Rosas

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jueves, 30 de marzo de 2017

Salvador María Del Carril (parte II)


Por José María Rosa
EL FEDERAL
Después de Caseros se puso la divisa punzó en la solapa – pues el ex-ministro de Rivadavia confesó haberse convertido al federalismo leyendo La Democratie en Amerique de Tocqueville – y se hizo infaltable a las reuniones de Urquiza en el caserón de Palermo. Ya no rezaba con él “ese renombre odioso de salvajes unitarios que perturbaron la tranquilidad de la Patria y comprometieron su independencia” de la proclama de Urquiza del 21 de febrero obligando al uso del cintillo punzó. En los salones de Palermo era escuchado con respeto pero sin convicción: "Sentencioso en el hablar, enfático en la acción y de aspecto imponente – así lo vió Quesada – cuando no se hallaba en presencia del general Urquiza parecía la estampa de un hombre de estado. Pero toda esa gravedad magistral se convertía en dúctil cera en presencia de Urquiza. Yo me sentía avergonzado de esa perpetua aquiescencia para todo lo que decía o hacía el general: sumisión en el fondo y en la forma, especie de servilismo” (19). Urquiza lo hizo Consejero de Estado primero, junto a Nicolás Anchorena y Felipe Arana – los grandes amigos de Rosas – y más tarde diputado por Buenos Aires al Congreso de Santa Fe.
Se embarcó con Urquiza a bordo del vapor inglés “Countess of Londsdale” el día 9 de septiembre rumbo a Santa Fe.  Los diarios porteños despidieron al Libertador y a los esclarecidos representantes, sin perjuicio que al amanecer del 11 como dice Groussac, trocaran en tirano al Libertador y en alquilones a los esclarecidos representantes a las primeras dianas de la revolución triunfante. Del Carril se quedó de a pie con la revolución, pues una de las primeras medidas del gobierno de Alsina fue anular su acta “por haberse realizado la elección sin concurrencia de pueblo.  Pero estaban vacantes las bancas de San Juan, ya que Benavídez había anulado una primera elección hecha a favor de Sarmiento, cuya ruptura con Urquiza hizo necesaria su exclusión del Congreso. Y del Carril, venciendo su repugnancia a dirigirse a una “de las cabezas de hidra del caudillismo” le escribe a Benavídez una larga carta el 4 de octubre, hablándole de la necesidad de nombrar en San Juan constituyentes dignos y de experiencia, carta que termina con un sugestivo “tengo el gusto de ofrecerme” (20). Benavídez le remite a vuelta de correo un acta de diputado, para cuya elección había tenido que reformar la ley de la provincia que exigía la condición de vecindad en los electos.  Esta designación desconcertó a sus coterráneos. “¿El señor Carril, el liberal de 1824, el autor de la Carta de Mayo, el sanjuanino ilustrado, soportará paciente esta injuria que se hace a sus antecedentes patrióticos?” – escribía Tadeo Rojo, y Mitre publicaba la carta en su periódico (21). Hacía más de un cuarto de siglo que los unitarios de San Juan esperaban el regreso de del Carril, y he aquí que el Mesías llegaba en compañías poco claras.  El problema para del Carril era grave: por un lado le era absolutamente necesario quedarse junto a Urquiza en Santa Fe, y decorosamente no podía hacerlo sin un cargo que justificara su presencia. Por el otro, su vinculación con Benavídez iba a quebrar el culto de sus familiares y partidarios celosamente mantenido en los años de emigración. Lo resolvió quedándose con el pan y la torta: el 20 de enero de 1853 escribe a Benavídez quejándose de que “en San Juan haya habido elecciones más o menos irrisorias, las cuales he visto con amargo sentimiento mezclado mi nombre”. Le aconseja que renuncie porque "la situación de San Juan mortifica y alarma, y un imperio no vale una gota de sangre, una lágrima ni un remordimiento”. Pero claro que él venciendo su amargo sentimiento, se quedaba por patriotismo con la banca conseguida en esas elecciones más o menos irrisorias, donde había visto mezclado su nombre.  La contestación de Benavídez fue terrible: “Un acíbar experimento al no poder excusarlo, y al tener que someter al fallo de la opinión pública los cargos que me dirige”. Aludiendo a los viejos tiempos de la Carta de Mayo le dice: “Se acabó la época en que el pueblo de San Juan, con mengua de su integridad, derechos y soberanía, tenía que humillarse al capricho de los ambiciosos y a la influencia de la aristocracia”, y recordando la guardia personal que usaba del Carril: “el gobernador se pasea a solas a cualquier hora del día o de la noche por la ciudad y suburbios, sin un solo ordenanza, porque entre él y sus compatriotas hay una confianza recíproca”. Hizo publicar esta correspondencia en un folleto titulado: Serie de cartas particulares, notas oficiales y otros documentos cambiados entre S. E. el Gobernador de San Juan y los diputados al Congreso General Constituyente entre las cuales aquella de del Carril en que “se ofrecía” –. Pero el constituyente no se sintió inmutado para cumplir su misión histórica en Santa Fe.
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EL PROCER
Después del Congreso su carrera política y su fortuna personal tomaron un camino de franco ascenso. Triunviro en 1854; Vicepresidente de Urquiza, ejerciendo la efectividad presidencial casi todo el período; jefe indiscutido del grupo de porteños que disputaban a la facción cordobesa de Derqui el favor de Urquiza y el manejo de la Confederación; la vida de del Carril en Paraná fue constantemente dedicada al servicio de la Patria: “¿ Qué hacía Carril en tiempos de Urquiza ? – se pregunta Mansilla parodiando a Sieyes – vivir... y aumentar su caudal” La vejez se acercaba y la suerte de la política, lo sabía por experiencia, era muy variable. “Volvía de la emigración – dice Quesada – con la resolución decidida que no ocultaba a sus íntimos de no emigrar otra vez con los bolsillos vacíos Emigrado y pobre vivía en modestísima situación... todos hemos conocido aquí (Buenos Aires, 1885), al señor del Carril que ha muerto muy anciano, millonario y convertido al seno de la Iglesia Católica, apostólica y romana después de haber profesado teorías volterianas y aun ateas.”   El cauto José María Zuviría, en el ditirambo que ha dejado de los constituyentes del 53 se extraña de que el antiguo unitario concluyera “por perder de vista el punto honesto de partida" y que hubiera “modificado un tanto las altas ideas de probidad y entereza de carácter para lanzarse en las rutas extraviadas de un vulgar y apasionado anhelo por alcanzar de cualquier costa bienes de fortuna que lo salvasen en lo futuro del trabajo y la pobreza del pasado”. Su indiscreto ex-secretario Mansilla lo pinta en un rapto de sinceridad exclamando ante la casa de Urquiza frente a la plaza de Paraná: “¡He estado emigrado tantos años! He pasado tantas miserias (ni he podido educar a mis hijos debidamente) que tengo horror a la pobreza... ¡y estoy en manos de esa fiera...!" (22)
En 1860 quiso ser Presidente, pero el favor de Urquiza se inclinó ante el sencillo y modesto Derqui, que al poco tiempo el círculo de del Carril supo indisponer hábilmente con el poderoso castellano de San José. La crisis de Pavón no lo tomó desprevenido – ¡que había de tomarlo! – y fue él quien negociaría con Mitre la caída de la Confederación y la salvación de Urquiza.  En premio, Mitre lo llevará a la Suprema Corte en 1863, jubilándose con sueldo íntegro en 1877 durante la presidencia de Avellaneda (23).
Rivadavia había muerto en 1845 en Cádiz solo y pobre, pidiendo como un último favor que no lo enterraran en Buenos Aires “y menos en Montevideo”. Rosas acababa de extinguirse, también pobre pero nunca amargado, en su exilio de Southamton. Derqui había muerto en Corrientes, olvidado y tan extraordinariamente pobre, que el cadáver permaneció tres días insepulto porque no había con qué pagar el entierro. Solamente sobrevivía del Carril único testigo de esa época heroica y desinteresada.
Moriría en 1888 casi nonagenario. Sarmiento, su coterráneo y enemigo habló en el entierro y allí, sin que nadie se asombrara, reconoció en una de sus genialidades haberse equivocado cuando la segregación de Buenos Aires: “A Carril debemos ser hoy argentinos” – dijo borrando la Carta de Yugay, la polémica con Alberdi, el ministerio con Mitre – “en 1852 tomó el camino que le indicaban su mayor experiencia y sus vistas de hombre de estado” (24).
Su muerte fue un duelo nacional: los diarios enlutaron sus páginas, y la bandera quedó muchos días a media asta.
(1) Víctor Gálvez (Vicente C. Quesada), Memorias de un Viejo, pág. 197.
(2) “Este viejo vale mucho. Todos los documentos públicos y actos importantes del Congreso los debemos a él. Es su principal autor”. (Lavaisse a Taboada, ag. 28 de 1853, en “Gaspar Taboada”, Los Taboada, III, 93).
(3) José María Zuviría, Los Constituyentes del 53 (ed. 1889), página 77.
(4) Lucio V. Mansilla. Retratos y Recuerdos, (ed. 1894), pág. 40.
(5) D. F. Sarmiento, Obras completas, XVII, 89.
(6) Víctor Gálvez, ob. cit., pág. 197.
(7) Víctor Gálvez, ob. cit., pág. 198.
(8) Mariano de Vedia y Mitre, Estudio constitucional sobre la Carta de Mayo, pág. 7.
(9) Carta del 6 de noviembre de 1825 tomada del proceso de quiebra de la Mining Association en 1826. Esta carta y las que cito a continuación fueron dadas a conocer en varias oportunidades: por Dorrego en El Tribuno, el 26 de junio de 1821; por Dorrego y Moreno en su folleto Refutación a la Respuesta (Bs. As., 1827); por Vicente Fidel López en su Historia de le República Argentina, t. X, págs. 272 y 273 (edic. de 1893); por José María Rosa en Defensa y pérdida de nuestra independencia económica págs. 145 a 147. También la menciona Pedro D’Angelis en su articulo del “Archivo Americano” (1ª época). El general Rosas y los salvajes unitarios. El que no se ha enterado todavía de ellas es el señor Piccirilli, autor de una exhaustiva historia de Rivadavia en dos tomos, entiendo que premiada.
(10) Carta del 14 de mayo dé 1826 (Referencias en la nota 9).
(11) Son muchas las referencias a esta financiación de la guerra civil por la propia Presidencia. Las notas del ministro Agüero y de José Miguel Díaz Vélez, transcriptas en El Tribuno, vol. II, págs. 221 y 241.
El rescripto de Quiroga devolviendo el ejemplar de la Constitución que le mandaba Velez Sársfield: “No quiere tratar con un poder que le hace la guerra”. La nota de Tezanos Pinto sobre su comisión a Santiago del Estero: “El gobernador (Ibarra) dijo que el Pte. de la República era el que hacia la guerra a las provincias. El Comisionado (Tezanos Pinto), contradijo una aserción tan falsa como maliciosa y exigió las pruebas al gobernador... Este abrió un cajón y presentó los libramientos girados por los gobiernos de Salta y Tucumán contra la Tesorería Nacional".  A mayor abundamiento existe la confesión de Lamadrid en sus Memorias. Pero, por supuesto, nada de eso impide que el señor Piccirilli y el doctor Vedia y Mitre sigan afirmando que la guerra civil no era fomentada por Rivadavia.
(12) Juan Manuel de Rosas le escribía a Quiroga en la Carta de la Hacienda de Figueroa (dic. 20-1834). “¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios y toda clase de bichos?
¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el
gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste lo hizo venir de San Juan al doctor Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo como un ciego de nacimiento de astronomía?”
“La Ley de los Lingotes – observa Vicente F. López, Historia, X. pág. 287 – es lo más absurdo que se haya conocido y lanzado en país alguno”.
Una de, las tantas curiosidades de esta ley es que el canje de los lingotes se hacía por la tercera parte de los billetes presentados. Nada decía sobre las otras dos terceras partes que es de suponer podían volver a canjearse al día siguiente, obteniéndose una tercera parte de las dos terceras partes de lingotes, y siguiéndose así hasta la suma total. Esta observación, hecha por Vidal al discutirse la ley, quedó sin respuesta por parte del ministro.
(13) La recepción de Tezanos Pinto por Ibarra es aleccionadora.
El delegado del Congreso apenas llega a Santiago del Estero le pidió audiencia solemne al Gobernador; éste le mandó decir que “pase cuando guste”. Tezanos Pinto fija su recepción para las dos de la tarde del día siguiente (29 de enero), y vestido de frac se dirige con el ejemplar de la Constitución y un discurso preparado a la Casa de Gobierno. Le extraña encontrar la puerta cerrada y que no estuviera formada la guardia. Ante su llamado le abre una china en chancletas que sin ceremonia alguna lo lleva ante el gobernador, quien estaba “en un traje semisalvaje, una forma que choca al pudor y al decencia”, en calzoncillos y con la camisa abierta. Debe convenirse que en Santiago del Estero, a las dos de la tarde de un 29 de enero el traje de Ibarra era más apropiado que el de Tezanos Pinto.
La conversación entre el Delegado del Congreso y el Gobernador – descripta por el propio Tezanos Pinto en su Informe – no tiene desperdicio. El Delegado habla de la Constitución y de la gran obra legislativa hecha por el Congreso; Ibarra le dice que no tiene objeción alguna que hacer a lo escrito, pero “que se legislaba de un modo y se obraba de otro, pues el Presidente de la República le hacía la guerra a las provincias”. Tezanos Pinto le exigió indignado pruebas de esa aserción tan falsa como maliciosa, e Ibarra abriendo un cajón le muestra las libranzas que había tomado a Lamadrid y que aparecían pagadas por la Tesorería Nacional de Buenos Aires. Tezanos Pinto se enrieda en las cuartas, explica que el Presidente no había hecho sino cumplir con la más esencial de sus obligaciones al tratar de eliminar las situaciones federales del interior. Pero dándose cuenta lo difícil que era convencer a Ibarra de que él Presidente había hecho bien en financiar una guerra contra él, se retiró a su casa. Al llegar lo alcanzó un soldado: “De parte de S. E. que se ha olvidado el librito” y le entrega el ejemplar de la Constitución. Antes de las 24 horas volvía a Buenos Aíres a dar cuenta del desafuero cometido.
(14) “Fuera de estos cargos concurría también como millón y medio de pesos fuertes en letras giradas por el señor Carril desde el 3 de julio (la fecha debe notarse, pues es la de la separación del señor Rivadavia) contra la Tesorería del Banco" (V. F. López, Historia, X, pág. 325).
Respecto a los muebles de la casa de gobierno, la referencia es de López (X, 326): “Hasta la casa de gobierno había quedado desmantelada y sin menaje; sus piezas estaban reducidas a paredes desnudas y deterioradas, pues resultaba que todo lo amueblado, hasta el del despacho presidencial había sido de propiedad del señor Rivadavia traído de Europa," y que antes de dejar el poder había trasladado todo a su nueva habitación, conociendo la insolvencia del nuevo gabinete para abonarle su valor”.
(15) V. F. López, Historia, X, pág. 351 (nota)
(16) Las cartas de del Carril y de Varela fueron dadas a conocer por Angel Justiniano Carranza en “La Nación”, viviendo aún del Carril. En 1886 las recopiló en un volumen Lavalle ante la justicia póstuma. Esta publicación tuvo ribetes de escándalo, pues nadie sospechaba entonces la participación del Presidente jubilado de la Suprema Corte en el fusilamiento de Dorrego.
Lavalle mostró estas cartas a Rosas en su entrevista de Cañuelas, “lamentando amargamente su gravísimo y funesto error, quejoso y enfurecido contra los hombres de la lista civil” como escribió Rosas en el margen de la carta de Roxas y Patrón de sept. 2-1869 (Saldías, Historia de la Confederación, II, 80, ad. 1945).
(17) Ver Eliseo F. Lestrade, Rosas, Estudio demográfico sobre su época (Rev. del lnst. J. M. Rosas Nº 9). Hubo en 1829 – año de gobierno unitario – 4.658 defunciones, cuando en 1828 solo había habido 1.788, y en 1827: 1.904. Debe de tenerse en cuenta que en las solas elecciones del 26 de julio, en la pequeña ciudad de entonces, murieron de muerte violenta, en un día, 76 personas, además de inumerables heridos graves. En la demografía de la prolífica Buenos Aires, qué ese año del gobierno unitario, el único en que el número de fallecidos sobrepasó al de nacimientos.
(18) Guizot (leyendo las instrucciones dadas por Thiers a Mackau):
“Estaréis en presencia de auxiliares que no habrán querido o no habrán podido cumplir sus promesas, para cuyo éxito han pedido y recibido de nosotros socorros, sin retribuirnos, ni aún en leve proporción, los servicios que han recibido de nosotros”.
Thiers (interrumpiendo la lectura): Eso se dirigía a Lavalle... (Sesión de la Cámara de Diputados francesa, de 29 de mayo de 1845. Transcripta por el Archivo Americano Nº 16).
Thiers (en la misma sesión): “El honorable Mr. Guizot puede ponerse perfectamente de acuerdo con el Presidente anterior, porque los dos millones de que ha hablado ayer, imputados a ministerio en 1840, y que se creía haber sido gastados para los grandes sucesos de Oriente, esos dos millones han sido gastadas en gran parte en Montevideo, y he dado esos dos millones según las órdenes del Sr. Mariscal Soult para esa política de intervención que consistía en ganar aliados en Montevideo” (Arch. Americano Nº 16).
J. B. Alberdi a S. Zavalia (Desde Montevideo, abri1-1840): “Aquí hay de todo, plata, hombres, buques... ustedes pidan. Estoy autorizado para escribir así”. (Saldías, Historia de la Confederación, IV, 132).
(19) Víctor Gálvez (Vicente C. Quesada): Memorias de un viejo, pág. 198.
(20) Esta carta y otras que se citan más adelante figuran en la publicación: Serie de cartas particulares notas oficiales, etc., cambiadas entre S. E. el Gobernador de San Juan y los diputados al Congreso Constituyente (San Juan, Imprenta Oficial, 1863).
(21) Cartas de Tadeo Rojo a “Los Debates” de Buenos Aires, que Mitre publica bajo el seudónimo Un sanjuanino. La elección de Carril fue el 11 de diciembre y obtuvo la unanimidad de los 806 sufragios registrados. (Archivo Mitre, XIV, 120 a 126).
(22) Mansilla, Retratos y Recuerdos, pág. 41; Quesada, Memorias de un viejo, pág. 196; Zuviría, Los Constituyentes de 1853 (ed. 1889), pág. 74-75.
(23) V. F. López, Historia Argentina: “Después de muchos años de pobreza en la expatriación, el señor Carril se adhirió al servicio del general Urquiza. Algún tiempo después regresó a Buenos Aires con una pingüe fortuna y pidió jubilación con sueldo íntegro por haber sido Presidente de la Suprema Corte de Justicia” (t. X. pág. 440, nota).
(24) El discurso de Sarmiento figura en las Obras Completas, en nota final a la áspera carta que le mandara en 1856 (t. XVII, pág. 89).

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