Rosas

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viernes, 31 de diciembre de 2010

La Capilla de los Negros en Chascomús

Por Claudia Alejandra Heredia 

La Capilla de los Negros . Sitio de reunión de la población negra desde el año 1862. Monumento Histórico Nacional y Mausoleo de los Libres del Sur en la zona donde se encontraba el antiguo cementerio, cerca de la laguna, dónde en el año 1839 se refugiaron los heridos que combatieron contra Prudencio Rosas en la llamada Batalla de Chascomús.

Lo que vemos hoy no es la construcción original, ya que en los años ’50 un devastador ciclón destruyó el edificio, que debió ser restaurado. En su interior destaca el piso de tierra apisonada, el escaso y modesto mobiliario y una gran cantidad de imágenes religiosas ubicadas sobre el altar y en las paredes. A un costado, sobre el suelo, una serie de imágenes de indígenas y negros reciben todo tipo de ofrendas, en un recinto que hoy está dedicado a la oración, y que puede ser visitado por los turistas que pasen por Chascomús.






















Saúl Taborda

 Por Luis María Bandieri

Los argentinos de hoy no recordamos ya la dimensión que el desierto tuvo en las representaciones imaginarias de la vida nacional. Nuestros compatriotas del siglo pasado sentían física y metafísicamente el desierto metido en su existencia colectiva. Nuestros literatos, ante la exigencia de transferir a su universo simbólico el paisaje nacional, supieron colocar inmediatamente ríos, mares, montañas y bosques bajo las advocaciones clásicas de rigor. Pero tropezaron con la dificultad de la falta de modelos, en el catálogo cultural europeo, para encajar desiertos. No había un patrón clásico satisfactorio para el vacío del puro espacio sin tiempo, sin historia aferrable, sin dioses tutelares, que el antiguo nombraba con una palabra fatídica: caos. Echeverría, Ascasubi, Sarmiento, Hernández, con mayor o menor fortuna o destreza, intentaron transmitir esa experiencia inédita. Frente al desierto, los primeros desembarcados “prendieron unos ranchos trémulos en la costa”. El desierto termina donde la ciudad prospera —y cuando ella muere, el desierto vuelve como un sudario, según se ve en las ruinas babilónicas. La ciudad es el remedio para la enfermedad del desierto. Pero una ciudad no es tan sólo recinto físico urbano, sino también ámbito para el ejercicio de la civilización política, es decir, polis. Nuestras polis nacieron con un mal oscuro: fueron más campamentos que ciudades, lugares de paso y de repartija antes que implantación y fundamento. Hubo intentos, claro de construir aere perennius. Pero la circunstancia —el desierto— abomba y achata las nobles tentativas: “viene uno como dormido/cuando vuelve del desierto”. Nuestra civilización consiste en levantar construcciones precarias según planos demasiado bellos y lejanos, fijar médanos cambiantes, resistir el vacío. Del fondo de ese desierto primordial emergieron dos maneras, igualmente valederas, de ser argentino. Una que lo rechaza e intenta sepultarlo definitivamente bajo cuadras y cuadras de hormigón racional. Otra, que lo acepta y pretende amansarlo, esclarecerlo, transar con su fuerza primaria. Dos maneras de ser argentino a partir del desierto.

Hace más de medio siglo, un profesor cordobés, de nombre Saúl Taborda, acuñó un término muy preciso para caracterizar la última de las actitudes arriba descriptas. La llamó lo “facúndico”. Lo facúndico es una determinada posición ante el país y ante la vida, que asoma plenariamente cuando se rasca el barniz civilizatorio del humus pampeano y asoma ese sótano pulsional que alguien llamó “la piel de dragón” que llevamos oculta. Expresa un sentimiento, que a veces se duplica en un resentimiento, ante todo de insatisfacción personal, social y económica de un sector argentino que se considera marginado de los bienes de la vida. Es un sentimiento (a veces resentimiento) que no tiene necesariamente que ver con la posición económica o la inserción social definidas en términos de estricta estadística. Casi siempre viene acompañado de un también intenso disconformismo cultural, que se presenta como enfrentamiento a lo intelectual in toto, considerado fatuo y sin arraigo, pero que, obviamente, tiene sus pensadores, generalmente epígonos de las tomas de posición nacionalistas y forjistas de los años 30.  Si llamamos lo “ilustrado” a la actividad opuesta a lo “facúndico”, y nos Proponemos un cuadrito muy simple de las apologías y rechazos de una y otra> tendremos:

Facundico                                              ilustrado       

Romanticismo                                     Ilustración

sentimiento                                       ideologia

     Vida                                                  razon  

Masas                                                   sistemas

Nación                                                 constitución

Movimientismo                                partidocracia

Distribución                                     Inversión

Me permitiré la obvia conclusión de que, siendo ambas formas válidas de ser argentino, ni lo “facúndico” ni lo “ilustrado” dan cuenta acabadamente de nuestra realidad. Ninguno de los dos términos puede ser eliminado, aunque suelen enfrentarse cada tanto violentamente como dos “países” en pugna, cada uno procurando triunfar definitivamente sobre el otro. Con la misma obviedad, señalo que lo acertado consistiría en tender un puente entre lo ilustrado y lo facúndico, entre la razón y la vida, entre las luces y el romanticismo, entre el ajuste y el reparto. El fracaso de esta operación de equilibrio entre las dos fases permanentes de nuestro compuesto nacional, nos devolvería a la intemperie del desierto originario, para la guerra de todos contra todos, otra de nuestras persistentes pesadillas. Ese puente entre ambas actitudes, como el de alguna famosa película de guerra, está aún demasiado lejano. Una posición puede, a lo sumo, disfrazarse de la otra, intentar una seudomórfosis spengleriana, pero no comprenderla. Todo ello contribuye, lamentablemente, a nuestra mentira vital, a lo que los alemanes llaman le- benslüge. Como, por ejemplo, triunfar en las elecciones con gestos facúndicos para luego aplicar el catecismo ilustrado y renegar de él discretamente y a tiempo si las encuestas se mostrasen adversas.

Saúl Taborda (1885-1944) fue, en el primer cuarto del siglo, un liberal y un reformista universitario fervoroso, a la par de su comprovinciano Deodoro Roca. El liberalismo del cordobés, en aquel tiempo, tenía casi una intransigencia de cruzado. Formado en Alemania, se deslumbra —no sin razón- con Scheler y con el ideal pedagógico de Spranger. Regresa, cambiado, para dar batalla al positivismo y al espíritu de la ilustración francesa que nos había desviado del “comunalismo facúndico” de nuestros orígenes. Hay un cierto paralelo entre el pensamiento del cordobés en ese punto y el de Angel Ganivet en “Idearium español”. Taborda critica a Sarmiento: “Se puede estar en su contra... pero no se puede estar sin él”, añade muy justamente. Critica también la ley de educación común de 1884, la 1420, que atenta, dice, contra nuestra “tesitura étnica y eterna” y procura crear un ciudadano simplemente productivo y dócil al designio del Estado. La generación del 80 se dedicó “a la extraña e inmotivada tarea de mutilar nuestra nación para arquitecturar desde arriba, desde el dogma racionalista, una nacionalidad al servicio de un Estado centralízador dueño de todos los recursos vitales”.

Como se ve, el mensaje de Taborda es fundante de la posición facúndica, aunque muchos de los seguidores actuales de ésta lo desconozcan. Su obra fundamental, “Investigaciones Pedagógicas”, fue publicada por sus discípulos después de su muerte, y es casi desconocida. El año pasado apareció una selección, muy bien compilada y prologada por Gustavo Cirigliano.

En su batalla contra el positivismo rampante, Taborda avanza la interesante idea de que la historia hace sesgos. Todos los “proyectos nacionales” tienen un ascenso y luego una caída, porque la realidad se venga, como una Némesis, de las transformaciones a que ha sido forzada. En esos “recodos neméticos”, lo que creimos triunfante para siempre muestra su faz negativa. Es el momento de proceder a una nueva empresa y no empeñarse en mantener tercamente lo que ya comienza a fracasar. Aguda observación de este grande y olvidado intelectual argentino, que todo político debiera llevar en su memoria. 



Juan Bautista Cabral: ¿Un protagonista actual de la lucha de clases?

Por Jorge Deniri
Si recordamos que la Argentina es el lugar de América más “visitado” por Antonio Gramsci, y cerca de un siglo más tarde vemos los resultados de esa presencia revolucionaria a través de la infiltración en la cultura que preconizaba, tendríamos quizá que aceptar que ha logrado un gran éxito entre nosotros. Voy a reflexionar solamente sobre el combate por la Historia (Febvre dixit) entre nosotros, dentro de éste, el intenso proceso de deconstrucción de la figura de San Martín, y, respecto de San Martín, lo que atañe a Juan Bautista Cabral. Al Gran Capitán, negándole los padres para poder pretenderlo indio, al “Sargento” consagrado por la tradición, imaginándolo negro y esclavo.
En principio, postulo que como arquetipo, paradigma del héroe, San Martín ha sido y sigue siendo una pieza fundamental de la construcción de nuestra Historia, y que el arquitecto esencial a esa edificación fue Bartolomé Mitre.
No es casual entonces, que el proceso de empoderamiento gramsciano de San Martín y la consecuente demonización de Bartolomé Mitre, jueguen un papel tan central en esa “lucha de clases” cultural, que batalla hace décadas por hegemonizar hasta hacerlo propio, el recorte de poco más de dos siglos que se reivindica como “Historia Argentina”.  Hay que puntualizar también, que en la América española, hoy sería más exacto hablar de “lucha de razas” o de etnias que de clases, porque la antinomia planteada por las izquierdas es tanto de colores de piel como de “clases” en un sentido no tradicional. Indios contra blancos, ricos contra pobres, “patricios” contra “plebeyos”.
En ese proceso, en lo nacional le ha cabido un protagonismo catalizador al peronismo, para el trasvasamiento ideológico de las derechas argentinas hacia la izquierda. Diana Quattrocchi Woisson ha analizado cómo el revisionismo rosista, con sus más y sus menos, fue la construcción histórica empoderada por el peronismo para labrarse una Historia antecedente propia. Allí está el germen de la singular transición desde la extrema derecha fascista mussoliniana que trasplantara Juan Domingo Perón, en su momento implacable perseguidor de comunistas, hasta las reivindicaciones del “socialismo real” de sus herederos actuales, y su estrecha alianza con dictaduras desembozadas de extrema izquierda, como la cubana, la venezolana o la nicaragüense, y sus genuflexiones ante el neo estalinismo ruso.
El asalto a la figura de San Martín, para instalar un nuevo orden historiográfico, demoliendo la que demonizan como “la historia oficial”, reconoce un proceso entre cuyos actores principales se cuentan Enrique García Hamilton y Hugo Chumbita. La piedra angular del “relato” urdido por ambos, es una única carta, en la que la hija demente de Carlos María de Alvear, Joaquina, afirma que San Martín es hijo de una india con su abuelo Diego. Chumbita redobla la apuesta y le pone nombre y apellido a la india: Rosa Guarú, la “originaria” de leyenda, excavada de una tradición yapeyuana de los inmigrantes franco suizos por el cura Maldonado, párroco local hacia 1915.
Temporalmente, este San Martin “indio” sale a la luz en el año 2000, cuando José Enrique García Hamilton publica “Don José”, que se publicita como una “biografía novelada”, a la que se le auto asigna jerarquía histórica, aseverando que se escribió “a partir de los documentos existentes” (la carta de Joaquina).  Contabilizando sólo esos veintidós años, sumándoles las secuelas del libro de Hugo Chumbita “El secreto de Yapeyú”, editado un año después, en 2001, ¿Cuántos son hoy los que de buena fe creen a pie juntillas que San Martín era hijo de una india que se llamaba Rosa Guarú? Tantos como para hablar de una “grieta” historiográfica que se ensancha diariamente.
Y en estos procesos, que se valen mucho más de la alquimia de los mitos y la química de las leyendas que de la búsqueda de la verdad histórica, por supuesto que el “escudero” de San Martín no podía quedar al margen.
El General Diego Alejandro Soria, inaugurando como Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano el 13° Congreso anual de la Junta de Historia de la Provincia de Corrientes en Saladas (2013), refiriéndose expresamente a Juan Bautista Cabral, puntualizó que encarna el caso excepcional de un simple soldado que entra en la Historia junto con su Jefe ¿Qué mejor que identificarlo como un héroe “popular”, surgido del seno mismo de la masa.
El empoderamiento de Cabral desde las izquierdas, discurre siempre siguiendo un trámite más o menos análogo: Se parte de una “carta” o “nota” o “documento” de un origen dudoso, por ejemplo sin fecha, y con un encabezamiento informe, como el conservado por Mantilla.
Siempre en la misma línea, se exalta su pertenencia – presunta - a los estratos menos afortunados de la sociedad de la época: la esclavatura y la negritud, incluso dejando de lado una más creíble inserción en el universo “originario” como sería el caso de Cabral. Resta analizar someramente, por razones de espacio, las versiones destiladas a partir de otro escrito atribuido a Luis Cabral.
Ya he historizado lo referente a la publicación de Castello, reiterado en sus obras posteriores, queda referir, brevemente, a Chumbita, Hanglin, Pignatelli y – un valioso aporte de último momento – Julio Romay.
Chumbita reivindica la versión de Castello y habla del “mulato Juan Bautista Cabral, cuya filiación fue un misterio que se develaría mucho más tarde en los archivos de la catedral de Corrientes; era hijo del cura José Cabral con una esclava negra, Carmen Robledo…”. Chumbita le da categoría de “Documento testamentario” al escrito atribuido a Luis Cabral. Resumiendo, madre negra esclava y papel del archivo de Mantilla que, claro, desplaza de la propiedad del liberal agnóstico y masón a la Catedral, por aquello de pintar como padre a un cura.  Rolando Hanglin pareciera ser quien publicita para el gran público, desde La Nación, la aseveración de Cristina Fernández respecto de Angola, también reivindica la versión de Castello, y es tan extensa y tan densa su nota, que justifica un trato aparte. Aquí, merece ser sintetizada con sus propias palabras: Cabral “era negro, sí, y esclavo”. Su fuente principal, sería el escrito de Herminio Gaitán “Combate de San Lorenzo”, de 1984.
Adrián Pignatelli, escribiendo en Infobae, considera “establecido que era zambo, de padre indígena y madre africana”. Del grueso de inexactitudes que cabe dar cuenta de este autor, sin duda la principal es dar a Cabral como combatiente durante la segunda invasión inglesa. Considero que también obliga un análisis a ulteriori.
El último autor citado en esta nota, es un sanmartiniano que presenta habitualmente ponderados trabajos. La última ponencia del contador Julio Romay, presentada para ser expuesta en el 7mo Congreso Correntino Sanmartiniano, celebrado el viernes 07 de octubre, en la localidad de Alvear, versa sobre la vida en filas de Juan Bautista Cabral, anterior al combate de San Lorenzo, y pesquisa minuciosamente los documentos de hospitalización, durante ese lapso, de los Granaderos a caballo.
Romay, citando la obra de Herminio Gaitán sobre el combate, identifica a Gerardo Pisarello, un célebre intelectual saladeño de izquierdas del grupo de Boedo, como la fuente de otro escrito atribuido a Luis Cabral, en el cual “nuestro negro Juan Bautista”, presuntamente habría pedido a su “dueño” que “le escriba a San Martín que lo baje a la Infantería porque en la caballería corre mucho peligro”. Algo inverosímil si se piensa cómo fue escogida personalmente por San Martín, la reducida tropa que se batió en San Lorenzo. Hábilmente, Romay desestima además esa versión mostrando sus anacronismos cronológicos.
Para cerrar el tema, en una última nota trataré de separar la paja del trigo, supliendo la falta de elementos de juicio históricos fehacientes, mediante el modus operandi de la antropología histórica a fin de aventurar una hipótesis final.

LA POSTRIMERÍA DE JUAN MANUEL

Por Ricardo Geraci del Campo Ríos

De los últimos dias de Rosas en su chacra del Burgess en Southampton poco se sabe ya que es poca la información que puede conseguirse. En sus últimos años es ya harto conocido, de su pobreza y ostracismo debido por un lado a la pequeña lejanía que tenía con Manuelita Rosas y su yerno Máximo Terrero. Algunas visitas de la feliz pareja a la chacra con los nietos del caudillo le generaban el consuelo necesario a un hombre cansado y desgastado por su apremiante situación económica. La otra razón de su posible depresión, fue la muerte de su amiga y leal Josefa Gómez hacia 1874, con él que da fin a las suscripciones que le aseguraban un dinero de allegados y amigos. Algunos historiadores hacen especulaciones o conjeturas sobre los últimos dias sin basarse en documentos o hechos comprobables. Algunos con una zorna lamentable, relatan los últimos dias del gran américano, envuelto en pesares de todo tipo. Está comprobado que economicamente estaba muy mal, pero con el orgullo indómito de siempre, buscó hasta el último instante de vida, valerse por si mismo y es lógico que a su edad (84 años) el trajín que conllevaba el mantenimiento de la pequeña estanzuela, le "comiera" lo que le quedaba de salud. Los pesares a los que aluden algunos historiadores, van por los carriles del arrepentimiento debido a los actos de gobierno donde tuvo que tomar decisiones difíciles. Si el análisis de este hombre está emplazado en teorías o interpretaciones equivocadas, lo más probable sea, que en la retorcida imaginación de ciertos historiadores, aparezcan razonamientos totalmente falsos y tendenciosos sobre lo que pudo pensar don Juan Manuel hacia su postrimería.
Se dice que fue un tirano y que sus últimos años los pasó entre el desconsuelo por el arrepetimiento de sus acciones y con los fantasmas que lo perseguían por tantos fusilamientos y muerte. La única manera de evitar conjeturas subjetivas sobre como vivió su último tiempo de vida, es consultar las cartas de Rosas con sus íntimos y aquellas declaraciones de principios, donde se hace cargo del error que significó dar la orden de fusilar a Camila, y también deja traslucir, un enojo por como era tratada su figura en la patria que tanto había defendido y que desde el exilio, aportando documentos ( por ejemplo en el conflicto por el estrecho de Magallanes con Chile ) seguía ayudando como cuando desinteresadamente lo hacía en el rol o lugar que le tocó ocupar. Rosas estaba fatigado por su apremiante situación y no por el remordimiento de sus actos. Creer que el Restaurador sintió remordimientos es no comprender lo que sus propias palabras (en sus cartas se aprecian) manifestaban. No había de que arrepentirse, más si se analiza que país dejó Rosas a sus vencedores y que dirección tomaron los respectivos gobiernos a su caída, logrando la vuelva de la inestabilidad y la anarquía de las luchas civiles. Lo único que a Rosas lo afligía era la lejanía con su hija y con Máximo. Pero sobre todo, con Manuelita quien era su gran amada hija y la extensión terrenal de su gran y amada compañera, doña Encarnación Ezcurra, fallecida en 1838.
Independiente de mi propia interpretación acerca de como se sintió Rosas al final de su vida (que por supuesto puede ser rechazada o aprobada según cada uno) lo que busco en este posteo, es hacerles llegar datos fidedignos del estado económico y de salud en que se encontraba Juan Manuel hacia ese 14 de marzo de 1877.
Ya, a finales de 1876 el "Principe de las Pampas" se vio obligado a vender algunas pertenencias y elementos de la chacra, para poder cubrir el sueldo de su peonada en el Burgess. Cualquiera creería que un hombre pobre no podía tener ni peones ni sirvientes, pero era de estilarse en una época y más en los tipos de caserones que se hacían, donde generalmente vivia mucha gente, tener servidumbre y Rosas más allá de su pobreza económica los necesitó por su senectud y por un sentido práctico a la hora de cubrir todas las labores. Uno también podría creer que ante la falta de recursos, pagarle el jornal a un peón, sería imposible, pues en Rosas cumplir con su palabra era un modo de vida aprendido desde su juventud, siendo uno de los valores morales que mejor resaltó su figura política.
En carta a Manuelita, advertimos su situación desesperante en función de su economía:
"...siento decirte que las vacas ya no están en este Farm. Dios sabe lo que dispone, y el placer que sentía al verlas en el field, llamarme, ir a mi carruaje a recibir algun ración cariñosa por mis manos, y el enviar a Vds. la manteca. Las he vendido por veintisiete libras, y si más hubiera esperado, menos hubieran ofrecido".
Curioso es que un par de vacas le rumiaran y lo seguieran como cual mascota doméstica lo haría con cualquiera de nosotros, pero fue Rosas desde el vientre de su querida madre, un hombre formado en la tierra. La mirada del caudillo al horizonte en las tipicas estancias argentinas, era el contacto genuino y mistico que sintió cada vez que la naturaleza lo abrazaba, haciéndolo hijo de esta tierra.
No era una mera cuestión de sobrevivir al dia a dia. Rosas debía dinero de prestamos, de doctores y otros allegados, lo cual lo deprimía profundamente por no poder cumplir con sus responsabilidades. Fue un hombre íntegro y muy moral con ello de no quedarse con lo ajeno. Ya de joven y luego de adulto, todo lo anotaba y lo copiaba. El orden y la disciplina fue un rasgo fundamental en sus acciones y pensamientos. Otra cuestión que lo preocupaba, eran las confiscaciones por parte de la Legislatura bonaerense de los bienes de Manuelita por parte materna. Cuestión escandalosa por pecar de una absoluta ilegalidad, lo que llevó a Rosas a pedirle a su hija, que le escriba en su nombre a la viuda de Urquiza, con el objetivo de poder gestionar una revocación justa y necesaria. Máximo terminó viajando a Buenos Aires para gestionar personalmente este asunto y es por ello que a la muerte de Rosas, Manuelita quedó sola en Inglaterra con su hijo Manuel, mientras Rodrigo acompaño a su padre, y en una carta a su marido, le expresa una vez que Rosas falleció, su pesar, tristeza y desconsuelo por la situación.
La mejor descripción del deterioro de la salud de Rosas en sus últimos días, las ofrece su hija Manuelita, en una esquela que envia a Máximo poco después de la muerte del caudillo. Allí se aprecia, como evolucionó la pulmonía que lo llevára al deceso. Rosas en uno de esos típicos días humedos y frios de las campiñas inglesas, salió de recorrida por el farm y al caer de su bayo, tuvo la necesidad de recostarse y tomar reposo. El cuadro de a poco se iba manifestando y su agravamiento una cuestión lógica, para una persona de 84 años. De la carta de Manuelita a Máximo, tomaré aquello que explica la evolución del mal que lo aquejaba:
".... El lunes 12 fuí llamada por el doctor Wibblin, quién me pedía venir sin demora. El telegrama me llegó a las cinco y media y yo estuve aquí a las diez y media, acompañada por Elizabeth. El doctor me esperaba para explicarme el estado del pobre tatita. Sin desesperar del caso, me aseguró ser muy grave, pues que, siendo una fuerte congestión al pulmón, en su avanzada edad era de temerse que le faltase la fuerza una vez debilitado el sistema. Al día siguiente (martes) el pulso había bajado de 120 a 100 pulsaciones pero la tos y la fatiga le molestaban mucho, a más de surgir un fuerte dolor en el pulmón derecho. Este desapareció completamente en la tarde; la expectoración, cada vez que tosía, era con sangre, y éste, para mí, era un síntoma terrible, como también la fatiga. Esa noche del martes (13) supliqué al doctor hablarme sin ocultarme nada, si él lo creía en peligro inmediato; me contestó que no me ocultaba su gravedad y que temía no pudiera levantarse más, pero que no creía el peligro inmediato, ni ser necesario consultar otros médicos, y como su cabeza estaba tan despejada y con una fuerza de espíritu que ocultaba su sufrimiento, embromando con el doctor hasta la noche misma del martes, en que hablábamos, víspera de su muerte" (....)
"... El doctor, como yo, convinimos no ser prudente ni necesario Todavía hacer venir al sacerdote, pues su presencia pudiera
hacerle creer estar próximo su fin y esperaríamos hasta ver como seguia el miércoles (14). Esa noche estuve con él hasta las dos de la mañana con Kate, pues Mary Ann me reemplazaba con Alice, haciendo turnos para no fatigarnos. Antes de retirarme, estuvo haciendo varias preguntas, entre otras cuando recibiría tu carta de San Vicente y me recomendo irme a acostar, para que viniera a reponer a Mary en la mañana Todo esto, Máximo, dicho con fatiga, pero con tanto despejo
que, cuando lo recuerdo, creo soñarlo. Cuando a las seis de la mañana entró Alice porque Mary Ann creía al general muy malo, salté de la cama, y cuando me allegué a él lo besé tantas veces como tú sabes lo hacía siempre, y al besarle la mano la sentí ya fría. Le pregunté "¿cómo te va, tatita?", su contestación fue, mirándome con la mayor ternura: "no sé, niña". Salté del cuarto para decir que inmediatamente fueran por el médico y el confesor, sólo tardaría un minuto pues Atche estaba en el corredor, cuando entré al cuarto había dejado de existir!!!..."
Ricardo Geraci 🇦🇷

Miradas acerca del Sapo del Diluvio

"(...) desgraciadamente en esta cuestión la conducta personal del señor Rivadavia desde que fue nombrado Presidente ha tenido la tendencia a acarrear odio, y casi podría agregarse, ridículo a lo que pudiera considerarse una autoridad suprema (...); su repentina disolución del Gobierno de Buenos Ayres (...) alarmó prematuramente a las otras provincias respecto de su propia suerte y ha determinado que se considerara la cuestión de federalismo o no federalismo, en un momento y de una manera que pudiera hacer muy difícil al Gobierno poner por obra sus planes".
(W. Parish a G. Canning, 20 de junio de 1826 en H. S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Solar Hachette, 1979).
"Esta gran logia tuvo otro brazo en Chile, bajo la presidencia de Freire. Todas las convulsiones que han sucedido, y debido suceder en la república del Perú, dirigidas a dar muerte a Bolivar, fueron fraguadas en Buenos Aires, y llevadas a efecto por sus agentes en Chile: los cuales se entienden directamente no con el gobierno, sino con la madre logia y no se ocupan en otra cosa. Así es que para el equipo de los buques que allí se compraron, fue en comisión por separado D. Santiago Vazquez cosa que a mi entender no habría sucedido, si la espada virgen de la revolución no hubiese tenido atenciones de mayor importancia, que exigiesen una contracción asidua. Es así que no tenía alguna visible: ¿luego cuál podía ser sino la oculta?
El puño cardinal de esta logia principal ¡Oidlo! es traer un príncipe de Europa para coronarle: debiendo Chile incorporarse a este reino, y continuar Rivadavia con los suyos en el mando hasta que se realice el proyecto.
¿Cómo podrán dudar de la realidad de esto, los que se hallen penetrados de que D. Bernardino Rivadavia, D. Juan Segundo Agüero, D. Carlos María Alvear, D. Manuel José García, e inmediata comparsa (por la regla que cada uno busca a los suyos) son unos realistas de marca mayor? (...) ¿Y es posible que los hombres de sano juicio, quieran más bien sufrir el bochorno que les toca en la generosidad de la palabra, que oponerse y echar por tierra a estos monstruos?"
(Fray Francisco de Paula Castañeda en La verdad sin rodeos N° 11, Córdoba, 10 de noviembre de 1826)
Catecismo nuevo
Todo fiel cristiano
está muy obligado
a echar su maldición
de todo corazón
al señor Bernardino,
porque es un jacobino,
y fiero Rivadavia,
que como perro rabia
contra la santa cruz,
de Cristo nuestra luz;
pues con ella
nos redimió
de nuestro pecado
y del enemigo malo;
y por tanto
contra Rivadavia
debemos signarnos
y también santiguarnos,
haciendo tres cruces:
la primera en la frente,
para que nos libre Dios
de pensar en Rivadavia;
la segunda en la boca,
para que nos libre Dios
de hablar como Rivadavia;
la tercera en los pechos,
para que nos libre Dios
de obrar cual Rivadavia,
diciendo así:
por la señal de la santa cruz,
del enemigo Rivadavia
líbranos Señor Dios Nuestro.
En el nombre del Padre,
del Hijo,
y del Espíritu Santo.
Amén!
(Fray Francisco de Paula Castañeda. La verdad sin rodeos N° 26, Córdoba, 25 de marzo de 1827)

jueves, 30 de diciembre de 2010

Juan Bautista Cabral

Por Jorge Deniri
Sobre Juan Bautista Cabral, como ya puntualicé en mi nota anterior, todas mis pesquisas han venido a rematar, una vez más y como tantas veces sucede con la Historia de Corrientes, en las aseveraciones y documentos de nuestro historiador epónimo: Manuel Florencio Mantilla, quien tan temprano como el año 1905, se prestó a una requisitoria periodística biografiando al héroe de San Lorenzo.
Reseñando lo actuado, dijo que había nacido en la estancia de su tío abuelo Luis Cabral en Saladas, que era hijo “legítimo de criados”, que su apellido se originaba en la costumbre de la época de tomar el de los patrones y que lo llamaban “Bautista” a secas.  De interés para este escrito, considero agregar que se habría presentado voluntario “para servir a la Patria”, que lo hizo con permiso de su patrón y de sus padres, y que así se incorporó a los “granaderos montados”, como se llamaban entonces.  En aquellos comienzos del siglo XX, preocupaba sobre todo el sitio de enterramiento de Cabral, y a eso, Mantilla respondió que “…Fue enterrado en el “Campo Santo de San Lorenzo con los otros que murieron por la Patria…sin ninguna señal particular”, y por esa causa, “…Nadie (sabe) ahora, ni es posible saber, cuál es el lugar del humildísimo cementerio común de 1813 donde se hizo el entierro”. Esa es una incógnita que hoy no se mantiene como tal. Inclusive, últimamente, hasta hubo aspiraciones de identificar los restos de Cabral, someterlos a los manejos de la moderna antropología forense, y rematar trasladándolos a su localidad de origen.
También resumí la que considero “versión canónica” de los sucesos del combate de San Lorenzo asociados a Cabral, tal como Mantilla los presenta en notas al pie de su “Crónica”, donde agrega que su padre se llamaba “Francisco” y su madre “Carmen Robledo”. En lo demás, resalta el parte de San Martín destacando que Cabral, “…atravesado el cuerpo con dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de ¡Viva la patria! muero contento por haber vencido al enemigo…”.
Por último, el historiador Arturo de Carranza, a lo ya expuesto agrega que “…en la ficha de Juan Bautista Cabral se le anota como padre a Francisco Cabral y como madre a Carmen Robledo que luego se reitera en el parte con las bajas del combate de San Lorenzo”.
Más adelante, Carranza afirma que “Carmen”, una “criada” de “don Eugenio Tomás Cabral de Alpoin…dio a luz un niño al que se bautizó con el nombre de Juan Bautista…y concibió a su hijo con el indio Francisco, peón de la familia”.
A diferencia de Mantilla, que no aclara la raza de los padres de Cabral, Carranza afirma que “…Eran indios guaraníes bautizados, que habían recibido el apellido de sus respectivos amos o patrones”.
Tanto Mantilla como Carranza, afirman que los padres de Cabral eran “criados”, en apariencia con el sentido de darlos como integrantes de la casa de familia de sus patrones desde muchos años antes. Asimismo coinciden en que se lo llamaba “Bautista” a secas, y así figura en la lista de reclutas correntinos. También lo citan al padre como “peón”, pero en ningún caso se dice que fueran esclavos. Por lo tanto, aunque sus afirmaciones lo den como hijo de “originarios”, estos autores no dan pie para sostener que Cabral era negro
¿De dónde arranca entonces la aseveración de que Cabral era un “zambo”, vale decir hijo de indio con negra?
En apariencia, el primero en explicitar esa especie, - sin compartirla, objetándola -, es el mismo Arturo de Carranza, que en el año 1995, en su nota titulada “Nuestro Cabral”, afirma que “…Otra versión que se ha difundido es que Juan Bautista Cabral era hijo natural de un hermano de don Luis Cabral habido en “la negra Carmen”. Tal afirmación se funda en una carta sin fecha que contiene varias falsedades...”.
Al año siguiente, en 1996, Antonio Emilio Castello publica una “Historia ilustrada de Corrientes” donde explicitando sus propias pesquisas afirma: “Y ahora nos referiremos a los presuntos padres de Juan B. Cabral, un asunto que hasta el día de hoy no pudo ser debidamente aclarado por falta de informes fidedignos”. Luego, Castello menciona a Carranza, pero sostiene que “El historiador y genealogista Arturo de Carranza ha buscado en los archivos correspondientes la fe de bautismo sin poderla hallar…”. Se detiene allí y no menciona el resto de la extensa publicación de Carranza, que analiza incluso las “varias falsedades” de ese escrito sin fecha ni lugar de origen. En cambio, centrándose en su propia investigación, escribe que “…el doctor Héctor Boó, en la ciudad de Corrientes, tuvo la gentileza de facilitarnos, y autorizarnos a publicar su transcripción, un documento de su archivo personal que es una especie de testamento hológrafo (sic), o disposición / hológrafa (sic) de don Luis Cabral – hijo de don Eugenio Cabral de Melo – Robledo y de doña María Teresa de Soto Robledo – a nombre de su esposa doña Tomasa de Casajús. No tenía fecha y decía lo siguiente:
“”Después de mi muerte
“Señora Tomasa de Casajús
“Amada esposa mía
“¨Por la dignidad de la familia Cabral y por el respeto de la tuya, guardarás el secreto que te voy a decir:
“Juan Bautista es hijo de mi hermano José, el cura, y de nuestra negra llamada Carmen Robledo por eso no quiero que lo bauticen hasta después de mi muerte y dale 25 vacas,…caballos y 5 onzas de oro.
“Tu afectísimo esposo
Luis Cabral”
Castello agrega que “José Cabral era cura de Saladas y en esta zona tanto los Casajús como los Cabral tenían campos”.
Remata, concluyendo que “Sin duda este documento arroja luz sobre los padres naturales de Juan Bautista Cabral – una importante novedad como dijimos al comienzo de esta reseña biográfica – y creemos que será muy difícil avanzar mucho más allá de lo que él dice. El humilde y secreto origen del héroe…”.
Asevero sin embargo, que es posible investigar sobre lo ya publicado, y al respecto, lo primero que hago es reiterar que “…el original de esa “carta sin fecha” que menciona este historiador, lo localizamos con Gustavo Sorg, en la tarde del miércoles 21 de septiembre, en uno de los legajos de “Documentos Históricos”, del Fondo Manuel Florencio Mantilla, en el Archivo General de la Provincia…”.
Como se puede ver de la imagen misma, ese documento no proviene de un archivo personal sino del acervo del Archivo General correntino, incluso lleva el sello del repositorio. Del mismo modo, puede observarse que en el texto, de modo perceptible a simple vista, dice “…en nuestra negra Carmen” y no “…de nuestra negra llamada Carmen Robledo”, que es algo muy diferente. También, reiteradamente, lo llama “Juan Bautista”, siendo que familiarmente sólo se usaba el segundo nombre.
Destaco que ese singular documento, es Mantilla mismo quien lo tenía guardado en su archivo. Luego, por una donación que hizo la familia Mantilla, todos sus papeles, pasaron a ser patrimonio del Archivo General. Sin embargo, el propio Mantilla nunca lo tomó en cuenta ni lo mencionó en sus escritos.
En otras palabras, nada lo valida, por el contrario, su naturaleza justifica reinterpretarlo como apócrifo, de autor anónimo, y, como dice Carranza, “…Tal vez para obtener una pensión como pariente del mártir. O simplemente para figurar socialmente en la familia de quien se sacrificó por la gloria de nuestra Patria”, aunque esto último es materia de especulación y no una conclusión indubitable de valor histórico.
Lo relevante, es que a partir de la publicación de Castello, los que cabría englobar como “reconstructores” o “deconstructores” de la Historia de Cabral, han bordoneado sobre esa última versión, a un punto tal que da como para internarnos en la faceta “ideológica” enunciada para su “misión” en Angola, por la ex Presidente Cristina Kirchner en el año 2012, y, en la década transcurrida, han usufructuado tiempo sobrado para catequizar a la doxa sobre la “negritud” de Juan B. Cabral, dejando a un lado, podría decirse, sus posibles raíces guaraníes.

Héroe de la Guerra Gaucha: Capitán Luis Burela, mano derecha del General Martín Miguel de Güemes


Luis de barbas y lanzas Burela
con bravura pelear ordenó.
‘¿Con qué armas, señor, lucharemos?’
‘¡Con las que les quitaremos!’, dicen que gritó”

Delfor Frías “La Luis Burela”

 Luis Burela y Saavedra había nacido en Chicoana, Salta, el 24 de agosto de 1779. Fue nombrado alcalde de su ciudad en 1809 y al producirse la revolución de mayo de 1810 en Buenos Aires, la apoyó fervorosamente junto a su hermano Alejandro, quien se había sumado a los Voluntarios de la Caballería de Salta. Burela colaboró con el Ejército del Norte en su avance hacia el Alto Perú entregando caballos, mulas y capturando desertores. Cuando San Martín nombró a Güemes como jefe supremo de las milicias gauchas, Burela se puso inmediatamente a órdenes de quien luego sería el gran líder y organizador de aquellas singulares fuerzas patriotas.

Nombrado capitán por Güemes combatió a su lado en Puesto del Marqués, comandando más tarde una guarnición en la Quebrada de Humahuaca. Luego de la derrota del Brigadier General José Rondeau en Sipe-Sipe (29/11/1815) Burela defendió valerosamente Humahuaca pero cayó prisionero del enemigo. Un año después logro fugar y se unió nuevamente a Güemes.

En abril de 1817 venció a los realistas en el Combate de El Bañado dando muerte al jefe de aquellos, el Coronel Vicente Sardina. Tal derrota obligó a los realistas a abandonar Salta.

Más tarde luchó contra los jefes españoles La Serna, Ramírez Orozco y Olañeta, resultando gravemente herido en 1820 durante la defensa de Salta.

Acompañaba a Güemes cuando el líder de la “Guerra Gaucha” falleció; luego ayudó al Coronel Enrique Vidt a expulsar al enemigo de Salta.

Con el grado de coronel, combatió hasta el final de la guerra en el Alto Perú. Al finalizar las hostilidades se retiró a su finca de Chicoana para dedicarse a las tareas rurales. Este gran patriota y lugarteniente de Güemes falleció en 1834. Hoy la salteña localidad de Luis Burela recuerda el nombre de este esforzado guerrero de nuestra independencia, quien dio inicio por cuenta propia a la “Guerra Gaucha”.

Fuente: Armando S. Fernández. De Salta no pasan. Vida y lucha del General Martín Miguel de Güemes. Grupo Argentinidad, 2018, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


"Eso sólo lo sabe él" Héroe Miguel Angel Falcón

Por Nicolas Kasanzew
¿Cómo murió el soldado conscripto del Regimiento 7 Miguel Angel Falcón, que participó del audaz contraataque del teniente Raúl Fernando Castañeda en Monte Longdon, la noche del 11 al 12 de junio?­ Tenían en frente un enemigo que parecía cada vez más numeroso con el correr de las horas. Los hombres de Castañeda trataban de responder a los ingleses con parejo caudal de fuego, para que no se envalentonaran. Al mismo tiempo les gritaban que se vayan y los insultaban. Los ingleses respondían con la misma moneda. Algunos conscriptos utilizaban la munición y las armas que le habían quitado a los enemigos muertos. ­
A pocos metros de Castañeda, el fusil del soldado Miguel Angel Falcón no dejaba de escupir. De repente ocurrió algo insólito. Falcón se enfureció, salió de su posición, se plantó desafiante frente a los británicos y continuó disparando desde la cintura mientras los cubría de insultos. El teniente lo instó a que se protegiera, pero su voz se perdía en el ruido ensordecedor de los proyectiles. Aunque si lo hubiera oído, difícilmente le hubiera prestado atención. ­
Finalmente, una ráfaga de ametralladora segó al conscripto. Cayó de rodillas y cuando se desplomaba hacia adelante, el cañón de su fusil se clavo en el suelo, quedando su pecho apoyado sobre la culata. Parecía que estaba arrodillado rezando. Desafiando a su vez el fuego enemigo, el soldado Gustavo Luzardo se le acercó, lo recostó en el suelo, miró al teniente y con un gesto le dio a entender que Falcón había partido.­
¿Porqué actuó así? "Eso sólo lo sabe él", -me expresó el teniente Castañeda- Creo que ya no le importaba nada, estaba haciendo lo que realmente sentía. Dios lo había llamado y se iba feliz, sabedor de que había cumplido".­

sábado, 25 de diciembre de 2010

Güemes y sus gauchos

Por Julio R. Otaño
A principios de 1814 y luego de la segunda derrota en el Alto Perú del Ejército Auxiliar enviado por Buenos Aires, José de San Martín, quien había reemplazado como jefe de ese ejército a Manuel Belgrano dispuso enfrentar a los realistas que ocupaban el territorio salto-jujeño, desarrollando allí una guerra de guerrillas. Esta decisión resultó definitoria para la dinámica de la Guerra de Independencia en los Andes del sur. Fueron responsables de implementar esta estrategia Martín Miguel de Güemes, militar natural de Salta a quien José de San Martín nombró Teniente Coronel de Vanguardia emplazado en la frontera sur de la jurisdicción de la ciudad de Salta y Apolinario Saravia, capitán de Milicias de la provincia de Salta en el departamento de Guachipas al sur del valle de Lerma. De esta manera Salta y Jujuy se incorporaron “a la guerra de montaña” y de recursos que se libraba desde 1811 en las Provincias Altoperuanas.  Pero también es preciso considerar las expectativas y experiencias adquiridas por los hombres que, por su condición de milicianos, lograron autorización para portar armas y gozaron de un fuero que los sustraía de las justicias ordinarias. 
La autoridad ejercida por los Alcaldes y los estancieros y hacendados sobre la población rural se resintió visiblemente frente a las posibilidades concretas de sustraerse de ella por parte de peones y arrenderos sujetos a la milicia.   Los testimonios de Manuel Belgrano en los difíciles meses de 1812 muestran a una sociedad local renuente a prestar su apoyo al Ejército Auxiliar del Alto Perú.  Si en 1812 los pobladores, en su mayoría, miraron con indiferencia e incluso muchos con entusiasmo la presencia del ejército real, en 1814 las circunstancias fueron diferentes. En 1814 no contaron con los apoyos políticos y económicos de los cuales habían gozado en 1812, en parte porque las principales familias realistas habían emigrado en 1813 hacia el Perú junto con el derrotado ejército del Rey y en parte porque Joaquín de la Pezuela, el jefe realista que ocupó Salta en esta oportunidad actuó con extrema severidad incautando bienes y persiguiendo a todos aquellos sospechados de apoyar a la causa revolucionaria.  La caída de Montevideo en poder de Buenos Aires y los serios reveses militares sufridos por los realistas en el Alto Perú debidos al accionar del general José Antonio Alvárez de Arenales y los jefes insurgentes Padilla, Cárdenas, y muchos otros, convencieron al general realista Joaquín de la Pezuela de la inutilidad de intentar desplazarse hacia Tucumán, desafiando a las milicias salteñas, para enfrentar al Ejército Auxiliar que allí se encontraba.  El desabastecimiento y el peligro de tener que rendirse ante la vanguardia que dirigía Martín Miguel de Güemes, le indujeron a retirarse, abandonando definitivamente Jujuy en el mes de agosto de 1814, para enfrentar un penoso viaje, en invierno y con escasas pasturas, en dirección al Alto Perú.  Desde el gobierno y desafiando las órdenes del Directorio y del jefe del Ejército del Norte se dedicó Guemes a organizar cuerpos de línea, entre ellos los Infernales y sobre todo las milicias cívicas de gauchos en la campaña de Salta, Jujuy y Orán. Se enfrentó duramente con el Cabildo de Jujuy, que además se negaba a reconocer su designación. En el centro de la disputa se encontraba el otorgamiento del fuero militar a los milicianos. Tanto el Cabildo de Salta como el de Jujuy insistían en negar los beneficios del fuero a los gauchos cuando no se encontraran en acción. En septiembre de 1815, al concluir la organización de las Milicias Cívicas de Gauchos y los cuerpos de línea, Güemes contaba con fuerzas suficientes para desafiar a las autoridades de Buenos Aires y del Ejército Auxiliar. Cuando en marzo de 1816 las fuerzas militares de Rondeau tomaron la ciudad de Salta y declararon a Güemes traidor a la revolución, una partida de gauchos sorprendió y derrotó a una avanzada del Ejército Auxiliar, tomando su armamento. La importancia que adquirieron los cuerpos milicianos de la provincia de Salta se refleja en la cantidad de hombres que las integraban. En 1818 las fuerzas militares de Güemes incluían cuerpos de línea como Artillería de Gauchos pertenecientes a la jurisdicción de Salta, de la Frontera del Rosario, del valle de Cachi, de Jujuy, de la quebrada de Humahuaca, y en un solo escuadrón los gauchos de Orán, Santa Victoria, San Andrés y la Puna. Estos Escuadrones de Gauchos conformaban un total de 6.610 hombres, una fuerza indudablemente importante. La movilización era, de este modo, masiva.  A mediados de 1816 Manuel Belgrano, nuevamente general del Ejército Auxiliar del Perú, aceptó con serias reservas la guerra de montaña como única alternativa posible para enfrentar a los realistas en los territorios del ex virreinato del Río de la Plata. De esta manera, la insurrección salteña, organizada ya en las estructuras militares dadas por su Gobernador pasaron a formar parte de la guerra que libraban las guerrillas en el Alto Perú y el Ejército de Buenos Aires no volvería a transitar el territorio de la provincia de Salta.  Al finalizar el año 1816, la revolución rioplatense atravesaba momentos muy difíciles. Los principales líderes de la insurgencia altoperuana habían muerto y el movimiento revolucionario se encontraba desarticulado. El desembarco en Lima de disciplinadas tropas militares al mando del general José de la Serna, destinadas a recuperar para la monarquía española los territorios sublevados, hacía prever mayores peligros a las endebles Provincias Unidas del Río de la Plata.  Debieron de haber evaluado la debilidad del ejército de Belgrano estacionado en Tucumán al no contar ya con la posibilidad de ser socorrido por el de San Martín y la importancia de sorprender y propinar una derrota que podría llegar a ser fundamental para recuperar al insurrecto virreinato del Río de la Plata. Pero avanzar hacia Tucumán resultó mucho más difícil de lo esperado. 
En la provincia de Salta una vez más, el control de la campaña quedó en manos de los gauchos y de Güemes, quienes impidieron el abastecimiento de la ciudad y de las tropas enemigas. Las sucesivas invasiones realistas carecieron ya del sentido estratégico militar que alentaron a las anteriores de 1812, 1814 y 1817, limitándose a ser incursiones destinadas a proveerse de ganados y mulas. La guerra se transformó así en una guerra de recursos.  Sintieron el peso de la misma los comerciantes y los hacendados de Salta. Los primeros porque no sólo vieron interrumpido el comercio con el Alto Perú sino porque también debieron realizar préstamos forzosos al Estado provincial para cubrir los gastos que demandaba el sostenimiento de los hombres movilizados y los segundos porque además de las confiscaciones de ganados se vieron privados del servicio personal y del pago de los arriendos de quienes se encontraban enrolados en las milicias. Mientras que la oposición de la elite al gobernador Güemes aumentaba y las conspiraciones en su contra involucraban incluso a sus capitanes y hombres de confianza, el temor que las invasiones realistas producían en el vecindario de Salta contribuía a preservarlo en el poder. Si bien el Ejército Auxiliar del Perú no retornó nuevamente a esos territorios, tanto Belgrano como Güemes abrigaron la esperanza de poder concretar una nueva expedición que fortaleciera en un movimiento de pinzas el avance de San Martín en el Perú.   La importancia de Martín Miguel de Güemes en la Guerra de Independencia que se libraba en territorio altoperuano incluyendo a Salta y Jujuy se evidencia en el tratamiento que le da Joaquín de la Pezuela, a la sazón virrey del Perú. En octubre de ese año siguiendo la Real Orden del 11 de abril de 1820 nombró Comisionados para “que traten y conferencien con las autoridades de las citadas provincias del Río de la Plata”, con el fin de tratar el reconocimiento de la Constitución española. Entre las instrucciones que les entrega dispone sobre todo tratarán de ganar por todos los medios posibles al Gefe de la Provincia de Salta D. Martin de Guemez pues la incorporación de este en nuestro sistema, acarrearia ventajas incalculables por su rango y por el gran influjo que ha adquirido sobre los pueblos de su mando. La Revolución del Comercio como fue denominado el intento de destituir a Güemes por parte del Cabildo no prosperó por cuanto las milicias continuaron reconociendo la autoridad del Gobernador. Dos semanas después, el 7 de junio una partida realista ingresó a la ciudad sorprendiendo a Güemes e hiriéndole cuando al galope de su caballo buscó salir de la ciudad para refugiarse en su campamento. Una semana después fallecía.  Los honores que la oposición a Güemes brindó al general realista Pedro Antonio de Olañeta dan cuenta del grave enfrentamiento que aquejaba a la sociedad de Salta, el cual no debe atribuirse tan sólo al deterioro económico o a la necesidad de restablecer el comercio con el Alto Perú. Si bien éstas indudablemente constituían razones importantes, el control social y la búsqueda de una propuesta política viable en el marco de la crisis institucional que aquejaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata fueron también responsables de la alternativa elegida por la clase dirigente de Salta.  Las negociaciones, de carácter secreto, entre la oposición a Güemes, autodenominada “Patria nueva”, y el jefe realista, culminan con la firma de un armisticio en julio de 1821 mediante el cual se garantizó el retiro de las tropas realistas más allá de la quebrada de Purmamarca, se dispuso la designación de un gobernador sin la presión de las tropas y se facilitó la adquisición de vituallas y ganados a las fuerzas realistas, quienes pagaron por ellas a los comerciantes y los propietarios que las facilitaron. Ante la ausencia de un gobierno central la provincia de Salta, representada por el Cabildo, se constituyó en sujeto de soberanía negociando el retiro de las tropas realistas y renunciando a continuar la Guerra de Independencia, con lo cual el proyecto de San Martín de reforzar con la vanguardia del disuelto Ejército Auxiliar del Perú una avanzada hacia el Alto Perú, se hizo trizas. Se fracturó también la vinculación que en tiempos de Güemes existía entre las guerrillas altoperuanas y la provincia de Salta. El armisticio definió una frontera entre territorios que a partir de su firma se diferenciaron políticamente. Las guerrillas altoperuanas y su enfrentamiento con el ejército realista quedaron aisladas y con la conclusión de la Guerra de Independencia en 1824 las Provincias del Alto Perú se pronunciarían por declararse un Estado independiente.  Güemes no defendió ninguna frontera, defendió la revolución de Buenos Aires y la independencia americana.

sábado, 11 de diciembre de 2010

CONVENTO DE SANTO DOMINGO, TESTIGO DE LA HERÓICA DEFENSA DE UN PUEBLO UNIDO.

Por Claudia Alejandra Heredia

5 de julio de 1807. Segundo intento de ocupación inglesa. 9000 hombres habían desembarcado en la Ensenada de Barragán al mando de John Whitelocke, un General inglés muchísimo más experimentado que su antecesor Carr Beresford. Luego de varios días de marcha, las tropas de la infantería inglesa llegaron a los corrales de Miserere, eludiendo a las tropas de Santiago de Liniers que esperaban presentar batalla a campo abierto. La ciudad habría quedado descubierta si no hubiese sido por el rápido accionar del alcalde de primer voto, Martín de Álzaga, que planeó un combate dentro de la ciudad en el que participó todo el pueblo.

El 5 de julio, Whitelocke ordenó el avance de sus tropas, divididas en 12 columnas desde el norte y el sur, en una maniobra envolvente sobre la Plaza Mayor. No conocía la ciudad y el meterse por las callejuelas fue su perdición. El pueblo de Buenos Aires resistió heroicamente, cada casa se convirtió en un frente de combate arrojando todo tipo de objetos desde las azoteas.

Las tropas británicas se atrincheraron en el Convento de Santo Domingo y la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario fue saqueada. El Templo aún conserva las banderas británicas que el capitán Santiago de Liniers había entregado a los dominicos tras la primera invasión en 1806.

Con Liniers al mando, los defensores ocuparon la casa de Francisco de Telechea, en la intersección de las calles Defensa y Moreno, desde donde disparaban hacia la única torre que en ese momento tenía la iglesia, en el lado este.

En la torre aún pueden verse una serie de tachas de madera que fueron colocadas en los agujeros que dejaron los cañonazos. Las pusieron en 1836 para preservar el campanario y recordar la histórica defensa de la ciudad. El Comandante inglés rechazó la intimación de rendición, pero al ver que ya tenían muchas bajas y escasas posibilidades de salir victoriosos el 7 de julio, se produjo la rendición.


Cientos de soldados británicos y argentinos fueron enterrados bajo el empedrado de lo que hoy es el Pasaje 5 de Julio, que en ese entonces era la huerta de los dominicos. Siempre se habló de entre 2500 y 3000 cuerpos pero la cifra sería menor


La huerta fue expropiada en 1822 tras la reforma eclesiástica de Bernardino Rivadavia, el entonces f Ministro de Gobierno de Martín Rodríguez. Se levantó un pasaje, que primero se llamó Sarandí y luego fue rebautizado 5 de julio. Durante las excavaciones los cuerpos fueron llevados a distintos cementerios de la ciudad... aunque resulta imposible caminar sobre el empedrado sin imaginarlos allí debajo en un sueño eterno, ya desprovistos de codicias y rivalidades.






martes, 30 de noviembre de 2010

MÁXIMO TERRERO Y MUÑOZ ( YERNO Y ÚLTIMO GRAN COLABORADOR LEAL A ROSAS )

Por Ricardo Geraci Del Campo Ríos
Máximo Terrero nació en Buenos Aires el 4 de mayo de 1817, fue hijo de Juan Nepomuceno José Miguel Buenaventura Terrero y Villarino, íntimo amigo de Juan Manuel de Rosas. El padre de Máximo fue además socio del Restaurador y posterior a su caída, fue el encargado de vender los bienes de Rosas en el corto tiempo que duró el levantamiento del embargo de las propiedades del caudillo bonaerense. Juana Josefa Muñoz de Ravago y García de la Mata fue la madre del futuro esposo de Manuelita Rosas. 

En 1848 fue nombrado Comisario del ejército y al poco tiempo estaba en Palermo con el cargo de secretario personal de Rosas. Hasta allí Máximo solamente se contentaba con "espiar" discretamente al objeto de sus tímidos deseos, doña Manuelita Rosas. Samuel Green Arnold, un norteamericano de paso por Buenos Aires a quien se llevó a conocer la Casona de Rosas, dio cuenta de lo que sus ojos veían. Observó en varias oportunidades como Máximo desde detrás de árboles, setos y cortinados la espiaba con frecuencia.
Quizas tanta constancia hizo que Manuela lo distinguiera desde la cantidad de mozos que con gran galantería usualmente buscaban ganarse su amor.
Peleó al lado de Rosas en la batalla de Morón y fue tomado prisionero. Fue dejado en libertad por orden de Urquiza y a los pocos días el ex secretario del derrocado caudillo partía rumbo a Inglaterra, luego de decidir casarse con su amada y con ello soportar el destierro.
El 6 de mayo de 1852 arribaba a Southampton y trasladándose de inmediato a Devonport. Máximo llegó con dos noticias, una mala y otra que compensaría. Se le habían confiscado los bienes a Juan Manuel y por otro lado llegaba don Máximo con una suma de dinero que Juan Nepomuceno le enviaba al Restaurador de la venta de la estancia San Martín gracias a la premura del amigo.  El 23 de octubre de 1852 Máximo Terrero y Manuela Robustiana Rozas se casaban en la iglesia católica de Southampton.
Es aquí donde surge un pequeño desencuentro que durará poco entre Rosas y su yerno.
El Brigadier confió a lo largo de varios encuentros e intercambio epistolares con algunos de sus amigos, el disgusto que le causó dicha unión. Más alla que ya sabía del noviazgo e inclusive les hacía bromas.

No por considerar indigno de su hija a Máximo, sino por que a la muerte de Encarnación su hija ocupo simbólicamente el lugar de Primera Dama que dejaba prematuramente su madre, y desde allí ( 1838 ) hasta el destierro fue la hada buena de su padre, haciendo muchas veces de sostén anímico y en gestiones sociales que el padre rehusaba. Rosas temía quedarse solo. Aún así la situación económica apremiaba, y era Juan Manuel el que debía solventar los gastos de todos en el destierro, hasta que estos se independizaron.  De todas maneras Máximo le pidió caballerosamente la mano de su hija al Restaurador, y éste asintiendo a tamaño pedido, Rosas demandó según una versión de Salustio Cobo- director del periódico El Comercio- que habló con Rosas en el vestíbulo de un hotel de Southampton en agosto de 1860 y luego remitió dicha conversación a su amigo, historiador y político chileno Benjamín Vicuña Mackenna, refiriéndose los pormenores de esa conversación. En un pasaje escribió:
Rosas a Cobo_ " Máximo le dije yo, dos condiciones pongo: la primera, que yo no asistiré a los desposorios; la segunda, que Manuelita no seguirá viviendo en mi casa.."
No fue cumplido por Rosas esto último, ya que siguieron un tiempo más con el caudillo y los Terrero luego hacía 1854 arrendaron una pequeña propiedad en las afueras de Southampton.

Manuelita Rosas daba constancia de su felicidad al contraer nupcias con don Máximo, a su amiga Petrona Villegas de Cordero en noviembre:
" ¡ Petronita ! ¡ Ya estoy unida a mi Máximo ! el día 23 del pasado octubre recibimos en la Santa Iglesia Católica de este pueblo la santa bendición nupcial a que nuestros antes corazones han aspirado tantos años. Tú que conoces a mi excelente Máximo puedes tener la certitud ( sic ) que me hará completamente feliz. Sus bondades y la ventura de pertenecerle, me han hecho ya olvidar los malos momentos y contrariedades que he sufrido en mi vida. Abrázame muy fuerte, amiga mía, gózate en.la felicidad de tu amiga ".
Fueron duros los primeros años donde Máximo buscaba empleo y su padre Juan le enviaba dinero para poder subsistir.
En 1855 en el reconocimiento de la Independencia del Paraguay por parte de la Confederación Argentina sirvió al yerno de Rosas para obtener un gran empleo: el de Cónsul de esa naciente república en Londres. Detrás de ese nombramiento estaban las gestiones de su hermano Federico Terrero.
En 1856 nace su primer hijo Manuel Máximo. Rosas abuelo opto por llamarlo cariñosamente " Nepomuceno José " seguramente en honor al cariño y lealtad profesada a su amigo Juan Nepomuceno.
Mientras Máximo y familia transitaban momentos de prosperidad y paz, nacía su segundo hijo, Rodrigo Terrero, y le pedía junto a Manuelita a Rosas en infinidad de cartas que se vaya con ellos a vivir a su casa de Hampstead. Juan Manuel deprimido e irritable desechaba con su habitual cortesía para responder cada invitación de los Terrero. Mientras tanto Máximo se convertía en un colaborador leal, incansable y eficiente del exiliado Rosas, cada vez más acorralado por la pobreza y la indigencia de tener que producir en una pequeña chacra que fue Burgess Farm, a la cual tuvo que remodelar con su marcado y meticuloso modo de trabajo. En cuanto a las quejas que Rosas le hacía a éste sobre su penosa situación, fue su yerno el que le daba ideas y el empuje para un Rosas ante todo laborioso.
Se encargó muchas veces de las suscripciones que conseguía la gran y leal amiga del Restaurador, Josefa Gómez y eventualmente utilizando su influencia para conseguirle dinero cuantas veces pudo.
CONFLICTO CON ALBERDI .
Alberdi que había sido asesor en el cargo de Cónsul que desempeñaba Máximo, tuvo un desentendimiento, ya que prácticamente olvidado por sus compatriotas y subsistiendo en París de su profesión de abogado y de los alquileres de sus propiedades en Chile, se ofreció de asesorar a Máximo sobre un empréstito que estaba gestionando desde Londres para el Paraguay. Terrero cobró un dinero de parte de la comisión de la Banca prestamista y al enterarse Juan Bautista le reclamó un porcentaje por dichos honorarios. Terrero (h) no acepto y se generó una enemistad y el fin de la correspondencia entre ambos. El nutrido intercambio que habían tenido tuvo de todo referido a la política y la enemistad entre Alberdi y Mitre, el arrepentimiento del primero hacia su combatividad hacia Rosas y demás yerbas. Hacia finales de la déca
da de los 60' Rosas que estaba más retraído que nunca, empieza a aceptar las continuas visitas de Máximo, Manuelita y sus nietos.
Pasan largos días paseando, charlando y disfrutando del hermoso paisaje que brindaba el Burgess.
Manuelita y Máximo procuraban en aquellas visitas festejar aniversarios de gran valor histórico, como el 11 de octubre, aniversario de la Revolución de los Restauradores y el 25 de Mayo, como tambien su propio cumpleaños.
Hacía 1871 una carta fechada el 5 de octubre de ese año, de Manuelita a su padre, daba cuenta de la terrible enfermedad que atravesaba Máximo de viruela. La cual lo dejó al borde de la muerte, pero lograría recuperarse.
El chacarero del Burgess le escribía a su amiga Pepa Gómez sobre lo angustiado que estaba por la delicada salud de su yerno, lo cual documenta su cariño y afabilidad para con el hijo de su gran amigo.
Rosas a Gómez:
" (...) Si desde antes de la peligrosa enfermedad de Máximo, mi espirítu sin ánimo, ni consuelo, era penoso...".
CODICILO
Adhesiones al testamento de Rosas.
Máximo recibió cuanto Rosas había dejado a su padre o su hija, ya que a la muerte de estos dos, heredaría lo que le era por disposición de Rosas. Como así heredó directamente del Restaurador sus papeles públicos,sus perros, Soto y Guló, sus manuscritos y loro Blagard, fue junto a Manuelita a la muerte de Palmerston, su albaceas, su libro de la nobleza de sus antepasados, sus dos pistolas fierro del Tucumán, entre algunos tesoros.
EJEMPLO DE LEALTAD Y SERVICIO.
En los comienzos de 1877 y a poco de la muerte de Rosas, Máximo se reunió en la chacra de su suegro, para ultimar los detalles de su partida hacia Buenos Aires para agilizar el trámite referido a las propiedades que pertenecían a Manuelita como heredera de su madre y que se hallaban en los Tribunales desde largos años atras.
Fue acordado que Máximo viajara con su hijo menor, Rodrigo, de 18 años por ese entonces.  Manuel debió quedarse ya que tenía que rendir sus últimas materias para recibirse de Ingeniero.   Servir a su familia era para Rosas, servirlo a él, el gaucho de los Cerillos, sabía que su hija feliz , casada y con hijos, tenía un hombre a la altura de lo que fue su vida, y él, despidiéndose de la vida física,encontraba en ello una certeza.
Partió de Southampton el 24 de febrero de 1877 a bordo del vapor Minho de la Royal Mail Company hacia Buenos Aires. Volvía por primera vez desde su exilio.

El barco en que viajaban los dos Terrero aún en alta mar la tarde del 12 de marzo, cuando Manuela recibió un telegrama que daba cuenta de la gravedad del padre, escribe a su marido:
" Mi Máximo:
Cuando recibas ésta estarás ya impuesto de que mi pobre y desgraciado padre nos dejó por mejor vida el miércoles 14 del corriente ".
PROTOCOLO DE CUARENTENA EN EL PUERTO DE BUENOS AIRES.
Máximo y su hijo al llegar al puerto de la ciudad de la Santísima Trinidad, debieron permanecer quince días a bordo del vapor, debido a un protocolo preventivo que seguía en uso luego de la epidemia de Fiebre amarilla de 1871, donde cualquier embarcación extranjera debía someterse a ese protocolo.
Se sabe de está peculiar situación de incomodo para Máximo e hijo, por un diario de cuarentena que llevó a cabo el yerno de Rosas que fue en parte publicado por Manuel Bilbao en su libro Tradiciones y Recuerdos de BsAs en su capitulo sobre la "Cuarentena". ( 1934 ).  Máximo Terrero sobrevivió seis años a su querida Ita, nombre afectuoso que daba a Manuela en la intimidad. Falleció en 1904 en Southampton y sus restos, tal como se hiciese con el de su esposa, se colocaron en el mausoleo en nicho de material separado, y sobre aquel en que yacían los del general Rosas.
Ricardo Geraci.
Fuentes consultadas:
Manuel Gálvez
Vida de don Juan Manuel de Rosas.
Todo-Argentina
Página online de Historia Argentina.
Beatriz Doallo
El exilio del Restaurador.
La Nación.
Articulo sobre la cuarentena de Máximo.
Soledad Gil.
Secretaria de redacción revista Lugares en el mencionado diario