Rosas

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jueves, 16 de mayo de 2019

Castillo y las vísperas del Golpe del 4 de Junio de 1943

Por CARLOS PISTELLI
 El 26 de octubre de 1941 Rosario Central perdió con, su rival directo en pos de no descender, Banfield y se fue a la “B”. El Presidente del Club, y hechura del Radicalismo Santafesino, doctor Rodríguez Araya se fue para Buenos Aires rampante a entrevistar a Monseñor Copello, Arzobispo flamante.
 -Hijo, a qué debo el honor de tu visita?
-Padre! Estimado Padre! Algo terrible ha pasado para las juventudes rosarinas, donde el club Rosario Central es amplia mayoría. Hemos descendido de categoría y eso nos supone jugar los días sábado. Eso provocarías los vicios a los que caerían jóvenes de toda condición esas noches al culminar los partidos para prepararse para ir a las carreras de los domingos.
-Hijo! Eso es terrible!! Pero qué puedo hacer yo para evitarlo?
-Hablar con el Presidente para que ordene suprimir los descensos.
Cruza presuroso Copello la Plaza de Mayo y pide audiencia urgente con el Presidente, quien, sorprendido de la solicitud, delega en su ministro del interior el tema. El padre contó su preocupación y con un gentil y sonriente “déjelo en mis manos” el Ministro lo despidió.
Miguel Culaciati, sonriente y trampero, rosarino, antipersonalista, enemigo hasta personal de Rodríguez Araya, y, obviamente, leproso, no movió un pelo al pedido del Arzobispo.
El ‘taimado’ Culaciati nació en 1879 y a temprana edad ya destacó por sus condiciones personales y como brillante abogado.  En 1912 era diputado provincial radical, fugaz intendente rosarino y, volcado al antipersonalismo, diputado nacional. Con la caída en desgracia de la Democracia Progresista y la intervención al distrito, Culaciati volvió a la intendencia rosarina en 1935, realizando una progresista gestión, en medio de mafias y todas las que Ud imagina. Afianzado Castillo en el cargo le cede la cartera política al más, al más, al más preparado para el cargo.
Culaciati carecía de prendas morales pero le sobraba talento para los tiempos infames que presidía Castillo. Los amigos del Presidente no lo quieren porque le ven leal a Justo. El Presidente les contesta que con amenazarle con dejarlo cesante, alcanza y sobra para tenerlo fiel y consecuente. Las denuncias arreciaban sobre su figura, desde manejos pocos claros con el comercio de granos y los sorteos de la Lotería Nacional, hasta la política brava abusando de la fuerza policial y los enjuagues electorales que exponen magistralmente Olmedo y Porcel en su película “Las mujeres son cosas de guapos”, con Ranni y Portales. Pero Castillo lo sostenía, y a otra cosa.
CASTILLO Y EL “GOU”.
 La joven oficialidad del Ejército estaba un poco cansada del uso que se hacía de una fuerza a la que se reputaba intachable, en los enjuagues manejados por Justo. Se inició un lento, pero inexorable, estiramiento entre los altos mandos, que respondían al General Ingeniero, con la oficialidad de instinto nacional, y preponderancia en el manejo profesional del arma. Castillo, viejo maestro, docente incuestionable, Decano de la UBA, percibió ese malestar, y permitió que se le acercaran para dialogar. “Hablando se entiende la gente”.
 Fue el primer planteo militar tan habitual en el Siglo XX argentino. Castillo oyó a los jóvenes oficiales, los calmó como quien sabe decirles lo que quieren escuchar, y se ganó el respeto de la mayoría. Papita pa’l loro.  Entre los oficiales, algunos participantes de la reunión, surgió una idea común en el Ejército argentino desde San Martín: formar una logia que uniera intereses comunes y dirigiera la opinión a objetivos colectivos. Estamos hablando del GOU.
 Uno de los problemas que tenemos los historiadores a la hora de analizar el GOU, es que los implicados han cometido bastante embuste al contar como empezó, como se organizó y como llegó al poder. La mayoría, porque terminó pa’ la miércoles con el que capitalizó toda la fuerza organizativa. La minoría, porque exageró su preponderancia desde el primer momento. Y, obviamente, el que capitalizó toda la fuerza organizativa, que, a modo de ser honesto, era él.
El armador del GOU no fue únicamente Perón, claro está, pero fue el artífice de sus mayores logros, especialmente cuando llegaron al poder. Puede dividirse la Historia del GOU en cuatro etapas.   La primera, de contactos y organización, para ir sumando gente al baile.
La Segunda, que sucede al desencanto con Castillo por elegir a Patrón Costas como sucesor, y que provoca la realización de una comilona que lanza al Grupo a la conspiración directa.
La Tercera, la conspiración triunfa y el grupo impone al General Pedro Pablo Ramírez en la Casa Rosada, provocando el ascenso del Coronel de la sonrisa seductora, y el manejo de la Presidencia.
La Cuarta, la caída de Ramírez, el encumbramiento final de Perón y la disolución del GOU.
El arreglo con los oficiales a finales de 1941 le dio a Castillo la tranquilidad de imponerse sobre Justo. Pero éste no se amilanó así pos sí.  La Concordancia queda rota aunque no termina de exteriorizarse para no dar lugar a los radicales conducidos por Alvear. El 7 de diciembre de 1941, tras un difícil año, Castillo impuso en fraude escandaloso a Rodolfo Moreno en la Gobernación bonaerense. Con los votos que da Bs. As. en los Colegios Electorales, el futuro presidente no salía de la conciencia del catamarqueño de Ancasti.
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Pero ese 7 de diciembre de 1941, Japón ataca a Estados Unidos provocando el ingreso yanqui en la Gran Guerra.  Castillo no quería llevar al pais a esa guerra en donde sabía que los intereses argentinos no tenían qué jugar. Pero la opinión audible nativa estaba por ir a la guerra del lado aliado. El General Ingeniero jugó esa carta en las embajadas y se convirtió en el candidato del ingreso a la guerra.
Castillo empezó a recibir grandes presiones internas y externas; Presiones supervisadas, y manejadas, por el Departamento de Estado. La neutralidad argentina era un dedo en el orto para Washington.
Estados Unidos presionó de mil maneras para que Argentina reviera su postura. El Imperio Británico se batía en retirada como la potencia rectora en el mundo dejándonos en orsai con Yanquilandia. Todo 1942 Castillo, con su brillante canciller Ruíz Guiñazú, resistió cuanto pudo las presiones, dando lecciones diplomáticas y defensa del honor nacional.
 Estados Unidos decidió aislar a la Argentina del concierto de los países americanos. Y entre el aislamiento, decidió armar a los países vecinos. Las Fuerzas Armadas pegaron el grito en el cielo y Castillo obró con premura: Compró barcos de países europeos estacionados en nuestras radas y formó nuestra Marina Mercante. Y destacó al entonces coronel Savio al frente de Dirección de Fabricación Militar. Con patriotismo y esmero, parecía que salíamos adelante.  En marzo de 1942 los conservadores, llevando la imagen de Castillo en campaña y sin fraude a la vista, arrasaron en las elecciones legislativas. Los radicales perdían su primera elección limpia desde el ’16.
Alvear murió a los pocos días, dejando acéfalo al partido. Una comisión pacífica logró juntar casi un millón de firmas en el llamado “Plebiscito  de la Paz”. Castillo llegaba al pináculo de su popularidad y poder. En el invierno del ’42, los delegados norteamericanos rumiaron despecho al no poder imponer la ‘solidaridad continental’ en la Cumbre de Río. Procuraban unir al continente tras sí contra el Eje, pero Argentina y Chile se opusieron firme y tajante.  A otra cosa mariposa.  La economía daba un respiro, y la atinada conducción presidencial, permitió una industrialización tenue debido a la sustitución de importaciones. El capital argentino aumentaba en desmedro del extranjero, y Argentina crecía a despecho del desastre mundial que provocaba la guerra.
 No era un mundo de rosas, pero las cosas mejoraban lentamente, y se sentía que sí. La política con su total inmoralidad era mal percibida por la sociedad, pero para la gente Castillo no era el responsable. Si no fue popular, al menos gozó de consideración y estima pública por parte de los laburantes. Y si alguna crítica se hacía sentir, Culaciati decretaba estado de sitio permanente y censura al periodismo. ¿Era autoritario el Presidente? Hasta la miércoles. Pero estamos hablando de los finales de la llamada Década Infame, no de San Martín y Belgrano.
LA UNIÓN DEMOCRÁTICA.
El desconcierto en el Partido Radical era grande. Los socialistas, vencedores en marzo en la Capital, se asomaban como futuros aliados. Una gran alianza política contra el nazipresidencial, con la venia de la ‘Embajada’, de todos los partidos no conservadores: Desde el radicalismo, pasando por socialistas, demócratas progresistas, comunistas, la gran prensa, empresarios, y hasta sectores del antipersonalismo. Solo les faltaba el candidato, que ya se venía anunciando.
Brasil acaba por ingresar a la guerra y el General Ingeniero recuerda ser oficial honorífico del país hermano y rival: Con estrépito de la prensa se pone a disposición para pelear. Getulio Vargas le manda el avión presidencial y es recibido en triunfo allá y al regresar. La “Unión Democrática” tiene candidato.
 Jóvenes oficiales van a verlo a Castillo, preocupados, pero el ladino presidencial los calma con una sonrisa: Puro espamento, no hay con que darle al poder que viene del Presidente.
La formidable estructura montada por Justo desde el ’30, e inclusive antes, que depositaba la política argentina en el Ejército, era manejada por Castillo con la ayuda de los oficiales. Mientras anduvieran juntos, no había con que darles.
Había un pequeño contrapunto que Castillo eludía con su acostumbrada docencia: El fin del fraude. Los militares lo querían y al Presidente no le convenía. Alguien, siempre hay alguien, le dice que sume al gobierno a la gente de FORJA, que han roto con la UCR. El Presidente invita a Arturo Jauretche a su casa de calle Juncal. Jauretche, con su extraña capacidad de acertar en los diagnósticos pero incurable impolítico, se atreve a criticar al dueño de casa e intenta darle lecciones de gobierno. Castillo lo miró como quien mira a un sonso y lo despidió con amabilidad. Jauretche se retiró de la reunión con la certeza quel Presidente iba a un atajo sin salida por no escuchar sus recomendaciones. Cosas de intelectuales.
Al finalizar el larguísimo 1942, Castillo contaba con todas las barajas importantes, su talento, sus mañas y su integridad patriótica para imponer Presidente. Frente suyo, estaba Justo en pie, herido en la contienda, al cual nunca hay que dar por muerto.
 Me equivoqué. No acababa de empezar 1943, que el General Ingeniero se moría de manera sorpresiva. All power for Castlle.

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