Rosas

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lunes, 31 de enero de 2011

Gustavo Martínez Zuviría, Maestro de América

Por Guillermo Furlong S. J.

De algunos años a esta parte, se ha pretendido dar el título de Maestro de América a no pocos hombres de relieve intelectual o de acción fecunda, nacidos en algunos de los países de prosapia hispana. Según los portorriqueños, corresponde esa gloria a Eugenio María Hostos; los ecuatorianos consideran que es gloria que corresponde a Juan Montalvo; según los cubanos a José Martí; ajuicio de los chilenos, nadie como José Toribio Medina es digno de tal calificativo, y entre nosotros no han faltado quienes han creído ingenuamente que Domingo Faustino Sarmiento era el más acreedor a tan alta calificación. El hombre que pretende ser maestro, ante todo y sobre todo, ha de ser hombre, esto es, ha de tener el entendimiento sometido a la verdad y la voluntad sometida a la moral, y ya que se trataba de hombres que vivieron y actuaron en países fundamentalmente cristianos y católicos, ha de tener todo lo dicho, dirigido y elevado por la Fe. Cuando a esto se llega, se tiene al hombre completo, al hombre por excelencia, y que con sólo quererlo será en verdad un maestro. En un hombre y en un maestro de esa tesitura, humana y divina, la razón da luz, la imaginación vivifica, la religión diviniza. Tal fue, entre nosotros, el caso de José Manuel Estrada, en las postrimerías de la pasada centuria, y ése ha sido el caso de Gustavo Martínez Zuviría, desde principios de este siglo hasta el día de ayer, con la enorme ventaja a favor de éste de haber contado con un auditorio incomparablemente más amplio e incomparablemente más deseoso de escuchar sus lecciones. Como hombre, sería difícil discernir el primero y segundo puesto, pero en cuanto a los alcances de sus lecciones verbales, Martínez Zuviría, no ha tenido rival en lengua castellana y en la América Hispana. Su nombre de pluma Hugo Wast es tan popular como el que más en los llanos de Casanave como en el Altiplano peruano, entre las gentes del Caribe como entre las de la Patagonia. No hay persona de alguna cultura que no haya leído FLOR DE DURAZNO, aparecido en 1911, y que en 1960 lleva ya 33 ediciones con un total de 199.000 ejemplares, o LA CASA DE LOS CUERVOS, que entre 1916 y 1960 ha tenido 29 ediciones con 76.000 ejemplares, o Los OJOS VENDADOS, editada en 1921, que ha sido reimpreso 12 veces, y ha tenido una tirada total de 120.000 ejemplares, o FUENTE SELLADA, que vio la luz en 1914, de 18 ediciones y 117.000 ejemplares, o DESIERTO DE PIEDRA, nacida en 1925, de 25 ediciones con 134.000 ejemplares; o alguna otra de sus tantas novelas igualmente populares, ya que todas ellas han tenido diez o más ediciones con tiradas que se acercan o pasan de los cien mil ejemplares. De Hugo Wast no se puede decir que es un best-seller, sino que es el best-seller, y es probable que él solo haya superado en la venta de sus novelas a todos los demás novelistas hispanoamericanos tomados en conjunto. Lo cierto es que los dos millones y medio de ejemplares de sus tantas novelas han contado con muchos millones de lectores. El Maestro de América contó con un auditorio inmenso y es fácil poner de manifiesto dos hechos: cada una de sus novelas, sin moralizar, moralizó; y cada uno de les lectores, después de leídas, se sintió espiritualmente, y aun humanamente, mejor. Para ciertas gentes, Hugo Wast es vulgar, por la simple razón de que no perdió su tiempo inventando una filosofía pequeña, teniendo como tenía, desde que salió del Colegio de la Inmaculada en la ciudad de Santa Fe, una filosofía grande. Y como ha expresado muy bien Chesterton, nueve de cada diez hombres verdaderamente grandes han compartido una misma filosofía con los hombres del montón. Ése fue uno de los grandes secretos de Hugo Wast. Habló en cristiano. Otro de sus grandes secretos fue el hablar en castellano llano y sencillo, sin afectación alguna. Es arroyuelo de agua cristalina sin mezcla Agua pura y limpia Habló en cristiano y en castellano, y jamás manchó página alguna con torpezas y lujurias, que tantos consideran imprescindibles en una novela, y jamás atropello la moral y la doctrina católicas, ni hay en tantas páginas una burla de lo religioso. Antes por el contrario, las cosas de Dios y las prácticas piadosas son respetadas y estimadas. Ésa es quizás una de las principales razones de la conspiración del silencio que se ha procurado hacer en torno a Martínez Zuviría, llegando a clasificarlo entre los novelistas de segunda o tercera categoría. Por otra parte, no se puede juzgar a un autor sacándolo de su época. Pero hay una tercera razón: Martínez Zuviría, enamorado de la verdad en primer término, y de la belleza, en segundo lugar, escribió contra todos aquellos que, de un modo u otro, envenenan la mente de la gente sencilla. Las líneas opacas, cuando no insidiosas, que en el día de su deceso le dedicaron algunos matutinos de Buenos Aires, testimonian una lamentable confabulación de silencio. Un hombre de carácter, eso fue Martínez Zuviría desde lo días de su juventud, cuando allá en 1903 combatió al doctor Raúl Villarroel y publicó su primer libro LA CREACIÓN ANTE LA PSEUDO-CIENCIA, hasta el día de su deceso, sin declinar a la diestra o a la siniestra. El antes quebrarse que doblarse era su táctica, como hombre y como cristiano, y aunque caballero en la extensión más vigorosa de este vocablo, si era benigno con el pecador, era intolerante con el pecado. El jugarse todo era una expresión que le cuadraba y según la cual pensó, amó, vivió y actuó. Sabía que la tesis que presentaba para el doctorado en leyes sería rechazada por no avenirse con los postulados liberales de la época, pero no cejó en su demanda, y si bien fue en efecto rechazada, sabía él que, a la corta o a la larga, triunfa la verdad, y ésta le coronó de gloria. Como director de la Biblioteca Nacional comprobó el mito tocante al supuesto fundador de la misma, y aunque sabía que el entonces ministro de Instrucción Pública habría de rasgar sus vestiduras ante aserto tan irreverente, no titubeó en decir la verdad, pero toleró, por proceder de autoridad superior, el que en su misma presencia, y en un pintoresco acto de desagravio, se volviese a sostener el tan infundado mito. Diputado nacional, no trepida en reconocer que los de su mismo partido han hecho votar aun a los muertos, y habla un lenguaje al que no estaban acostumbrados ni los llamados padres de la patria, ni los asiduos a la barra. Lo cáustico, y hasta hilarante, de sus respuestas detiene a quienes pretenden corregirle o enmendarle, y Octavio Bunge comprobó que el ser agudo y travieso no se oponía al hecho de ser caballero, y caballero católico. Como ministro de Instrucción Pública, le cabe a Martínez Zuviría la gloria de haber declarado como pensador, y como jurista que la ley 1420 era antiargentina, antidemocrática, antipedagógica, hasta inhumana, y, por otra parte, aptísima para engendrar una dictadura, ya que ella lo era en sí misma, y como ministro de Estado, publicó el salvador decreto-ley 18.411 del 31 de diciembre de 1944, que lleva su firma, y la del entonces presidente de la Nación, Pedro Pablo Ramírez. La ley sancionada en marzo de 1947, conviene no olvidarlo, sólo ratificó aquel decreto-ley. Gran acierto fue el del general Ramírez y el de su ministro Martínez Zuviría, ya que "el Estado en su función específica de dirigir a los gobernados —escribe el doctor Gómez Forgues— no puede prescindir del hecho religioso". Ni el doctor Martínez Zuviría ni católico alguno ha pretendido ni pretenderá imponer la enseñanza religiosa a los no cristianos, sino, a lo más, exponerla a éstos; obrar de otra suerte estaría en abierta pugna con el espíritu y con la doctrina de la Iglesia. La dictadura posterior abolió la enseñanza religiosa en las escuelas, pero su existencia había demostrado en la forma más palmaria que el 90 por ciento de la población quería dicha enseñanza. Aun en las provincias menos religiosas, como Chubut, Misiones y Santa Cruz, más del 80 por ciento estaba a favor de la misma. Como lo preveía el doctor Martínez Zuviría, ese 10 por ciento de ateos, liberales, comunistas, etcétera, levantaría el grito al cielo, y habrían de cubrirle con el manto de retrógrado, hasta apodarle el Torquemada argentino, pero sabía que había cumplido con su deber, y eso le bastaba. "La verdad os librará", y él la buscó, la siguió, la secundó, y ella le hizo libre, en la libertad de los hijos de Dios, única verdadera libertad. Aun en las postrimerías de su larga, laboriosa y fecunda vida, tuvo el doctor Martínez Zuviría, otra oportunidad de decir la verdad, y la dijo con valentía, y sobre base documental irrebatible. Por eso escribimos, cuando apareció la primera edición de AÑO X, que era ella una de las pocas páginas que se habían escrito de la verdadera historia argentina, y que si su autor no hubiera hecho en toda su vida otra cosa que escribir y publicar esa documentadísima monografía, podría estar satisfecho de que su existencia, lejos de ser vana, habría sido fecundísima. Hombre de una sola pieza, y católico sin restricciones y sin reservas, Martínez Zuviría, si fue dúctil y tolerante en las cosas superficiales, fue acerado y rectilíneo en las substanciales. No era una caña agitada por cualquier viento. Las cosas y los hombres no le gobernaban. Por eso ni los contratiempos le aplanaban, ni los aplausos lo engreían. Jamás leía los elogios que se hacían de sus egregias dotes literarias, ni de sus popularísimas novelas, tanta de ellas traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, portugués, holandés, ruso, polaco, checo, esloveno, y aun a los idiomas más exóticos del Asia. Su sencillez con todos y su abajamiento a las gentes más modestas hacían creer que Hugo Wast nada tenía que ver con Gustavo Martínez Zuviría. No "buscó la gloria y por eso mismo ella le siguió doquier, como jamás ha seguido a argentino alguno". Cuando la patria argentina, que desde 1884 ha perdido su ruta, vuelva, aunque sea después de las terribles crisis que ha sufrido en estos últimos decenios y después de los días de amargura y aun de trastorno que le aguardan, a encontrar y seguir su camino tradicional, y que como Dionisio a Clodoveo le diga la verdad: "quema lo que hasta ahora has adorado, y adora lo que hasta ahora habías quemado", surgirá la gran nación apoyada sobre la verdad y la justicia y no titubeará en proclamar a Gustavo Martínez Zuviría el Maestro de América.

sábado, 29 de enero de 2011

Pacto de Cañuelas

CONVENIO RESERVADO ENTRE LAVALLE Y ROSAS, QUE CONDICIONA EL CONVENIO PUBLICO PRECEDENTE
El General Don Juan Lavalle Gobernador Provisorio de la Provincia de Buenos Aires y el Comandante General de Campaña Don Juan Manuel de Rosas, considerando:
1°. Que para dar solidez y estabilidad a la convención celebrada en esta fecha, y a la paz pública que es su efecto, es necesario evitar, en cuanto sea posible, que uno u otro de los partidos que se han combatido se crea sacrificado a la influencia decisiva del otro.
2°. Que para esto sería preciso que la dirección de los negocios públicos recayese en personas que por su carácter y principios conocidos, por su espiritu de moderación, y por su firmeza puedan aquietar los ánimos e inspirar confianza a todos.
3°. Que en el estado de irritación y encarnizamiento a que han llegado los ánimos en la presente lucha, y últimamente que seria aumentar la discordia dejar sólo a las maniobras de los partidos las elecciones populares, hemos convenido lo siguiente.

ARTICULO UNICO
Ambos contratantes emplearán todos los medios legales que les dan su posición e influencia para que la elección de Representantes de ]a Provincia recaiga en las personas de... (a continuación se da una lista de candidatos a titulares y suplentes).
Para Gobernador de la Provincia en la de Don Feliz Alzaga.
Para Ministro de Gobierno en la de Don Vicente López.
Para Ministro de Hacienda Don Manuel García
quedando a la voluntad del Gobernador de la Provincia el elegir la persona que deba desempeñar el Ministerio de la Guerra.
Declarando como declaran que la composición del Gobierno y Sala de Representantes en la manera que va expresada es la base fundamental y condición precisa para que tenga efecto todo lo pactado en la convención celebrada en esta fecha, y este artículo tendrá igual tuerza que si fuese inserto entre los demás de la dicha convención.
Juan Lavalle - Juan Manuel de Rosas
en Asambleas Constituyentes Argentinas, T. VI, 2° parte, p. 191.

Curupaytí

Por Leonardo Castagnino
Mitre demostraría una vez más su impericia militar. La acción de Curupayty sería digna de una obra tragicómica, si no fuera que ocurrió realmente y en una guerra cruenta que costó miles de vidas.

Mitre, necesitado de un triunfo para levantar su alicaído prestigio militar (prestigio imaginativo y literario, en realidad) decidió tomar Curupayty, una fortificación de troncos defendida solamente por siete regimientos de infantería con 49 cañoncitos y dos escuadrones de caballería. Mitre en cambio, con 17.000 hombres, “literalmente” arrasaría a los paraguayos, y se haría de la victoria que necesitaba.
Estudioso de las “estrategias europeas”, Mitre decidió entonces una estrategia inobjetable (según su punto de vista): un ataque frontal a bayoneta con los 17.000 hombres, luego simular una retirada para que el enemigo salga en persecución, y más tarde dar media vuelta y batirlos fuera de la fortaleza. Lo que no tuvo en cuenta Mitre, era, en primer lugar, el terreno fangoso tras tres días de lluvia que separaba su posición del enemigo, y en segundo lugar, que los paraguayos se manejaban por instinto (o talvez hayan leído los mismos libros de estrategia), porque en vez de salir a perseguir a los atacantes, se quedaron mirando como estos desandaban el pantano con gran esfuerzo. El ejército de Mitre tuvo que recorrer por tercera vez el pantano lleno de cadáveres de su propio ejercito, para desalojar la “fortificación”, lo que terminó en una tragedia. Murieron 10.000 argentinos y brasileros y 92 paraguayos.

“...los infantes volvieron a la carga en el campo fangoso obstruido de cadáveres, agotados por el peso de sus armas. Protegidos en sus trincheras, los paraguayos hacían estragos que los aliados no contestaban porque no vían al enemigo.” Mitre embriagado del mismo optimism enfermizo y heroico de Cepeda, ordenaba avanzar, avanzar y avanzar siempre. La hecatombe hubiera seguido por la noche si Porto Alegre, respetuosa pero firmemente, no se impusiera y ordenase la retirada.” (J.M.R.Hist.Arg. t.VII.p.166) Murieron 10.000 argentinos y 92 paraguayos.

En Buenos Aires, Martín Piñeiro informa a Sarmiento: “Solo Mitre ha podido hacer perecer a tanto argentino…no se pregunta quien murió sino quien vive...causa lastima salir a la calle”

En Curupayty muere Dominguito, el hijo de Sarmiento, a quien le escribe Piñero: “el desastre brutal que reveló la incapacidad del general en jefe (Mitre) que solo por su parte oficial hubiera sido fusilado por un consejo de guerra.”(Revista del Museo Histórico Sarmiento II-III)

martes, 25 de enero de 2011

Política Británica en el Río de la Plata

Por Raúl Scalabrini Ortíz

"Todo lo que nos rodea es falso e irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran. Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo, es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera."
La economía es un método de auscultación de los pueblos. Ella nos da palabras específicas, experiencias anteriores resumidas, normas de orientación y procedimientos para palpar los órganos de esa entidad viva que se llama sociedad humana. En puridad, la economía se refiere exclusivamente a las cosas materiales de la vida: pesa y mide la producción de alimentos de materia prima, tasa las posibilidades adquisitivas, coteja los niveles de vida y capacidad productiva, enumera y determina los cauces de los intercambios y, en momentos de fatuidad, pretende pronosticar las alternativas futuras de la actividad humana. Pero la economía bien entendida es algo más. En sus síntesis numéricas laten, perfectamente presentes, las influencias más sutiles: las confluentes étnicas, las configuraciones geográficas, las variaciones climatéricas, las características psicológicas y hasta esa casi inasible pulsación que los pueblos tienen en su esperanza cuando menos.

El alma de los pueblos brota de entre sus materialidades, así como el espíritu del hombre se enciende entre las inmundicias de sus vísceras. No hay posibilidad de un espíritu humano incorpóreo. Tampoco hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad de hombres cuyos lazos económicos no están trenzados en u destino común. Todo hombre humano es el punto final de un fragmento de historia que termina en él, pero es al mismo tiempo una molécula inseparable del organismo económico de que forma parte. Y así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma.

Temas para extraviar son todos los de la realidad americana. Esa realidad nos contiene, su calidad condiciona la nuestra. Somos un instante de su tiempo, un segmento de su espacio histórico. Ella delimita constantemente la posibilidad del esfuerzo individual. No podemos ser más inteligentes que nuestro medio sin ser perjudiciales a los que quisiéramos servir y a nosotros mismos. Valemos cuanto vale la realidad que nos circunda.

La realidad se anecdotiza incesantemente en nuestros actos y en nuestros pensamientos sin que la inteligencia americana se preocupe de consignarlos. Solemos referirnos a los pasados de América que se anotaron con trascendencia histórica, solemos hilvanar imaginerías sobre su porvenir, pero el instante vivo en que la historia se confecciona, sólo ha merecido desdén de la inteligencia americana que podía haberlos descrito. Y ésa es una de las grandes traiciones que la inteligencia americana cometió con América.

Cinco siglos hacen ya que la sangre europea fue injertada en tierra americana. Tres siglos, por lo menos, que hay inteligencias americanas nacidas en América y alimentadas con sentimientos americanos, pero los documentos que narran la intimidad de la vida que esos hombres convivieron no se encontrarán, sino ocasionalmente, por ninguna parte.

Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron. Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre. La llamada civilización entró a sangre y fuego o en lentas tropas de carretas cantoras. El aborígen fue sustituído por inmigrantes. ëstos eran hechos enormes, objetivos, claros. La inteligencia americana nada vió, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego op disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores, menos aún podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruídos en los problemas que debían encarar.

Sin un contenido vital, las palabras que en Europa determinan una realidad, en América fueron una entelequia, cuando no una traición. El conocimiento preciso de la realidad fue suplantado por cuerpos de doctrina, parcialmente sabidos, que no habían nacidop en nuestro suelo y dentro e los cuales nuestro medio no calzaba, ni por aptitudes, ni por posibilidades, ni por voluntad. La deliberación de las conveniencias prácticas fue reemplazada por antagonismos tan sin sentido que más parían antagonismos religiosos que políticos o intelectuales. En esas luchas personales o absurdamente doctrinarias se disipó la energía más viva y pura que hubiera podido animar a estasnacientes sociedades.

Los revolucionarios de 1810, por ejemplo, con exclusión de Mariano Moreno, adoptaron sin análisis las doctrinas corrientes en Europa y se adscribieron a un libre cambio suicida. No percibieron siquiera, esta idea tan simple: si España, que era una nación poderosa, recurrió a medidas restrictivas para mantener el dominio comercial del continente ¿cómo se defenderían de los riesgos de la excesiva libretad comercial estas inermes y balbuceantes repúblicas sudamericanas? Pero el manchesterismo estaba en auge y a su adopción ciega se le sacrificó todas las industrias locales.

América no estaba aislada. Fuerzas terriblemente pujantes, astutas y codiciosas nos rodeaban. Ellas sabían amenazar y tentar, intimidar y sobornar, simultáneamente. El imperialismo económico encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran. Este libro no es más que un ejemplo de alguna de esas falsías.

Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es a veces dolorosa, pero es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones. Desgraciadamente, es difícil aprehender con seguridad a nuestro país. Hay que darlo por presente en las meras palabras que lo denominan o en los símbolos que lo alegorizan. O ser extremadamente sutil para asir entre lo ajeno y lo corrompido esa materia finísima, impalpable casi e incorruptible que es nuestro espíritu, el espíritu de la muchedumbre argentina: venero único de nuestra probabilidad.

Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es una gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas.

Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir el desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo.

Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevariación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.

No es un impulso moral el que anima estas palabras. Es un impulso político. Cuando los Estados Unidos de Norte América se erigieron en nación independiente, Inglaterra, vencida, parecía hundirse en la categoría oscura de una nación de segundo orden, y fue la energía ejemplar de William Pitt la salvadora de su prestigio y de su temple. Decía Pitt: "Examinemos lo que aún nos queda con un coraje viril y resoluto. Los quebrantos de los individuos y de los reinos quedan reparados en más de la mitad cuando se los enfrenta abiertamnete y se los estudia con decidida verdad". Ésa es la norma de este libro.

lunes, 10 de enero de 2011

El vuelo de Miguel Fitzgerald en 1964

por Sandra Russo

Memorias de un aviador solitario y su aventura en las islas Malvinas
Miguel FitzGerald fue el primer argentino en volar a las islas y plantar la Bandera nacional. Lo hizo en 1964, piloteando un Cessna, el día de su cumpleaños. Dejó una proclama y regresó.
Miguel FitzGerald había hecho dos años antes otra hazaña, un vuelo a Nueva York sin escalas.
En la casa de Miguel FitzGerald hay mucho movimiento, porque le festejan sus 80 años. Y él, hijo de padre y de madre irlandeses, acomoda su cuerpo alto y flaco en un sillón del living para relatar la hazaña de su vida. Es su propio festejo. Quizá Miguel no lo sabe. Al menos por la forma en que lo cuenta, pareciera que aterrizar en las islas Malvinas en l964, difundir una proclama y plantar una bandera argentina en ese suelo fue una ocurrencia que tuvo. Va desgranando paso a paso esa historia tan familiarizada con él, que una primera impresión puede hacerle a uno pensar que Miguel no le da demasiada importancia, que hizo algo que creía que debía hacerse, y ya. Pero Miguel llevó a cabo, hace 42 años, un sueño que tuvo, y su Cessna quedó estampado en ese año que lo tuvo por protagonista. Ser piloto civil, dice, es una vocación. "Ya a los seis años tenía esa chifladura", sintetiza. A los 16 voló planeadores y a los 20 aviones con motor. Trabajó en Aerolíneas, hizo fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles. El aclara: "Menos fumigación y contrabando, hice de todo". Ese año, 1964, Malvinas estaba en la agenda de la ONU. No por iniciativa del gobierno argentino, sino por decisión de la Asamblea, se iba a tratar el tema de las colonias en América. Y en los hangares del país, en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía un sueño: mandarse, plantar bandera.
Miguel decidió que lo haría. Un amigo suyo trabajaba en La Razón y averiguó si al diario le interesaba la cobertura. A Miguel a su vez le interesaba la difusión, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa. El viejo Félix Laiño (editor del diario de los Peralta Ramos) no se interesó para nada. Pero acababa de salir otro diario, Crónica, y a su joven director se le subió ese viaje a la cabeza.
"Me ofreció el avión, la nafta, los gastos, si viajaba conmigo un fotógrafo del diario. Pero ese viaje era mío. Yo solamente quería que me hicieran una nota cuando volviera, para cubrirme."
El Cessna se lo prestó finalmente Siro Comi, el presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones. Fue redactada la proclama que reivindicaba a las islas como argentinas, y Miguel partió rumbo a Río Gallegos, hacia su hazaña personal. Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día él cumplía 38 años.
Quince minutos
"Cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso. Está concentrado en lo que está haciendo. Yo soy así, muy cerebral", dice Miguel, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal. En Río Gallegos, su pista de despegue fue la del Aeroclub, que no tenía torre de control monitoreada por la Fuerza Aérea. Y se mandó. Y cuando lo cuenta vuelve atrás.

"Yo salgo de Gallegos, vuelo mar adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago. Desde arriba se ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación normal’, y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo el archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo zambullirme entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un cerro de seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó hacia debajo de la capa de nubes, identifico Puerto Stanley, busco la pista de cuadreras, y aterrizo. Me bajo del avión, saco la Bandera y la cuelgo del enrejado de la cancha. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje. Me pregunta si necesito combustible. No se le ocurre que soy argentino. Le doy la proclama y le digo: ‘Tome, entréguele esto a su gobernador’. Me subo al avión y vuelvo a Gallegos. Habré estado en Malvinas unos quince minutos."
Cuando llegó a Río Gallegos, Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la primicia. El título en letra catástrofe fue: "Malvinas: hoy fueron ocupadas".

Ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa. La Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia. Su competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico. Cuenta la leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares que ese antecedente después modificó el negocio y la relación entre los dueños de los diarios y los repartidores.
Al volver a Buenos Aires, en Aeroparque, los muchachos de Tacuara esperaban a Miguel. Lo subieron a un jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe. Ese recibimiento y el festejo popular impidieron a la Fuerza Aérea suspender la matrícula de piloto de Miguel: fue solamente apercibido.
Miguel busca la tapa de Crónica, y no la encuentra. No es de extrañar en un hombre que hizo lo que hizo y ni por un momento se lamentó de no tener una foto que hubiese registrado la hazaña. Miguel es un piloto solitario que ya dos años antes había hecho el primer vuelo sin escalas desde Nueva York a Buenos Aires. Ayer, cumplió ochenta años, y parecía satisfecho de la vida que ha vivido.

Lomas Valentinas


Por Leonardo Castagnino
En Asunción la población moría por la calles. El 21 de diciembre, al mando de López, resiste el embate de los aliados, muy superiores en número. El general y ministro de Estados Unidos presencia la batalla desde su campamento:

“Seis mil heridos, hombres y chiquillos, llegaron a ese campo de batalla el 21 de diciembre y lucharon como ningún otro pueblo ha luchado jamás por preservar a su país de la invasión y la conquista...otros han fugado (hacia su propio ejército) de las pocilgas que utilizaban los invasores como prisión,...el cuartel Paraguayo comenzó a llenarse de heridos incapacitados positivamente para seguir la lucha. Niños de tiernos años arrastrándose, las piernas desechas a pedazos con horribles heridas de balas. No lloraban ni gemían, ni imploraban auxilios médicos. Cuando sentían el contacto de la mano misericordiosa de la muerte, se echaban al suelo para morir en silencio”

Niño "soldado" paraguayo
Hubo prodigios de coraje: Felipe Toledo, de ochenta años, carga diez veces al frente de la escolta presidencial para caer en la décima; Valois Rivarola, con una herida recibida en Avay, abandona el hospital y toma el primer caballo que encuentra. Una bala le rompe el cráneo: sujetando la masa encefálica, que se le escurría, con los dedos de una mano, con la otra disparaba su carabina. (JMR.t.VII.p.204)

López ya “No tenía soldados, no tenía proyectiles, no tenía que comer. Solo noventa fantasmas le rodeaban en la cumbre de la trágica colina, aguardando sus palabra para correr a la muerte”; se retira con los restos y para el 27 logra reunir “dos mil combatientes de inválidos y niños a quienes hubo que poner barbas postizas para quitarles su aspecto infantil detuvieron durante ocho horas el ataque de 28.000 aliados. La batalla terminó cuando terminó nuestro ejército.” (O´Leary. Cit.JMR.tVII.p.205)

Fuentes:
- García Mellid. Atilio. "Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay".
- Castagnino L. Guerra del Paraguay La Triple Alinza contra los paises del Plata.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

El Gauchito Gil


por Félix Coluccio

Antonio Mamerto Gil Núñez, o Antonio Gil, o Curuzú Gil (Cruz en guaraní) tenía a mediados del siglo pasado, una banda que “despojaba de dinero a los ricos para dárselo a los pobres”. La denominación “curuzú” significa cruz.

Se cree que nació en el departamento correntino de Mercedes (antes denominado Pay Ubre), en cuyo cementerio se encuentra su cuerpo; murió un 8 de enero de 1878.

Su mayor trascendencia transcurrió entre 1840 y 1860, época de caudillos y montoneras. Su vida está envuelta en mil enredos, se dice que fue peón explotado que se volvió matrero, también que actuó en la Guerra del Paraguay bajo las órdenes del General Madariaga, y que fue ejecutado por desertor.

Según contaba doña Anabel Miraflores, su madre Estrella Díaz de Miraflores, una rica estanciera, tuvo amoríos con Gil, y a la vez era pretendida por el comisario del pago. Esta situación, más el odio que le tenían los hermanos de la estanciera, hizo que el Curuzú huyera de Pay Ubre y se fuera a alistarse en la Guerra del Paraguay.

Los federales litoraleños, después de la caída de Rosas, se dividieron en Rojos (tradicionales de la divisa punzó o autonomistas) y Celestes (liberales), según cuentan las historias, Gil fue reclutado por los celestes del coronel Juan de la Cruz Salazar, y como el gauchito era netamente colorado, aprovechó un descuido y se dio a la fuga con el mestizo Ramiro Pardo y el criollo Francisco Gonçalvez; compañeros a los que el derrotero convirtió en cuatreros famosos. Sus compinches fueron muertos a tiros de trabuco y el gaucho fue detenido y llevado a Goya. A pesar de la intercesión del Coronel Velázquez, en el camino, fue colgado cabeza abajo desde un algarrobo (en camino a Goya, a unos 8 kilómetros de Mercedes) y degollado.

Aparentemente fue colgado de esa forma para evitar los supuestos poderes hipnóticos que tenía y para que no influyera el payé de San la Muerte que tenía colgado al cuello.

Su primer acto milagroso sucedió momentos antes de su muerte. El dijo a su futuro verdugo que una vez que le diera muerte, iba a ir a su casa y encontraría a su hijo muy enfermo, pero que si lo invocaba, sanaría. Una vez decapitado, el comandante llevó la cabeza en sus alforjas a Goya, y el verdugo no dejó el cuerpo a las alimañas, dándole sepultura. Este mismo sargento-verdugo al llegar a su casa vió que sucedía lo que dijo el gauchito, entonces, volvió al lugar de la ejecución y puso una cruz de espinillo (algunos dicen que de ñandubay); al poco tiempo la gente comenzó a visitar el algarrobo y la tumba, dejando ex-votos y velas encendidas.

Los dueños del campo, de apellido Speroni, al ver el peligro que significaban las velas encendidas en el campo, hicieron trasladar la tumba al cementerio de Mercedes… pero al poco tiempo cayó gravemente enfermo con un mal que degeneró en locura, los médicos lo desahuciaron y él, en un momento de lucidez, prometió que si el gauchito lo sacaba de la cruel y desconocida enfermedad, le haría un monumento fúnebre… al momento curó y edificó un pequeño santuario de piedra que aún hoy se puede observar… de allí en más fueron varios lo milagros del gaucho y su culto se expandió por gran parte del territorio argentino. Actualmente compite cabeza a cabeza con otra creencia popular de magnitud: la Difunta Correa.

viernes, 7 de enero de 2011

La "batalla" por los caballos

Por el Ingeniero Leonardo Castagnino
Mientras se hacia la defensa de Paysandú, en la costa opuesta se libraba otra batalla trascendental: era un duelo entre el militar jefe de la caballería brasileña Manuel Osorio, futuro Marqués de Erval, y el mismísimo Justo José de Urquiza; el campo de batalla era el palacio de San José, y la lucha era por el precio de venta de 30.000 caballos entrerrianos al ejercito imperial.
“Correspondía ésta adquisición –dice el brasileño Pandiá Calógeras- al desarme del posible adversario, pues los entrerrianos, óptimos y admirable jinetes, no formaban sino pobre infantería”
Ignorando las alternativas de este combate por la caballada, los federales entrerrianos esperaban una señal de Urquiza para cruzar el río en auxilio de Paysandú, y Francisco Solano López esteraba desde noviembre con un ejército en la frontera, el “pronunciamiento” prometido por Urquiza. Para cruzar el territorio argentino y llegar en pocas jornadas a Paysandú. Al tiempo de llevarse el último ataque decisivo a Paysandú, y cerrarse el negocio de la caballada entrerriana -1° de enero de 1865- impaciente, Solano López le escribía a su ministro en París, Cándido Bareiro: “Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una actitud decidida, no siendo posible que continúe como hasta aquí” Pero, como dijimos, Urquiza “estaba en otra”, y la “actitud decidida” que había tomado, era la venta de 30.000 caballos al imperio. El precio logrado fue “generoso”: trece patacones “lo que pisa”, hacia un total de 390.000 patacones. Casi el mismo que los 400.000 que le habían sido otorgados en 1851 por su participación en Caseros.
Pandiá Calógeras, describe en duras palabras la actitud de Urquiza, que se desentiende de Paysandú y deja en la patriada a entrerrianos, blancos orientales y federales argentinos:
“Nao existía em Urquiza o estofo de um homem de Estado: nao passava de um condettiere…”
“…permaneceu inativo por tanto. De fato, assim éle traía a todos. Cuidao a Brasil a tornar inofensivo, Urquiza, embora inmensamente rico tenha pela fortuna amor inmoderado: o general Osorio, o futuro marqués de Erval conhecia-lhe o fraco e deliberou servir déle”
Bibliografia:
- Rosa, José María – La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – Buenos Aires (1985).
- García Mellid. Atilio. "Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay"(1965)
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

martes, 4 de enero de 2011

Juan Carlos Castagnino - Pintor de las cosas nuestras

Por el Ingeniero Leonardo Castagnino

Nació en Mar del Plata el 18 de noviembre de 1908 en el cuarto de un hotel que funcionaba sobre la vereda par de la Avenida Luro, entre España y XX de Setiembre.

Hasta 1914 vivió en las tierras de Camet donde su padre había instalado una herrería. Se crió dentro de un escenario donde desfilaba la síntesis del paisaje rural; carros, caballos y mensuales de campo se sucedían como en una cinta sinfín, con sus costumbres, colores y problemas.

Completó el bachillerato en apenas tres años, cursando y dando exámenes libres en el Colegio Nacional Mariano Moreno. En los veranos trabajaba en la sucursal de Mar del Plata de la casa Witcomb, la más antigua casa de exposiciones en la calle Florida de Buenos Aires, y la fuente de la documentación fotográfica de la Argentina en el último tercio del siglo XIX.

En 1928 ingresó a la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires para seguir Arquitectura, al mismo tiempo que lo hizo en el taller de croquis de la Mutualidad de Bellas Artes y posteriormente en la Academia Nacional de Bellas Artes.

En 1938 fue uno de los ayudantes del célebre muralista David Alfaro Siqueiros. Después fue uno de los pintores del equipo de muralistas integrado por Spilimbergo, Berni, Colmeiro y Urruchua, que pintó la cúpula de la Galería Pacífico, primera obra mural realizada en sitio público en la capital argentina.

1939 emprende su primer viaje a Europa. Asiste al taller de André Lothe en París.

En 1942 viaja por Italia, España y Francia.

En 1953 viajó al Oriente. Estuvo en China Popular, Mongolia, y dejó su testimonio de aquellos países en numerosas acuarelas, tizas y apuntes.

Concurre invitado en 1958 a la Feria Internacional de Bruselas y gana la medalla de honor con "La curtiembre" y en las mismas condiciones, mención especial en la Bienal de México de 1960.

En 1960 por viaja por México y recorre países de Centroamérica. Luego del viaje por América comienza a trabajar con acrílico.

En 1962, Castagnino hizo para EUDEBA, Editorial Universitaria de Buenos Aires, una serie de ilustraciones para del poema Martín Fierro, de José Hernández. Logró darle un rostro definido al más popular de los personajes de la literatura argentina y constituyó el acontecimiento editorial del año.

De 1964 a 1966 se establece en Roma y recorre casi toda Europa. Frecuentó las antiguas pinacotecas del arte occidental y concurrió al taller de André Lothe

En 1969 es invitado a exponer en la URSS, Polonia y Alemania.

Muere en Buenos Aires, el 21 de abril de 1972.

Obtuvo premios en salones provinciales y nacionales, en el exterior obtuvo la Medalla de Honor en pintura, Feria Internacional de Bruselas; el Premio Especial de dibujo II, Bienal de México, El Premio de Honor, Salón Internacional de Saigón.

Realizó múltiples exposiciones personales en galerías de la República Argentina, ha participado en el concurso Palanza organizado por la Academia de Bellas Artes y en Ciento Cincuenta Años de Pintura Argentina, organizado por el Museo Nacional de Bellas Artes.

En el exterior participó de exposiciones colectivas en París, Washington, Lima, Varsovia, San Francisco, Melbourne y Tokyo, Porto Alegre, México, Roma y Brasilia, entre otras; y en exposiciones individuales en Ecuador, Lima, Praga, México, Varsovia y Montevideo, entre otras.

Se lo denominaba "pintor social", queriendo significar es un artista que utilizaba la pintura para denunciar situaciones de injusticia.

En su última etapa, dos vertientes parecen insinuarse en la producción artística, por un lado las obras en que desarrolla una búsqueda plástica total y por el otro, aquellas en las que prevalece una intención política y comprometida. Pero sus obras no pueden quedar reducidas a una denuncia política, debemos diferenciar el aspecto militante y comprometido del hombre concreto, de la personalidad creadora y sus búsquedas.



Castagnino era un hombre preocupado por la problemática de su tiempo.

Entre sus obras de carácter mural se destacan: Fresco Obreros y Campesinos; Ofrenda de la Nueva Tierra; Galería Pacífico, en colaboración con Lino Spilimbergo, Antonio Berni, Demetrio Urruchua y Manuel Colmerio en Buenos Aires; Mural Elogio del Río Uruguay; Mural en el Amanecer de la Ciudad; Hombre, Espacio y Esperanza; Panel Sol y Luna, por citar algunas de sus magníficas realizaciones.

Miembro de número en la Academia Nacional de Bellas Artes; realizó dibujos sobre temas de la siderurgia para DALMINE S.A. En 1968 el Centro Editor de América Latina S.A publica su libro didáctico La Acuarela.

El Museo de Arte de Mar del Plata lleva su nombre desde 1982, como homenaje a este maestro de la plástica argentina.

domingo, 2 de enero de 2011

1966: operación cóndor

Por Roberto Bardini

Alrededor de las seis de la mañana del miércoles 28 de septiembre, 18 jóvenes argentinos, entre los que había una mujer, tomaron el control del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas que la noche antes había despegado del aeroparque Jorge Newberry hacia Río Gallegos. Fue el inicio del Operativo Cóndor.

Dardo Cabo, alias Lito, un joven alto y delgado de 25 años, periodista y afiliado a la Unión Obrera Metalúrgica, era el jefe del comando. Lo secundaba Alejandro Giovenco, de 21 años, de baja estatura pero fornido, apodado El Chicato a causa del grueso aumento de sus lentes.

Ambos entraron con pistolas a la cabina y le ordenaron al comandante del Douglas DC-4, Ernesto Fernández García, que cambiara el derrotero. "Ponga rumbo uno-cero-cinco", dijo Cabo. El piloto obedeció y enfiló la nave, con 35 pasajeros a bordo, rumbo a las Malvinas.

La periodista y dramaturga María Cristina Verrier, de 27 años, era la tercera al mando del grupo. Su padre, César Verrier, había sido juez de la Suprema Corte de Justicia y funcionario del gobierno de Arturo Frondizi (1958-1961). Un tío de la muchacha, Roberto Verrier, fue ministro de Economía durante tres meses de 1957, en tiempos de la "revolución libertadora".

Los otros integrantes del Comando Cóndor eran Andrés Castillo, de 23 años; Ricardo Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años, metalúrgico; Aldo Omar Ramírez, 18 años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29 años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado; Luis Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado; Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Bernardini, 28 años, metalúrgico; Edgardo Salcedo, 24 años, estudiante; y Víctor Chazarreta, 32 años, metalúrgico. La edad promedio del grupo era de 22 años. Todos eran peronistas.

Hacía tres meses que el general Juan Carlos Onganía estaba en el poder en nombre de una autodenominada "revolución argentina". Noventa días antes, un pelotón de la Guardia de Infantería de la Policía Federal había desalojado de la Casa Rosada al presidente Arturo Umberto Íllia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), quien había llegado al gobierno con poco más del 20 por ciento de los votos y con el peronismo proscrito.

Onganía, a quien sus compañeros de promoción apodaban El Caño -recto y duro por fuera, hueco por dentro- había proclamado que "la Revolución Argentina tiene objetivos pero no tiene plazos". Dos periodistas habían aportado su intelecto para desplazar a Íllia e instaurar a Onganía: Jacobo Timerman, desde la revista Confirmado, y Mariano Grondona, en Primera Plana. El primero hoy está considerado casi como "un héroe del cuarto poder"; el segundo, es un lamentable neodemócrata televisivo.

Esa mañana del 28 de septiembre, el general Onganía ignoraba lo que estaba sucediendo en el archipiélago sur. Una de sus mayores preocupaciones era la preparación del partido de polo que jugaría con Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte inglés, quien se hallaba de visita en Buenos Aires.

Veinte soldados constituían la fuerza militar del Reino Unido. Se cree que muchos de ellos eran mercenarios belgas que combatieron el ex Congo en los primeros años de la década del 60. También había una Fuerza de Defensores Voluntarios. Seis ex comandos ingleses que participaron de la Segunda Guerra Mundial entrenaban una o dos veces por año a los voluntarios. En el arsenal local, cada uno de los milicianos poseía su fusil, la provisión de municiones y el equipo militar; algunos guardaban el arma en la propia casa.

Sir Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard era el gobernador de la isla, pero ese 28 de septiembre de 1966 no se encontraba en el archipiélago. Lo suplantaba el vicegobernador.

Puerto Stanley carecía de pista de aterrizaje. Aquel día, el radioaficionado Anthony Hardy fue el primero en divulgar una noticia que conmovió a millones de argentinos: un avión Douglas DC-4 había descendido a las 8:42 en la embarrada pista de carreras cuadreras, de 800 metros. Su emisión se captó en Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos. Y de esas ciudades se retransmitió a Buenos Aires. Habían transcurrido 133 años desde la última presencia oficial argentina en las Islas Malvinas.

Los muchachos descendieron del avión y desplegaron siete banderas argentinas. El Operativo Cóndor tenía previsto tomar la residencia del gobernador británico y ocupar el arsenal de la isla, mientras se divulgaba una proclama radial que debería ser escuchada en Argentina. El objetivo no se pudo cumplir porque el avión, de 35 mil kilos, se enterró en la pista de carreras y quedó muy alejado de la casa de sir Cosmo Haskard. La nave, además, fue rodeada por varias camionetas y más de cien isleños, entre soldados, milicianos de la Fuerza de Defensa y nativos armados.

Bajo la persistente lluvia y encandilados por potentes reflectores, los comandos bautizaron el lugar como Aeropuerto Antonio Rivero. El sacerdote católico de la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los restantes pasajeros -entre los que se encontraba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y de la revista Así- se alojaran en casas de kelpers, mientras los "cóndores" permanecían en el avión.

Al anochecer, Dardo Cabo le solicitó al padre Roel que celebrara una misa en la nave y después los 18 jóvenes cantaron el Himno Nacional. Al día siguiente, luego de formarse frente a un mástil con una bandera argentina y entonar nuevamente el himno, el grupo entregó las armas al comandante Fernández García, única autoridad que reconocieron. Los muchachos fueron detenidos bajo una fuerte custodia inglesa durante 48 horas en la parroquia católica.

El sábado a mediodía, el buque argentino Bahía Buen Suceso embarcó a los 18 comandos, la tripulación del avión y los pasajeros rumbo al sur argentino, adonde llegaron el lunes de madrugada. Los jóvenes peronistas fueron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Ushuaia y Río Grande, en el territorio nacional de Tierra del Fuego. Interrogados por un juez, se limitaron a responder: "Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía". Quince de ellos fueron dejados en libertad luego de nueve meses de prisión. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus antecedentes político-policiales como militantes de la Juventud Peronista.

María Cristina Verrier, hija de un juez, y Dardo Cabo, hijo de un famoso dirigente gremial, se casaron en la cárcel.

El 22 de noviembre de 1966, los integrantes del comando fueron enjuiciados en Bahía Blanca. Como el secuestro de aviones aún no estaba penalizado en Argentina, los cargos de la fiscalía fueron "privación de la libertad", "tenencia de armas de guerra", "delitos que comprometen la paz y la dignidad de la Nación", "asociación ilícita", "intimidación pública", "robo calificado en despoblado" y "piratería". Así trató la dictadura militar del general Onganía al grupo de jóvenes patriotas, a quienes definió como "facciosos".

Casi cuatro décadas después, ningún libro de historia o manual escolar recuerda la gesta. La Academia liberal, mitrista y sarmientina, continúa en la jefatura de la "policía del pensamiento".