Rosas

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sábado, 25 de noviembre de 2023

«Yo voy a morir defendiendo el cuartel». La Tablada y Fernández Cutiellos

Por Tomás Marini

“Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad
de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”
Carta del Teniente coronel Fernández Cutiellos a sus hijos.
La República Argentina no fue la excepción a la invasión revolucionaria comunista que había llevado a España a la guerra civil en 1936 y que azotó a gran parte del mundo en el siglo XX provocando más de 100 millones de víctimas. Promovida en América desde la isla de Cuba por la Rusia comunista, varios grupos terroristas intentaron llevar a cabo la revolución en la Argentina, entre ellos: El ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), Descamisados y otros parecidos[1].
Supuestamente, estos “jóvenes románticos e idealistas”, como les gusta todavía hoy llamarse a sí mismos, decían luchar contra las dictaduras militares. Resulta más que curioso que la primera y la última de sus operaciones armadas se efectuó durante un gobierno civil constitucional y no durante un gobierno militar. Sencillamente, sucede que ellos buscaban tomar el poder por las armas, sin importarles a quién tuvieran que derrocar para eso. Estos “jóvenes románticos” asesinaron a militares, policías, sindicalistas, empresarios, empleados, jueces, diplomáticos y políticos, hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos. Secuestraron, extorsionaron, intimidaron, amenazaron y torturaron. Llegando a contarse de a miles los atentados con explosivos.[2]
El 23 de enero de 1989, siete años después de la gesta de Malvinas, ya concluido hace tiempo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y estando en el poder el presidente Alfonsín, los cuarteles del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3 “General Belgrano”, de La Tablada en La Matanza fueron atacados por integrantes de uno de estos movimientos subversivos llamado “Movimiento Todos por la Patria” (MTP), creado en Nicaragua tres años antes por el exlíder del ERP, Enrique Gorriarán Merlo. El objetivo: copar el regimiento, haciéndose rápidamente de los vehículos mecanizados y salir a la calle, simulando un golpe de estado por parte del ejército para luego vencerlo con la ayuda del “pueblo” y acabar con el poder militar en la Argentina.[3]
Parecía un día típico de enero en La Matanza, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde el sol comenzaba a iluminar las calles y la ciudad comenzaba a volver a la vida. La gente que no estaba fuera por las vacaciones se preparaba para comenzar su jornada laboral y a soportar el bochornoso calor de uno de esos días típicos de verano. Algunos encargados, aprovechando “la fresca”, manguereaban rutinariamente las veredas de sus edificios y un joven repartidor de diarios pedaleaba en su bicicleta arrojando los periódicos a las puertas de las casas con envidiable puntería. Sin embargo, la tranquilidad de la avenida Crovara fue abruptamente interrumpida por el estruendo del motor de un camión Ford F-7000, perteneciente a la compañía Coca-Cola, seguido de cerca por una caravana de seis vehículos. A través de las ventanillas de los vehículos se podían distinguir hombres y mujeres, algunos de ellos con la cara enmascarada. Solo los más atentos podrían haber distinguido que iban armados.  
Cuando el camión pasó por el portón de ingreso del Puesto 1 del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3, se abalanzó contra la reja que lo cerraba, destrozándola por completo y abriendo paso a la fila de seis autos que lo seguían de cerca. Los soldados que lo custodiaban, Juan Manuel Morales y el Cabo Juan Pío Garnica —que en ese momento conversaban con el Cabo primero Daniel Cejas— fueron arrollados.  
El camión había sido robado unas horas antes y los que lo manejaban eran guerrilleros armados del Movimiento Todos por la Patria, así como los que estaban en los autos que entraron detrás. Muchos de ellos eran antiguos guerrilleros liberados de la cárcel “con el regreso de la democracia”, y otros que habían vuelto al país luego de participar en la revolución en Nicaragua.[4]
Los soldados que se encontraban en la guardia central, a unos cien metros de la entrada, reaccionaron rápidamente y abrieron fuego contra el camión haciendo que el conductor perdiera el control y se estrellase algunos metros más adelante. El conductor sobrevivió, pero su compañero, bañado en sangre, estaba muerto a su lado atravesado por varios disparos. Los subversivos del MTP que venían detrás bajaron de los autos fuertemente armados y concentraron el fuego sobre la guardia. Llevaban escopetas y pistolas ametralladoras “Ingram”, granadas, lanzagranadas y fusiles FAL, lanzacohetes RPG-2 y RPG-7, traídos de contrabando de otros países o robados de los cuarteles atacados en la década del 70. El conscripto de veinte años Roberto Tadeo Taddía, que estaba desarmado barriendo con una escoba, sin posibilidad alguna de defenderse, levantó las manos para rendirse, pero los terroristas dispararon sobre él y lo mataron. El Cabo primero Ramón Ortiz pudo enviar un mensaje desde el puesto de comunicaciones de la guardia al Estado Mayor del Ejército informando sobre el ataque.
El Mayor Horacio Fernández Cutiellos, de treinta y siete años y padre de cuatro niños, estaba en la jefatura. Hace un momento había terminado de hacer Diana. Al escuchar los disparos tomó el FAL que siempre tenia a mano, comprobándolo rápidamente.[5] Brevemente, casi de reojo, miró el cuadro de la Virgen de Luján que colgaba en la pared de su oficina y se encomendó a ella. Sobre la mesa quedó una carta que la noche anterior había escrito a sus hijos. El Mayor Fernández Cutiellos era un soldado entrenado,[6] proveniente de una dinastía de militares argentinos y era conocido como muy buen tirador, a pesar de no contar con una buena vista ya que usaba anteojos. Se asomó desde una ventana del primer piso, enseguida identificó a los enemigos y abrió fuego sobre ellos. Hirió con los primeros disparos a uno de los comandantes, un veterano jefe del ERP. Rápidamente ubicó otros subversivos matando a dos de ellos y dejando heridos y fuera de combate a tres más. En pocos minutos puso fuera de combate a ocho terroristas, entre ellos tres de los de mayor experiencia. La acción rápida, decidida y eficaz del Mayor detuvo a los atacantes y les hizo perder la iniciativa, por lo que no pudieron llegar a los parques para capturar los vehículos mecanizados de Infantería, parte fundamental de su plan. Esta demora provocada por la acción individual del 2do jefe de Regimiento permitió que más tarde la policía cercara la Unidad e impidiera que los subversivos se escaparan.[7]

Los subversivos habían subestimado la capacidad de resistencia de los defensores. El cuartel desde la llegada del Mayor Fernández Cutiellos unas semanas antes había experimentado un cambio profundo en la diciplina y organización.[8] El Mayor a quien todavía no se le había asignado una casa para él y su familia (que se encontraba de vacaciones en el sur), dormía en el mismo regimiento realizando revistas y controles diarios a la tropa. La noche anterior, había pasado una revista rigurosa de la guardia, comprobando los puestos y sancionando a un suboficial que no tenía su puesto en condiciones. Dentro del Regimiento se encontraba una guarnición de 120 hombres, muchos de ellos soldados realizando el servicio militar obligatorio, pero no por eso menos dispuestos y preparados para el combate[9].
Tomada la guardia, algunos de los subversivos atacaron la jefatura, mientras otros grupos se dirigían a los demás objetivos. Pero allí se atrincheró el Mayor Fernández Cutiellos. Junto al mayor se encontraba el soldado Sergio Amodeo que le llenaba los cargadores de su FAL, y otros tres conscriptos que no participaron del combate por orden del Mayor ya que los soldados de turno en la Plana Mayor no tenían armamento. A las 6.45 el mayor se comunicó con el Coronel Jorge Halperín, del comando de la Brigada de Infantería Mecanizada X:
—Mi Coronel, aproximadamente a las 06.20 horas entraron al cuartel, a los tiros, por el puesto 1, un camión y 7 u 8 automóviles con gente de civil y uniforme que coparon la guardia de prevención…
—¿La guardia ha sido totalmente tomada o sólo en forma parcial?
Con la serenidad y aplomo, propia de un oficial, respondió el Mayor Fernández Cutiellos—Totalmente tomada. Además, han atacado las subunidades que están alrededor de la Plaza de Armas. Desde aquí observo cuerpos en el suelo, heridos o muertos, de civiles y de personal militar. Actualmente se escuchan disparos en el fondo del cuartel… Mi coronel… ¡yo voy a morir defendiendo el cuartel! ¡Ustedes, recupérenlo!

En la jefatura, el mayor estaba incomunicado. No podía saber lo que estaba sucediendo en el resto del regimiento y eso le pesaba en el corazón, no poder ir a dirigir a sus hombres. Se imaginaba que la situación era crítica: los enemigos eran muchos, estaban bien armados y se notaba, por el modo como se movían y manejaban las armas, que muchos habían recibido buena instrucción de combate.
¿Qué opciones tenía? Podía rendir el cuartel. A mano tenía la cortina blanca de una ventana destrozada por los disparos. Podía salir con ella, las manos en alto y entregar el regimiento a los terroristas fratricidas. Podía hacerlo y así salvar su vida, volver con su mujer y con sus hijos pequeños.
Pero en vez de tomar la cortina sacó de su bolsillo un rosario que siempre llevaba consigo, encomendó a su familia a la Santísima Virgen y besó la cruz antes de volver a guardarlo. La decisión estaba tomada desde antes de que comenzara el ataque, desde antes de ser designado a ese regimiento, desde el momento en que pudo llamarse soldado argentino. Horacio Fernández Cutiellos era un oficial del Ejército, este era su cuartel, el palmo de la Argentina que le habían ordenado defender, nunca lo rendiría a los enemigos de la Patria.
Se asomó nuevamente por la ventana donde estaba parapetado y volvió a disparar su fusil. Cayeron algunos más, realmente era un tirador prodigioso. El soldado Amodeo le alcanzó un nuevo cargador. Horacio entonces decidió bajar a la entrada de la Plana Mayor para que lo vieran los soldados atrincherados en la compañía Comando y servicio y así infundirles valor. Quería además empezar a organizar la defensa con aquellos que se encontraban resistiendo de forma aislada y desperdigados por el cuartel. El Mayor bajó las escaleras y salió a la galería de la entrada, formada por cuatro grandes columnas y una pequeña escalinata, desde allí, parapetado detrás de las columnas, volvió abrir fuego con su FAL. Los subversivos rociaban de munición la jefatura, deseando dar muerte al que tanto daño les había causado. Después de resistir varios minutos la lluvia de balas y causar algunas bajas, una de ellas finalmente lo alcanzó, atravesándole el hombro, pero Horacio se dijo a si mismo que no era nada grave y siguió disparando. El soldado Amadeo quiso bajar a socorrerlo, pero con voz firme le ordenó que no se moviera de su lugar.

Los soldados de la compañía de Comando y servicio que resistían junto al oficial de semana en un edificio cercano al ver a su jefe combatiendo y exponiéndose al fuego enemigo, se llenaron de valor y determinación. Eran cerca de las diez de la mañana. Ya hacía cuatro horas que se había iniciado el ataque subversivo y los efectivos militares resistían, —en gran parte gracias a la reacción de Fernández Cutiellos.  Los subversivos concentraron el fuego en él y cuando fue herido nuevamente, le gritaron que se rindiera. Ahora sí la herida era grave, y si se rendía tal vez podría llegar a curarse. No lo dudó un segundo. Iba a cumplir finalmente el juramento que hace ya tantos años había hecho una mañana soleada frente a la Basílica de Luján, a los pies de la Virgen, rodeado de sus compañeros cadetes del primer año del Colegio Militar. La escena pasó por su mente como un relámpago: “¿Juráis a la Patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?”. Y la bandera azul y blanca, con los colores de la Inmaculada, recibió flameando su grito juramentado: “¡Sí, juro!”.
Horacio Fernández Cutiellos se incorporó y como un héroe de cantar de gesta desafió a sus enemigos: “¡¡Vengan a buscarme!!”.
Los del MTP, enfurecidos por la resistencia del Mayor, volvieron a concentrar todo el fuego en el oficial. Minutos más tarde Fernández Cutiellos cayó herido de muerte por otro disparo.
Sobre la mesa de su oficina quedaba la carta que escribió a sus hijos, y que sería entregada a su mujer luego de la recuperación del regimiento al día siguiente por parte del Ejercito y fuerzas de seguridad[10]. En ella podía leerse:
“Que el primero y más importantes de los Mandamientos es: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a nadie más amarás en mayor medida que a Él. A tu prójimo debes amarlo como te amas a ti mismo, por el amor de Dios’.
A tus superiores les debes respeto, obediencia y fidelidad, pero nunca de manera incondicional, pues la primera fidelidad es a Dios y sólo los superiores que actúen ordenados a sus fines y conforme a su orden, merecen ser considerados como tales.
Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”.
El mayor Horacio Fernández Cutiellos fue ascendido post mortem a Teniente coronel por “repeler el ataque de los delincuentes subversivos, muy superiores en número, en la plana mayor del RI Mec 3 y aferrarlos hasta perder la vida en la acción”. Recibió pobres reconocimientos por su valentía —por parte del gobierno cómplice de Alfonsín— al igual que los otros diez militares y dos policías argentinos que murieron combatiendo el ataque terrorista.
Que las malezas que hoy cubren el antiguo y abandonado regimiento de la Tablada, donde todavía hoy se pueden ver los frutos del odio ideológico, no cubran también la memoria de lo que allí sucedió y de quienes allí murieron o fueron heridos por defender a la Patria. Que no sea signo de desprecio e indiferencia por aquellos que dieron su vida por todos nosotros. Recordemos al Mayor Fernández Cutiellos y a todos que murieron defendiendo el cuartel y sirviendo a su país. Recordemos y honremos a nuestros héroes.
Tomás Marini
[1] Estas organizaciones armadas, que debido a su naturaleza marxista-leninista eran ateas, buscaban destruir nuestro legado hispano católico, nuestra tradición. Tergiversando la historia, inventando injurias contra nuestros proceres, buscando cambiar no solo la Constitución sino hasta los colores de Nuestra Bandera, colores de la Inmaculada Virgen María.

[2] En el primer período de 1969 a 1979 se pudieron computar 21.642 acciones terroristas, 1.501 asesinatos, 5.215 atentados explosivos, y 1.748 secuestros.

[3] Es probable que buscara afianzar en el poder al presidente Alfonsín, afín a sus ideas, abogado de guerrilleros, que ya se sabía perdedor en las próximas elecciones contra Carlos Saúl Menem.

[4] La Revolución Nicaragüense tuvo lugar entre 1978 y 1990, y se caracterizó por la lucha entre el gobierno del dictador Anastasio Somoza y varios grupos de oposición, incluyendo al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En 1979, el FSLN logró derrocar a Somoza y establecer un gobierno socialista en Nicaragua.

[5] El Mayor era un soldado convencido y creía que el combate lo podía encontrar en cualquier momento de su vida, por lo que dormía siempre con su FAL debajo de la cama, lo cual no es algo que se hiciese normalmente, menos en plena democracia.

[6] Aunque estuvo movilizado, no llegó a participar de la Guerra de las Malvinas, pues la guerra concluyó antes de que pudiese ser enviado a las islas.

[7] Es importante destacar, que, si el Mayor no hubiese combatido de la forma que lo hizo, el enemigo probablemente hubiese cumplido con su objetivo.

[8] El oficial de servicio, la noche anterior, cada vez que pasaba por el puesto del Cabo primero Albornoz, el más alejado del cuartel, era recibido por el mismo, equipado al completo, quién le decía: “Mi Teniente, ¡Estamos listos para entrar en combate! Este Cabo primero, al iniciarse los combates del otro lado del cuartel, lejos de quedarse protegido en su puesto, alistó al soldado Domingo Grillo y comenzó a desplazarse por saltos hacia el polvorín, a unos 400 metros dentro del cuartel, a fin de evitar que sea tomado por el enemigo. Combatieron alrededor de una hora, Impidiendo la toma del polvorín, luego de lo cual, Albornoz fue herido en el pecho y su soldado, fiel a su superior, lo arrastró hasta las caballerizas, donde continuó combatiendo hasta perder la vida también. Encontraron los cuerpos del Cabo primero y el soldado juntos, muy lejos de su puesto de guardia.

[9] La izquierda ha manipulado la verdad histórica diciendo que el soldado conscripto no combatió, lo cual no es real, ni fue así en Malvinas, ni fue así en la Tablada, eran soldados con casi un año de instrucción, y su acción, al igual que en Formosa y tantos otros ataques en donde los subversivos creían que el soldado no combatiría, fue fundamental para frustrar los copamientos.

[10] La compañía de comandos 601 recuperó el cuartel, lo que le costó varios muertos y heridos, entre ellos el Teniente Rolón, que se encontraba de licencia en Uruguay y al recibir la noticia, de forma voluntaria se tomó un ferry, se equipó rápidamente y murió la noche del 23 de enero dentro del Casino de Suboficiales, donde se encontraba la mayor cantidad de subversivos atrincherados. Todos los que lo vieron ese día, lo recuerdan con una sonrisa en la cara, feliz de poder defender a su Patria. Acababa de terminar el curso de comandos.

 

viernes, 24 de noviembre de 2023

El sangriento ataque a La Tablada: más de 40 muertos, cuatro desaparecidos y decenas de preguntas sin respuestas

Por Daniel Cecchini (infobae)
El 23 de enero de 1989 un grupo armado del Movimiento Todos por la Patria intentó tomar el Regimiento de Infantería Mecanizada 3. Resultaron muertos 32 guerrilleros, 9 militares y dos policías, mientras otros cuatro atacantes fueron desaparecidos por el Ejército. ¿Fue el intento de frenar un supuesto golpe carapintada o la estrategia para disparar una imposible insurrección popular? ¿Los uniformados fueron tomados por sorpresa o sabían de la agresión?
Muchos años después, el periodista Juan Salinas, coautor con Julio Villalonga de “Gorriarán. La Tablada y las ‘guerras de inteligencia’ en América Latina”, le preguntó al ex presidente Raúl Alfonsín:
Se referían a la operación guerrillera más insólita, improvisada y extemporánea de la historia argentina. También una de las más sangrientamente trágicas.Comenzaba el último año del gobierno de Alfonsín cuando, wl 23 de enero de 1989, un numeroso grupo de militantes del Movimiento Todos por La Patria (MTP), conducido por Enrique Gorriarán Merlo, intentó tomar el Regimiento de Infantería Mecanizada 3, en La Tablada, en la Zona Oeste del Conurbano Bonaerense.  Si bien los atacantes lograron entrar y quebrar la defensa de la guardia, no pudieron lograr su objetivo y muchos de ellos quedaron encerrados en el cuartel. Resultaron muertos 32 guerrilleros, 9 militares y dos policías.
Cuatro de los integrantes del grupo del MTP –José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny - fueron detenidos-desaparecidos por fuerzas del Ejército durante la represión al ataque sin que el Estado argentino haya dado hasta ahora explicaciones. En 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dio por probado que el Ejército secuestró y torturó a varios de los detenidos, calificando a los hechos como delitos de lesa humanidad.
La acción sorprendió a todo el país, a excepción posiblemente de algunos pocos avisados, porque esos primeros cinco años de la democracia recuperada después de la última dictadura no habían dado el más mínimo indicio de que podía producirse una acción de un grupo guerrillero y mucho menos de esa magnitud.  Además, el Movimiento Todos por la Patria no se había manifestado hasta entonces como una organización políticamente militar, aunque en sus filas hubiese algunos antiguos militantes del PRT-ERP y su líder, Enrique Gorriarán Merlo, fuera un antiguo dirigente de la fuerza guerrillera creada por Mario Roberto Santucho.  En cambio, el gobierno de Alfonsín había soportado ya tres rebeliones de los llamados “carapintadas”, un sector de las fuerzas armadas -principalmente el Ejército- que había buscado y arrancado al Ejecutivo y al Congreso dos leyes que garantizaban la impunidad para la enorme mayoría de los militares que habían cometido crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura. Para el común de los argentinos, una nueva rebelión carapintada se presentaba como un hecho posible, pero a nadie se le ocurría que una nueva fuerza “irregular” pudiera entrar en acción y mucho menos con el intento de copamiento de una de las unidades militares más grandes del país.
¿El MTP pretendió con ese copamiento generar una insurrección popular o intentó frenar un supuesto golpe de Estado en marcha? ¿El Ejército sabía o no con anterioridad que se iba a producir un ataque? ¿La jefatura del MTP decidió la acción por una lectura equivocada del contexto político o fue manipulada por algún servicio de inteligencia para que lanzara un ataque de esas características? ¿Por qué los atacantes entraron gritando “¡Viva Rico!” y lanzando volantes que los hacían parecer carapintadas?
Qué era el MTP:  El Movimiento Todos por la Patria era una organización política relativamente nueva, con una tendencia de izquierda “movimientista”, integrada por antiguos militantes del PRT-ERP, militantes socialcristianos, peronistas de izquierda, radicales, intransigentes, socialistas y comunistas.
Su objetivo era constituirse en una corriente política que, en el marco de la democracia, recuperara las banderas sesentistas y setentistas de la liberación nacional y a la vez contribuyera a evitar un nuevo golpe de Estado, como los que se venían repitiendo cíclicamente en el país desde 1930.
Su dirigente más notorio -y quien realmente lideraba el MTP- era Enrique Gorriaran Merlo, que partía de la premisa que para profundizar la democracia y evitar una nueva asonada militar, era necesario crear un espacio que incluyera a los sectores más progresistas de los partidos tradicionales con los sectores ligados a la Teología de la Liberación -de ahí la presencia del sacerdote Antonio Puigjané- y fuera capaz de convocar a los sectores juveniles que actuaban en la política argentina.
Con la misma concepción del PRT sobre la propaganda, Gorriarán consideraba que la prensa era un instrumento político alrededor del cual se podía organizar el movimiento y, para eso, en noviembre de 1984 había creado la revista Entre Todos, dirigida por Carlos Alberto “Quito” Burgos y su esposa Martha Fernández, en la que escribían representantes de los más diversos sectores progresistas. El lema de la revista era “Entre Todos los que queremos la liberación”, aclarando que abarcaba a “peronistas, radicales, intransigentes, cristianos, socialistas, comunistas, independientes”.
El espacio obró también como punto de reencuentro para antiguos militantes del PRT-ERP: algunos habían estado en la cárcel, como Francisco Provenzano, Roberto Felicetti y Carlos Samojedny; otros se habían incorporado al Partido Intransigente, o provenían del PC.
El MTP, creado oficialmente en 1986, se presentó en las elecciones legislativas del 6 de septiembre de 1987 en las provincias de Córdoba, Jujuy, Neuquén, Salta y Santiago del Estero, con magros resultados y sin lograr la elección de ningún representante.
Esta postura inicialmente movimientista fue cambiando paulatinamente hacia otra más de “vanguardia” -en el sentido de la concepción del partido de vanguardia del marxismo leninismo-, surgida luego del primer levantamiento carapintada y la idea de un posible golpe de Estado por parte del Ejército.
La ruptura comenzó en diciembre de 1987, cuando se incorporó a la Mesa Nacional Gorriarán Merlo y varios dirigentes importantes abandonaron el MTP, como Rubén Dri, Manuel Gaggero, Pablo Díaz y Pepe Serra, disconformes con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba el MTP. La nueva Mesa Nacional quedó integrada por Gorriarán, Francisco “Pancho” Provenzano, Jorge Baños, el sacerdote Antonio Puigjané y Roberto Felicetti.
El tercer levantamiento carapintada, concretado el 1 de diciembre de 1988 en Villa Martelli, convenció al MTP de que había un golpe en marcha contra Alfonsín antes de las elecciones de 1989.
En los meses siguientes, tanto Gorriarán como Quito Burgos y al abogado Jorge Baños comenzaron a denunciar la posibilidad de un golpe, a la vez que la cúpula del MTP empezaba a pensar secretamente en la realización de una acción militar que contribuyera a frenarlo.
¿Un pacto militar-sindical?
La versión que tenía la cúpula del MTP apuntaba a la existencia de un pacto militar-sindical para derrocar a Alfonsín, casi una repetición del que el propio presidente había denunciado seis años antes durante la campaña electoral de 1983.
“Era como una suerte de pacto militar-sindical aggiornado, con la diferencia que aquel que había denunciado Alfonsín durante la campaña presidencial de 1983 era cierto, estaba en el aire, porque había sectores importantes del peronismo que estaban de acuerdo con la impunidad de los militares por los delitos cometidos durante la dictadura, pero el MTP -y esto lo reconoció el propio Baños poco antes de La Tablada- no tenían realmente datos, estaba todo traído de los pelos”, dice ahora Juan Salinas ante una consulta de este cronista.
Lo cierto es que la versión circulaba, como también la del golpe de Estado. El propio Salinas recuerda que a principios de enero de 1989 una fuente cercana a los servicios de inteligencia se lo anunció como cierto, aunque él no creyó la versión.
“Un día de enero el tipo, que se presentaba como Ricardo D’Amico pero que en realidad su apellido era Di Cortese y al que después denuncié en el juicio de La Tablada, me cita en el Café La Victoria, frente a Plaza de Mayo, y me dice que se viene una ‘Noche de San Bartolomé’, que va a haber un golpe de los Carapintadas y que tienen una lista de tipos a los que van a fusilar, entre los que estoy yo. Entonces le pregunté: ‘¿Y a quién van a poner de presidente?’ y el me contestó que no estaba definido, que podía ser Víctor Martínez, el vice de Alfonsín, o Arturo Frondizi. Me acuerdo que le contesté que era falso, que ese golpe no iba a existir”, dice Salinas.
La misma versión, la de la “Noche de San Bartolomé” le llegó también a Gorriarán. Lo que estaban buscando es que le llegara al gobierno desde varias fuentes, para que Alfonsín le hiciera nuevas concesiones al Ejército.
“En ningún momento se les ocurrió que, al enterarse de esa posibilidad, que era falsa, el MTP se iba a lanzar a tomar un cuartel”, concluye.
El disfraz “carapintada”
Una de las cuestiones más controvertidas del intento de copamiento de La Tablada fue que el grupo que inició el ataque pretendió que se lo confundiera con una fuerza carapintada.  “Lo de entrar al cuartel gritando “Viva Rico” y tirando volantes que parecían identificarnos como carapintadas contribuyó a la confusión. Eso fue para desorientar a los militares que estaban adentro, parte de la sorpresa en la irrupción era que ellos pensaran que éramos carapintadas. De hecho, creo que eso funcionó al principio. La idea era desconcertar, hacía muy poco que había ocurrido el levantamiento carapintada de Villa Martelli”, les explicó hace unos años a Eduardo Anguita y este cronista, Sergio Paz, uno de los militantes del MTP que participó de la acción y fue detenido.  Una vez tomado el cuartel, gracias en parte a esa confusión, los militantes del MTP pretendían apoderarse de los tanques -para lo cual había miembros del grupo que habían recibido entrenamiento cuando hicieron el servicio militar obligatorio- y marcharían a Plaza de Mayo levantado al pueblo en una insurrección.
“Creyeron que era inminente un nuevo levantamiento carapintada y quisieron anticiparse tomando el cuartel más grande de la Argentina. Pensaron que si hacían esa movida tendría aliados en el Partido Comunista y en sectores del radicalismo, una idea muy loca. Pensaron: ‘Bueno, nosotros tomamos el cuartel y salimos con los tanques y con camiones, juntamos gente y nos vamos todos en una pueblada a Plaza de Mayo a defender a Alfonsín’. Era un plan totalmente loco y descabellado. Si lo lograban, también podrían ponerle condiciones al gobierno, buscando que se radicalizara”, dice Salinas.
En “La Tablada. El último acto de la guerrilla setentista”, la investigadora Claudia Hilb vuelve sobre los dos hechos – provocar la confusión con los carapintadas y las intenciones de la movida – y escribió: “Gorriarán se atuvo, en lo esencial, a la ‘versión oficial’ de los hechos; aun así, el diálogo prolongado permitió que en los pliegues de esa versión oficial se ratificara una certeza, que a mí me resultaba fuertemente perturbadora de aquella versión oficial: las fuerzas atacantes habían buscado disimular su carácter de ‘civiles’, arrojando volantes de un ficticio agrupamiento denominado Nuevo Ejército Argentino. Y había sido, en palabras de Gorriarán Merlo, ‘en el momento en que se empezó a decir que el grupo atacante no era un grupo carapintada sino un grupo de civiles’ que la operación naufragó definitivamente”.
¿Sabían o no?
Otro punto controvertido es si el Ejército sabía con anticipación que una de sus unidades iba a ser atacada o fue tomado por sorpresa.  Según Salinas, “la operación estaba cantada, pero no de mucho antes porque la que se entera es la policía de la provincia, la DIPPBA (N del A.: la dirección de inteligencia de la bonaerense) y entonces operan de una manera muy inteligente, montando un operativo de control cerca y mandando a tres policías para avisar al cuartel y participan desde adentro en la defensa”.   En cambio, para el coronel Julio Ruarte, autor de “La Tablada. Un ataque para recordar”, no existió ningún aviso: “Se suele preguntar mucho si en el cuartel sabían del ataque o no. Hay un detalle que deja en claro que no. El mayor Fernández Cutiellos defiende el cuartel en alpargatas, porque no logra terminar de vestirse. Se levanta con los tiros, los ve por la ventana de la habitación donde estaba. Ve que es un ataque y ni siquiera se pone los borceguíes. Hay una foto que sale en los diarios de la época donde se lo ve tendido sobre un vehículo, y está en alpargatas”
Los enfrentamientos entre los atacantes y los defensores del cuartel se prolongaron durante casi 27 horas, entre las 6 de la mañana del 23 de enero y aproximadamente las 9 del día siguiente.  Desarrollar en detalle las escaramuzas ocurridas dentro de la unidad militar excede largamente las posibilidades de espacio de esta nota. El saldo, como se dijo al principio fue de 43 muertos -32 guerrilleros, 9 militares y dos policías– y cuatro militantes del MTP que hoy continúan desaparecidos: José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny.  En una de las causas judiciales que tuvieron a los militares que participaron de la represión en el banquillo se dio por probado que entre las 9 y las 10 de la mañana del 24, asfixiaron intencionalmente a Berta Calvo -que se había rendido- colocándole una bolsa en la cabeza. A su vez, separaron a los militantes que hoy siguen desaparecidos del grupo de detenidos y nunca se los volvió a ver. Sus cadáveres siguen sin ser encontrados.
Años después, cuando fue entrevistado para el documental “Tablada: el final de los ‘70″, el ex presidente Raúl Alfonsín – que inspeccionó el cuartel después de la rendición de los atacantes – dijo que a los detenidos “se les hizo un camino para golpearlos un poco”.
Cuando le preguntaron por los desaparecidos, simplemente respondió:
“Hay dos que no puedo decir qué pasó”.

sábado, 11 de noviembre de 2023

La Zoncera 8 sobre “La libre navegación de los ríos” y la Batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845

Facundo Di Vincenzo
“El sable, que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América de Sur, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarnos” (José de San Martín, Testamento, 1850).
Introducción a un problema historiográfico
Para historiadores e historiadoras como Marcela Ternavasio en su Historia de la Argentina 1806-1852 (2009), Raúl Fradkin y Jorge Gelman en Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político (2016) o Juan Pivel Devoto y Alcira Renieri de Pivel Devoto en Historia de la República Oriental del Uruguay (1945), la batalla se enmarca en la denominada “Guerra Grande” desarrollada entre marzo de 1839 y octubre de 1851. En los trabajos mencionados aparece como un enfrentamiento más en la secuencia de combates iniciados en la Banda Oriental entre dos facciones: “los blancos”, encabezados por Manuel Oribe (Montevideo, 1792-1857), y “los colorados” de Fructuoso Rivera (Durazno, 1784-1854).
La división entre los orientales surge en 1836 como desenlace de un conflicto latente entre las fuerzas comandadas por Fructuoso Rivera, comandante general de Campaña, y quienes promovían, como Manuel Oribe, una organización nacional integrada al acontecer de los vecinos federales del Río de la Plata, sin injerencias del Imperio del Brasil ni de las potencias imperiales extranjeras. Rivera, en cambio, se encontraba íntimamente vinculado a los unitarios que motorizaban la desvinculación entre Buenos Aires y las provincias, además de participar desde 1835 con los liberales brasileños que promovían la independencia como república de la Provincia de Rio Grande Do Sud –Guerra de los Farrapos o Revolución Farroupilha, desarrollada entre 1835 y 1845. En consecuencia, Rivera, aficionado a guerras de segmentación, mantuvo durante buena parte de su vida una relación estrecha con los enviados diplomáticos de Francia e Inglaterra, quienes veían en él un instrumento para romper cualquier iniciativa de unidad entre las provincias hermanas. Oribe no desconocía esta tensión, y en 1836 promovió el uso obligatorio de la divisa blanca que llevaba el título “amigos del orden” o “sostenedores de la legalidad”. En respuesta, Rivera distribuyó distintivos celestes, pero como se desteñían fácilmente por las lluvias y soleadas, lo cambió por el colorado del forro de los ponchos. Las divisas se estrenaron en la Batalla de Carpintería, en donde fue derrotado Rivera. Un dato de color de esta batalla es que Rivera en su fuga perdió todo su equipaje que, entre otras cosas, contaba con numerosas cartas enviadas a él por unitarios y diplomáticos ingleses y franceses. El historiador uruguayo Vivian Trías (Las Piedras, 1922-1980) señala que hasta contaba con una carta del mariscal Santa Cruz de Bolivia, en donde se le ofrecía una provincia argentina a cambio de su participación en un futuro conflicto contra Oribe y Rosas (Reyes Abadie, 1989; Trías, 1974).
Desde la perspectiva de los trabajos de Ternavasio, Gelman-Fradkin y Devoto-Renieri de Devoto, la batalla es leída como parte de un conflicto regional entre el presidente oriental de aquel entonces, Oribe, y quien lo quiere derrocar, Rivera, que termina involucrando a fuerzas “extranjeras”. Rivera acude a franceses, ingleses y hasta un grupo de italianos y mercenarios comandados por el caudillo liberal Giussepe Garibaldi. La alianza extranjera y estratégica diseñada por Rivera termina venciendo a Oribe, posibilitando el control del gobierno a los colorados. Tras la derrota, Oribe, en cambio, se alió con los federales de la Confederación para intentar volver al gobierno oriental.
En este relato no hay imperios, ni imperialismo, tampoco hay presiones ni influencias de Francia e Inglaterra; incluso, los federales de la Confederación, que en la gran mayoría de los casos habían luchado con los orientales (Rivera-Oribe) de un lado o de otro por más de tres décadas –todos participaron de las luchas de la emancipación, la Guerra del Brasil, las guerras entre Unitarios y Federales– son considerados tan extranjeros como las fuerzas anglo-francesas. Observo que estas omisiones y errores tienen efectos profundos al momento de narrar lo que ocurrió en la Batalla de la Vuelta de Obligado, incluso deja en suspenso –diría: “intacta”, sin criticar ni modificar– la versión “unitaria” y “liberal” –Bartolomé Mitre (1906), Domingo Faustino Sarmiento (1845), José Ingenieros (1918)– la historia de la Cuenca del Plata en donde los ingleses y los franceses actuaron contra las tropas de la Confederación para “liberar” los ríos. Un tema recurrente de ciertos académicos –liberales y eurocentristas– para quienes el elemento liberador en el Río de la Plata tuvo siempre que venir desde afuera –por nuestra incapacidad o barbarie. Desde esta concepción situada en algún lugar del Atlántico Norte, la Revolución de Mayo se produjo gracias al arribo de los ideales de la Revolución Francesa, el Estado Nación se consolidó por acción del modelo agroexportador promovido por Inglaterra y –en el caso analizado aquí– la invasión anglo-francesa al Río Paraná de 1845 fue caratulada como un avance del progreso y la libertad sobre la tiranía de un líder feudal como Juan Manuel de Rosas.
El pensador nacional Arturo Jauretche (Lincoln, 1901-1974) elige justamente las lecturas unitarias y liberales de esta batalla para explicar en su Manual de Zonceras Argentinas (1968: 77) la zoncera número 8 sobre “La libre navegación de los ríos”: “En la escuela primaria no era de los peores alumnos y contaba con cierta facilidad de palabra, motivos por los que frecuentemente fui orador de los festejos patrios. En uno de esos había bajado de la tarima, pero no de la vanidad provocada por los aplausos y felicitaciones, cuando mi satisfacción empezó a ser corroída por un gusanito. Entre las muchas glorias argentinas que había enumerado estaba esta de la libre navegación de los ríos, y en ella empezó a comer el tal gusanito. El muy canalla –tal lo creí entonces– me planteó su interrogante, tal vez aprovechando lo vermiforme del signo: ‘¿De quién libertamos los ríos?’. Y en seguida, como que ya estaba perplejo, agregó la respuesta: ‘De nosotros mismos. ¡Je, je, je!’, agregó burlonamente. ‘¿De manera que los ríos los libertamos de nuestro propio dominio?’, pensé yo de inmediato, ya puesto el disparadero por el gusano. Y continué ‘Pero entonces, si no eran ajenos sino nuestros, ¿se trata sencillamente de que los perdimos?’. Busqué entonces algunos datos y resultó que era así: la libertad de los ríos nos había sido impuesta después de una larga lucha en la intervinieron Francia, Inglaterra y el Imperio de los Braganza [Brasil]. Y lo que no se había podido imponer por las armas en Obligado, en Martín García [Combate de 1838 entre la Confederación y la flota de francesa aliada de Rivera], en Tonelero, por los imperios más poderosos de la Tierra, fue concedido –como parte del precio por la ayuda extranjera– por los libertadores argentinos que aliados con el Brasil vencieron en el campo de Caseros [Urquiza, Sarmiento, Mitre] y en los tratados subsiguientes”.
La batalla
El 20 de noviembre de 1845 en las aguas del rio Paraná, más precisamente a la altura de la localidad de San Pedro, provincia de Buenos Aires, en un lugar en donde el cauce se angosta y gira formando un dibujo sobre su margen derecha conocido como “Vuelta de Obligado”, las fuerzas de la Confederación Argentina lideradas por el brigadier general Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, 1793-1877) se enfrentaron a la escuadra invasora anglo-francesa integrada por 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes de ingleses, franceses, norteamericanos, sardos, hamburgueses y daneses. Al mando se encontraban los almirantes Francois Thomas de Trehouart (Francia) y Sir Charles Hotham (Inglaterra) (Cady, 1945; Scalabrini Ortiz, 1950; Rosa, 1965; Halperin Donghi, 1972; Colli, 1978).
Vivian Trías (1974: 181), en su sustancioso libro sobre Juan Manuel de Rosas, escribe: “La política económica rosista, a partir de 1835, contrariaba los intereses ingleses y franceses. […] La prohibición de extraer oro y las incesantes emisiones de papel moneda perjudicaron ostensiblemente a los comerciantes británicos”. Luego agrega en relación al conflicto entre Oribe y Rivera: “La guerra es, evidentemente, perjudicial para la arquitectura económica que el imperialismo liberal venía edificando a escala mundial”. En sintonía con ese proyecto liberal de dimensión mundial, el 17 de Noviembre de 1845 zarpó de Montevideo la flota anglo-francesa que debía abrir el río Paraná para el comercio de las potencias imperialistas. Para impedir el paso de las naves, las tropas de la Confederación Argentina habían instalado en la Vuelta de Obligado baterías, cadenas y trincheras comandadas por el general Lucio Norberto Mansilla (Buenos Aires, 1792-1871). La defensa de los patriotas atravesaba el rio con 24 buques mercantes “arrasados”, unidos entre sí por tres gruesos y fuertes lienzos de cadenas de ancla. Además, se había dispuesto, como batería flotante y defensa, el bergatín “Republicano”. El general Mansilla en la ribera derecha del río montó cuatro baterías artilladas con 30 cañones, muchos de ellos de bronce, con calibres de 8, 10 y 12, siendo el mayor de 20, los que eran servidos por una dotación de 160 artilleros. La primera, denominada Restaurador Rosas, estaba al mando de Álvaro José de Alzogaray; la segunda, General Brown, al mando del teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante; la tercera era la General Mansilla, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios; y la cuarta, de reserva y aguas arriba de las cadenas, se denominó Manuelita y estuvo al mando del teniente coronel Juan Bautista Thorne. En las trincheras había 2.000 hombres, la mayor parte gauchos asignados a la caballería, al mando del coronel Ramón Rodríguez, jefe del Regimiento de Patricios. También participaron tropas del Segundo Batallón de Patricios.  Al amanecer del 20 de noviembre, cuando la niebla se disipó, los oficiales franceses e ingleses ordenaron el ataque. Hacia las 18 horas del 20 de noviembre la lucha cesó. Las bajas argentinas sumaron 250 muertos y 400 heridos, mientras que la de los invasores, cerca de 30 muertos y 86 heridos. La lucha de los gauchos de la Confederación obligó a inmovilizar la flota invasora por más de 40 días en el lugar de la batalla. Además, en el viaje de regreso la escuadra imperialista fue atacada nuevamente.  Establecer el contexto sobre el que se ha desarrollado la “Batalla de la Vuelta de Obligado” supone, debido a una Historiografía argentina que ha estado históricamente signada por el interés de facción, la colonización cultural e ideológica y la anglofilia hasta hoy imperante en muchos de los espacios académicos (Di Vincenzo, 2018), tanto en una lectura sobre lo que se entiende por modernidad como una concepción sobre la idea de Nación, nacionalismo y nacionalidad. ¿Cómo es esto? Intentaré explicarlo brevísimamente.
La modernidad según los cultores del Atlántico Norte y nuestra modernidad   Desde otras lecturas, realizadas por autores situados en Iberoamérica, la batalla de la Vuelta de Obligado se inscribe como una expresión más del largo y violento proceso de expansión del capital mercantil motorizado por los sectores burgueses del Atlántico Norte. El filósofo nacional Alberto Buela (Buenos Aires, 1946) afirma que con la llegada de los europeos a las Américas en 1492 arribaron también dos cosmovisiones –formas de entender o comprender el mundo–: una mercantil, liberal, materialista, y otra cristiana, humanista y sincretista (Buela, 1990). En ese sentido, podemos afirmar que el acontecimiento inaugura el ciclo de acumulación de riquezas –recursos: metales preciosos, especies, minerales– que terminará por afianzar al sector comercial y mercantil –burgués– frente al sector “de la tierra”, reyes y nobles feudales de Europa del Norte. El poder económico de los burgueses termina por manifestarse en poder político desde 1688 con la Revolución Inglesa, dando inicio a otro ciclo, de consolidación y construcción del armazón político burgués: República moderna o Estado Liberal de Derecho, que podríamos dar por concluido con la Revolución Francesa de 1789. Con la represión de los franceses a los revolucionarios haitianos entre 1791 y 1804 podríamos afirmar que se inicia un nuevo periodo, marcado por las guerras de conquista de los grandes Estados-Nación imperiales del Atlántico Norte –Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, y luego Estados Unidos– a los demás Estados y Naciones del planeta, motorizando las rencillas internas o inmiscuyéndose en las decisiones de “las periferias”, como ha ocurrido en el caso del Río de la Plata durante los tiempos de la Batalla de la Vuelta de Obligado. Esta fase de la expansión imperial bien podríamos extenderla hasta la Gran Guerra de 1914-1918. Como puede observarse, parafraseando a Jauretche, una cosa es pensar con la cronología y los acontecimientos trascendentales de otros –edades Antigua, Feudal, Moderna y Contemporánea– y otra distinta es pensar con una cronología que repase los acontecimientos que nos han afectado a nosotros.
En varias oportunidades el filósofo Alekxandr Dugin (Moscú, 1962) ha tratado el tema y lo ha asociado por ejemplo a la relación que tiene Argentina con el mar Atlántico y las islas sobre las que tiene soberanía: las Malvinas. Su compromiso por el tema y sus visitas al país lo han constituido como un pensador nacional en el sentido que lo entienden autores como Leopoldo Marechal (1966) o Manuel Ugarte (1978): es aquel que quiere y hace querer a nuestra tierra. En una conferencia dictada en la Escuela Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas Argentinas, Dugin (2018: 31) define al Atlantismo como la idea de Civilización que propusieron y proponen las potencias del Atlántico Norte, con centro en Gran Bretaña primero y en Estados Unidos después: “Es capitalismo puro porque el capitalismo aparece en la historia de Occidente junto con el periodo de los descubrimientos en las colonias y el descubrimiento más importante del mar. El mar deviene un destino para Occidente y, desde este momento, empieza el capitalismo; la modernidad; la ciencia moderna; la metafísica moderna con su sujeto racional, con su idea del progreso”.
Nación, nacionalismo, nacionalidad
Sobre el tema de la nacionalidad, los seres humanos tenemos un viejo dilema, asociado generalmente al llamado “problema de nuestros orígenes”. El filósofo Carlos Astrada (Córdoba, 1894-1970) resuelve el enigma-problema rápidamente. Afirma que un pueblo es soberano cuando trabaja la tierra en la que vive: de allí el origen de la nacionalidad argentina. Desde su visión, es a partir del trabajo que los seres humanos asimilan un territorio y lo convierten en suyo. En las tierras del sur del continente americano Carlos Astrada considera que este derecho le corresponde inicialmente a los gauchos y los indios. Desde su lectura, ellos fueron quienes trabajaron las tierras, y a partir de ese trabajo lograron una relación particular, emotiva y sentimental con el paisaje, ese escenario infinito, inmenso y profundo, comúnmente llamado “las pampas” o “la pampa gaucha”. Astrada (1964: 58) la define como: “La extensión ilimitada, como paisaje originario y, a la vez, como escenario y elemento constitutivo del mito, he aquí nuestra Esfinge, la Esfinge frente a la cual está el hombre argentino, el gaucho”. Para Astrada, si uno se propone divisar una imagen humana en las tierras australes, esa imagen es la del gaucho y la del indio: son los habitantes naturales de un lugar que –parafraseando al poeta Rainer Maria Rilke (1980)– parece limitar con la eternidad. Escribe Astrada (1964: 59): “La Pampa, con sus horizontes en fuga, nos está diciendo, en diversas formas inarticuladas, que se refunden en una sola nota obsesionante: ¡O descifras mi secreto o te devoro!”. Ese plano metafísico del paisaje en el continente y en el mar e islas argentinas dan una dimensión espiritual que se encuentra ligada indisolublemente con los seres que mejor lo interpretaron y respetaron con su errático ambular: el gaucho y el indio.  Otra condición relacionada con el pensamiento geopolítico y existencial de los autores del Pensamiento Nacional es su lectura sobre la naturaleza pacífica de la cosmovisión nacional, diferente a la liberal: belicista, mercantil y usurpadora. Dugin, Buela y Astrada rescatan al poema fundacional de la nacionalidad argentina, El Martín Fierro de José Hernández. En ese texto, su personaje principal, el gaucho Martín Fierro, dice: “El trabajar es la ley / porque es preciso alquirir / no se espongan a sufrir / una triste situación: / sangra mucho el corazón / del que tiene que pedir” (Hernández, 1872: 235). Para Dugin, Buela y Astrada, los gauchos asumen la acción del trabajo como parte de la naturaleza humana, que Hernández valoriza una y otra vez en su poema. En otro pasaje escribe: “debe trabajar el hombre / para ganarse el pan”. En otras palabras: la adquisición de bienes se logra por el trabajo, que al mismo tiempo tiene que ser justo y reconocido por el patrón. Para Hernández, la paz entre las personas se rompe cuando el gaucho sufre injusticias, como le ha ocurrido a Martín Fierro, de ahí la desconfianza por la ley: “La ley es para todos / pero sólo al pobre la rige”. La lucha de los pueblos se expresa con un halo de justicia y es enunciada generalmente como “lucha por la liberación nacional”.  El pacifismo económico de la Cosmovisión Liberal desconoce todo esto, porque para las potencias del Atlántico Norte (OTAN) recién cesarán todas las guerras cuando se inaugure la era del perfecto libre cambio. De allí que filósofos como Astrada (1964, 2007) y Dugin (2018, 2019) aludan a un tipo de pacifismo imperialista y mercantil, en donde se pasa de una guerra por necesidades –guerra como medio de alimentación– a otro modo de guerra: por poder político y con motivación económica, es decir, no hay necesidades, sino búsqueda de mayores ganancias. Para la Cosmovisión Liberal de la OTAN la guerra es un medio para adquirir más mercancías, no es fundamental para adquirir bienes el trabajo, como señalaba Martín Fierro, sino que en esta cosmovisión el robo y la ocupación de lo ajeno son acciones naturalizadas. Escribe Astrada: “La forma particular del imperialismo mercantilista anglosajón, ya perimido, cuya garra predatoria, que se hizo sentir durante el siglo XIX, alcanzó también hasta nosotros, arrebatándonos las Malvinas y dejándonos esa herida, hasta ahora abierta, en el flanco Atlántico de la Patria” (Astrada, 1948: 133).  Siguiendo esta lectura, no es casual ni anecdótico que el héroe máximo del panteón nacional, José de San Martin, tras la batalla de la Vuelta de Obligado y a raíz de la defensa de “las aguas nuestras”, le envió a Juan Manuel de Rosas el sable curvo que usó en las guerras de la emancipación.
Bibliografía
Astrada C (1948): Sociología de la guerra y filosofía de la Paz. UBA, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Filosofía, Serie Ensayos, 1, Buenos Aires.

Astrada C (1964): El mito gaucho. Buenos Aires, Cruz del Sur.

Astrada C (2007): Metafísica de la Pampa. Buenos Aires, Biblioteca Nacional.

Buela A (1990): El sentido de América (seis ensayos en busca de nuestra identidad). Buenos Aires, Theoría.

Cady J (1945): La intervención extranjera en el Río de la Plata (1838-1850). Buenos Aires, Losada.

Colli N (1978): Rosas y el bloqueo Anglo-francés. Buenos Aires, Patria Grande.

Di Vincenzo F (2018): “La Colonización Historiográfica. Reflexiones acerca de una historia moderna y contemporánea para América Latina y el Caribe”. Viento Sur, 19, Remedios de Escalada, UNLa.

Dugin A (2018): Geopolítica Existencial. Conferencias en Argentina. Buenos Aires, Nomos.

Dugin A (2019): Logos Argentino. Metafísica de la Cruz del Sur. Buenos Aires, Nomos.

Fradkin R y J Gelman (2016): Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político. Buenos Aires, Edhasa.

Halperin Donghi T (1972): Argentina. De la Revolución de la independencia a la Confederación rosista. Buenos Aires, Paidós.

Hernández J (1872): Martín Fierro. Buenos Aires, Ciorda, 1968.

Ingenieros J (1918): Sociología Argentina. Buenos Aires, LJ Rosso.

Jauretche A (1968): Manual de Zonceras Argentina. Buenos Aires, A. Peña Lillo.

Marechal L (1966): Heptamerón. Buenos Aires, EUDEBA.

Mitre B (1906): “Un episodio troyano. Recuerdo del Sitio Grande de Montevideo”. En Páginas de Historia, Buenos Aires, Biblioteca de La Nación.

Pivel Devoto J y A Ranieri de Pivel Devoto (1945): Historia de la República Oriental del Uruguay. Montevideo, Medina.

Reyes Abadie W (1989): Historia del Partido Nacional. Montevideo, Banda Oriental.

Rilke RM (1980): Obra Poética. Buenos Aires, Efece.

Rosa JM (1965): Historia Argentina. Tomo V: “La Confederación (1841-1852)”. Buenos Aires, Oriente.

Sarmiento DF (1845): Facundo. Civilización y barbarie. Buenos Aires, Hyspamérica, 1974.

Scalabrini Ortiz R (1950): Política británica en el Río de la Plata. Páginas de la Historia tenebrosa de un pasado político. Buenos Aires, Hechos e Ideas.

Ternavasio M (2009): Historia de la Argentina 1806-1852. Buenos Aires, Siglo XXI.

Trias V (1974): Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires, Siglo XXI.

Ugarte M (1978): La Nación Latinoamericana [Selección de textos]. Caracas, Biblioteca Ayacucho.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

El legado de Leonardo Favio: la disputa simbólica entre el pensamiento situado y el sitiado

por Julián Otal Landi
El siempre necesario Rodolfo Kusch decía que “cultura no es una entidad estática u objetiva, sino que es algo disponible y que existe únicamente en cuanto un sujeto la utiliza. Cultura es sobre todo decisión”. Dentro de esas decisiones, el filósofo recupera la cultura popular –que ha sido históricamente menospreciada– apuntando a un pensamiento situado, provocando un diálogo cultural donde está muy presente el carácter conflictivo, e incluso llega a afirmar que “con la presión del otro, que ahora llamamos pueblo, se pone al descubierto que no somos sujetos culturales, y que cuando lo somos es porque asumimos una cultura que no es la nuestra, una cultura por la cual habíamos optado creyendo en su universalidad. Somos entonces paradójicamente sujetos sin cultura, aun cuando la practiquemos”.
Un ejemplo claro de disputas simbólicas, donde el pensamiento situado entra en conflicto con el “sitiado”, se ilustra claramente con el legado cultural de Leonardo Favio. El mendocino Fuad Jorge Jury es una figura notable e imprescindible, no solo por su aporte profundo a la cultura popular, sino también como espejo para analizar el pensamiento nacional. Leonardo Favio no fue solo un extraordinario director de cine, sino también un cantante y compositor que se constituyó en un verdadero exponente de la música popular en los sesenta y setenta. Sin embargo, los sectores del establishment aun ningunean, desvirtúan y relativizan su aporte a la cultura. Mientras que en el resto de América Favio es recordado como el Juglar de América, al cantante que con sumo magnetismo se metió en todos los hogares de los pueblos, en nuestro país se destaca sólo al director de cine. La realidad es que ambas cosas son coherentes y están relacionadas entre sí. No obstante, sectores de la crítica cultural –gracias a una militante ignorancia– siguen soslayando el legado faviano en la música popular presos de las estigmatizaciones que se arrastran de años atrás, cuando algunos la calificaban como “música complaciente o pasatista” y, en los ochenta, “mersa” o “grasa”. El carácter de “cantor de las planchas” –como lo llamaban en Colombia, porque la escuchaban las mujeres que trabajaban como servicio doméstico en la casa de los oligarcas caribeños– en nuestro país se complejiza por su adscripción al peronismo, siempre dispuesto a discutir con quien fuera, defendiendo las banderas históricas del justicialismo en tiempos de socialdemocracia. Esta ponderación del pensamiento “sitiado”, piadosamente recortado, se justifica también en los tiempos actuales de confusión ideológica, donde no se discuten políticas culturales reales, situadas, con raigambre en la cultura popular.
El 5 de noviembre de 2012 Leonardo Favio nos dejaba físicamente. Desde diversos espacios, sobre todo desde Avellaneda, se avanzó con varias exposiciones, ciclos o recitales en homenaje al Juglar de América en conmemoración a los 10 años de su partida. No obstante, su legado musical sigue quedando soslayado, supeditado a construcciones de sentido que recurren a una mentira sostenida en el tiempo: que grabó canciones para poder financiar sus películas; que al realizarlas se retiró de la música; y que retornó a ellas cuando partió al exilio, porque no contaba con recursos. Dentro de esta lógica se da a entender que el talento artístico, la honestidad y la sensibilidad de su poética se reducen a un recurso parasitario para alcanzar solvencia económica. Como si fuera un oxímoron que Favio fuera cantor y director. La disputa de sentido encierra un prejuicio clasista, una resistencia hacia el legado de Favio a la cultura popular. Para muestra, basta un botón –los demás a la camisa, diría Sandro: en octubre salió una edición especial de la centenaria revista Caras y Caretas dedicada a homenajear a Favio. El resultado es un sumun de artículos repletos de imprecisiones y apuntes intencionales para posicionar a Favio hacia un sector partidario. Desde la editorial de María Seoane –una nota repleta de adulonerías hacia Cristina, utilizando a Favio como excusa– hasta el repiqueteo del asunto Ezeiza, el ocultamiento de muchas opiniones del artista en torno al peronismo y su condena a Montoneros, o su reivindicación al líder sindical asesinado por ellos, Rucci, marca toda una tendencia adrede. Cuando incursionó en la canción, Favio fue un verdadero suceso en 1968, rompiendo todos los récords de venta, pero no tenía 40 años, como sostienen en la revista. El álbum Fuiste mía un verano fue un hito en la historia de la música popular, pero su obra no se detuvo ahí, y mucho menos por la realización de sus películas: si entre 1972 y 1975 filmó tres películas antológicas, además grabó cuatro long plays –discos larga duración– y numerosos simples. Los temas no eran grabaciones viejas, ni de baja calidad: si bien abandonó los escenarios, no descuidó su faceta artística con canciones maravillosas como “Anotaciones para Carola”, “Estoy orgulloso de mi general”, “Canción de cuna para Nicolás”, entre otras canciones extraordinarias que estaban en sintonía con su decir fílmico. En definitiva, dicha edición deja un sinsabor –solo salvado en partes por las entrevistas y un artículo delicioso de Patán Ragendorfer– y una nueva oportunidad perdida para rescatar al verdadero Favio, gran exponente de la cultura popular, propulsor de un pensamiento situado.  Cuando trabajamos en torno a verdaderos exponentes de la cultura popular como Favio tenemos que ser responsables. Son válidas nuestras interpretaciones y preferencias, pero resulta necesario rescatar su obra de forma completa para las nuevas generaciones. Porque fue mucho más que Moreira y mucho más que Ella ya me olvidó. Un abordaje incisivo sobre su legado –en plataformas como Youtube se puede acceder a toda su discografía, ya que gran parte de ella permanece descatalogada– contribuiría aún más a la reflexión de sus obras filmográficas que lo consagran como uno de los mayores directores de cine argentino.

lunes, 6 de noviembre de 2023

Joaquín Lenzina (Ansina): lealtad al Protector de los Pueblos Libres y a la causa por la emancipación

REVISTA MOVIMIENTO
Joaquín Lenzina, más conocido como “el negro” Ansina, nació en una estancia de la Banda Oriental el 20 de marzo de 1760. Siendo él un niño, su padre fue vendido como esclavo. Así, de pequeño trabajó como peón-esclavo en una estancia. En esos años aprendió a tocar la guitarra, a cantar y a tocar el arpa. Embarcado en un barco ballenero que iba a las Islas Malvinas, fue vendido por piratas en las plantaciones de caña de azúcar de la zona de San Pablo. Allí participó de los movimientos de resistencia de los esclavos, que continuaban la lucha emprendida por el rey Ganga-Zumba, primer jefe del denominado “Quilombo de Palmares”, y del legendario Zumbí. En 1795 Ansina fue vendido nuevamente, esta vez en las Misiones Orientales, y quiso el destino que el comprador fuera José Gervasio Artigas, quien le otorgó rápidamente la libertad. Él mismo lo relató: “Cuando chico me dijeron: / Eres hijo de Lenzina. / A tu padre lo vendieron. / ¡Así que a la cocina!”. También recordó: “De las costas del Brasil / pasé a las Misiones, / vendido como marfil. / ¡Qué miserias! ¡qué traiciones! (…) ¡Con tal que me sigas / Te haré libre de verdad! / Así me dijo Artigas: / ¡amarás la libertad!”.
Hacia 1803 actuó en el batallón de Pardos Libertos de Montevideo, y en 1806-1807 –cuando las invasiones británicas al Río de la Plata– participó de las resistencias a los colonialistas británicos. Afirma en un verso: “Pronto supimos los orientales, / del desembarco inglés en la otra Banda. / Frente a esos sucesos fatales / ayudamos como Dios manda”. En otro dice: “Como para ellos nuestro no, no es ‘no’ / tampoco queremos saber que el sí es ‘yes’. / ¡Se hacen los sordos como el zorrino: / Seremos mudos para lo inglés”. Volviendo sobre el tema, cantó: “Somos libres y no tememos / ni a españoles ni a portugueses. / ¡Los orientales también tenemos / laureles arrancados a los ingleses!”. Luego de la Batalla de las Piedras sostuvo: “Inmensa habría sido la tragedia, / si Artigas sólo pensara en la gloria”. Cuando el fin del sitio de Montevideo y el éxodo oriental, escribió: “Nos llevamos hasta el abuelo, para que no muera humillado”, y luego: “¡Adiós murallas montevideanas! / ¡Nos iremos con fatigas, / con nuestros ponchos de lana, / pero volveremos con Artigas!”. Mientras Artigas formaba la Liga de los Pueblos Libres –con las provincias de Córdoba, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Misiones–, Lenzina se desempeñaba allí como consejero del Protector de los Pueblos Libres.
Existe una controversia con respecto a la figura de Ansina, pues en 1936 se repatriaron los restos de Manuel Antonio Ledesma por parte del inspector del Ejército Mario Petillo, se dijo que eran los de Ansina, y se los colocó en el Panteón Nacional. En 1951 Hammerly Dupuy publicó varias poesías firmadas por Lenzina que había encontrado de manos de un anciano en Paraguay –1928, se trata de Juan León Benítez– corroborando que Lenzina es el verdadero Ansina. Tesis vuelta a corroborar en 1996 en Ansina me llaman y Ansina yo soy. Antón sostiene allí: “A los señores eruditos les pido recuerden cómo fue en realidad la historia. Don Joaquín Lenzina, negro, fue fundador de la literatura oriental y padre de la patria vieja. Guitarrero, arpista, poeta y payador políglota, gestor de ideas y aconteceres junto a Don José, Andresito y tantos otros”. Justamente en un verso Ansina traía el recuerdo de Andresito –quien reconoció el magisterio de Lenzina sobre su persona–: “Tu estirpe de pura raza guaraní / late siempre en tu corazón, / con tu apellido Guacurarí, / como símbolo de valor y pasión. / Desde que Artigas te conoció / como hijo del alma te adoptó”. Cuando los diputados artiguistas fueron rechazados con las instrucciones del Oriental en la Asamblea del Año XIII, Ansina escribió versos para que esas instrucciones fueran conocidas por todo el pueblo: “quedará lo que Artigas trazó en la memoria de la Nación”. Saludó las victorias de San Lorenzo, Chacabuco y Maipú, y resaltó también la relación con San Martín: “Son Artigas y San Martín los dos jefes en lucha. De uno Ansina fue su trompeta, y del otro Cabral su ducho”.
Lenzina no calló las verdades ante los atropellos, y arremetió contra el Directorio porteño: “El infame jefe porteño / quiso dividir al pueblo oriental, / poniendo en ello tanto empeño / que gastó, en su compra, un dineral”. En otra poesía volvió con el tema: “El Director envalentonado / a la cabeza de Artigas puso precio. / ¿Acaso puede cortarse la cabeza / de todo un pueblo que siente y piensa?”. Criticó también los libelos contra Artigas, confiando en el juicio de la historia: “¡Los artiguistas no escribimos libelos!”. Hizo un Canto al Triunfo Federal en Cepeda y, luego de la traición al jefe oriental, esbozó unos versos: “Enemigo, lo llamó, / de las Provincias Unidas, / y también ofreció / dineros a los Judas”. Luchador incansable, dijo: “luchamos con denuedo, / batallando así varias veces, / por todo aquello que es nuestro”.
Cuando Artigas pide asilo para exiliarse en Paraguay, Ansina le dice: “Mi General, yo lo seguiré, aunque sea hasta el fin del mundo”. Así lo hace, lo acompaña en los largos 30 años de exilio, viviendo en Ybiray. Ansina tenía 94 años al fallecer Artigas –contando éste 90 años. Acerca del exilio de Artigas expresa: “Nuestro Jefe se alejó / No por salvar su vida, / En la cual nunca pensó, / Sino por salvar la idea”. Y en otra poesía retoma el tema: “Es con el corazón doliente / Como la traición lo alejó”. Muerto Artigas, recuerdan los pobladores que Ansina andaba triste y ya no se lo veía cantar como antes. “¿Para qué he de vivir? Ya se murió Artigas. Ya no puedo reír al oír voces amigas”. Pasa sus últimos años prácticamente ciego en la casa de Manuel Antonio Ledesma en Guarambaré, en Paraguay, hasta su fallecimiento a los 100 años, en 1860.
Bibliografía
AAVV (1996): Ansina me llaman y Ansina yo soy. Montevideo, Rosebud.
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domingo, 5 de noviembre de 2023

López Estanislao 2da parte

Por pacho o'donnell
La década de 1820 estuvo signada por una interesente gestión de López quien se empeñó en dar orden territorial, administrativo y legal a su provincia, con el consenso de sus comprovincianos. En relación a la autonomía que los jefes federales deseaban dotar a sus provincias, a las que con frecuencia se referían como “repúblicas”, la Junta de Representantes santafesina propone una bandera diferenciada de la nacional. Esta debe ser “de figura cuadrilonga, centro blanco en los dos costados celestes y un triángulo en cada extremo de color colorado”. Bandera que nunca se realizó. El 1º de agosto de 1822 López reitera su voluntad de contar con bandera propia y propone que “sea cuatricolor, blanco el medio, celeste a la derecha y en el centro un óvalo orlado con una faja amarilla donde se note: Provincia Invencible de Santa Fe. En lo inferior las armas con un sol naciente conforme al diseño que acompaño, sin perjuicio de cuantas modificaciones le parezcan mejores, análogas o más explicativas del genio valiente de sus hijos”.
En 1824, convocado por Buenos Aires, se reunió un Congreso Constituyente con el propósito de dar una organización a las Provincias Unidos. Los delegados santafesinos, trenzados en ardorosos debates contra el centralismo porteño, defendieron sin éxito las autonomías provinciales y su derecho a las regalías de la Aduana del puerto.  Durante su gobierno López sostuvo relaciones autónomas con algunos países americanos. Desde 1814 gobernaba en Paraguay el dictador Gaspar Francia con un aislacionismo tanto económico como político, instaurando medidas proteccionistas que perjudicaron el comercio santafesino que se vio privado de tabaco, yerba y maderas. López se planteó seriamente adoptar medidas similares en contra del Paraguay, como lo escribiera al gobernador de Corrientes: “Yo estoy resuelto a observar con respecto al Paraguay la misma conducta que guarda con nosotros. Todas las reflexiones que he hecho sobre el particular sólo han servido para confirmarme más en la necesidad de adoptar esta medida. Si nosotros por una política extraviada le franqueamos nuestro comercio y con él nuestros recursos, al paso que aquel gobierno por un proceder egoístico nos priva del suyo, cuando sus producciones no nos son de primera necesidad ¿no es darle a entender que nuestra suerte es precaria y que no podemos subsistir sin él, pudiendo él verificarlo sin nosotros? ¿No es esto fomentar los caprichos de aquél Directorio por una debilidad criminal de nuestra parte? Franqueándole el tráfico de nuestras provincias le proporcionamos los medios de informarse de nuestra situación política, de la debilidad de nuestro estado y de otros pormenores que ciertamente deben interesarle para su manejo, mientras nosotros estamos en la más completa ignorancia de sus recursos y planes”
Las disposiciones de Francia fueron sistemáticamente violadas por el tráfico clandestino sin duda fomentado por el gobierno santafesino. Esto se percibe en la nota enviada el 5 de enero de 1823 por Estanislao López al gobernador de Entre Ríos, Lucio Mansilla, informándole sobre el avance de una división paraguaya hacia la Candelaria con el objetivo de poner coto al contrabando: “Así es que se advierte muy bien el espíritu de aquel directorio en dirigir de tiempo en tiempo parte de sus esfuerzos a esos destinos pues su designio no es, ni puede ser, otro que impedir nos proveamos de los frutos de que su sistema monstruoso ha intentado privarnos”. Respecto de las relaciones de López con el gobierno de Chile las comunicaciones fueron escasas pero amistosas, sobre todo con el general O’Higgins. En un caso hizo un pedido especial al chileno solicitándole que intercediera para que se pudiera cobrar el legado de una tal Manso que había destinado 14.000 pesos de su herencia a beneficio del hospital santafesino.  Con San Martín el vínculo fue siempre cordial y activo. Puede decirse que don José le debió su libertad y quizás su vida cuando a mediados de octubre de 1823 pensaba viajar a Buenos Aires y recibió entonces una comunicación secreta del caudillo santafesino: “Sé de una manera positiva, por mis agentes en Buenos Aires, que a la llegada de V. E. a aquella capital, será mandado juzgar por el gobierno en un Consejo de Guerra de oficiales generales, por haber desobedecido sus órdenes en 1819 haciendo la gloriosa campaña de Chile, no invadir a Santa Fe y la expedición libertadora del Perú. Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V. E. tan patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes que se hallaba en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V. E. que, a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V. E. en El Desmochado, para llevarlo, en triunfo hasta la plaza de la Victoria. Si V. E. no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre Ríos, hasta Montevideo”. Don José le agradecería el aviso y tomaría las precauciones necesarias para advertir a su enconado enemigo Rivadavia, arbitro de la política porteña, que su presencia en Buenos Aires obedecería solo a su intención de embarcarse hacia su exilio en Europa.  Dorrego es uno de nuestros próceres mayores avaramente reconocido por la historia oficial, la que sólo hace hincapié en su condición de “fusilado” pero sin ahondar en las razones de su muerte ni inculpará a su verdugo ni a los autores intelectuales. Asumió como gobernador de Buenos Aires luego de que Rivadavia renunciara ante el escándalo provocado por su emisario Manuel J. Garcia, obediente a los deseos de Gran Bretaña, al ceder a Brasil la ocupación de la Banda Oriental a pesar del triunfo de las armas argentinas en Ituzaingo. Dorrego había sido representante del caudillo federal Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, en la Legislatura porteña y allí había denunciado las arbitrariedades y las corruptelas de don Bernardino y los suyos. Ello le ganó el favor de los sectores populares que vieron en él un representante confiable de sus intereses avasallados por la burguesía comercial, los “decentes” del puerto.
Se hace cargo del gobierno de la provincia de Buenos Aires en agosto de 1827 y encuentra al Estado en gravísima crisis financiera: la deuda acumulada llegaba a los 30.000.000 de pesos, la onza de oro desde enero de 1826 había subido de 17 a 55 pesos, la circulación de 10.250.000 pesos triplicaba el dinero en giro existente antes de la guerra con el Brasil, la Aduana recaudaba cifras insignificantes a causa del bloqueo de la escuadra brasilera, y un mercado enrarecido incrementaba paulatinamente la salida de oro al exterior.   El Banco fundado por Rivadavia y García seguiría siendo un instrumento dócil en manos del embajador inglés lord Ponsonby quien sabría extorsionar a Dorrego para que la guerra con Brasil concluyera, al menos con la independencia uruguaya. Dorrego no encontró apoyo en el directorio para continuarla ya que se le negó todo apoyo económico y estuvo obligado a la paz, pero debe reconocerse que gracias a su convicción se evitó la anexión de la Banda Oriental al Brasil como provincia “cisplatina”. El embajador británico pudo escribir entonces al primer ministro lord Dudley, sustituto de Canning: “No vacilo en manifestar a Ud. que yo creo que Dorrego está ahora obrando sinceramente en favor de la paz (…) A ello está forzado por la negativa de proporcionársele recursos salvo para pagos mensuales de pequeñas sumas”. Pero la animosidad de lord Ponsomby no se calmará y moverá los hilos para preparar un golpe contra ese gobernante tan poco predispuesto a doblegarse ante la prepotencia británica, tan diferente a don Bernardino. Entonces anuncia a Londres: “Dorrego será desposeído de su puesto y muy pronto”.  El nuevo gobernador, de profundas convicciones democráticas, había tomado medidas drásticas en favor de las clases populares: fijó precios máximos para el pan y la carne, suspendió el odiado régimen de reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los productos de primera necesidad. También suspendería las faraónicas y sospechables obras públicas y prohibiría las exportaciones de oro, pese a las protestas británicas, y las nuevas emisiones de papel. Su política económica tuvo éxito y en febrero 1828, según Miron Burgin, “el peso recuperó casi todo el terreno que había perdido el año anterior”.  No será entonces casual que por primera vez una palabra con intensa significación en nuestra historia aparece escrita. Es en las “Memorias” del general Iriarte. Cuenta que cierto día, acompañado por Carlos de Alvear, se cruzaron con Dorrego en una de las calles céntricas de Buenos Aires.  “-Caballeros -les dijo el jefe federal-, les aconsejo que no se acerquen mucho… -Como quien no quiere contaminar”.
Dorrego vestía un traje ostensiblemente desaliñado y su apariencia era desprolija. Iriarte anotaba entonces: “Excusado es decir que esto era estudiado para captarse la multitud, los descamisados”.
Pero los rivadavianos no habían depuesto sus planes de regresar al poder: “No se esfuerce usted en atajarle el camino a Dorrego”, escribirá Salvador M. del Carril a uno de sus amigos, “déjelo usted que se haga gobernador, que impere aquí como Bustos en Córdoba, ­o tendrá que hacer la paz con el Brasil con el deshonor que nosotros no hemos querido hacerla; o tendrá que hacerla de acuerdo con las instrucciones que le dimos a García, haciendo intervenir el apoyo de Canning y de Ponsonby. La Casa Baring lo ayudará pero sea lo que sea, hecha la paz, el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos”.
Juan Manuel de Rosas escribió a Estanislao López, doce días después de la caída de Dorrego a manos de Lavalle: “El señor gobernador (Dorrego), tenía en manos de sus enemigos los principales recursos que son las armas y el Banco (…) Sólo creo que están con ellos (los golpistas ) los quebrados y agiotistas que forman esta aristocracia mercantil”. También: “En combinación con ese establecimiento (el Banco) se fraguó el motín del 1º de diciembre y con él se contó, como lo ha acreditado la experiencia, para pagar el asesinato del jefe del Estado y un ejército de sublevados que creían volver a dominar la República”.  No fue de extrañar que la primera medida tomada por Lavalle luego de fusilar a Dorrego, además de ordenar el exterminio de todo gaucho sospechado de federal, fue permitir nuevamente la libre emisión al Banco: hemos ya señalado que el 5 de noviembre de 1828 había en circulación 10.250.000 pesos en papel según balance aprobado por Dorrego; en febrero de 1829 la circulación trepó a pesos 14.160.843. El oro saltó a 60 en diciembre, 63 3/8 en enero y llegaría a 100 1/2 en octubre con regocijo de los especuladores. El directorio del Banco se deshizo del escaso metálico conservado ( 320 onzas y 5 mil macuquinas) porque “esa cantidad es insignificante para garantir el papel circulante”. Ya no quedó una moneda de oro en el país.
El precio de ello había sido la vida de don Manuel que quizás podría haberla salvado si hubiera obedecido el consejo de su lugarteniente Juan Manuel de Rosas de retroceder hasta Santa Fe para fortalecer sus magras fuerzas con las que López le ofrecía. Antes de morir el infortunado Dorregó escribió una carta destinada a don Estanislao designándolo nuevo jefe del federalismo. La misma concluía: “Ignoro la causa de mi muerte pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre”. Dicho deseo no se cumpliría porque los unitarios se lanzaron a la caza de gauchos federales como lo contaría el general Iriarte, antirrosista: “Después de la ejecución de Dorrego, Lavalle asolaba la campaña con su arbitrario sistema, y el terror fue un medio de que con profusión hicieron uso muchos de sus jefes subalternos. Se violaba el derecho de propiedad, y los agraviados tenían que resignarse y sufrir en silencio los vejámenes que les inferían, porque la más leve queja, la más sumisa reclamación costó a algunos infelices la vida. Aquellos hombres despiadados trataban al país como si hubiera sido conquistado, como si ellos fuesen extranjeros; y a sus compatriotas les hacían sentir todo el peso del régimen militar, cual si fuesen sus más implacables enemigos. Se habían olvidado que eran sus compatriotas y, como ellos mismos, hijos de la tierra”. Este procedimiento se repetiría, en mayor escala, luego de la batalla de Pavón en 1861 y para ello fue creado el Ejército Nacional.
Días más tarde de aquel asesinato que marcó con sangre nuestra historia el jefe santafesino contestaría con indignación e ironía a la circular en la que se le informaba que Lavalle, el verdugo y nuevo gobernador, había sido electo por el “voto nacional y unánime”: “Sea cualquiera la propiedad con que el Sr. secretario “nacional” llame voto unánime al de los ciudadanos de una provincia como la de Buenos Aires en la expresión tumultuaria y discordante de los pocos que puede contener un templo(…)”.  La hora de la revancha llegaría para López cuando unió sus fuerzas con las de Rosas para derrotar a Lavalle en “Puente de Márquez” (muy próximo al lugar donde veintitrés años más tarde se libraría la batalla de “Caseros”) , el 26 de abril de 1829, deteniendo así el genocidio del que, entre otros, fueron protagonistas los crueles jefes unitarios Rauch y Estomba. Pero fue entonces cuando la relación entre el santafesino y Rosas corrió circunstancial peligro debido al enojo de aquél porque éste hizo privadamente las paces con el jefe unitario mediante el pacto de Cañuelas sin el conocimiento o el consentimiento de López. Pero las aguas volvieron a su cauce y ese vínculo salió fortalecido.  El libre comercio que en su momento impulsaron los juntistas de Mayo y más tarde el Primer Triunvirato de Rivadavia y el Director Supremo Carlos Alvear, con indudable beneficio para las arcas de Buenos Aires y de sus mercaderes, era severamente cuestionado por los caudillos provincianos que habían visto desmantelar las incipientes industrias de sus territorios, incapaces de competir con los productos industrializados que eran importados desde Europa. En julio de 1830 se reunieron en Santa Fe los delegados de Buenos Aires, ya con Rosas en su gobierno, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes para discutir los términos de lo que habría de conocerse como el “Pacto Federal” y ese tema no pudo estar ausente. El objetivo inmediato del encuentro era llegar a una alianza para oponerse a la poderosa unión unitaria que nucleaba a San Juan, La Rioja, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Córdoba, bajo el “Supremo Poder Militar” concedido el 31 de agosto de 1830 al eficiente general José María Paz.  En la convocatoria federal se planteó el tema del proteccionismo a la producción y a los cultivos del interior. Su principal promotor sería Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, quien requirió a Rosas que modificara urgentemente la política de tarifas de Buenos Aires. “Tenemos otras provincias –y son varias- cuyas producciones hace mucho tiempo que dejaron de ser lucrativas; que viven exclusivamente de ellas; que no pueden tampoco, aun con capitales, abrazar otras que su territorio no permite. Más claro y más cierto: han de ser favorecidas por la prohibición de la industria extranjera, o perecer. Pero, sufrirán mucho en la privación de aquellos artículos que están acostumbrados, ciertos pueblos. Sí, sin duda alguna un corto número de hombres de fortuna padecerán, porque se privarán de tomar en una mesa vinos y licores exquisitos… las clases menos acomodadas no hallarán mucha diferencia entre los vinos y licores que actualmente beben, sino en el precio, y disminuirán el consumo, lo que no creo ser muy perjudicial. No se pondrán nuestros paisanos ponchos ingleses; no llevarán bolas y lazos hechos en Inglaterra; no vestiremos ropa hecha en la extranjería, y demás renglones que podemos proporcionar, pero en cambio empezará a ser menos desgraciada la condición de pueblos enteros de argentinos y no nos perseguirá la idea de la espantosa miseria a que hoy son condenados. Y aquí es tiempo de notar que sólo propongo la prohibición de importar artículos del comercio que el país produce, y no lo que puede producir, pero que aún no fabrica”.
En un principio el Restaurador no cedió pero luego en la “Ley de Aduanas” del 18 de diciembre de 1835 introdujo una tabla arancelaria significativamente elevada. Partiendo de un impuesto básico de importación del 17% las cifras aumentaban para dar mayor protección a los productos más vulnerables hasta alcanzar la absoluta prohibición. Las importaciones vitales, como el acero, el latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%. Los sombreros estaban gravados en 13 pesos cada uno. Se prohibió la importación de un gran número de artículos, incluidos los textiles y productos de cuero; también de trigo cuando el precio local cayó por debajo de los 50 pesos por fanega. Estas medidas fueron forzosamente interrumpidas durante los bloqueos europeos al puerto de Buenos Aires pero luego, derrotadas las invasoras Francia e Inglaterra, volvieron a tener vigencia.
La amenaza de la Liga Unitaria que puso en serio riesgo a la unión federal que sólo se sostenía en el Litoral terminó imprevistamente. El destino había acudido en ayuda del federalismo. Así lo relataría en sus “Memorias” José M.Paz:
“(…)Estaba casi solo (es decir, sin mis ayudantes) a la cabeza de la infantería que mandaba el coronel Larraya y al separarme, adelantándome, me siguió solamente un ayudante, que lo era de estado mayor, un ordenanza y un viejo paisano que guiaba el camino. A poco trecho me propuso el baqueano si quería acortar el camino siguiendo una senda que se separaba a la derecha; acepté, y nos dirigimos por ella; este pequeño incidente fue el que decidió de mi destino.  “El camino principal que yo había dejado por insinuación del guía iba a tocar el flanco derecho de mi guerrilla, y la senda por donde iba tocaba, sin pensarlo yo, con el izquierdo del enemigo.  “Debe también advertirse que el ejército tenía divisa punzó, y no sé hasta ahora por qué singularidad aquella partida enemiga, que sería de ochenta hombres y pertenecía a la división de Reinafé, había mudado en blanca, la misma que arbitrariamente se ponían las partidas de guerrilla mías, que eran en gran parte de paisanos armados.  “Mientras tanto seguía yo la senda, y viendo la tardanza del ordenanza y del oficial que había mandado buscar e impaciente, por otra parte, de que se aproximaba la noche y se me escapaba un golpe seguro a los enemigos, mandé al oficial que iba conmigo, que era el teniente Arana, y yo continué tras él mi camino; ya estábamos a la salida del bosque, ya los tiros estaban sobre mí, ya por bajo la copa de lo últimos arbolillos distinguía a muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, en fin, los descubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemigos, y dirigiéndome siempre a ellos. “En este estado vi al teniente Arana, que lo rodeaban muchos hombres, a quienes decía a voces: “Allí está el general Paz, aquél es el general Paz”, señalándome con la mano; lo que robustecía la persuasión en que estaba, que aquella tropa era mía. Sin embargo vi en aquellos momentos una acción que me hizo sospechar lo contrario, y fue que vi levantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables en acto de amenaza. Mis ideas confusas se agolparon a mi imaginación; ya se me ocurrió que podían haber desconocido los nuestros, ya que podía ser un juego o chanza, común entre militares; pero vino, en fin, a dar vigor a mis primeras sospechas las persuasiones del paisano que me servía de guía para que huyese, porque creía firmemente que eran enemigos. “Entretanto ya se dirigía a mí aquella turba, y casi me tocaba cuando, dudoso aún, volví las riendas a mi caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de voces que me gritaban que hiciera alto, oía con la mayor distinción una que gritaba a mi inmediación: “Párese, mi General, no le tiren, que es mi General ; no duden que es mi General”; y otra vez: “Párese, mi General”. Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuasión de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome quizá por la mudanza de traje.
“En medio de esta confusión de conceptos contrarios y ruborizándome de aparecer fugitivo de los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi caballo y, moderando en gran parte su escape volví la cara para cerciorarme: en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada. Este se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi grado, me hizo venir a tierra”.   Estanislao López comunica la buena nueva a Rosas el 12 de mayo de 1831 y agrega una postdata: “El soldado Francisco Zeballos a cuyo brazo debemos presa tan importante remite a U. como prueba de su estimación, aunque no tiene el gusto de conocerlo, el fiador y la manea que usaba el Protector (Paz) y las bolas con que le sujetó el caballo”.
A un enemigo de tal fuste le esperaba la muerte de acuerdo a las costumbres de la época. Sin embargo no sería esa la actitud del santafesino, quien escribió al Restaurador: “Mi estimado amigo: con la presente recibirá usted al protector supremo de los coroneles, que ha caído en nuestro poder porque así lo ha querido la divina providencia, descabezando de un modo extraordinario a esa pandilla de enemigos del sosiego público. Aquí lo hemos tratado con muchos miramientos para hacerle conocer cómo se manejan con sus prisioneros los federales, y no necesito recomendarle a usted igual conducta, pues sé que le proporcionará cuanto pueda hacerle falta. Conviene acomodarlo en la Aduana, en una habitación cómoda y decente, donde esté solo, cuidando que las personas encargadas de su custodia sean vigilantes, inaccesibles a la seducción, pero que no lo insulten”.
Rosas le responde con dureza: “Si hemos de afianzar la paz de la República, si hemos de dar respetabilidad a las leyes y a las autoridades legítimamente constituidas, si hemos de restablecer la moral pública y reparar las quiebras que ha sufrido nuestra opinión entre las naciones extranjeras y garantir ante ellas la estabilidad de nuestro gobierno; en una palabra, si hemos de tener Patria, es preciso que el general Paz muera. En el estado incierto y como vacilante en que nos hallamos, ¿qué seguridad tenemos de que viviendo el general Paz no llegue alguna vez a mandar en nuestra República? Y si aquello sucediese, ¿no seria un oprobio para los argentinos?”.  Sin embargo tampoco Rosas le daría muerte sino que lo condenó a una cómoda prisión en Luján, habiendo recabado su juramento de que no volvería a empuñar las armas en contra de la Confederación, compromiso que años más tarde el cordobés violó.
A la prisión del jefe unitario seguirá la derrota de Aráoz de Lamadrid a manos de Facundo Quiroga en “La Ciudadela” con lo que el dominio federal quedó consolidado por un largo tiempo. López insistirá ante Rosas en la oportunidad de consolidar el funcionamiento de la Comisión Representativa que él mismo ha incorporado al Pacto Federal pero el Restaurador se opondría a todo lo que pudiese conducir hacia la constitucionalización del país, según él inoportuna por el desorden en que aún se debatían las provincias. El santafesino insistiría “porque no siempre hemos de presentarnos ante el mundo civilizado como una horda; y alguna vez habríamos de comprobar que si fuimos capaces de triunfar de nuestros antiguos opresores y despedazar el cetro de fierro con que se nos oprimía, también lo somos de merecer el honroso título de hombres libres y de que sabremos constituirnos dándonos leyes justas y equitativas”. Finalmente Rosas impondrá su criterio a favor de la dependencia que Santa Fe tenía con Buenos Aires, quien la abastecía de aquello que le faltase.  La tuberculosis fue limando la salud de López y lo obligó a delegar el mando cada vez con mayor frecuencia en su cuñado Domingo Cullen. Invitado por Rosas, en una demostración de su invariable amistad, don Estanislao pasó varios días en Buenos Aires donde fue colmado de agasajos y honores. Además, de regreso en su hogar, fue atendido por el médico personal del Restaurador, el inglés Lepper, cuyos servicios no pudieron impedir que falleciera en su amada Santa Fe el 15 de junio de 1838.
El vengativo callejero de la capital argentina, como si todavía rigieran los unitarios a más de siglo y medio de Caseros, no ha destinado ninguna de sus calles a honrar a Estanislao López. Lo ha hecho en cambio con su limitado hermano, Juan Pablo, quien se pasó al unitarismo aunque ninguno de sus montoneros, que heredara de Estanislao, lo acompañó. Lucio V. Mansilla se referirá a él con su gracejo indiscutible: “Rozas, que poseía un talento gauchesco para poner sobrenombres, le puso el de “pelafustán”, y los unitarios le llamaban “mascarilla” por ser picado de viruelas. El primero no lo quería, porque era su enemigo, razón de antipatía que me parece óptima. Entre los segundos no tenía crédito, porque, con todas su camándulas de caudillo se dejó derrotar lastimosamente en Malabrigo (…) Juan Pablo tenía su fraseología y terminología peculiares, características. Una vez, por ejemplo, refiriéndose al General Urquiza, y queriendo significarme que él no era menos que otro, me decía esto: “Porque amigo, ni naides es menos nadas, ni nadas es menos naides.”  A ese personaje la capital argentina le ha dedicado la calle que le ha negado a su hermano.