Rosas

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martes, 27 de febrero de 2024

La Bandera, Belgrano y Corrientes.

por Jorge Enrique Deniri
El 27de febrero de 1812, Belgrano estableció dos baterías de artillería en ambas orillas del río Paraná, próximas a la entonces pequeña población conocida como Villa del Rosario (la actual ciudad de Rosario). En esa misma fecha, hacia las 1830 horas, y en solemne ceremonia, Belgrano dispuso que fuera por primera vez enarbolada una bandera de su creación (se presume que de dos franjas horizontales, blanca la superior y celeste la inferior). La tradición señala que esa primera bandera izada por Belgrano fue confeccionada por una vecina de Rosario de nombre María Catalina Echevarría de Vidal y quien tuvo el honor de izar la enseña fue un civil, Cosme Maciel, también vecino de Rosario. En esta ciudad se encuentra el Monumento Histórico Nacional a la Bandera asentado en el Parque nacional a la Bandera”.
El posteo, transcribe luego las igualmente hermosas palabras que también la tradición ha consagrado como texto de la Arenga con que Belgrano exaltó el ánimo de sus hombres en aquella oportunidad expresando: “¡Soldados de la Patria! En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excelentísimo Gobierno: En aquel, la batería de la <<Independencia>>, nuestras armas aumentarán las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo <<¡Viva la Patria!>>.
La arenga es el discurso típicamente militar, de soldados, pronunciado singularmente en momentos de exaltación, para motivar a los hombres de armas a empuñarlas como es debido. Manuel Belgrano era asombroso para llevar a lo más alto el espíritu de sus soldados. Incluso en plena batalla era capaz con sus palabras de arrastrar a sus hombres para que lo siguieran en esos actos que gustamos de imaginar en los héroes, pero que rara vez alcanzan la altura, dan la medida y marcan varas tan altas como las belgranianas, en Paraguarí y Tacuarí, cuando sus atributos de Jefe, sus dones de magnífico conductor, los acaudillaron de un modo que el mismo adversario supo hidalgamente reconocer, acordando una capitulación que otorgaba al denuedo un laurel de aquellos que justifican sostener que, si se ha comportado como corresponde, al derrotado le cabe también su cuota de gloria.
Para Corrientes y para los correntinos, el Manuel Belgrano militar, soldado, más que soldado, guerrero, es especialmente significativo, porque es con Belgrano que los correntinos entran por primera vez en batalla durante su expedición al Paraguay, Así pudieron ver y palpar de primerísima mano la fibra y el temperamento del héroe, que atravesó de sur a norte el territorio provincial, enfrentando primero calores y sequía, y después lluvias torrenciales, improvisando materiales de franqueo para atravesar nuestros infinitos cursos de agua, soliviantando hasta voluntades infantiles como la de Pedro Ríos, que como un precursor del Tamborcillo Sardo, marchó a la liza pare encontrar la muerte pero haciéndose inmortal.
Y no nos olvidemos que le debemos igualmente el primer Pueblo Patrio, y eso también en Corrientes. La deuda emocional de Corrientes con él, es inconmensurable, pero no lo es menos la de esa Patria nuestra por la que lo dio todo, y que, entre tantos dones, le debe nada más y nada menos que dos de sus símbolos.
Y la reflexión capital que se me ocurre, es tal vez herética, pero no por eso menos valiosa para ser sopesada: De acuerdo, ¿Qué sería nuestra Bandera sin Belgrano? Y ¿Qué es Belgrano sin nuestra Bandera? Creo que son indivisibles. Imposible imaginar a la una sin el otro, porque como decía aquella ancestral canción escolar, entre sus franjas está “el alma de Belgrano”.
Por eso, a mí, y estoy seguro que a muchos más también, esa Bandera ¡me representa!, por más que voces apátridas como la de la diputada Miriam Bregman puedan pretender lo contrario.
Pero creo que también es necesario reflexionar sobre qué le seguimos debiendo a Manuel Belgrano los correntinos, nativos y por opción, porque con todo lo que nos entregó en aquel momento verdaderamente fundacional del año 1810, no hay fechas de nuestro calendario que honren de modo apropiado sus acciones en nuestro medio. Porque es o debiera ser un héroe correntino más, ocupando en nuestro panteón un sitio equivalente sino superior al de nuestros grandes. Por cierto, nuestros antepasados no vieron con buenos ojos su actuación del año 1811, que con el paso del tiempo se tradujo en la pérdida definitiva del Ñeembucú a manos del Paraguay. Pero ha pasado tiempo suficiente para que las razones de esas antiguas rencillas hayan perdido entidad, y dejen de proyectar sombras imprecisas sobre uno de los Padres de la Patria.  Y aquí se me ocurren dos reflexiones más, una sobre la Bandera y otra sobre la jerarquía de los héroes.
Cuando la invasión paraguaya a la Provincia de Corrientes, Pedro Igarzábal, uno de esos grandes correntinos dignos de más memoria, que unos años después cayó víctima de la epidemia, en su puesto, al frente de la provincia, escribió un diario en el que prolijamente narró los sucesos desde la llegada de los invasores, hasta la incursión de Paunero, que temporariamente retoma la ciudad en el mes de mayo. Uno de sus asientos, habla de la bandera que los partidarios de los paraguayos, los “paraguayistas”, enarbolaban en “La Casillita”, que era el resguardo ubicado en la Punta San Sebastián. Igarzábal los critica acerbamente por alzar la que considera la enseña de la desunión nacional, que en última instancia, era, presumiblemente, la que hoy honramos como Bandera de Corrientes. Según me relató Diego Mantilla, el que nuestra Bandera provincial haya prácticamente desaparecido por tantos años, hasta la década del 80 del siglo pasado, se habría debido a esas circunstancias.
Así, quizá debamos evaluar en qué medida la proliferación de banderas beneficia o desvaloriza a la Bandera Nacional, y en un país más necesitado de unidad que nunca, esa “poligamia banderil” obra en sentido contrario.
No estoy sugiriendo que se supriman las banderas y estandartes, sino que debe reflexionarse con qué significaciones se los carga, y que en ese sentido, el más alto valor indubitablemente, debe ser asignado a la Bandera Nacional, y todas las demás deben estar muy por debajo. Y, personalmente, creo que no debe otorgarse significación alguna, ni siquiera decorativa, a esas enseñas multicolores, ajenas por completo a nuestra cultura, que pretenden, y poco menos exigen, ser colocadas al mismo nivel de nuestra enseña Patria. Por otra parte, así como es irrelevante el papel jugado por el Reglamento de Belgrano para los pueblos misioneros, porque lo desautorizaron y nunca pasó del papel, es falso que, más allá de algunos simbolismos, como el sol de rostro incaico, los asambleístas de 1813 hayan pensado compartir el poder con los primeros pobladores. Sería hermoso que hubieran llegado tan lejos, pero cualquier análisis serio, que supere lo retórico, nos mostrará que no fue así. La correspondencia misma de Belgrano en su hégira paraguaya, muestra que tiene una opinión más bien pobre de los indios, al menos como soldados.
El último, pero no el menor de los ángulos del tema de esta nota, es el referido a la proliferación de los héroes.
Personalmente, por el profundo respeto que me inspiran las acciones de quienes nos precedieron, dejando de lado todas las filias y fobias, creo que el panteón de nuestros héroes está muy bien hecho y consolidado. Que así como es inaceptable que se derribe sin más a las figuras consagradas en el ayer, se fabriquen nuevos próceres que ocupen el sitial de los antiguos o los reemplacen.
La iconoclastia siempre es censurable, pero no menos discutible es el deseo de poner al mismo nivel a figuras que tienen un mérito propio indiscutible, pero que de ningún modo pueden instalarse en el estrechísimo espacio que le cabe sólo a los más grandes. El podio de la gloria es mucho más exquisito que el de cualquier Olimpíada.
Específicamente, estoy haciendo referencia a José de San Martín y Matorras, y a Manuel del Corazón de Jesús Belgrano, Los Padres de la Patria. Todos los demás están por debajo, por buenos que hayan sido, no dan la medida, sobran.

viernes, 9 de febrero de 2024

Los invitamos al ZOOM SOBRE HISTORIA: FEBRERO DEDICADO A MARTÍN MIGUEL DE GUEMES Y A JUAN FACUNDO QUIROGA.

 Julio Otaño le está invitando a una reunión de Zoom programada.


Tema: Zoom meeting invitation - Reunión de Zoom de Julio Otaño

Hora: 11 feb 2024 19:00 HS


Entrar Zoom Reunión

https://us04web.zoom.us/j/4854245424?pwd=MHBRcEF4OUMzYmNENENUVkNyTFVrZz09&omn=72103267156


ID de reunión: 485 424 5424

Código de acceso: julio




La Historia, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de vida

Por Alberto Vidal Guerrero
La Historia, afirmaba Cicerón, es luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida. Esta cita latina nos puede ayudar a entender mejor qué es la Historia como ciencia y cuál es la responsabilidad de los historiadores.
Muchos piensan que la Historia son una sucesión de datos objetivos los cuales describen de forma positiva los acontecimientos que sucedieron en el pasado. Nada más lejos de la realidad. Por otro lado, las corrientes posmodernistas sitúan la subjetividad como algo central en la construcción de la historia, es decir: hay tantas verdades y construcciones de la Historia como personas o grupos en el mundo. Puro relativismo.
Por ello mismo traemos esta cita de Cicerón, donde el orador latino no nos dice que la Historia sea “la verdad”, sino la que la ilumina. Es decir, es como un farolillo que nos va mostrando el camino a seguir, siendo lo más importante la actitud en la búsqueda que la propia lumbre, pues ésta a veces alumbrará más y otras menos.
La Historia es vita memoriae, vida de la memoria, no la memoria en sí, sino aquello que le permite respirar. Muchas veces volver a nuestra infancia o juventud nos permite recordar quienes somos, así lo mismo con la sociedad, el pasado nos habla de nuestro presente y de nuestro futuro, por ello también es la Historia magistra vitae.    Por todo esto, la Historia no puede ser una simple adquisición de conocimientos alejados de nuestra existencia y la existencia de nuestro mundo, sino que debe ser concebida como aquellas palabras que nos decía nuestro padre o abuelo, cargadas de experiencia y sabiduría, y que nos guían y acompañan en nuestra vida.
Así pues, por poner un ejemplo, un hecho objetivo como el descubrimiento de América no debe ser considerado simplemente como una anécdota. En 2009 el presidente Barack Obama proclamó el 9 de octubre como día de Leif Erikson, un vikingo noruego que sobre el año 1000 llegó a las costas orientales de Norteamérica. Curioso que el día oficial de este “descubridor” sea tres días antes del avistamiento de tierras americanas por las tres carabelas hispanas capitaneadas por Colón. Si tratáramos el descubrimiento como una anécdota aislada, entonces tanto valdría el descubrimiento de Erikson como el de Colón, incluso situaríamos como más importante el del vikingo solamente por el hecho de que “llegó primero”.
Entonces es cuando llega el farolillo de la Historia, que va más allá de la simple anécdota y no se ciñe al pasado únicamente, sino que ilumina el camino, el ya recorrido, el que ahora recorremos y el que nos queda por recorrer. Y la Historia se pregunta, investiga y no encuentra casualidades. La cultura nórdica se considera a sí misma como originaria de una raza superior, de ahí surgen las grandes controversias raciales del norte de Europa y Norteamérica, controversias que no se encuentran en el mundo latino. Existen innumerables diferencias entre las culturas nórdica y latina, diferencias que se gestaron a lo largo de la historia y cuyas concepciones del hombre y del mundo en el que vive pueden marcar, aún en la actualidad, los destinos de los pueblos y de la sociedad en general.
El conocimiento de estas diferencias entre los muchos acontecimientos, corrientes y personajes de la historia, lo que implicaron y lo que ahora implican, lo que supone recordarlos u olvidarlos, darles mayor importancia o menos, investigarlos etc. todo ello es lo que forma la tarea del historiador. Por ello mismo los historiadores no somos enciclopedias andantes, sino profesionales que aprendemos a guiarnos por esa luz, analizar los hechos desde una perspectiva integral y reflexionar sobre ellos, con el objetivo de compartir lo que descubrimos para que nuestro trabajo contribuya a construir toda una cultura del bien común.

sábado, 20 de enero de 2024

Evita, “irrecuperablemente” peronista

 Por Aldo Duzdevich

Hace un par de años, conversando con una joven compañera jujeña, se me llenó la cabeza de dudas. Puteaba tanto a Perón diciendo que era facho, creador de la Triple A y todo ese discurso tan difundido, que en un momento le pregunté: ¿si vos puteás tanto a Perón, desde dónde te sentís peronista? Su respuesta fue: “de Evita, yo soy peronista de Evita”.  En verdad, no es el único caso que conozco. Existe una construcción imaginaria de un peronismo de pureza revolucionaria, no contaminado con militares –como el general Perón y otros– ni con sindicalistas morochos de dudoso aspecto, ni con pensamientos cristianos –aunque los predique un Papa– ni de toda esa confusa fauna peronista.  Pero el peronismo tiene 75 años de historia: tres cuartos de siglo. Por aquí han pasado todos, los mártires, los héroes, los buenos, los más o menos, y algunos francamente malos. Pero al final quedan los balances. Y en los balances históricos, el peronismo es la única fuerza nacional y popular munida de una doctrina futurista que es capaz de cuestionar la hegemonía del capital concentrado internacional.  A pesar de los pesares, sigue siendo una gran fuerza política con un enorme arraigo popular, por eso algunos buscan apropiarse de sus mitos, de sus símbolos y de parte de su historia. En este intento de apropiación, desde el progresismo, desde la izquierda e incluso desde algún “republicanismo”, toman la imagen de Evita, la separan de Perón y el peronismo, y la reinventan como bandera de un nuevo cóctel político.  Es tan fuerte y ruidoso ese discurso que finalmente uno duda. ¿Será que en realidad Evita había leído a Marx –o a Marta Harnecker– y en 1945 se proponía crear el partido de la vanguardia revolucionaria que condujera al proletariado hacia la revolución socialista? ¿Será que el mensaje subliminal de La Razón de mi Vida era ese y no lo vi?  Bueno, navegando en estas confusiones en las que solemos caer los creyentes, encontré en las páginas de La Izquierda Diario la respuesta a mi crisis de fe: según ellos, Evita era profunda e incurablemente peronista de Perón. La nota lleva por título: “Hace cien años nacía Eva Perón, una figura controvertida”. La frase “figura controvertida” me motivó a leerla. La firma Soledad Domenichetti, quien confiesa que su abuelo materno el día que murió Evita “descorchó una sidra para festejar” y que su abuela paterna “no paraba de llorar”. 

No aclara cómo estaba planteada la lucha de clases en esa familia.  Veamos la línea que baja el diario del partido. Dice Soledad: “Hay que tener en cuenta que los primeros años del gobierno peronista se correspondieron con un período de bonanza económica excepcional en los años de la inmediata posguerra, lo que explica las posibilidades de brindar importantes concesiones a la clase trabajadora; a cambio de la subordinación del movimiento obrero y sus organizaciones al Estado. Y, a su vez, ayudaron a construir el mito de Evita como ‘abanderada de los pobres’”. Anotemos: el peronismo dio importantes concesiones a la clase obrera “a cambio de la subordinación del movimiento obrero y sus organizaciones al Estado” y eso ayudó a construir el mito de la “abanderada de los pobres”.  “En 1948, se creó la Fundación Eva Perón (…) que se ocupó de brindar derechos elementales que debía garantizar el Estado, intentando desligar en la conciencia de los trabajadores sus luchas de la obtención de estos derechos. De esta forma el papel de Eva le permitía al régimen peronista simbolizar el protagonismo de los trabajadores y el pueblo pobre acompañando al proyecto burgués de Perón, perdiendo de esta forma su independencia política”. Anotemos: el papel de Evita era “brindar derechos elementales” y “simbolizar el protagonismo de los trabajadores (…) acompañando al proyecto burgués de Perón”.  “El 9 de septiembre de 1947 finalmente se sancionó la Ley de Sufragio Femenino. (…) La discusión dentro del peronismo era sobre cómo atender a esa realidad insoslayable, pero intentando que esa incorporación de las mujeres a la vida electoral fuera controlada: de ahí la conformación del Partido Peronista Femenino. La campaña por el voto femenino comenzó en enero de 1947 con una serie de discursos que pronunció Eva (…) y fue uno de los ejes que le sirvió para la construcción de su liderazgo. Al colocarse al frente de la campaña, capitalizó toda una historia de luchas infructuosas de grupos feministas y sufragistas de las últimas décadas. (…) Es por esto que ha quedado en el imaginario que fue Eva Perón quién otorgó el derecho al voto. El peronismo aprovechó la lucha de décadas que las mujeres traían consigo, sumándose de manera tardía a la pelea por el voto femenino”. Anotemos: Evita hizo mera demagogia –o populismo, lo llamarían ahora. Se apropió de las sufridas e infructuosas luchas “de los grupos feministas y sufragistas”. Es que el peronismo suele hacer esas maldades: apropiarse de infructuosas luchas de la izquierda y darle nuevos derechos al pueblo.  Se pregunta Soledad: “¿Evita feminista?”. “Hoy, en tiempos de marea verde, para algunos sectores Evita parece haberse transformado en un ícono feminista. ¿Lo es realmente?”. “La concepción de Eva (y con ella la del peronismo) sobre el rol de la mujer está desarrollada en la tercera parte de La razón de mi vida.  Uno de los aspectos que más se destacan es sobre la cuestión de las mujeres y el hogar. Ese lugar, al tiempo que es tradicional y conservador, también se renueva. Pero esa renovación se hace en clave de revalorizar el lugar de mujer-esposa-madre, reforzando los estereotipos femeninos. Decía Eva: ‘El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino’. El peronismo les planteó a las mujeres que el mundo necesitaba ‘más hogares unidos y felices’”. Sonamos. Según nos cuenta Soledad, Evita tampoco era feminista.  Por si alguno insiste en considerar a Evita como la Fidel Castro en versión mujer, Soledad nos aclara: “La construcción del mito en relación a su personalidad y su rol como protectora y abanderada de los más pobres no escapó a las intencionalidades políticas del momento. Su figura ayudó a forjar la idea de que los trabajadores y sectores populares tienen que seguir líderes buenos y salvadores, en lugar de tomar en sus manos su propio destino y convertirse ellos mismos en sujetos de transformación real”. Anotación final: “Su figura ayudó a forjar la idea de que los trabajadores y sectores populares tienen que seguir líderes buenos y salvadores”. Líder bueno y salvador… no debe ser otro que el mismísimo Juan Domingo Perón.  Bueno, siempre pensé que no hay una Evita diferente al pensamiento y a la acción de Perón. Mucho menos una Evita contradictoria con Perón. O una Evita del látigo, que manipula a un Perón medio sumiso, como la pintó alguna olvidable película argentina. La lectura de la nota de la Izquierda Diario no hace más que confirmar mi presunción. Son trotskistas consecuentes: critican desde su visión al peronismo, y no separan a Evita de Perón y el peronismo. La hacen cómplice. En esto coincido absolutamente. Evita fue y es una parte inescindible del peronismo. Acompañó desde el primero al último de sus días un único proyecto, el mismo de Perón.  Para terminar, voy a citar palabras del compañero escritor Carlos Caramello: “La progresía globalizada ha hecho ingentes esfuerzos por apropiarse de Eva. Desarraigándola de su amor por Juan Perón, que era como su Patria. (…) Eva Perón, para mí, nace como Necesidad, vive como Pasión y se proyecta como Certeza. Pero, para comprenderlo, hay que tener un corazón peronista. Las cabecitas progres perfumadas, seguramente seguirán con su intento de apropiarse del mito, pero sólo su Pueblo, el Pueblo de Eva Perón, estará habilitado a llevar su nombre como bandera a la Victoria”.

jueves, 11 de enero de 2024

Lo de Rucci no fue la CIA: “fuimos nosotros”

Por Aldo Duzdevich
El 25 de septiembre de 2021 el compañero periodista Martín García publicó en NAC&POP una nota titulada “Rucci, los Montos y la CIA”, con un epígrafe entre comillas: “A Rucci lo mató la CIA” (Rodolfo Walsh). No brinda el origen de la cita de Walsh, y es la primera vez que la leo. Pero vuelve ahí Martín con el intento de reconciliar a Firmenich con Perón, formulando la teoría conspirativa de que a Rucci lo mató un misterioso comando paramilitar de la CIA.   En Historia se trabaja con hechos y con interpretaciones. Los hechos son de carácter objetivo y las interpretaciones están condicionadas por la subjetividad de quien las hace. En este caso, el hecho es que un comando acribilló a balazos al secretario general de la CGT dos días después de que Perón ganó su tercera presidencia en 1974, y que en ese momento ninguna organización reivindicó el asesinato. Entonces surgió el “fue la CIA”, la interpretación más común entre la militancia política, incluyendo a los cuadros de base montoneros. Nadie más que el peor enemigo del Movimiento Nacional podía cometer un crimen de esta naturaleza en ese momento histórico. Ese asesinato solo beneficiaba a los golpistas, a la oligarquía y al imperialismo yanki, como muy bien lo desarrolla Martín en su nota.
Pero la sorpresa fue mayúscula cuando esa noche y los días siguientes en voz baja los cuadros de conducción de Montoneros bajaron a sus bases el “fuimos nosotros”. Recién dos años después, en el número 5 de Evita Montonera de Junio-Julio de 1975 la organización Montoneros –en su órgano de prensa oficial– reconoció la autoría del “ajusticiamiento” de Rucci, junto a otros 15 “ajusticiamientos” que no había asumido públicamente en su momento.  Martín García construye su interpretación a partir del siguiente planteo: “Cuando hay un asesinato, para averiguar quién fue el asesino la pregunta de rigor es a quién beneficia esta muerte”. Y se responde: no se benefició el sindicalismo, ni Montoneros, ni la burguesía nacional, y sí se beneficiaron la oligarquía y el imperialismo yanki. Comparto totalmente esto último. Ese razonamiento fue el que un sector muy importante de militantes montoneros hicimos, y cuya conclusión fue: “si estamos en una organización cuyas acciones se confunden con las de la CIA y benefician al enemigo, estamos en el sitio equivocado”. Así nació la JP Lealtad, disidencia que nos costó desde una campaña de acusaciones descalificatorias que aún hoy perdura, hasta haber sido condenados a muerte o que pusieran bombas en nuestros locales. No sé dónde militaba en ese momento Martín, pero si hubiese escrito eso mismo en 1973 se habría enfrentado a las condenas descalificatorias de Descamisado o del diario Noticias dirigido por Bonasso.   
Existen teorías conspirativas del otro lado que aseguran que Montoneros fue creación del ministro de facto Francisco Imaz y de los servicios de Inteligencia del Ejército. O que Aramburu murió en el Hospital Militar y no en Timote, fusilado por Abal Medina. Estas teorías no tienen ningún asidero fáctico, salvo las suposiciones del estilo “a quién beneficia su acción”. Interpretaciones como las de Martín –“fue la CIA”– refuerzan estas teorías: si los ejecutores materiales fueron cuadros montoneros, pero la orden fue de la CIA, eso daría pie a creer que Firmenich siempre fue un agente del Batallón 601 al servicio de la CIA. Por mi parte, lo considero un personaje de pocas luces y bajo nivel político e intelectual –y con una enorme soberbia–, pero no existe ninguna prueba valedera para tildarlo de traidor a los suyos o de agente del enemigo.   Respecto a la veracidad de la autoría del hecho, algún pasado de copas dirá que el Evita Montonera también fue escrito por la CIA para engañar a los historiadores. Si fue así, los engañados somos muchísimos. Paso a transcribir algunos de los testimonios de reconocidos exmilitantes.
Miguel Bonasso, escritor y exmontonero: “El Pepe Firmenich, de manera fría y seca, nos confirma oficialmente que Rucci fue ejecutado por la Organización. Lo explica en términos estratégicos: la lucha contra el vandorismo… y su responsabilidad en la masacre de Ezeiza. (…) No estoy de acuerdo y lo digo. (…) Firmenich da largas explicaciones e incluso sugiere que el capo de la UOM, Lorenzo Miguel, le dio luz verde al atentado. (…) Al otro día fuimos a cenar con Lino Roque, que me contó con pelos y señales el atentado contra Rucci” (Bonasso, 2000: 141).
Juan Gelman, poeta y exmontonero: “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia de la clase obrera; se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa para que equilibrase su juego político entre la derecha y la izquierda. Cuando se produce lo de Rucci en septiembre de 1973 y lo de Mor Roig después, hay gente de distinta procedencia que no está de acuerdo. Como conclusión, lo de Rucci iba a cercenar el apoyo de la clase obrera y lo de Mor Roig los apoyos de la clase media” (Mero, 1987: 101).
Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de la Nación (2003-2012): “No tengo dudas de que a Rucci lo mataron los Montoneros y FAR, que acababan de fusionarse. Lo hicieron con un propósito múltiple: en su delirio habían acuñado la teoría de que había que negociar con Perón, ‘apretándolo con un muerto sobre la mesa’. Al mismo tiempo buscaban congraciarse con Lorenzo Miguel (…) y ajustar cuentas con Rucci. (…) Ni el secretario de la UOM vio con simpatía este crimen, ni a Perón lo ‘apretaron’, sino que se enfureció realmente” (declaración al historiador Santiago Senen González, Todo es Historia, 314, septiembre 1993: 20).  Carlos Mugica, sacerdote: “¿Quién mató a Rucci? Los montoneros. No es lo que yo opino. Lo sé. Los montoneros lo hicieron saber directamente. Le quitaron la alegría tremenda de experimentar a Perón dos días después de ser elegido presidente… Le castraron la alegría y eso es imperdonable. No importa la autocrítica… ¡la cagada que hicieron! Un error tremendo de la burocracia montonera, la nueva burocracia” (en Chivilcoy, noviembre de 1973).   Ernesto Jauretche, exmontonero: “Los compañeros entraron a la casa de al lado como una empresa de pintura. Cuando Rucci salió rodeado de la custodia, estaba completamente a tiro, porque le estaban apuntando de arriba… y además le tiraron una granada” (relato en la película El Golpe, una producción para TV de Anima Films y The History Chanel Latinoamérica, dirigida por Matías Geilburt y locución de Gastón Pauls).   Enrique Gorriarán Merlo, exjefe del PRT-ERP: “La lucha interna entre la izquierda y la derecha peronista se dirimía a tiros. En cambio, nosotros, en todo lo que se refería a dirigentes sindicales o políticos, tendíamos a dirimirlo de otra manera… Igual los Montoneros, poco antes de que asumiera Perón, mataron a Rucci, aunque no se hacían cargo y quedaba la duda. En ese caso tuvimos que sacar un comunicado diciendo que no habíamos sido nosotros; por supuesto que no decíamos quién había sido” (Gorriarán Merlo, 2003: 207).
Juan Gasparini, ex “oficial montonero” y escritor: “Los siete miembros del equipo operativo dirigido por Horacio Antonio Arrue, ‘Pablo Cristiano’, lo acribillaron a perdigones. A dos días del abrumador triunfo electoral de Perón. (…) Si bien no hubo firma pública para la militancia, fue un secreto a gritos que la ‘Traviata’ era la primera opereta de la flamante OPM. (…) Firmenich confesará ante Jorge Asís en Brasil: ‘Nosotros no matamos a Rucci. El error nuestro fue político, no haberlo desmentido en su oportunidad’”. Gasparini reflexiona: “No, pero sí. La equivocación no fue la ejecución, sino el olvido de impugnarla. Si no se la negó fue para capitalizarla entre bambalinas y porque a Perón no debía quedarle duda de quiénes ‘le habían tirado el fiambre’, usando la expresión que volveremos a escuchar en la boca de Firmenich” (Gasparini, 1988: 70).
Carlos Flaskamp, ex “oficial montonero” y escritor: “La idea del comando fuera de control puede ser descartada, porque todas las estructuras estaban bajo control en esta etapa, y también porque sería ilógica, ya que la acción contra Rucci contó con el respaldo orgánico de la conducción y los ámbitos inferiores. (…) En la conducta de Roberto Perdía, quien se autotitula ‘jefe montonero’ y efectivamente lo era en ese momento y también después, hay una evidente intención de embuste cuando un cuarto de siglo más tarde, en su historia lavada de los montoneros, todavía pretende no saber nada del asunto. Lo sabía hasta el último miembro pleno de la organización y tanto más Perdía, que integraba su núcleo nacional de conducción” (Flaskamp, 2007: 122).
José Amorín, ex “oficial montonero” y escritor: “En realidad, el asesinato de Rucci constituyó la forma de zanjar de una vez por todas las discusiones entre Movimientistas y Militaristas. En ese momento en la Conducción Nacional eran ocho. De ellos, cuatro (Firmenich, Hobert, Perdía y Yager) provenían de Montoneros. Tres (Quieto, Roqué, y Osatinsky) de FAR y Horacio Mendizábal de Descamisados” (Amorín, 2005: 253).
Horacio González, exmilitante montonero y escritor: “Yo personalmente imaginé que había una autoría de esa índole y por eso mismo junto a muchas otras personas decidimos dar un paso al costado al poco tiempo de la organización. Rucci es una criatura de él, no era una criatura del peronismo, era un hombre de la extrema fidelidad a Perón. (…) Entonces, creo que Perón valoraba mucho a Rucci, era el secretario general de la CGT y además era el líder de la UOM. Montoneros sabía que si tocaba a Rucci de esa manera –aunque la Historia nunca es fácil de predecir– iba a estar en el límite, y que Perón iba a aceptar esta fuerza antagónica e iba a aceptarlo en conciencia histórica de un modo dialéctico, con negatividad” (La Política On Line, 12-12-2006).
Néstor Verdinelli, exjefe militar de Taco Ralo, FAP: “Montoneros siguió empecinado en dar la lucha en ese terreno superestructural. Esa estrategia culminó con el asesinato de Rucci. Que fue hecho para presionarlo a Perón, para obligarlo a negociar. Error capital, cometido tanto por incapacidad de análisis como por desconocimiento elemental de Perón y su psicología. Rucci era un incondicional de Perón y en su historia no hay nada que justifique matarlo. Allí sellamos la separación de las fuerzas populares y las organizaciones armadas. Después sería sólo un proceso inevitable el ir siendo masacrados a manos de los criminales más crueles de nuestra historia” (Duzdevich, 2015).    Jorge Rachid, exmilitante montonero: “Cuando lo matan a Rucci, estábamos con Greco en la JTP y nos vamos a verlo al Canca en la calle Chile. Empezamos a redactar un comunicado de repudio acusando a la CIA y a los servicios cuando llega un compañero ‘comandante’ que nos dice: ‘¡Paren, boludos, qué están haciendo, si lo hicimos nosotros!’. (…) Para nosotros fue como un mazazo por dos cosas. Primero porque nosotros –pese a estar en JTP– no le teníamos animadversión. Más enemigo nos parecía Lorenzo Miguel, porque en términos de poder político era más fuerte que Rucci, que era el delegado de Perón. Matarlo a Rucci era matarlo a Perón, porque Rucci no tenía otro poder que no fuese Perón. Pero Lorenzo Miguel –que era el jefe del aparato, de las 62, de la UOM, el gremio más poderoso del sindicalismo– estaba hablando con la conducción de la ‘Orga’” (Duzdevich, 2015).
Hernán Patiño Mayer, actualmente embajador en Hungría, cuenta que al día siguiente del asesinato tenían una reunión con el jefe montonero Horacio Mendizábal: “Antes de bajar a buscarlo habíamos estado un rato frente al televisor, mirándolo a Perón en el entierro de Rucci en Chacarita y haciendo nuestras especulaciones. En ningún momento se nos ocurrió la posibilidad de que algún peronista pudiera haber cometido tamaña barbaridad. Bajamos Pedro y yo para ir a buscarlo a Mendizábal. Y en el ascensor le dije: ‘¡qué hijos de puta los del ERP 22 que lo hicieron boleta a Rucci!’. Mendizábal nos miró, casi diría como si fuéramos –tal vez lo éramos– unos pelotudos, y nos dijo ‘fuimos nosotros’” (Duzdevich, 2015).
Pancho Gaitán, exmilitante de la Resistencia Peronista: “Los combativos en el movimiento obrero argentino teníamos una presencia interesante. (…) Sin embargo, éramos parte del movimiento obrero argentino en su globalidad, éramos parte de sus contradicciones, e incluso con el propio Rucci nosotros teníamos contradicciones. Pero de ninguna manera este hecho o las diferencias podrían confundirnos en plantear que su asesinato fuera un hecho revolucionario que sirviera a los intereses del peronismo; al contrario, nosotros creemos que fue un hecho contrarrevolucionario, creemos que fue un vil asesinato y creemos que atentó contra Perón, contra la conducción de Perón y contra el conjunto del movimiento obrero” (Duzdevich, 2015).
Marcela Durrieu, exmilitante de FAP y Montoneros: “La muerte de Rucci fue una provocación abierta. Hasta entonces, salvo excepciones como la muerte de Aramburu, la violencia era contra el enemigo externo y contra objetivos simbólicos. Las organizaciones peronistas no asesinaban personas, y menos civiles, cualquiera fuera su condición política o moral. Los muertos eran en enfrentamientos y, aun así, se consideraban un error en la planificación militar”. El “relato” de Ezeiza fue la excusa para matar personas “en defensa propia”. “Fue una buena ocasión para declararse víctimas del peronismo y en definitiva de Perón” (Duzdevich, 2015).
Vidal Giménez, exmilitante de las FAP y del MVP: “Otra muestra de cinismo político fue la táctica de ‘Operaciones Negras’ dentro de la cual acomodaron el asesinato de Rucci. Cuando nos enteramos por los medios, todos pensábamos que había sido la CIA. Dejamos de ser la organización político militar revolucionaria para convertirnos en una mafia manejada por padrinos: la ética y la moral revolucionaria se iban transformando en el más vulgar maquiavelismo, con el único objetivo de competir con Perón por el liderazgo del Movimiento Peronista con métodos de chantajes constantes, mentiras y violencias” (Duzdevich, 2015).
Arturo Armada, escritor: “Fue clave, el acontecimiento que todo disidente recuerda y menciona como detonante de la disidencia, lo inaceptable, lo insoportable. Que a dos días del triunfo de Perón en las elecciones presidenciales, con el 62% de los votos, se matara al hombre de confianza de Perón, su hombre en el sindicalismo, en la CGT, nos gustara o no. Rucci no nos gustaba, pero matarlo era imbancable” (Duzdevich, 2015).
Miguel Saiegh, economista: “La presencia de Rucci en la CGT era decisiva para sostener el Pacto Social de Gelbard, porque había que generar una instancia de contención que era la CGT. Más allá de que quizás se exageró con los precios controlados o congelados; el acuerdo tripartito estaba; con tropiezos, pero funcionaba. Por izquierda y por derecha se empieza a torpedear el proyecto de Perón. La muerte de Rucci, a los pocos días de Perón presidente, es un hecho gravísimo. No es sólo el daño que le hacen a Perón amputándole uno de sus brazos, es que ese brazo le ayudaba a sostener todo un andamiaje, tanto político como económico-social” (Duzdevich, 2015).
Podría seguir varias páginas más de testimonios. Rescaté solo una parte de los registrados en mi libro La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón, poniendo aquellos cuyos nombres han tenido mayor protagonismo público y pueden ser reconocidos fácilmente. Pero estos son los hechos: el 25 de septiembre de 1973, un comando integrado por militantes de FAR y Montoneros acribilló a balazos a José Ignacio Rucci. No fue la CIA, ni el Mossad, ni la Triple A, ni la interna de la UOM. “Fuimos nosotros”, escuchamos de boca de los jefes de la orga en esos días de 1973.



Referencias

Amorín J (2005): Montoneros, la buena historia. Buenos Aires, Catálogos.

Bonasso M (2000): Diario de un clandestino. Buenos Aires, Planeta.

Duzdevich A, N Raffoul y R Beltramini (2015): La Lealtad. Los Montoneros que se quedaron con Perón. Buenos Aires, Sudamericana.

Flaskamp C (2007): Organizaciones Político Militares. Buenos Aires, Nuevos Tiempos.

Gasparini J (1988): Montoneros. Final de Cuentas. Buenos Aires, Punto Sur.

Gorriarán Merlo E (2003): Memorias. Buenos Aires, Planeta.

Mero R (1987): Conversaciones con Juan Gelman: contraderrota. Buenos Aires, Contrapunto.