Rosas

Rosas

martes, 30 de noviembre de 2010

MÁXIMO TERRERO Y MUÑOZ ( YERNO Y ÚLTIMO GRAN COLABORADOR LEAL A ROSAS )

Por Ricardo Geraci Del Campo Ríos
Máximo Terrero nació en Buenos Aires el 4 de mayo de 1817, fue hijo de Juan Nepomuceno José Miguel Buenaventura Terrero y Villarino, íntimo amigo de Juan Manuel de Rosas. El padre de Máximo fue además socio del Restaurador y posterior a su caída, fue el encargado de vender los bienes de Rosas en el corto tiempo que duró el levantamiento del embargo de las propiedades del caudillo bonaerense. Juana Josefa Muñoz de Ravago y García de la Mata fue la madre del futuro esposo de Manuelita Rosas. 

En 1848 fue nombrado Comisario del ejército y al poco tiempo estaba en Palermo con el cargo de secretario personal de Rosas. Hasta allí Máximo solamente se contentaba con "espiar" discretamente al objeto de sus tímidos deseos, doña Manuelita Rosas. Samuel Green Arnold, un norteamericano de paso por Buenos Aires a quien se llevó a conocer la Casona de Rosas, dio cuenta de lo que sus ojos veían. Observó en varias oportunidades como Máximo desde detrás de árboles, setos y cortinados la espiaba con frecuencia.
Quizas tanta constancia hizo que Manuela lo distinguiera desde la cantidad de mozos que con gran galantería usualmente buscaban ganarse su amor.
Peleó al lado de Rosas en la batalla de Morón y fue tomado prisionero. Fue dejado en libertad por orden de Urquiza y a los pocos días el ex secretario del derrocado caudillo partía rumbo a Inglaterra, luego de decidir casarse con su amada y con ello soportar el destierro.
El 6 de mayo de 1852 arribaba a Southampton y trasladándose de inmediato a Devonport. Máximo llegó con dos noticias, una mala y otra que compensaría. Se le habían confiscado los bienes a Juan Manuel y por otro lado llegaba don Máximo con una suma de dinero que Juan Nepomuceno le enviaba al Restaurador de la venta de la estancia San Martín gracias a la premura del amigo.  El 23 de octubre de 1852 Máximo Terrero y Manuela Robustiana Rozas se casaban en la iglesia católica de Southampton.
Es aquí donde surge un pequeño desencuentro que durará poco entre Rosas y su yerno.
El Brigadier confió a lo largo de varios encuentros e intercambio epistolares con algunos de sus amigos, el disgusto que le causó dicha unión. Más alla que ya sabía del noviazgo e inclusive les hacía bromas.

No por considerar indigno de su hija a Máximo, sino por que a la muerte de Encarnación su hija ocupo simbólicamente el lugar de Primera Dama que dejaba prematuramente su madre, y desde allí ( 1838 ) hasta el destierro fue la hada buena de su padre, haciendo muchas veces de sostén anímico y en gestiones sociales que el padre rehusaba. Rosas temía quedarse solo. Aún así la situación económica apremiaba, y era Juan Manuel el que debía solventar los gastos de todos en el destierro, hasta que estos se independizaron.  De todas maneras Máximo le pidió caballerosamente la mano de su hija al Restaurador, y éste asintiendo a tamaño pedido, Rosas demandó según una versión de Salustio Cobo- director del periódico El Comercio- que habló con Rosas en el vestíbulo de un hotel de Southampton en agosto de 1860 y luego remitió dicha conversación a su amigo, historiador y político chileno Benjamín Vicuña Mackenna, refiriéndose los pormenores de esa conversación. En un pasaje escribió:
Rosas a Cobo_ " Máximo le dije yo, dos condiciones pongo: la primera, que yo no asistiré a los desposorios; la segunda, que Manuelita no seguirá viviendo en mi casa.."
No fue cumplido por Rosas esto último, ya que siguieron un tiempo más con el caudillo y los Terrero luego hacía 1854 arrendaron una pequeña propiedad en las afueras de Southampton.

Manuelita Rosas daba constancia de su felicidad al contraer nupcias con don Máximo, a su amiga Petrona Villegas de Cordero en noviembre:
" ¡ Petronita ! ¡ Ya estoy unida a mi Máximo ! el día 23 del pasado octubre recibimos en la Santa Iglesia Católica de este pueblo la santa bendición nupcial a que nuestros antes corazones han aspirado tantos años. Tú que conoces a mi excelente Máximo puedes tener la certitud ( sic ) que me hará completamente feliz. Sus bondades y la ventura de pertenecerle, me han hecho ya olvidar los malos momentos y contrariedades que he sufrido en mi vida. Abrázame muy fuerte, amiga mía, gózate en.la felicidad de tu amiga ".
Fueron duros los primeros años donde Máximo buscaba empleo y su padre Juan le enviaba dinero para poder subsistir.
En 1855 en el reconocimiento de la Independencia del Paraguay por parte de la Confederación Argentina sirvió al yerno de Rosas para obtener un gran empleo: el de Cónsul de esa naciente república en Londres. Detrás de ese nombramiento estaban las gestiones de su hermano Federico Terrero.
En 1856 nace su primer hijo Manuel Máximo. Rosas abuelo opto por llamarlo cariñosamente " Nepomuceno José " seguramente en honor al cariño y lealtad profesada a su amigo Juan Nepomuceno.
Mientras Máximo y familia transitaban momentos de prosperidad y paz, nacía su segundo hijo, Rodrigo Terrero, y le pedía junto a Manuelita a Rosas en infinidad de cartas que se vaya con ellos a vivir a su casa de Hampstead. Juan Manuel deprimido e irritable desechaba con su habitual cortesía para responder cada invitación de los Terrero. Mientras tanto Máximo se convertía en un colaborador leal, incansable y eficiente del exiliado Rosas, cada vez más acorralado por la pobreza y la indigencia de tener que producir en una pequeña chacra que fue Burgess Farm, a la cual tuvo que remodelar con su marcado y meticuloso modo de trabajo. En cuanto a las quejas que Rosas le hacía a éste sobre su penosa situación, fue su yerno el que le daba ideas y el empuje para un Rosas ante todo laborioso.
Se encargó muchas veces de las suscripciones que conseguía la gran y leal amiga del Restaurador, Josefa Gómez y eventualmente utilizando su influencia para conseguirle dinero cuantas veces pudo.
CONFLICTO CON ALBERDI .
Alberdi que había sido asesor en el cargo de Cónsul que desempeñaba Máximo, tuvo un desentendimiento, ya que prácticamente olvidado por sus compatriotas y subsistiendo en París de su profesión de abogado y de los alquileres de sus propiedades en Chile, se ofreció de asesorar a Máximo sobre un empréstito que estaba gestionando desde Londres para el Paraguay. Terrero cobró un dinero de parte de la comisión de la Banca prestamista y al enterarse Juan Bautista le reclamó un porcentaje por dichos honorarios. Terrero (h) no acepto y se generó una enemistad y el fin de la correspondencia entre ambos. El nutrido intercambio que habían tenido tuvo de todo referido a la política y la enemistad entre Alberdi y Mitre, el arrepentimiento del primero hacia su combatividad hacia Rosas y demás yerbas. Hacia finales de la déca
da de los 60' Rosas que estaba más retraído que nunca, empieza a aceptar las continuas visitas de Máximo, Manuelita y sus nietos.
Pasan largos días paseando, charlando y disfrutando del hermoso paisaje que brindaba el Burgess.
Manuelita y Máximo procuraban en aquellas visitas festejar aniversarios de gran valor histórico, como el 11 de octubre, aniversario de la Revolución de los Restauradores y el 25 de Mayo, como tambien su propio cumpleaños.
Hacía 1871 una carta fechada el 5 de octubre de ese año, de Manuelita a su padre, daba cuenta de la terrible enfermedad que atravesaba Máximo de viruela. La cual lo dejó al borde de la muerte, pero lograría recuperarse.
El chacarero del Burgess le escribía a su amiga Pepa Gómez sobre lo angustiado que estaba por la delicada salud de su yerno, lo cual documenta su cariño y afabilidad para con el hijo de su gran amigo.
Rosas a Gómez:
" (...) Si desde antes de la peligrosa enfermedad de Máximo, mi espirítu sin ánimo, ni consuelo, era penoso...".
CODICILO
Adhesiones al testamento de Rosas.
Máximo recibió cuanto Rosas había dejado a su padre o su hija, ya que a la muerte de estos dos, heredaría lo que le era por disposición de Rosas. Como así heredó directamente del Restaurador sus papeles públicos,sus perros, Soto y Guló, sus manuscritos y loro Blagard, fue junto a Manuelita a la muerte de Palmerston, su albaceas, su libro de la nobleza de sus antepasados, sus dos pistolas fierro del Tucumán, entre algunos tesoros.
EJEMPLO DE LEALTAD Y SERVICIO.
En los comienzos de 1877 y a poco de la muerte de Rosas, Máximo se reunió en la chacra de su suegro, para ultimar los detalles de su partida hacia Buenos Aires para agilizar el trámite referido a las propiedades que pertenecían a Manuelita como heredera de su madre y que se hallaban en los Tribunales desde largos años atras.
Fue acordado que Máximo viajara con su hijo menor, Rodrigo, de 18 años por ese entonces.  Manuel debió quedarse ya que tenía que rendir sus últimas materias para recibirse de Ingeniero.   Servir a su familia era para Rosas, servirlo a él, el gaucho de los Cerillos, sabía que su hija feliz , casada y con hijos, tenía un hombre a la altura de lo que fue su vida, y él, despidiéndose de la vida física,encontraba en ello una certeza.
Partió de Southampton el 24 de febrero de 1877 a bordo del vapor Minho de la Royal Mail Company hacia Buenos Aires. Volvía por primera vez desde su exilio.

El barco en que viajaban los dos Terrero aún en alta mar la tarde del 12 de marzo, cuando Manuela recibió un telegrama que daba cuenta de la gravedad del padre, escribe a su marido:
" Mi Máximo:
Cuando recibas ésta estarás ya impuesto de que mi pobre y desgraciado padre nos dejó por mejor vida el miércoles 14 del corriente ".
PROTOCOLO DE CUARENTENA EN EL PUERTO DE BUENOS AIRES.
Máximo y su hijo al llegar al puerto de la ciudad de la Santísima Trinidad, debieron permanecer quince días a bordo del vapor, debido a un protocolo preventivo que seguía en uso luego de la epidemia de Fiebre amarilla de 1871, donde cualquier embarcación extranjera debía someterse a ese protocolo.
Se sabe de está peculiar situación de incomodo para Máximo e hijo, por un diario de cuarentena que llevó a cabo el yerno de Rosas que fue en parte publicado por Manuel Bilbao en su libro Tradiciones y Recuerdos de BsAs en su capitulo sobre la "Cuarentena". ( 1934 ).  Máximo Terrero sobrevivió seis años a su querida Ita, nombre afectuoso que daba a Manuela en la intimidad. Falleció en 1904 en Southampton y sus restos, tal como se hiciese con el de su esposa, se colocaron en el mausoleo en nicho de material separado, y sobre aquel en que yacían los del general Rosas.
Ricardo Geraci.
Fuentes consultadas:
Manuel Gálvez
Vida de don Juan Manuel de Rosas.
Todo-Argentina
Página online de Historia Argentina.
Beatriz Doallo
El exilio del Restaurador.
La Nación.
Articulo sobre la cuarentena de Máximo.
Soledad Gil.
Secretaria de redacción revista Lugares en el mencionado diario

AMISTADES TIERRA ADENTRO

 Por Ricardo Geraci Del Campo Ríos

El valor que supone la amistad en el entrevero de las cuestiones políticas o militares, es destacable en cualquier época o pueblo que haya sabido desarrollarse bajo estos conceptos.
J.M de Rosas tenía dos lugartenientes, amigos y guerreros leales a los que por distintas cuestiones les escribe y donde queda documentada y expuesta la humanidad de Rosas para con sus pares, más allá de la coyuntura político-militar. Ambos hombres de confianza conocedores del mundo trashumante de la campaña bonaerense.
CARTA AL GENERAL ÁNGEL PACHECO.
Hacia 1842 el Restaurador tenía la salud quebrada, lastimosa, resentida y ello se reflejaba por la intensa actividad desplegada a lo largo de los conflictos que se sucedían. Los médicos le sugerían a don Juan Manuel tomar periodos de descanso una vez cada semana en algún campo. Rosas eligió Palermo de San Benito y desde allí le escribía a su amigo y general Don Ángel Pacheco. Como señala muy oportunamente Julio Irazusta, ambos se conocían desde hace mucho y al principio de tal relación se tuteaban. Cuando la politica unió los caminos y los rangos se diferenciaron de todas maneras la relación tuvo el mismo afecto de siempre.
_____________________
Buenos Aires, abril 30 de 1842
Señor Don Ángel Pacheco
Mi querido amigo:
Esta es al solo objeto de saludarte, como Manuelita y Juan, abrazarte y retornarte nuestras íntimas congratulaciones por los
multiplicados gloriosos triunfos de nuestras armas, y castigo del Cielo Santo sobre los salvajes unitarios, empeñándose tanto tan visiblemente Dios Nuestro Señor en proteger la justicia de nuestra causa santa.
Así que me sea posible tendré el gusto de contestar tu muy apreciable correspondencia pendiente.
Lo tengo ahora también en adjuntarte dos cartas de mi señora doña Dolores, y decirte que he sentido el placer de visitarla, y verla muy buena como a todos tus cariñosos hijos. Ha sido la primera visita que he hecho después del fallecimiento de mi amante Encarnación. Los médicos me han obligado a salir del encierro en una vida terrible. Viendo yo mi sangre tan apurada me resolví a tomar en cada semana un día de campo, y descanso. Julio, mi amigo, tu buen hijo nos ha acompañado un día y una noche en Palermo. En ello tuvimos la mayor complacencia. Es un digno hijo tuyo, un ardiente paisano federal. Recibe como siempre mis constantes deseos por tu mejor salud, y el intenso afecto con que soy tu fino atento amigo.
J.M.R.
_______________________
CARTA AL CORONEL DON VICENTE GONZÁLEZ
El mismo 30 de abril, el caudillo pampa destina palabras al "Carancho del Monte" refiriendose a la muerte de su esposa, dándole el pésame y recordando su tristeza por la muerte cuatro años antes de su compañera doña Encarnación. Un Rosas íntimo y totalmente honesto con quienes acompañaban su camino.
_____________________
Buenos Aires, abril 30 de 1842
Señor Don Vicente González
Mi querido amigo:
Vd. sabe cuanto amaba yo a su buena amiga de Vd. mi cariñosa señora Encarnación. Sabe lo mismo cuanto me ha costado conformarme con la disposición Divina que ordenó nuestra separación en la tierra hasta que nos juntemos en la mansión de los justos, como lo espero de la justicia de Nuetro Redentor. Y yo que sé
lo que importa la pérdida en el mundo de una completa virtuosa compañera, ¿qué podré decir a Vd. al acompañarlo en sus dolorosas circunstancias a sentir la falta de su amante esposa, y mi eterna amiga la señora doña Dolores Omar de Gonzalez, que ha llevado el Señor al descanso eterno al lado de sus escogidos en el Cielo? Dios, mi querido amigo, es infinitamente justo, y el hombre verdaderamente virtuoso, luego conoce la urgente necesidad de conformarse con sus decretos divinos, siempre en su beneficio, por más que algunos nos amarguen en la miseria de la vida. Aunque sin valor para verla en su cruel enfermedad, he senti-
do la intima complacencia de ser su director en su disposición testamentaria. Y en esa parte debe Vd, descansar, lo mismo que respecto de sus funerales... &,& pues que sobre todo he dispuesto y dispondré lo necesario, como el más inmediato amigo de Vd., dando de entenderme y proceder de acuerdo en lo necesario con su apoderado el corredor don Pablo Santillán. La última vez que nos (b) imos y abrazamos con mi señora doña Dolores, hablando sobre el testamento de su amiga y mi amante esposa Encarnación, se lo mostré. Poseida ella entonces del sentimiento del ardor santo de aquella virtud sublime que la inflamaba, me manifestó sus deseos de imitarla. Así, se ha hecho. Ha dejado por albacea, y único heredero a puerta cerrada, a su muy amado esposo el señor don Vicente Gonzalez. A esto es reducido solamente, y vea Vd. ahí en un alma justa, la esencia de la virtud perfecta. No puedo más, mi apreciado amigo: reciba Vd. iguales sentimientos de Manuelita y Juan con el íntimo afecto de su sincero atento amigo.
J.M.R.
Ricardo Geraci
Fuente consultada: Vida Política de J.M de Rosas. Julio Irazusta. Tomo IV Capítulo 51, pag 149, 150, 151.
De allí extraigo las cartas.
Imagenes: casa de Vicente González en San Miguel del Monte.
Pacheco
Rosas.

UN SÁDICO: EL CONDE D´EU

Por Pedro Juan

El sádico criminal más grande de la Guerra del Paraguay fue el Conde D´Eu, yerno de Pedro II, que reemplazó a Caxias en la dirección de la guerra. (Guerra de la Triple Alianza)
La crónica criminal del conde es fantástica. En la batalla de Peribebuy en que muere el general brasileño Mena Barreto (Pareja Sentimental del Conde), la furia vengativa del conde manda a degollar a todo el ejército vencido, incluido el Comandante Pedro Pablo Caballero. El Conde D´Eu no sólo da la orden, sino que, según testimonios, presenció “pálido e imperturbable” todo el degüello. Pero no acaba ahí su venganza: manda a cerrar el hospital de Piribebuy y con todos los enfermos y heridos dentro, lo manda prender fuego. El hospital quedó cercado por las tropas brasileñas, que a punta de bayoneta por orden de ese demente, empujaban a la hoguera a los que lograban escapar de las llamas.   J.J.Chiavenatto dice textualmente que “No se conoce en la historia de América del Sur, por lo menos, ningún crimen mas hediondo que ese. Incendiar un hospital y matar los enfermos. ¡Quemar viejos y criaturas!
El ejército paraguayo era seguido por mujeres “residentas”, que entre otras cosas, después de las batallas atendían a los heridos y enterraban a sus muertos, maridos, hermanos o hijos. En la batalla de Avay, en que fue herido el general brasileño Osorio y mueren tres mil brasileños, el furor fue tal que cuando las “residentas” salieron del monte para ayudar a los heridos y rescatar los muertos en el campo de batalla, sufrieron una carga de caballería y fueron muertas a lanzazos o debajo de las patas de los caballos, cumpliéndose las profecías de Sarmiento, cuando en carta del 12 de octubre de 1869, a Manuel R. García le dice: “La guerra no está concluida, aunque aquel bruto (Solano López) tiene todavía veinte piezas de artillería y dos mil perros que habrán de morir bajo las patas de nuestros caballos. Ni a la compasión mueve ese pueblo, rebaño de lobos” (A.Bray, Solano López, p.269 – J.M.Rosa. La guerra del Paraguay, p.300)
Es difícil determinar cual fue el peor de los crímenes de este sádico loco. Después de la batalla de Acosta Nú, en que un ejército de tres mil quinientos chicos son vencidos por veinte mil veteranos brasileños, al caer la tarde, cuando las madres de las criaturas salen del monte aledaño para asistirlos o darles sepultura, el sádico príncipe manda incendiar el campo envolviendo a madres e hijos en una hoguera.
El mismo historiador brasileño dice que “Las tropas aliadas que cometieron tales crímenes –los más hediondos de ellos al mando de Conde D´Eu- actuando por cuenta de gobiernos que se esmeraban en presentar al mundo al Paraguay como un cubil de bárbaros, la guerra como una forma de redención de los paraguayos de las garras de Francisco Solano López. Nunca el crimen de guerra estuvo tan íntimamente ligado a la calumnia, la infamia y la mentira. Nunca se vio tanta vergüenza en América”
Los crímenes de los aliados no tienen ejemplo en América, y en solo un año al mando del ejército, el sádico D´Eu se lleva todos los laureles de la infamia.
Desalentado por la obstinada resistencia de los paraguayos y no consiguiendo cumplir las órdenes del Emperador, el conde d'Eu, por temor a la tifoidea que afectaba a las tropas, se retiró a Villa del Rosario, dejando la comandancia del ejército y la marina en manos del General Correia. 
La monarquía brasileña llegó a su fin en 1889. Gastón y toda la familia imperial fueron expulsados del país. Cuando Pedro II murió en 1891, Gastón se convirtió en el titular Emperador consorte del Brasil. Sus descendientes, la línea dinástica que recibe normalmente el nombre de Orleans-Braganza, son los actuales pretendientes al trono de Brasil.
En 1922, como parte de la conmemoración del centenario de la independencia del país, el gobierno brasileño rescindió el exilio impuesto por ley a la familia imperial, pero Isabel ya había muerto, en tanto que Gastón de Orleans falleció a bordo del barco en que viajaba al país. Sus restos reposan en la catedral de petrópolis

Fuentes:


- Rosa, José María – La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – Buenos Aires (1985).


- García Mellid. Atilio. "Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay"(1965)


- Chiavenatto, Julio José. Genocidio Americáno: A Guerra do Paraguai. Sao Paulo

viernes, 26 de noviembre de 2010

ALGUNOS DATOS HISTÓRICOS SOBRE BELGRANO

POR Alejandro .S. Gonzalez.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano fue multifacéticamente abogado, economista, periodista, político, diplomático , militar ... .y además padre.
Tuvo dos hijos , el mayor y varón Pedro Pablo será bautizado huérfano , según el acta de nacimiento que hasta hoy nos llega , adoptado tomara el apellido Rosas y más adelante a los 21 años ya en conocimiento de su verdadero origen finalmente Rosas y Belgrano. Será criado como hijo propio por su tía materna y el Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas , marido de esta misma , y la hija , Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano Helguero , en su caso tomada en tutela muy niña por la familia Belgrano , más precisamente se encargará de su educación y su inserción en la sociedad una de las hermanas del otro Par Padre de la Patria . 
Manuel a diferencia de otros grandes próceres no tuvo falta de descendientes directos que llegaran hasta hoy con su linaje de sangre . Su hija Mónica tuvo tres hijos , Pedro Pablo a su vez engendrará a dieciséis ,es por esto que hoy existe descendencia viva del prócer. Uno de los mismos y más destacado es justamente el Licenciado Manuel Belgrano descendiente directo del general y presidente en su momento del Instituto Nacional Belgraniano, plasmado en esta imagen actual , junto al cuadro que su ancestro se haría pintar en su viaje a Londres ordenado por el Triunvirato en 1815 .
Manuel Belgrano Lastra es la quinta generación del prócer y por ende su chozno nieto , su árbol genealógico además lo coloca como un descendiente legítimamente Patricio ya que desciende de ambas ramas genealógicas de los hijos de Belgrano como también de las familias Saavedra y Olivera .

miércoles, 24 de noviembre de 2010

¿FUE LA LOGIA LAUTARO MASONICA?

Por Aníbal A. Rottjer
San Martín, Alvear, Zapiola y Anchoris fundaron en Buenos Aires, en agosto de 1812 -a los cinco meses de su llegada de Europa- esta sociedad secreta [la Logia Lautaro], independiente de toda matriz extranjera. No dependía ni de Londres ni de Cádiz. Su local de reuniones se hallaba en la actual calle Balcarce, frente al paredón del convento de Santo Domingo.
'No era masónica, ni se derivaba de la masonería -dice Mitre[1]- sino que tan sólo utilizaba algunas palabras, toques y señales, o sea ciertas prácticas rituales de corte masónico a los simples efectos materiales de orden interno, pero su objeto era más elevado'. Sarmiento dice que 'no era una masonería como generalmente se ha creído ni menos las sociedades masónicas entrometidas en la política colonial'. Aunque los actuales masones argentinos hayan osado juzgar aviesamente las intenciones de la circular de la Logia Lautaro, cursada a San Martín el 21 de diciembre de 1816, los conceptos allí vertidos sobre el respeto debido a la religión de los pueblos son dignos de especial recordación. Helos aquí: 'No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso'[2].
Prestaba su juramento sobre los Santos Evangelios, se obligaba al más riguroso secreto, y su objeto era defender la libertad e independencia.
El masón argentino, Martín Lazcano -de antigua y activa militancia en la institución-, afirma que todas las asociaciones políticas y secretas que fueron apareciendo en nuestro escenario patrio, después de 1806 hasta 1856, no fueron masónicas sino político-revolucionarias de carácter meramente profano; si bien empleaban en su régimen interno y en su acción externa modalidades masónicas, y pudieron contar con algunos masones emboscados entre sus miembros.
Ricardo Rojas escribió en 'El Santo de la Espada' que la logia de Lautaro era autónoma; no dependía de matrices masónicas y ni siquiera de otras asociaciones secretas; y el fundador del Instituto Sanmartiniano -José Pacífico Otero- nos asegura en el tomo 19 de su 'Historia del Libertador Don José de San Martín', que la logia fundada por San Martín no era en modo alguno masónica sino política.
Nuestra Lautaro, fundada por San Martín, fue, pues, una simple sociedad patriótica como sus modelos de Madrid, Cádiz y Londres.
La masonería en un primer momento pudo creer en San Martín, pero San Martín jamás creyó en la masonería; porque él no venía a envilecer al país sino a salvarlo. Dentro de la práctica del lautarismo no entraba la iniciación masónica, y todas las demás sociedades secretas argentinas anteriores al 1856, vivieron siempre al margen de los principios ocultos y las leyes secretas de la masonería[3].
Dice Federico Ibarguren que San Martín y sus compañeros se afiliaron en Cádiz a la Sociedad de Lautaro 'con el exclusivo propósito de la independencia política de su patria amenazada, pero que él no endosó sus extremismos ideológicos, su antiespañolismo de fondo ni su sospechosa docilidad a las directivas de la política británica en el nuevo mundo, con que tal sociedad se caracterizó más tarde'[4].
En efecto, la infiltración masónica iniciada en España durante el reinado de Carlos III, persiguió en su intento satánico la sistemática aniquilación del pasado en España y América, por medio de su elenco de déspotas ilustrados con Aranda a la cabeza. El plan borbónico se consumó en 1812 por la acción de las Cortes de Cádiz con intervención directa de la masonería internacional.
'San Martín, en cambio, defiende la aplicación de la monarquía, el respeto a la autoridad y el fortalecimiento de la Religión -afirma el historiador José de la Puente- porque no era ni enciclopedista, ni menos jacobino, ni sufrió las ilusiones russonianas de un Moreno'[5].
Joaquín V. González -afiliado a la masonería en su juventud- dijo el 3 de agosto de 1905 en el colegio de La Salle de Buenos Aires siendo ministro de Instrucción Pública de la Nación: 'Los prohombres de nuestra amada patria fueron todos cristianos austeros, como cristiano fue también el ambiente en que se reunieron nuestros primeros congresos'[6].
Con los civiles y militares lautarinos 'fraternizan' en Buenos Aires los sacerdotes patriotas argentinos: Castro Barros, Chambo, Chorroarín, Figueredo, Gregorio y Valentín Gómez, Agüero, Grela, Perdriel, Cayetano Rodríguez, Herrera, Aparicio, Sáenz, Zavaleta, Toro, Díez de Rámila, Segurola, Vidal, Anchoris, Pedro Gallo, Amenábar, Fonseca, Salcedo, Rivarola, etc.
Y así como hubo numerosos sacerdotes logistas en Buenos Aires, los hubo también numerosos en las logias patrióticas de Mendoza, Tucumán, Montevideo, Chile, Caracas, Bogotá, Lima y México, de preponderante actuación en los sucesos revolucionarios de los respectivos países hispanoamericanos.
La logia Lautaro, mientras estuvo a su frente San Martín, cumplió patrióticamente su misión; decayó luego con Alvear y agonizó durante el gobierno de Pueyrredón, para desaparecer definitivamente con Rondeau en 1820. San Martín estaba decidido a abandonar para siempre el terreno político en que sólo por accidente había entrado, y cedió por entero a su competidor Alvear el campo de la Logia. En su seno se destaca, a fines de 1813, un partido personal -el alvearista- que a la postre la absorbió por completo.
Mitre afirmó que 'la logia Lautaro, condenable en tesis general, produjo en su origen bastantes bienes y algunos males, que inclinan la balanza a su favor. Sólo accidentalmente sirvió a ambiciones bastardas que tuvieron correctivo en la opinión. Tal institución secreta, por obra de San Martín y Alvear, preparaba entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos. Ella debía ser el brazo que impulsara y la cabeza que orientara el movimiento revolucionario. Su finalidad era 'mirar por el bien de América y de los Americanos'; y su consigna: 'Nunca reconocerás por gobierno legítimo de la patria sino aquel que sea elegido por libre y espontánea voluntad de los pueblos'[7]. Mariano de Vedia y Mitre, en la 'Vida de Monteagudo', es más severo en su juicio. Allí sostiene que 'tal logia fue un instrumento político al que estuvieron supeditados los gobiernos que contribuyó a formar bajo la fe del juramento y las penas más severas a quienes lo violaran; por eso San Martín se sometió a sus decisiones, que limitaban su libertad de acción como jefe militar y gobernante, y por eso, Monteagudo, como tantos de sus miembros, fueron víctimas de las decisiones de sus cofrades, reunidos siempre en cónclave secreto e irresponsable ante la ley y ante la historia'.
'Las mismas logias lautarinas de Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile y Lima del Perú -dice el historiador chileno Barros Arana- estrechamente vinculadas entre sí, fueron víctimas de enconadas rivalidades y cayeron las unas sobre las otras'[8].
A la logia Lautaro se afiliaron luego algunos elementos que habían pertenecido al 'club' de los morenistas, fundado por los parciales de Moreno y que ahora -para salvar la profunda divergencia que los dividía con motivo de la política seguida por el Primer Triunvirato- habían fundado la Sociedad Patriótica.
A raíz de la ineptitud de Rivadavia, San Martín, con sus tropas, apoya el movimiento revolucionario del 8 de octubre de 1812. Desde este momento la logia Lautaro entra en plena dirección del Estado y por lo tanto, de la Revolución de Mayo.
Consta en el acta del Cabildo de Buenos Aires del 8 de octubre de 1812 que los militares José de San Martín, Carlos de Alvear, Francisco Ortiz de Ocampo, etc., comparecieron en la Plaza con sus tropas 'para proteger la libertad del Pueblo, para que pudiese explicar libremente sus votos y sus sentimientos, dándoles a conocer de este modo que no siempre están las tropas -como regularmente se piensa- para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía; que saben respetar los derechos sagrados de los pueblos y proteger la justicia de éstos... suplicándoles solamente (que) se trabajase por el bien y la felicidad de la Patria, sofocando esas facciones y partidos que fueron siempre la ruina de los Estados'.
La Argentina quiere seguir viviendo su propia vida orgánica secula
San Martín escribirá más tarde a Tomás Godoy Cruz, diputado al Congreso de Tucumán, sosteniendo que 'Rivadavia hizo indispensable esta revolución por ser enemigo irreconciliable de la logia Lautaro; pues no la comprendió en su triple función de asesorar al gobierno compartiendo su responsabilidad, de vigilar a los díscolos e indisciplinados, y de hacerse eco de las opiniones populares para trasmitírselas oportunamente'[9].
De esta segunda victoria del tradicionalismo criollo emergen las dos figuras próceres de Artigas y San Martín.
Ambos buscaban la independencia de toda dominación extranjera sin las componendas y tapujos morenistas y rivadavianos, pero mientras el artiguismo bregaba por una revolución económica y de reivindicación social -escribe Federico Ibarguren- el logismo sanmartiniano, que derrotó al Primer Triunvirato, buscaba una revolución política e ideológica'[10].
Porque, como dijo Juan Zorrilla de San Martín: 'América se emancipa de su metrópoli, no para interrumpir su historia sino para continuarla, para seguir viviendo su propia vida orgánica secular'.
San Martín, por desgracia, gravitó muy poco tiempo en la logia. Combate en San Lorenzo el 3 de febrero de 1813, marcha hacia el Norte para sustituir a Belgrano, se restablece en Córdoba en su quebrantada salud, y se dirige luego a Mendoza para desempeñar el gobierno de Cuyo.
Los 'liberales' de la Sociedad Patriótica -que unidos a los lautarinos sanmartinianos habían contribuido a la caída del régimen rivadaviano- se habían embanderado en la logia, con su caudillo, Monteagudo, secretario de Castelli, para luchar contra la política de transacción con España, sostenida por Sarratea y Rivadavia; por eso que esa alianza fue tan sólo superficial, pues, entre San Martín y el versátil demagogo y frenético jacobino, había profundas divergencias filosóficas.
Mientras San Martín -escribe Federico Ibarguren- buscaba la independencia para salvar al nuevo mundo del afrancesamiento disolvente, Monteagudo quería romper con la tradición hispana y crear en nuestra patria la 'Nueva Humanidad' soñada por los masones enciclopedistas e intelectuales de la dictadura jacobina'[11].
Monteagudo, continuador de Moreno y Castelli, exigía reformas radicales, recurriendo al terror y el exterminio. En junio de 1812 decía en la Sociedad Patriótica: 'quiero que se inmolen a la patria algunas víctimas; quiero que se derrame la sangre de los opresores; quiero que el gobierno olvide esa funesta tolerancia que nos ha traído tantos males desde que Moreno se separó de la cabeza del gobierno. Sangre y fuego contra los enemigos de la patria! ¡Ahora mismo los aniquilaría con un puñal!'.
Y el 13 de diciembre de 1812 sugería 'al gobierno el tremendo bando que establecía que 'en toda reunión pública de más de tres españoles, uno sería fusilado por sorteo y si la reunión era en lugar apartado, todos serían pasados por las armas'.
Más tarde se arrepentirá de sus extravíos como lo consigna en su 'Memoria', escrita en Quito en 1823, donde dice: 'Las ideas demasiado inexactas que entonces tenía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrático... Para expiar mis primeros errores yo publiqué en Chile en 1819, el 'Censor de la Revolución'; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!'. Por el cúmulo de expoliaciones y crueldades cometidas durante su gobierno impolítico y por su altanería y despotismo el pueblo peruano pedirá su destitución y arresto. De noche, en Lima, será asesinado y su cadáver aparecerá a la mañana siguiente, en una calle de la ciudad, con un puñal clavado en la espalda.
Mientras estos 'liberales' porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de cuño hispanocristiano, daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social, económico e ideológico.
Y mientras las 'minorías ilustradas' se equivocan siempre en perjuicio del país, la 'plebe' lo salva.
Pero para los masones, Artigas seguirá siendo el 'personaje anarquista y sombrío que crea el caudillismo federal arrastrado por sus fanáticos delirios de mando y poderío'; y Belgrano, el 'visionario fanático e inepto' que, a pesar de las protestas de San Martín, debió bajar a Buenos Aires para dar cuenta de su actuación, a causa de la inicua campaña de descrédito que iniciaron contra él sus enemigos logistas[12].
La Logia Lautaro manejada por Alvear
Al retirarse San Martín de Buenos Aires, la logia Lautaro no fue otra cosa que la expresión de la voluntad de Carlos María de Alvear[13].
La logia se caracterizó entonces por la degeneración de todos los principios que eran su honor y se transformó en el partido alvearista.
Alvear -llamado el Nuevo Catilina- había falseado totalmente los compromisos de la logia, usurpando el poder en su propio provecho y traicionando a sus amigos. Culpable, con Sarratea y Rivadavia, de la política desquiciadora del Primer Triunvirato, suplanta ahora en la logia a San Martín, su antítesis en ideas y en temperamento.
Su influencia se dejó sentir preponderante en la Asamblea de 1813, agrupando a los diputados en alvearistas y sanmartinistas, con natural mayoría de los primeros, debido a la ausencia del jefe de los segundos.
El gran demagogo y fanático heterodoxo Monteagudo y el gran oportunista y ambicioso Alvear -que frisaba en los veintiséis años de edad- dirigían a la Asamblea desde la logia, bastardeada por su nefasta dirección[14].
El alejamiento de su rival, San Martín, facilitó la política alvearista, postergando el plan sanmartiniano de 'Independencia y Constitución', bandera de los lautarinos.
Recién cuando Artigas vence a Alvear en 1815, valiéndose del coronel Alvarez Thomas, sobrino de Belgrano -que en su proclama revolucionaria estigmatizaba a 'esa facción aborrecida'- pudo declararse nuestra independencia, el 9 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán; y para completar nuestra independencia de toda dominación extranjera, como exigía el histórico congreso fue necesaria la aparición de un dictador, vaticinado por San Martín, como triste consecuencia del estado caótico a que llevó al país la política liberal antiargentina seguida por el grupo porteño extranjerizante y anticriollista[15].
La ideología que informa las leyes de 1813 es el reflejo del pensamiento de los grupos liberales y regalistas de tipo racionalista, presionados por el alvearismo morenista-monteagudeano.
Tal victoria de la línea liberal extranjerizante: Moreno-Castelli-Rivadavia-Monteagudo-Alvear, constituyó una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil.
El pueblo reaccionará por medio de sus caudillos en defensa de los principios populares, nacionales y cristianos en la línea argentinizante y tradicionalista Saavedra-San Martín-Belgrano-Artigas en contra de las reformas planificadas en 1813, realizadas en 1822, sancionadas en forma aparentemente inocua en 1853 y 1860, concretadas luego en las leyes anticristianas de 1884 y 1888, con respecto a la escuela y a la familia y sostenidas, aún hoy día... En 1888 se asestará un golpe mortal a la familia, la institución madre de la humanidad, desterrando a Dios de los hogares; así como cuatro años antes se lo había desterrado de las escuelas.


[1] NOTA DEL EDITOR: Aclaro que el General Mitre fue masón, grado 33; aunque murió reconciliado con la Iglesia, confesado y asistido por Monseñor Romero y Monseñor Rasore, recibiendo la bendición que le enviara el Papa San Pío X. Antes de esto firmó una declaración antiliberal, entregada a Mons. Espinoza, con destino al archivo secreto de la curia de Buenos Aires (cf. Rottjer, p. 310-311).
[2] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 196. Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín, tomo 1, pp. 58, 54 y 198. Zuñiga, op. cit., pág. 411.
[3] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 225 y tomo II, pág. 881.
[4] Ibarguren, op. cit., pág. 111. Palacio, op. cit., pp. 173 a 175.
[5] Puente, José de la. San Martín y el Perú.
[6] Rev. Ecles. de Bs. As. Año 1905.
[7] Mitre, op. cit. Tomo II, pp. 117, 184, 145 y 172. Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 253.
[8] Dicc. Hist. Arg., op. cit. Tomo IV, pp. 830 y 831.
[9] Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 68.
[10] Ibarguren, op. cit., pág. 114.
[11] Ibarguren, op. cit., pág. 117.
[12] Zuñiga, op. cit., pp. 189 y 190.
[13] Lazcano, op. cit., tomo 1, pp. 266 y 334.
[14] Ibarguren, op. cit., pág. 130. Palacio, op. cit., pp. 176 y 181.
[15] Ibarguren, op. cit., pág. 123. García Mellid, op. cit., pág. 88.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Gracias Poder Ejecutivo Nacional

GRACIAS POR DECLARAR FERIADO NACIONAL EL DIA 20 DE NOVIEMBRE, FECHA EN LA CUAL HACE 165 AÑOS SE DESARROLLO “LA VUELTA DE OBLIGADO”, UNA DE LAS BATALLAS LIBRADAS POR LA CONFEDERACION ARGENTINA EN LA GUERRA DEL PARANA CONTRA LA FLOTA ANGLO-FRANCESA.
GRACIAS POR LA INAUGURACIÓN DE TAN SIGNIFICATIVO MONUMENTO CON CADENAS QUE SIMBOLIZAN LA GESTA HEROICA. TEMPLO CÍVICO UNIRÁ AÚN MÁS, AL MOVIMIENTO NACIONAL.
GRACIAS POR LA REIVINDICACIÓN PUBLICA DEL BRIGADIER GRAL. DON JUAN MANUEL DE ROSAS UNICO E INCOMPARABLE DEFENSOR DE LA SOBERANIA NACIONAL, Y HEREDERO DE LA GLORIA DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTÍN.
SIEMPRE HEMOS LUCHADO POR ESTO...EL BUEN NOMBRE, EL PATRIOTISMO, LA DIFUSION DE SU VIDA EJEMPLAR CONTINUARÁN SIENDO UNA DE NUESTRAS BANDERAS
VIVA EL PADRE DE LA SOBERANIA NACIONAL
VIVA EL HEROICO RESTAURADOR DE LAS LEYES


sábado, 20 de noviembre de 2010

EL SUICIDIO DE ALEM

Por Gimena Varela

Había intentado eliminarse el 1 de junio de 1896, pero por misteriosas razones no llevó a cabo el proyecto. Han quedado como mudos testigos de ese prólogo dramático, sus papeles encontrados después de la muerte, que aparecieron con la “n” de junio prolijamente convertida en la “1” de julio.  Porque exactamente un mes más tarde Alem cumplió la decisión. Cerca de la medianoche del 1 de julio, “frente a la cómoda de jacarandá ha escrito Bernardo González Arrili en su libro La vida atormentada de Leandro Alem, Buenos Aires  toma el frasco de agua de olor y alzada la barba con su gesto habitual, la perfuma, luego la frota con ambas manos y se huele las palmas, entornando un poquito los párpados”.  

Guarda su revólver, toma la galera de felpa y el poncho de vicuña, se despide “por un momento” de sus amigos que están en la sala y sube al carruaje conducido por Martín Suárez, que lo llevaba habitualmente en sus viajes por la ciudad.

¡ Hola, Martín! Llévame al Club del Progreso, por la avenida”. Parte el cupé, y apenas si el conductor oye luego un chasquido inidentificable.

Al llegar al Club, Suárez abre la portezuela y mira horrorizado el cadáver de Alem. Lo conducen al interior del edificio y se arraciman los amigos, desde un médico hasta Roque Sáenz Peña, José C. Paz, R. Varela Ortiz.  Los otros amigos que habían quedado en la sala de su casa —en la calle Cuyo, actual Sarmiento— no tardan en enterarse de la penosa noticia.

La bala le ha entrado por la oreja derecha, quedando en el cerebro. “Se conoce que el revólver ha sido manejado con gran serenidad de pulso —reza el informe forense—, pues el cañón y el fogonazo han desgarrado la piel y perforado el cráneo con un agujero redondo de calibre casi igual al de la bala”.

La barba blanca ha comenzado a vetearse de rojo. Roque Sáenz Peña cubre el cuerpo con el viejo poncho de vicuña, despaciosamente, casi con veneración. Entre sus bolsillos se ha hallado un papelito, sin fecha ni firma: “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en cualquier otra parte”.

Durante el largo medio siglo de su existencia, Leandro Alem —y no Leandro N. Alem, adosándosele una N de Nicéforo, inexistente en su partida de bautismo— había desarrollado múltiples tareas. Poeta, abogado —egresado de la Facultad de Derecho con honores—, intervino valerosamente en la Guerra del Paraguay como ayudante del general Wenceslao Paunero, siendo herido en una de las varias batallas en que participó. Fue más tarde diplomático (secretario de la legación argentina en Paraguay y Brasil), legislador provincial y diputado y senador nacional. Se opuso con tenacidad a la federalización de Buenos Aires y —era realmente intransigente, acaso obcecado— renunció a la banca cuando la mayoría parlamentaria no estuvo de acuerdo con sus objeciones.

Sin duda la mayor aureola que ha rodeado su vida está  con su jefatura de la revolución de 1890, que dio vinculo .a unión Cívica, semilla del radicalismo. Sufrió persecuciones e ingratitudes, inclusive divergencias profundas con su sobrino Hipólito Yrigoyen, asi desplazaría del liderazgo del nuevo y revolucionario movimicnto político.

Por qué se mató? Hace más de sesenta años que la pregunta viene planeando sobre correligionarios, teóricos, historiadores y cronistas, convergiendo por lo general en el cénit de su angustia y sufrimiento por la suerte del país, aunque a menudo se omita lisa y llanamente toda explicación o razonamiento. Prefigurado su holocausto en otros suicidas ilustres del pasado argentino, como Juan Larrea, tal vez su oración haya sido más significativa —en cuanto a identidad frustrados ideales— con otro suicida de cuarenta años mas tarde; Lisandro de la Torre.

Pero había mucho de premonición en la melancolía permanente de su figura estilizada, en el hecho que a temprana edad lo marcó dolorosamente para siempre (asistir a la ejecución de su padre, fusilado y colgado junto con Cuitiño por su participación en la Mazorca rosista) y en alguna de sus intuitivas, atormentadas : “Fantasmas que giráis sobre mi frente, / negras visiones que agitáis mi alma, / ¿qué queréis? ¿quién os manda abismo / para llenar de sombras mi morada?*'. Y más delante: “Desde el primer instante en que mis pasos / al tumulto social se aproximaban, / sentí sobre mi frente / el hálito fatal de la desgracia".

viernes, 19 de noviembre de 2010

Parte del general Lavalle sobre la acción de Navarro

Navarro, diciembre 10 de 1828 Sr. Ministro: El 8 llegó nuestra caballería a la inmediación de las Cañuelas, donde supe con certeza que la fuerza del Coronel Dorrego que excedía de mil quinientos hombres, como dije en mi parte de ayer, estaba acampada en la Laguna de Lobos. Deseando resolver la cuestión sin efusión de sangre, envíe al campo del Sr. Dorrego al Sr. Coronel D. Gregorio Aráoz de La Madrid, con la comunicación que acompaño en copia; nuestra caballería marchó a la Capilla Nueva, y siguió la ruta de Lobos; a las ocho de la noche varió de dirección a la derecha y se dirigió a Navarro. La marcha del Coronel Dorrego de Culuculú a Lobos, nos había revelado que quería evitar el combate, manteniendo su comunicación franca con las fuerzas del Norte; y parecía cierto que, amenazado por el camino de Lobos, dirigía su retirada a Navarro; el resultado correspondió al cálculo, y ambos llegamos a este punto con diferencia de una hora. El Coronel Dorrego había acampado tranquilamente, esperando sin duda la noticia de la ocupación de Lobos por nuestra caballería, cuando a las ocho de la mañana de ayer se le presentó el Sr. Coronel Rauch, con algunos descubridores por su flanco izquierdo. 
En estos momentos se me presentó de regreso el sr. Coronel La Madrid, aunque el Sr. Rosas había dado una contestación verbal evasiva, aunque débil. El Coronel Dorrego no podía ya retirarse, y se preparó para el combate, apoyando su izquierda en esta villa, y extendiendo su derecha hacia la casa de Peredo. Nuestra caballería maniobraba en una fila por su poco número, y marchó al ataque dividida en cinco escalones. El Sr. Coronel D. Anacleto Medina, que mandaba el primero, fue herido muy al principio por el fuego de las guerrillas, sucediéndole el Sr. Coronel Rauch, que cargó la extrema izquierda del Sr. Dorrego, arrollando cuanto se le opuso. El Sr. Coronel La Madrid ala cabeza del segundo escalón, y el Sr. Coronel D. Juan Apóstol Martínez, al frente del tercero, cargaron en línea, recibiendo los fuegos de cuatro piezas de batalla, servidas por artilleros veteranos, de las que se apoderaron, despedazando los escuadrones que tuvieron a su frente. El Sr. Coronel vega, que mandaba el cuarto escalón, cargo a su vez con el mismo suceso. Entonces se desprendieron de la extrema derecha de la línea del sr. Dorrego, doscientos indios salvajes, como a envolver nuestra izquierda, pero fueron recibidos y pulverizados por el Sr. Coronel Olavarría, al frente de 100 lanceros del 16. El retroceso de los salvajes completó la derrota de las fuerzas del Sr. Dorrego, que huyeron en todas direcciones, sin que se encontrase un objeto de 50 hombres; hoy habrá dispersos en las dos extremidades de la Provincia, al Sud y al Norte. La anticipación con que dejaron el campo el sr.  Dorrego no le dejó contemplar más de cien víctimas de sus delirios. Hemos tomado además doscientos milicianos, que habían sido desarmados y puestos en libertad. Nuestra pérdida ha consistido en el distinguido capitán Cosio del 3, que murió en la carga de su regimiento, tres individuos de tropa muertos, y veintidós heridos. Recomiendo a la gratitud del gran pueblo de Buenos Aires a los bravos y distinguidos jefes que he mencionado; al Sr. General d. Martín Rodríguez, por la parte que ha tenido en este suceso; a los jefes y oficiales del 1º, teniente coronel Olazábal, mayor Méndez, y capitanes Córdoba, Núñez, Gómez y Méndez; del regimiento 3º, al comandante Quesada y mayor Smith, que condujeron bizarramente sus escuadrones en la carga; al alférez Ferrat, del mismo cuerpo, que se distinguió en las guerrillas; del regimiento 16, al comandante Olmos, herido, al de igual clase Balbastro, al mayor Correa, y a los capitanes Navarro, Frías y Reina; al capitán D. Patricio Maciel del regimiento número 4 de línea, hombre a quien la naturaleza destinó para la guerra; a los Sres. Coroneles Pedernera, Rojas y Bogado; a los mayores Elía, Muñiz y Calderón; a los capitanes Saavedra, Estrada y Paredes, de colorados; y últimamente a todos los oficiales de estos bravos regimientos, cuyos nombres no caben en la estrechez de este parte.
Es inútil por ahora que nuestra caballería se mueva de Navarro, pues no sé que haya treinta hombres reunidos en ninguna parte, pero si algunos discípulos de Artigas quieren empeñarse contra el destino, serán escarmentados tan pronto como aparezcan, pues nuestra caballería no tendrá en adelante los mismo obstáculos que han retardado la operación que ha concluido por falta de caballos. Reitero al Sr. Ministro mi mayor consideración. Juan Lavalle Excmo. Sr. Ministro General, D. José Miguel Díaz Vélez.

Horacio Quiroga, el hombre de la mala estrella.....

Por Barilochito
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay. Su infancia quedó marcada por la muerte de su padre, quien se disparó accidentalmente cuando descendía de una embarcación, en presencia de su mujer y del propio Horacio. En 1891, su madre se casó con Ascencio Barcos, quien fue un buen padrastro para el niño, pero la tragedia volvió a tocar la puerta: Ascencio sufrió un derrame cerebral que le impedía hablar; lesión que lo indujo a quitarse la vida de un disparo. Considerado como "el Edgar Allan Poe sudamericano", tuvo a la literatura como aliada para sobreponerse. Su vida estuvo marcada por diversas tragedias: su padre murió en un accidente de caza; su padrastro y su primera esposa se suicidaron; además, Quiroga mató accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando. Ya instalado en Buenos Aires publicó Los arrecifes de coral, poemas, cuentos y prosa lírica (1901), seguidos de los relatos de El crimen del otro (1904), la novela breve Los perseguidos (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, hasta la frontera con Brasil, y la más extensa Historia de un amor turbio (1908). En 1909 se radicó en la provincia de Misiones, donde se desempeñó como juez de paz en San Ignacio, a la vez que cultivaba yerba mate y naranjas. Horacio Quiroga conoció canto de los pájaros, el calor sofocante y la vegetación que abruma. Su casa era madera, hecha totalmente a mano -y reconstruida luego de que un incendio la destruyó-, fue donde el genial escritor uruguayo -definido como el mejor de la literatura argentina- desplegó su mundo personal, literario y social signado por una matriz autodestructiva que lo acompañaría durante toda su vida.Nuevamente en Buenos Aires trabajó en el consulado de Uruguay y publicó Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), los relatos para niños Cuentos de la selva (1918), El salvaje, la obra teatral Las sacrificadas (ambos de 1920), Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina degollada y otros cuentos (1925) y quizá su mejor libro de relatos, Los desterrados (1926). Por 1919 quedó deslumbrado por el cine, y no solo escribió críticas y reseñas de películas, sino que se animó con un guión, La jangada, que no pasó de ahí. También había pensado llevar a la pantalla La gallina degollada.

Entre 1919 y 1922 mantuvo una estrecha relación con la poetisa Alfonsina Storni. Hasta llegó proponerle irse juntos a Misiones. Ella, indecisa, le consultó a su amigo, el pintor Quinquela Martín. “¿Con ese loco? ¡No!”, respondió.Influido por Edgar Allan Poe, Rudyard Kipling y Guy de Maupassant, Horacio Quiroga narró magistralmente la violencia y el horror que se esconden detrás de la aparente apacibilidad de la naturaleza. Muchos de sus relatos tienen por escenario la selva de Misiones, en el norte argentino, lugar donde Quiroga residió largos años y del que extrajo situaciones y personajes para sus narraciones. Sus personajes suelen ser víctimas propiciatorias de la hostilidad y la desmesura de un mundo bárbaro e irracional, que se manifiesta en inundaciones, lluvias torrenciales y la presencia de animales feroces.  Colaboró en diferentes medios: Caras y Caretas, Fray Mocho, La Novela Semanal y La Nación, entre otros.  La dura vida lejos de la civilización fue demasiado para Ana María, la esposa de Quiroga. Esta se suicidó tomando una fuerte dosis de sublimado corrosivo, químico utilizado para revelar fotografías. Su agonía duró varios días durante los cuales se arrepintió entre delirios, ante los aterrados miembros restantes de la familia.  Desde mil novecientos veinte, Horacio entró en racha, publicando una serie de cuentos y novelas que más tarde serían consideradas como sus mejores obras, influyendo en el trabajo de muchos escritores latinoamericanos. Siete años después se volvió a casar con una joven de nombre Maria Elena Bravo y tuvieron una hija. En 1927 se volvió a casar y tuvo una niña. En 1935 publicó su último libro de cuentos, Más allá. Hospitalizado en Buenos Aires, se le descubrió un cáncer DE PRÓSTATA, enfermedad que parece haber sido la causa que lo impulsó al suicidio.  Murió en Buenos Aires, el 19 de febrero de 1937; bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos. Su cadáver fue velado en la Casa del Teatro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) que lo contó como fundador y vicepresidentE, escritor cuya figura evoca un derrotero implacable de fatalidades que impregnaron una obra vívida y apabullante, en la que se destacó como cultor del texto breve, a partir de relatos que hoy son un clásico, como sus Cuentos de la selva o los Cuentos de amor, de locura y de muerte.

Murió acompañado de un hombre con deformidades (parecidas a las del famoso Joseph Merrick) llamado Vicent Batistessa. Este se encontraba encerrado en el sótano del hospital, lejos de la vista de todos. Horacio tomó compasión de él exigiendo que fuera su compañero de cuarto. Ni dinero para su sepelio tenía. Con lo que aportó Natalio Botana, director del diario Crítica y sus hijos, fue velado en la Sociedad Argentina de Escritores, que él había colaborado en fundar junto a Lugones, con ese escritor con quien ya no se hablaba desde que había proclamado “la hora de la espada”. El propio Lugones, brutal, dijo al enterarse de su muerte: “Se mató como una sirvienta”.   Ese sino autodestructivo que rodeó su vida no terminó con su muerte. Eglé se suicidó en 1938, exactamente un año después que su padre y Darío en 1952. Su otra hija, María Elena, lo hizo en enero de 1988.  Su amiga Alfonsina se ocupó de despedirlo a la manera que mejor sabía hacerlo: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, y así como en tus cuentos, no está mal; un rayo a tiempo y se acabó la feria… allá dirán” 

pero ¿por qué se suicidó Horacio Quiroga?   Entre 1936 y 1937, Quiroga estuvo internado cinco meses en el Hospital de Clínicas, en la ciudad de Buenos Aires, por dolores en su bajo vientre y en la espalda. Allí, los médicos le dijeron que podían operarlo para extirparle la próstata aunque le dieron pocas garantías de sanar y sobrevivir. “Todo indica que el diagnóstico era cáncer, si bien sus biógrafos no mencionan esa palabra -señala Quereilhac-. El 18 de febrero de 1937, consciente de su diagnóstico poco alentador, Quiroga visitó a su hija Eglé. Al separarse de ella, la besó y le sostuvo la mirada largamente, a diferencia de los saludos parcos que solía emitir. También vio a su amigo Julio Payró, joven pintor hijo del escritor y periodista Roberto J. Payró, y le prometió visitarlo al día siguiente. Sus biógrafos atribuyen a esa promesa la ausencia, hasta ese momento, de la firme determinación de matarse. Al regresar al hospital, Quiroga mantiene una charla con sus médicos y al parecer esa es la instancia en que lo desahucian. Se queda paseando callado en el jardín de la clínica, fuma un cigarrillo tras otro y, al caer la noche, sale a caminar por la ciudad”.  “Si bien en su correspondencia se confesaba triste por los desencuentros con su segunda esposa, por sus penurias económicas y por su débil salud, en ningún momento manifiesta el deseo de morir -dice-. Quiroga es uno de los grandes narradores de la muerte o, más precisamente, de ese instante en que irrumpe la muerte, con violencia, pero amalgamada a la vida cotidiana. Leer su obra como una decodificación de su vida nunca puede llevar a buen puerto. En todo caso, la forma en que se suicida, el uso del veneno y las causas comparten sensibilidad histórica con otros artistas congéneres, como Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, también hijos del modernismo latinoamericano. Además del gesto desesperado, hay una estética y una ética del suicidio en estas figuras que atravesaron el tumultuoso puente entre dos siglos, una estética y una ética impregnada de condicionantes de época en torno a la subjetividad, a ser escritor o escritora, a enfrentar el sufrimiento y el suicidio,



lunes, 15 de noviembre de 2010