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martes, 31 de marzo de 2015

Cronologia de la Gènesis de la Ciudad de Gral. San Martìn

Uno de los intelectuales mas importantes del partido de Gral San martìn y acadèmico del Instituto Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martìn, presentò una nueva obra Històrica para regocijo de la ciudadania.
La obra, de Carlos Barbera, será entregada a instituciones escolares de San Martín.
El intendente de San Martín, Gabriel Katopodis, participó de la presentación del libro Cronología de la Génesis de la Ciudad de San Martín y su relación con la historia nacional, del profesor de música y licenciado en historia Carlos Barbera, que será entregado a escuelas del distrito.
Del encuentro, realizado en el salón Victoria Pueyrredón del Palacio Municipal, participaron concejales y representantes de instituciones educativas, de entidades de bien público, de bibliotecas, de fundaciones y del Círculo de Periodistas.
Barbera se radicó San Martín en 1928. A lo largo de su vida, escribió ensayos sobre historia argentina y publicaciones en diarios y revistas; fue autor de la Canción del Bicentenario, declarada de interés legislativo por el Honorable Concejo Deliberante de San Martín; y distinguido por el Círculo de Periodistas local con el premio Cuna de la Tradición.

MALVINAS, UNA EPICA HOMERICA

Por José Luis Muñoz Azpiri
 
Ni la revolución ni la guerra son para el propio deleite”. André Malraux
 
Los treinta años transcurridos desde la guerra de Malvinas e islas del Atlántico Sur, no solo no han diluido bajo las brumas de la derrota y la pertinaz propaganda desmalvinizadora -motorizada externamente pero con apoyo interno – la memoria de los territorios australes, ni el “agua de la espada”, como llamaban los antiguos islandeses a la sangre, que se vertió por ellos.   Los monumentos, estatuas y cenotafios que se diseminan hasta en los caseríos más insignificantes del territorio continental, dan cuenta de ello.
  Sin embargo, esta conmemoración es, a la vez, escenario de la constante pugna que rige nuestra historia: la persistencia de un pensamiento cosmopolita llamado por algunos “globalizador” frente a un pensamiento nacional definido por otros como “nacionalismo patológico”.    Dentro de ese contexto hay quienes optan por el pensamiento enlatado y armado de un bagaje teórico posmoderno, no muy diferente al de los unitarios iluministas decimonónicos, que proclaman que la globalización ha hecho obsoletas las naciones y rechazan expresamente al Nacionalismo y toda defensa que en su nombre pudiera esbozarse de la conciencia territorial y de los derechos patrimoniales de un Estado independiente.  Basta leer los diarios para comprobar lo contrario: la globalización incrementó exponencialmente los conflictos por las nacionalidades, tal como lo demuestra la reciente disolución de la ex Yugoslavia, los acontecimientos en el Cáucaso y la ex Unión Soviética, la división de Sudán y las conmociones del mundo subsaharico.
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“Todo lo que se creía muerto estaba vivo; han regresado las tribus con sus ídolos, los nacionalismos y las religiones” dijo en el Quinto Centenario el escritor mexicano Carlos Fuentes; y es el resurgimiento de las antiguas nacionalidades y más aún, el renacimiento de la conciencia de la unidad continental perdida y quienes la expresan, lo que inquieta a los voceros de la mentalidad mundialista como Vargas Llosa, que considera que:
 
Además de racistas y militaristas, estos nuevos caudillos bárbaros se jactan de ser nacionalistas.
No podía ser de otra manera.
El nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo (y su correlato inevitable) que hace de la pertenencia a una abstracción colectivista – la nación – el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo”.
 
En esta línea de pensamiento se inserta el reciente manifiesto firmado, entre otros, por un heterogéneo grupo de autotitulados “intelectuales” el 22 de febrero de 2012, quienes denuncian a la posición argentina respecto al archipiélago irredento (refrendado, por otra parte, por unanimidad en ambas cámaras del Congreso) como “patoteril” y consideran que: “Necesitamos abandonar la agitación de la cusa Malvinas y elaborar una visión alternativa que supere el conflicto y aporte a su resolución pacífica.
Los principales problemas nacionales y nuestras peores tragedias no han sido causadas por la pérdida de territorios ni la escasez de recursos naturales, sino por nuestra falta de respeto a la vida, los derechos humanos, las instituciones democráticas y los valores fundacionales de la República Argentina, como es la libertad, la igualdad y la autodeterminación”.
  Ignoran, o peor, ocultan, que en nuestra historia el tema del espacio fue siempre vital para sus habitantes.    Parecían condicionados por definiciones geopolíticas precisas, animados por la previsión de Montesquieu.
  El espacio es destino, según este pensador, luego el alma de una nación cambia “en la misma proporción en que su extensión aumenta o disminuye, en que se ensanchan o se estrechan sus fronteras”.     La autodeterminación, en cambio, a la que se refieren, no es la que expresaron las mayorías nacionales a lo largo de la historia, dado que la casi totalidad de los firmantes ha manifestado su desdén e incluso su rechazo, cuando éstas se han formulado, sino la de los intrusos ocupantes de Malvinas.    Es evidente que siendo el 94% de los habitantes de las Islas Malvinas de nacionalidad británica o de territorios dependientes de Gran Bretaña, es de imposible aplicación el principio de autodeterminación invocado por los firmantes y por la metrópoli londinense, ya que son sus propios súbditos nacionales a quienes pretenden hacer que arbitren una cuestión de soberanía, resultando a todas luces una población implantada de manera colonial a la que se realimenta permanentemente a los fines de mantener su viabilidad.   “Como miembros de una sociedad plural y diversa – continúa el documento – que tiene en la inmigración su fuente principal de integración poblacional, no consideramos tener derechos preferenciales que nos permitan avasallar los de quienes viven y trabajan en Malvinas desde hace varias generaciones, mucho antes de que llegaran al país algunos de nuestros ancestros”.   Curiosa amnesia la de estos escribas, entre los que se cuentan integrantes de la “Corporación de los historiadores” según la definió uno de sus partícipes, que olvidan mencionar la maravillosa acción colonizadora, anterior al arribo de la población usurpadora, del hamburgués Luis Vernet, de origen francés, pero educado ocho años en Filadelfia, por el cual, de no haber existido el despojo es probable que los cimientos de su colonización hubieran desarrollado una Vancouver argentina en las islas.  Para justificar su colaboración con las potencias colonialistas, estos argentinos europeístas, para quienes “mi hogar está en París y mi oficina en Buenos Aires”, como solía admitir con insolente sinceridad Silvina Bullrich, sostienen que la de Malvinas fue “una guerra absurda que, de ganarla, perpetuaría al infinito la cruel soberbia militar”.
  Sabían que al perderla, un ejército civil de políticos profesionales sucedería a la dictadura militar y se encargaría de restablecer las relaciones con las grandes potencias en nombre de la “democracia”.    De paso, lloverían becas, asesorías, cátedras y otras dádivas que darían de comer a los intelectuales en premio a su vocación servil.  Curiosamente, en otras circunstancias, no escatimaron su entusiasta apoyo a las asonadas militares que derrocaron a los gobiernos que estigmatizaban como “populistas”, dado que depreciaron la dictadura cuando la asumió César pero la apoyaron, cuando la encarnó Sila.    Baste señalar que ni en una sola oportunidad se emplea la palabra “imperialismo” ya que algunos de los firmantes del documento inicialmente llamado “de los 17” son ex-izquierdistas convenientemente reciclados por la “tribuna de doctrina” que actualizan la posición de los viejos “maestros de la juventud” retratados por Jauretche. Recordemos que al producirse el estallido de la guerra europea de 1939, Alfredo Palacios renunció al cargo de presidente de la Comisión Nacional pro Recuperación de las Malvinas arguyendo “que no era de caballeros” seguir la lucha por la reivindicación de la soberanía territorial debido a que Inglaterra encarnaba la “democracia universal” en su guerra contra Alemania.  Los nuevos “maestros de la juventud” vuelven a olvidar el interés nacional en beneficio de los dictámenes de la Europa “democrática”.   La filosofía impuesta por el sistema – niega tenerla pero la tiene – que se estableció en la Argentina post-Caseros tiende a ocultar, silenciar o simplemente desconocer que nuestro país en el siglo XIX además de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y el despojo de las Malvinas tuvo que soportar otras incursiones que también se enfrentaron gallardamente en el terreno bélico y diplomático preservando el país, finalmente, la libertad, el honor y la soberanía nacional.   
Nunca debería olvidarse que desde la agresión de una nave estadounidense a las islas Malvinas en 1831 hasta Caseros en 1852, el país estuvo envuelto casi sin interrupción en conflictos internos e internacionales de envergadura no repetida después.  Ya en el tratamiento de las primeras invasiones inglesas de las primeras invasiones inglesas se puede observar que su análisis, tanto en los textos escolares como en las disertaciones de ciertos “Académicos”, no pasa de ser la “desobediencia” de unos aventureros ingleses (aunque la toma de Buenos Aires fue celebrada con pompa y circunstancia en los diarios londinenses), de manera tal de omitir tres elementos que, según Jorge Oscar Sulé, se reiteran y dialectizan en nuestra historia.
 
El factor externo que se proyecta sobre nuestro país y no con fines benéficos.
  El pueblo que encontrando sus líderes naturales u ocasionales, defiende su patria, su integridad, su patrimonio, su identidad, en una palabra: su honor.
  Internamente, personalidades, grupos minúsculos pero con poder, que acepta la interferencia, agresión, intromisión y más aún, actúa como aliado, como auxiliar o cómplice de esa agresión, o intervención de espaldas al pueblo argentino y comprometiendo el destino soberano y la dignidad de la Nación.    A grandes rasgos, estos elementos se hicieron visibles durante el transcurso la Guerra de Malvinas.     Tras la derrota, el presidente Galtieri fue derrocado por un golpe palaciego impulsado por los altos mando liberales de las Fuerzas Armadas, la diplomacia norteamericana y ciertos sectores de la partidocracia nativa.     Todavía está pendiente la explicación verdadera y objetiva de este episodio cuidadosamente silenciado.  Lógicamente, también contribuyó al derrumbe las limitaciones del propio Galtieri y la Junta Militar, que los llevaron a confundir su condición de súbditos de los Estados Unidos con la de aliados, al designar a un agente británico como Roberto Alemann en el Ministerio de Economía y a creer que se podía librar una guerra anticolonial sin apoyarse en la movilización popular y en la conformación de una ideología nacional antiimperialista, que uniera al gobierno, los trabajadores y las fuerzas armadas en pos de un objetivo patriótico.
  Es decir, sin reconstruir el Frente Nacional contra el que la dictadura cívico-militar se había alzado en 1976.     Porque la Guerra de Malvinas puso estas cuestiones a la orden del día, fue que cundió en pánico en el establishment y sus representantes más conspicuos se dieron a la tarea de darle fin.
  Ahora podríamos sumarle los manifiestos de un grupo de escribas y, en menor lugar, de ciertos impresentables, que con el escándalo de sus declaraciones, buscan un lugar en los medios.
  Incluso, tenemos el caso de un docente universitario, beneficiario perenne del CONICET que ha llegado a proponer “Malvinas: Conmemorar sí, pero el 14 de junio” (diario “Clarín” 22/3/12).
  En la antigua Grecia, el maestro Sócrates se enfrentaba con los sofistas por causas similares.    Calicles, Protágoras o Hipias subalternizaban el lugar de la polis ante un vago cosmopolitismo.  A su vez, Antifón, proclamaba una extraña cosmopoliteia y adelantándose a ciertos voceros de la intelligentzia vernácula, coincidía en que sacrificarlo todo por la ciudad era un absurdo y una forma de injusticia.   Para estos hombres que habían secularizado su mirada, el vínculo sagrado que enlazaba la existencia del solar patrio y las normas y leyes divinas en que se sostenía, carecía de sentido y se había quebrado para siempre.
  Sólo quedaban los intereses individuales bajo el amparo de una fraternidad abstracta y de un igualitarismo ecuménico que nunca dejaba de ser un discurso vacío.    En cierta forma, esta era la forma de pensar del Rivadavia que se niega a San Martín afirmando “lo que le conviene a Buenos Aires es replegarse sobre sí misma”; el Sarmiento de “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión” o de los artículos en “El Progreso” de Santiago de Chile, o el Echeverría de “la patria no se vincula con la tierra natal”.
  Es decir, al igual que en Malvinas, no cabe ya pensar en combatir sino en aliarse con los poderosos para prosperar, y si algún conflicto aún quedara, siempre podrá apelarse a los mercenarios o a una justificada rendición.
  Alceo y Anquíleco, abandonando sus escudos en el campo de batalla y ufanándose de ello, son las figuras emblemáticas de esta modalidad apátrida ahora revestida de “racionalidad” y respeto a la “autodeterminación de sujetos de derecho”.    Sócrates, que había sido guerrero y en grado heroico, les responde duramente enseñándoles el valor trascendente de la patria soberana: “La Patria – le dice a Critón – es digna de más respeto y más veneración delante de los dioses y de los hombres, que un padre, una madre y todos los parientes juntos.
Es preciso respetar la patria en su cólera, tener con ella la sumisión y miramientos que se tiene a un padre, atraerla por la persuasión u obedecer sus órdenes, sufrir sin murmurar todo lo que quiera que se sufra, aún cuando ésta sea verse azotado o cargado de cadenas, y que si nos envía a la guerra para ser allí heridos o muertos, es preciso marchar allá porque allí está el deber, y no es permitido ni retroceder, ni echar pie atrás, ni abandonar el puesto, y que lo mismo en los campos de batalla, que ante los tribunales, que en todas las situaciones, es preciso obedecer lo que quiere la República, o emplear con ella los medios de persuasión que la ley concede; y, en fin, que si es una impiedad hacer violencia a un padre o una madre, es mucho mayor hacerla a la patria”.
 
Sin embargo, nuestro país ha sido pródigo en engendrar personajes como Cirsilo, el personaje del capítulo once del libro tercero de Los Oficios de Cicerón, que aconsejaba entregar Atenas a Jerjes victorioso y someterse a los “beneficios” de su dominación omnímoda antes que batallar en su contra, para enseñarnos que “nunca se ha de pecar por la República”.
 
Así lo entendieron aquellos atenienses y corrieron a pedradas a Cirsilo hasta las puertas de la ciudad.
 
Hoy se le daría espacio en todos los medios en todos los medios de difusión.
 
Este tipo de manifiestos, como otros, que proclaman tímidamente nuestra soberanía sobre los territorios australes, pero sin soldados, son falaces, pero transparentes.
 
Expresan con tosca simpleza el odio visceral que la causa del orden substantivo, abroquelado en la fe y el patriotismo, suscita en los propugnadores del “realismo periférico”
 
“Una Nación no debe sufrir por una batalla perdida más que un hombre robusto por un arañazo recibido en un duelo de espada – solía decir el escritor Anatole France – Es suficiente para remediarlo un poco de espíritu, de destreza y de sentido político.
 
La primera habilidad, la más necesaria y ciertamente la más fácil, es extraer de la derrota todo el honor militar que se pueda dar.
 
Tomadas así las cosas, la gloria de los vencidos iguala a la de los vencedores y es más tocante.
 
Es conveniente, para hacer que ese desastre sea admirable, celebrar al Ejército que ha estado en la guerra y publicar los bellos episodios que destacan la superioridad militar del infortunio.
 
Los vencidos deben empezar por adornar, hacer lucir y dorar su derrota, engalanándola con signos relevantes de grandeza.
 
Leyendo a Tito Livio, se ve que los romanos no erraron en esto y suspendieron palmas y guirnaldas en las espadas rotas de Trebia, Trasimeno y Cannas.”
 
El Premio Nobel pertenecía a la Nación que se reponía de los estragos de la Primera Gran Guerra, que había conocido las glorias Napoleónicas y la amargura de la derrota en la guerra franco-prusiana.
 
Sin embargo, contrariamente a ciertas plumas de esta orilla del océano, que se han manifestado en los últimos días por la autodeterminación de los ocupantes ilegítimos, este “genuino” intelectual genuino no se avergonzaba de la suerte de sus armas ni se cuestionaba los reclamos sobre Alsacia y Lorena.
 
Lo sorprendente es que estos mismos voceros del llamado “realismo periférico”, que definen a la recuperación de las Malvinas como un acto criminal y descabellado, fueron durante décadas los principales impugnadores de la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales del pasado siglo.
 
“La victoria tiene muchos padres, la derrota solo uno” y en este caso en particular el responsable no es una camarilla de pretorianos, sino el propio pueblo argentino que acompañó la decisión soberana y aún hoy pese al resultado adverso de lo que en el futuro sólo será una gran batalla, se enorgullece de sus combatientes.
 
La estrategia de desmalvinización, que no es otra que la de imponer en el inconsciente colectivo el fatalismo de la impotencia nacional frente a las agresiones coloniales, responde a la necesidad de que los Acuerdos de Madrid, suerte de Tratado de Versalles de similares condiciones vejatorias, sean aceptados como un fatalismo bíblico.
 
Así, nuestros recursos naturales serán una nueva Cuenca del Ruhr y nuestro sistema de defensa desmantelado (Proyecto Cóndor, Fábrica de Aviones, Centros de investigación, etc.) con el argumento enlatado de que la globalización ha hecho obsoletas las naciones.
 
No parece considerarlo así nuestro vecino Brasil que desarrolla una formidable capacidad disuasiva ante los apetitos que genera su Amazonia y los yacimientos energéticos de su litoral marítimo.
 
Con este objeto se ha implementado una banalización suicida de nuestra historia, contrariamente a países como Francia e Inglaterra, paradigmas de cómo construir historias gloriosas para consumo mundial, aun a partir de crímenes notorios.
 
Hoy nos intoxican con películas de soldados llorones y capitanes sádicos, para que no nos percatemos que perdimos no solo contra Inglaterra, sino también contra Europa y los Estados Unidos que desarrolló la más formidable movilización bélica desde la Segunda Guerra Mundial: la “Task Force”, formada por casi 200 navíos, entre transportes y buques de guerra, y perdió en menos de 60 días de combate en el atlántico sur el 40% de sus unidades, hundidas, averiadas, fuera de combate, blancos de los muy bien coordinados y ejecutados ataques de la aviación naval y la Fuerza Aérea.
 
El año pasado, el príncipe Andrés de York, en un lapsus memorable ante las cámaras de la televisión británica, reconoció que siendo él tripulante del portaaviones “Invencible”, nave insignia de la fuerza invasora, debieron de soportar un serio ataque de la aviación argentina, el cual dañó el buque; textualmente, él tuvo temor de ser encontrado cuerpo tierra, carbonizado sobre la cubierta del buque, con el cubo mágico que intentaba armar entonces con otro tripulante.
 
De la misma forma, en una sola jornada de combate, el BIM 5 había diezmando un batallón de paracaidistas escoceses, más de 800 hombres, aniquilando unos 300 gurcas, todos estos acontecimientos relatados por los protagonistas británicos y subidos a “youtube”.
 
Se cuentan por centenares episodios de una épica homérica.
 
El Ejército tuvo más de 1.200 bajas entre muertos y heridos en Malvinas.
 
De ellas 61 fueron oficiales y 199 suboficiales, lo cual significa un elevado porcentajes en relación con la cantidad que integraba el contingente y, sobre todo, teniendo en cuenta la distribución de los hombres en el terreno y el hecho de que las acciones principales no afectaron a todas las guarniciones y unidades, esas bajas se concentraron en algunas que sufrieron pérdidas realmente severas.
 
Así el Regimiento de Infantería 7 que defendió el cerro Logdon y Wireless Ridge, tuvo un total de 188 bajas, el Regimiento de Infantería 4 que defendió los cerros Harriet y Dos Hermanas tuvo 140 bajas, el regimiento de Infantería 12 que luchó en Darwin y Pradera del Ganso tuvo 107 bajas y la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 que peleó en el mismo lugar sumó 31 bajas más.
 
En determinadas posiciones, el 50% o más de los jefes de las fracciones de primera línea, resultaron muertos o heridos: en el cerro Dos Hermanas 5 sobre 6 oficiales que iniciaron la lucha y en el cerro Logdon 3 sobre 5 fueron muertos o heridos, pudiendo agregar en el último caso un suboficial que se desempeñaba como jefe de sección y también resultó herido.
 
El 50% de los oficiales del Grupo de Artillería 3 también fue muerto o herido.
 
Sería del caso preguntar a los ingleses cuántos de sus oficiales corrieron la misma suerte, aunque alguien podrá argumentar entonces que si no tuvieron la misma proporción es porque saben combatir mejor.
 
Es por todos conocida, y más en el exterior, la magnífica actuación de la Fuerza Aérea Argentina, y quien nos obsequia estas páginas fue integrante de la misma.
 
Con una prosa ascética pero no exenta de cierta poesía, mi compañero de estudios secundarios, que durante todo el conflicto sirvió en la Base Militar Malvinas, desarrolla un verdadero diario de guerra con un estilo que nos remite a las crónicas de Jean Lartéguy o las memorias de Ernst Junger en sus “Tempestades de acero”.
 
No es para menos, durante el conflicto la Base Militar Malvinas concretó 1.533 operaciones aéreas durante las que se descargaron 6.500 toneladas de suministros y equipos, se trasladaron 9.800 pasajeros y se evacuaron 264 heridos.
 
Durante los 45 días de combate sufrió el impacto de 51 bombas de 500 kg., 140 de 250 kg y 16 del tipo “rompepistas”, además de 1.200 proyectiles de artillería naval.
 
Los días y las terribles noches, “donde nada se ve donde solo hay latidos”, son relatados minuciosamente y tiene la honestidad de no ahorrar menciones a las pequeñas miserias humanas que se expresan en las situaciones límites, como también destacar, con la modestia del soldado cabal, las heroicidades que durante el conflicto fueron cotidianas.
 
Tal vez el espíritu que animó a los hombres de uniforme azul, se exprese en las estrofas de un piloto, escritas durante el conflicto:
 
No permitas Señor que en el olvido
Caiga nunca lo que hicieron en la guerra
los halcones que unieron en la paz
con su vuelo, los rincones de mi patria.
Nunca dejes que sus alas se fatiguen,
porque aún, más allá de la contienda,
representan con su vuelo la esperanza,
el orgullo, la entereza…
el respeto hacia un pueblo que nutrió
con su esencia
el espíritu mismo de esas alas abiertas
Más, no dejes Señor que con sus nombres
Se dispersen tales actos de grandeza
Que si bien cada uno ha dado todo,
Todos juntos constituyen una fuerza.
 
Tal, el espíritu que se desprende de las páginas de este libro.
 
Teniente Jorge Luis Reyes, nuestro querido “Negro”, ¡Me siento orgulloso de ser tu amigo!

JOSÉ MARÍA "PEPE" ROSA


Por Enrique Manson
Se suele decir que José María Rosa fue el creador del revisionismo histórico o, con mejores razones, el gran divulgador de esa corriente que denunciaba la falacia de la Historia Oficial. Sería más apropiado señalar que con él, la interpretación revisionista de nuestro pasado puso al pueblo como protagonista principal.  Fue, desde el primer momento, uno de los principales representantes de esta corriente. Pero fue la experiencia peronista, y su propio compromiso personal, lo que lo llevó al riesgo de ser fusilado, y al exilio en Uruguay y España, donde completaría la formación de su personalidad de historiador y de político.
Abogado y profesor universitario, nació en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906, en el seno de una familia tradicional. Su abuelo Jose María fue Ministro de Hacienda de Julio Roca y de Roque Sáenz Peña.
Se recibió de abogado a los 20 años y luego de un breve ejercicio de la profesión y de desempeñarse como juez de instrucción, se dedicó a la enseñanza, en cátedras universitarias y secundarias. De su experiencia como juez en Santa Fe nació su primer libro "Más allá del código", una de las obras en que no se ocupa de la Historia. Trata de algunos de los casos que trató como juez. Sin embargo, en ellas se pueden descubrir los valores que habría de mantener a lo largo de su vida pública. Siempre trató, como él mismo recordaba, de “dar a cada uno lo suyo, según su ciencia y su conciencia (que) es cosa de dioses.”   Su militancia política comenzó en las filas de la Democracia Progresista, en los años treinta, una época que no se caracterizó por el respeto por la soberanía popular. Pero su destino lo llevó al encuentro con el pueblo real. Había nacido y se había criado en un ambiente que lo destinaba a ser, como solía recordar, antiyrigoyenista –es decir contrario a la corriente popular- y anti federal, lo que lo instalaría entre los que abominaban de Don Juan Manuel de Rosas. Su amor a nuestra historia y su profundo patriotismo lo hicieron descubrir al defensor de la Soberanía. Al héroe de Obligado. Al que no aflojó un tranco de pollo a los imperios gringos y que se ganó el sable de San Martín. Del que el propio Libertador nunca había dudado “que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado de la cuerda… cuando se trataba del honor nacional.” Todavía en Santa Fe y junto con otros estudiosos de la historia fundó en 1938 el "Instituto de Estudios Federalistas", desde donde se dictaron conferencias, se establecieron lazos con entidades similares en el país y en el exterior y a través de ellas se perfilo una vigorosa corriente de los que buscaban "revisar" la historia y sobre todo mirarla desde un ángulo social.
Y un 17 de octubre se encontró con “mi gente (la que) sentía la vida como yo, tenía mis valores, no se manejaba por palabras sino por realidades: era el pueblo, era mi pueblo, era el pueblo argentino… tantas veces mencionado en los programas de los partidos políticos y en los editoriales de los diarios... No era una entelequia: era algo real y vivo. Comprendí dónde estaba el nacionalismo. Me vi multiplicado en mil caras, sentí la inmensa alegría de saber que no estaba sólo, que éramos muchos”.
Y desde entonces marchó junto a ese pueblo. Comprendió que se había cumplido la profecía de Fierro “Hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar”, y se abrazó a esa causa con el fervor que lo llevaría a la cárcel, al exilio y a ser hombre de confianza de Perón.
Tras un segundo libro al que nunca apreció especialmente, “Interpretación Religiosa de la Historia", en 1942 publicó su primer obra de historia argentina, "Defensa y Pérdida de nuestra independencia Económica", principio de una larga serie de publicaciones. En 1945, ya sumado a la naciente corriente nacionalista de pensamiento y acción política, debió trasladarse a Buenos Aires por desinteligencias con el rectorado y algunos centros de estudiantes, fruto de su militancia política e histórica. Centró su actividad en la Universidad de La Plata, ejerciendo también la cátedra en colegios secundarios.
Por entonces publicó "Nos Los Representantes del Pueblo", "La Misión García ante Lord Strangford" y "El Cóndor Ciego".

La llamada "Revolución Libertadora" lo dejó cesante y lo encarceló por haber dado refugio a su amigo John W. Cooke La acusación: corromper a la juventud con su "rosismo". Luego de varios meses de prisión salió para militar, enrolándose en el fallido y trágico intento del General Valle el 9 de junio de 1956. La asustada reacción del gobierno "gorila" de entonces lo buscó para fusilarlo pero consiguió pasar a Montevideo y de allí, aceptando una invitación del Instituto de Cultura Hispánica, viajó a España donde permaneció hasta 1958, ejerciendo el periodismo y dando conferencias en distintos ámbitos. Allí publicó “Del Municipio Indiano a la Provincia Argentina”, profundo análisis de la historia institucional de nuestro federalismo, y su monumental y definitoria “La Caída de Rosas”, originalmente llamada Caseros, nombre que debió abandonar por que en España –donde se publicó originalmente- todos supondrían que sería un libro sobre los encargados o porteros de los edificios. Vuelto a la Patria, se mantuvo de lo poco que le producían sus publicaciones y eventuales cursos de historia, que daba en sindicatos de todo el país. Su actividad tenía como marco el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, del que fue presidente en varias oportunidades. De esa época son sus libros "Rivadavia y el Imperialismo Financiero" y "Francisco Solano López y las montoneras Argentinas".
A raíz de esta última publicación fue muy apreciado en el Paraguay, a donde era invitado a dar conferencias o a eventos relacionados con el prócer máximo de la patria guaraní. Mientras tanto participó de la Resistencia Peronista convirtiéndose en uno de sus referentes más respetados y queridos. Es en ese período que el peronismo, antes indiferente, toma con entusiasmo las banderas revisionistas y las hace suyas.
El 17 de noviembre de 1972 integró la comitiva de notables que acompañaron el retorno de Perón en el vuelo charter del avión Giuseppe Verdi. Para entonces ya se había publicado su Historia Argentina en 13 tomos, a los que luego de su muerte se le agregaron ocho más. El General Perón, dispuso que se hiciera cargo de la embajada en Asunción, por su bien ganado prestigio en Paraguay. Muerto el Líder fue designado en la embajada en Atenas, donde permaneció hasta el golpe militar de 1976. Regresó a Buenos Aires, donde sus libros eran retirados de las bibliotecas y su nombre puesto en un "cono de silencio". Pero el viejo luchador no se resignaba a quedarse de brazos cruzados. Ya viejo, no se refugió en el gabinete del intelectual, sino que dirigió la revista Línea "la voz de los que no tienen voz”. El propósito fue mantener viva la llama del pensamiento nacional y mostrar que subyacía otra Argentina llamada a renacer. En sus páginas llamó pendejos, a los jueces de la dictadura, aunque poniendo la expresión en boca del rey Alfonso el Sabio, y los tildó de subversivos y corruptos, lo que le valió una querella por injurias, que le iniciaron Videla, Massera y Agosti.
Los chacales no se atrevieron a desaparecerlo, pero así como se había jugado la vida con Valle contra los fusiladores de 1956, seguía poniéndose en la línea de fuego, cuando los dirigentes políticos actuaban con comprensible prudencia, porque los castigos eran terribles. Cuenta Alberto González Arzac, su abogado: “Íbamos a las audiencias como quien va a la guerra,… (lo recibía) un juez del proceso que presentaba en todas sus paredes fotos de él codeándose con almirantes, generales y brigadieres. … Y ¿cuál era la reacción de Don Pepe? … no perdía el humor y decía ‘El gobierno del Partido Militar’… A mí me corría frío por la espalda y él ni se inmutaba… todavía desaparecían personas… y ¡Don Pepe, con ese par de pelotas que tenía, manifestándose allí de esa manera!”
Su última batalla, que le costó el alejamiento de algunos amigos "nacionalistas" cortos de vista fue sobre la cuestión del Beagle, que casi nos había llevado a una irreparable guerra entre hermanos.
Ahora, cuando más vivimos los valores que defendió, los hombres de la historia establecida lo quieren condenar al peor castigo que puede sufrir un historiador: borrarlo de la memoria. Pero si nuevamente han venido un criollo, y una criolla –antiguos discípulos suyos- “en esta tierra a mandar”, como anunciaba Martín Fierro, es hora de rescatar aquel reconocimiento de 1969, que hemos visto renglones arriba, y que decía: “los argentinos tenemos con usted una inmensa deuda de gratitud, por habernos puesto en el verdadero camino de la Historia Patria y habernos evitado la vergüenza de seguir transitando entre falsedades e injusticias.” Juan Perón
Enrique Manson. Diciembre de 2012
(Con importantes elementos aportados por el hijo del prócer, Eduardo Rosa)

Madrid, 30 de noviembre de 1969
Señor Dr. D. José María Rosa
Buenos Aires
Mi querido amigo:
Por manos y amabilidad del compañero Don Osvaldo Agosto he recibido sus libros “La Guerra del Paraguay” y “Fraudes y adulteraciones en La Caída de Rosas” y deseo agradecerle el recuerdo y el saludo que retribuyo con mi mayor afecto.
Los argentinos tenemos con usted una inmensa deuda de gratitud por habernos puesto en el verdadero camino de la Historia Patria y habernos evitado la vergüenza de seguir transitando entre falsedades e injusticias.
Sé que está fuerte, bien y en la lucha lo que para mí es un gran placer. Quiera Dios que un día no lejano pueda sintetizarle en un abrazo toda mi admiración y mi cariño.
En cuanto lea sus libros le escribiré más largo. Ahora estos muchachos están apurados por regresar.
Un gran abrazo.
Juan Perón

Requiem para un luchador. Arturo Jauretche

por Jorge Abelardo Ramos
El auge del terror anónimo ha hecho olvidar en los últimos años la "patriada" criolla. Acaba de morir uno de sus héroes que , como Hernández, luchó con las armas en el campo y luego escribió el romance de la batalla. El propio Arturo Jauretche en su poema El paso de los Libres, que prologó Borges en 1933 y yo en 1960, alude a su paisano Julián Barrientos, quién relata la jornada revolucionaria porque "anduvo en ella".  La patriada consistía en una revolución civil o militar, o una mixtura de ambas cosas, herencia de la guerra civil en la patria vieja, que la proscripción del radicalismo harpia fortalecer después del 30. Se "levantaban" con todos los elementos comprometidos y luchaban en pos de la victoria. Como empezaba la década infame, en realidad combatían en pos de su derrota. Jauretche, soldado en el levantamiento de Corrientes, cayó prisionero después del encuentro de San Joaquín. La decepción que produjo en su espíritu la cobardía del radicalismo del City (hotel donde vivía Alvear a su regreso de Europa y donde parasitaba la "flor de la canela" del radicalismo alvearista) lo impulso a reflexionar sobre el destino del movimiento fundado por Irigoyen. El caudillo acababa de morir. Con sus restos mortales, en aquella fría tarde de julio, parecía sepultarse para siempre el radicalismo histórico.

Creo no equivocarme si digo que como el padre de Martín Fierro, el combatiente de Paso de los Libres meditó sobre el significado de su derrota y en esa prisión militar realmente nació el político. Porque Jauretche fue ante todo un político, condición desacredita en nuestro país por la vacuidad doctoral, la estudiada reserva y la banalidad verbalizada de tantos Fidel Pintos que pupulan en la vida pública argentina.  Cuando al día siguiente de su muerte supe por prensa y algunos oradores que Jauretche había sido un escritor, comprendí cuán rápidamente la posteridad inmediata deforma la historia antes de escribirla. En realidad, el publicista ocultó al pensador, el hombre de letras al político, el fosforescente ingenio a la sustancia de su genio. La gente que lo conoció por la televisión atribuyó proyectivamente a Jauretche su propia frivolidad. Recordemos la crónica de La Prensa al morir Irigoyen: "Ayer falleció en esta capital Don Hipólito Irigoyen, que fuera Comisario de Balvanera y dos veces Presidente de la República". Si Irigoyen era un comisario retirado, Bonaparte podría haber sido un turista que redactó el Código Civil Y Perón un conocido autor de media docena de libros, entre otros, La Comunidad Organizada.  Jauretche fue algo más transcendente que su cautivante personalidad cotidiana, más profundo que el admirable conversador imposible de olvidar por todo aquel que lo haya conocido. Era el eslabón vivo que enlazó al yrigoyenismo declinante con el surgente peronismo. Estableció con sus actos, su palabra y ocasionalmente, su pluma, la íntima relación dialéctica entre ambos movimientos nacionales.  Fue la conciencia activa de que todo moría y nacía en 1945. El peronismo sería inconcebible en su primera fase sin el pensamiento y la acción de Jauretche, que le transmitía la tradición del nacionalismo democrático procedente de las más antiguas raíces.   Al buscar la resurrección histórica del radicalismo, Jauretche se encontró con la irrupción del peronismo. Eran otras clases sociales, otro caudillo, otro eje político-social. Pero bajo un nuevo ropaje se trataba de algo parecido a aquello que Jauretche había pugnado tantos años por traer al mundo. Aunque la cosecha que en 1945 se presentó a la vista del fundador de FORJA, fue descomunal, pues la prédica se trocó en multitud, personalmente lo sintió como un fracaso.  El movimiento nacional al que Jauretche tanto había contribuído.  De su marginación política, nació su ingreso a la República de la Letras, cuando al caer el peronismo en 1955, no había nadie para defenderlo a no ser Jauretche y Scalabrini en “45” y “Qué” y nosotros en “Lucha Obrera”.  A la literatura cortesana, inclinada ante la supremacía terrateniente y enferma de anglofilia, opuso Jauretche la risa de Rabelais (o de Mansilla). Diría que en su estilo verbal y escrito hasta había algo del desenfado de Sarmiento en este adversario del autor de Facundo. Realizó la tarea de demolición político-estética que era imperioso hacer ante la cultura aristocrática y logró conmover en sus gustos a las clases medias que en esa esfera, como en todas las demás, copiaban a la oligarquía.

Pero su musa perpetua fue la política. Comprendía como pocos en la Argentina sus cambios bruscos, con frecuencia su inescrutable carácter y su peculiar ingratitud. Era uno de esos raros argentinos que sabía advertir detrás de un conservador a un posible alsinista, o que la palabra comunista no constituía ninguna garantía de una política revolucionaria, así como recordar lo que hubo de eco popular en aquellos demócratas de Córdoba que procedían del juarismo o qué diablos significaban los autonomistas de Corrientes y por qué sus hijos en la Facultad de Derecho correntina podían trajinar como izquierdistas mientras llegaba el momento de hacerse cargo de la estancia. Conocía la Patagonia y su fauna, la Puna y su viejo dolor; demostraba con extrema simplicidad el mecanismo íntimo del comercio de exportación e importación, y era capaz de revelar diáfanamente la desintegración de la pampa húmeda, que permita descifrar el poder económico de la oligarquía bonaerense y al mismo tiempo su formidable parasitismo, así como su resistencia a invertir. La categoría que Marx emplea en El Capital fue utilizada luego por Jauretche en sus escritos.
Su prosa se emparentaba con la antigua tradición argentina de Hernández, Sarmiento, Mansilla, Balestra, Wilde, Fray Mocho. Era literalmente una prosa hablada, pues Jauretche rara vez escribió. Dictaba siempre, después de imaginar los artículos, sus argumentos y ocurrencia. Conocí muchos artículos que me contó y que no llegó a publicar porque no tenía una dactilógrafa a mano. Cuesta pensar que este hombre extraordinario ya no existe. Así mismo es preciso admitir que la hegemonía cultural oligárquica, contra la que tanto luchó Jauretche, ha sido destruida pero no ha sido reemplazada por otra.  Por esa razón la muerte de Jauretche no ha conmovido al país y las juventudes, aún las que se dicen revolucionarias, no han dicho ni pío. Es cierto que el pueblo ha recuperado el poder. Pero en el orden de la cultura y de los valores seguimos pidiendo permiso a Francia para abrir un libro. Cuando las obras de Jauretche circulen por los colegios nacionales y Universidades con la misma profundidad con que hoy circulan obligatoriamente tantos ladrillos encuadernados, podrá decirse que el reflejo intelectual de las patriadas y de los ideales nacionales ha entrado por fin en la formación de las nuevas generaciones argentinas.

Por eso no puedo decirle adiós a Jauretche: lo "tendrán en su memoria / para siempre mis paisanos".

Héctor José Cámpora


Por el profesor Jbismarck

Héctor J. Cámpora:  llamado afectuosamente El Tío por las jóvenes generaciones peronistas de los años 70, nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 26 de marzo de 1909. Fue presidente del centro de estudiantes de odontología de la facultad dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba en 1930. Culminó la carrera de odontología y decidió radicarse en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires.   
Fue un leal defensor de la Causa Nacional impulsada por el General Perón a partir de 1945. Acompañó a Eva Perón durante su viaje a Europa en 1947. Electo diputado nacional, ejerció la presidencia de la Cámara de diputados entre 1948 y 1952.  En 1955, tras el golpe de Estado por la autodenominada Revolución Libertadora, fue incluido en una lista de "sospechados" de corrupción y se presentó espontáneamente ante la justicia para ser investigado, pero fue acusado falsamente de corrupción y malversación de fondos y confinado al penal de Ushuaia. En 1957, junto al empresario Jorge Antonio, el dirigente de la resistencia John William Cooke y el líder nacionalista Guillermo Patricio Kelly, protagonizaron una fuga cinematográfica y lograron fugarse a Chile. Más tarde, cerradas las causas judiciales, Cámpora regresó al país dedicándose a diversas ocupaciones para sostener a su familia.  La intensidad de la protesta política y social, cuya expresión más acabada podía encontrarse en la recurrencia de los estallidos populares que siguieron al Cordobazo, fue creciendo hasta imponer un clima de notoria ingobernabilidad. Así, ante una presión popular prácticamente insostenible -y que iba identificándose cada vez más con el peronismo y con Perón- la dictadura se vio obligada a organizar una salida democrática. A pesar de la voluntad de los grupos más conservadores y del propio poder militar, resultaba evidente que aquella salida debía incluir como condición sine qua non el fin de la proscripción del peronismo y el regreso del general Juan Domingo Perón al país. Así lo habían demostrado los fallidos intentos de negociar con distintos actores políticos una propuesta institucional que excluyera al general Juan Domingo Perón.

Evidencia también del poder de movilización que iba adquiriendo la Juventud Peronista fue la exitosa campaña política que ésta llevó adelante por el regreso del general Perón: el "Luche y vuelve", que culminó con la primera visita del histórico líder a la Argentina el 17 de noviembre de 1972, después de 17 años de exilio. La alegría y la movilización popular que acompañaron a esta breve visita preanunciaban el clima de fiesta que se avecinaba. En este contexto, el general Alejandro Lanusse -último dictador del período- se vio obligado a convocar a elecciones. Quedaba, sin embargo, una última posibilidad para impedir la llegada del general Juan Domingo Perón al sillón presidencial. La "cláusula de residencia", negociada precipitadamente en la reglamentación del acto electoral, se orientaba en esa dirección al prohibir la candidatura de quienes no hubieran estado residiendo en la Argentina con anterioridad a agosto de 1972. La posición del peronismo fue desafiante y, si revelaba el carácter ficticio que los protagonistas le adjudicaban a la representación política, ponía también en evidencia quién ocupaba y ocuparía la centralidad del escenario político: la consigna de la campaña electoral fue Cámpora al gobierno, Perón al poder.
En 1971 fue designado delegado personal de Juan Domingo Perón en remplazo de Jorge Daniel Paladino, quien fuera acusado de desnaturalizar la función al haberse convertido en portavoz de la opinión militar.   Contaba con el apoyo y la simpatía no sólo de la JP -que lo había apodado cariñosamente "el Tío"- sino también de sectores más amplios del espectro político y social que pugnaban por una transformación económica y social atenta a las demandas de los sectores populares y del capital industrial nacional. Finalmente, es probable que no pocos hayan pensado en el gobierno de Cámpora tan sólo como un período transicional hacia un gobierno encabezado por el propio general Juan Domingo Perón.   En tal carácter Cámpora llevó a cabo con éxito el plan de Perón para su retorno al poder en 1973, tras el fracaso de la Revolución Argentina y con la apertura que proponía el entonces presidente General Alejandro Agustín Lanusse. Este buscaba una concertación cívico-militar que integrara al pueblo y a las masas peronistas con las Fuerzas Armadas, en un gobierno conducido por militares, idea que llevaba el nombre de Gran Acuerdo Nacional (GAN), lo cual no prosperó.   Cámpora trabajó duramente y logró los objetivos que allanaron las condiciones para el retorno triunfal del peronismo al poder y de Perón a la legalidad y la escena política. Reorganizó el movimiento, creando la rama juvenil  y logrando la afiliación masiva en todos los sectores. Logró acuerdos con otros partidos políticos más pequeños para conformar del Frente Justicialista para la Liberación (FreJuLi); si bien falló en convencer al segundo partido mayoritario, la Unión Cívica Radical, se debió más a la intransigencia de su conductor, Ricardo Balbín, que a una falta de persuasión política. Aceitó acuerdos con el sector empresario a través de la CGE (Confederación General Económica) conducida por el empresario José Ber Gelbard. Pero el logro fundamental en esta etapa fue el exitoso retorno de Perón tras 17 años de exilio.
Héctor Cámpora se presentó en las elecciones de marzo de 1973 como candidato por el FreJuLi, debido a la proscripción técnica hacia Perón de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse, que determinaba que los candidatos presidenciales debían acreditar un período previo de residencia en el país, que Perón obviamente no podía satisfacer. La cláusula había sido diseñada ex profeso en contra de la candidatura de Perón. Como vicepresidente de la fórmula fue designado Vicente Solano Lima, del Partido Conservador Popular, un desgajamiento del antiguo conservadurismo de la provincia de Buenos Aires.
La fórmula Cámpora- Solano Lima alcanzó el 49.5% de los votos y la UCR ocupó el segundo lugar con un 25%. Como el FreJuLi no alcanzó más del 50% de los votos la legislación habilitaba una segunda vuelta o ballotage. Sin embargo, para evitar su segura derrota, la UCR renunció a ese derecho y aceptó la victoria de Cámpora, quien asumió el 25 de mayo de 1973, dándose así por finalizado el período dictatorial de la autoproclamada Revolución Argentina. Acudieron al acto de investidura, entre otros, el entonces presidente socialista de Chile, Salvador Allende, y el de Cuba, Osvaldo Dorticós, en la tradicional Plaza de Mayo se concentraron alrededor de un millón de personas para recibirlo.
En consonancia con su promesa electoral y el deseo del pueblo, su primera medida fue -a horas de asumir- liberar los luchadores sociales retenidos en prisión por la dictadura. El Parlamento trató el tema esa misma noche y fueron amnistiados masivamente numerosos presos políticos. El 28 de mayo Argentina reanudó relaciones diplomáticas con Cuba y proveyó a ese país de automóviles e insumos industriales, rompiendo por primera vez el bloqueo económico de Estados Unidos al que había adherido la dictadura.   Como Ministro de Economía Cámpora nombró a José Ber Gelbard, presidente de la Confederación General Económica, facilitando el establecemiento de un "Pacto Social" entre la Confederación General del Trabajo, el empresariado nacional y el Estado, lo que incluía aumento de salarios y congelamiento de precios. Se retornaron los lineamientos económicos de anteriores gobiernos justicialistas: un 
Estado fuerte e intervencionista y regulador orientado hacia una distribución más justa de la riqueza.    Un clima de festejo se prolongó durante todo el gobierno de Héctor Cámpora, convirtiendo a este período en una verdadera "primavera" para importantes sectores de la población.   En áreas como la salud y la educación se impulsaron distintos proyectos que tenían a los sectores populares como principales beneficiarios. En términos generales, se esbozó una política económica más atenta a las demandas de los asalariados y excluidos y caracterizada por una mayor regulación estatal de las relaciones entre capital y trabajo.    La llamada "primavera camporista" habría de durar tan sólo 49 días.  El 20 de junio de 1973, al regresar Perón al país, se produce la llamada Masacre de Ezeiza, brutal enfrentamiento entre sectores antagónicos por el control de un palco donde hablaría Perón, ceremonia finalmente abortada. La cifra de muertos se estima en decenas e incluso centenas de personas, pero el hecho nunca fue investigado oficialmente.   Finalmente, el 13 de julio de 1973, para permitir la llegada al poder del Gral Perón, Cámpora renuncia al cargo, permitiendo la realización de nuevas elecciones, donde habría de ganar Perón con más del 62% de los votos. El gesto de la renuncia promueve que Perón califique a Cámpora como "extraordinario ciudadano argentino". Al asumir, Perón lo nombra embajador en México. Regresa al país el 27 de septiembre de 1975 y producido el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 se ve obligado a refugiarse en la embajada de México en Buenos Aires, permaneciendo allí más de tres años, con un cáncer detectado y sin posibilidad de tratamiento médico especializado. Obligada por la presión internacional, El tirano Videla le permite volar a México, donde muere poco después, en Cuernavaca, el 19 de diciembre de 1980. En 1991 fueron repatriados sus restos. En 2008 fue emplazado su busto en Casa de Gobierno.   En el plano internacional y regional, el triunfo del Tío y su asunción el 25 de mayo de 1973, hace ya 42 años significo la recuperación de un gobierno popular luego de 18 años de proscripción en coincidencia con el comienzo de una profunda crisis económica en el orden global. El comienzo de esa crisis tiene una fecha exacta y es octubre de 1973, con la guerra de Yom Kipur, que cuadriplica el precio del petróleo.

La paradoja de ese proceso y el desencuentro histórico de la Argentina es que el triunfo popular se obtiene cuando a nivel mundial las luchas populares por la liberación empiezan a perder fuerzas. En Latinoamérica se consolidan proyectos políticos reaccionarios y golpes de Estado que enfrentan a esos procesos populares.   Cámpora es el hombre que condujo, con el soporte estratégico de Perón, la derrota de la dictadura de Lanusse, intentando contener a una nueva Argentina Tuvo un rol sumamente importante en la recuperación de la democracia, a la vez que generó una expectativa y un programa de cambio para la Argentina con eje en el desarrollo económico y la justicia social.  Cámpora fue la expresión de las luchas y aspiraciones del campo popular y el hecho de que su gobierno haya terminado con una frustración no le quita ningún mérito. Su renuncia fue resultado de no poder contener a las fuerzas que desde hacía tiempo estaban en conflicto.   Su reivindicación es un acto de justicia histórica, por su lealtad y compromiso con el liderazgo de Perón y, fundamentalmente, con el pueblo argentino. Un hombre que a lo largo de 18 años de proscripción no se prestó nunca al juego del colaboracionismo ni del neoperonismo. Un hombre que nunca traicionó sus ideales y pagó con la cárcel y el exilio su militancia, un ejemplo de honestidad.