puestos directivos del Partido Comunista, como Ernesto Giudici (editorialista durante toda la Segunda Guerra), el ensayista Héctor P. Agosti, el economista Paulino González Alberdi y Rodolfo Puigróss. Este último luego abandonaría el PC para adherir al peronismo en 1948; en 1973 Puigróss fue el rector de la Universidad de Buenos Aires.  Cómo no podía ser de otra manera, Crítica también fue noticia el 17 de octubre de 1945. Al terminar el acto en el que Perón fuera repuesto por el pueblo en el gobierno, de la Plaza de Mayo se desprendió una columna de la Alianza Nacionalista que, según la versión de Crítica, agredieron al edificio del diario: como estaba la puerta cerrada, juntaron en el frente una pila de sillas y de mesas de los cafés de la cuadra, le prendieron fuego e hicieron una inmensa hoguera. El fuego empezó a tomar los cortinados de los pisos de arriba. Entonces, desde el interior del edificio sacaron las mangueras por la ventana, para apagarlo. Ahí los aliancistas, que estaban armados –sigue la versión del diario-, empezaron a disparar. También un pelotón de la policía montada se sumó a los atacantes, y tiró contra el diario con carabinas. Huelga decir que a esa fecha Crítica, dirigida por Damonte Taborda, era decididamente antiperonista. Al final desde el diario también dispararon, dicen que en defensa propia, y murió un pibe nacionalista de la Alianza, Darwin Passaponti.  Ese mismo día, cuando Perón pareció caer en desgracia y quedar sepultado en la historia, en la víspera del pronunciamiento del 17 de octubre de 1945, Crítica sacó en tapa una foto de los partidarios de Perón con un epígrafe que buscaba la denigración: “¡Descamisados!”. Sin embargo, el término fue inmediatamente adoptado con orgullo por los peronistas.  Cuenta la leyenda que después Perón presionó a Salvadora para producir un viraje en la política del diario y lograr su apoyo. Se dijo que la viuda vendió las acciones a Miguel Miranda, el ministro de Economía, y que éste a su vez le cedió las acciones a la Editorial Alea, de Eva Perón. Así, el peronismo finalmente evitó la confrontación de la poderosa Crítica en la campaña del 46. En 1951 Crítica pasó a pertenecer a la cadena oficial de medios.  Después del 55 Aramburu ordenó la devolución de los medios de comunicación integrados a la cadena oficial a sus antiguos dueños. Sin embargo, el diario de la familia Botana no fue incluido porque habían vendido las acciones, y además ésta no contaba con el apoyo de las autoridades militares. La titularidad de Crítica comenzó una larga agonía. La empresa fue dividida en dos partes y se llamó a licitación. Una de ellas quedó en manos de Francisco “Paco” Manrique, fundador de El Correo de la Tarde. La otra parte llegó a las manos de Santiago Nudelman, miembro de la Unión Cívica Radical, que reabrió las puertas del diario. El cometido fue darle una nueva orientación hacia un público más formal. El lema original fue reemplazado por otro que lo decía todo: “Crítica, nueva por fuera y nueva por dentro”. La tirada disminuyó.  Hacia 1958, con la llegada al gobierno de Arturo Frondizi, hay nuevamente un cambio de directores y, como casi siempre, el diario quedó cerca del poder. Cuando Frondizi fue derrocado, se reiteró el cambio de propietarios, acompañado por una incesante reducción del tiraje.  A comienzos de la década del 60 el diario agonizaba. El académico e historiador Fernando Sabsay quiso poner nuevamente a Crítica de pie, pero fracasó. En noviembre de 1963 Crítica dejó de aparecer  definitivamente “por problemas financieros”. La sirena se escuchó por última vez en junio de 1963, al paso de los recién elegidos Arturo Illia y Carlos Perette. Desde los balcones y ventanas del edificio del diario, hasta el subsuelo, más de 400 empleados saludaban a las nuevas autoridades que se dirigían del Congreso a la Casa Rosada. Antes de fin de ese mismo año se habían quedado sin trabajo.   El tábano sobrevoló la ciudad y durante cinco décadas la mantuvo despierta. Aquel sueño que nació en el espíritu aventurero e innovador de Natalio Botana hace hoy noventa años marcó a fuego, definitivamente, al periodismo argentino.

Los Granados  Durante la época dorada, Natalio Botana decidió construir una mansión en unas tierras en Don Torcuato, que fueron loteadas por el ex presidente y amigo personal, Marcelo T. de Alvear (de quien deriva el nombre de la zona). Allí se levantó una majestuosa mansión que pasaría a ser parte de la historia íntima y social de los Botana. Se la bautizó con el nombre Los Granados. La casona era puro derroche. En la planta baja estaba el living, infinito, con un piano de cola fantástico, que a ninguno de los habitantes le interesaba tocar. Cada dormitorio tenía su propio baño revestido de mármoles de varios colores. Amplios jardines, pileta de natación y diversas arboledas, que rodeaban la casa. Pablo Neruda fue uno de los tantos concurrentes que pasaron por la mansión al igual que políticos, artistas, periodistas y escritores. El poeta chileno recordó su estadía y definió así a su propietario: “Habíamos sido invitados una noche por un millonario de esos que sólo la Argentina o los Estados Unidos podían producir. Se trataba de un hombre rebelde y autodidacta que había hecho una fortuna fabulosa con un periódico sensacionalista. Su casa, rodeada por un inmenso parque, era la encarnación de los sueños de un vibrante nuevo rico”.  Los Granados, al poco tiempo de su inauguración, iba a atesorar una obra de arte que más tarde se convertiría en un misterio. David Alfredo Siqueiros fue uno de los integrantes del movimiento muralista mexicano junto a José Clemente Orozco y Diego Rivera. Siqueiros y Rivera, miembros del Partido Comunista mexicano, fundaron un sindicato de artistas plásticos. Desde su militancia política y su pintura, Siqueiros recorrió el mundo. Victoria Ocampo lo invitó a la Argentina en 1933, para presentarlo en la Sociedad Amigos del Arte, pero fue expulsado a la segunda conferencia: sus opiniones irritaron a los concurrentes. “Hay que sacar la obra de arte de las sacristías aristocráticas y llevarlas a la calle, para que despierte y provoque, para libertar a la pintura de la escolástica seca, del academicismo y del cerebralismo solitario del artepurismo, para llevarla a la tremenda realidad social que nos circunda y ya nos hiere de frente”.  Botana no se lo podía perder: admiraba al pintor. Le propuso hacer un mural en el sótano de Los Granados, que poseía una extensión de 200 metros cuadrados. Siqueiros aceptó y de inmediato formó su equipo: mandó a llamar a Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, Juan Carlos Castagnino, más el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, a cargo de proyectores y aerógrafos. Se dio comienzo a la obra en agosto de 1933 y culminó en noviembre de ese mismo año. El mural se extendía por el techo, las paredes y el suelo del sótano; en todos esos lugares Siqueiros dibujó el cuerpo desnudo de su amada, la uruguaya Blanca Luz Brum, que escribía en Crítica. Ese magnífico cuarto subterráneo, luego de la gran inauguración, Botana lo utilizaba como bodega y salón de póker, un juego que lo apasionaba.  Los Granados pertenecieron a los Botana hasta 1948, cuando se remataron las dieciocho hectáreas. Las adquirieron la familia Alsogaray. Se comenta que cuando la señora de Alvaro Alsogaray bajó al sótano y observó el mural, mandó a rociarlo con ácido argumentando que contenía imágenes demasiado fuertes para su pequeña hija María Julia. Sin embargo, la técnica que había utilizado Siqueiros se resistió al ataque; por lo tanto, la señora ordenó que se lo tape con cal y cerró el sótano con llave.
En los años 50 la casona pasó a manos de una familia que le encargó al pintor Juan Carlos Castagnino la restauración del mural. Los años y distintos dueños pasaron, hasta que en 1988 una sociedad compró el lote de la casa con un objetivo: desmontar el mural y convertirlo en una muestra itinerante. Sin embargo, las idas y vueltas no pudieron con las trabas jurídicas y burocráticas. El mural permaneció oculto por muchos años y hasta se le perdió el rastro. Estaba (y sigue estando) fraccionado en bloques en unos enormes contenedores.  Los Granados aún sigue siendo noticia. Fue en una parte de esa casa, hoy perteneciente al empresario Armando Gostanian, donde el ex presidente Carlos Menem, procesado por contrabando de armas, cumplió arresto domiciliario en el año 2001.

El mural de David Siqueiros de 1933 en la quinta Los Granados de Natalio Botana

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