Rosas

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jueves, 28 de febrero de 2013

Perón y las inversiones externas...

Por Enrique Oliva (Enorme intelectual del campo nacional recientemente fallecido..este artículo fue un correo enviado a nuestro compañero Julio Otaño)
El innegable odio que el General Perón generó en las grandes potencias del capitalismo salvaje comenzó cuando aplicó políticas financieras tocando privilegios de multinacionales colonialistas. Tan efectivo resultó el simple pero revolucionario ordenamiento, que Pierre Mendés France, durante los años 1954-1955, siendo Presidente del Consejo de Gobierno de Francia, lo tuvo en cuenta para la reforma bancaria de su país y elogió sus virtudes.
Perón explicaba muy simplemente su idea. Primero se preguntaba dónde y quién manejaba el ahorro de los argentinos, acumulado en especial en las reservas de los jubilados, bancos y empresas de aseguradoras, casi exclusivamente de propiedad británico. Esa enorme cantidad de dinero generaba mucho rédito otorgando préstamos blandos a sus propias empresas en el país, permitiendo derivar ganancias, eludir impuestos y provocar blanqueos. Con las medidas tomadas por el gobierno peronista, esos caudales, sin inversiones extranjeras, pasaron a servir al desarrollo nacional, abonando intereses razonables, sin caer en la usura internacional.
Un espectáculo tragicómico lo apreciamos meses atrás, cuando se dispuso el pase a ANSES de los aportes jubilatorios de los argentinos. En esos momentos, el común de los habitantes nos enteramos que capitales acumulados por las firmas privadas gerenciadoras tenían deudores extranjeros del calibre de Repsol, Telefónica, Techín, etcétera, donde en esos etcéteras había de todo, incluso medios de difusión. Es decir que, en lugar de ingresar dineros de otros países, las multinacionales usaban los créditos baratos de los trabajadores, mientras sus ganancias exageradas iban a parar, Dios sabrá dónde, pasando por los delictivos paraísos fiscales. No se aplicaban a fomentar el progreso nacional ni se prestaba a pequeñas y medianas empresas.
Un ejemplo curioso lo vimos este mismo año, cuando Hugo Chávez, el presidente venezolano, decidió nacionalizar una industria de Techin. Las organizaciones financieras, industriales, rurales, medios de difusión y hasta partidos políticos, llamaron a cruzadas exigiendo que el gobierno argentino defendiera los capitales nacionales ante Caracas, o por lo menos ayudara a obtener un precio realista frente al temor de una posible “confiscación”. Argumentaban aparatosamente que, de no proceder como ellos requerían, agudizaríamos nuestro “aislamiento del mundo” desalentando a las “tan necesarias inversiones del exterior”. Al fin, el precio de la operación venezolana se arregló sin problemas. Pero, hete aquí, que un par de meses atrás, Caracas cumplió el pago de la primera cuota de su adquisición, algo más de 400 millones de dólares, que no vinieron a nuestro país. ¿Cómo, Techin no era argentina? Pues no. Fue derechito al paraíso fiscal de Luxemburgo. Entonces, con autoridad y humor, el dirigente peronista platense Carlos Negri, difundió por internet una nota evidentemente dirigida a los “patriotas” que criticaron al gobierno de Buenos Aires por no defender a “una firma nacional”, titulando su escrito: “¡Que le reclamen al Gran Duque!”. Se refería al noble varón, cabeza de la “monarquía constitucional” de ese minúsculo país (2.586 K2 y 420.000 habitantes). Ese “estado” paraíso fiscal, miembro de la Unión Europea, tiene una renta per cápita de más de 44.000 dólares, es decir, similar al de la pulcra Suiza, país también refugio de dineros mal habidos.
¿Otro ejemplo a lamentar?
El matutino porteño Ámbito Financiero de ayer jueves 3 de setiembre, nos informa que el argentino propietario de un fondo de inversión Eduardo Costantini, acaba de comprar en Miami, por 78 millones de dólares, un terreno de 4,2 Has., junto a una playa de 152 metros sobre el Atlántico. Allí construirá un “complejo residencial de lujo de 165 unidades con una superficie vendible de 58.000 m2”. La nota agrega: “apuntará a vender entre los inversores argentinos que suelen acompañarlo en sus emprendimientos”. Al respecto ¿cabe preguntarse si este señor es el mismo Eduardo Costantini que acaba de convertirse en deudor del ANSES por créditos recibidos de empresas privadas que administraban jubilaciones, ahora pasadas al estado.
La nacionalización del ahorro de los argentinos : El gobierno peronista no nacionalizó los bancos ni aseguradoras extranjeros. Simplemente ordenó el manejo y orientación de préstamos con el ahorro de los argentinos. Ese capital nacional debía dirigirse al desarrollo obteniendo intereses razonables para aumentar sus reservas y salvaguardarse de posibles inflaciones. En especial permitía eludir la usura internacional. Las proporciones de los créditos se fijaba oficialmente de acuerdo a los planes quinquenales del gobierno. Entonces no pudieron seguir otorgando créditos a quienes se les antojara ni auto prestarse con firmas fantasmas e insolventes, cuyas centrales incontrolables se domiciliaban en paraísos fiscales. Con la nacionalización del Banco Central se recuperó la conducción de la política monetaria. Tanta importancia le adjudicaba Perón a esa medida que en el mensaje al Congreso decía que esa medida equivalía a “nacionalizar la Argentina”. La trampa venía de lejos pues su organización originaria fue idea y realización de consejeros ingleses, llegando con el tiempo a ser conducido por un discípulo admirador de la corona y el liberalismo, Raúl Prebisch y su real manejo residía en Londres. La mal llamada Revolución Libertadora, para desmantelar las reformas patrióticas del peronismo, reinstaló al frente de la institución a Raúl Prebisch, trayendo al Fondo Monetario Internacional (FMI),
La llamada orientación del crédito: Como se ha visto, los bancos, aseguradoras y otras empresas financieras, continuaron en manos privadas. Pero, partiendo de que los dineros provenían del ahorro argentino, los préstamos debían acordarse en beneficio de los criollos, por medio del sistema de “orientación del crédito”. A partir de entonces, era el estado quien disponía el destino a dar a la cartera de las instituciones financieras. Se establecieron porcentajes de los montos ofrecidos con intereses normales dirigiéndolos a obras públicas, industrias, agricultura, ganadería, vivienda, pequeña y mediana empresa, comercio, exportación, importación, apoyo al consumo interno, etc. etc. según los planes nacionales de desarrollo del país. Con eso, con el ahorro de los argentinos, se pudo disponer de inversiones para la enorme obra de poner de pie una nación liberada de la usura internacional del capitalismo mafioso. La deuda externa fue saldada, incluyendo un préstamo en extremo corrupto por Bernardino Rivadavia con la londinense Baring Brothers, más de un siglo atrás. Por eso, cuando los conocidos de siempre, vinculados a las redes financieras y económicas del capitalismo salvaje, insisten en buscar inversionistas extranjeros, están presionando al gobierno a ceder ante exigencias peligrosas, tales como admitir la mediación foránea o tribunales no argentinos y con empresas radicadas en paraísos fiscales. Hasta se ha ensayado con insistencia el conceder inmunidades inaceptables. La Argentina no puede mostrarse ante el mundo como desesperada por inversiones. En cambio, como seguimos insistiendo, podemos recurrir al ahorro nacional ¿o no?


Enrique Oliva: François Lepot es el seudónimo que usó muchos años el Dr. Enrique Oliva, profesor, periodista y escritor. Por quince años fue corresponsal del diario "Clarín" en Europa, con base en París. Debió usar ese alias afrancesado porque su nombre estuvo prohibido por la última dictadura militar, por defender el orden constitucional. Estamos hablando de un enorme intelectual del campo nacional, exquisito fumador de cigarros, profundo conocedor de mezclas y marcas pero por sobretodo un brillante erudito de la historia del tabaco, rico en anecdotario histórico del mundo sobre habanos y famosos compañeros de los buenos humos. Fue uno de los fundadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en 1951.Ha sido Director de Asuntos Culturales de la cancillería. Enseñó historia en varias universidades y fue el Rector fundador de la Universidad del Neuquén, convertida años después en la actual Universidad Nacional del Comahue. Lepot ha publicado una decena de libros. Los dos últimos son: "Malvinas, el colonialismo de las Multinacionales" y " En el Golfo" (sus vivencias en la guerra Irak - Kuwait). El 28 de febrero de este 2010 Enrique Oliva nos dejó. La revolucion fusiladora lo consideraba peligroso asi que fue a dar con sus huesos a la cárcel y, cuando le dieron la opción de salir del país, lo hicieron con la condición de que se instalara fuera del continente americano. Recalaría en Madrid, donde compartió con Pepe Rosa el duro exilio; corresponsal en París sus artículos de entonces, hoy son de colección y los que escribiera en las redes de noticias nacionales y populares, estos años, son de culto. Cubrió distintas guerras y cumbres y entrevistó a personajes internacionales relevantes como presidentes y primeros ministros de Europa y otros continentes, incluidos Indira Gandhi en la India y Simon Peres en Israel. Se identificó plenamente con la gesta de Malvinas, y sus crónicas de la Guerra de 1982 resultan imprescindibles. En 1986 fue el primer periodista argentino que piso suelo de las Malvinas después del conflicto. Dedicado preferentemente al análisis político, ha escrito varios libros dentro de esa tesitura, tales como Política de Negocios, Política Universitaria, La guerra revolucionaria en los Estados Unidos, De Gandhi a Goa, En el Golfo, Malvinas: el colonialismo de las multinacionales, Desde Londres y Vida Cotidiana. Ocupaba hoy en día, el sillón Manuel Láinez en la Academia del periodismo, presidía el Instituto Malvinas e Islas del Atlántico Sur desde el que había apoyado y luchado junto a los Familiares de Caídos en el conflicto para imponer su propio Cementerio por los argentinos que yacen en las Islas. Enrique en los últimos años, recibía un homenaje detrás del otro, en particular en los círculos de los malditos de la cultura nacional. En el Siglo XXI Oliva había tocado el techo de los Grandes del Peronismo como Jauretche, Marechal, Scalabrini y hoy se va como uno de los más grandes.

viernes, 15 de febrero de 2013

Las boleadoras de Pancho Zeballos

Por el Prof. Jbismarck

El 10 de mayo de 1831 el gaucho Francisco Zevallos logró a través de un certero “bolazo” derribar al caballo del general José María Paz. Las boleadoras de Zevallos lograron lo que no pudieron hacer las tropas de Quiroga, López, Pacheco y Bustos. La caída del general Paz significó la caída de la Liga del Interior y el afianzamiento político de Juan Manuel de Rosas. Nunca unas rústicas boleadoras fueron tan importantes en la historia.

General José Rondeau

Por Luciano Alvarez


Hay protagonistas sigilosos que dejan su huella en la Historia. Son individuos astutos, pacientes y discretos -las eminencias grises- que ejercen su influencia detrás de los grandes personajes u organizaciones. En el extremo opuesto están quienes deslumbran con su presencia, protagonizan su tiempo y luego se apagan hasta perderse en las papeleras de la Historia.
José Rondeau, que vivió 71 años, entre 1773 y 1844, no encaja en ninguno de estos caracteres, pero merecería un lugar en la rara categoría de los protagonistas de omnipresencia borrosa. Me excuso por la expresión, seguramente pretenciosa, pero es la única que se me ocurre y espero justificarla. Durante casi cuarenta años participó -con cierta nombradía- de todos los eventos políticos y militares del Río de la Plata, sin olvidar la guerra contra Napoleón en España.
Nació en Buenos Aires, pero su familia se radicó en Montevideo cuando tenía 17 años. Era capitán del Regimiento de Blandengues durante las Invasiones Inglesas; cayó prisionero y fue enviado a Londres hasta 1808 cuando Gran Bretaña devolvió a España a todos los capturados en Montevideo, para combatir a los franceses. En 1810 fue destinado a Montevideo junto a otros 30 oficiales, pero desertó y pasó a Buenos Aires. La Junta revolucionaria de mayo le nombró jefe de operaciones en la Provincia Oriental. De los años siguientes, son bien conocidos sus enfrentamientos con Artigas, a nombre del gobierno de Buenos Aires.
Desde entonces tendría tantos cargos como fracasos. En su autobiografía escribe: "En el curso de mi carrera he obtenido cinco despachos de general de ejércitos de operaciones en distintas provincias y tres de comandante general de armas en diversos períodos..."
También fue nombrado dos veces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque la primera (1815) fue nominal y solo por un día, puesto que no se encontraba en Buenos Aires y la segunda (1819 - 1820) terminó abruptamente luego de la breve Batalla de Cepeda, cuando se abolió su cargo y aun el gobierno nacional. Pasó ocho años en discretos puestos hasta que, en 1828 la Asamblea General Constituyente y Legislativa del recién creado Estado Oriental le ofreció el puesto de Gobernador y Capitán General Provisorio. Una vez más Rondeau respondía a su perfil político: alternativa bonachona y provisoria, puesto que su nombramiento postergaba por un tiempo las pretensiones de Rivera y Lavalleja. De algún modo podría ser considerado nuestro primer presidente, por el breve lapso de un año y cuatro meses.
Bartolomé Mitre dice que el general Rondeau era "un soldado de buena escuela". Pero lo cierto es que fue un derrotado sistemático. Nuestra Historia Patria lo recuerda como el vencedor del Cerrito (31 de diciembre de 1812), donde venció a su viejo amigo Vigodet, pero su campaña con el llamado ejército del Norte fue un rosario de desaciertos que incluye enemistarse con otro caudillo, el valiente coronel Martín Miguel de Güemes, a quien declaró traidor y desertor, y terminó con la derrota de Sipe-Sipe (noviembre de 1815), un desastre total que detuvo la revolución en las fronteras del Alto Perú.
Durante su efímero gobierno como Director general de las Provincias Unidas pretendió que José de San Martín trajera el Ejército de los Andes a luchar contra los federales y le propuso a Lecor, gobernador portugués de la Banda Oriental, que invadiera Entre Ríos y Corrientes. Pero todo terminó en Cepeda, cuando su ortodoxo planteo militar fue arrasado en diez minutos por los caudillos López y Ramírez. 

El más tarde general José María Paz -oficial del ejército del Norte- escribió que "Rondeau era un perfecto caballero, adornado de virtudes y prendas estimables como hombre privado pero de ninguna aptitud para el mando militar principalmente en circunstancias difíciles".
También difunde que buena parte de los oficiales le llamaban "José Bueno" o "Mamita Rondeau" y que su "insignificancia personal" iba de la mano con "una refinada hipocresía". Hubo otros que no llegaron tan lejos, Aráoz de Lamadrid, escribió que si bien era un "jefe demasiado bondadoso, y hasta condescendiente con algunos, […] mas no por eso toleraba toda clase de excesos como Paz lo da a entender a cada paso". Mitre ha insistido en que "era un hombre de juicio recto, pero sin las luces de la inspiración, de porte grave y carácter algo apático, de alma serena, reconocido por todos como un patriota abnegado y virtuoso". No es otra la versión que recogerá Juan Zorrilla de San Martín: "Rondeau era un patriota, era un animoso capitán; pero era un conductor de soldados, no un conductor de hombres. Si tuvierais que modelar su estatua, os bastaría con plasmar la de un bizarro jefe impersonal, la de un noble uniforme."
En suma, es probable que su personalidad incluyera, en dosis no precisas, todos esos rasgos que hacían de su personaje borroso y manipulable una pieza nada despreciable en el ajedrez del poder.
Rondeau pasó la última parte de su vida en Montevideo ocupando cargos en los gobiernos de Rivera y Oribe. Durante la Guerra Grande, fiel a su tradición unitaria, participó en el bando de la Defensa. Murió el 18 de noviembre de 1844. Dos días antes había llamado a su ahijado, el joven oficial de artillería Bartolomé Mitre y le entregó su espada, "Vencedora en el Cerrito y derrotada con dignidad en Sipe-Sipe", le dijo.
Fue enterrado con honores en el Panteón Nacional. En 1891 Argentina solicitó la repatriación de sus restos, pero el gobierno de Julio Herrera y Obes se negó argumentando que sus cenizas debían permanecer en el suelo al que había servido como patria propia. Es probable que la posteridad haya sido avara con José Rondeau: un pueblo de la provincia de Buenos Aires, algunas calles y avenidas en Argentina y Uruguay, apenas un retrato que no lo favorece y una brevísima bibliografía que incluye sus escuetas memorias de 59 páginas y un "boceto biográfico" de 336 escrito por Jorge A. Ferrer, publicado discretamente en 1997.

1 de febrero de 1820: Cepeda

Por el Dr. Gonzalo García

 
La Batalla de Cepeda puso fin al proyecto oligárquico del Directorio de Buenos Aires. Las montoneras de Ramírez y López entran en Buenos Aires y atan la caballada a la Pirámide de Mayo recién construida... Comienza lo que la historia liberal mitrista denominó la "anarquía del año '20″. Más que "anarquía", en el año 20 se empieza con un proceso de reencuentro con la realidad natural y desnuda de un pueblo que debía sustituir las jerarquías de la sociedad colonial por otras que contuvieran los valores igualitarios asumidos en la Revolución de Mayo.  
 "El año 20, decían los aristócratas, era el que debía marcar el fin de la revolución, estableciendo el poder absoluto para consumar nuestro exterminio repartiéndose entre si los empleos y riquezas del país a la sombra de un niño coronado que ni por sí ni por la impotente familia a que pertenece podía oponerse a la regencia intrigante establecida y sostenida por ellos mismos."  Francisco Ramírez.

El proyecto de la oligarquía porteña y la Constitución de 1819  
A mediados de la primera década del Siglo 19, el antiguo virreinato del Río de la Plata ya se perfilaba como un país, faltaba formalmente declarar la independencia de España, las condiciones internacionales apremiaban y los movimientos revolucionarios la exigían. De tal manera el Congreso reunido en Tucumán en 1816 homologa estos hechos enunciando que "las Provincias de la Unión fuesen una Nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli". Y ..."declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas e investirse del alto carácter de nación libre e independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli".
 
Una vez declarada la independencia quedaba un problema a resolver. La pregunta era la siguiente: ¿Qué forma de gobierno elegir? En el congreso de Tucumán se planteó seriamente la posibilidad de convertir al país en una monarquía. Napoleón había sido definitivamente vencido y en Europa señoreaba la Santa Alianza, que era un conjunto de monarquías aliadas muy reaccionarias, que se oponían a la constitución de republicas ya que éstas eran sinónimos de subversión, caos, ateismo y jacobinismo.
 
Los que estaban por la monarquía no tenían todas las mismas motivaciones. No se puede equiparar el monarquismo de San Martín, que proponía además una monarquía parlamentaria, admitiendo en la monarquía la posibilidad de un gobierno fuerte adecuado a las características y las grandes extensiones del país. No se lo puede comparar, repito, con el concepto monárquico de un Manuel José García enajenado por fuerzas internacionales. Y cosa parecida ocurría con los republicanos. Algunos de los republicanos criollos coincidían en los intereses con Inglaterra. Gran Bretaña, estaba mucho mas interesada en instalar una republica en el Plata porque resultaba un régimen de más fácil penetración y dominación en razón a las propias tendencias y contradicciones del republicanismo como sistema. Los federales de las primeras dos décadas revolucionarias eran republicanos, porque asumían en el republicanismo la tendencia popular hacia el pluralismo democrático, por reacción histórica contra el unitarismo centralista establecido por los virreyes.
 
Algunos hombres importantes, Belgrano entre ellos, aconsejaron erigir una monarquía. La propuesta tuvo algunas posibilidades de cristalizar a través de gestiones diplomáticas muy complejas en Europa; también se barajó la idea de restaurar el trono de un Inca. Sin embargo, y más allá de las tratativas, estos proyectos no fueron más que sondeos de opinión que por más exigua que fuese, repudiaba la posibilidad de un monarca en Buenos Aires: eso habría sido el fin de la Revolución iniciada en 1810 que encontraba en Mariano Moreno a su pro hombre. El Pueblo, a pesar de ser en ese entonces (como lo es ahora) una entidad heterogénea, variopinta, impalpable, rechazaba esa posibilidad y prefería una opción mas abierta y democrática.
 
De manera tal que el Congreso en principio descarta el sistema monárquico. Pero deja aun abierta la posibilidad para que sigua siendo tratada en Buenos Aires cuando sigua sesionando el Congreso para dictar una constitución.
 
Corolario de lo dicho, en abril de 1819, el Congreso sanciona una Constitución, unitaria y absolutista, que no era ni monárquica ni republicana pero que dejaba las puertas abiertas para la entrada de un príncipe o un infante. Se trataba de una Carta Magna aristocratizante, con un Senado formado por delegados por las provincias, pero que al mismo tiempo incluía personajes designados por su propio carácter, tales como: rectores de universidad, generales, obispos etc. El texto no mencionaba la palabra república.
 
La llamada constitución de 1819, no tuvo prácticamente vigencia y no funcionó porque la disidencia federal era ya muy grande, como muy profunda era también la desconfianza de los pueblos frente a las intrigas monárquicas de los porteños. Así las cosas, y después de una serie de hechos políticos y militares menores se sanciona la constitución y esto resultó una afrenta, una provocación para los pueblos del interior que conducidos por Ramírez y López marchan con sus montoneras gauchas hacia la ciudad Buenos Aires.
 
La Batalla de Cepeda, bautismo de fuego del federalismo
 
Ramírez, como lugarteniente del Protector Artigas, asumirá la función de jefe supremo del ejército federal. Estanislao López, el caudillo santafesino, se agrega a las fuerzas en calidad de aliado histórico del caudillo oriental. Se le pliegan también algunos desterrados del régimen: Alvear que prometía apoyo de importantes sectores porteños y el chileno Miguel Carreras que aporta alguna tropa y una imprenta que había comprado en Estados Unidos. Esta imprenta, volante, editaba un boletín, "La Gaceta Federal", explosivo en su contenido.
 
En octubre de 1819 se reúnen los dos jefes, Ramírez y López, en Coronda para establecer planes comunes. Días después, el entrerriano lanza una proclama declarándole la guerra al Directorio, sostén político de la constitución aristocrática y antipopular, e invitando a sus paisanos a compartir la insurrección.
 
Allí está ahora, Francisco "Pancho" Ramírez, como jefe supremo de los ejércitos federales en el umbral de la historia. Está frente a sus "Dragones de la Muerte" como se llamaban las disciplinadas montoneras entrerrianas. Conduce también a los dragones santafesinos de López, los guaraníes de Misiones, los mocovíes del Chaco y toda la montonera artiguista. En ese momento el régimen directorial se derrumba.
 
Pueyrredón renuncia al Directorio y asume Rondeau. El mismo Rondeau que nueve años antes fuera convencido por Ramírez para desertar del ejército español e ingresar a las filas revolucionaria artiguistas. El mismo Rondeau que está frente a él comandando las tropas porteñas.
 
El Director Rondeau pide auxilio a los ejércitos regulares. Ya se sabe que el General San Martín, fiel a su conducta patriótica, popular y revolucionaria, se niega a desenvainar su gloriosa espada en esta guerra civil, mucho menos en contra del pueblo. Solo le queda al Directorio el veterano Ejercito del Norte comandado por Belgrano al que Rondeau pide auxilio. Esta fuerza se niega también a participar en la contienda civil, se amotina en Arequito y esa sublevación deja al Directorio -ya debilitado políticamente- en un estado de total vulnerabilidad militar.
 
El 1º de febrero de 1820 en la cañada de Cepeda, en una atropellada de las montoneras federales se sella la suerte del Directorio oligárquico.
 
El historiador entrerriano Aníbal Vásquez escribe en su libro "Ramírez": "El triunfo de Cepeda debe considerarse como el bautismo de sangre del federalismo argentino, y como la primera afirmación colectiva de la mayoría popular a favor de la organización nacional, republicana, democrática y federal".
 
Bisagra histórica
 
La batalla de Cepeda desde el punto de vista del aspecto militar fue de las más "pobres" en la historia argentina, pero en sus proyecciones políticas fue de las más fecundas. Las milicias directoriales, formadas en mayor parte por esclavos comprados por el gobierno para convertirlos en soldados, se desbandaron ante el ataque montonero. Una sola carga bastó para desmoronar a los porteños que "en menos de un minuto" se dispersaron dejando la artillería en poder de los gauchos entrerrianos.
 
Políticamente, institucionalmente había caído por primera vez desde 1810 la autoridad nacional, por primera vez desaparecía una entidad estatal que había ejercido, a veces solo formalmente, el poder sobre todo el antiguo virreinato.
 
Los sectores oligárquicos de Buenos Aires entran en pánico ante una supuesta posibilidad de "invasión" de las tropas federales. Vicente Fidel López, el ensayista quintaesencia de la versión mitrista de nuestra historia, expresa su repugnancia cuando relata el episodio: ... "numerosas escoltas (de Ramírez y López) compuestas de indios sucios y mal trajeados a término de dar asco ataron sus caballos en los postes y cadenas de la Pirámide de Mayo mientras sus jefes se solazaban en el salón del ayuntamiento". Relato que habla por sí solo acerca del desprecio y el odio que siente la oligarquía y la antipatria por la causa federal y el recuerdo de la batalla de Cepeda.
 
Las montoneras de Ramírez y López entran en un Buenos Aires y atan la caballada a la Pirámide de Mayo recién construida...Comienza lo que la historia liberal denominó la "anarquía del año '20″. Más que "anarquía" en el año 20 se empieza con un proceso de reencuentro con la realidad natural y desnuda de un pueblo que debía sustituir las jerarquías de la sociedad colonial por otras que contuvieran los valores igualitarios asumidos en la Revolución de Mayo.
 
Ese es el valor de Cepeda y de la entrada de los caudillos del litoral a Buenos Aires. Fue una directa confrontación con la verdad nacional, que en 1820 era ruda, brava e indomable. Para aprender esa verdad no servían los doctores y sus leyes. Servían sí esos hombres espontáneamente surgidos de sus realidades comarcales. Ellos, los caudillos, tuvieron la responsabilidad histórica de encauzar de manera pragmática y progresiva esa fluida verdad nacional que desfilaba a caballos por las calles de Buenos Aires.
 
Esta es la gran gloria histórica de nuestro "Pancho" Ramírez.

Belgrano traduce a Washington


Por Don Singulario



BELGRANO TRADUCE A WASHINGTON

-¡Hola don Singulario! ¿Seguimos con la traducción de la despedida de Washington, realizada por don Manolo?
-La semana pasada recordamos la razón de la premura para dar a conocer dicho documento. Se abría la Asamblea y los congresistas debían contar con argumentos para deliberar. Algunos pocos tenían claridad de sus designios por sus intereses particulares o corporativos, (propietarios, clérigos, comerciantes, etc.) como lo plantearon los conservadores del Primer Triunvirato con Rivadavia a la cabeza. Que algo cambiara para que todo siguiera igual…
-Gatopardismo que le dicen…
Otros buscaban recuperar los ideales primigenios de los revolucionarios de 1810, abortados con la Junta Grande. La Sociedad Patriótica liderada por Monteagudo por un lado y por el otro los recién llegados, los Caballeros Racionales (conocidos como Logia Lautaro) esencialmente San Martín y Alvear.
En esa situación, Belgrano en campaña por el norte consideró indispensable influir en los congresistas que se reunirían en el Congreso y necesitaba de herramientas de peso para combatir a los poderosos intereses porteños contrarrevolucionarios, amén de la influencia de activos emisarios europeos y otros aventureros.
 -¿Ud. cree que esa es la razón de la traducción a las apuradas que nos contó la semana pasada?
(Paréntesis. Las apuradas se deben a que Belgrano, comandante en operaciones libraría pocos días después la gloriosa batalla de Salta que cerraría a los españoles el acceso al Alto Perú, venciendo a Pío Tristán. El próximo miércoles 20 de febrero se cumplen doscientos años y por ese motivo se decretó feriado nacional)
-Volviendo a su pregunta, no me caben dudas, es el genial traductor quien lo declara explícitamente: «Para ejecutarla con más prontitud [...] no con aquella propiedad, elegancia y claridad que quisiera»
Es interesante rescatar al Manuel Belgrano dirigente político y revolucionario, impulsor en la Primera Junta del Plan de Operaciones que producirá Moreno. A horas de la instalación de la Asamblea Constituyente (que ya no juraría por el rey Fernando) se preocupa de alcanzarles con urgencia este otro documento poderoso.
Ambas obras tienen tanta importancia para la concreción de una nación soberana e independiente de cualquier influencia extraña, que la historiografía oficial mitrista las ha mantenido en un limbo documental. El primero perdido, el segundo en archivos particulares.  
-Supongo don que son esos papeles que queman y que la “intelligentzia” (como diría Jauretche) hace todo lo posible para “olvidar”. Aprovechan nuestro ancestral rechazo a los gringos para ningunearlo.  
-Buscando en Internet algo sobre este asunto, encontré que el Instituto Belgraniano lo tiene colgado como un hecho anecdótico: “la única traducción al castellano”, “que usaba nuestro prócer patillas como el yanqui”, y otros chimentos al estilo TV vespertina, pero de la acción política referenciada al momento de su publicación, nada…

-¿Qué cosas decía para ser tan importante traducirlo y que lo leyeran los congresales que se estaban reuniendo?
-Muchas y fundamentales para la construcción de una Nación en un proceso de descolonización e independencia de Inglaterra, Francia y España, como fueron los Estados Unidos al finalizar el siglo XVIII.
 Nuestro egregio don Manuel, que se sublimaba con la nuestra, escribía en la introducción: «Suplico solo al gobierno, a mis conciudadanos y a quantos piensen en la felicidad de la América, que no se separen de su bolsillo este librito, que lo lean, lo estudien, lo mediten, y se propongan imitar á ese grande hombre, para que se logre el fin a que aspiramos, de constituirnos en nación libre é independiente [...]»
-Es decir don, que consideraba que aquella oración de despedida era algo así como un manual independentista…
-Así es.  Veamos algunos párrafos según el texto original de la traducción (todo sic) (*)
«Tambien os es apreciable en el dia la unidad de gobierno, que os constituye una nacion; [...] pues es la columna principal del edificio de vuestra verdadera independencia, el apoyo de vuestra tranquilidad interior, de vuestra paz exterior, de vuestra seguridad, de vuestra prosperidad, y de esa misma libertad que tanto amais [...] siendo este el punto de vuestro baluarte político contra el cual se han de dirigir con mas constancia y actividad las baterias de los enemigos interiores y exteriores (aunque muchas veces oculta é insidiosamente) es de suma importancia, que sepáis bien quanto interesa vuestra unión nacional á vuestra feli­cidad general y particular; que fomentéis un afecto cordial, habitual, é invariable hacia élla, [...] rechazando quanto pueda excitar aun la mas minima sospecha, de que en algun caso puede abandonarse; y mirando con indignacion las primeras insinuaciones de qualesquier tentativa, que se hiciere para separar una parte del pais de los demas, ó para debilitar los lazos sagrados, que actualmente las unen»
-Clarísimo don, los exhortaba para defender la unidad frente a los enemigos, internos y externos.
- Revolucionario, una vez logrado el objetivo se transformaba en respetuoso a las leyes
«La base de nuestro sistéma político es el derecho del pueblo para hacer ó alterar sus constituciones de sus gobierno; pero la constitución, que alguna vez exista, mientras no se cambiase por un acto autentico y explicito de todo el pueblo, obliga á todos por los derechos mas sagrados. La misma idea del poder, y derecho del pueblo á establecer un gobier­no, supone también la obligación que tiene cada individuo de obede­cer al gobierno establecido.
Todo obstáculo á la execución de las leyes, toda combinacion, y asociación, [...] si tiene por objeto verdadero el dirigir, contener, intimidar, ú oponerse á las deliberaciones, y acciones arregladas de las autoridades constituidas es destructivo de este principio fundamental, y de resultados muy peligrosos. Tales medios sólo sirven [...] para sostituir (sic) á la voluntad de la nación, la voluntad de un partido, y muchas veces de una  parte de la comunidad muy pe­queña, pero artificiosa y emprendedora, a todo él, y para, según  los triunfos alternados de los diferentes partidos, hacer que la administración pública sea el espejo de los proyectos desconcertados y monstruosos de las facciones, en lugar de ser el órga­no de planes conseqüentes y saludables, dirigidos por la consejos comunes y modificados por los mutuos intereses»
-Don Singulario, me parece que el yanqui aquel era un iluminado que leía el futuro. Sólo este párrafo me retrotrae a nuestra actualidad donde combinaciones de empresas, asociaciones, corporaciones y otras yerbas obstaculizan la ejecución de leyes votadas por el Congreso, para sustituir la voluntad mayoritaria en beneficio de una parte muy pequeña de la sociedad, al decir del míster…
-Como le señalaba al principio, el hecho que este documento se haya escamoteado del conocimiento público, pese al pedido expreso del traductor, tiene el sentido del homenaje falaz: poner a Belgrano en el bronce y ocultar su pensamiento.


Nota: Cuando se transcriben documentos antiguos del original todo es sic
(*) Para quien le interese el texto completo del original de la Imprenta de Niños Expósitos puede visitar por Internet nuestro blog:  http://donsingulario.blogspot.com/  

martes, 12 de febrero de 2013

La Revolución Cultural del siglo XXI

Por Aritz Recalde

Desde el año 2003 el país está transitando por una profunda transformación cultural, que subvierte de raíz muchos de los valores y de las concepciones hegemónicas liberales y neoliberales. El renacer de una nueva cultura es producto de la reconstrucción de la conciencia nacional, que resurge tras el letargo político producido como resultado de la derrota popular con la dictadura de 1976.
La revolución cultural en marcha atraviesa gran parte del tejido social y se encarna además, en acciones de gobierno como son la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el programa científico y universitario estatal, o en la recuperación de la conciencia histórica a partir de la política de derechos humanos, la galería de los patriotas latinoamericanos, el contenido de los actos del Bicentenario o en la sanción del feriado recordatorio de la Vuelta de Obligado. A partir de éstas y otras medidas, la revolución cultural va desandando el programa neoliberal y el contenido de sus instituciones.
El neoliberalismo que caracterizó la cultura durante los años ochenta y noventa, fue impuesto a partir de la aplicación de una seguidilla de acciones militares inauguradas en 1955 y profundizadas desde 1976. Una vez acabada la etapa militar del proyecto neoliberal, el programa se organizó en instituciones públicas y privadas que transmitieron los valores de los grupos de poder antinacionales. No era la primera vez en la historia del país y la región, en que este modelo de sociedad se implementara por el método de la violencia. El liberalismo del siglo XIX se aplicó a partir de las batallas Caseros de 1852, de Pavón en 1861 y por intermedio de la Guerra del Paraguay de 1865-70. Su imposición en el siglo XX y de manera similar al XIX, se valió de los golpes de Estado y las acciones militares de 1955, de 1966 y particularmente, de 1976. Lo que fuera el contenido y la finalidad de la infame participación en la guerra del Paraguay, tuvo en el siglo XX su consonancia en la intervención de la Argentina en Nicaragua en 1977. Tras los asesinatos ejecutados dentro del país y en América Latina durante los siglos XIX y XX, la oligarquía, los grupos concentrados y el imperialismo, aplicaron la etapa cultural y de institucionalización del orden liberal. Caído Rosas, se organizó la arquitectura liberal con la Constitución de 1853 reformada en 1860 o con el código civil de Vélez Sarfield. Los intelectuales orgánicos al proyecto porteño difundieron su visión del país por intermedio de la historia oficial de Mitre o con el Facundo de Sarmiento, que oficiaron como textos fundacionales de la oligarquía portuaria para justificar su programa agrícola dependiente. Además y complementándose, Mitre nos legó un órgano de prensa con el diario La Nación.
La finalidad de la batalla de Caseros en el siglo XX puede ser comparada con el golpe de 1955 y lo mismo ocurre con los resultados de Pavón, que se acercan estrechamente al proyecto aplicado desde 1976. El terrorismo y la guerra de policía promovidas por Mitre por intermedio de Paunero y de Arredondo o por Sarmiento, son el antecedente directo de los asesinados y los desaparecidos por parte de los comandos de tareas de Videla en el siglo XX. El liberalismo necesitó de los asesinatos para imponerse y aplicó el terror contra el pueblo, bañando de sangre el país para traer la civilización o en el siglo XX, para terminar con el comunismo. Videla tuvo y de manera similar a Mitre con Rufino Elizalde o con Velez Sarsfield, a sus intelectuales orgánicos en las personas de José Alfredo Martínez de Hoz o en Domingo Cavallo. Sin desconocer la distancia intelectual y temporal que existe entre ellos, ambos compartieron la tarea de promover los cambios institucionales, políticos y culturales para aplicar el liberalismo extranjerizante y agroexportador.
Muertos sus adversarios políticos y refundadas las instituciones, estos dirigentes se abocaron a llenarlas de contenidos. La historia oficial que justificó el terrorismo aplicado desde 1955, la escribieron figuras como José Luis Romero, Gino Germani o Jorge Luis Borges, desde sus cátedras o cargos durante los gobiernos de facto o democráticos. A casi un siglo de distancia, la civilización venía a poner orden frente a la barbarie, pero ya no eran Rosas y los colorados del monte, sino Perón y la CGT. La oligarquía y el imperialismo en 1976 y de manera similar al siglo XIX, también tuvieron su proyecto institucional, su ley de reforma financiera y su apertura económica.
A los asesinatos de opositores, la persecución de simpatizantes o de bárbaros, le siguió la organización de las instituciones y la imposición cultural. Luego del exterminio de los rivales del siglo XIX, transcurrió la calma de los cementerios bajo el ciclo político que va de Roca al Centenario. La oligarquía educó a los hijos de los caudillos asesinados, intentando convencerlos de que sus padres estaban bien ejecutados. Lo mismo ocurrió en la etapa que va de Videla a De La Rúa, que fue un momento en el cual el neoliberalismo triunfante se impuso desde las instituciones culturales. La teoría de los dos demonios, la desmalvinización, el fin de la historia, las relaciones carnales con EE.UU o la extranjerización de la cultura, fueron transmitidos como valores y verdades incuestionables por el aparato de la colonización pedagógica. Las montoneras y los caudillos denigrados por Sarmiento y por Mitre en el XIX, fueron los “subversivos y los terroristas” del siglo XX, desacreditados y difamados por la escuela liberal o por el historicismo social que ocupó las instituciones universitarias desde la época de la libertadora y a partir de la apertura democrática de 1983.
Yrigoyen y Perón, ambos a su manera y en su tiempo, enfrentaron al liberalismo, a la oligarquía, al imperialismo, a su proyecto económico, a sus leyes y a sus valores. Desde el año 2003 el país y de manera similar al proceso de mediados del siglo XX, es parte de un renacer de la conciencia histórica y de la cultura nacional. Estamos ingresando, como a mediados de los años cuarenta, en una profunda revolución cultural. La crisis del año 2001 fue una bisagra que expresó la fragmentación de los valores del liberalismo y la eclosión de una nueva cultura nacional.
Desde el 2003 se está combatiendo la conciencia pastoril y dependiente de la oligarquía terrateniente, al cuestionarle el proyecto económico de país. El gobierno está apoyando la industria y con ello, el símbolo de la dependencia nacional y de la republiquita agroexportadora, cruje frente a la aparición de un pensamiento vigoroso, que se apuntala y se proyecta en una economía sólida y prospera, que genera empleo, desarrollo y sindicatos. La nación se afirma con la industria, que es un paso fundamental e irremplazable de la soberanía política y cultural. El INVAP o Atucha II, son dos importantes símbolos del renacer y de la refundación de las grandes metas y epopeyas científicas nacionales, que son hijas directas de la industrialización.
Otro paso fundamental en la lucha contra los valores neoliberales, se está ejecutando con la política de derechos humanos y con la reivindicación de la militancia de los años setenta. Dichas medidas ofician como un acto de revisionismo histórico que pone en tela de juicio el proyecto de la oligarquía y se la sienta en el banquillo de los responsables de la tragedia nacional. Se está terminando la justificación del terrorismo liberal difundido bajo las frases del “algo habrán hecho” o de la “teoría de los dos demonios”.
Caen los valores neoliberales y además, están siendo debilitadas sus instituciones de transmisión de la cultura. La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y el apoyo del Gobierno a los medios públicos y no comerciales, están construyendo una pluralidad de voces, frente a la tiranía mediática de los oligopolios comerciales. Los grupos mediáticos, los factores de poder concentrado y el aparato de prensa del extranjero, ya no están solos.
A este paquete de medidas, se le suma la justicia social del subsidio universal, las jubilaciones o las paritarias, que modifican la conciencia del pueblo en lo que respecta a sus derechos. En este marco, la política de integración regional busca romper con la dependencia y el europeísmo de los sectores medios y genera los puentes hacia una refundación cultural nacional latinoamericana.
La vertiginosa transformación cultural se organiza en torno de la recuperación de la conciencia histórica y a partir de un fuerte cuestionamiento de la tradición liberal. La interpretación historiográfica de José María Rosa, Arturo Jauretche o de Fermín Chávez, desfiló en el Bicentenario, ocupa la galería de los patriotas latinoamericanos y se consagró con el feriado del 20 de noviembre.
La revolución económica, política y cultural de los años cincuenta, fue la materia a partir de la cual se conformó la conciencia nacional del activismo de los años sesenta y setenta. Desde el 2003 está naciendo una nueva generación de jóvenes que es educada en un país industrial y en el contexto de una revolución cultural. A partir de aquí, el proceso iniciado afirma la conciencia histórica del pueblo argentino y anticipa el renacer de una nueva generación política liberadora, en la antesala de la consumación de la conciencia nacional.

jueves, 7 de febrero de 2013

Argentina en el período Hispano

Por el Profesor Jbismarck
La ocupación del territorio se caracterizó por el establecimiento de un grupo de ciudades que actuaban a la manera de centros desde los cuales se operaba sobre las regiones no sometidas, procurando asegurar las comunicaciones. Desde Charcas a Buenos Aires y desde ésta a Asunción, aquellos poblados eran como postas. Algunas regiones como el conjunto catamarqueño calchaquí quedaran incorporadas a la civilización española y otras como el Chaco permanecerán impenetrables hasta fines del siglo XIX.. Para vencer a los indios adopto un sistema contrario a la legislación protectora del aborigen: los erradicó de su medio natural, trasladándolos en masa a otras regiones. Esto produjo tal impresión en aquellas comunidades que terminó con su espíritu guerrero. Sólo al impulso de la leyenda de los cesares se lanzó Hernandarias hacia el sur en el año 1604 y descubrió los ríos colorado y negro.
Volvemos a mencionar a Hernandarias quien poseía una visión política, que abarcaba el conjunto del sur continental y constituye más timbre de gloria para él que su valiente y empeñosa lucha por la moralización administrativa. Previó la necesidad de poblar la Banda oriental del río de la Plata, el alto Paraguay y la isla de Santa Catalina, y oponer una valla a la penetración portuguesa que era estimulada desde San Pablo. Desgraciadamente el consejo de Indias no escucha al gobernador criollo y sólo los jesuitas habían materializado la posesión española de las fronteras orientales con la creación de las reducciones o pueblos. Durante la unión hispano portuguesa, éstos decidieron hacer partidas o "bandeiras" que avanzaban sobre las tierras españolas y cazaban a los indios, especialmente los pacíficos y reducidos para venderlos luego como esclavos en el norte del Brasil. Esto lo hacían con la complicidad e indecisión de las autoridades españolas, y el único respaldo de los indios fue suministrado por los sacerdotes jesuitas. No se puede prever hasta donde habrían llegado los paulistas si los jesuitas no les hubieran dado instrucción militar a los indios. Los misioneros pusieron a algunos caciques capaces al frente de esta fuerza española en su estilo, e indígena en su composición, la que sorprendió y destrozó a una poderosa "Bandeira" en 1640, el mismo año en que Portugal se separó de España. Sin embargo no cesaron allí las pretensiones lusitanas. En 1680 Manuel Lobo fundó Colonia del Sacramento, casi enfrente de Buenos Aires. Cuando Buenos Aires fue elevada al rango de capital de provincia pasaba por un momento de expansión comercial notable gracias al contrabando. Los barcos extranjeros (portugueses, ingleses, holandeses y franceses) fingían llegar en arribada forzosa o se les decomisaba aparentemente la mercadería que traían. Esta se vendía luego a precios preconvenidos, recibiendo una parte el introductor y otra el contacto. Este vendía los productos en el interior, obteniendo grandes beneficios. El gobernador Góngora se prestó a los intereses contrabandistas, entonces la corona estableció la Aduana Seca de Córdoba y luego ésta fue trasladada a Jujuy
POBLACIÓN DURANTE EL SIGLO XVII
Hacía 1650 la población alcanzaba a 590.000 almas, de las cuales 70.000 eran blancos, 35.000 mestizos y 20.000 negros. Las ciudades son todavía poblaciones pequeñas. En 1620 Buenos Aires contaba unos 1.100 habitantes, Santa Fe 600, Corrientes no llegaba a 400, mientras que Córdoba tenía 2.600 habitantes. El Francés Massiac nos ha dejado esta descripción de Buenos Aires en 1644:
"La ciudad está situada sobre la ribera del río, se puede fortificar, pues se tiene todo a mano. Las casa no son muchas; están construidas de barro y paja. Son de una planta al igual que los conventos. Las iglesias están techadas de tejas. Las calles están sin pavimentar; no se encuentra ni una sola piedra en el campo. El único edificio público es el Ayuntamiento que sirve de cárcel. El agua que usan es la del río que es muy buena. Creo que habrá unas cien casas de habitantes adinerados, los demás no hacen más que vegetar; no hay mendigos. He contado alrededor de 2.000 mujeres casadas y solteras que viven la mayoría de su trabajo o de sus amores secretos. La mayor parte de los maridos están largo tiempo ausentes y se dedican a los negocios y a las minas. He visto unos 1.000 niños menores de 10 años y unos 60 religiosos o Padres. Estimo que había más o menos unas 6.300 almas; los juegos y las diversiones son las corridas de toros, las naipes y las carreras de sortijas"
El mestizaje entre españoles y aborígenes continúa. No sólo continúa vigente entre las clases humildes, sino que continúa en las clases altas con características clandestinas o ilegítimas extramatrimoniales, lo que constituyó as desacreditar al mestizo, que fue señalado como fruto del pecado. La población negra alcanzó un número destacado fueron destacados a tareas domésticas y rurales. El mestizaje afro europeo fue escaso y su producto, el mulato, fue mal visto y desconceptuado. Algo similar ocurrió con la unión de negros e indios, aún más infrecuente y peor calificada. En el siglo XVII el prestigio y el poder comienzan a radicar más en el dinero, representado en la posesión de tierras o en el ejercicio del comercio. En América contaban mas los DOBLONES QUE LOS BLASONES.

“La Herida Abierta: Nuestras Malvinas” I

Por José Luis Muñoz Azpiri (h) **

El continente de América se llama así a propuesta de Juan Basin de Sandocourt, quien en 1507 editó la “Cosmograpiae introductio” creyendo que el Nuevo Mundo había sido descubierto por Américo Vespuccio. Hubo quienes sostuvieron que fue también descubridor de las Islas Malvinas, ya que en 1520 un mapa de Apiano presentó unas islas de enorme dimensión que podría considerarse una exagerada carta de aquellas. Ocurre que Vespuccio en 1502 había realizado un viaje por cuenta de Portugal, alejándose de la costa en las latitudes australes para no interferir en dominios concedidos a España. Podría ser que por esa razón avistara las islas que dibujó Apiano, aunque todo ello sólo fueron dudosas suposiciones. Sostuvo Ratto que una nave que integraba la Armada de Armando de Magallanes, descubrió en 1520 las islas Malvinas cuando viajaba desde el Estrecho que conecta los dos océanos hacia el Cabo de Buena Esperanza y a la misma conclusión llegó de Gandía, aunque las versiones hayan diferido en el detalle.
Las bulas pontificias de Alejandro VI, Inter Coetera, Examinae devotionis y Dudum siquidem de 1493 y el Tratado de Tordesillas de 1494 habían otorgado a España el área donde están ubicadas esas islas. Precisamente en 1534 la corona española encargó a Simón de Alcazaba conquistar y poblar Nueva León en esas latitudes y en 1540 otorgó capitulación al segundo Adelantado del Río de la Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que se extendía hasta “el Mar del Sur” (como se llamaba al Océano Pacífico). Los derechos españoles fueron reconocidos en los tratados de Madrid de 1670 y de Utrech de 1713.
Las Bulas Papales pueden llamar a una sonrisa en estos tiempos de pretendido racionalismo, pero en aquella época constituían decisiones indiscutibles debido a que desde el descubrimiento de América por Cristóbal Colón al servicio de España, nació el deseo de emprender viajes y conquistar tierras, lo que motivó una gran rivalidad política y naval entre Portugal y España. La primera ostentando sus descubrimientos de muchas islas y costas del África; España por su parte, se engrandecía con el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Ante estos acontecimientos, el Papa Alejandro VI, que en esa época era árbitro por las dos naciones expidió las Bulas precitadas: Inter Coetera, Examinae devotionis (3 y 4 de mayo: donación y demarcación) y la Dudum Siquidem (extiende poder otorgado a los reyes de España a las islas y tierra firme) dada el 26 de septiembre del mismo año. En ambos documentos, se considera la división del mundo terrestre en dos mitades, mediante una línea divisoria marcada imaginariamente de polo a polo, distante a 100 leguas al oeste de la Isla San Antonio (a 360 de Lisboa), perteneciente al grupo de las Azores. Según derechos en vigencia en aquella época, las bulas enunciadas eran atribuidas a territorios descubiertos o por descubrirse por cualquiera de las potencias colonizadoras, a la cual correspondiere el territorio asignado por el Sumo Pontífice.
La línea demarcatoria mencionada, debió ser anulada ante los reclamos formulados por el Rey Juan II, soberano portugués; por lo que el 7 de junio de 1494, el Papa extendió la línea a 370 leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde. Este documento llevó el nombre de Tratado de Tordesillas, en el cual, las Islas Malvinas quedaron ubicadas al occidente de la línea trazada por el Papa. Esto indica que, las islas, aún ignoradas, pertenecían al reinado de España. Cabe señalar que en las Bulas anteriores al tratado de Tordesillas, las islas Malvinas también quedaban encuadradas dentro del sector asignado a los españoles por el Sumo Pontífice.
En definitiva, el Tratado del 7 de junio de 1494, fue considerado como determinación final por las dos potencias, punto de vista que fue apoyado por juristas y autoridades. Años después, en 1506, el Pontífice Julio II, expidió la Bula Ea Quae Pro Bono Pacis, por intermedio de la cual se confirmaba el Tratado de Tordesillas.
La concesión que otorgaban las Bulas a cada potencia abarcaba toda la tierra firme y todas las islas descubiertas o por descubrirse, concediendo el “completo y libre poder, autoridad y jurisdicción de toda índole” a los países a que corresponda la región asignada, advirtiendo a las personas de otros estados, que estaba completamente prohibido dirigirse hacia la región que no le fuere concedida.
En nuestra primera nota de protesta, en 1833, presentada por Manuel Moreno (hermano de Mariano Moreno), ministro argentino en Londres, se sostuvo la idea del descubrimiento de las islas por Magallanes. En ella insistieron Saldías, Calvo y otros autores nuestros. Pero Paul Groussac (“Les Iles Mulouines”, 1910) menospreció esta tesis y atribuyó el descubrimiento al holandés Sebald de Weert. Y esto fue lo que se enseñó en las escuelas desde entonces.
Fue una escuadra preparada por los Estados Generales de Holanda, conocida con el nombre de “Los cinco navíos de Rótterdam”. La expedición, que contaba con 500 hombres, había partido de un puerto del Canal de Goree, al sur de Holanda, el 27 de junio de 1598. El 21 de enero de 1600, la nave “Geloof”, comandada por de Weert, salió del Estrecho de Magallanes, navegando Atlántico arriba; el 24 del mismo mes, por la mañana, el vigía de la nave señala a estribor Noroeste, una tierra desconocida, un grupo de tres islas pequeñas, distantes a unas 60 leguas al este del continente, en cuyas costas había gran cantidad de pingüinos. Dado el caso que durante un temporal, habían perdido las canoas, no pudieron desembarcar. No obstante, Weert ubicó las islas astronómicamente, dándoles el nombre de Islas Sebaldinas.
La descripción de las tierras mencionadas por William Adams, relator del viaje, se consideró exacta desde el primer momento, ya que la latitud de las islas es de 15º y 51 o 50 minutos, y éste dio a conocer que se encontraban a 60 leguas del continente, hacia el S/O y a los 50º40º de latitud, tal es así que se considera que el punto de recalada de la “Geloof”, fue probablemente en las islas situadas al Noroeste de la Malvina del Oeste – Isla Gran Malvina.
Desde entonces las Sebaldinas, también llamadas Sebaldes, comienzan a aparecer en los mapas, por cuanto los cartógrafos holandeses aceptaron como real la existencia de las islas, merced a los relatos del diario de Sebald de Weert, cuyo arribo al puerto de partida se produjo el 13 de julio de 1600.
La historiografía moderna, sin embargo, ha demostrado la verdad de la primitiva afirmación. Si no precisamente Magallanes, el descubrimiento es de todos modos de un español. Y la prueba está en que antes, muchísimo antes de que apareciera el primer extranjero por el mar austral (que fue Drake, inglés, en 1577) ya las Malvinas, con otro nombre, desde luego, o simplemente sin denominación alguna, figuraban en multitud de mapas y portulanos y, por copia, en gran cantidad de mapas europeos. Es suficientemente conocida la carta de Diego Ribero, fechada en 1529, donde aparecen con el nombre de Sansón un par de islas que no pueden ser sino las Malvinas, dada su ubicación geográfica. El historiador norteamericano Julius Goebel, que ha escrito un libro fundamental sobre este asunto (“The Struggle for the Falkland Islands”, 1927) atribuye gran importancia al islario de Alonso de Santa Cruz, de 1541, donde también figuran las Sansón y se atribuye su descubrimiento a Magallanes. Pero nuestro compatriota Enrique Ruiz Guiñazú, en su “Proas de España en el mar Magallánico” (1945) el libro más documentado que se ha escrito entre nosotros a propósito de la cartografía malvinera ha sacado a relucir muchos mapas más, anteriores y posteriores a aquellos, y no solo españoles, sino portugueses, italianos, franceses y hasta ingleses, que demuestran cómo ya figuraban las Malvinas en la cartografía del siglo XVI antes del supuesto descubrimiento inglés.
Si bien no hay una prueba fehaciente de quién descubrió las Malvinas y cuándo, si es cierto, y se halla documentado, que existe un mapa de las islas realizado en 1520 por la expedición de Magallanes, por su cartógrafo Andrés de San Martín. El mapa se encuentra en la Biblioteca Nacional de Paris, en el Département des Manuscrits, en el manuscrito francés 15.452 “Le Grand Insulaire et Pilotage d´André Thevet, Angoumoisin, cosmographe du Roy, dans lequel sont contenus plusiers plants d´isles habitées et deshabitées et Description d´icelles”, en 1586. En el manuscrito “Les isles de Sansón ou de Geantz” se describen las Malvinas en los folios 269-271, y el mapa se encuentra en el folio 268.
Ese mapa ha sido reproducido e identificado como de las islas Malvinas en la obra de Roger Hervé, conservador de la Biblioteca Nacional de París, en su estudio “Découverte fortuite de l´Australie et de la Nouvelle Zelande par des navigateurs portugais et espagnols entre 1521 el 1528”. Biblioteca Nacional, París, 1982.
Monique de la Ronciere y Michel Mollat du Jourdin, en su obra “Les Portulans: Cartes marines du XIII au XVIII siécles”, Fribourg, 1984, pág. 34 reproducen el mapa de las Malvinas que obtuvo Thevet en Lisboa y señalan: “André Thevet, en su Gran Insulaire, ha dado una descripción de esta carta que refleja el conocimiento preciso que ya se tenía entonces, en 1586, del archipiélago hoy llamado de las islas Falkland o Malvinas”.
El mapa y la relación de Thevet confirman la exploración y la precisa realización del mapa de las Malvinas por la expedición de Magallanes en 1520, lo que ya conocíamos por la información del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, contenida en su “Islario” de 1541.
Existe un informe de la Academia Nacional de la Historia de la Argentina, del 13 de diciembre de 1983, que confirma que el mapa de 1520 corresponde a las Malvinas.
Cuando Christian Maisch se refiere a que existen mapas de 1522 “que muestran un archipiélago en la ubicación aproximada en donde se hallan las Malvinas”, seguramente se trata del portulano del portugués Pedro Reinal, de 1521-1522, que se encuentra en la Biblioteca del Museo Topkapi, en Estambul, identificado bajo el Nº H.1825, en donde figuran las Malvinas.
Entre el 1520 y 1590 se han identificado, sin pretender que ello sea una nómina exhaustiva, 42 mapas en que bajo distintos nombres, aparecen nuestras islas Malvinas.
Estas precisiones resultan esclarecedoras dado que durante mucho tiempo se consideró a Américo Vespuccio como el descubridor, no ya de las Malvinas, sino también, antes de Solís, de la desembocadura del Río de la Plata. Esta hipótesis fue terminantemente refutada por Jorge A. Taiana (padre del actual Canciller) en su obra “La gran aventura del Atlántico Sur”: “No existen documentos fidedignos ni comprobaciones irrefutables que sustenten el descubrimiento por parte de Vespuccio del Río de la Plata, de la costa Patagónica o de las islas Malvinas. Pero la historia lo recordará como un cosmógrafo hábil y primoroso, que describió la tierra tropical del Brasil, que reconoció la existencia de un Mundo Nuevo, de un verdadero y hasta entonces ignorado continente”.
También es probable que Esteban Gómez, piloto de Magallanes que desertó de la expedición a la Entrada del Estrecho y, según el capitán Héctor R. Ratto autor de “Hombres de mar en la historia Argentina” enfiló derechamente desde ahí al Cabo de Buena Esperanza, por lo que debió haber tropezado necesariamente con las islas, fuera a fin de cuentas el verdadero descubridor.
Hubo todavía más viajes, todos de españoles, en la primera mitad del siglo XVI: el de Loayza en 1526, el de Alcazaba en 1535 y el de Camargo en 1540, cuyos cronistas respectivos anotan datos que muchos han tomado como claras referencias a las islas Malvinas, en otros tantos redescubrimientos, todos anteriores a la aparición del primer “descubridor” inglés.
Pero nuestra posición es lo bastante fuerte como para conceder el descubrimiento a los ingleses sin que por ello desmerezcan nuestros títulos. Sería un regalo extremadamente generoso, desde luego. Nadie a superado a Paul Groussac en eficacia, en contundencia y en galanura, al demostrar que ya no descubrir, en su sentido jurídico, sino ni siquiera avistar las islas pudieron Drake (1577), de cuya aproximación a ellas no hay la mínima constancia en documento alguno, ni John Davis (1592), desertor de cuyo viaje se publicó un relato absurdo, seguramente encaminado a hacer perdonar su falta adjudicándole un descubrimiento por demás vago impreciso; ni Richard Hawkins (1594), que salió atribuyéndose la hazaña treinta años después de regresado de su viaje y aseguró haber visto las fogatas encendidas por los habitantes, con lo que demuestra que si algo descubrió no pudieron ser de ningún modo las Malvinas, que no tenían población; ni descubrirlas tampoco los demás navegantes ingleses que por ahí anduvieron cuando ya los holandeses de Sebald de Weert habían llegado, sin desembarcar como hemos visto, en 1600. Pasemos, no obstante, por sobre todo esto y supongamos generosamente que el descubridor fue inglés ¿Nace de aquí algún derecho a favor de Gran Bretaña?
“No puede considerarse título bastante para la adquisición de soberanía sobre un territorio el simple descubrimiento de él. Requiriéndose para su validez jurídica una toma de posesión, una ocupación real, efectiva”.
Este concepto pertenece a una autoridad que los ingleses no discuten nunca: nada menos que la reina Isabel I, fundadora del imperio naval de Gran Bretaña. Lo dijo en respuesta al Embajador de España cuando éste se quejó por las incursiones de Drake en los mares de América. Y Américo de Wáter, tratadista inglés, autoridad mundial en su época, cuya obra inspiró confesadamente la posición oficial británica en materia de derecho internacional, decía:
“El derecho de gentes no reconocerá la propiedad y la sobreañade una nación más que sobre las tierras que haya realmente ocupado de hecho, en las que ha constituido un establecimiento y de las que hace un uso natural”.
Y esto es, por otra parte, lo que todos los grandes tratadistas sostuvieron, y lo que se admite hace siglos, incluso en nuestros días.
¿Fueron los ingleses los primeros en la ocupación real, efectiva de las Malvinas? No, tampoco. La prioridad fue de los franceses. Aunque el inglés Tronga, en 1690, recorrió el canal central del archipiélago y hasta llegó a enviar un bote a tierra a buscar agua (exclusivamente agua, sin hacer ni intentar nada que pudiera dar una idea de una voluntad de ocupación), fue Luis Antonio de Bougainville, francés, en enero-febrero de 1764, el primer ocupante efectivo. Traía mandato expreso de su Rey de tomar posesión del archipiélago y fundar una colonia. Y así lo hizo, estableciendo en la isla que hoy llamamos Soledad (una de las dos mayores) el pequeño fuerte y la colonia de Port Louis.
Es casi exactamente que un año después que el comodoro inglés John Byron (abuelo del gran poeta) aparece frente a la pequeña islita marginal que llamó Saunders (de la Cridase la denominaban los franceses) y “tomó posesión del archipiélago (¡de todo el archipiélago!), en nombre de Su Majestad Británica”. Pero ni fundó una colonia ni dejó habitantes. Se limitó a declarar la posesión, se embarca de nuevo y siguió tranquilamente viaje, seguro sin duda que ya se encargarían sus compatriotas en los siglos venideros de convencer muy seriamente al mundo de que esa simple declaración de pasada, en un islote marginal, equivale al establecimiento formal y solemne, con hechos y con ocupación efectiva de lo principal del archipiélago (ya ocupado, además, en este caso, por los franceses) que exige el derecho internacional.
Solamente a fines del año siguiente, en 1776, el capitán Mc Bride se estableció permanentemente en la islita Saunders, en el punto que llamó Puerto Egmont, a sabiendas de que hacía casi tres años que los franceses estaban establecidos en la gran isla Soledad.
Francia, como veremos, fue la primera ocupante. Más cuando España se enteró de la presencia de Bouganville en sus islas, protestó y Luis XV, reconociendo sin discusión la soberanía española, dispuso que se entregara la colonia a Su Majestad Católica. Esto ocurrió el 1º de abril de 1767 y desde entonces Port Louis (en adelante Puerto Soledad) quedó guarnecido por destacamentos dependientes de la Capitanía General de Buenos Aires.
¿No tiene, acaso, una alta significación jurídica y moral este reconocimiento que hizo Francia, primera ocupante de las islas, de la preeminencia de los derechos españoles sobre las Malvinas? ¿Y en qué consistían, por lo demás, tales derechos? Nuestro compatriota Jorge Cabral Texo en su Prólogo al libro de Alfredo L. Palacios “Las islas Malvinas, archipiélago argentino” (1934) les dedica un breve estudio. Mayor fue el que les consagró Julius Goebel en su obra citada, y definitivo y concluyente el publicado en dos obras fundamentales sobre el pleito malvinero, debido a los españoles: “El problema de las islas Malvinas” (Madrid, 1943) de Camilo Barcia Trelles, y sobre todo “La cuestión de las Malvinas” (Madrid, 1947) de Manuel Hidalgo Nieto. Ellos demuestran el definitivo argumento: las Malvinas, no importa quien las descubriera ni quien fuese su primer ocupante, eran españolas desde antes que se conociera su existencia, españolas desde el instante mismo en el que el primer español puso sus pies, el 12 de octubre de 1492, allá en las Antillas lejanas. Y esto por un título eminentísimo que en la época nadie discutía: las famosas Bulas del Papa Alejandro VI, en las cuales el Pontífice decía: “Os damos, concedemos y asignamos a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos y sucesores –los reyes de Castilla y de León-... todas aquellas islas y tierras firmes encontradas y que se descubran hacia el Occidente y al Mediodía...”, a partir de una determinada línea.
¿Qué valor tiene esta declaración papal? Todavía no había acontecido la Reforma. La autoridad del Papa como vicario universal de Cristo era aceptada sin discusión en todos los países de Occidente. Y más aún, éstos entendían que dicha autoridad abarcaba también las tierras ocupadas por infieles, de los cuales, en nombre de Dios, podía disponer el Pontífice, revestido de este modo de una especie de poder temporal de derecho sobre toda la humanidad. Por eso Eduardo IV de Inglaterra disconforme en el siglo XV, con la jurisdicción territorial y marítima que el papa Nicolás V había asignado a Portugal, lejos de desconocer la autoridad papal, la afirmó implícitamente al solicitar que se introdujeran ciertas modificaciones favorables a Inglaterra. Ese era el derecho de la época, y como tal se lo observaba.
“Malvinas” es una palabra de origen francés trasladada incorrectamente al español, como ha sucedido con algunas otras, como el clásico “chófer”. Es el tipo de adaptación o traslación que Sarmiento justipreciaba, un poco injustamente, “con olor a chorizo”. Las islas se llamaban, en francés, de los “malouins” o “malouines”: correspondía, entonces, traducir de los “maloneses” o “malonesas”, prefiriéndose, en cambio, el híbrido “Malvinas”. Se trata de un adjetivo y no de un sustantivo como sucede con el vocablo “Argentina”. Pero ¿por qué “Malouins”?.
El grupo insular fue colonizado primeramente por habitantes del puerto francés de Saint-Maló o San Maló. Las islas se hallan bajo la advocación de un santo francés, al igual que Buenos Aires, acogida al celestial patronato de San Martín de Tours, “Maló” es corrupción de Maclovius, nombre latino de un santo del siglo V que predicó y fundó conventos en Bretaña, especialmente en la región donde hoy se alza la ciudad que lleva su nombre.
El brío y el emprendimiento marineros han caracterizado siempre a los hijos de este retazo bretón. La verdadera patria de los maloneses es el mar; su vocación, el espíritu de aventura. Las corrientes oceánicas se enlazaban antiguamente con “travesuras” inevitables como la piratería, el contrabando y la trata de esclavos, comercio éste en que participaban los mismos reyes, y si queremos ver las cosas por el lado en que ofrecen prolijidad, con las patentes de corso, que repudian hoy los códigos militares y civiles. No emitimos aquí ningún juicio de valor. Guillermo Brown e Hipólito Bouchard, eran también corsarios.
La villa de San Maló se enorgullece del temor que sus marinos infundieron a los ingleses durante casi cuatro siglos, desde el XVI al XIX. François-René de Chateubriand, el aristócrata artífice que enseñó a escribir a Europa, era nativo de San Maló e hijo de un pirata y tratante de negros. Se han documentado 175 viajes realizados al Mar Magallánico, entre 1695 y 1749, por capitanes maloneses. Casi todas ellas fueron aventuras piráticas.
En 1764 los maloneses comienzan la colonización del archipiélago. Diez años antes, los ingleses habían publicado una carta del territorio donde la gran Malvina aparecía coloreada en rojo como signo de soberanía británica. La expedición es emprendida personalmente por el caballero Luis Antonio de Bougainville, uno de esos personajes que quiebran las estaturas y los estándares humanos. Dedicarle tan solo un párrafo es impropio de sus merecimientos. Pero debemos decir que fue diplomático, militar, marino, matemático, escritor, político, geógrafo, naturalista, parlamentario y, por sobre todo, hombre de mundo y primera figura en cuanta actividad emprendiera. Su compostura era proverbial y una de las pocas veces en que la perdió fue cuando en Versalles se le negó permiso para descubrir el Polo Norte. Visitó a Buenos Aires en 1767. En el Plata se sorprendió por la bondad del clima y de la existencia de hombres que no conocen otra dicha “que la de no hacer nada”. Varios marineros de su expedición desertaron entonces y consideró filosóficamente que era difícil evitarlo cuando se comprueba que en nuestras tierras, “se vive casi sin trabajar”.
La expedición de Bougainville de partió de Saint- Maló el 8 de septiembre de 1763, llegó a las Malvinas el 2 de febrero de 1764 y se estableció en el punto que posteriormente se denominaría Puerto de la Soledad. Marineros, agricultores y artesanos maloneses y también algunos “acadios” del Canadá -que se establecieron por tres años – comenzaron a domeñar la inhóspita geografía. Los “acadios” (no confundir con el pueblo de la Antigüedad) eran descendientes de los primeros colonos franceses en América del Norte, que se radicaron en lo que es hoy la costa este en el siglo XVII. Acadia es el nombre dado a las antiguas colonias de Nueva Francia en las tres provincias marítimas del Canadá: Nueva Escocia, Nuevo Brunswick e Isla del Príncipe Eduardo, así como una parte del Quebec.
No obstante, todavía hoy no está muy en claro las razones por las cuales pudo haber pensado Bouganville que es este feudo isleño era “res nullius”, un bien mostrenco como el aire y el agua, no perteneciente a nadie, por cuanto el Pacto de familia, que unía a los Borbones de Francia y España tenía vigor tan solo en Europa y no habilitaba a los súbditos franceses a aposentarse en tierras españolas. Es más, la documentación asequible prueba que tanto Bouganville como Choisseul sabían que el archipiélago formaba parte de los de Carlos III, como adyacencia geográfica que era del continente hispanoamericano, a más de otras razones históricas y jurídicas.
España presentó enérgico reclamo ante Luis XV, que no fue desoído por la corte de Francia. Bougainville debió abandonar Puerto de la Soledad llamado entonces Puerto Luis, en homenaje a San Luis, patrono bautismal del rey francés y del propio colonizador el día 1 de abril de 1767, previo reembolso de todos los gastos hechos en el establecimiento y la expedición, suma que fue pagada parte en Paris y parte en Buenos Aires (no olvidemos que Bougainville se inició en la vida pública como diplomático). La transacción se fijó en 603.000 libras tornesas, sin que ningún delegado español discutiera suma alguna de las que presentara el marino.
Mientras tanto, los ingleses se habían establecido en el islote Saunders, al noroeste de la Gran Malvina, en un punto que denominaron Puerto Egmont, en homenaje al primer lord del Almirantazgo. Esto acontecía el 23 de enero de 1765, un año después que los maloneses colonizaran Puerto Luis y la Malvina oriental, y 68 antes del atentado de 1833. Hasta este momento ningún intento estable de colonización se había realizado por parte de España o de habitantes del Río de la Plata. El héroe de este intento fue el navegante John Byron, abuelo de George Gordon, el célebre poeta, quién había descubierto varias islas australes y pensaba transformar las Malvinas en trampolín hacia el Mar del Sur, como se llamaba entonces, con nombre español – no en inglés, como se cree – al Océano Pacífico. Este Océano, desde el estrecho de Magallanes hasta México y Filipinas era un lago de España. Todos los tesoros apetecibles para las naciones de Europa se encontraban en este paraíso líquido, verdadero jardín de la Hespérides, desde el siglo XVI al XIX. La puerta del tesoro eran nuestras islas y la piratería del “sésamo, ábrete”. El camino había sido señalado por Francis Drake, quién recorrió esta superficie saqueando y destruyendo, valido de la superioridad de navegar con barcos de varios puentes en un mar donde las naves eran frágiles y construidas “in situ”.
El imperio británico fue, básicamente, costero e insular. Por eso se lo ha caracterizado como puntiforme, diferenciándolo de la expansión rusa o norteamericana que fue del tipo uniforme. La talasocracia inglesa, esto es un imperio asentado en el dominio de los mares, se fundó en el control de innumerables puntos, sean islas o costas separados entre si. Todos estos puntos tuvieron un común denominador: su carácter estratégico, que cimentaban el dominio de las grandes rutas marítimas, a través de las cuales Inglaterra se enseñoreó en el comercio mundial, tanto lícito como corsario.
Al conocerse en Madrid la aventura de Byron, se ordenó al príncipe Masserano, embajador en Londres, protestar ante el gobierno inglés. Con dicho reclamo, elevado en 1766, se inicia la discusión internacional del problema que todavía hoy subsiste. El establecimiento del islote Saunders - nunca hubo colonización ni pretensiones inglesas sobre todo el archipiélago - pone en pie de guerra a España, Gran Bretaña y Francia. El dominio del islote provoca, por poco, una conflagración europea. Pero no se trataba por supuesto de este peñasco marino sino de la llave del Pacífico. Saunders era el Panamá del Sur.
Para entonces, el gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarelli, hombre expeditivo, enviaba una expedición al mando de Madariaga para desalojar a los ingleses del archipiélago. Los intrusos se rinden a las fuerzas atacantes en forma tan pacífica como lo haría el capitán argentino de Soledad, en 1833, con la diferencia a favor de éste de que es sometido a consejo de guerra por su decisión de interpretar con sentido muy elástico la virtud de la prudencia.
La noticia de la expulsión es recibida con estupor e incontenible cólera en Londres. El Parlamento, dominado por el verbo poderoso del gran Pitt, vencedor de la guerra de los Siete Años, recomienda una y otra vez la ruptura de hostilidades. La prensa arroja combustible a la hoguera. El memorialista “Junius” censura la “pusilanimidad” del gobierno, en tanto Samuel Johnson, la más ilustre pluma del siglo, sostiene el punto de vista del primer ministro. La guerra parecía inevitable, pero como España y Francia no estaban bien preparadas para afrontarla hubo que hacer una transacción de carácter diplomática que fue para Inglaterra un triunfo más aparente que real.
Se devolvió a los ingleses Port Egmont con todos los enseres y se desagravió el pabellón británico. Los ingleses tomaron posesión de nuevo en 1774. Esto fue hecho para acallar a la oposición en Inglaterra, tanto en el Parlamento como en la tribuna. Pero en el Pacto Secreto, cuya existencia ha sido completamente demostrada y confirmada por la actitud posterior de aquel país, se establecía que luego sería abandonado ese puerto y toda otra posesión en las islas, como así se realizó. Los españoles habían permanecido y siguieron en Puerto Luis o Puerto Soledad.
En un pequeño opúsculo fechado en 1964, “El problema de las Islas Malvinas” cuya autoría se debe a Carlos González Costa, nos informamos que desde el abandono inglés hasta 1810 hubo 43 gobernadores españoles y los colonos debieron afrontar con suerte diversa un medio ambiente hostil y la permanente rivalidad con las tripulaciones de los pequeros y barcos loberos, generalmente reclutados en los bajos fondos y las tabernas de los puertos de Europa, que realizaban estragos en las poblaciones de focas, lobos marinos y ballenas, aún en épocas de veda. Cuando hubo ganado en las Malvinas lo trataron de la misma forma. Se sucedieron, además, conflictos de jurisdicción con Inglaterra y Estados Unidos, con respecto a los derechos de pesca y caza.
** José Luis Muñoz Azpiri (h) es periodista, escritor e investigador. Autor de numerosos ensayos sobre diversas especialidades, es egresado de la Escuela de Defensa Nacional y ha realizado estudios superiores de Ciencias Antropológicas e Historia en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Salvador, respectivamente. Colaborador de diversos medios nacionales y del exterior, ha recibido numerosas distinciones, entre ellas, la máxima distinción de la Comisión Permanente de Homenaje a Juan Facundo Quiroga: la Gran Cruz “Religión o Muerte”. Miembro de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, actualmente se desempeña como director del área de prensa y difusión del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”. Coautor de “Malvinas, la otra mirada” y autor de numerosos trabajos sobre historia y antropología, su último libro es “Soledad de mis pesares. Crónica de un despojo”.

El uso de la Bandera Azul y Blanca

Por Roberto Antonio Lizarazu

La revolución que puso fin al régimen asambleísta del General Carlos María de Alvear, que gobernó como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata pocos meses, desde el 11 de enero de 1815 hasta el 16 de abril del mismo año, produce un hecho histórico ajeno al del derrocamiento alvearista en sí. Es verdad que sobre este controvertido hecho del izamiento por primera vez de la bandera azul y blanca, varios autores opinan de manera diferente y dan por ocurrido el mismo suceso en otras oportunidades y bajo otras circunstancias, pero otros tantos autores, fundados en Diarios personales y Memorias de varios testigos presénciales de la mencionada Revolución de abril de 1815, dan por verdadero el hecho que nos ocupa en este comentario: el comienzo de la utilización en Buenos Aires de la bandera azul y blanca.
Probablemente el autor que más haya profundizado sobre este aspecto de nuestra historia, haya sido Dardo Corvalán Mendilaharzu, quien en su obra Los Símbolos Patrios, publicado en la Historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia, Tomo VI, Segunda Parte, Buenos Aires, 1944. (Primera Edición), se precisan datos recopilados en Diarios y Memorias de varios testigos que estuvieron presentes ese día en la Plaza de la Victoria, como las imperdibles Memorias de Juan Manuel Beruti, por ejemplo, o los informes que elevaba a su gobierno el cónsul inglés Robert Staples o el cónsul norteamericano Thomas Lloyd Halsey que confirman lo sucedido respecto al comienzo de la utilización de nuestra bandera azul y blanca.
¿Y entonces cual bandera usábamos hasta ese momento? Muy sencillo, la que siempre habíamos usado, la española. Como veremos más adelante el día de la Revolución, varios personajes pretendieron utilizar la bandera inglesa con el objeto de obtener protección, lo que hace muy factible que ese día en pleno fragote se hayan usado las banderas españolas y las inglesas en algunos edificios y la azul y blanca por primera vez en el Fuerte y en la Plaza de la Victoria, de acuerdo al bando que había tomado el lugar. Veamos que tiene Corvalán Mendilaharzu para ilustrarnos.
La Revolución de abril de 1815.
Pero previamente para intentar comprender los hechos, nos detendremos en la Revolución de abril de 1815 y como culminación de ella veremos flamear por primera vez en el Fuerte de Buenos aires nuestra bandera. La misma y generalizada oposición que había sufrido Gervasio Antonio de Posadas en el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde el 31.01.1814 hasta el 10.01.1815; oposición que en esa fecha lo había obligado a renunciar, dejando el cargo de Director Supremo en manos de su sobrino Carlos María de Alvear, es la que hereda a partir de ese momento. El régimen asambleísta y netamente unitario del Directorio, iba a contrapelo de los principios originarios por la que se habían realizado los sucesos de mayo de 1810. No tenían el apoyo mayoritario de la ciudadanía que pretendía otra forma de gobierno y sobre todo otra manera más equitativa y equilibrada de representación. Un sistema federal que sume a las provincias sin restar a nadie.
Este malestar finaliza en una revolución para intentar cambiar la modalidad de la forma de gobierno, siendo ese golpe cívico militar el del 15 y 16 de abril de 1815. No voy a detallar la revolución en sí, por que lo que intento en este comentario es contar, una sola de sus consecuencias, probablemente la más importante de sus consecuencias, el comienzo del uso de nuestra bandera azul y blanca en la ciudad de Buenos Aires.
La Bandera Azul y Blanca en el Fuerte.
Digno broche de esta revolución fue el suceso recordado por Juan Manuel Beruti en sus clásicas Memorias, tantas veces citadas y utilizadas por los ensayistas. Dice así: “Ese mismo día, el 17 de abril de 1815, amaneció puesta en el asta de la fortaleza, la bandera de la patria, azul y blanca, primera vez que en ella se puso, pues hasta entonces no se ponía otra sino la española; cuya bandera la hizo poner el comandante de la fortaleza que el día anterior fue nombrado por Soler para su cuidado y defensa; el coronel Dn. Antonio Luís Beruti, con la cual se entusiasmó sobremanera el pueblo en su defensa, y desde ese día ya no se pone otra sino la de la Patria.”
En este punto conviene aclarar algunos detalles. Juan Manuel Beruti, el autor de estas Memorias, es hermano mayor de Antonio Luís Beruti, quien juntamente con French integraron el grupo de Los Chisperos, de activa participación en los días de mayo de 1810 y quien tiene una destacada actuación militar en la Guerra de la Independencia. Probablemente una de sus intervenciones más relevantes haya sido en Chacabuco bajo las directas órdenes de San Martín.
Toda la familia Beruti vivía en la actual calle Defensa al 200, a una cuadra del Fuerte, y Juan Manuel efectivamente debe haber visto lo que dice que vio. Es verdad que lo que menciona resalta la figura de su hermano Antonio Luís, pero razonablemente no se debería dudar de sus escritos en este aspecto. Por otra parte, como veremos más adelante, su observación es corroborada por otros testigos.
En el párrafo que sigue, se despacha a gusto contra Alvear, del cual, ambos hermanos Beruti eran enemigos políticos declarados. Ambos eran partidarios del partido político de Los Segregatistas, de tendencia republicana y federal y Alvear respondía en última instancia a la Logia Lautaro y era apoyado por el partido de Los Congresales.
Juan Manuel Beruti continúa en sus Memorias diciendo: “Así terminó la inaveniencia (sic) causada por Alvear; este hombre loco por su ambición de mando, perdió su honor, grados y patria para siempre, dejando un nombre de tirano ambicioso y un odio execrable en la historia de las Provincias Unidas, como el de Catilina en Roma, pues de éste a su persona y hechos no hay diferencia.”
Esta información está corroborada por el oficio del 5 de mayo de 1815, que el cónsul norteamericano en Buenos Aires, Thomas Lloyd Halsey, dirigió a James Monroe informándole de los sucesos que habían determinado la caída del régimen asambleísta. En dicho oficio detalla: “Desde entonces ha estado tremolando la bandera de la Patria.”
Por otra parte en la obra de Martín Matheu “Biografía de Domingo Matheu”, Buenos Aires, 1914. En esta obra Martín Matheu transcribe partes de una Memoria que escribiera su padre Domingo Matheu y que nunca fueran publicadas completas. Solo quedan algunas partes levantadas por terceros, entre ellos su hijo Martín. Escribe Domingo Matheu: “… el caso es que ante el peligro que amenazaba, algunos se preocuparon por mostrar una bandera para la revolución actual, y alguno sopló ¡La Inglesa! y coincide que en esos momentos el jefe de estación propone bajar tropas y enarbolar como símbolo de protección deferida a la gloriosa ciudad en aquel trance, pero en los mayores conflictos este pueblo tiene un instinto, intuición o claridades, que una vez que otra han lucido algunos de los muchos repúblicos elevados –las eminencias de nuestros fatales partidismos- así es que unísonos gritaron ¡Nada de la Inglaterra!, solos y con nuestra bandera”.
Que patriotas que supimos tener. Prefirieron estar desprotegidos pero bajo la bandera de la patria, que protegidos por la bandera de Inglaterra. Así fue como se izara por primera vez en el Fuerte la bandera argentina, el 17de abril de 1815.