Por María Leoni
El imaginario de la barbarie que atravesaba la cultura rioplatense incluía
la memoria del movimiento artiguista a ambas orillas del río de la Plata: el
artiguismo había sido un movimiento bárbaro,
encerrado en su estrecho localismo. La sociología positivista argentina
debatió sobre el papel de las masas en la historia rioplatense y aportó
conclusiones negativas al respecto. Así, José María Ramos Mejía, en Las
multitudes argentinas (1893), sostiene
que la barbarie rural comenzó con el levantamiento artiguista, con el que se
impuso una sociedad indígena y bárbara; la sociedad correntina fue invadida y
dominada por la horda guaraní, sin conciencia política ni social. Por su parte,
Francisco Ramos Mejía, en El federalismo argentino (1887), si bien rescata a
Estanislao López y a Francisco Ramírez como expresión de la defensa de la
autonomía dentro de la nación, acusa a Artigas de intentar destruir la unidad
nacional (De Lucía, 2001).
Las vinculaciones del pasado correntino con el
uruguayo se centraron en la acción de José Artigas, lo que obligó a los
historiadores de aquella provincia a explicar la adhesión al caudillo oriental,
al mismo tiempo que demostrar la voluntad permanente de Corrientes de
permanecer unida a la “nación argentina”. Esta situación se observa ya en el
temprano diálogo encarado con la historiografía uruguaya, la cual inicialmente
estuvo marcada por la influencia de la historiografía argentina de matriz
unitaria. La autonomización de la
disciplina en Uruguay fue lenta, ya que comenzó con la fragmentación del
espacio historiográfico rioplatense al finalizar la guerra de la Triple Alianza
y se desarrolló durante la “modernización” (entre las décadas de 1870 y 1920).
La oligarquía gobernante recurrió a los historiadores para crear una historia
nacional que contribuyera a afirmar la viabilidad del Estado uruguayo.
Francisco Bauzá, político conservador adscripto a la tradición política del
coloradismo y destacado historiador, en la Historia de la dominación española en Uruguay creó uno de los primeros
relatos de los orígenes de la nueva nación. Aportó los referentes fundamentales
de la “tesis independentista clásica”, que se transformó en “historia oficial”. Una de las primeras vinculaciones entre la
historiografía uruguaya y la correntina
se produjo con la polémica entre Francisco Bauzá y Ramón Contreras a través de
las páginas del periódico El Siglo de Montevideo, en 1870. Bauzá, en su artículo “José Artigas (Estudio
histórico)”, del 4 de septiembre, admite, en relación con los crímenes atribuidos a Artigas, que
Perugorría fue fusilado pero lo justifica argumentando que era un traidor. Contreras contesta en el mismo periódico que
Corrientes se inclinaba a la unión con la Banda Oriental pero que Perugorría
entendió que “no podía adherirse a esa unión a trueque de renunciar a los
sentimientos que la ligaban con las otras provincias del Virreinato con
carácter no menos importante”, por lo que rescata su perfil de héroe. Mantilla no dejó de concentrarse en este
tema. Tanto en los Estudios Biográficos como en su posterior Crónica Histórica,
para la reconstrucción del período artiguista utilizó las memorias del abuelo de su esposa, Fermín Félix Pampín,
al que consideraba un informante clave. Sobre
Andrés Guacurarí y Artigas, el general artiguista de origen guaraní que
invadió Corrientes en 1818, sostiene: “Es bien sabido, por tal, pública, la
rebajada como escandalosa conducta del Gral. Dn. José Artigas y por lo tanto se
deja conocer la moralidad que al lado y en la escuela de aquel patriarca de la
anarquía, se imprimía en el alma de Dn. Andrés, y que elevado éste al rango de
jefe de las Misiones, se le harían familiares el asesinato, el robo con
descaro, la tiranía y la despotiquez, la desdeñosa y soberbia altivez, la embriaguez consumada, la vida disoluta y
escandalosa”. (Mantilla, 2004: 126) Mantilla
no expone dudas sobre la validez de los testimonios de quien considera un
“historiógrafo competente”, con opinión
autorizada por su educación y posición social, pero fortalece su reconstrucción
del período apoyándose además en el testimonio del comerciante inglés J. P.
Robertson, que es coincidente en sus apreciaciones. No obstante, ignora las
cartas de las hermanas Postlethwaite, también publicadas en Cartas de Sudamérica,
en las cuales una de las jóvenes inglesas describe la experiencia de su familia
en Corrientes durante el período en que Andrés Artigas ocupa la capital. En ellas se ofrece una imagen más favorable
del líder guaraní, que podía compensar la descripción absolutamente negativa
que aportaba Mantilla: “(...) Campbell hizo decir a mi padre que era
conveniente llevarnos a la plaza para presenciar la entrada de los indios,
porque Andrés lo vería con agrado, como una atención hacia él y quedaría
reconocido. Fuimos, pues, a la plaza, según se nos indicó, no sin cierta
aprensión, realmente inmotivada. La entrada del ejército indígena se efectuó en
calma y buen orden. Formó el ejército en la plaza y después se fueron los
soldados a sus cuarteles. El general y los oficiales asistieron a una misa que
se cantó en la iglesia de San Francisco. La buena conducta de los indios era de
agradecer porque habían sufrido muchas penalidades (...)” (Robertson, 1950:
107) Mantilla percibía el artiguismo
como un período anómalo en la historia correntina, que había interrumpido el desarrollo
natural de sus instituciones y de los rasgos de su sociedad. Este curso natural
se retomaría en 1821, año en que la elite urbana de Corrientes recuperó el
manejo de sus instituciones y logró ingresar en la etapa de organización que
condujo a sus primeros ensayos constitucionales. En 1897finalizó la elaboración de su obra culminante,
la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes que, a raíz de su frustrada
publicación en esosaños, sería editada en 1928 por sus descendientes. En ella mantiene
inalterable la imagen negativa del artiguismo que había ensayado en los Estudios
Biográficos y que impregnó fuertemente la tradición historiográfica local que su
obra inauguraba. En Mantilla, la provincia muestra un desarrollo paralelo al surgimiento
de la nacionalidad; su personalidad histórica se configura en un largo proceso que
arranca en los tiempos coloniales, tanto en el aspecto territorial como en los
rasgos peculiares de su sociedad: el pueblo correntino es un pueblo heroico e
indómito, capaz de realizar los mayores sacrificios y de sobreponerse a las
grandes adversidades. Iniciado el
período revolucionario, el primer error que Mantilla adjudica al gobierno
central, al que califica de nacional, fue el haber colocado las milicias
correntinas bajo las órdenes de Artigas, dando legitimidad al caudillo peligroso. Cuando
el gobierno central le retiró su confianza, ya había sido sembrada la semilla de la anarquía. La política
“egocéntrica” de los gobiernos centrales, que sólo atendía los intereses inmediatos
de Buenos Aires, arrastró a las provincias como Corrientes a reiterados
sacrificios, que derivaron en la tendencia a la autonomía que, vista como
“solución salvadora”, facilitó el camino a la dominación artiguista (Mantilla,
1972). Frente al artiguismo, asociado a
la barbarie y la opresión, se elevó una elite de sentimientos nacionalistas que
pretendía sustraer a la provincia de esa ominosa dominación. Mantilla no utiliza los calificativos de segregacionista
y antinacional, comunes en las obras de Vicente Fidel López, pero sostiene que
al ser declarado traidor, Artigas precipitó sus planes y avanzó sobre el
litoral sin importarle la suerte de la patria, abrumada entonces por las
exigencias de las guerras de independencia. Dentro de la elite correntina apareció la figura de Genaro Perugorría, quien decidió
combatir al artiguismo desde sus propias filas, desarrollando la arriesgada estrategia
de simular su adhesión al caudillo. Para Mantilla, Perugorría y José Simón
García de Cossio compartían el
pensamiento de los que creían que “la federación institucional, o cuando menos
una independencia local moderada, que pusiese a los pueblos en el mismo pie de
igualdad y de injerencia constante en los negocios nacionales, era la forma de
gobierno conveniente al país” (Mantilla, 1972). La derrota y muerte de Perugorría devolvió a
la provincia al dominio artiguista e inauguró la etapa de la anarquía, en la
que ciudad y campaña se vieron sometidas a la voluntad de los caudillos Blas
Basualdo y Andrés Artigas, que la sumieron en “plena barbarie”. Es precisamente
a través de la actuación de sus lugartenientes que Mantilla juzga la “barbarie”
de Artigas, apropiándose de la tradición oral que conservaban las familias de la elite que habían
experimentado laacción de sus subordinados, pero que no habían entrado en contacto con
el caudillooriental. Este período es percibido como una etapa de opresión en la que
los hombres de Artigas no solamente alteraron el orden social, sino que además
usurparon las instituciones de la provincia y la sustrajeron del cuerpo de la
nación (Mantilla, 1972). La imagen que
aporta Mantilla de los caudillos Francisco Ramírez y Estanislao López no está muy
lejos de la que proporcionara la historiografía tradicional. Engreídos,
aventureros y ambiciosos, pretendieron heredar el poder de Artigas, “invocando
generosos anhelos de libertad para los pueblos, pero con el fin menguado de suplantarlo
en el despotismo sobre las pprovincias encadenadas por el caudillo oriental”.
Advierte una continuidad entre la etapa artiguista y la república entrerriana,
aunque en la comparación el dominio de Ramírez aparece como un “mal menor” y le
reconoce “ciertos ímpetus de bien público que hicieron más llevadera su omnipotencia” (Mantilla, 1972). Esta caracterización negativa le impide
asociar el caudillismo con el origen de las ideas federales; aspecto en el
cual tiende a exaltar la figura de jurista de José Simón García de Cossio y la
de estadista de Pedro Ferré. No obstante su inalterable posición frente al artiguismo, coincidente
con las opiniones que habían postulado Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, y
su enojo ante el tratamiento de “patriarca de la federación” (Mantilla, 1884:
15) que le otorgaban por entonces algunos autores, Mantilla no entró en
polémicas con los historiadores del a región, a quienes parece ignorar, a pesar de la presencia cercana de
un temprano defensor de Artigas en territorio entrerriano –Benigno Tejeiro
Martínez- y de la
naciente historia tradicional uruguaya —Carlos María Ramírez, Clemente
Fregeiro, Francisco Bauzá, Juan Zorrilla de San Martín, entre otros—, que
dedicara todos sus esfuerzos a lograr la redención del caudillo que permitía fundar los
orígenes de la nacionalidad en el Estado oriental (Frega, 1998). La alusión de Mantilla hacia los tempranos
defensores de Artigas podría aludir tanto a los historiadores uruguayos como a
Benigno Tejeiro Martínez, precursor de la historia entrerriana, que desde 1881
rebatía con vehemencia la imagen negativa de Artigas creada por la tradición
liberal, especialmente los calificativos que consideraba ofensivos, utilizados
por Vicente Fidel López. Su reivindicación de la figura de Artigas, y en
general de todos los caudillos del período, resulta una de las más tempranas
que podría registrar la historiografíarioplatense. En su defensa de la figura del caudillo oriental, Tejeiro
Martínez argumenta que los hechos del pasado argentino fueron “adulterados por
la pasión partidista” de historiadores del Río de la Plata que dieron “demasiada
importancia (...) a la tradición pasionista propalada y transmitida de padres a
hijos con todo el rencor y el odio profundo engendrados en aquellas titánicas
luchas entre el elemento urbano que pretendía absorber las funciones del estado
y el elemento popular, rural, diremosasí, tan amante de suyo de la libertad absoluta (...)”. La forma en que presentan los hechos estos
historiadores sólo había servido, desde su punto de vista, para enaltecer a
unos y denigrar a otros (Martínez, 1902: 121-122). La explicación de los acontecimientos que proporciona Martínez
pretende corregir a los historiadores porteños y fundamentar que Artigas
siempre adhirió al pensamiento revolucionario. Los problemas entre éste y los gobiernos centrales se debieron, según
este autor, a la inclaudicable defensa de la autonomía y de la idea de federación
que ejerció Artigas y a la postura hegemónica e intransigente que sostuvo
Buenos Aires. Por eso, la causa de la guerra civil tiene menos que ver con las
posibles actitudes separatistas de los caudillos que con los intentos
reiterados de Buenos Aires por imponer su voluntad. Artigas fue la cabeza
visible de la resistencia contra el poder de Buenos Aires, encarnó la idea
federativa a partir de 1811, siguiendo la brecha abierta por el arreglo al que
había arribado la Junta con Paraguay, y desde entonces los gobiernos centrales
se empeñaron en contrariar esa tendencia.
La acción de Artigas, según Martínez, pretendió devolver a la revolución
sus orígenes democráticos desvirtuados luego por Buenos Aires, razón por la
cual su influencia trascendió a todo el litoral y Córdoba, y no fue resultado de
un intento de subyugarlas. Esta interpretación le permite reclamar para la
actuación del caudillo oriental un análisis desapasionado que considere el
medio y las circunstancias en las que actuó; sólo en este contexto se podría
evitar que todos los males ocurridos entre 1812 y 1820 fueran adjudicados a la
personalidad de Artigas. Si bien no encarnaba las aspiraciones “argentinistas”
de Ramírez y López, sino más bien las tendencias orientales que llevarían de la
autonomía en la federación a la independencia, no fue el único responsable de la separación definitiva de la provincia
oriental: “conviene dejar sentado que los caudillos no habían soñado jamás en
la independencia absoluta y si la República Oriental llegó a obtenerla no fue
tan solo por el esfuerzo de Artigas, de Rivera, ni de Lavalleja, sino por un
hecho accidental, la guerra entre la Argentina y el Brasil”. Para Martínez,
el Directorio tuvo su responsabilidad al permitir a los portugueses apoderarse
de la Banda Oriental por “simple odio a Artigas” (Martínez, 1902: 267,
280-281). En el primer tomo de su Historia de la Provincia de Entre Ríos,
Martínez intenta un diálogo con la obra de Mantilla, a quien considera un
“panegirista entusiasta” de Perugorría (Martínez, 1902: 241). Allí rebate la imagen
de “mártir” del joven correntino construida por Mantilla y sostiene que sus
acciones constituyeron un acto de traición hacia Artigas, bajo cuya protección
se había colocado el gobierno legal de Corrientes. Mantilla culmina la Crónica en 1897 y, a pesar de que se dedica a corregirla
hasta 1909, año de su muerte, no polemizaría al respecto. Tampoco se hizo eco
de los múltiples defensores que ya por entonces tenía Artigas en el Uruguay, por
lo que el diálogo entre ambas historiografías iniciado tempranamente con la
polémica Bauzá-Contreras no tendría continuidad.
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