Rosas

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martes, 28 de febrero de 2023

El derrocamiento de Isabel Perón y el diálogo entre los jefes militares al detenerla: “La perdiz cayó en el lazo”

 Por Tata Yofre

“¿Quién quiere el golpe en la Argentina?”, le preguntaba la revista católica Criterio a sus lectores, a comienzos de 1976. Seguidamente sacaba como conclusión: “Porque se puede querer el golpe sin ser golpista, y en esa situación se encuentra la guerrilla. Pero lo que parecería cada vez más evidente, a juzgar por las conductas públicas y privadas, es que hay muchos altos dirigentes gubernamentales que recibirían con alivio un golpe que los descargara del manejo de una situación imposible y los transformara de nuevo en víctimas inocentes. Hay demasiados dirigentes irresponsables que están jugando a quedar bien colocados ‘para la próxima’, y que habiendo procedido como el administrador infiel del Evangelio, han previsto un cómodo retiro a la vida privada”.  El 13 de enero de 1976, el semanario de circulación restringida Última Clave se atrevió a aventurar: “Al paso que van las cosas anticipamos a nuestros lectores que la inflación para 1976 no estará por debajo del 500 por ciento anual, signo que representará un valor para el peso actual, a fines de este año, no mayor de un 20 por ciento de su poder adquisitivo al 1° de enero pasado (…) Mientras esto continúa su marcha inexorable hacia el desastre, al Tony (Cafiero) lo esperan grandes y graves problemas por cuestiones salariales, sobre las que nadie en los ministerios de Economía o de Trabajo sabe cómo va a terminar ni de dónde saldrán los dineros para satisfacerlos, en particular los correspondientes a los 1.660.000 agentes del Estado”.  “El país marcha a la deriva” dejaban entrever los principales medios escritos. Un simple dato revelaba el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, los gabinetes se sucedieron uno tras otro. Hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli. La crisis no tenía límites, ningún día era similar al anterior. Todo se alteraba diariamente, vertiginosamente: un litro de leche en enero de 1975 costaba 415 pesos y 1.125 pesos en enero de 1976. La emisión monetaria, de mayo de 1973 a marzo de 1976, aumentó catorce veces, según las estadísticas oficiales. Según el boletín semanal del Ministerio de Economía de febrero de 1976, el salario real estaba una cuarta parte más abajo del nivel en que lo había dejado Alejandro Agustín Lanusse, en mayo de 1973. El sábado 17 de enero, la Secretaría de Comercio Exterior de los Estados Unidos de Norteamérica advirtió a los exportadores que no debían anticipar una “rápida o fácil” solución de los problemas económicos argentinos, pues el futuro de la Argentina aparecía signado por la inestabilidad, la falta de cohesión política y la reacción gubernamental sobre bases “ad hoc”, desprovista de un plan económico global para superar la crisis. 
Mientras, desde su clandestinidad, el jefe del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho, editorializó: “Frente a la aventura golpista”, sosteniendo que “alentado por los sectores reaccionarios del imperialismo yanqui, los altos mandos de las Fuerzas Armadas Contrarrevolucionarias han adoptado la decisión de instrumentar a corto plazo un nuevo golpe de Estado represivo (…) Si finalmente ponen en ejecución sus planes será el comienzo de la guerra civil abierta y los generales facciosos encontrarán a su frente a la resistencia vigorosa y victoriosa de un pueblo dispuesto a entregar todo de si por la independencia y liberación”.
El costo de la vida aumentó en enero 14% y en febrero tocó el 20 por ciento. El aumento salarial (del 18% con un mínimo de 150.000 pesos), que otorgó el ministro Cafiero el 22 de enero, fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros diez días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. El miércoles 4 de febrero asumió Emilio Mondelli como ministro de Economía. El viernes 5 de febrero, el nuevo Ministro de Economía se dirigió a la población. En su discurso apeló a la frase del Apóstol San Juan “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” y pasó a informar: el producto bruto interno había caído 2,6 % en 1975; la demanda global había crecido 3% y la inversión había caído 16 % (la inversión en obras públicas cayó 24 por ciento). El déficit del balance de pagos ascendió a 1.095 millones de dólares. El ministro admitió: “Estoy en el aire”. Fue la frase del día.
El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, y dos funcionarios, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. Era famosa su frase, que había pronunciado hacia fines de 1975: “Así no llegamos” (a las próximas elecciones presidenciales). Era un duro crítico del gobierno a pesar de pertenecer al mismo partido. Había asumido la primera magistratura del Estado bonaerense en enero de 1974, cuando Perón hizo echar a Oscar Bidegain, tras el ataque del PRT-ERP al regimiento de Azul. En ese momento se sostenía que Bidegain era “laxo” con las organizaciones guerrilleras, especialmente con Montoneros (tiempo después integró la conducción del Partido Auténtico, brazo político de la organización subversiva). La reunión terminó cerca de las 21 horas, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: “Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada”.  El martes siguiente Isabel intentó calmar a las fieras, también en Olivos, porque Lorenzo Miguel y los “verticalistas” estaban enojados por su entrevista con Calabró. Mientras el sindicalismo discutía a través de todos los medios públicos, en la intimidad dialogaban con los militares. Hacían lo mismo que los dirigentes políticos. Nadie quería quedarse a la intemperie de lo que iba a venir. Así lo relató el embajador Hill al Departamento de Estado: “Funcionarios de la Embajada en Buenos Aires han sido tanteados por líderes sindicales que buscaban saber cuál sería la reacción de USA ante la posibilidad de un golpe militar. El descontento de los sindicalistas con la presidente está al borde de la ruptura tal vez pronto, a menos que la señora de Perón restablezca su influencia. La respuesta de la embajada a todos los sondeos ha sido que la forma de gobierno de Argentina es un asunto absolutamente interno”.  El mismo martes 10 de febrero, el ministro Emilio Mondelli concurrió a un almuerzo organizado por la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados y blanqueó la situación que se vivía. Dijo públicamente: “Estoy tremendamente preocupado por el destino de la República. Ustedes saben positivamente que nosotros tenemos una ley de inversiones extranjeras que nos ha resguardado sin lugar a dudas de todo imperialismo y de toda invasión extraña. Ahora sí, inversión no hay ninguna. Háganle un poco de fe a este hombre sencillo, que dice las cosas como son porque las ha estado viviendo hasta ayer y las tiene que vivir más dramáticamente desde hoy. No nos creen más”.
Mientras la crisis avanzaba, en el mayor secreto el teniente general Jorge Rafael Videla y el líder radical Ricardo Balbín se entrevistaban en la casa del periodista Alberto Jesús “Piqui” Gabrielli, en la calle Ombú 3054 de Barrio Parque. “Tanto uno como el otro querían un lugar neutral para reunirse”, me dijo el dueño de casa. “Primero llegó Balbín, acompañado por otro señor mayor que no recuerdo quién era, y pasó a la biblioteca. El general Carlos Dalla Tea, cuñado de Gabrielli, arribó y me dice que estaban llegando, que abriera las puertas. Abrí y entró manejando Viola, creo, y Videla en el mismo auto. Un auto particular cualquiera. Bajaron los dos y entraron a la biblioteca para hablar con Balbín. Allí, lo que uno rescata, es que Balbín dijo: ‘Si ya lo tienen decidido, que sea cuanto antes’”. En febrero de 2006, Videla me contó: “En un encuentro reservado que podemos ubicar en febrero de 1976, el titular de la Unión Cívica Radical me pidió conversar reservadamente. Un amigo común ofreció su casa, un lugar neutral”. Luego de las presentaciones de rigor, el dueño de casa amagó retirarse. “De ninguna manera”, dijeron casi al unísono los dos. Pasados los años, Videla me confió lo sustancial del encuentro. Palabras más, palabras menos:
-Balbín: General, yo estoy más allá del bien y del mal. Me siento muy mal, estoy afligido. Esta situación no da más. ¿Van a hacer el golpe? ¿Sí o no? ¿Cuándo?
-Videla: Doctor, si usted quiere que le dé una fecha, un plan de gobierno, siento decepcionarlo porque no sé. No está definido. Ahora, si esto se derrumba pondremos la mano para que la pera no se estrelle contra el piso.
-Balbín: Si van a hacer lo que pienso que van a hacer, háganlo cuanto antes. Terminen con esta agonía. Ahora, general, no espere que salga a aplaudirlos. Por mi educación, mi militancia, no puedo aceptar un golpe de Estado.
En el archivo del Departamento 52 de la Inteligencia checoslovaca encontré una nota que acompaña el informe que denominé “adjunto Argentina”, cuyo texto dice lo siguiente: “Enviamos en forma de adjunto el informe ‘La preparación del golpe militar en la Argentina’”, obtenido de los amigos soviéticos. Es importante porque el KGB tenía con más de un mes de antelación la decisión militar de derrocar a Isabel y, establece, además una fecha del encuentro Videla-Balbín. El resto del texto constituye una interpretación sobre los papeles de Videla y Viola en las cercanías del poder. La gran pregunta es: ¿quién le informó a los soviéticos?
Copia de la nota que acompaña el informe soviético, de alta confidencialidad, sobre la entrevista Videla-Balbín
La conducción de las Fuerzas Armadas argentinas llegó a la conclusión de que se agotaron los medios legales para resolver la crisis interna por intermedio de la vía constitucional. El Jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino, el general Videla, informó el 4 de febrero del año en curso al líder del Partido Radical opositor, Ricardo Balbín, respecto a que las Fuerzas Armadas decidieron tomar el poder del Estado. Se supone que el Congreso será disuelto, la actividad de los sindicatos –la Confederación General de Trabajo– se interrumpirá temporalmente. (La Confederación General de Trabajo debería ser reorganizada; y se les pedirá a los representantes de las principales cinco uniones de sindicatos que propongan nuevos candidatos para los puestos dirigentes). Se le atribuye una gran importancia al extremismo y el terrorismo político. No se debería instaurar un régimen de tipo chileno, ya que según la opinión de los representantes militares argentinos, la junta chilena no llegó a resolver ningún problema que se le presentó”. El martes 24 de febrero la reunión del bloque de diputados radicales comenzó a las 16 con la presencia de Ricardo Balbín y otros directivos del Comité Nacional y dirigentes como Raúl Alfonsín para considerar la actualidad política. En primer término habló el diputado (Antonio) Tróccoli sobre todo el proceso y las posibilidades de resolver la crisis planteada entre el Poder Ejecutivo y Legislativo. A continuación se escuchó al senador (Carlos) Perette que explicó la posición de sus colegas de la Alta Cámara. Por su parte, Balbín, como tercer orador, expresó que había hecho toda clase de gestiones para evitar una crisis que parece irreversible pero que no había encontrado eco favorable. “Cuando lo escuché a Balbín decir aquello de que ‘hace a mi lealtad comunicarles que la decisión militar ya está tomada y es irreversible’, lo primero que atiné a pensar fue ¡trágame tierra! Don Ricardo cometía un doble error político: por un lado, la indiscreción, y por el otro, se daba por vencido sin esperar el final de la pelea”, relató un legislador radical bonaerense a Última Clave el 8 de marzo de 1976.  El sábado 6 de marzo, mientras los porteños observaban cómo los extranjeros vaciaban los escaparates de las tiendas (con las ventajas del dólar paralelo), en el Teatro Cervantes de la avenida Córdoba, se reunió el Congreso Nacional del Partido Justicialista. Nunca se supo si en realidad hubo quórum, pero lo cierto es que decapitaron a Ángel Federico Robledo y a Genaro Báez. Como vicepresidente 1º asumió el gobernador del Chaco, Deolindo Felipe Bittel. En la calle, grupos de personas armadas y “pesados” sindicales hostigaban a los adversarios de la presidente. Isabel Perón fue elegida presidente del partido por aclamación y pronunció dos discursos. Uno, leído, con tono mesurado, el otro improvisado que se convirtió, casi, en una incitación a la violencia. Fue el último discurso de la presidente ante el partido: “Sé que algunos creen que no aprendí nada. Pero se equivocan. Los 20 años que estuve en Europa junto al conductor no los pasé mirando desfiles de moda... Yo no mando a nadie a la horca, se ahorcan solos. Si creen que no sé nada de lo que pasa en la calle y de los pillos que existen. Pero a ellos también les vamos a dar con el hacha. Si es necesario, me tendré que convertir en la mujer del látigo para defender los intereses de la patria... Yo seré la primera a la que le cortarán la cabeza. Pero después les cortarán la cabeza a los otros. Así que aquí nos tenemos que jugar todos. Si tuviera que destapar ollas no se podría andar por las calles....si no estuvieran aquí las cámaras de televisión podría seguir hablando de este tema. Estamos viviendo un tiempo de tempestuosas expectativas”.
El 10 de marzo de 1976: el día en que Isabel Perón habló en la CGT
El viernes 12 se produjeron nuevos cambios en el gabinete ministerial: el ministro Ricardo Guardo, de Defensa, en los 56 días que estuvo en la cartera se dio cuenta de que coincidía más con los militares que con la presidente, por lo tanto renunció. Fue reemplazado por Alberto Deheza. En Justicia fue designado el doctor Pedro Saffores.  El lunes 15 de marzo, una “bomba vietnamita” (control remoto) explotó dentro de un Citroën en la playa de estacionamiento del Edificio Libertador. El objetivo principal fue matar al teniente general Jorge Videla. Murió el chofer de un camión (Blas García) y 26 personas resultaron heridas (entre ellos un coronel). Miembros de la organización Montoneros se adjudicaron el atentado y la inteligencia militar señaló como jefe del pelotón al periodista “Salazar”, “Alberto” o “Perro”, nombres de guerra con los que era conocido el periodista Horacio Verbitsky.  
Frente a la violencia Ricardo Balbín expresó, sin identificar a Cuba: “Ahí está la guerrilla poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el continente americano. ... Se conjugan los movimientos de las Fuerzas Armadas Argentinas, esas importantes fuerzas argentinas. Las que soportaron todo. Las que enterraban a sus muertos y hablaban de las instituciones del país. Esas fuerzas armadas que no vi nunca, están ahí defendiendo y sufriendo, ayer nomás, el atentado brutal, sumado a otros atentados”. Luego pediría “las soluciones magistrales”. Al día siguiente dijo La Opinión en su contratapa: “El jefe de la UCR olvidó consignar que el logro de aquellas metas depende de la identificación, con nombre y apellido, de quienes prefieren como la presidente María Estela Martínez de Perón, invocar el látigo y el hacha. Los argentinos hubieran agradecido también al doctor Balbín ese señalamiento preciso, íntimamente ligado a sus propuestas. Porque los argentinos no temen al látigo ni al hacha”.
El 16, en otro lugar de Buenos Aires, a las 21:05, Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, envió el cable secreto Nº 1751 para conocimiento del subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, William Rogers. Sus conceptos principales fueron: “Hoy tomé un café acompañado por (el banquero) Alejandro Shaw y el almirante (Emilio Eduardo) Massera, quien aprovechó la ocasión para hablar en privado conmigo, y me dijo que no era secreto que los militares tendrían que entrar en la arena política muy pronto. Ellos no quieren hacerlo pero a este punto las opciones parecen ser la intervención militar o el caos total, llevando a la destrucción total del Estado argentino. Massera me dijo que no quería discutir la intervención (militar) conmigo ya que estaba seguro de que lo tomaría diplomáticamente incorrecto (…) Le enfaticé que EEUU no se involucraría de ninguna manera en los asuntos internos de la Argentina”. Al final del mensaje, Hill aclaró a Rogers que tenía reservado un vuelo a Miami para el día siguiente. Y que decidió confirmarlo para no comprometer a los EE.UU. si se quedaba daría la sensación de que él estaba al tanto de los planes.
Después de dos encuentros entre Balbín y Bittel (entre el jueves 18 y viernes 19 de marzo) se concretó una reunión multipartidaria. Además del justicialismo y radicalismo, asistieron representantes de los partidos comunista, Intransigente, Revolucionario Cristiano y los socialistas populares. En la ocasión, se convino la convocatoria a una asamblea multipartidaria para que elaborara un plan económico y social, a través de una comisión legislativa. ¿Cómo podían ponerse de acuerdo pensamientos tan encontrados? Días más tarde (el 22 de marzo), los economistas radicales más relevantes rechazaron prestarse a colaborar.
El 24 de marzo dentro de la Casa Rosada se mantenían múltiples reuniones mientras las tropas ya habían iniciado operaciones de despliegue. A media tarde, bien maquillada y sonriente, Isabel recibió las cartas credenciales del embajador de Suecia. Luego asistió a un ágape para festejar el cumpleaños de Beatriz Galán, jefa de Asuntos Legales de la Presidencia de la Nación. Con los invitados celebró en forma ruidosa, se brindó, y cantó el “feliz cumpleaños”. Más tarde (21:30 horas), la presidente fue al comedor de la Casa de Rosada, al que parsimoniosamente fueron acercándose Lorenzo Miguel, Osvaldo Papaleo, Miguel Unamuno, Néstor Carrasco y Amadeo Nolasco Genta. Ella comió pollo con papas al horno y espuma de chocolate de postre. El helicóptero tardó en llegar desde Olivos. Cuando lo hizo, Isabel Perón se dispuso a viajar. La despidieron en la azotea de la Casa de Gobierno algunos miembros de su custodia y dos o tres oficiales de granaderos. El helicóptero decoló, a la 0:50 del 24 de marzo de 1976, con la presidente; Julio González, su secretario privado; Rafael Luisi, jefe de la custodia personal; un joven oficial del Regimiento de Infantería I Patricios, el edecán de turno (teniente de fragata Antonio Diamante) y dos pilotos de la Fuerza Aérea. En pleno vuelo, el piloto más antiguo le dijo a la presidente que la máquina tenía un desperfecto y que necesitaba bajar en Aeroparque. Cuando bajaron, Luisi observó un sospechoso movimiento de hombres e intentó manotear su pistola. “Quédese tranquilo”, le dijo la señora de Perón. Pese a las sospechas de Luisi, ella bajó y se encaminó hacia el interior de las oficinas del jefe de la Base. Cuando entró, las puertas se cerraron para los otros miembros de la delegación. A la una de la mañana, aproximadamente, entraron al salón principal del edificio el general José Rogelio Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo.  testimonio del Brigadier General Basilio Lami Dozo, en un diálogo grabado por el autor de esta nota.
Juan Bautista Yofre: -¿Qué le dijiste a Villareal?
Basilio Lami Dozo: -”Chango, mirá, vos que siempre dijiste que naciste con la patria, ahora hablá con ella y decile que dejó de ser gobierno”. Y así le dijo él. La decisión más difícil fue la detención de Isabel Perón. Había tres opciones: asaltando la Casa Rosada, detenerla en la residencia de Olivos o simulando una falla en el helicóptero y tener todo preparado en Aeroparque.
Yofre: -Asaltar la Casa de Gobierno, era entonces, combatir con los granaderos.
Lami Dozo: -El que se portó muy bien en ese momento fue el coronel Roberto Wehner, jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo. Delante de los tres comandantes en jefe y de nosotros dijo: “Señores, mi responsabilidad es defender a la presidenta de la Nación. La voy a cumplir como lo debe cumplir un militar”. O sea que él iba a luchar a muerte para defenderla a Isabel en la residencia y en la Casa Rosada. Él quería defenderla porque era su función. El general Villarreal le dijo: “Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido destituida”. La señora de Perón respondió: “¿Me fusilarán?”. “No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas”.
El Brigadier Lami Dozo, a la derecha de la foto
Luego, ella se extendió en un largo parlamento. “Debe haber un error. Se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya. Les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar”. En un momento de la conversación, amenazó con que iban a “correr ríos de sangre” por el país a partir de su destitución, de la movilización de los sindicatos y de las manifestaciones populares. Dijo que las Fuerzas Armadas no iban a poder contener la protesta popular por su caída. Como toda respuesta, se le dijo: “Señora, a usted le han dibujado un país ideal, un país que no existe”.
El testimonio del Contralmirante Pedro Antonio Santamaría, en otro audio grabado por el autor.
Yofre: -¿Cuándo se entera usted que va a haber un golpe militar?
Pedro Antonio Santamaría: -Asumí la jefatura de la Escuela de Guerra los primeros días de febrero del 76, y al mes, mes y pico, me llama el almirante Massera, que era comandante en jefe, a su despacho para comunicarme que iba a haber un golpe de Estado que se iniciaba con la detención de la presidenta. Yo iba a ser el delegado de Marina en ese trabajo. Entonces me comunica quiénes iban a ser los delegados del Ejército y la Fuerza Aérea, que eran (José Rogelio) Villarreal y el brigadier (Basilio) Lami Dozo. Ahí empezamos a planificar. La orden que nos había dado la Junta de Comandantes era que la detención debía hacerse sin derramamiento de sangre y cuidando la vida de la presidenta. Ahí se inicia una ronda de reuniones para ver cómo se podía hacer y era bastante difícil. Entonces se decide hablar con el jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo, la custodia de la presidenta, el coronel Roberto Wehner. Lo entrevista el general Villarreal y nos dice que se había negado a colaborar diciendo que él no podía ser el segundo traidor de la presidente siendo su custodia.  Entonces se empezó a pensar y tuvo una buena idea el almirante Massera al ver a sus custodios, los pilotos del helicóptero cuando la trasladaban. Nos pusimos en esa campaña y efectivamente los pilotos no tenían juramento de custodios. Entonces se les planteó a dos de ellos si cumplirían una orden nuestra cuando la trasladaban y dijeron que sí. El problema era entonces hacerla volar. El día que se decide detenerla, el que tenía que hacer ese trabajo era el capitán de navío, Fernández, que era el jefe de la Casa Militar. Era infante de Marina. Fernández nos iba a avisar cuando ella volara. Nos empieza a comunicar que estaba reunida con varios funcionarios y su custodia, y él la quiere convencer de que vuele con el helicóptero por razones de seguridad. El jefe de la custodia, el comisario Rafael Luisi, dijo que prefería ir por tierra. Entonces Fernández le inventó varias bombas y cosas durante el trayecto y ella finalmente decide volar. Nos llama por radio y nos dice “la paloma vuela”. Esa era la consigna. En el momento en que sale nos avisa y al pasar por Aeroparque el helicóptero tenía orden de bajar. Cuando bajan, el que la recibe y que se portó diez puntos fue el comodoro Proscetto, el jefe de la base militar en Aeroparque. Él ya estaba al tanto, por supuesto. Y nosotros tres, Villarreal, Lami Dozo y yo, nos quedamos en el despacho de Proscetto.
Proscetto va al helicóptero y les dice que bajen, pero el comisario Luisi se niega. Entonces uno de los pilotos dice que había peligro de incendio y ahí deciden bajar. Salen Proscetto con la presidenta adelante, y atrás venían el teniente de fragata Antonio Diamante, el comisario Luisi, otro comisario, puede ser Julio González, y había seis conscriptos que eran oficiales; dos de Ejército y uno de Marina. Iban al costado, armados. Cuando llegan a la puerta del despacho de Proscetto, uno de ellos lo empuja a Luisi afuera y se lo lleva. Y al secretario general, que era González, también lo empujan y se lo llevan. En el despacho se inicia una conversación que la inicia Villarreal, que le comunica que estaba detenida por orden de la Junta Militar que había decidido tomar el gobierno. Y ahí es donde ella pregunta si la iban a fusilar y se le dice que la Junta había determinado que por el momento no. ¿Y adónde me van a llevar? A un lugar en el sur donde va a estar cómoda y no va a tener problemas. Cuando vio que no corría peligro su vida, empezó la defensa de su gobierno. El servicio de Inteligencia naval me arma todo un equipo para grabar el momento. Un equipo obsoleto, viejísimo, lleno de claves y de cosas. Y cuando lo empezamos a probar, apretamos el botoncito y cuando lo sacamos no había grabado absolutamente nada. Me lo achacaban a mí. ¿Qué me lo van a achacar si este equipo no sirve para nada?
En esos minutos, otro alto oficial se comunicó con los comandantes generales. Les pasó la contraseña: “La perdiz cayó en el lazo”. Mientras se desarrollaban estos sucesos, en la Casa Rosada se cortaban las comunicaciones y fue ocupada por tropas militares. El periodista Juan Rey Romo (que tenía 76 años), “Romito” para los amigos, el que nunca abandonaba su charuto, alcanzó a comunicarse con El Cronista Comercial. Gritó: “Escuche, óigame bien jefe, ¡Empezó el golpe!”. Alfredo Bufano, de La Prensa, más vivo, pasó la información a Noticias Argentinas por walkie-talkie. Cerca de la una de la madrugada, Rodolfo Baltiérrez, ex embajador y periodista de La Nación, lo llamó al canciller Raúl Quijano. “Escuche la radio, van a pasar comunicados militares”, lo advirtió.

En 1967 LA REVISTA "SIETE DIAS" interroga: ¿Deben repatriarse los restos de Juan Manuel de Rosas?

AÑO 1967...PLENA DICTADURA DE ONGANÍA; Un insistente rumor rondaba la semana pasada por los pasillos de la Casa de Gobierno: las autoridades proyectarían entronizar en el Salón Blanco el busto del brigadier general Juan Manuel de Rosas, reparando un largo "olvido" histórico y produciendo sin duda una petit revolución.Sea o no cierta, la versión insinúa la posibilidad de que a breve plazo puedan repatriarse los restos del discutidísimo brigadier general. Al parecer, para que deje de ser un símbolo virulento y lejano, y se lo acepte como lo que es: un hecho irrevocablemente recortado en la historia. De paso, se clausuraría así uno de los "pro" y "anti" más dramáticos de la vida argentina. Que no es el único, a juzgar por el intencionado comentario de un parroquiano, en un café de Congreso: "¡Muy bien! Que los traigan a los dos: a Rosas muerto, y a Perón vivo. . ."   La figura de Rosas sigue siendo un mito nacional. 
Un mito cargado de pólvora. Contribuyen a ello su compleja personalidad y sus treinta y dos años de actuación política (desde 1820, en que se volcó a esas lides, hasta 1852 cuando se derrumbó en Caseros). El vapor Centaur lo llevó entonces a Inglaterra. En 1877, tras haber sido declarado "reo de lesa patria", muere en el exilio. Se abre entonces una puja insólita entre las imágenes que quieren representarlo: ¿Tirano o héroe de la ciudad y soberanía patrias? ¿Terrateniente feudal o paladín del federalismo?
SIETE DIAS recogió la versión. Y pregunta a seis destacadas personalidades: ¿Debe volver Rosas al país? (1967)
Si es así, ¿quién debe traerlo? Las que siguen son sus respuestas exclusivas, de indudable interés y actualidad.  
"En mi próximo libro 'Manual de Zonceras Argentinas' me refiero a aquella de José Mármol: . .Como hombre te perdono mi cárcel y cadenas. . .Arturo Jauretche se pone peleador de entrada; quiere diluir la imagen de Rosas como "Señor de horca y cuchillo", que degollaba a sus enemigos o los clavaba en el cepo. Y recuerda un relato de Bernardo de Irigoyen publicado en la revista del Instituto "Juan Manuel de Rosas":
"Eran los tiempos en que Rosas gobernaba. .. Mi padre me encargó fuese a interesarme ante el jefe de Policía por la suerte del poeta don José Mármol, que había sido detenido. Concurrí a entrevistarme con el jefe. Se me dijo que estaba muy ocupado.. . ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que la ocupación era un partido de ajedrez que sostenía con José Mármol!"
La anécdota se cierra con las palabras que el jefe machacó socarronamente: "Vaya, amigo, y dígale a su padre que Mármol está conmigo por calavera, pues se ha metido en amoríos con una dama y los parientes lo buscan con malas intenciones En la primera oportunidad saldrá para el extranjero, a Río de Janeiro, adonde está el señor general Guido." Los bigotes de Jauretche se agitan cuando carraspea: "Para los que saben que Mármol era hijo natural del general Guido, su condición de demorado que juega al ajedrez mientras se le prepara el viaje al lado de su padre lo explica todo, desde que Guido era el embajador del tirano en el Brasil. . ." Lo que pasa, para A. J., es que "la repatriación de los restos de Rosas es incompatible con la continuidad de los mitos de todo orden en que se apoya la pedagogía colonialista. Tenemos la obligación de repatriar sus restos, pero también la obligación de repatriar al país. Ello no será un punto de partida, sino "el remate de un triunfo, de un pensamiento nacional: Cuando esos restos hayan salido de Southampton y la bandera de la nave que los conduzca tremole en las brisas del río de la Plata, Rosas entrará por la puerta ancha de la Argentina como triunfador y no como indultado". 
En este espinoso terreno, los académicos liberales y mitristas son frecuentemente vapuleados por los activistas del libro o de la tribuna, como Jauretche. Pero ellos también tienen mucho que decir. Y "con fundamento", como quería Fierro.
José A. Oria es categórico: Juan Manuel no fue desterrado inicialmente por sus compatriotas, sino que los abandonó a su suerte cuando la fuerza de las armas no le permitió seguir gobernándolos como él mismo lo describiera: "... a este pueblo yo lo he montado, le he apretado la cincha, le he clavado las espuelas..."  "No eran estas fórmulas de gobierno groseramente gauchas las que harían desear con mayor gratitud la reaparición, en la escena nacional, del personaje que las pronunciaba. Pero alguna vez —enfatiza Oria— conviene conjurar para siempre los espectros de las contiendas fratricidas."  Por tal motivo, la justicia en torno al difícil problema radica, para el equilibrado juicio de José Oria, en estos puntos: "La cuestión planteada a propósito de la repatriación de los restos de Rosas no es puramente académica ni exclusivamente legal. Tiene alcance histórico y contornos políticos palmarios. . ." Sería responsabilidad del poder sobre el cual recayera tal decisión cuidar que ese retorno póstumo contribuyera "a la consolidación y unidad espiritual de la familia social argentina, en paz y libertad", en vez de coadyuvar a "dividirla y enconarla". Entonces, sí: "Bien venido el regreso que trajera consigo el primero de esos resultados. . ."
Con Jauretche coinciden, en cambio, el cirujano Raúl Matera y el historiador José María Rosa:  Matera diagnostica: "El problema de Rosas es un problema de autoconciencia nacional: de creación de conciencia, como base espiritual para toda empresa argentina soberana. Si hoy, en 1967, las nuevas generaciones del país se vuelcan hacia los más definidos protagonistas de nuestra historia —y Rosas entre ellos—, es no sólo porque han dejado de creer en la mitología de la historia oficial, sino también porque anhelan la consolidación de esa autoconciencia a través de las lecciones máximas que nos vienen del pasado." Y agrega:
"Recientemente, el R. P. Dr. Mariano N. Castex decía: 'Negar la posibilidad del encuentro entre la inteligencia y la montonera es afirmar en forma lisa y llana la escisión del país". Por eso, para el neurocirujano Matera "la vuelta de Rosas con todos los honores sería un hecho de afirmación de necesarios valoras, políticos y culturales. Y el principio de la integración de la inteligencia argentina al ser nacional."
"Pepe" (José María) Rosa hace una aclaración inicial: no hay ninguna disposición legal que impida traer los restos de Rosas al panteón de la Recoleta, donde descansan su esposa y sus padres. No han sido traídos porque Rosas puso una cláusula en su testamento que debe cumplirse previamente: "Mi cadáver será depositado en el cementerio católico de Southampton hasta que en mi patria se reconozca, y acuerde por el gobierno, la justicia debida a mis servicios. "Entonces serán enviados a ella, y colocados en una sepultura moderada a la par de las de mi compañera Encarnación, de mi padre y mi madre".
La argumentación de "Pepe" Rosa es ésta: previo a la repatriación está el problema de la justicias. Aunque es una verdad innegable que en la patria de Rosas —llamando "patria" al pueblo— se reconocen y admiran sus servicios, el gobierno no ha producido un acto definitorio, quizá porque ello significaría una conmoción nada fácil de afrontar. Estamos madurando como nación, pero no somos aún una nacionalidad.  Estoy seguro de que Rosas retornará. Pero no para conciliar lo inconciliable. Vendrá cuando la Argentina no sea colonia. Cuando sea de los argentinos. Entonces, "los otros estarán de más".
Cuando el ex presidente Arturo Frondizi llegó a la India y visitó al entonces premier Nehru en el palacio de gobierno de Nueva Delhi, se asombró: en sus salones colgaban grandes cuadros con los retratos de los antiguos virreyes británicos. Los mismos que habían sojuzgado a la vieja nación asiática, encarcelando y persiguiendo a Gandhi y al propio Nehru. Preguntó entonces cómo no habían descolgado esos retratos. La respuesta era de las que hacen pensar: "Ellos también forman parte de la historia de la India". El recuerdo de Félix Luna (en su libro "Diálogos con Frondizi") precede a la opinión que A. F. brinda ahora a SIETE DIAS: "Los restos de Juan Manuel de Rosas deben reposar en tierra argentina. Cuando este hecho se produzca tendremos más clara conciencia de haber integrado y asumido todo nuestro pasado". Lo contrario —el olvido y la abominación— constituye un verdadero agravio al alma nacional. Vale recordar lo que ocurre en Chile con la figura de Portales, el dictador del país hermano. Su estatua se levanta en el palacio de La Moneda y no queda pueblo en toda la extensión de su patria que no lleve su nombre inscripto en una escuela o una plaza. Las pasiones que desató su vida concluyeron con el acto de su muerte; pocos lustros después, su memoria era reivindicada. La unidad espiritual del país reclama un acto de justicia póstuma para con el dictador argentino, cuya acción de gobierno obró como elemento de fusión de las fracciones y aspiraciones de las provincias y del pueblo."
Eso, aparte de un derecho "de la condición humana": vivir y morir en la propia patria. Y Frondizi instala aquí un recuerdo: durante su presidencia se preparó el decreto que ordenaba la colocación del busto de Rosas en la Casa Rosada. La repatriación vendría después. Pero aquello no pudo cumplirse: la historia dijo no. Entretanto, el problema —candente, multifacético— seguirá transitando sus instancias polémicas. Que ahora se vuelcan a un interrogante: ¿Volverá Rosas al país"?
Revista Siete Días Ilustrados
12.12.1967

Rosas, el gaucho de ojos azules que no quiso fotografiarse

Por Mateo Goretti
Juan Manuel de Rosas fue un hombre que se forjó a sí mismo en las rudas faenas del campo. Personalidades y viajeros entre ellos, Charles Darwin dieron testimonio de que fue el más "gaucho entre los gauchos". Narra el inglés que en un día domingo el Restaurador abandonó su residencia con una daga ajustada a la cintura, en contravención a la norma que él mismo había establecido para evitar enfrentamientos en el día de la semana en que el alcohol hacía estragos en la peonada.  Rápidamente, uno de sus capataces le señaló la falta, a lo cual se autoimpuso un castigo ejemplar, dando orden de ser atado y azotado tal y como le hubiera correspondido a cualquier otro infractor. "Actos como este anotó Darwin encantan a los gauchos. Empleando tales medios, adoptando el traje de los gauchos, ha sido como ha adquirido el general Rosas una popularidad ilimitada en el país".
Rosas se propuso liderar a los "hombres de las clases bajas y de la campaña". Esta determinación fue estratégica, tal y como se lo confesó a un diplomático oriental en 1829: "Me pareció muy importante conseguir una influencia grande sobre esa gente para contenerla, o para dirigirla, y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para esto me fue preciso (...) hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su concepto. (...) mis principios han sido siempre obediencia a las autoridades y a las leyes".  Para conseguirlo, el caudillo supo utilizar un sistema de propaganda política: la reiteración de los lemas partidarios, los "vivas y mueras"; las procesiones masivas y la sacralización de la política; el uso de la divisa partidaria de color punzó, y los códigos de vestimenta del "buen federal", con chaleco punzó y barba completa.
Rosas también promovió el culto a su persona a través de la difusión de su retrato. Escribió a su esposa, Encarnación Ezcurra, desde el campamento sobre el río Colorado, en 1833: "A esta clase de gente (...) les ha de agradar el Restaurador con el retrato. Sería muy conveniente que se hiciese parecido sin pararse en el costo".   Como muy bien señala Carlos Vertanessian en su libro Juan Manuel de Rosas. El retrato imposible. Imagen y poder en el Río de la Plata, los retratos del caudillo idealizados por los artistas se conocen cerca de un centenar cumplieron una función estratégica: Rosas el Grande, el Restaurador de las Leyes; Rosas el Ángel Federal, son algunas de las muchas máscaras que los pintores y grabadores le colocaron, al servicio de la Federación.
Sin embargo, Vertanessian recuerda que Rosas nunca fue fotografiado, a pesar de que el invento del retrato fotográfico había llegado a Buenos Aires en 1843. El gobernador lo recibió con total desinterés y apatía.
"Esas son cosas de gringo", habría dicho el Restaurador, quien también se jactaba de que "principios republicanos" lo inhabilitaban a posar como si fuera un monarca. Juan Manuel de Rosas, el gaucho de ojos azules, construyó poder con su retrato, y el retrato le puso rostros al mito. Así, el Restaurador de las Leyes trascendió para la historia.

domingo, 26 de febrero de 2023

Los Colorados del Monte: custodios Honorarios del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires

 Por Andrés Miquel

Un cuadro de Juan Manuel de Rosas es el marco que Axel Kicillof prefiere para sacarse fotos en su despacho de la Casa de Gobierno.Hace 230 años, el 30 de marzo de 1793 nació Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio, que llegaría a ser gobernador de Buenos Aires. Kicillof lo recordó en la plaza platense que lleva su nombre. “Rosas pensó en una provincia y un país federal, productivo, con industria y trabajo”, señaló el gobernador.

El día entero estuvo signado por el discurso federal y nacional en la agenda del gobernador. En horas de la mañana, y en el marco de la presentación del programa Municipios a la Obra, el mandatario provincial enfatizó su postura respecto a la situación que le toca atravesar a la provincia de Buenos Aires a partir de la decisión de la Corte Suprema de Justicia de destinar una mayor asignación de recursos provenientes de la coparticipación hacia la Capital Federal. "Por chat, la Ciudad decidió que le iban a sacar recursos a todas las provincias argentinas”, indicó el gobernador bonaerense, en clara referencia a las conversaciones del ex ministro de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, Marcelo D'Alessandro, en los que recibe instrucciones de un colaborador de estrecha confianza del presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosati.  “No vamos a dejar que nos saquen un peso a través de maniobras ilegales", subrayó ante los intendentes presentes en la mañana de la jornada que se anticipaba de clamor restaurador. Kicillof tomó la posta en la búsqueda de recuperar los fondos coparticipables que la provincia perdió y encarna su restauración histórica para las arcas provinciales. Sus ministros y asesores abonan ese discurso en términos estratégicos cada vez que pueden. Lo consideran central de cara a pensar en un mayor crecimiento de la economía provincial. "Más allá de quién gobernó, la Provincia fue tremendamente perjudicada en términos de distribución de recursos y esto es un problema estructural", señaló el gobernador.  El despacho de Kicillof en la Gobernación descubre la admiración del actual gobernador para con Rosas. En los primeros meses de 2020, el gobernador tuiteba y celebraba el préstamo que le otorgó el Presidente, Alberto Fernández. Según se reprodujo en aquel entonces, Fernández hizo una renovación estética de su oficina en la Casa Rosada y volvió a colocar imágenes de próceres en las paredes de su despacho. Entre ellos, encontró el de Juan Manuel de Rosas. Kicillof lo vio y se lo pidió. Si bien es patrimonio cultural de la Presidencia, el Presidente se lo cedió al gobernador, con la condición de que se lo devuelva al culminar su mandato.  La esquina 13 y 60, en La Plata, fue el punto de encuentro al que arribó Kicillof para homenajear a Rosas y dar continuidad material y simbólica a su ya reconocida postura respecto a la figura del ex gobernador. La Comisión permanente de homenaje de Juan Manuel de Rosas presidida por Jorge Lescano, e integrada también por Carlos Bonicatto y el ministro de Justicia y Derechos Humanos de la provincia, Julio Alak, organizó la actividad. El Caudillo de la Confederación o el Restaurador de las Leyes, fueron algunos de los títulos que ostentó el dos veces gobernador de la provincia entre 1829 y 1832, y con un segundo periodo entre 1835 y 1852.  “Este homenaje lo recuerda como un inmenso defensor de la independencia, la autonomía y la soberanía de la Argentina ante las potencias extranjeras que quisieron apropiarse de los productos de nuestra tierra”, sostuvo Kicillof. La alusión del actual gobernador hacia el ex gobernador estuvo atravesada por el rol de Rosas en la Vuelta de Obligado, la resistencia a los bloqueos franceses e ingleses.  Además de la reivindicación política e histórica, frente al nuevo busto del prócer y la nueva placa que reconoce su lugar en la historia, Kicillof firmó el decreto que designa a La Guardia de los Colorados del Monte como Custodios Honorarios del Gobernador. Las lágrimas del presidente de la agrupación, Facundo Retrivi, sintetizaron la historia de proyectos de leyes que habían buscado alcanzar esta meta. Kicillof lo sacó por decreto.  Los ‘Colorados del Monte’ fueron el cuerpo de caballería que creó Rosas durante su gobierno, con el objetivo de asegurar la frontera y proteger a la población. Fueron un cuerpo defensivo compuesto por 600 hombres, que en 1820 se constituyeron como una verdadera milicia, cuyo nombre se debía a los uniformes de color rojo punzó que vestían. Con el correr de los años fueron creciendo en volumen y en 1833 fueron la columna vertebral de Rosas en sus expediciones al desierto del sur provincial. Lo acompañaron hasta su última batalla y caída frente a Justo José de Urquiza en Caseros.  El gobernador no olvidó mencionar al general José de San Martín y la estima que éste tenía sobre Rosas, a tal punto que le regaló su sable corvo. "Por la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla", fueron algunas de las palabras con las que el Padre de la Patria definió a Rosas, el “General de la República Argentina”.  Hace pocos días falleció María Kodama, escritora y última compañera de Jorge Luis Borges. Autora del libro La divisa punzó, una obra que recorre la vida de Rosas, señaló en una entrevista antes de morir que Juan Manuel de Rosas “es una figura polémica, mal interpretada, fruto de una tradición histórica que se ensañó contra él”. En su discurso frente historiadores, funcionarios y militantes, el gobernador lo definió como una “figura central de la historia de la provincia de Buenos Aires”.  El ministro Julio Alak, organizador del homenaje, aseguró que “recordar a Rosas es rendir homenaje y revalorizar a todos los hombres y mujeres que contribuyeron a engrandecer a nuestra Patria y siguen vivos en el corazón de nuestro pueblo”. En sintonía, el concejal platense Guillermo Cara indicó a este medio que lo realizado por Kicillof es "la recuperación de la historia desde una coherencia con continuidad ideologica con Rosas como paradgima". “Hoy es un gesto enorme de Axel en un momento de la historia donde se dicute la incidencia de otros países en la economía y la política Argentina", señaló el edil frentetodista.  El clarmor rosista también se hizo presente en las redes sociales. Retuiteando las imágenes del homenaje encabezado por Kicillof, el ministro de Trabajo, Walter Correa, expresó que Rosas es un "ejemplo de federalismo y grandeza de Nación". "A 230 años del nacimiento de Juan Manuel de Rosas, restaurador de las leyes y patriota que combatió a ingleses y franceses en la batalla de Vuelta de Obligado", sintetizó el titular de la cartera laboral y dirigente sindical. Otro ministro de la provincia, Sergio Berni, titular de Seguridad, tuiteó que "un 30 de marzo de 1793 nació Juan Manuel de Rosas, el Restaurador". Asimismo, agregó que fue dos veces gobernador de la Provincia de Buenos Aires y que "llevó adelante sus mandatos con una fuerza transformadora y un enorme compromiso con la soberanía Nacional".  El intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, manifestó sus saludos por el natalicio de Rosas y posteó una imagen con peso histórico. El alcalde destacó que en su distrito se conserva "la Puerta Histórica". Es una abertura de 1789 propiedad del solar de Rosas que se encuentra en donde funcionó el primer edificio municipal a partir de 1913, según las palabras del propio Gray.  Del homenaje en Plaza Rosas, también particparon la ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, Estela Díaz; el jefe de Asesores del Gobernador, Carlos Bianco; el secretario general de Gobierno, Santiago Pérez Teruel; el diputado nacional Daniel Gollan; el presidente de Corredores Viales, Gonzalo Atanasof; el director nacional de Verificaciones de ANSES, Norberto Gómez; el titular de la comisión permanente de homenaje a Juan Manuel de Rosas, Jorge Lescano; las legisladoras bonaerenses Natalia Sánchez Jáuregui y Lucía Iañez; los diputados provinciales Carlos “Cuto” Moreno y Juan Malpeli; y los concejales Juan Manuel Granillo Fernández y Guillermo Cara.

jueves, 23 de febrero de 2023

Falucho ¿existió?.....su estatua.

Por el Prof. Jbismarck
Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, Falucho –nombre de guerra del soldado afrodescendiente Antonio Ruiz, mártir del Ejército de los Andes– era uno de los héroes militares más honrados por el pueblo argentino. En 1897, se le realizó una estatua en Buenos Aires. Al presente, pocos argentinos reconocen su nombre. La “desaparición” afroargentina se suele explicar mediante diversas hipótesis. Entre las principales explicaciones de la supuesta inexistencia afro en el país se encuentran la muerte a gran escala como resultado de las diferentes epidemias de las últimas décadas del siglo XIX, la utilización de los afrodescendientes como “carne de cañón” en las guerras de ese siglo, el mestizaje o el bajo índice de masculinidad de la población afro. La figura de Falucho está indisociablemente ligada a la de Bartolomé Mitre (1821-1906). Quien plasmó por vez primera la historia del héroe. Mitre publicó por primera vez la crónica de la muerte heroica de Falucho en 1857. Según su relato, Falucho era un soldado negro que habría muerto el 7 de febrero de 1824 durante la sublevación del Callao (Perú), cuando suboficiales y soldados se amotinaron debido al atraso en los pagos de salarios, lo que derivó en la recuperación del sitio por parte del ejército español. En esas circunstancias, Falucho se inmoló por el honor del “pabellón argentino” al romper su fusil y gritar de rodillas frente a los traidores “¡Viva Buenos Aires!”, por lo que fue inmediatamente fusilado. Recordado porque “prefirió morir como héroe y con honor antes de hacer traición a su bandera”
Promocionar a Falucho era simultáneamente elogiar a Mitre. Esa es la historia que siempre se conoció. Sin embargo, otras investigaciones dudan de que ese soldado negro asesinado en El Callao haya sido Antonio Ruiz. Afirman que en ese regimiento sólo había un soldado con ese nombre quien, en 1819, ya era cabo segundo, lo que hace imposible que, en febrero de 1824 (cuando ocurrió el asesinato en la torre) ese hombre estuviera en el puesto de guardia. Y también mencionan que no hubo tal fusilamiento sino que el soldado fue muerto a bayonetazos. Y para agregar más polémica a la cuestión citan un testimonio del general Miller quien, en 1830, dijo que el Negro Falucho se paseaba aún por las calles de Lima. Lo más probable es que el soldado negro que dio su vida en El Callao haya sido otro Falucho y no Ruiz. Es que en el ejército libertador de San Martín hubo unos 1.500 negros criollos quienes, agradecidos porque la revolución les había dado la libertad, se integraron a esa campaña, tanto en el Ejército del Norte que comandó Manuel Belgrano como en el de Los Andes, que lideró José de San Martín. La leyenda del Negro Falucho atravesó la historia. Los intelectuales afroporteños eran conscientes de que Falucho era el héroe negro con mejores posibilidades de ser monumentalizado. Ejemplo de ello es que iniciativas posteriores para erigir un monumento a Barcala no prosperaron a pesar de que se tratara de un militar elogiado por Sarmiento en su Facundo. Ese mismo año de 1889 surgieron voces contrarias al proyecto de monumento. Adolfo P. Carranza y Manuel F. Mantilla publicaron dos artículos en la Revista Nacional indicando la posibilidad de que Falucho no hubiera existido, o de que la identidad del soldado no hubiera estado bien comprobada por Mitre.
La estatua de Falucho, realizada en bronce por el escultor Lucio Correa Morales, fue inaugurada el 16 de mayo de 1897. La inauguración de la estatua fue un evento que atrajo a gran cantidad de gente y se pronunciaron varios discursos que culminaron con el de Mitre, se ejecutó la marcha sinfónica Falucho, compuesta por el músico afroporteño Zenón Rolón, se colocaron tres placas de bronce y se distribuyeron medallas conmemorativas. La ubicación elegida también resaltaba su importancia. El monumento se erigió frente a la estatua ecuestre del General San Martín, ubicada aún sobre su sencillo pedestal original, en la plaza que lleva su nombre. La misma había sido realizada por el escultor francés Louis Joseph Daumas e inaugurada en 1862. Hoy está presente un monumento en su honor entre las avenidas Santa Fe y Luis María Campos, en la ciudad de Buenos Aires Está allí desde el 23 de mayo de 1923 y es la primera obra íntegramente realizada por artistas argentinos. Hecha en bronce fundido también en talleres argentinos, la obra fue iniciada por Francisco Cafferata (1861-1890), quien se suicidó a los 29 años. La continuó su discípulo Lucio Correa Morales. De este modo, Falucho es, sin duda, un gesto de reconocimiento en la memoria nacional del aporte militar de los negros, pero su carácter anónimo y “raso” es también una forma de anunciar la desaparición de los negros. Falucho es la cabeza visible que emerge como mito que consolida el relato de la desaparición de la población negra.,,,

viernes, 10 de febrero de 2023

Guillermo Miller (1795-1861)

Por el Prof. JBismarck
Guillermo Miller nació en Inglaterra el 12 de diciembre de 1795. Como militar de carrera, tuvo una actuación destacada en su país de origen a las órdenes de Arthur Wellesley, Duque de Wellington. Terminadas las guerras napoleónicas el joven capitán, que por entonces tenía 20 años y había pasado los últimos 5 años de su vida peleando, decidió poner sus habilidades de artillero al servicio de la causa emancipadora. En 1817 llegó a Buenos Aires, incorporándose al Ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata. José de San Martín lo destinó al Regimiento de Artillería de Buenos Aires. Por su participación en la batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818) fue ascendido a sargento mayor y el General lo hizo su edecán personal. Durante la Campaña al Perú y ya como marino, intervino en numerosas acciones navales.
En 1818 se apoderó de la fragata española nombrada “María Isabel” y, en 1819, estuvo en la expedición a El Callao, en la toma de Pisco y, bajo las órdenes de Lord Thomas Cochrane, en la captura de la fortaleza de Valdivia, una poderosa plaza austral considerada por los españoles como la puerta de ingreso a los mares del sur. En Pisco y Valdivia recibió 6 heridas de bala al dirigir personalmente sus hombres al ataque. Su coraje indómito llamó la atención del General José de San Martín, quien lo ascendió y lo señaló como segundo al mando del Regimiento 8 de infantería. En 1821 fue condecorado y nuevamente ascendido en el escalafón, esta vez a coronel. Mientras actuaba como Jefe interino del Estado Mayor del Ejército peruano, Simón Bolívar le ordenó recorrer todo el territorio para someterlo a los ejércitos libertadores. Esta misión culminará con las victorias de Junín (6 de agosto de 1824) y de Ayacucho (9 de septiembre de 1824), últimas batallas por la independencia americana que le valieron su ascenso a Gran Mariscal del Ejército del Perú. Posteriormente fue designado Prefecto de Puno, y después, de Potosí. En 1826, Miller volvió a Londres donde fue recibido con honores. De allí viajó a Bruselas para entrevistarse con San Martín, a fin de recabar datos sobre la gesta de la Independencia americana y poder así terminar sus memorias, un escrito bastante polémico por las muchas inexactitudes que contiene. De regreso al Perú en 1837, fue Gobernador de El Callao. A pesar de sus servicios a la causa de la independencia, sufrió persecuciones políticas y destierro. El mariscal Ramón Castilla repuso sus títulos y honores. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio británico de Lima y posteriormente trasladado al Panteón de los próceres de dicha ciudad. Sus Memorias -Memoirs of general Miller: In the service of the republic of Peru- fueron publicadas en Londres en 1829 y traducidas al castellano por el General español José María Torrijos. La obra recibió críticas por algunas afirmaciones controvertidas en su relato de los acontecimientos. Varios compañeros de armas expresaron sus disensos, entre los que se contaba el coronel O´Brien quien, sintiéndose agraviado, quemó en público las Memorias.  Falleció el 31 de octubre de 1861, a bordo del navío inglés “Naiad”, que no alcanzó a zarpar de ese puerto americano. Su viuda le entregó a Carranza todos los papeles que su marido había reunido a lo largo de su vida

sábado, 4 de febrero de 2023

Un gran Intelectual Pedro de Angelis

Por el Prof. Jbismarck
El cronista, biógrafo, archivero, bibliotecario y probablemente primer historiador del Río de la Plata, Pedro de Angelis, nació en Nápoles el 29 de junio de 1784. Perteneciente a una respetable familia burguesa, su padre fue el historiador Francesco de Angelis. Durante su juventud prestó servicios en el ejército borbónico, alcanzando el grado de oficial de artillería. Paralelamente se dedicó a la enseñanza y a la política vinculándose, gracias a su hermano Andrés, a la familia real de Joaquín Murat, rey de Nápoles, cuñado de Napoleón y mariscal de Francia. En la corte ofició como maestro de italiano de las jóvenes princesas Leticia y Luisa, y como tutor de los príncipes Aquiles y Luciano Murat. Por mediación real, también obtuvo el cargo de consejero de la Intendencia de la provincia de Nápoles, así como una membresía en la Academia de la ciudad. En 1811 dictó geografía e historia en la Real Escuela Politécnica y Militar, y luego, fue designado sub bibliotecario en ese instituto. Junto a su hermano, se desempeñó en la Secretaría del Ministerio de Relaciones Exteriores, justo en el momento en que estaba cayendo el régimen napoleónico, con el que colaboró hasta el final defendiendo, en 1815, al depuesto monarca ante el Congreso de Viena. Al reanudar su carrera castrense en 1817, fue nombrado corrector de la tipografía adjunta del Estado Mayor del Ejército hasta que, en calidad de oficial, pasó a la Secretaría de la Alta Corte Militar. En 1818 se trasladó a Ginebra, aprovechando la reputación de liberal que se había ganado gracias a sus publicaciones literarias, y se hizo amigo del historiador suizo Jean Charles Léonard de Sismondi. Consiguió el cargo de secretario de la Legación en San Petesburgo con una delicada misión ante el Congreso de Troppau. Esta conferencia tuvo como propósito discutir los procedimientos para acabar con la Revolución Napolitana de Julio de 1820 ratificando, además, los acuerdos de la Santa Alianza. Durante su estancia en Rusia, de Angelis contrajo matrimonio con la institutriz suiza Melanie Dayet y, tras fracasar su idea inicial de radicarse en ese país, se instaló en la capital francesa desde donde atendió por un tiempo los asuntos napolitanos. En París se destacó por su labor intelectual. Se dedicó a trabajos literarios, filosóficos e históricos, colaborando también en la “Revue Européene”. 
Asimismo, escribió para la Bibliographie Universelle Ancienne et Moderne, y contribuyó con Jules Michelet en los estudios de este historiador sobre Giambattista Vico, filósofo napolitano sobre el cual de Angelis ya había escrito una serie de artículos. En el círculo intelectual parisino, frecuentó a figuras de la talla de Anne Louise Germaine Necker, Baronesa de Staël Holstein o Madame de Staël, de Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy, de François Pierre Guillaume Guizot y de Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, Marqués de Lafayette, entre otras personalidades. En esta sociedad ilustrada de la época de la Restauración conoció a Bernardino Rivadavia, quien lo persuadió para que viniera a América con el objetivo de participar en la fundación de dos diarios oficiales. De Angelis arribó a Buenos Aires en 1827 para hacerse cargo de la imprenta estatal. Inmediatamente se integró a la vida intelectual local. Codirigió, junto a José Joaquín de Mora, la “Crónica Política y Literaria de Buenos Aires” y “El Conciliador”. Con este escritor español y con Francisco Curel fundó “El Ateneo”. A fines de ese año, debido a la caída de Rivadavia, desaparecieron las dos publicaciones y de Angelis se quedó sin protectores. No obstante, en 1828, pudo editar el texto latino Cornelli Nepotis vitae excellentum imperatorum, notis selectissimis illustratae, dedicado al rector de la Universidad, Dr. José Valentín Gómez. Por esos años, Manuel Dorrego llegó a la gobernación de Buenos Aires. Como, en el pasado y desde el diario “La Crónica”, de Angelis había sido bastante crítico del ahora primer mandatario provincial, debió recluirse casi exclusivamente en la enseñanza. Posteriormente trabajó como redactor de “El Lucero” (1829), primer periódico porteño en incluir partes meteorológicos, detalles del movimiento portuario, cambio de monedas e ingreso de hacienda; y de “El Monitor” (1833). Paralelamente realizó reseñas literarias y, por un breve tiempo, estuvo al frente de “La Gaceta Mercantil” (1829), sin dejar de lado sus trabajos de investigación. Escribió el Ensayo Histórico sobre la vida del Exmo. D. Juan Manuel de Rosas, aparecido en 1830 y reeditado en 1842; las Noticias Biográficas del Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia de Santa Fe, Brigadier D. Estanislao López; e incluso biografías del general Juan Antonio Álvarez de Arenales y del científico Aimé Bonpland. Las dos primeras obras le valieron la enemistad no sólo de los exiliados en Montevideo durante el rosismo, sino también de muchos historiadores posteriores. Por otra parte, desde las páginas de “La Gaceta Mercantil”, de Angelis no ocultaba sus simpatías por el partido federal, en consonancia con su rol de administrador y arrendatario de la Imprenta del Estado, a cuyo frente estuvo entre 1832 y 1852. Su cargo público no le impidió continuar con sus estudios económicos, jurídicos y políticos, como los Ensayos literarios y políticos (1833); la Memoria sobre el estado actual de la hacienda pública (1834); y la Recopilación de leyes y decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de Mayo de 1810 hasta fin de Diciembre de 1840 (1836 – 1841). Esta Recopilación, publicada en tres tomos más un índice, fue por muchísimos años una referencia insoslayable para las investigaciones sobre el derecho en la Argentina. Considerando sus aportes intelectuales, Rosas le encargaba permanentemente la difusión de los proyectos de su Gobierno, que de Angelis reunió en el Archivo Americano y Espíritu de la prensa del mundo, editado en tres idiomas (inglés, francés y español) y aparecido entre junio de 1843 y diciembre de 1851. Para esta obra reunió manuscritos y documentos valiosos de toda la primera etapa de la historia nacional. Desde sus páginas, combatió a los opositores al gobierno rosista, que en la mayoría de los casos ya estaban exiliados. Su interés se extendió a la geografía, la etnografía y las lenguas indígenas (fue el autor de un diccionario español – guaraní) y sus conocimientos en materia documental lo facultaron, a partir de agosto de 1840, para desempeñar también el cargo de archivero del Estado, compartiendo la dirección del Archivo General de la Provincia de Buenos Aires con Jerónimo Lasala. En sus trabajos literarios estuvo muy influenciado, por los conflictos de la Argentina de Rosas con las potencias extranjeras. En 1836 comenzó su Colección de Obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las provincias del Río de la Plata. Después de publicar los primeros seis tomos, de Angelis debió interrumpir la obra debido al bloqueo inglés al puerto de Buenos Aires. En 1839 la Imprenta del Estado sacó su folleto titulado “De la conducta de los Agentes de Francia durante el bloqueo del Río de la Plata” y, un año después, otro folleto denominado “Reflexiones sobre la conducta de los Agentes franceses en la cuestión pendiente con el Gobierno Argentino”. Otro trabajo de su autoría fue la “Memoria histórica sobre los derechos de soberanía y dominio de la Confederación Argentina a la parte austral del continente americano” (1852). Esta publicación se originó en un informe que preparó en 1848 por encargo de Rosas, y cuyo tema principal era la defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Tras la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), de Angelis se quedó en la miseria y sin respaldo político. En parte por este motivo, en 1853 decidió vender al Brasil, en la suma de ocho mil pesos fuertes, su rica biblioteca, entre la que se encontraban papeles y mapas que habían pertenecido al Archivo de la Provincia. Tales adquisiciones por parte del Imperio se debieron a las gestiones de Paulino José de Souza, Ministro de Relaciones Exteriores; de José María da Silva Paranhos, Vizconde de Rio Branco; y del propio emperador don Pedro II. La colección de Angelis se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional carioca, y está integrada por 2.785 libros y folletos impresos, y 1.291 documentos manuscritos y mapas. Inclusive, de Angelis se estableció por algún tiempo en el país vecino, donde fue nombrado miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico de Río de Janeiro. Recibió designaciones similares de la Royal Geographic Society de Londres y de la Societé de Geographie de París, entre otros institutos científicos distribuidos por Europa y Estados Unidos. Durante su permanencia en el Imperio, escribió De la navigation de l´Amazone. Réponse á une Memoire de M. Maury, Officier de la Marina des Etats- Unis (1854), donde fundamentaba su oposición a la internacionalización del río Amazonas. No obstante, su intención no era permanecer en el Brasil sino retornar a Buenos Aires. Lo consiguió en 1855, tras una breve estadía en Montevideo. Ya en su vejez y pese a las críticas que soportó a la largo de su vida, y a los NOBLES ODIOS DEL MITRISMO, fue finalmente reconocido por la intelectualidad nacional. Murió en Buenos Aires el 10 de febrero de 1859.

viernes, 3 de febrero de 2023

Tomás Manuel de Anchorena, el Oráculo....

 Por el Prof. Jbismarck

Tomás Manuel de Anchorena Tomás Manuel de Anchorena nació en Buenos Aires el 29 de noviembre de 1783. Cursó sus primeros estudios en el Real Colegio de San Carlos y completó su formación en Charcas, en la Universidad de San Francisco Javier, donde en 1807 obtuvo los títulos de doctor en teología y abogado. En vísperas de la Revolución de Mayo era Regidor del Cabildo, y presionó a la corporación municipal para que suscribiera una declaración patriótica decidiéndose a asumir la soberanía popular. Por eso es razonable que el mismo Ayuntamiento le encomendara, a él y a Manuel José de Ocampo, la misión de presentarse ante el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros para exigirle la dimisión. Inclusive, Anchorena fue un paso más allá y se negó a reconocer como legítimo gobierno metropolitano al Consejo de Regencia español instalado en Cádiz, aunque en esta empresa tuvo menos éxito que en la anterior, ya que no pudo impedir que el cuerpo redactara un acta de reconocimiento. Debido a sus desavenencias con la Junta de Gobierno que finalmente reemplazó al Virrey, estuvo confinado durante un breve período de tiempo. Su defensor en el proceso fue Juan José Paso, quien esgrimió argumentos que destacaban el celo patriótico del Regidor. 
Una vez liberado, se retiró por un tiempo de los asuntos públicos con la intención de manejar personalmente sus negocios en Potosí. Pero a medida que los combates por la emancipación se trasladaban al Alto Perú, Anchorena se involucró nuevamente en la vida política. Manuel Belgrano, al frente del Ejército del Norte, lo nombró su secretario y contó con su apoyo para la organización de las fuerzas militares. Lo acompañó en las victorias de Salta (24 y 25 de setiembre de 1812) y Tucumán (20 de febrero de 1813). El 31 de octubre de 1812, el General en Jefe envió una carta al Triunvirato en la que resaltaba la lealtad del comerciante a la causa revolucionaria. Cuando se convocó a todas las provincias para que enviaran delegados al Congreso que se reuniría en San Miguel de Tucumán, Anchorena concurrió en representación de la provincia de Buenos Aires y firmó el Acta de la Independencia. Una vez declarada la emancipación, surgieron discusiones en torno a la forma de gobierno que debía adoptar el flamante estado soberano. En esos debates, Anchorena se opuso enérgicamente al establecimiento de un gobierno monárquico, pronunciándose a favor de una federación de provincias de acuerdo al modelo norteamericano. En un principio, acompañó a Juan Martín de Pueyrredón y actuó en el partido “directorial” lo que, a la caída del Director, le significó un confinamiento en Luján y luego la huida a Montevideo. Pero, más tarde, formó parte del núcleo fundador del partido federal. En 1820 fue elegido legislador por la provincia de Buenos Aires. Tras el fusilamiento de Dorrego en 1828, se alió con su primo Juan Manuel de Rosas, de quien fue Ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores durante su primer gobierno y sobre el que influyó en materia política y diplomática durante toda su gestión. En enero de 1831 participó en la firma del Pacto Federal. Sin embargo, al año siguiente presentó su dimisión. Su retiro de la vida política activa no le impidió integrar, poco después, una junta de teólogos, canonistas y juristas, encargada de expedirse sobre materias eclesiásticas relacionadas con el ejercicio del derecho de patronato. Ni apoyar a Rosas desde la Legislatura porteña en ocasión del conflicto con Francia en 1838, que culminaría con el bloqueo francés al Puerto de Buenos Aires. Una larga enfermedad lo mantuvo alejado de todas sus actividades, falleciendo en Buenos Aires el 29 de abril de 1847, a los 64 años de edad. El Gobierno Argentino liderado por Juan Manuel de Rosas decretó altos honores fúnebres y los debidos homenajes a su viuda, Clara García de Zúñiga.

miércoles, 1 de febrero de 2023

El desencuentro entre Manuel Belgrano y Manuel Dorrego....

Por el Prof. Julio Otaño
La orden del Triunvirato liderado por su secretario Rivadavia era clara : retroceder hasta Córdoba. El Ejército del Norte, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, intentaba contener a los realistas en Jujuy, y lo hacía con enormes dificultades, pero el General no quería abandonar su lugar, sabía que podía resistir. A regañadientes, organizó el Éxodo Jujeño, quemó todo a su paso para evitar que el enemigo pudiese abstecerse en la ciudad y se retiró. Llegado a la altura de Tucumán, uno de sus tenientes coronel, el valeroso, simpático y burlón, Manuel Dorrego, ingresó a la tienda de Belgrano junto al Coronel Díaz Vélez. “No podemos seguir retrocediendo General. He hablado con mis compañeros y todos estamos de acuerdo en que hay que presentar batalla. ¿Hasta donde vamos a seguir huyendo? Es vergonzoso seguir dándole la espalda al enemigo” dijo Dorrego con indisimulable bravura. Belgrano lo escuchó, meditó un poco, era el impulso que necesitaba para hacer lo que realmente quería: plantarse y pelear
Recibió respuesta desde Buenos Aires, firmada por Rivadavia: “Este Gobierno le manda por última vez…”, empezaba diciendo, exigiendo la retirada a Córdoba. La leyó cruzada Belgrano, rapidito, y la tiró. Se plantó en Tucumán. Organizó la defensa y dejo a Dorrego en la retaguardia con un batallón, los llamados Cazadores. El 24 de septiembre se dio un combate feroz, épico. La matanza fue brutal, en medio del combate, una manga de langostas azotó a los soldados de ambos bandos, al punto de ni siquiera verse unos a otros, pero estaba claro, la divisiones del Ejército de Belgrano iban retrocediendo y cayendo una a una. Holmberg se retiró herido, los grupos de Forest y Warnes, estaban rodeados por el enemigo, Díaz Vélez luchaba por su vida, aislado. Dorrego no esperó. La retaguardia requería la orden de Belgrano para entrar en acción, pero Dorrego no estaba para órdenes y arremetió bestialmente contra todo lo que se cruzara. Los Cazadores contaban con bayonetas desafiladas, cuchillos atados a la punta de los fusiles, machetes que eran usados como sables. En medio de alaridos desaforados y un coraje lindante con la locura, vencieron. Los clarines del general Tristán, tocaron urgente la retirada. La batalla de Tucumán marcó una bisagra en la lucha por la independencia. Sin ella, probablemente los realistas hubiesen llegado no solo a Córdoba sino también a Buenos Aires. El coraje de Belgrano y la endiablada y loca valentía de Dorrego, cambiaron la historia. Desde que se hizo cargo del Ejército del Norte, Belgrano mostró preferencia por Manuel Críspulo Bernabé Dorrego. Dorrego, recientemente ascendido al grado de teniente coronel, aún no había logrado curar la herida recibida en el combate de Nazareno, durante la primera Campaña al Norte, al mando de Castelli, cuando una bala le atravesó la garganta y lo obligó a usar un caño de plomo para poder ingerir alimentos y bebidas. El joven demostraba ciertas cualidades que el jefe aprobaba. Era valiente en el campo de batalla, confiable para las comisiones y trámites y además tenía una buena formación: había abandonado los estudios que lo hubieran convertido en doctor en Leyes por las urgencias de la guerra. Según el recuerdo de sus camaradas, Dorrego era tan simpático y bromista como valiente y motivador. Algunos lo tildaron de altanero y soberbio. Pero había caído en gracia con el nuevo jefe, quien lo nombró su edecán y, a la vez, secretario. Los problemas de indisciplina comenzaron cuando Belgrano envió a Dorrego a Buenos Aires, donde debía entregar informes secretos al gobierno. Amparado en el hecho de ser el emisario del jefe del Ejército del Norte, terminó exasperando a Miguel de Azcuénaga y marchó detenido al cuartel de los Granaderos a Caballo de San Martín, en Retiro. Luego de dar las debidas explicaciones, partió al norte para reincorporarse al Ejército. Belgrano conoció los pormenores del incidente de Buenos Aires, pero no le dio importancia. Dorrego continuó siendo su mano derecha. Hasta que le apareció un competidor. La llegada del barón de Holmberg (había arribado junto con San Martín y al poco tiempo fue enviado al norte para asistir a Belgrano con sus conocimientos militares) entusiasmó al jefe del Ejército. El jefe presentía que, a pesar de su carácter díscolo, Dorrego era una pieza clave en los enfrentamientos armados. Su actuación en Tucumán y en Salta confirmó su prestigio militar. Durante el avance hacia el Alto Perú resurgieron los problemas de conducta. Por empezar, se había ensañado con Holmberg y no perdía oportunidad de difamarlo. Pero el comienzo del fin tuvo lugar en una de las semanas más emotivas de aquel tiempo. Fue cuando por fin los patriotas pudieron regresar y poner pie en San Salvador de Jujuy, ciudad que habían tenido que abandonar un año antes como consecuencia del famoso éxodo. Los primeros en alcanzar esa posición fueron los Cazadores —tropas ligeras que se desplazaban a pie o a caballo, según la ocasión— dirigidos por Dorrego, seguidos por el regimiento de artillería al mando del francés Forest. Ingresando a la ciudad, los soldados de Forest se toparon con un integrante de los Cazadores de Dorrego, a quien daban por muerto o desertado. Sin aguardar ninguna explicación, lo aprehendieron y lo llevaron detenido al cuartel que ellos ocupaban. Desbordado de ira, Dorrego envió a sus hombres a patrullar las calles, conminándolos a detener a cada artillero de Forest que estuviera caminando solo. Todo esto ocurría en ausencia de Belgrano, quien avanzaba con mayor lentitud, al ritmo del grueso del Ejército del Norte. Sin el jefe para poner orden, Jujuy asistía al enfrentamiento de los dos bravos oficiales que detenían soldados del otro, como si fuera una competencia para ver quién acumulaba más prisioneros. Juan José de Arenales, gobernador interino de Jujuy, quien ya venía molesto por las actitudes altaneras del impetuoso oficial de los Cazadores, le informó a Belgrano lo que estaba sucediendo. El jefe mandó llamar a Dorrego y en el campamento mantuvieron una charla a solas. Belgrano esperaba que la amonestación a su bravo oficial lo encauzaría. Sin embargo, a partir de aquel episodio, la relación fue perdiendo fuerza. Ese fue el motivo por el cual el general no contó con el valeroso oficial en la campaña al Alto Perú donde la suerte le fue adversa. Las derrotas de Vilcapugio (1/10/1813) y Ayohuma (14/11/1813) obligaron a que el Ejército del Norte tomara el camino a Jujuy. Los hombres de Belgrano llegaron a la abnegada ciudad y allí se engrosaron las fuerzas gracias a la implacable tarea del desplazado Manuel Dorrego. Se hallaba destinado en Salta, fuera de la zona de enfrentamientos, por los motivos que comentamos. Una tradición sostiene que luego de las derrotas mencionadas, Belgrano se lamentó por la ausencia de "un Dorrego" que lo auxiliara en las filas de la Patria. Dorrego, aseguró que cuando se puso en marcha rumbo a Jujuy, por disposición impartida desde Buenos Aires, recibió una carta de Belgrano convocándolo. Por lo tanto, el castigo había llegado a su fin. El reencuentro de Dorrego y Belgrano en San Salvador de Jujuy fue muy afectuoso. Una vez más, el joven ocupaba un lugar especial en el alto mando. Más aún, San Martín y Belgrano hablaron del valiente soldado, según se advierte en la correspondencia previa al encuentro de los dos grandes jefes. Sus recientes méritos le dieron un lugar preferencial. Por decisión de los comandantes, Dorrego se convirtió en el tercer jefe de la cadena de mando, detrás de los dos grandes. Pero no estuvo a la altura de la circunstancias. Para un profesional de las armas como San Martín, una de las claves del éxito era la buena comunicación. ¿De qué servía tener jefes buenos si los mensajes no llegaban con claridad desde el fondo hasta la primera línea de combate? Por esa razón, puso en práctica un ejercicio que era habitual en Europa. Consistía en formar una ronda que respetara los rangos, de izquierda a derecha como las agujas del reloj, y ensayar el grito de una misma consigna siguiendo la estructura jerárquica. La actividad se denominaba: "Ejercicio para la uniformidad de las voces de mando" y buscaba que cada oficial repitiera las palabras dichas por su superior y usara el mismo tono. La utilidad del ejercicio se vería en el campo de batalla. Si la vía de comunicación era fluida, una orden del comandante llegaría con claridad a los oídos de cada soldado. La primera consigna fue lanzada por San Martín con su potente voz de barítono. De inmediato respondió Belgrano, pero el contraste, debido a su voz aflautada, hizo reír a Dorrego. El futuro Libertador lo fulminó con la mirada y el resto de la vuelta prosiguió sin novedades. La nueva orden partió con energía de la garganta de San Martín. Una vez más, el joven hizo una mueca al oír la respuesta de Belgrano, pero esta vez el comandante reaccionó. Tomó el candelabro de la mesa, dio un golpe seco y, sin quitarle la vista de encima, le dijo a Dorrego: "¡Coronel, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, no a reír!". Al día siguiente, Dorrego marchaba a Santiago del Estero. Una vez más fue alejado de los puestos de mando y de la acción. Poco tiempo después, Belgrano fue llamado a Buenos Aires para responder por las acciones en el norte. Cuando iba en camino, al pasar por Santiago del Estero, el bromista Dorrego decidió desairarlo, enviando a un loco vestido de verde (color favorito de Don Manuel) con uniforme de brigadier: que lo llamaba “General Cotorrita”…

Álvaro José de Alzogaray

Por el Prof. Jbismarck
La vida de Álvaro J. de Alzogaray abarca buena parte del siglo XIX, ya que este coronel de marina intervino en la Guerra del Brasil, en la Guerra Grande, en la Guerra de la Triple Alianza y en las Guerras Civiles. Hijo del acaudalado comerciante Francisco de Alzogaray y de Mercedes Echagüe y Andía, los datos acerca del lugar y año de nacimiento no siempre coinciden. Mientras que para su biznieto nació en Buenos Aires en 1811; para Yaben nació en Santa Fe en ese año; y, para Cutolo, nació también en Santa Fe, pero en 1809. Sus conocimientos de varios idiomas, especialmente de inglés y francés, sumados a sus estudios de ingeniería naval, lo llevaron directo a la Armada. Los años que siguieron a su ingreso en la Marina lo muestran casi siempre embarcado, al igual que José Nicolás Jorge, de quien era amigo personal y con el que se carteó en numerosas ocasiones. Pronto Alzogaray se sumó a la Escuadra que, al mando del almirante Guillermo Brown, se alistaba para combatir contra el Imperio del Brasil. Fue secretario del Comandante y, en su ausencia, en algunas ocasiones quedó al mando con el grado de coronel mayor. Llevó un registro de la campaña en el Diario de Operaciones de la Escuadra Republicana, Campaña de Brasil, editado en 1934 por el Archivo General de la Nación de Uruguay. Tras un paso por las milicias de infantería en 1831, volvió a la Marina en diciembre de 1840, asumiendo poco tiempo después el mando de la corbeta “25 de Mayo” que participó en el Sitio Grande de Montevideo. Obligó a la escuadra riverista de John Halstead Coe a refugiarse en el puerto; puso fuera de combate a la nave insignia de la Armada oriental, el bergantín goleta “El Montevideano”, y al bergantín “Cagancha”; enfrentó a Garibaldi; y, el 17 de enero de 1844, recuperó la plaza de Maldonado que había estado en poder de los enemigos de Rosas
Pero, sin duda, su acción más heroica y el punto culminante de su carrera de marino fue su participación, durante el bloqueo anglofrancés, en el Combate de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), dirigiendo la batería “Restaurador”. Allí donde el Paraná alcanza su punto más angosto y exhibe un recodo, las fuerzas de la Confederación rosista, a falta de mejor defensa, cargaron de cadenas unas lanchas, especulando que así detendrían a la flota enemiga. La orden estricta de Rosas era impedir a toda costa el ingreso de los extranjeros en el río. El paso de Obligado recién fue cortado por las dos naciones europeas después de nueve horas de encarnizados combates, con el luctuoso saldo de 295 muertos para los confederados. No obstante, el éxito de las naves aliadas fue relativo. Sufrieron cuantiosos daños por el incesante fuego de metralla al que quedaron expuestas. El 19 de abril de 1846, Alzogaray recapturó el pailebote “Federal”, abandonado por los británicos tras un breve combate. Dejaron a bordo el pabellón, además de bagaje, armamento y municiones. Meses después, Alzogaray intervino en la batalla de la Angosturas del Quebracho (4 de junio de 1846), a 35 km. de Rosario, en la que las fuerzas de Lucio Mansilla forzaron a huir a la escuadra aliada. Hasta 1849 fue comandante general del Cuartel Divisionario del Departamento Norte, tras lo cual recibió el mando del vapor “Merced”. En 1853 fue ascendido a capitán de marina y, en 1859, se desempeñó como Administrador de Correos de Santa Fe. Durante la campaña de Cepeda, se ocupó de la Comandancia del Parque Nacional y Maestranzas del Ejército de Urquiza, tarea que reasumió como coronel durante la batalla de Pavón (17 de setiembre de 1861) y, nuevamente, en la Guerra del Paraguay. El 14 de septiembre de 1868 fue ascendido a coronel de marina efectivo. Finalizada la guerra, fue designado interventor del Parque Nacional y de la Comisaría de Guerra hasta que, en 1875, pasó a ocupar la Inspección General de la Armada. Falleció en Buenos Aires en 1879.