Rosas

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jueves, 9 de agosto de 2012

17 de Noviembre de 1972

Un nuevo 17 de octubre

“…Creo firmemente que ya llega en el mundo la hora de los pueblos. Las instituciones que quieran mantener el cerco de sus antiguos privilegios y niegan la realidad del pueblo impidiéndole que penetre en sus cuadros directivos, serán destruidos por la avalancha de las masas que surgen desde el principio de la historia por caminos de sangre y de dolor, pero como una marea incontenible de libertad y de justicia.
Nuestra única gran virtud ha sido adelantarnos al  tiempo en su evolución irreversible y organizar la marea, para que el paso de esta edad a otra edad de nuestra historia se realice sin grandes inconvenientes y sin mayores sacrificios. La hora de los pueblos ya no es una palabra de la jerga demagógica en las mentidas democracias de nuestro tiempo. Los pueblos están abriéndose camino entre la maraña de redes y de sombras que lo aprisionaban.
Ninguna fuerza los podrá detener en ese camino de liberación, la sed de justicia que llena la boca y el corazón de la humanidad ya no podrá ser apagada ni con palabras ni con dinero.
En nuestros tiempos se cumplirán inexorablemente las palabras de Cristo y serán bienaventurados los que tengan sed de justicia porque ellos serán saciados y saciados de justicia en la plenitud de su realidad!

Juan Domingo Perón

En 1955 la incomprensión política en la dirigencia del movimiento nacional había provocado el congelamiento de la revolución justicialista. Los objetivos estratégicos del peronismo debían poner en marcha un proceso de autodeterminación política donde el pueblo pudiera discutir y construir un proyecto de nación. Esto provocaría la maduración política de la comunidad aumentando los grados de solidaridad entre sus integrantes hasta lograr la ansiada Unidad Nacional. Para ello se necesitaba incorporar orgánicamente a los sectores de la comunidad que sumados a los trabajadores podrían definir el modelo de comunidad que el país necesitaba.


Se lo veía con un enorme respeto por haber brindado al país su independencia económica y la dignificación de los trabajadores. Era sin duda un gran líder y un político imbatible. Sin embargo no era visto por los dirigentes peronistas como un revolucionario completo, capaz de llevar adelante una transformación trascendental, de provocar un proceso político capaz de fundar una nueva moral para el hombre.
Esto impactaba profundamente en los aspectos metodológicos del accionar político, donde se verían graves deficiencias de apreciación entre los dirigentes y el líder. Es justo reconocer que en la resistencia no habría lugar ya para burócratas y advenedizos, era una discusión entre militantes probos y valientes que pese a la persecución de la “canalla dictatorial” se atrevían a la lucha. Al hablar de conceptos organizativos Perón hablaba en términos funcionales. Las organizaciones debían respetar el principio orgánico de concepción centralizada y una ejecución descentralizada. Era una concepción aplicada al enorme dinamismo y libertad que debía regir la conformación de una “libre organización” popular, donde absolutamente todos, sin importar su inserción en la comunidad debía participar orgánicamente de la acción política.
El sentido orgánico de pertenencia política del peronismo era la clave para lograr la unidad del movimiento. Al no comprender el alcance revolucionario del peronismo, los dirigentes mantenían en sus concepciones las formas orgánicas del sistema liberal o de la izquierda dogmática, generándose entonces visiones divergentes respecto de las tácticas políticas.
De acuerdo a su inserción en el tramado político, ya sea partidario, de base o sindical, las maniobras de Perón ser verían muy a la izquierda en algunos casos, muy dialoguistas en otros, muy retardatarias o muy apresuradas, muy a la derecha o muy a la izquierda. En realidad en el fondo había un problema de comprensión y también de autoridad.
A un líder revolucionario se lo debe de tratar de comprender en términos estratégicos buscando dilucidar el sentido último de su acción. El camino para la recuperación del poder que planteaba Perón era sencillo: se trataba de una insurrección popular permanente, desarticulando el frente oligárquico de la revolución libertadora hasta aislar al grupo gorila, enfrentando en cada coyuntura las distintas políticas que el enemigo planteara.
Algunas veces la lucha sería de dura resistencia confrontativa, en otras sería por medio de pactos políticos para lograr la división y desarticulación de algún partido, otras por medio del voto en blanco o la abstención, algunas veces con candidatos propios, otras veces con algún frente con otras fuerzas políticas. Todo serviría para el debilitamiento del poder del enemigo y el crecimiento del propio. El objetivo final de la lucha era lograr las condiciones institucionales para poner en marcha la única herramienta de liberación posible que era un proceso de autodeterminación popular. Un pueblo liberado de sus ataduras coloniales y conciente de su responsabilidad política definiendo su destino como Nación. Esto provocaría el aumento creciente de solidaridades comunitarias hasta alcanzar la Unidad Nacional. Este objetivo solo era posible de poner en marcha desde el Estado por lo tanto el retorno al poder era imprescindible.
Perón consideraba además fundamental la institucionalización del movimiento y para eso era necesario construir autoridad sobre una nueva capa dirigencial. La actitud del líder en ese sentido fue la de una permanente búsqueda de delegación de poder especialmente en los aspectos tácticos del accionar político. Fue contundente la cantidad de delegados que nombró, así como distintos comandos estratégicos o tácticos. Lamentablemente esta delegación de poder sólo se podía transformar en autoridad real si el pueblo (el único que la otorga) aprobaba la capacidad de conducción en los nuevos dirigentes. La falta de comprensión metodológica respecto del proyecto político de Perón haría fracasar la maduración dirigencial. Los compañeros que estaban más ligados a los aspectos partidarios sólo comprendían el sentido de la lucha en lograr una determinada rosca que los incluyera, o con la conquista de un determinado espacio político en el sistema demo-liberal (una gobernación, una diputación o componer un frente partidario). Los que se preciaban de una conducta más revolucionaria, más de base, se sentían más cómodos aspirando a estructuras políticas tipo partidos revolucionarios o vanguardias de acción más comprometida, sin contacto con rosqueros o dialoguistas. Estaban los que trabajaban en el ámbito sindical donde lo que prevalecía era garantizar los espacios de poder que les permitían mantener su reivindicaciones sectoriales así como su sindicatos u obras sociales. No se entendía que existía un núcleo de pertenencia superior que era el movimiento nacional, donde todos los cuadros individuales y sus organizaciones tenían una funcionalidad común.
El sentido orgánico del justicialismo se encontraba en todos sus militantes, unidos por sus concepciones doctrinarias y detrás de un objetivo común. Era absolutamente secundario el ámbito donde se trabajaba ya que todos tenían una misión individual que cumplir allí donde estuviesen. El sentido de pertenencia a una organización revolucionaria que les permitiría nutrirse de la mística necesaria para la acción así como su sentido de unidad, sólo se lograría entendiendo el sentido estratégico de la lucha del movimiento. Comprender esa dinámica daría a cada militante, a cada organización, la posibilidad de unir sus intereses particulares al interés común.

En mayo de 1968 un espíritu de rebelión contra los sistemas políticos y las autoridades vigentes se expandió desde Francia hacia el resto del mundo. Lo novedoso de estos sucesos era la unión de los trabajadores con los estudiantes de clase media que marchaban por primera vez juntos por las calles de París. Sin embargo pese a la eclosión política que protagonizaron y que obligaron al presidente De Gaulle a disolver la Asamblea Nacional, luego del adelantamiento de las elecciones parlamentarias y unos aumentos de sueldos otorgados a los obreros, todo se calmó y el sistema pudo absorber  la crisis quedando como el referente romántico de una primavera anarquista. En Argentina el reflejo de esta experiencia encontraría una situación muy especial que la potenciaría de tal forma, que la transformaría en un evento de características realmente revolucionarias. Perón había logrado derrotar la maniobra de la democracia proscriptiva llevada adelante por la revolución fusiladora, con la complicidad de todos los sectores intermedios: sus partidos políticos e instituciones como la justicia, la iglesia, el ejército etc.. Había cercado al enemigo borrándole las apariencias de formalidad democrática y desnudando su patética imagen dictatorial. Si en el 55 los valientes resistentes peronistas se encontraron con una indiferencia de los sectores medios argentinos, los jóvenes de los sesenta recibirían la complacencia y el apoyo generalizado de la mayoría de pueblo. La acción política del peronismo había  corroído la imagen democrática colonial desarrollada por los libertadores del 55. A diferencia del mayo francés que resolvería su conflicto dentro del sistema político, en la Argentina la unidad entre los jóvenes de clase media burguesa y los trabajadores se daría en una acción combativa contra una dictadura que comenzaba a retirarse, derrotada por la política de aislamiento que le tendía Perón.Habían sido doce años de indignidad que generaron en  la nuevas generaciones un rechazo visceral a la formalidad colonial del sistema político institucional que imperaba en el país. Se sumaba a esta situación la falta de acciones tácticas por parte de las dirigencias políticas en el propio Movimiento Nacional. Varias capas dirigenciales habían pasado desde 1955 y no se había podido consolidar una conducción del movimiento que sirviera de referente a esta nuevas generaciones. Su última maniobra táctica brillante: las tomas fabriles protagonizadas por millones de trabajadores, se había diluido ante la actitud claudicante de una dirigencia gremial que intentó capitalizar ese hecho para  poner en marcha un proyecto político alternativo al de Perón.

Ante esto, la rebeldía juvenil -en plena efervescencia -, se encontraba ante un amplio espacio político para actuar, con el apoyo multitudinario de la población asqueada de doce años de indignidad política y sin referentes nacionales donde acudir para sus actitudes insurreccionales. Esto generaría un ambiente revolucionario que permitiría la más amplia expectativa de desarrollo de sus rebeldías que estallarían en las manifestaciones populares del Cordobazo, el Viborazo y el Rosariazo. Estos jóvenes se vieron repentinamente al frente de una insurrección popular que se derramaba por todo el país sin conducción, producto de la permanente defección de las dirigencias peronistas que sin comprender la visión estratégica de su líder, se desviaban tentándose con objetivos personales alternativos. El inusitado crecimiento de su organizaciones y los amplios espacios políticos sobre los que avanzaba pondrían a prueba su falta de experiencia y darían lugar al peligro del infantilismo político propio de su juventud.

En la primer semana de 1972 Perón publica una solicitada en los diarios del país donde anuncia al pueblo su regreso el 17 de noviembre de 1972. La inminencia del regreso resulta conmocionante. El 9 de Noviembre, Rodolfo Galimberti convoca a la juventud a concurrir masivamente a Ezeiza a dar la bienvenida a Perón: “El que tenga piedras que lleve piedras, el que tenga algo más que lleve algo más”, dice.
Perón regresaba para consumar su cerco político y poner en marcha el frente de fuerzas sociales, económicas y politicas que aislarían la dictadura militar, accederían al gobierno y pondrían en marcha la reconstrucción del país. Era lógico que sus enemigos intentaran impedirlo. En sus filas había distintas posturas donde se expresaban desde las dialoguistas que habían comprendido que era hora de retirarse en orden, y hasta los que todavían abrigaban la esperanza de eliminar a Perón de cualquier forma.
Perón conocía los riesgos de su viaje y los peligros que había sobre su vida. Sus dirigencias tradicionales se encontraban en pleno proceso de recambio (cuando no!), las filas sindicales todavía se encontraban digiriendo la enorme claudicación del vandorismo y el participacionismo de Coria y la nueva dirigencia gremial con Ignacio Rucci a la cabeza no tenía todavía un peso decisivo. En las filas partidarias continuaba el desfile de Comandos Tácticos y delegados que caían como fusibles viejos, y las nuevas generaciones todavía no habían brindado una estructura de dirigentes representativos ni estables.
Pero como siempre, Perón contaba con su pueblo, que había resistido heroicamente todas las maniobras de proscripción y represión. Sin dirigentes nacionales que los representaran se expresaban como una ola de insurrección permanente e inmanejable para los enemigos de la nación. Además, se sumaban a los trabajadores las nuevas generaciones de clase media que comenzaba a demostrar su coraje y su valor. A ellos apelaría Perón para romper el cerco gorila que sus enemigos emplazarían en Ezeiza, para intentar controlarlo y algunos de ellos para asesinarlo si podían.
Ante el llamado del líder su pueblo se movilizó hacia Ezeiza en un día gris y lluvioso. Miles de militantes anónimos comenzaron a rodear al aeropuerto sitiado por el ejército que había desplegado a miles de soldados y tanques. A pesar de la gran cantidad de efectivos de seguridad  afectados al operativo, se hace difícil impedir el paso de las columnas de militantes que se acercaban. Ni las armas ni la lluvia alcanzanzaron para persuadir a la gente. Al cerco militar a Perón, el pueblo respondió con un cerco popular. Si algo le pasaba al líder la dictadura debería enfrentar una insurrección indescriptible.
Recién en la madrugada del Sábado 18 podrá Perón abandonar Ezeiza, para trasladarse a la residencia adquirida por el Movimiento, en la calle Gaspar Campos, de Vicente López. Circularán inciertos rumores, acerca de que sectores de las Fuerzas Armadas atentarán allí contra la vida del ex presidente. Los vuelos rasantes de los aviones navales en las proximidades de la residencia, traerán inquietantes recuerdos de un pasado que, por momentos, parecerá singularmente próximo.
Pero por la mañana, el sol que comienza a abrirse paso tras la lluvia y las vocingleras columnas juveniles que vienen a saludar a Perón, parecen disipar los temores. Sin embargo el pueblo cercará la casa de Gaspar Campos para garantizar que nada pueda intentarse contra el hombre que, tras diecisiete años de ausencia, está de nuevo en su patria.

Extraido de la página Web "Villa Manuelita"

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