Rosas

Rosas

viernes, 27 de julio de 2018

Julio A. Roca según Alfredo Terzaga

Por Francisco Taiana
Este autor de origen cordobés y de temprana influencia marxista, se estructura su trabajo a partir de 1940 con el teórico trotskista antinacional Héctor Raurich, cuyas enseñanzas tiempo después abandona. Más tarde, Terzaga acompañará críticamente al gobierno de Perón,afiliándose al partido oficialista, sin ser ideológicamente peronista. Este gesto no resultaparticularmente excepcional al considerarse que dos corrientes de la naciente Izquierda Nacional –el grupo “Frente Obrero” de Aurelio Narvaja y el grupo “Octubre” de Ramos- habían brindadosu apoyo al peronismo. 
Resultado de imagen para alfredo terzaga
A pesar de ello y manteniendo su independencia teórica, Terzaga funda en 1947 la revista Crisis  Debido a su larga relación con Ramos y a través de éste, Terzaga seliga aún más estrechamente a la militancia de la izquierda nacional y al PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional), en la década de 1960 Después del golpe de estado de Juan Carlos Onganía en 1966, este autor comienza a interesarse cada vez más en la época del roquismo ycomienza el extenso trabajo encaminado a la elaboración de una biografía del general tucumano. Además de ser, probablemente, la producción más extensa y específica sobre Roca del revisionismo histórico, el texto tiene además la peculiaridad de adentrarse en la geopolítica, permitida por la visión dialéctica que el materialismo histórico le proporciona a la visión de Terzaga.  Lastimosamente, la obra de Terzaga quedaría inconclusa al fallecer en 1974, al igual que Jauretche, Hernández Arregui y el General. Perón  Terzaga realiza un recuento de las complejas relaciones familiares de Roca, en particular de su línea materna, los Paz. En el mismo, se destaca a Juan Bautista de Paz Concebat yFigueroa, presidente del Cabildo tucumano de 1810 y amigo del caudillo federal Alejandro Heredia, y de sus hijos, Gregorio, general de Rosas y Marcos, quien sufriría una “conversión de Ferrero, federal tucumano a rosista bonaerense” antes de desembocar finalmente en vicepresidente de Mitre. Este recuento es utilizado por Terzaga para argumentar el carácter federal de la familia Paz a la cual se integraría el “unitario” (las comillas son del autor) José Segundo Roca al contraer matrimonio con Agustina Paz. En su narración acerca de la vida del padre del futuro presidente, Terzaga se detiene especialmente en el episodio del desplazamiento del traslado de José Segundo hacia fines de la década de 1830 a la provincia de Buenos Aires. Sobre este punto, el autor rebate la afirmación de Leopoldo Lugones en su Historia de Roca que califica el destino de Roca padre en Buenos Aires como “confinamiento” o “prisión”. Según Terzaga, esto constituye un mito, que sostiene que fue la voluntad del gobernador de Buenos Aires la principal causa de la salida de Roca de Tucumán. Por el contrario, el autor liga la relocalización de Roca padre a Buenos Aires más bien al asesinato de su protector Alejandro Heredia en noviembre de 1838 y presenta el nacimiento de algunos de los hijos de Roca, como Celedonio y Marcos, por esos años como muestra de la falta de rigor impuesto por el supuesto “destierro” (este argumento se vería reforzado por el hecho de que Tucumán pasaría rápidamente a manos del bando liberal opositor a Heredia que acabaría por integrar a la provincia a la alianza antirrosista conocida como la Coalición del Norte en 1840.  En función de ilustrar la relación de José Segundo con Rosas, el autor cita una carta del primero a su cuñado Gregorio Paz de enero de 1843 en la que no solo hace referencia al gobernador como “nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes” sino que además hace muestras de su devoción almismo, afirmando su voluntad de combatir al Gral. Ángel Vicente Peñaloza, al cual se refiere como el “salvaje unitario Chacho”. 
Resultado de imagen para terzaga roca julio  Resultado de imagen para terzaga roca julio
En la visión del autor, la argentina post-Caseros estaría marcada por el enfrentamiento del interior, federal por naturaleza a pesar militancias ocasionales en el bando “unitario” (comillas del autor), en oposición a la provincia de Buenos Aires que continuaría siendo, en su esencia, unitaria. Los provincianos, en consecuencia,  se alinearían detrás del caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, al ver en él la oportunidad de llevar a cabo el postergado programa federal. Eneste esquema, José segundo vería ligados a la Confederación la causa de su provincia y el destino de sus hijos. En base a ello, Terzaga encuentra la explicación del envió de tres de los hijos (entre los que se destaca Julio Argentino) de José Segundo al Colegio de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos, donde gobernaba el vencedor de Caseros   El Colegio de Concepción del Uruguay, al concentrar jóvenes de distintos y variados rincones del país bajo un mismo techo y sometiéndolos a una misma formación, habría establecido los cimientos de una incipiente conciencia nacional, contrarrestando los efectos de años de aislamiento provinciano. Según la visión del autor, de entre esta generación de alumnos es que saldría un elenco que, años más tarde, llevaría a cabo la “revancha de Pavón” contra el centralismo porteño. Otro punto destacado de la influencia del Colegio sería el hecho de haber sido un ambiente en el cual los alumnos se familiarizaron con las obras de Alberdi. Otro hecho que Terzaga destaca como prueba del carácter nacional es la exitosa participación que tuvieron algunos alumnos en 1852 como milicias comandadas por el caudillo federal Ricardo López Jordán contra las fuerzas invasivas del correntino Madariaga, al servicio de Buenos Aires. El valor que el autor le adjudica al periodo que el joven Roca pasó en Entre Ríos deriva también de las experiencias a las que pudo acceder el futuro presidente por fuera de los claustros escolares. Terzaga hace especial mención a las guardias que rutinariamente debía realizar en el Palacio San José, la residencia de Urquiza. Difiriendo nuevamente con respecto al relato de Lugones, el autor sitúa el primer encuentro del joven Roca con el indio dentro del contexto de una embajada presidida por Manuel Namuncura, en 1859. En cuanto a la Batalla de Cepeda, el autor no sólo destaca la participación del joven oficial sino que además se detiene en un acontecimiento bibliográficamente obscuro ocurrido en esa contienda: la captura por parte de las fuerzas porteñas del joven Roca. Si bien afirma que ningún autor anterior que haya tratado el tema lo menciona, por otro lado señala la falta de evidencia documental del suceso. La certeza del autor acerca de la veracidad del suceso parte de dos pilares centrales. El primero consiste en la réplica que le haría el oficial uruguayo José Miguel Arredondo en las vísperas de la batalla de Santa Rosa, en el contexto de la así llamada Revolución de l874. El 4 de diciembre de ese año, el entonces coronel Roca le haría llegar a su antiguo jefe una notificación de la rendición de Mitre junto con una exhortación para deponer las armas. Frente a este mensaje, Arredondo contesta “no recibo consejos de un prisionero de Cepeda”. La segunda evidencia presentada se halla en una carta pública de Sarmiento del año1886 en la que recuerda que Roca fue hecho prisionero en la batalla de Pavón, equivocándose, según el autor en el nombre de la batalla pero no en lo “sustancial. En función de reforzar la idea del compromiso partidario del joven Roca, el autor hace especial mención de una sanción disciplinaria impuesta al mismo por Urquiza en marzo de 1860. La impermeabilidad de la conducta del joven oficial frente a este hecho, al que se le suma la posterior prisión de su tío en Córdoba, es presentada por Terzaga como muestra de su “fidelidad federal”, en su accionar posterior en la Batalla de Pavón. La derrota sufrida por la Confederación Argentina tuvo, entre sus muchas repercusiones, la consecuencia de enviar al por entonces teniente Roca a reconstruir su vida en Buenos Aires. Frente a las críticas de diversos autores que ven en esta mudanza de Roca una defección, Terzaga relativiza el accionar del oficial que tantas veces había catalogado como federal. En primer lugar, el autor no interpreta aquellos eventos como los de un oficial abandonando sus filas sino, más bien, el de un observador que, al contemplar la disolución de la Confederación, ve una dirigencia que al claudica y abandona a aquellos individuos que habían luchado y militado por ella. En segundo lugar, señala que el ingreso de Roca a las filas del ejército comandado por Wenceslao Paunero, ocurrido un año después de Pavón, coincide con la asunción de Marcos Paz como vicepresidente de Mitre. Esto ocurría al tiempo que el coronel José Segundo Roca, con un acentuado resentimiento contra Urquiza, retiraba a sus hijos del Colegio de Concepción y se incorporaba al Estado Mayor de Paunero. Esta contextualización de la situación familiar cuando se contempla, además, con los apenas dieciocho años del teniente Roca en el momento, le sirve a Terzaga para relativizar la capacidad de decisión autónoma del joven oficial frente a las disposiciones patriarcales  A pesar de hacer un extenso y detallado retrato de las campañas mitristas contra las montoneras federales en las que participo Roca, el autor hace una importante diferencia entre el por entonces joven oficial tucumano cuyas demostraciones de coraje resalta y las actitudes y costumbres de sus jefes de “cínica extraversión y gusto por la sangre” Terzaga argumenta además que, si bien Roca habría cumplido su papel dentro de la maquinaria militar a la que pertenecía, ésta no podría ni destacarse particularmente ni ser juzgada en sentido político, a diferencia del caso de sus jefes, como Arredondo o Paunero  En cuanto se refiere a la Guerra del Paraguay, el autor hace hincapié en el efecto transformador de esta guerra tanto en los soldados como individuos como en el ejército en tanto un todo. A la vez que Terzaga argumenta en contra de las tesis que ven en el Ejército Argentino una continuidad desde su independencia hasta la contemporaneidad, subraya la heterogeneidad de clase, ideología y procedencia tanto de oficiales como de soldados durante la contienda, la cual resume al emplear la definición de ese ejército como “la expresión “organizada” (comillas del autor) de la disolución de la vieja sociedad argentina”. Si bien la experiencia común y uniformada de la guerra le habría aportado a esa estructura militar cierta dirección común, esta de ninguna manera habría desactivado los conflictos de la sociedad argentina, que en ese entonces incubarían dentro de las propias fuerzas armadas. Este proceso acabaría por expresarse con un ejército que no solo se tornaría en contra de sus antiguos líderes (principalmente Mitre) sino que también, ante la situación de los partidos políticos nacionales, buscaría suplantarlos, convirtiéndose a sí mismo en partido político con sentido nacional. La imposición de Sarmiento como candidato a la presidencia habría sido su debut en el escenario político nacional  En consecuencia, la posterior participación de Roca en la represión de Felipe Varela en el Norte y el Oeste es vista por el autor como la de un oficial actuando desde la plataforma militar de una organización que se estructuraba como nacional por su constitución, sus mandos y sus funciones. De manera similar es entendida la expedición encabezada por Roca contra Ricardo López Jordán, a pesar de ser descripto como “el último gran caudillo gaucho de la Argentina”  Terzaga traza sus orígenes de la Liga de Gobernadores en lo que define como el “no domeñado sentimiento federal” de las provincias en conjunto con algunos trabajos de Urquiza y sus aliados que posteriormente serian retomados por Avellaneda y luego Roca. La tesis de la participación de viejos federales en el roquismo es reforzada por el autor con ejemplos tales como las buenas relaciones que tejió con los Saa de San Luis cuando era todavía coronel, incorporando al hijo del General Juan Saa a su ejército  El autor también intenta relativizar las teorías que le adjudican la exitosa carrera de Roca a los caprichos del azar, al argumentar que desde temprana edad mostraba “gran previsión y buen sentido”, como lo demostraría en su rechazo a la candidatura de Ministro de Guerra en 1874, cuando contaba con 30 años Respecto de la fracasada revolución mitrista del año 1874, el autor critica el tratamiento del suceso en la historiografía argentina, tanto liberal como revisionista, a las cuales acusa de quitarle la importancia que merece. Frente a definiciones como las de Ernesto Palacio que describen los años entre Caseros y 1874 como los de la “Republica liberal y mercantil”, Terzaga ve en el triunfo del Ejército Nacional (y en las sucesivas derrotas mitristas en el ’80 y en el ’90) la prueba de que la corriente nacional representada por el viejo liberalismo habría encontrado un nuevo camino en el cual afianzarse, a pesar de haber sufrido algunas alteraciones determinadas por las nuevas condiciones político-económicas del país  El autor también hace mención a la anécdota de Carlos D’Amico respeto de la batalla de Santa Rosa, citado anteriormente en el texto de Rosa. Sostiene que, aun concediendo que Roca pudo haber dicho que esté empleó sus cañones contra los combatientes mitristas en retirada para aumentar el número de bajas y la importancia de la batalla, esa actitud no condice con lo que se conoce acerca del personaje. Por otro lado, aduce que de haberlo hecho realmente, no lo habría contado y presenta la posibilidad de que Roca haya querido “hacer gala de cinismo” durante la conversación como una explicación a su parecer viable En el tema de la Conquista del Desierto, Terzaga hace una descripción detallada tanto del plan roquista, como el de su rival, el por entonces Ministro de Guerra Adolfo Alsina. En lo referente al plan de Roca, hace referencia a la percepción del mismo de la comandancia de fronteras como sus “Galias”, es decir, como un paso necesario en su carrera antes de cruzar el Rubicon que supondría el salto a la presidencia. La concepción de Roca del problema es presentada como de una coherente acerca de la expansión y la articulación del espacio nacional, diferente de la bonaerense. Asimismo, Roca habría entendido a la cuestión del indio y la del desierto como un mismo problema, distanciándose de la visión de Alsina, que veía en ambas temas opuestos. En cuanto a las tribus en sí, el autor destaca la exportación de ganado robado a Chile como su principal sustento económico. A su vez describe la cultura indígena en un proceso de significante regresión, a causa de dos elementos que en principio habrían visto como salvadores: el uso del caballo y la posesión de ganado vacuno, los cuales los habrían llevado al saqueo y al nomadismo casi permanente. A esto se le sumaria, además del carácter chileno de los propios araucanos, la protección de importantes sectores de la sociedad chilena que, según el autor, habrían organizado malones y comercio clandestino, otorgado protección oficial y provisto armamento. La política de alianzas entre el gobierno chileno y los jefes tribales encontraría su explicación en las pretensiones de expansión oriental del país vecino, demostrada en declaraciones tales como una fechada de 1876 por la cual buscarían llevar su límite hasta la línea del Rio Negro. Los argumentos anteriores son presentados de manera explícita en el texto en función de enfatizar la problemática de la Conquista del Desierto alrededor de cuestiones de soberanía nacional amenazada  Al llevar a cabo la estrategia de conquista, Roca habría dado un viraje a los supuestos geopolíticos de la época, dándole continuidad real al espacio geográfico y suprimiendo una frontera en la que convivían la disolución de la antigua sociedad criolla y tribus nómades agonizantes y volcadas a la mera depredación. A esto se le agrega el hecho de que habría acabado con el juego triangular de Buenos Aires, el Litoral y el Interior que hasta entonces había dominado la política argentina. Esto le habría permitido la convergencia del Ejército Nacional,la juventud política provinciana y un reducido pero decisivo grupo de autonomistas alsinistas porteños convergiesen, en la fuerza inicial al PAN. Finalmente, el autor vuelve a intentar refutar el papel de la buena fortuna en la consagración de Roca como caudillo nacional al afirmar que fueron las condiciones objetivas de la historia nacional las que lograron formar el carácter político y militar de Roca como una simbiosis que adquiriría una dimensión nacional, un carácter superlativo y una graduación refinadamente equilibrada.

lunes, 23 de julio de 2018

Playas Argentinas ¡de donde surgen sus nombres?


San Bernardo era el nombre de la estancia de Enrique Duhau, propietario de aquellas tierras.
Santa Teresita: Enrique Duhau casó con Teresa Lacroze, sobrina de Federico y Julio (propulsores del tranvía en la ciudad de Buenos Aires). En el límite de la estancia San Bernardo existía un almacén bautizado Santa Teresa en honor a la señora de Duhau. Luego, al crearse un nuevo balneario, los fundadores pensaron llamarlo como al almacén, pero optaron por el diminutivo, Santa Teresita.
A 75 años de cuando Perón universalizó las vacaciones en Argentina
La Lucila del Mar: Suele repetirse que su nombre se debe a Lucila, hija de Andrés Zapateiro, quien compró una parte del campo a Duhau. Sin embargo, el lucilense Carlos Abruzzese ha refutado la historia con un argumento simple: Lucila Zapateiro nació unos diez años después que surgiera el balneario. El nombre de La Lucila proviene de la localidad homónima, en el partido de Vicente López, de donde provenían compradores de los primeros lotes. El “del Mar” se agregó más adelante. ¿Y aquella Lucila que inspiró a la localidad en Olivos? Era la propietaria de las tierras y de una espléndida casona: Lucila Anchorena de Urquiza.
Mar del Plata: Si bien es evidente que no evoca a ninguna personalidad, es curioso anotar que fue sugerido por su fundador, Patricio Peralta Ramos. Pero en el debate parlamentario en que se trataba la fundación, el senador bonaerense Carlos Ortiz de Rozas manifestó que le parecía ridículo que una porción de tierra llevara la palabra Mar en su nombre.
Miramar: A través de un telegrama, José María Dupuy le propuso a su cuñado Fortunato de la Plaza, propietario de las tierras que se lotearían, el nombre Mira Mar. En el mismo mensaje daba las opciones de Rómulo Otamendi, asociado al emprendimiento. Las sugerencias de Otamendi eran Trouville o Gijón. De la Plaza optó por Mira Mar.
Santa Clara del Mar: Recibió el nombre por Clara Anchorena de Uribelarrea, quien fuera titular del campo de cuatrocientas hectáreas que contenía esas playas.
Pinamar: Cuando Valeria Guerrero y Jorge Bunge resolvieron asociarse en el proyecto del balneario lo llamaron Pinamar por la abundancia de coníferas junto a la playa. Pero nunca se aclaró quién de los dos creó el nombre.
Ostende: Fue fundado por el francés Jean Marie Boure y los belgas Fernando Robette y Agustín Poli, quienes lo bautizaron con el nombre del balneario homónimo en Bélgica.
Valeria del Mar: Lo propuso la mencionada Valeria Guerrero, tía de la célebre Felicitas. Pero no por ella, sino por su abuela homónima, Valeria Cueto de Cárdenas.
Cariló: Mantuvo la denominación mapuche. Significa “médano verde”.
Villa Gesell: La historia del balneario parte del impulso de Carlos Gesell, lo que despeja cualquier duda. Pero no está de más agregar que el emprendedor se llamaba Carlos Idaho Gesell. El extraño segundo nombre se lo pusieron por un tío que, en vez de probar suerte en nuestra tierra, se dirigió al norte, a los Estados Unidos, y se instaló en el estado de Idaho.
Claromecó, el balneario vecino a la ciudad de Tres Arroyos, también lleva nombre mapuche. Su significado, sobre el cual los especialistas aún no han arribado a un acuerdo, es “tres arroyos” o “tres arroyos con junquillos”.
San Clemente del Tuyú forma parte de una combinación. Su historia se relaciona con la expedición al sur que en 1604 llevó adelante el gobernador de Buenos Aires, Hernando Arias de Saavedra, más conocido como Hernandarias. El grupo de guaraníes que lo acompañó denominaba a estas playas Tuyú, que en su lengua significa barro o charco (ajó es un término emparentado, ya que define a lo blando). Pasaron ciento cuarenta años. En 1744, el misionero jesuita José Cardiel partió a recorrer la Patagonia. A punto de ahogarse en la zona del Tuyú, imploró a San Clemente (cuyo martirio consistió en ser arrojado al mar atado a un ancla). Salvó su vida porque un baqueano lo rescató. Agradecido -al santo- bautizó las aguas con el nombre del mártir.

sábado, 21 de julio de 2018

Lavalle ante la justicia póstuma


Por Julio Irazusta
(...) Entregado por Acha al día siguiente de su derrota, Dorrego fue encaminado  hacia Buenos Aires por su entregador. Antes de llegar a la ciudad escribió al gobernador delegado, Brown, y al ministro general Díaz Vélez, pidiendo se lo dejase salir al extranjero, bajo fianza. Pasado el primer instante de malhumor ante la resistencia de Dorrego, Brown volvió a sentimientos humanitarios de que se apartara momentáneamente e intercedió por el prisionero, lo mismo que Díaz Vélez. Pero los extremistas velaban. No bien enterados de la aproximación de Dorrego a la ciudad maniobraron para que se lo mandase al campamento de Lavalle, y para que éste no retrocediera ante el compromiso de fusilarlo, como ellos decían tenerlo convenido con el general. El Tiempo propuso que el vencido de Navarro fuese llevado a ver los cadáveres de aquellos que había hecho morir dando “intervención a los salvajes del desierto y acogiéndose a la sombra de un caudillo feroz (Rosas)”.  
 Resultado de imagen para juan lavalle
El ex ministro de Rivadavia, Salvador María del Carril, actuó más eficazmente, como se desprende de la siguiente carta:  
 Buenos Aires, 12 de diciembre de 1828
Señor General Don Juan Lavalle
Querido General:  Dorrego preso en poder de Escribano, escribe a Díaz Vélez lo que sigue: “Al fin estoy prisionero en manos del jefe de este regimiento. Marcho a Buenos Aires y suplico a Vd. tenga la bondad (...)de verme antes de entrar allí. Haré a Vd., indicaciones que podrán” contentar y cortar las cuestiones del día y a los que las sostienen. No olvide Vd., la lenidad que he usado en todo el curso de mi administración, etc.   Ha escrito también a Brown; no sé qué le dirá. La noticia de la prisión de Dorrego y su aproximación a la ciudad, ha causado una fuerte emoción; por una parte, se emplean todos los manejos acostumbrados para que se excuse un escarmiento y  las víctimas de Navarro queden (...)sin venganza.  No se sabe bien cuánto puede hacer el partido de Dorrego en este lance; él se compone de la canalla más desesperada. Sin embargo, puede anticiparse, que si sus esfuerzos son impotentes para turbar la tranquilidad pública, son suficientes por lo que he visto, para intimidar o enternecer a las almas débiles de su ministro y sustituto. El señor Díaz Vélez había determinado que Dorrego entrase a la ciudad; pero yo, de acuerdo con el Sr. A. le hemos dicho, que dando ese paso  él abusaría de sus facultades, porque es indudable que la naturaleza misma de tal medida coartaba la facultad de obrar en el caso, al único hombre que debiera disponer de los destinos de Dorrego, es decir, al que había cargado sobre sí con la responsabilidad de la revolución; por consiguiente, que el M. [ministro]debía mandar que lo encaminasen donde está Vd. Esto se ha determinado y se hace,  supongo, en este momento.  Ahora bien, General, prescindamos del corazón en este caso. Un hombre valiente no puede ser vengativo ni cruel. Yo estoy seguro, que Vd., no es ni lo primero ni  lo último. Creo, que Vd., es, además, un hombre de genio y entonces no  puedo figurármelo sin la firmeza necesaria para prescindir de los sentimientos y considerar obrando en política, todos los actos de cualesquiera naturaleza que sean, como medios que conducen o desvían de un fin. Así, considere Vd. la suerte de Dorrego. Mire Vd., que este país se fatiga, 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento. Considere Vd., el origen innoble de esta impureza de nuestra vida histórica y lo encontrará en los miserables intereses que han movido a los que las han ejecutado. El general Lavalle no debe parecerse a ninguno de ellos; porque de él esperamos más. En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar, en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica la cuestión me parece de fácilresolución. Si Vd., general, la aborda así, a sangre fría, la decide; sino, yo habré importunado a Vd.; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá Vd., perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra y no cortará Vd., las restantes. ¿Entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras?... Nada queda en la República para un hombre de corazón.
Salvador María del Carril
Es el hipnotizador asesino ante el sujeto que le va a servir de instrumento criminal. Nada falta en la escena. Las bocanadas de incienso envuelven a la pobre víctima destinada a convertirse en verdugo. El artero embaucador echa el resto con sus juegos de manos, sus bolas de cristal, sus palabras prestigiosas. Su conocimiento del sujeto es maravilloso. Para matar los últimos reflejos de la salud, en el organismo moral cuyos repliegues no tienen secreto para él, no confía en un trabajo sencillo de embaucamiento. Continúa ejerciendo sus malas artes hasta saber a ciencia cierta que su instrumento le ha obedecido.
Buenos Aires, 14 de diciembre de 1828
Señor Don Juan Lavalle
Mi querido general:
He escrito a Vd., dos cartas y siempre en el último minuto de la despedida de los conductores... La prisión de Dorrego, es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a Vd., en un conflicto difícil. Cualquiera que sea el partido que Vd., tome, lo deja en una posición espinosa y delicada; no quiero ocultárselo. La disimulación en este caso después de ser injuriosa, sería perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo de la fusilación de Dorrego: hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla, y Vd., que va a hacerse responsable de la sangre de un hombre, puede sin inconsecuencia, variar un acuerdo que le impone obligaciones, que a nadie debe Vd., ceder la facultad de pesar y distinguir.  Dejando a Vd., pues, general, toda la integridad de su libre albedrío... Hecho el prolijo examen de su posición, estoy seguro, que sin otro consejero que su genio, no fluctuará mucho tiempo sin decidirse por los deberes que ella le impone a mi modo de ver... Siempre, siempre los estorbos que interrumpen la carrera de los que aspiran a distinguirse, son obstáculos que una vez quitados, todos sienten que cada uno podría hacerlo y que uno solo sin embargo adivinó. Siempre, siempre son o el nudo gordiano que Alejandro desata con el alfanje, o el huevo que Colón para por la punta, quebrándolo. Esta es una consideración muy triste, que aflige por el honor de la humanidad; pero, ¿quién tiene la culpa si los hombres son generalmente imbéciles ... Hace 18 años que estamos en revolución y en anarquía. Si estos diez y ocho años se dividen en tantos períodos, cuantas revoluciones sucesivas han tenido lugar en ellos, no verá Vd., en cada una de esas épocas sino la influencia más o menos prolongada según haya sido su duración, del partido o del hombre que ejecutó la última revolución para subir al poder. ¿Cuál ha sido el objeto de todos, hombres o partidos de los que han figurado en este certamen? Mantenerse en el poder que habían conquistado. Buen deseo: porque un poder permanente, sólido y respetable por largo tiempo, es lo que en todo el universo se llama, si no un perfecto orden social, según los teóricos, al menos un buen orden social, según los hombres sensatos de todo el mundo. ¿Cuáles son los medios de que se han valido nuestros hombres o nuestros partidos, para llegar a aquel fin bueno en si mismo? Exclusivamente, unos, de la novedad de las ideas y de las formas; otros, de la capitulación con los vicios dominantes, o más propiamente de la repartición y de la dependencia del poder. Si una carta permitiera los detalles, que me veo forzado a evitar, yo haría ver, que desde el pacto social hasta la idea de la federación de 1827, hay una serie de ideas que a su vez han tenido la novedad de su lado y han sido empleadas como medios de gobierno por los mismos; hasta la palabra principios ha tenido su época, y no la menos larga ni la menos brillante; pero hoy empieza o ha concluido con la secta, la apostasía que se hacía de ella. Asimismo haría ver que todas las logias desde la de D. Carlos Alvear; que todos los gobiernos personales, partiendo o llegando rápidamente hasta el de Pueyrredón que fue el más bien organizado de esta clase, deteniéndonos en el de Dorrego y pasando en revista los de todos los caciques, han sido y son el sistema práctico de las capitulaciones con los vicios dominantes; o con más claridad, el sistema de hacer depender el poder, dividiéndolo entre todos aquellos que loexplotan y ayudan a conservarlo...La debilidad es el fondo de cualesquiera de los dos arbitrios, que se han practicado hasta aquí y quedan indicados. El 1º recibiendo su fuerza de lasilusiones y del engaño, es esencialmente flaco. El 2º es debilísimo de suyo, y absurdo también porque degrada la autoridad. El poder es necesario para apartar los obstáculos que los hombres encontrarían en vivir juntos y no podrá llenar sus funciones sin la independencia conveniente (...)El poder viene de la necesidad en las sociedades humanas; es establecido y divinizado según la moda de los tiempos por la costumbre de sometérsele y por la voluntad fuerte del que lo ejerce, encaminando a los hombres a su bienestar, que es la tranquilidad pública, y a su prosperidad que es el libre ejercicio de sus facultades inocentes. La energía es necesaria en la ocasión, o como el ensayo de conformidad de nuestros caracteres como por este, y así es que un nuevo modo de gobierno, o como un instrumento absolutamente necesario siempre. Entre los que han combatido por el poder ninguno ha sido sacrificado hasta ahora entre nosotros; no por esto han dejado de morir muchos. El campo de Navarro está sembrado de cadáveres; pero así un loco y un poltrón pueden ser perturbadores impunemente.  Los Anchorena desde su casa y Dorrego exponiéndose en una batalla a una suerte entre 99. Así ha acontecido durante el fatigante período de nuestra revolución... Así las debilidades de los que gobiernan, que dejándonos de teorías, causan la ruina de nuestra patria, por el largo período de 18 años, que se fatiga en las convulsiones de una anarquía estacionaria. Este hecho desagradable no tiene otra causa asignable. ¿Quién ejerció la autoridad dignamente? ¿Quién sacrificó el momento al porvenir? ¿Cuál de los innumerables con pretensiones de héroes, sintió en su corazón la noble osadía de vivir acabando el trabajo comenzado y de morir a la heroica siendo necesario?...Querido general: yo sé muy bien que no necesita consejeros el que ha sabido llegar a necesitarlos o al puesto en donde parece que se necesitan; no escribo a Vd. por convencerlo ni por disuadirlo, porque en tal situación todo lo que no se hace por inspiraciones felices, no se hace. El genio de las circunstancias, ve y ejecuta...En otra carta, he dicho a Vd. que todas las cuestiones se decidieron el 9 de diciembre. Créame Vd., todo está decidido. Pero al mismo tiempo, como le dirá a V. el señor Gelly, que todos esperamos de Vd. una obra completa; lo que quiere decir, que todos esperamos que Vd., fije la cuestión, y nos dé con el poder de su brazo, una República de cuya existencia no se dispute más. De tal manera lo espero yo, especialmente cuanto que estoy convencido, que si este resultado no nos viene de la omnipotencia de la espada, la omnipotencia de Dios mismo, no se dignará hacerlo.  Salvador María del Carril.
 Imagen relacionada
Imposible comentar debidamente, en el espacio de que se dispone en una publicación de esta especie, las dos cartas de Carril. Dejemos de lado la habilidad que en ambas se exhibe para convertir la adulación en una obra de arte; para instigar el crimen desligándose de toda responsabilidad; para despertar en el instrumento instigado la ambición de ser el único responsable. El objeto de las extensas transcripciones es mostrar el pensamiento político de los autores de la revolución de diciembre, su brutal concepción de la fuerza como única base  posible de un gobierno estable, su maquiavelismo inculto y trasnochado.   Téngase en cuenta que don Salvador María del Carril preconizaba iniciar la era de la violencia, mientras Rosas la emplearía poco después para responder a las que habían cometido los decembrinos por persuasión de aquél; sólo así se podrá deslindar responsabilidades en los excesos de nuestra historia. En 1828, un partido entero, que se pretende haber sido fundador de un Estado de derecho, estableció la teoría del imperio absoluto de la fuerza, y desató en el país una ola de violencia que arrebató de entre sus filas el mayor número de víctimas. Se ha debido olvidar esa circunstancia decisiva para arrojar una condenación sin atenuantes sobre el hombre que se vio obligado a manejar aquella violencia, y que en ningún momento teorizó su empleo con la crudeza y el cinismo del prócer unitario. Pero volvamos a los antecedentes de la ejecución de Dorrego. Carril no fue su único instigador, Juan Cruz Varela se había en ese sentido adelantado a su correligionario, como se verá por la siguiente carta:
Diciembre 12 de 1828 10 de la noche
Señor Don Juan Lavalle
Mi general:
Por supuesto que ya sabe Vd., que Dorrego ha caído preso: en este momento están en consulta el Ministro y Brown sobre si lo harán venir o no a Buenos Aires. Vd. sabe si yo y mil otros están comprometidos en un asunto de que va la suerte del país; en un movimiento que puede importar mucho o nada, según se manejan los resultados. Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos  de Vd.; esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En fin, Vd., piense que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a Vd. cuál es su deber. Se ha resuelto en este momento, que el coronel Dorrego sea remitido al cuartel general de Vd. Estará allí de mañana a pasado: este pueblo espera todo de Vd., y Vd., debe darle todo.  Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes se dispensan estas confianzas a los que Vd. , sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor
Q. S. M. B.
Juan Cruz Varela.
Entretanto, Brown y Díaz Vélez habían escrito a Lavalle intercediendo por la vida del prisionero que le remitían. El primero dice ser de opinión que se le acepte la fianza ofrecida; el segundo: “
Yo estoy persuadido, mi amigo, que Dorrego no debe morir”. En vano. La opinión de los extremistas debía prevalecer. Lavalle contestaría a Brown hasta con palabras de Carril: “Yo, mi respetado General, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón”. ¡Desdichado! Se privaba de lo único que tenía, y cuyos impulsos nobles le habrían impedido cometer el acto imperdonable, para hacer el político de cabeza fría con las ideas sugeridas por irresponsables presuntuosos. Estos no habían dado toda su medida en la instigación al crimen. Se superarían en el comentario de la ejecución.   El periodista Varela acometió en su hoja El Tiempo, la tarea de justificar la ejecución de Dorrego con razones deducidas de los hechos posteriores a la revolución de diciembre, pese a tener la conciencia de que la ejecución se decretó antes de aquella. El político Del Carril fue más lejos. Escribió esta carta:
Buenos Aires, 15 de diciembre de 1828
Señor General Don Juan Lavalle
Mi querido general:
Hemos sabido la fusilación de Dorrego. Este hecho abre en el país una nueva era... Me tomo la libertad de prevenirle, que es conveniente recoja Vd., una acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma. El señor Gelly se portará bien en esto: qué lo firmen todos los jefes y que aparezca Vd., confirmándolo...Todo lo demás que se piensa aquí, es, que sin cuidarse de la Junta de R se  disponga de todo para marchar sobre Córdoba y Santa Fe a un tiempo, El Sr. D. J. A. (¿Julián Agüero?) y Don B. R. (¿Bernardino Rivadavia?) son de esta opinión y creen, que lo que se ha hecho, no se completa sino se hace triunfar en todas las partes la causa de la civilización contra el salvajismo. Esta es la opinión uniforme de Buenos Aires. El general Lavalle, dicen todos, con todo el valor, la constancia y el carácter necesario, organizando la República, está destinado a ser su primera reputación, su primer héroe...  Salvador María del Carril    Aquí vemos aparecer la antítesis sobre civilización y barbarie en su forma prístina, de la “civilización contra el salvajismo”. Y es el momento oportuno para comprenderla en su verdadero significado, que no tiene nada que ver con un criterio filosófico acerca de los conceptos opuestos en la antitética fórmula. En efecto, en esta carta, como en las anteriores, vemos a del Carril razonar como un salvaje que no respeta ninguna ley divina ni humana, que no cree en el derecho ni por asomo, sino en la fuerza bruta aplicada sin discriminación de oportunidad ni de justicia, que aconseja fríamente falsificar una sentencia de muerte que no ha precedido la ejecución; que después de precipitar al crimen a otro, rehuyendo él mismo toda responsabilidad, quiere salvar la de su instrumento y le insinúa imitarlo, arrojar todo el peso de la culpa sobre nuevos inocentes. Y sin embargo lo vemos también invocar la defensa de la civilización. Como no creía en nada tenía que llegar a identificar la civilización con su persona. En otra carta sobre el mismo asunto, Carril decía:
Buenos Aires, 20 de diciembre de 1828
Señor General Don Juan Lavalle
Mi querido General:
Aleccionado muy especialmente a Vd., y sin perder de vista la utilidad del momento, no me ha sido posible dejar de insistir, con alguna tenacidad sobre este punto, de que se ha prescindido ya general y fácilmente. Por lo demás, querido General, incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la Posteridad; persuadido como estoy, de que esta gratuita atribución no es más que un consuelo engañoso de la inocencia, o una lisonja que se hace nuestro amor propio, o nuestro miedo; cierto como estoy, por último, por el testimonio que me da toda la historia, de que la posteridad consagra y recibe las disposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevinieron, y que sofoca los reclamos y las protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fue creído; juro y protesto que colocado en un puesto elevado como Vd., no dejaría de hacer nada de útil por vanos temores.  Al objeto: y si para llevar siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos  según dice Maquiavelo verdad es, que así se puede hacer el bien y el mal; pero es por lo mismo que hay tan poco grande entre las dos líneas. Los hombres son generalmente gobernados por las ilusiones, como las llamas de los indios, por hilos colorados. General, a Vd. no le gusta fingir, ni a mí tampoco, y creo por ningún punto se aproxima tanto la conformidad de nuestros caracteres como por éste, y así es que Ud. fusilando a Dorrego y yo escribiendo, decimos verdades que aunque nos pueden acreditar de verídicos, no querríamos que se nos aplicasen ¡voto a Dios de ninguna manera...Si Vd. pudiera en un instante volar al Salto, Areco, Rojas, San Nicolás y Luján dar la mano a todos los paisanos y rascarles la espalda con el lomo del cuchillo, haría Vd. una gran cosa; pero si Vd. pudiera multiplicándose, estar en la capital, haría una cosa soberana. Es necesario que vuele, que quiera Vd. que se le haga una entrada bulliciosa y militar; porque la imaginación móvil de este pueblo, necesita ser distraída de la muerte de Dorrego, y para esto basta bulla, ruido, cohetes, música y cañonazos. Por otra parte el gobierno necesita ya más regularidad y las ranas empiezan a treparse sobre el Rey de palo o el frasco de esencia popular, como dice el Ministro (por Brown), empieza a disiparse...Mucha gentuza a las honras de Dorrego; litografías de sus cartas y retratos; luego se trovará la carta del Desgraciado en las pulperías, como las de todos los desgraciados que se cantan en las tabernas. Esto es bueno; porque así el padre de los pobres será payado con el capitán Juan Quiroga y los demás forajidos de su calaña. ¡Qué suerte! vivir y morir indignamente y siempre con la canalla...Salvador María del Carril  Esas chocarrerías macabras arrojan suficiente luz sobre el temperamento profundamente antipopular y anticristiano de los unitarios. El triunfo había mareado de tal manera a esas lamentables cabezas que no advertían siquiera los peligros revelados por las expresiones de su torpe insolencia. Bailaban una danza macabra... sobre un volcán. Y se creían dueños del porvenir.
Entretanto Rosas se hallaba en Rosario, donde llegara del modo que nos refiere esta carta:
Hacienda de Rodríguez, diciembre 12 de 1828 
Amigo querido don Estanislao López
Solo salí de Buenos Aires el día de la sublevación, y a los cuatro días tuve conmigo dos mil hombres; pero esos mismos grupos de hombres, que por instantes se me reunían llenos de entusiasmo, causaban un completo desorden,  que se aumentaba porque estando conmigo dorrego yo no podía obrar conforme con mis deseos y con mis opiniones, en el todo o en la parte principal.  Por otra parte, como el señor gobernador a pesar de lo que trabajaban los enemigos tenía en manos de éstos todos los principales recursos, que son las armas y el Banco, y la gente que se me reunía toda, era sin armas y sin moneda, cuando nuestros enemigos tenían, estas dos poderosas armas en abundancia. En fin, los enemigos nos estrecharon y obligaron a presentarle acción, y por causa  que diré a usted a la vista, la perdimos.  Pude haber reunido la gente toda, pero cansado de sufrir disparates, quise más bien venirme a saber la voluntad del gobierno de esta provincia y de la Convención. Por esto no quise traer la gente, ni decirles que venía, y a pesar de esto y de que he procurado venir escondido, se han venido varios jefes de los regimientos, alguna tropa y oficiales, y vendrán cuantos se quieran, si se les llama. En esta vez, se ha uniformado el sistema federal, a mi ver, de un modo sólido absolutamente. Todas las clases pobres de la ciudad y campaña están en contra de los sublevados, y mucha parte de los hombres de posibles. Sólo creo que están con ellos los quebrados y agiotistas que forman esta aristocracia mercantil. Al gobernador le prendieron los Húsares, siendo el autor de ello el oficial Acha, que es un malvado pero, para mí, la tropa de los Húsares será nuestra. Los sublevados no cuentan más que con 800 hombres, que es la caballería que vino de la provincia oriental. Nada más, y nada más, porque, repito que todas las clases pobres de la ciudad y campaña están contra los sublevados y dispuestas con entusiasmo a castigar el atentado y sostener las leyes. Lo que interesa sobremanera es el que usted venga para que hablemos, pues yo, sin saber la voluntad de la provincia de Santa Fe y Convención, repito que nada quiero resolver, pues respecto de la provincia de Buenos Aires, ya hice aún más de lo que era posible. Digo que interesa y urge, porque decida la provincia de Santa Fe y Convención; yo empezaré a trabajar activamente, antes que desarmen toda la milicia, lo que han de hacer precipitadamente, luego que sepan que yo he pasado a. esta provincia. Hoy mismo hay en el Pergamino 240 milicianos bien armados y 2 piezas de artillería. Y como no puedo deliberar, resultará que la desarmarán. En fin, amigo, por no demorar el chasque, no soy más largo, y van en desorden estas ideas, pero como nos hemos de ver, dio para entonces decirle lo mucho que es preciso sepa.  Salud desea a usted su amigo, “Juan Manuel de Rosas”.  (Tomada de Manuel Bilbao, Historia de Rosas, Buenos Aires, 1934)

viernes, 20 de julio de 2018

ALBERTO VACAREZZA nos describe al Restaurador.


Por el Prof. Jbismarck
Estamos en 1928, gran año para el Restaurador, pues en tanto la prensa formula una de sus periódicas encuestas a su respecto, un gran pulsador de la cuerda popular, don Alberto Vacarezza, toma su época y su lucha como asunto de uno de sus más afortunados saínetes.
El autor de Tu cuna fue un conventillo era rosista. En 1954 le tocó hablar en un acto auspiciado por la Organización Popular Pro Repatriación de los Restos de Juan Manuel de Rosas y en su discurso dijo que en su niñez había tenido la fortuna de que le enseñaran la verdad sobre el personaje y así había llegado a conocer un Rosas distinto al estereotipado por la leyenda unitaria; un Rosas a quien gustaban los versos y que los escribía; un Rosas a quien placía jugar y distraerse con los niños en la intimidad del hogar.  
El 16 de Julio de ese año Vacarezza contestó a una encuesta sobre la Repatriación, iniciada ese día por el diario. "Crítica". Dijo entonces: "Recuerdo que, cuando era muchacho, solía ir mucho a mi casa una señora que conoció a Rosas y vivió intensamente su época. Era ya muy viejita. Un día me encontró leyendo un libro de historia. Lo hacía en voz alta. La página relataba un episodio rojo de la época rosista. Doña Gabina escuchó breve instante. Luego exclamó, indignadísima: "Todo eso que estás leyendo, niño, es mentira. Rosas no fue eso. Nada de eso. Yo lo conocí personalmente. Tenía el apoyo del pueblo. Se lo quería como a un padre. Y se lo admiraba por su gesto de haber parado en seco a los ingleses y los franceses que nos tenían bloqueados  ¿Sabés vos que es un bloqueo? Bueno, conviene que lo sepas. Es impedir que atraquen más barcos en el puerto. Es apoderarse de todos los productos de la tierra. ¡Es pretender que nos muramos de hambre!" Impresionado por el relato de doña Gabina, comencé siendo joven a interesarme por la vida del exilado de Southampton. 
 Resultado de imagen para alberto vacarezza y juan manuel de rosas
Hablé con ella muchas veces. Pregunté. Leí. Y cada vez lo encontré más criollo. Más nuestro. Entonces fue cuando consulté a la opinión pública a través de El Cabo Rivero y el público que asistió a las representaciones de esta obra me dio la respuesta. La misma que busca ahora "Crítica" con su encuesta. 
El pueblo está con Rosas. Con la justicia que representará la repatriación de sus restos".   El cabo Rivero, "saínete porteño de 1840", lo estrenó la compañía de Enrique Muiño el 8 de marzo de 1928 en el teatro Buenos Aires. No se trata de un alegato rosísta, sí la obra de alguien para quien la historia de su patria ,en el período correspondiente al Dictador, no podía encajar con la versión oficial corriente. En El cabo Rivero, como en la novela de Martín Coronado La bandera (llevada luego por su autor al teatro con el título de El sargento Palma) también hay un unitario que, ante la complicidad de su partido con los interventores y agresores europeos, en vez de seguir con él resuelve pelear, en vez junto a la Federación porque cuando la Patria peligra no hay más que un solo partido.   Los versos que canta el cabo Rivero en el saínete homónimo fueron reproducidos más tarde por Vacarezza en su libro Cantos de la vida y de la tierra, con el título de Canto a Juan Manuel. Son los siguientes:  

¡Juan Manuel! En tu homenaje
ya levantan el cordaje
 con un son antiguo y fiel
las guitarras de los hombres,
y el golpiar de los candombes
te saluda, Juan Manuel!  
Mozas blancas y morenas
olvidando sus faenas,
todas bailan en tu honor.
Hay un tinte rojo fuerte
 y rondando va la muerte
por la casa del traidor. 
Unitarios y extranjeros,
en sus barcos cañoneros
 van llegando a la ciudá,
mas que llegue lo que llegue
 a la sangre que nos riegue
 otra sangre se unirá,
serpenteando en mil arroyos,
y en la tierra de los criollos,
muerte criolla encontrará.
¡Juan Manuel! ¡Yo no quería
 coloriar esta alegría
 que me sangra el corazón!
Pero hay algo en la pelea
 que golpea y que golpea
 machacando el aldabón.
Buenos Aires se ha dormido,
Ya no se oye más el ruido
del candombe sopipón.
Sólo el alma está despierta.
Y cuidando está la puerta
Juan Manuel con el facón.
Juan Manuel: En tu homenaje
ya rompieron el cordaje
 con un son antiguo y fiel
 las guitarras de los hombres
 y el golpiar de los candombes
te saluda, Juan Manuel!