Rosas

Rosas

jueves, 23 de agosto de 2012

Perón nos habla de los radicales....

Por Juan Domingo Perón
El 12 de Octubre de 1916, con el acompañamiento de una mayoría popular auténtica, como desde hacía setenta años que no se veía en el país, Yrigoyen asume el poder.
Su programa, un poco confuso, estaba encaminado a restaurar los derechos y libertades civiles. Además de una acción, de un tipo muy genérico, que él denominaba "reparación nacional".
Se consideraba a sí mismo como una especie de apóstol, cuya misión era salvar al país. Por supuesto que de una oligarquía "falaz y descreída". Sólo contaba con el pueblo para esto. Ya que toda la estructura "tradicional" del país y del gobierno, estaba en su contra, y dispuesta a no dejarla gobernar en paz. Todas sus medidas de gobierno fueron criticadas. Algunas prácticamente sin analizarse siquiera.
Todas sus palabras fueron tergiversadas, o, torcidamente interpretadas.
Había soñado llegar al gobierno por una conspiración. No por el camino normal del comicio. Incluso él mismo, nunca pensó en llegar de esa manera.
No se encontraba cómodo en el papel de Presidente. Sentado en el mismo lugar desde donde la oligarquía había gobernado tantos años. Donde se había negociado tanta cosa "sucia".
Para diferenciarse, deliberadamente rompía con todos los "usos" de la época. En lo administrativo y en lo protocolar. Intervino casi todas las provincias y puso en ellas gobernantes del radicalismo, elegidos en comicios puros.
Dictó y propició leyes de contenido social. Leyes que favorecían a "los necesitados".
Pero no encontró comprensión. Ni entre sus opositores, ni dentro del círculo de sus propios "correligionarios".

Su carta más difícil, resultó ser con el tiempo, también la más valiosa. La neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial. No fue comprendido, en esto, prácticamente por casi nadie. Sus propios ministros, no lo entendían. Sin embargo, impuso su criterio con una valentía y una tenacidad, como muy pocas veces vio el país.
Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de su actitud en los conflictos sociales de la época.
Había heredado una situación explosiva de sus antecesores. Y la expectativa que despertó su advenimiento, contribuyó aún más a alentar las esperanzas de los desposeídos, que lo contaban de su lado.
Se desataron una serie de huelgas. Todas de indudable tipo sindical, por lo menos en sus comienzos. Pero sus aprensiones y temores, lo llevaron a confundir el proceso y creerse ante una ola "maximalista".
Allí cometió el error más grave de su gobierno. Permitió que las "fuerzas del orden", tomaran cartas en el asunto. Ya sabemos como procedieron. En aquel entonces, todo ese aparato, estaba en manos de la oligarquía y sus "sirvientes". No
sólo eran enemigas de los sindicalistas, sino también lo eran del propio Yrigoyen, cuando se hicieron cargo de la "represión".

Todos recordamos la tristemente célebre Semana Trágica y posteriormente, aunque con algunos atenuantes, los hechos de la Patagonia.
Además, las "fuerzas del orden", no obstante ser las encargadas de reprimir, no por eso dejaron de recriminarle, ser el "responsable" de lo ocurrido. Los obreros habían sido "alentados" por la actitud "paternalista" del presidente.

A Yrigoyen lo sucede Alvear. Un representante de la vieja oligarquía "enancado"
en la estructura del radicalismo. Había varios de ellos. Ninguno era bueno.
Yrigoyen lo había puesto en la Presidencia porque creyó que, debiéndole todo, le iba a ser leal. No fue así. También pensó que con la presidencia de un oligarca, el radicalismo iba a tener acceso a todas las estructuras del poder, que se le habían negado a él.
No resultó. Lo primero que hizo Alvear, fue volver a su lugar de origen. Gobernó con y para la oligarquía, a la que siempre perteneció. Este hecho fue denominado por las gentes políticas de ese entonces como la "patada histórica".
No fue otra cosa que una traición. A su amigo y a su pueblo.
Eso fue exactamente.

Sobre su gobierno, podemos decir que se vio beneficiado, por la mejor época de nuestro comercio exterior. Esto como consecuencia de la situación europea después de la guerra. Hubo una demanda masiva de alimentos y eso trajo consigo una gran prosperidad.
Desde luego que esa prosperidad sólo llegó al pueblo común pálido reflejo, realmente se pudo haber hecho mucho más.
Los "secretos del poder", no sólo no interfirieron, sino que colaboraron con el Presidente. Así, completó su período en medio de la aprobación general de los grandes monopolios internacionales.
Tan sólida creyó su situación, que trató de imponer un sucesor de su agrado. Y de los monopolios, desde luego. Esta actitud, no fue muy "leal" que digamos para con su viejo amigo y Jefe del partido.
"Don Hipólito, que siempre fue remiso en lo que a candidaturas se refiere, advirtió la maniobra y se lanzó a la lucha con todo su espíritu. Se llevó todo por delante. Tenía todavía al pueblo de su lado.
En las elecciones de 1928 ganó por una abrumadora mayoría. Pese a los "palos en las ruedas" que le pusieron en todos los círculos de la oligarquía y sus servidores. En fin, el segundo gobierno de Yrigoyen, no fue como el primero. Realmente una lástima. Ya no se hablaba de "reparaciones". El hombre tenía ya muchos años y el fuego revolucionario se había apagado. La administración se paralizó y el Presidente quedó solo en el poder.
Esta era la oportunidad que estaba esperando desde hace años la oligarquía, súbitamente se dio cuenta de que tenía la posibilidad de apoderarse del gobierno y no la perdió.
El 6 de septiembre de 1930 tomó el poder. Por la fuerza, por supuesto. A partir de allí se inicia un regreso al "viejo régimen". Pero pronto descubren que ya es tarde. Ya, el país no es el mismo. El mundo, tampoco es el mismo.
Todo ha cambiado.
Ellos también deben cambiar. Y así lo hacen. Para mantenerse en el poder
, deben recurrir a "métodos violentos" a los que nunca habían recurrido antes. Naturalmente, a muchos les causó repugnancia. No aceptaron compartir ni el poder ni la responsabilidad de esos hechos. Se alejaron.
Para colmo, a lo largo de la "nueva gestión", de la oligarquía, se van descubriendo negocios y manejos de toda clase.
Con el comercio internacional de carnes. Con otros productos, etc. Todo lo cual produce un escándalo en los medios de difusión y en el propio Senado de la Nación, donde cae abatido a balazos un senador de la bancada opositora.
Saltan los "negocios" más diversos. El juego clandestino. Las concesiones de electricidad, la venta de tierras en "El Palomar". Un proceso en el que intervienen ciudadanos extranjeros y que terminan en una acusación de "traición a la patria".etc.
Todo es matizado por una permanente política de fraudes, sobornos y violencia. La estructura de poder y el sistema, realmente, no daban para más. Sólo la innata ineptitud de los radicales impedía que tomasen el poder nuevamente.

Bibliografía:
Rom Eugenio "Así hablaba Juan Perón", A. Peña Lillo Editor, Bs. As. 1980.

miércoles, 22 de agosto de 2012

La Avenida más larga del Uruguay

Por Eduardo Galeano

Una matanza de indios inauguró la independencia del Uruguay.
En julio de 1830, se aprobó la Constitución nacional, y un año después el nuevo país fue bautizado con sangre.
Unos quinientos charrúas, que habían sobrevivido a siglos de conquista,
vivían al norte del río Negro, perseguidos, acosados, exiliados en su propia
tierra.
Las nuevas autoridades los convocaron a una reunión. Les prometieron
paz, trabajo, respeto. Los caciques acudieron, seguidos por su gente.
Comieron, bebieron y volvieron a beber hasta caer dormidos. Entonces
fueron ejecutados a punta de bayoneta y tajos de sable.
Esta traición se llamó batalla. Y se llamó Salsipuedes, desde entonces, el
arroyo donde ocurrió.

Muy pocos hombres lograron huir. Hubo reparto de mujeres y niños. Las
mujeres fueron carne de cuartel y los niños, esclavitos de las familias patricias
de Montevideo.

Fructuoso Rivera, primer presidente del Uruguay, planificó y celebró esta
obra civilizadora, para terminar con las correrías de las hordas salvajes.
Anunciando el crimen, había escrito: Será grande, será lindísimo.
La avenida más larga del país, que atraviesa la ciudad de Montevideo, lleva
su nombre.

jueves, 16 de agosto de 2012

La muerte de Carlos Gardel

El veinticuatro de junio de 1935, Carlos Gardel moría en un confuso accidente cuyas causas, aún hoy, a más de setenta años de aquella tarde trágica en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, no han sido aclaradas fehacientemente. El trimotor en el que viajaba con sus acompañantes, un F-31 de la empresa colombiana SACO —conocido como El ganso de hojalata— debía cubrir la ruta Bogotá-Cali. La escala técnica en Medellín tenía la finalidad de abastecer el aeroplano de combustible. El Zorzal realizaría en Cali una de sus últimas presentaciones en suelo colombiano, en el teatro Isaacs, cuya boletería estaba agotada desde el día anterior.El misterio alienta conjeturas. Lo cierto es que quince personas fallecieron en la catástrofe. Sólo sobrevivieron tres. En el Acta de Levantamiento de los Cadáveres del Siniestro se indica acerca del cuerpo de Gardel: Hallado boca abajo y pisado por las válvulas de uno de los motores. Tiene una cadena de oro sin reloj, como especie de pulsera en una muñeca. Colgada de la ropa una cadena con unas llaves y una chapita que tiene una leyenda así: Carlos Gardel, Jean Jaures 735 Buenos Aires. Las partituras originales de "Cuesta Abajo" se hallaron junto al cantor, casi intactas.

Gardel multiplicó su arte a través de la radio, el cine y las numerosas canciones que grabó. Fue un adelantado que supo aprovechar la evolución de la tecnología de la época. La pinta, la sonrisa inmarcesible, el timbre de su voz y su carisma, todos esos ingredientes forman una combinación irrepetible y, si no milagrosa, mágica o casi mágica. “Ser Gardel”, para los porteños, es sinónimo de ser el mejor. Gardel es mito, y como tal, forma parte de la identidad de un pueblo. Y es a través del rito como el mito se recrea y se hace presente.
De origen humilde, Gardel logró dejar una huella. Representa al hombre que ha triunfado en el mundo. Con suerte, pero también con talento y esfuerzo. No tuvo ataduras sentimentales ni descendientes y se vio sorprendido por una muerte terrible, devorado por el fuego, elemento purificador.
Cada veinticuatro de junio, una multitud se congrega frente a su tumba para rendirle homenaje. Los restos son mucho más que eso, mucho más que desperdicio. Gardel se halla presente allí donde su cuerpo descansa, pero también en la estatua emplazada al lado de la bóveda, bautizada como El bronce que sonríe. Los habitantes de Buenos Aires, a través del rito de visitarla, se reconocen como porteños. Algunos encastran entre los dedos de la estatua un cigarrillo encendido, otros le colocan flores. La estatua, así, como a punto de cantar, con el humo azul que emana de los dedos y un clavel en la solapa izquierda, se acerca a los mortales, se humaniza. El ídolo, al alcance de la mano. Muchos le piden favores o le agradecen milagros. (Relato de Daniel De Leo)Es asi que el mito del Zorzal Criollo lleva a que mucha gente piense que no murio en el accidente, que existio un complot de parte de el y su productora, para poder vivir un romance en algun lejano lugar con todo su dinero.- (San Miguel)

El peronismo no tiene intelectuales, tiene PENSADORES...

Por Alberto Buela

En el seno de la modernidad, este gran movimiento que nace casi en la misma época del descubrimiento de América por los europeos, se da una polémica ideológica entre dos grandes corrientes de pensamiento: la ilustración y el barroco.
El mundo de los intelectuales, aquellos que pertenecen a la república de las letras, forma parte de la tradición ilustrada que tiene su esplendor en el iluminismo racionalista de los siglos XVIII y XIX, cuyas consecuencias politológicas fueron el liberalismo y el socialismo (sus derivados como el democratismo y el marxismo).
En este enfrentamiento triunfó la ilustración cuyas consecuencias, luego de dos siglos y medio de ejercicio del poder, terminó con la hecatombe de la Segunda guerra mundial.
Es a partir de allí, cuando los productos más selectos del racionalismo ilustrado- las bombas atómicas- muestran de facto sus contradicciones internas.
El peronismo surge como una respuesta, entre otras, a esta contradicción fundamental del pensamiento ilustrado y Enrique Oliva nace con él, en la lejana Mendoza, a la vida política y cultural del final de la gran guerra.
Oliva nunca fue ni se creyó un intelectual, siempre se consideró un militante de la revolución peronista (fue secretario de John William Cooke y termina ofreciendo las flores de su velorio a un comedor infantil de un barrio pobre de la ciudad de Buenos Aires).
Fue doctor en dos disciplinas: la política y las relaciones internacionales. Secretario académico de la Universidad de Cuyo y primer rector de la del Comahue. Miembro de la Academia nacional de periodismo.
Fue durante diecisiete años corresponsal de Clarín en Europa con sede en París.
Allí lo conocí personalmente en 1981 por intermedio de Osvaldo Agosto, también un militante de la inconclusa Revolución Peronista.
Firmó como periodista profesional sus artículos con el pseudónimo de Francois Lepot, que en argot significa: El compañero.
Agradezco a él que me bajó el copete de la presunción del doctorado en la Sorbona cuando me dijo: No te la creas, que los franceses reparten títulos como galletitas.
Lo frecuenté mucho estos últimos diez años: En el Instituto Rosas, en el Malvinas, en el CEES de la CGT y tuve ocasión de pasar cuatro días juntos en su Mendoza natal donde pude apreciar al hombre pensador que era.

Y enterarme de la hidalguía de su padre asturiano de profesión peluquero, de su vida familiar, de la repercusión que todavía ejercía en su conciencia el asesinato de Lencinas, cuando Mendoza es intervenida por Yrigoyen a través de Carlos Borzani cuyo secretario era Ricardo Balbín. (de estas cosas no se habla o se las hecha al olvido).
Compartí con el su pasión y defensa del mundo criollo-gaucho.
No puedo olvidar su larga y jugosa explicación sobre la expresión cortar el rastro tan común en el mundo criollo.
Y padeció como pocos la monsega peroniana, ese mundo de frases hechas de Perón y Evita que repiten siempre “los intelectuales peronistas” en un pensamiento que se repite a sí mismo.
En fin, Enrique Oliva formó, quizás sin saberlo, parte de ese mundo barroco americano, que dicho sea de paso fue lo mejor y más auténtico que dio América, y que el racionalismo ilustrado e iluminista tanto desprecia por irregular, imponderable e impredecible.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Rosas y el cuatrero

Por Lucio V. Mansilla

Estamos en la estancia "del Pino". Mejor dicho: están tomando el fresco bajo el árbol que le da su nombre a la estancia, don Juan Manuel Rosas y su amigo el señor don Mariano Miró (el mismo que edificó el gran palacio de la plaza Lavalle, propiedad hoy día de la familia de Dorrego).

De repente (cuento lo que me contó el señor Miró) don Juan Manuel interrumpe el coloquio, tiende la vista hasta el horizonte, la fija en una nubecilla de polvo, se levanta, corre, va al palenque donde estaba atado de la rienda su caballo, prontamente lo desata, monta de salto y parte... diciéndole al señor Miró: “Dispense, amigo, ya vuelvo”.

Al trote rumbea en dirección a los polvos, galopa; los polvos parecen moverse al unísono de los movimientos de don Juan Manuel. Miró mira: nada ve, Don Juan Manuel apura su flete que es de superior calidad; los polvos se apuran también. Don Juan Manuel vuela; los polvos huyen, envolviendo a un jinete que arrastra algo. Don Juan Manuel con su ojo experto, ayudado por la milicia gauchesca, tuvo la visión de lo que era la nubecilla de polvo aquella, que le había hecho interrumpir la conversación. “Un cuatrero”, se dijo, y no titubeó.

En efecto, un gaucho había pasado cerca de una majada y sin detenerse había enlazado un capón y lo arrastraba, robándolo. El gaucho vio desprenderse un jinete de las casas. Lo reconoció, se apuró. Don Juan Manuel se dijo: “Caray..." De ahí la escena... Don Juan Manuel castiga su caballo. El gaucho entonces suelta el capón con lazo y todo, comprendiendo que a pesar de la delantera que llevaba no podía escaparse por bien montado que fuera, si no largaba la presa.

Aquí ya están casi encima el uno del otro. El gaucho mira para atrás y rebenquea su pingo (a medida que don Juan Manuel apura el suyo) y corta el campo en diversas direcciones con la esperanza de que se le aplaste el caballo a don Juan Manuel.

Entran ambos en un vizcacheral. Primero, el gaucho; después, don Juan Manuel; pero el obstáculo hace que don Juan Manuel pueda acercársele al gaucho. Rueda éste; el caballo lo tapa. Rueda don Juan Manuel; sale parado con la rienda en la mano izquierda y con la derecha lo alcanza al gaucho, lo toma de una oreja, lo levanta y le dice:

– Vea, paisano, para ser buen cuatrero es necesario ser buen gaucho y tener buen pingo... Y, montando, hace que el gaucho monte en ancas de su caballo; y se lo lleva, dejándolo a pie, por decirlo así; porque la rodada había sido tan feroz que el caballo del gaucho no se podía mover. La fuerza respeta a la fuerza; el cuatrero estaba dominado y no podía escurrírsele en ancas del caballo de don Juan Manuel, sino admirarlo, y de la admiración al miedo no hay más que un paso. Don Juan Manuel volvió a las casas con su gaucho, sin que Miró por más que mirara, hubiera visto cosa alguna discernible...

– Apéese, amigo – le dijo al gaucho, y enseguida se apeó él, llamando a un negrito que tenía. El negrito vino, Rosas le habló al oído, y dirigiéndose enseguida al gaucho, le dijo:

– Vaya con ese hombre, amigo.

Luego volvió con el señor Miró, y sin decir una palabra respecto de lo que acababa de suceder, lo invitó a tomar el hilo de la conversación interrumpida, diciéndole:

– Bueno, usted decía...

Salieron al rato a dar una vuelta, por una especie de jardín, y el señor Miró vio a un hombre en cuatro estacas. Notado por don Juan Manuel, le dijo sonriéndose.

– Es el paisano ése...

Siguieron andando, conversando... La puesta del sol se acercaba; el señor Miró sintió unos como palos aplicados en cosa blanda, algo parecido al ruido que produce un colchón enjuto, sacudido por una varilla, y miró en esa dirección. Don Juan Manuel le dijo entonces, volviéndose a sonreír, haciendo con la mano derecha ese movimiento de un lado a otro con la palma para arriba, que no dejaba duda:

– Es el paisano ése...

Un momento después se presentó el negrito y dirigiéndose a su patrón, le dijo:

– Ya está, mi amo.
– ¿Cuántos?
– Cincuenta, señor.
– Bueno, amigo don Mariano, vamos a comer...

El sol se perdía en el horizonte iluminado por un resplandor rojizo, y habría sido menester ser casi adivino para sospechar que aquel hombre, que se hacía justicia por su propia mano, sería en un porvenir no muy lejano, señor de vidas, famas y haciendas, y que en esa obra de predominio serían sus principales instrumentos algunos de los mismos azotados por él. Don Juan Manuel le habló al oído otra vez al negrito, que partió, y tras de él, muy lentamente, haciendo algunos rodeos, ambos huéspedes.

Llegan a las casas y entran en la pieza que servía de comedor. Ya era oscuro. En el centro había una mesita con mantel limpio de lienzo y tres cubiertos, todo bien pulido. El señor Miró pensó: “¿quién será el otro...?"

No preguntó nada. Se sentaron, y cuando don Juan Manuel empezaba a servir el caldo de una sopera de hoja de lata, le dijo al negrito que había vuelto ya:

– Tráigalo, amigo –. Miró no entendió.
A los pocos instantes entraba, todo entumido, el gaucho de la rodada.

– Siéntese, paisano – le dijo don Juan Manuel, endilgándole la otra silla. El gaucho hizo uno de esos movimientos que revelan cortedad; pero don Juan Manuel lo ayudó a salir del paso, repitiéndole – : Siéntese no más, paisano, siéntese y coma.

El gaucho obedeció, y entre bocado y bocado hablaron así:

– ¿Cómo se llama, amigo?
– Fulano de tal.
– Y, dígame, ¿es casado o soltero?... ¿o tiene hembra?...
– No señor – dijo sonriéndose el guaso – ¡si soy casado!
– Vea, hombre, y... ¿tiene muchos hijos?
– Cinco, señor.
– Y ¿qué tal moza es su mujer?
– A mí me parece muy regular, señor...
– Y usted ¿es pobre?
– ¿Eh!, señor, los pobres somos pobres siempre...
– Y ¿en qué trabaja?...
– En lo que cae, señor...
– Pero también de cuatrero, ¿no?...

El gaucho se puso todo colorado y contestó:

– ¡Ah!, señor, cuando uno tiene mucha familia suele andar medio apurado...
– Dígame amigo, ¿no quiere que seamos compadres? ¿No está preñada su mujer?–

El gaucho no contestó. Don Juan Manuel prosiguió.

– : Vea, paisano; yo quiero ser padrino del primer hijo que tenga su mujer y le voy a dar unas vacas y unas ovejas, y una manada y una tropilla, y un lugar por ahí, en mi campo, y usted va a hacer un rancho, y vamos a ser socios a medias. ¿Qué le parece?...

– Como usted diga, señor.

Y don Juan Manuel, dirigiéndose al señor Miró le dijo:

– Bueno, amigo don Mariano, usted es testigo del trato, ¿eh?...

Y luego, dirigiéndose al gaucho agregó:

– Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?...
– Sí, señor.

La comida tocaba a su término. Don Juan Manuel, dirigiéndose al negrito y mirándolo al gaucho, prosiguió:

– Vaya amigo, descanse; que se acomode este hombre en la barraca, y si está muy lastimado que le pongan salmuera. Mañana hablaremos; pero tempranito, vaya y vea si campea ese matungo, para que no pierda sus pilchas... y degüéllelo... que eso no sirve sino para el cuero, y estaquéelo bien, así como estuvo usted por zonzo y mal gaucho... – Y el paisano salió.

Y don Mariano Miró, encontraba aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio...

Un párrafo más, y concluyo.

El cuatrero fue compadre de don Juan Manuel, su socio, su amigo, su servidor devoto, un federal en regla. Llegó a ser rico y jefe de graduación.




Fuentes:
- Tomado de “Rosas, visto por sus contemporáneos” de José Luis Busaniche
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
- La Gazeta Federal: www.lagazeta.com.ar

viernes, 10 de agosto de 2012

Los ultimos días de Sarmiento

Por el Dr. Romelio Díaz Colodrero

El 28 de mayo de 1.888 Sarmiento desde Buenos Aires se embarcó en su segundo viaje a Asunción del Paraguay en el vapor de la carrera “Cosmos”, junto con su hija Faustina y su nieta María Luisa, alojándose en la casa que hizo construir meses atrás en las afueras de la capital paraguaya. Fue recibido en el puerto de Asunción por el Ministro Plenipotenciario Embajador argentino Dr. Martín García Merou y familiares de éste.
El prócer estaba reponiéndose de una bronquitis y los médicos le aconsejaron el clima más cálido del Paraguay, habida cuenta que además padecía de artritis y angina de pecho, isquemia del músculo cardíaco por alteración de las arterias coronarias.
Desde junio de 1.888 hasta semanas antes del deceso, el Maestro de América se dedicó a completar los arreglos de dicha modesta finca, plantar árboles, cultivar la huerta, hacer construir un pozo para extracción de agua, tareas físicas que según relatos de García Merou -quien habitualmente lo visitaba- le provocaron ”… la agitación nerviosa complicada por el ejercicio excesivo, lo predispuesto para la fatiga que sufría por la noche y el malestar general que señaló al comienzo de la enfermedad.”
En los primeros días de setiembre, García Merou ya lo vio solamente “sentado en un sillón de lectura, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos entornados a medias, respirando con dificultad. He tenido un fuerte ataque que va pasando ya, me dijo entonces con voz apagada. Su mirada inerte, sus orejas descarnadas, lívidas y transparentes, la aspiración honda y dura de su respiración fatigosa, todo demostraba que su situación era crítica en sumo grado” (Martín García Merou, “Confidencia Literarias” trascripto en “Sarmiento y sus Fantasmas”, de Félix Luna).
El 11 de setiembre de 1.888 a las 2 y 15 de la madrugada se apagó la vida del gran educador y estadista, de un ataque cardíaco. Nacido el 15 de febrero de 1.811, tenía 77 años faltando poco más de 5 meses para cumplir 78. Ante la infausta noticia difundida en todo nuestro país, fue general la conmoción de los espíritus. Un día antes el Director de Correos y Telégrafos Dr. Cárcano había declarado que le llegó informe de una leve mejoría del ilustre enfermo, que en el dicho popular es esa última fuerza vital que precede a la muerte. Al atardecer del 11 ya los diarios argentinos difundieron la triste nueva, que si bien era esperada no dejó de producir honda consternación. Vibraron los hilos telegráficos en todas las direcciones y el país entero se preparó para recibir los restos de su dilecto hijo.
El Presidente de la República Dr. Miguel Juárez Celman decretó honores y días de duelo nacional, correspondiente a un Presidente en ejercicio del Poder Ejecutivo; y encomendó al Gobernador del Territorio del Chaco, General Dónovan, que con su Estado Mayor se trasladase a Asunción para hacerse cargo de la conducción del féretro hasta Buenos Aires por el Río Paraná, en el vapor de la carrera “General San Martín” hasta Rosario y desde allí a la Capital Federal en el buque de la Armada “General Alvear” escoltado por una flotilla de guerra.
La comitiva que acompañó los restos de Sarmiento estaba integrada, además de sus familiares, por Delegaciones del Paraguay, Corrientes y Misiones, presidida por el General Dónovan. A lo largo del Paraná, las aguas se ensanchaban apacibles al paso de la grandiosa carga, como si quisieran también rendir su homenaje al Profeta del Progreso, al “Testigo de la Patria” como lo llamara Borges en su único poema que le dedicó a un prócer argentino.
El primer homenaje en suelo patrio le fue rendido a Sarmiento por el entonces Gobierno de Corrientes. El Decreto del 14/09/88 firmado por el Gobernador Dr. Juan Ramón Vidal y su Ministro Dr. José E. Robert dispuso que el día de la llegada del vapor con los restos del prócer al puerto de Corrientes, y un día después, la bandera nacional permanezca a media asta; una comisión integrada por los Dres. José M. Guastavino, Juan Valenzuela, Juan A. de los Santos, Juan Esteban Martínez y Félix María Gómez y Sr. Justino Solari, fue encargada de recibir y desembarcar el féretro y acompañarlo hasta el Templo de la Merced para celebrar en él un oficio fúnebre con capilla ardiente, invitándose a concurrir a miembros del Poder Legislativo, Poder Judicial, Convención Reformadora, Cuerpo Consular, Corporación Municipal y empleados públicos; el Batallón Guardia de Cárceles rendirá honores en el puerto y hará guardia en la capilla ardiente, se hará una salva de 21 cañonazos y un disparo cada media hora después hasta el reembarco del féretro, reza el citado decreto.
Cabe acotar que ya en vida de Sarmiento, cuando su primer viaje a Asunción en junio de 1.887, el Gobernador Vidal por decreto del 14 de ese mes y año dispuso rendir honores oficiales de recepción al arribo del vapor de la carrera en el puerto de Corrientes “al benemérito ciudadano que ha prestado inmensos servicios a la educación del Pueblo Argentino, colocándose por tales conceptos su nombre al nivel de los más notables educacionista sudamericanos y que es un deber tributar honores a los hombres que tan abnegadamente han contribuido a la noble causa de la educación de la República”, según los fundamentos del decreto, el cual establecía que los alumnos de las escuelas con sus docentes y el Consejo Superior de Educación provincial en pleno concurran al puerto para saludar al ilustre viajero. Nos imaginamos la gran emoción y hasta las lágrimas del gran sanjuanino, luchador de todas las lides, al ver desde la baranda del buque la presencia de los niños y sus maestros en los muelles del puerto correntino, saludándolo con unción patriótica.
En su largo camino fluvial hacia el puerto de Buenos Aires, el segundo lugar donde fue bajado el féretro sucedió en Rosario el 19 de setiembre, para rendición de honores en la Plaza 25 de Mayo por las autoridades santafecinas, asistiendo a los actos delegaciones de provincias vecinas, unidades del Ejército y la Marina y cadetes del Colegio Militar, instituto que Sarmiento creó juntamente con la Escuela Naval durante su presidencia. Concluidas las ceremonias, el féretro fue depositado en el buque militar “General Alvear” y con flotilla naval de escolta arribó a la Capital Federal el 21 de ese mes, 10 días después del fallecimiento, para ser colocado en el Cementerio de la Recoleta. Pero antes del arribo, la nave militar conduciendo los restos del gran educador y estadista, atravesó el Delta del Paraná donde el Maestro de América tuvo una quinta en la isla Carapachay, lugar en el cual también dejó su huella del progreso plantando los primeros mimbres en el país y árboles frutales.
Hoy, a 123 años de la ausencia física del prócer, somos autores y víctimas de nuestras imperfecciones y desventuras, con el “atroz encanto de ser argentino” (Marcos Aguinis), instituciones débiles y progreso general incierto. Ese hombre que en este día honramos y cuya luz se apagó en las auras de setiembre, obrero tenaz y profeta visionario, “Sarmiento el soñador, sigue soñándonos” al decir profundo de Borges en su logrado poema.
Los argentinos contribuyamos a hacer realidad esos grandes sueños incumplidos. Las mejores espigas, los más altos logros, brotarán del ejemplo de los Padres de la Patria y de la rectitud, solidaridad y fuerza de nuestros espíritus.
(Bibliografía: Manuel Gálvez “Vida de Sarmiento”, Leopoldo Lugones “Historia de Sarmiento”, Ezequiel Martínez Estrada “Sarmiento”, Natalio R. Botana “Los Hombres del Poder”, Octavio R. Amadeo “Vidas Argentinas”, Alberto Palcos “Sarmiento”, Joaquín V. González “El Juicio del Siglo”, Augusto Belín Sarmiento, “Sarmiento Anecdótico”, Félix Luna “Sarmiento y sus Fantasmas”, Félix A. Chaparro “El Logista Sarmiento”).

jueves, 9 de agosto de 2012

San Lorenzo: la Batalla olvidada

Por Dr. Gonzalo García

A 25 kilómetros al norte de Rosario, a la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo se encuentra, en la ciudad del mismo nombre, el Convento de San Carlos. Allí puede advertirse que el imponente río Paraná que baña las altas barrancas se angosta notoriamente en ese paraje.

Desde la atalaya del Convento, el entonces Coronel San Martín pudo avistar el desembarco de los "godos" en la madrugada del 3 de febrero de 1813. Al mando del capitán vizcaíno Juan Antonio Zavala irrumpieron, en son de guerra, desplegando "su rojo pabellón" 250 soldados españoles con dos piezas de artillería creyendo que iban a enfrentar y escarmentar a unos pocos milicianos de la villa del Rosario.

Pero la sorpresa de los desembarcados fue grande cuando vieron la carga de caballería que se les vino encima como un rayo. Los 125 granaderos que estaban ocultos en el convento desde la noche anterior surgieron de las penumbras "como centauros" y la carga los arrolló en menos de tres minutos. Los españoles intentaron la resistencia vanamente pero 15 minutos después estaban reembarcados dejando en el campo sus 2 cañones, la bandera de guerra, 50 fusiles, 40 muertos y 14 prisioneros. Las fuerzas de la Patria naciente tuvieron bajas: 27 heridos y 15 muertos, entre ellos el Capitán Bermúdez y el Sargento Cabral.
"No fue San Lorenzo un combate de mérito extraordinario, ni San Martín le dio más importancia que el bautismo de fuego de su regimiento" afirma José María Rosa. Pero la fama de esa carga de sable y los pormenores heroicos del combate tuvieron gran trascendencia. Fue la primera y única batalla librada por el "Gran Capitán" en suelo patrio y terminó convirtiéndose en el combate más célebre de las guerras de la independencia.
Tal vez, la razón de su gloria la encontramos en el argumento que Ricardo Rojas expone con su personal estilo en el "Santo de la Espada": "El combate de San Lorenzo fue el punto de arranque de esa carrera triunfal en que palpita el generoso espíritu sanmartiniano".

Su recuerdo, en el Convento y en San Lorenzo
El turista o cualquier curioso que hoy quiera visitar el histórico convento encontrará un edifico remozado y muy bien mantenido, que contiene un interesante y completo museo recordatorio de la gesta sanmartiniana. Se trata del "Museo Histórico del Convento San Carlos", el cual posee varias salas de exposición. Estas incluyen la Capilla Antigua, con una muestra de arte religioso; el Cementerio Conventual, donde se encuentran las tumbas de los religiosos fallecidos; y una urna, señalada con el Escudo Nacional, que contiene los restos de los caídos en el combate de San Lorenzo.
Un dato histórico memorable es el hecho de que en uno de los aposentos del convento se alojó el coronel San Martín. Por último, también está la celda donde agonizó el Capitán Bermúdez por once días.
Frente al convento se hallan el Monumento a la Batalla de San Lorenzo y el Campo de la Gloria y en la parte posterior, sobre la avenida San Martín, aún crece el pino en cuya sombra el Coronel San Martín escribió el parte de la batalla.
Todos los años, los sanlorencinos se visten de fiesta para conmemorar el 3 de Febrero, la primera y única victoria al mando del General José San Martín en suelo argentino. Y de un tiempo a esta parte se le ha agregado a los actos centrales la realización emotiva de una carga de caballería y salva de artillería a cargo de la 1º sección del Regimiento de Granaderos a Caballos.


La batalla de 1846, la de la Guerra del Paraná
Retrocedamos nuevamente en el tiempo, detengámonos ahora en 1846, en el mes de Enero de ese año. Argentina era ya una Nación independiente, conducía la Confederación don Juan Manuel de Rosas y otras eran las banderas extranjeras que remontaban nuevamente el Paraná violando la soberanía nacional sobre los ríos interiores.
A mediados de 1845 la Confederación Argentina era invadida por una poderosa escuadra anglo-francesa al mando del almirante Hotham. Las dos más grandes potencias del mundo violentaban el territorio argentino a pedido de los comerciantes, banqueros e industriales ingleses que "urgían al gobierno británico para que conjuntamente con el de Francia, adoptase medidas para limitar las restricciones puestas al comercio en el Plata".
Así comienza lo que algunos autores han denominado "La Guerra del Paraná". Esta es una guerra nacional de resistencia que el gobierno de Rosas lleva a cabo contra la agresión imperial anglo-francesa.

La dimensión de la guerra
En previsión del propósito de forzar el Paraná por parte de los invasores, el ejército argentino monta, en diferentes y estratégicos parajes del río, las defensas para detener o al menos obstaculizar la navegación de la poderosa flota invasora.
Esta verdadera guerra fluvial no declarada comienza con el apoderamiento de los barcos argentinos de la escuadra de Brown en Montevideo en agosto de 1845 y termina cuando Gran Bretaña firmó con Rosas un tratado en 1849, por el cual Inglaterra se vio obligada a evacuar la isla Martín García, reconocer la soberanía argentina sobre los ríos interiores, los derechos de Oribe para ocupar la presidencia del Uruguay, devolver los barcos argentinos y saludar en desagravio el pabellón nacional con 21 cañonazos.
Con respecto a Francia, se convino que la Argentina retiraría las tropas de la Banda Oriental cuando Francia quite las guarniciones militares de Montevideo, abandone su posición hostil y celebre un tratado de paz. Francia debió ceder después de meses de negociar ante las exigencias de Rosas. En agosto de 1850, Francia concluyó con la Confederación un tratado de paz y amistad. Rosas exigió que se formule el desagravio al pabellón nacional con 21 cañonazos en forma inmediata a lo que los franceses accedieron.

Los respectivos tratados de paz marcaron una clara victoria de la firme y digna posición en defensa de nuestra soberanía nacional llevada a cabo con férrea voluntad por Juan Manuel de Rosas como encargado de las relaciones internacionales de la Confederación.

Las batallas de la guerra
En el transcurso de esta verdadera conflagración internacional se libraron sobre las costas de los ríos Uruguay y Paraná varios encuentros armados. Una de las batallas, la de "La Vuelta de Obligado", es recordada todos los 20 de noviembre como el "Día de la Soberanía Nacional". Tal vez se eligió este combate como ícono, debido a la feroz resistencia de las tropas argentinas comandadas por Lucio N. Mansilla, el alto valor simbólico de las cadenas cortando la navegación del río y la repercusión internacional que tuvo.
Pero hubo otras batallas, no menos significativas que ésta, tanto desde el punto de vista militar o por sus posteriores proyecciones políticas. La escuadra invasora fue también hostilizada y combatida en las barrancas de "Tonelero" y "Acevedo", en "Quebracho" y en la "Batalla Olvidada" de "San Lorenzo" a la que me refiero en esta nota.

La "Batalla olvidada"
En las barrancas de la costa comprendida entre el histórico convento de San Carlos y el lugar que se llama "Punta del Quebracho", el General Mansilla, comandante de las defensas, había dispuesto ocultar los cañones bajo la maleza junto con 250 carabineros y 100 infantes.
Al mediodía de 16 de enero de 1846, cuenta Saldías en su monumental "Historia de la Confederación Argentina", aparecieron el vapor "Gordon", la corbeta "Expeditive", los bergantines "Dolphin", "King" y dos goletas armadas. La flota montaba 37 cañones de grueso calibre y custodiaban la navegación de 52 barcos mercantes.
A la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo, la "Expeditive" y la "Gordon" hicieron tres disparos de bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Las tropas argentinas permanecieron, según el plan, ocultas en sus puestos. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río, Mansilla mandó a romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Álvaro de Alzogaray. "El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra." (Adolfo Saldías).
Al comenzar la tarde el combate continuaba extremadamente recio todavía. Favorecidos por el viento de popa del atardecer, el convoy invasor llegó hasta el lugar llamado "Punta Quebracho" con grandes averías en los buques de guerra y pérdidas considerables de las manufacturas para comerciar que llevaban los buques mercantes. Murieron en combate 50 hombres de las fuerzas invasoras. El contraalmirante Inglefield en su parte oficial al almirantazgo británico dice que: "los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo".
La pérdida de las fuerzas nacionales fue insignificante: una sola baja. Mansilla pudo decir con propiedad que: "hábiale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a caballo".

¿Nadie recuerda esta batalla?
A mediados del año 2008 fui a visitar el convento de San Carlos en la ciudad de San Lorenzo. Estuve recorriendo todas las salas del bien conservado museo, crucé la avenida y me dirigí al Campo de la Gloria donde pude admirar los diferentes monolitos que recuerdan los caídos en el primer combate de San Lorenzo.
Pensaba también encontrar alguna referencia a "la otra batalla de San Lorenzo", la que conocía a través de mis lecturas de historia. Busqué al menos una mínima referencia, una placa conmemorativa, pero no encontré nada.
Con una cuota de ánimo inquieto y curioso mantuve una conversación con personal del museo por la cual me pude enterar de que estaban en conocimiento de la "otra batalla de San Lorenzo", pero me confirmaron que ninguna referencia se podía encontrar de ella, ni en el museo, ni en la ciudad. Evaluamos con el personal del museo, a los fines de encontrar alguna prueba histórica sobre la batalla de 1846, que sería posible hallar cierta información en los libros del convento, pero los documentos se encontraban bajo guarda y pronto a ser destinados a un merecido mantenimiento, por lo que estarían inaccesibles por un buen tiempo.
La lucha por la historia
Me dirigí luego a las barrancas -desde donde se puede contemplar en toda su inmensidad el río- e imaginé desde ese mirador natural a la flota imperial anglo francesa, tratando de proseguir rió arriba, mientras las huestes de Mansilla la cañoneaba incansablemente.
Reflexioné sobre los por qué de la carencia de un recuerdo de esta gesta en el lugar... No pude terminar de creer ni de convencerme de que hoy, sólo por la obra del "aparato cultural del sistema", profundamente antirrosista, se impida que se erija un recuerdo en memoria de esos héroes olvidados. ¿Será que tal vez los argentinos no tenemos espacio para recordar dos batallas que se produjeron en el mismo lugar? ¿O será que la épica fundacional de la batalla de San Lorenzo eclipsa cualquier otra?
Desconozco las razones, tal vez no las haya y sólo se trata de otra gloria más, olvidada por los argentinos...
Pero al final del camino del razonamiento, llegué a la conclusión de que la mejor forma de homenajear a los héroes y mártires es seguir recuperando la historia, apropiándonos de su relato, combatiendo contra los olvidos maliciosamente consumados por la historia oficial desde todos sus matices y desde todas sus corrientes. Sólo poniendo luz sobre la oscuridad y sacando del ostracismo y el olvido a los grandes luchadores y a las epopeyas nacionales puede el pueblo, y en especial mi generación, romper con un discurso histórico que nos condena a la dependencia y a la derrota.
La historia de un pueblo no admite recortes ni narraciones que cultivan la desmemoria. La vida de un pueblo es una continuidad que se entiende con una lectura completa. Solamente así se puede comprender nuestro presente y se encuentran las claves para el futuro.

Bajo este faro se realiza este homenaje a aquel 16 de Enero. A los héroes y al mártir de aquella "olvidada" batalla en la cual, en el mismo campo en que San Martín luchó por la liberación de nuestra patria, hubo otros argentinos que, casi 33 años después y siguiendo los principios del Libertador, lucharon sin cuartel contra el imperialismo, defendiendo nuestra soberanía nacional.

17 de Noviembre de 1972

Un nuevo 17 de octubre

“…Creo firmemente que ya llega en el mundo la hora de los pueblos. Las instituciones que quieran mantener el cerco de sus antiguos privilegios y niegan la realidad del pueblo impidiéndole que penetre en sus cuadros directivos, serán destruidos por la avalancha de las masas que surgen desde el principio de la historia por caminos de sangre y de dolor, pero como una marea incontenible de libertad y de justicia.
Nuestra única gran virtud ha sido adelantarnos al  tiempo en su evolución irreversible y organizar la marea, para que el paso de esta edad a otra edad de nuestra historia se realice sin grandes inconvenientes y sin mayores sacrificios. La hora de los pueblos ya no es una palabra de la jerga demagógica en las mentidas democracias de nuestro tiempo. Los pueblos están abriéndose camino entre la maraña de redes y de sombras que lo aprisionaban.
Ninguna fuerza los podrá detener en ese camino de liberación, la sed de justicia que llena la boca y el corazón de la humanidad ya no podrá ser apagada ni con palabras ni con dinero.
En nuestros tiempos se cumplirán inexorablemente las palabras de Cristo y serán bienaventurados los que tengan sed de justicia porque ellos serán saciados y saciados de justicia en la plenitud de su realidad!

Juan Domingo Perón

En 1955 la incomprensión política en la dirigencia del movimiento nacional había provocado el congelamiento de la revolución justicialista. Los objetivos estratégicos del peronismo debían poner en marcha un proceso de autodeterminación política donde el pueblo pudiera discutir y construir un proyecto de nación. Esto provocaría la maduración política de la comunidad aumentando los grados de solidaridad entre sus integrantes hasta lograr la ansiada Unidad Nacional. Para ello se necesitaba incorporar orgánicamente a los sectores de la comunidad que sumados a los trabajadores podrían definir el modelo de comunidad que el país necesitaba.


Se lo veía con un enorme respeto por haber brindado al país su independencia económica y la dignificación de los trabajadores. Era sin duda un gran líder y un político imbatible. Sin embargo no era visto por los dirigentes peronistas como un revolucionario completo, capaz de llevar adelante una transformación trascendental, de provocar un proceso político capaz de fundar una nueva moral para el hombre.
Esto impactaba profundamente en los aspectos metodológicos del accionar político, donde se verían graves deficiencias de apreciación entre los dirigentes y el líder. Es justo reconocer que en la resistencia no habría lugar ya para burócratas y advenedizos, era una discusión entre militantes probos y valientes que pese a la persecución de la “canalla dictatorial” se atrevían a la lucha. Al hablar de conceptos organizativos Perón hablaba en términos funcionales. Las organizaciones debían respetar el principio orgánico de concepción centralizada y una ejecución descentralizada. Era una concepción aplicada al enorme dinamismo y libertad que debía regir la conformación de una “libre organización” popular, donde absolutamente todos, sin importar su inserción en la comunidad debía participar orgánicamente de la acción política.
El sentido orgánico de pertenencia política del peronismo era la clave para lograr la unidad del movimiento. Al no comprender el alcance revolucionario del peronismo, los dirigentes mantenían en sus concepciones las formas orgánicas del sistema liberal o de la izquierda dogmática, generándose entonces visiones divergentes respecto de las tácticas políticas.
De acuerdo a su inserción en el tramado político, ya sea partidario, de base o sindical, las maniobras de Perón ser verían muy a la izquierda en algunos casos, muy dialoguistas en otros, muy retardatarias o muy apresuradas, muy a la derecha o muy a la izquierda. En realidad en el fondo había un problema de comprensión y también de autoridad.
A un líder revolucionario se lo debe de tratar de comprender en términos estratégicos buscando dilucidar el sentido último de su acción. El camino para la recuperación del poder que planteaba Perón era sencillo: se trataba de una insurrección popular permanente, desarticulando el frente oligárquico de la revolución libertadora hasta aislar al grupo gorila, enfrentando en cada coyuntura las distintas políticas que el enemigo planteara.
Algunas veces la lucha sería de dura resistencia confrontativa, en otras sería por medio de pactos políticos para lograr la división y desarticulación de algún partido, otras por medio del voto en blanco o la abstención, algunas veces con candidatos propios, otras veces con algún frente con otras fuerzas políticas. Todo serviría para el debilitamiento del poder del enemigo y el crecimiento del propio. El objetivo final de la lucha era lograr las condiciones institucionales para poner en marcha la única herramienta de liberación posible que era un proceso de autodeterminación popular. Un pueblo liberado de sus ataduras coloniales y conciente de su responsabilidad política definiendo su destino como Nación. Esto provocaría el aumento creciente de solidaridades comunitarias hasta alcanzar la Unidad Nacional. Este objetivo solo era posible de poner en marcha desde el Estado por lo tanto el retorno al poder era imprescindible.
Perón consideraba además fundamental la institucionalización del movimiento y para eso era necesario construir autoridad sobre una nueva capa dirigencial. La actitud del líder en ese sentido fue la de una permanente búsqueda de delegación de poder especialmente en los aspectos tácticos del accionar político. Fue contundente la cantidad de delegados que nombró, así como distintos comandos estratégicos o tácticos. Lamentablemente esta delegación de poder sólo se podía transformar en autoridad real si el pueblo (el único que la otorga) aprobaba la capacidad de conducción en los nuevos dirigentes. La falta de comprensión metodológica respecto del proyecto político de Perón haría fracasar la maduración dirigencial. Los compañeros que estaban más ligados a los aspectos partidarios sólo comprendían el sentido de la lucha en lograr una determinada rosca que los incluyera, o con la conquista de un determinado espacio político en el sistema demo-liberal (una gobernación, una diputación o componer un frente partidario). Los que se preciaban de una conducta más revolucionaria, más de base, se sentían más cómodos aspirando a estructuras políticas tipo partidos revolucionarios o vanguardias de acción más comprometida, sin contacto con rosqueros o dialoguistas. Estaban los que trabajaban en el ámbito sindical donde lo que prevalecía era garantizar los espacios de poder que les permitían mantener su reivindicaciones sectoriales así como su sindicatos u obras sociales. No se entendía que existía un núcleo de pertenencia superior que era el movimiento nacional, donde todos los cuadros individuales y sus organizaciones tenían una funcionalidad común.
El sentido orgánico del justicialismo se encontraba en todos sus militantes, unidos por sus concepciones doctrinarias y detrás de un objetivo común. Era absolutamente secundario el ámbito donde se trabajaba ya que todos tenían una misión individual que cumplir allí donde estuviesen. El sentido de pertenencia a una organización revolucionaria que les permitiría nutrirse de la mística necesaria para la acción así como su sentido de unidad, sólo se lograría entendiendo el sentido estratégico de la lucha del movimiento. Comprender esa dinámica daría a cada militante, a cada organización, la posibilidad de unir sus intereses particulares al interés común.

En mayo de 1968 un espíritu de rebelión contra los sistemas políticos y las autoridades vigentes se expandió desde Francia hacia el resto del mundo. Lo novedoso de estos sucesos era la unión de los trabajadores con los estudiantes de clase media que marchaban por primera vez juntos por las calles de París. Sin embargo pese a la eclosión política que protagonizaron y que obligaron al presidente De Gaulle a disolver la Asamblea Nacional, luego del adelantamiento de las elecciones parlamentarias y unos aumentos de sueldos otorgados a los obreros, todo se calmó y el sistema pudo absorber  la crisis quedando como el referente romántico de una primavera anarquista. En Argentina el reflejo de esta experiencia encontraría una situación muy especial que la potenciaría de tal forma, que la transformaría en un evento de características realmente revolucionarias. Perón había logrado derrotar la maniobra de la democracia proscriptiva llevada adelante por la revolución fusiladora, con la complicidad de todos los sectores intermedios: sus partidos políticos e instituciones como la justicia, la iglesia, el ejército etc.. Había cercado al enemigo borrándole las apariencias de formalidad democrática y desnudando su patética imagen dictatorial. Si en el 55 los valientes resistentes peronistas se encontraron con una indiferencia de los sectores medios argentinos, los jóvenes de los sesenta recibirían la complacencia y el apoyo generalizado de la mayoría de pueblo. La acción política del peronismo había  corroído la imagen democrática colonial desarrollada por los libertadores del 55. A diferencia del mayo francés que resolvería su conflicto dentro del sistema político, en la Argentina la unidad entre los jóvenes de clase media burguesa y los trabajadores se daría en una acción combativa contra una dictadura que comenzaba a retirarse, derrotada por la política de aislamiento que le tendía Perón.Habían sido doce años de indignidad que generaron en  la nuevas generaciones un rechazo visceral a la formalidad colonial del sistema político institucional que imperaba en el país. Se sumaba a esta situación la falta de acciones tácticas por parte de las dirigencias políticas en el propio Movimiento Nacional. Varias capas dirigenciales habían pasado desde 1955 y no se había podido consolidar una conducción del movimiento que sirviera de referente a esta nuevas generaciones. Su última maniobra táctica brillante: las tomas fabriles protagonizadas por millones de trabajadores, se había diluido ante la actitud claudicante de una dirigencia gremial que intentó capitalizar ese hecho para  poner en marcha un proyecto político alternativo al de Perón.

Ante esto, la rebeldía juvenil -en plena efervescencia -, se encontraba ante un amplio espacio político para actuar, con el apoyo multitudinario de la población asqueada de doce años de indignidad política y sin referentes nacionales donde acudir para sus actitudes insurreccionales. Esto generaría un ambiente revolucionario que permitiría la más amplia expectativa de desarrollo de sus rebeldías que estallarían en las manifestaciones populares del Cordobazo, el Viborazo y el Rosariazo. Estos jóvenes se vieron repentinamente al frente de una insurrección popular que se derramaba por todo el país sin conducción, producto de la permanente defección de las dirigencias peronistas que sin comprender la visión estratégica de su líder, se desviaban tentándose con objetivos personales alternativos. El inusitado crecimiento de su organizaciones y los amplios espacios políticos sobre los que avanzaba pondrían a prueba su falta de experiencia y darían lugar al peligro del infantilismo político propio de su juventud.

En la primer semana de 1972 Perón publica una solicitada en los diarios del país donde anuncia al pueblo su regreso el 17 de noviembre de 1972. La inminencia del regreso resulta conmocionante. El 9 de Noviembre, Rodolfo Galimberti convoca a la juventud a concurrir masivamente a Ezeiza a dar la bienvenida a Perón: “El que tenga piedras que lleve piedras, el que tenga algo más que lleve algo más”, dice.
Perón regresaba para consumar su cerco político y poner en marcha el frente de fuerzas sociales, económicas y politicas que aislarían la dictadura militar, accederían al gobierno y pondrían en marcha la reconstrucción del país. Era lógico que sus enemigos intentaran impedirlo. En sus filas había distintas posturas donde se expresaban desde las dialoguistas que habían comprendido que era hora de retirarse en orden, y hasta los que todavían abrigaban la esperanza de eliminar a Perón de cualquier forma.
Perón conocía los riesgos de su viaje y los peligros que había sobre su vida. Sus dirigencias tradicionales se encontraban en pleno proceso de recambio (cuando no!), las filas sindicales todavía se encontraban digiriendo la enorme claudicación del vandorismo y el participacionismo de Coria y la nueva dirigencia gremial con Ignacio Rucci a la cabeza no tenía todavía un peso decisivo. En las filas partidarias continuaba el desfile de Comandos Tácticos y delegados que caían como fusibles viejos, y las nuevas generaciones todavía no habían brindado una estructura de dirigentes representativos ni estables.
Pero como siempre, Perón contaba con su pueblo, que había resistido heroicamente todas las maniobras de proscripción y represión. Sin dirigentes nacionales que los representaran se expresaban como una ola de insurrección permanente e inmanejable para los enemigos de la nación. Además, se sumaban a los trabajadores las nuevas generaciones de clase media que comenzaba a demostrar su coraje y su valor. A ellos apelaría Perón para romper el cerco gorila que sus enemigos emplazarían en Ezeiza, para intentar controlarlo y algunos de ellos para asesinarlo si podían.
Ante el llamado del líder su pueblo se movilizó hacia Ezeiza en un día gris y lluvioso. Miles de militantes anónimos comenzaron a rodear al aeropuerto sitiado por el ejército que había desplegado a miles de soldados y tanques. A pesar de la gran cantidad de efectivos de seguridad  afectados al operativo, se hace difícil impedir el paso de las columnas de militantes que se acercaban. Ni las armas ni la lluvia alcanzanzaron para persuadir a la gente. Al cerco militar a Perón, el pueblo respondió con un cerco popular. Si algo le pasaba al líder la dictadura debería enfrentar una insurrección indescriptible.
Recién en la madrugada del Sábado 18 podrá Perón abandonar Ezeiza, para trasladarse a la residencia adquirida por el Movimiento, en la calle Gaspar Campos, de Vicente López. Circularán inciertos rumores, acerca de que sectores de las Fuerzas Armadas atentarán allí contra la vida del ex presidente. Los vuelos rasantes de los aviones navales en las proximidades de la residencia, traerán inquietantes recuerdos de un pasado que, por momentos, parecerá singularmente próximo.
Pero por la mañana, el sol que comienza a abrirse paso tras la lluvia y las vocingleras columnas juveniles que vienen a saludar a Perón, parecen disipar los temores. Sin embargo el pueblo cercará la casa de Gaspar Campos para garantizar que nada pueda intentarse contra el hombre que, tras diecisiete años de ausencia, está de nuevo en su patria.

Extraido de la página Web "Villa Manuelita"

Conferencia "Los Hitos de la Soberanía" por el Dr. Arturo Pellet Lastra

Crónica del Prof. Jbismarck

El Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de General San Martín continuando con su labor de divulgación de la verdadera Historia Argentina organizó y nos invitó a concurrir a una notable conferencia.
Dr. Arturo Pellet Lastra (Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, autor de 15 libros de Historia y Derecho, periodista Profesional y Profesor Titular Consulto de Teoría del Estado e Investigador permanente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires) disertó el día 20 de Noviembre del año 2010 en el Museo Brigadier Gral. Don Juan Manuel de Rosas de Gral San Martín, allí se refirió a lo que el consideraba los principales hitos de nuestra Soberanía.
Para el Historiador e Investigador ellos fueron:
a)El golpe de Estado del 25 de Mayo de 1810
b)La Asamblea del año 1813
c)La declaración de la Independencia
d)La firma del Pacto Federal que dio origen a la Confederación Argentina y la unificación de la Nación
e)La Defensa Nacional en la Epopeya del Paraná (que recuerda precisamente el “Día de la Soberanía” con su icono: la hazaña de la Vuelta de Obligado)
f)La posición de Neutralidad sostenida por el Presidente Yrigoyen durante la primera guerra mundial
g)La misma posición sostenida por el Presidente Castillo durante la segunda guerra Mundial
h)La declaración de la Independencia Económica realizada por el Presidente Perón el 9 de julio de 1947
i)La Guerra de Malvinas, a pesar de los horrores diplomáticos del Dictador Galtieri.

Pellet Lastra considera que el 25 de mayo de 1810 se produjo el primer Golpe de Estado ya que fue destituido una autoridad nombrada por la metrópoli española y se formó el primer gobierno autónomo. Este fue el primer paso de un proceso independentista que culmina en la declaración de la Independencia. Sostuvo como figuras fundamentales al Coronel Saavedra Jefe de Patricios, a Manuel Belgrano y a Juan José Paso en su labor técnica.
Luego rescata la figura del General San Martín tanto en la Asamblea del año XIII donde se realizan actos soberanos como la aprobación del Himno, del escudo, de la Bandera y se proclama la “libertad de vientres” permitiendo la libertad a los hijos de esclavos nacidos luego del 31 de enero de 1813.
La declaración de la Independencia para Pellet Lastra. fue posible gracias a las presiones de San Martín, Belgrano y Guemes.
Luego el historiador señalo la importancia del Pacto Federal y no dudo en calificarlo como “Punto de nacimiento político del país” a traves de la creación de la “Confederación Argentina” ya que permitía al Gobernador de Buenos Aires representar diplomáticamente al país dándole un sentido Nacional y gracias a ello el Restaurador Don Juan Manuel de Rosas fue un verdadero Jefe de Estado y su figura trascendió mucho mas de las fronteras, luego de la heroica resistencia ofrecida a las dos grandes potencias mundiales Gran Bretaña y Francia y el triunfo diplomático posterior…lo que le valió el reconocimiento del más grande de los argentinos: el Gral San Martín quien lo elogió públicamente y le legó su Sable glorioso-
Finalmente el Historiador rescató la defensa de la soberanía realizada por los presidentes Yrigoyen y Castillo frente a las multiples presiones en torno a abandonar la neutralidad argentina durante la 1ra y 2da guerras Mundiales. También Pellet señaló como hitos fundamentales la declaración de la Independencia Económica de 1947 realizada por el Gral Perón, ya que sin economía es muy difícil ser soberanos… finalmente señaló la valentía demostrada por nuestros héroes de Malvinas quienes combatieron a las tropas expertas de la NATO en combates desiguales donde mostraron un coraje sin igual.
La Conferencia culminó con un interesante debate.

miércoles, 8 de agosto de 2012

La misión Sassenay...caída del virrey Liniers...



El nombramiento de Santiago de Liniers como virrey interino del Río de la Plata fue uno de los últimos decretos firmados por Carlos IV, aliado de Francia y de su Emperador. Cuando el 13 de mayo asumió el mando el héroe de la Reconquista no sabía que estaba representando a un rey cautivo y que la patria de su nacimiento se hallaba en guerra a muerte con su patria adoptiva. La primera complicación grave a la que debió hacer frente su gobierno fue la instalación en Río de Janeiro de la corte portuguesa, lo cual suscitaba la necesidad de una defensa inmediata de la frontera.
Habíamos tenido que defendernos solos contra los ingleses: todo indicaba que tendríamos que hacer frente por nuestros propios medios al porvenir. Esta convicción se iba extendiendo, aunque no todos aceptaran sus consecuencias extremas.
¿Qué ocurriría en Europa?¿Quién triunfaría en definitiva? La verdad es que en ese momento de precipitación de los sucesos, aquí se estaba a oscuras, dependiendo de las gacetas y comunicaciones que llegaban con dos meses de atraso, cuando había cambiado ya todo. En este rincón remoto del mundo —tan remoto como no podemos ni siquiera imaginarlo los contemporáneos de Internet- se especulaba sobre realidades muertas y se vivía de cavilaciones y conjeturas sobre datos insuficientes: situación propicia a la fabricación de fantasmas.
Todo ello, reflejado en un ambiente aldeano, explica las reacciones excesivas, las desconfianzas, los temores, la singular zozobra que caracterizó a estos años.
La primera noticia que llegó a Buenos Aires de los sucesos de España fue la referente a la abdicación de Carlos IV y la asunción del trono por su hijo Fernando VII
Se estaban terminando los preparativos para la jura del nuevo monarca, en la forma solemne indicada por el ceremonial, cuando apareció en Montevideo un visitante inesperado.
El 10 de agosto llega a Maldonado una fragata francesa con un enviado personal de Napoleón ante Liniers, el marqués de Sassenay. Su llegada, y sus palabras sobre lo ocurrido en Bayona, produjeron tal indignación a Elío (Gobernador de Montevideo) que casi le cuesta la vida al francés.
Sassenay era amigo personal de Liniers. Emigrado durante la Revolución como tantos nobles, había ido a Estados Unidos primero y llegado a Buenos Aires en 1800; hizo aquí amistad con el entonces capitán de la flotilla fluvial. Desde 1803 vivía otra vez en Francia. De su retiro provinciano lo sacó un enviado de Napoleón, llamándole a Bayona. Sassenay llegó el 29 de mayo y fue conducido ante el emperador: "¿Estáis vinculado al Sr. Liniers?", le preguntó y ante su asentimiento, le dio orden de partir a Buenos Aires en una fragata dispuesta en el puerto. Quiso el marqués unos días para arreglar sus asuntos, pero Napoleón no le dejó: "Haced vuestro testamento: partiréis inmediatamente; Champagny os dará las instrucciones de vuestra misión. Adiós".
Las instrucciones eran explicar lo ocurrido en Bayona, hablar del "Congreso" reunido allí para dictar una constitución y jurar al nuevo rey José I y conseguir que José fuera jurado en Buenos Aires. Elío mandó a Sassenay a Buenos Aires en una zumaca —la Belén— en compañía de Luis Liniers, hijo del virrey, con palabras para su padre que "pensase bien el apuro en que estaba por ser francés; no recibiese al enviado sino públicamente, y no ocultase nada". Liniers, ya informado de lo ocurrido en Bayona, siguió el prudente consejo de Elío. Recibió a Sassenay en compañía del cabildo y la audiencia; le hizo dejar sus papeles que se leyeron y rechazaron. Pero Sassenay no fue embarcado inmediatamente. Esa tarde había temporal; quedó en el Fuerte, y Liniers le hablará en privado.
Sassenay se embarcó al día siguiente, pero a causa del mal tiempo llegaría a Montevideo el 19. Elío, cuya ruptura con Liniers había madurado se apoderó del marqués para saber el objeto real de su misión. Sassenay aceptó haber hablado a solas con Liniers, pero "sobre la Reconquista". Elío, que desconfiaba le llevase el marqués información militar a Napoleón, o un mensaje de Liniers pidiendo apoyo para pronunciar el Plata por el bonapartismo, lo apresó en la Ciudadela.
A los diez meses, el amigo de Liniers logrará fugarse, pero capturado nuevamente, el implacable gobernador lo retendrá con grillos otros cinco meses mientras gestionaba transportarlo a Cádiz. A fines de 1809 fue llevado allí y arrojado a un pontón; en agosto de 1810 sería incluido en un cambio de prisioneros, y el marqués verá el fin de su odisea. Nada le agradeció Napoleón y volverá Sassenay a su existencia de noble provinciano con la esperanza que otra vez no se acuerden de él
La oposición contra el Virrey Liniers se agravaría a raíz de la proclama que lanzó el 15 de agosto, dando cuenta de los acontecimientos ocurridos en la península.
El documento se hallaba escrito en tono mesurado y lleno de contemplaciones para el usurpador. Aconsejaba a la población que se mantuviera tranquila a la espera del desarrollo de los suce¬sos, como lo había hecho en 1700. El recuerdo de la guerra de sucesión española era una imprudencia, porque significaba aceptar de antemano la posibilidad de un cambio de di¬nastía a favor de Bonaparte. La reacción no se hizo esperar.
El Rey legítimo, a quien el Virrey representaba, se hallaba prisionero e impedido, mientras que un usurpador ocupaba el trono. La autoridad de Liniers se había convertido con ello en una autoridad fantasmal, y sólo podía mantenerse en la medida en que prevaleciera el espíritu de conservación de los habitantes o su confianza en la persona que la encarnaba. Esta confianza se hallaba decididamente en baja por las causas que ya se han expuesto. Era natural que en esta situación maniobraran los representantes de los poderosos intereses en litigio, como lo habían hecho a raíz de la visita de Sassenay. Y que se manifestaran en el sentido de definir la situación en el Río de la Plata de acuerdo con el vuelco de los acontecimientos europeos
La posición del Reconquistador en Buenos Aires era débil, no obstante su gloria militar y su indudable prestigio popular. Lo ayudaba el poder del cabildo de Buenos Aires, dueño efectivo de los recursos con el insobornable y duro Álzaga a su frente reelegido alcalde para el año 1808. Junto a Liniers, tuviera o no razón, en las malas o en las buenas, estuvo el pueblo criollo de Buenos Aires y su expresión militar —la Legión patricia— con el coronel Saavedra al frente, acompañado de las demás milicias y los tercios de montañeses y andaluces. Se vino a sumar un factor de perturbación para el espíritu heroico, romántico y en el fondo muy ingenuo de Liniers: Se había enamorado como un adolescente, mejor dicho, había caído en las redes de una mundana de alta esfera, espía al servicio de todos: Ana Perichon de Vandeuil era casada con Edmundo O'Gormann. Después del 12 de agosto su relación con Liniers se hizo pública, favorecida por la fuga del complaciente O'Gormann en los buques de Popham. Liniers era viudo, hombre galante y resultó presa fácil de la bellísima y joven Perichona. Para evitar más inconvenientes Liniers accedió a jurar fidelidad a Fernando VII: se juraría por el momento al “Deseado”, "no hallándome con órdenes suficientemente autorizadas que contradi¬gan las Reales Cédulas del Supremo Consejo de Indias que así lo disponen".
La jura se hizo el 21 en Buenos Aires sin gran dispendio "debido a la situación del erario público". Hubo algunas iluminaciones, fuegos artificiales y el alférez real dio en las esquinas los tres gritos rituales de la proclamación, terminándose la ceremonia con un Tedeum en la Catedral. No obstante, hubo entusiasmo popular, que siguió por muchos días: se esperaba del Deseado el fin de los males que afligían al imperio español, que iniciase una reacción saludable contra el godoísmo, el afrancesamiento de las costumbres y la política de sus predecesores. Al tiempo de llegar Sassenay de regreso a Montevideo, entró a ese puerto una goleta española con un curioso personaje que daría mucho que hacer: José Manuel de Goyeneche y Barreda, nativo de Arequipa (Perú) y brigadier general sin mando efectivo. Venía, así lo dijo a Elío, “con una misión de la Junta de Sevilla a instalar en América, juntas de gobierno semejantes a las creadas en la metrópoli, se declarase la guerra a Francia y hacer un armisticio con Inglaterra". Después andaría entusiasmado con los proyectos portugueses de la princesa Carlota y por esa causa incendiaría la revolución de mayo de 1809 en Charcas para culminar su carrera como "héroe" de la resistencia a los revolucionarios americanos, grande de España y mariscal de campo de sus ejércitos.
La separación entre el gobernador de Montevideo y el virrey llegó a ser total. Y el gobernador Elío negó obediencia a Liniers y organizó en la ciudad una junta independiente como las de España. La Junta Central de Aranjuez miró con explicables recelos al virrey interino de Buenos Aires por su reciente actitud y por la intromisión que empezó a demostrar en los negocios del Plata la princesa Carlota, esposa del príncipe re¬gente del Brasil y hermana de Fernando VII
Elío era hombre de pocas pero tenaces ideas. Tal vez no sabía lo que quería, pero sabía perfectamente lo que no quería: estaba contra Napoleón, que para él representaba lo extranjero y la revolución francesa.
Esta postura negativa le hacía ponerse, imaginariamente, contra España misma si aceptase a Napoleón: era la "independencia" de una España afrancesada que hacía la España hispanista que sobrevivía en América.
El nombramiento de un nuevo Virrey era un hecho...un héroe de Trafalgar viajaba rumbo a Buenos Aires: Baltasar Hidalgo de Cisneros.

bibliografia:
Busaniche, José Luis "Historia Argentina"
Palacio, Ernesto "Historia Argentina"
Rosa, José María, "Historia Argentina" t 3
Dr. Julio R. Otaño