Rosas

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jueves, 31 de diciembre de 2015

Encarnación Ezcurra (1795-1838)


Por el Dr.  Julio R. Otaño
María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun, Pamplona Navarra, España.              
 Encarnacion Ezcurra 1835.jpg
Se había criado en un hogar de ocho hermanos y hermanastros. Ella era la quinta hija mujer del matrimonio de Teodora de Argibel y Don Juan de Ezcurra. Después de ella tres varones.    Pertenecían a una típica familia ganadera de ese tiempo. La madre de Encarnación Teodora,  provenía de una familia castiza. Su casamiento había sido arreglado desde los Argibel para conservar por esta vía cierto confort económico que corría peligro. Don Juan de Ezcurra hijo de criollos de una generación de menor alcurnia que los Argibel, pero de fortuna, había visto en este casamiento la posibilidad de ser reconocido socialmente.                              
 En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, allí conocerá a Encarnación Ezcurra.  Pero Agustina López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su hijo.    Cuando Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el casamiento, sin embargo poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios.                                                               Encarnación Ezcurra, por instigación de Juan Manuel, le escribe una carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo debían casarse. La carta engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas.                                 
Contrajeron matrimonio el martes 16 de marzo de 1813, en una ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel.   Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena.   Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie. En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que “sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia  alguna”.                                                                                   Encarnación y Juan Manuel tuvieron 3 hijos: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de 1814.   Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín. Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política.   Las idas y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las condiciones de vida semisalvaje de la campaña.                                                                                                  Encarnación era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la retrataron como una mujer que carecía de ternura. En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma que con el tiempo será proclamada  “Princesa de la Federación”.     Fue la más fervorosa colaboradora de su marido, por quien sentía una verdadera devoción. Actuó en forma brillante en las circunstancias políticas más delicadas y difíciles. Gozaba de una enorme popularidad entre los humildes, débiles y desposeídos, a los que protegía y halagaba, recibiéndolos en su casa.  Llegó a ser el brazo derecho de Juan Manuel, tenía  una lealtad y fanatismo inclaudicables, sin embargo ella sólo inducía, sugería.                                                                                             Tras los primeros años de la Revolución de Mayo, y por más de dos décadas, la anarquía era la que estaba al mando del vasto y deshabitado territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el país en formación era un hervidero y la violencia cerril proyectaba su sombra.  Será Rosas el que creará los fundamentos y el principio de una autoridad nacional en la Argentina, y quien la aplique exitosamente por primera vez en el ejercicio del poder por veintipico de años.    El 1º de diciembre de 1828 el general Juan Lavalle –la “espada sin cabeza” como lo llamara San Martín, un militar brillante pero manipulado por los “doctores” había depuesto y luego fusilado al gobernador de Buenos Aires, el coronel Manuel Dorrego, héroe de cien combates en todas las guerras de la independencia y caudillo federal indiscutible de los barrios bajos. Rosas unió sus fuerzas con las del santafecino Estanislao López y ambos vencieron a Lavalle en Puente de Márquez el 26 de abril de 1829.   Ya para entonces todos ponían los ojos en ese ganadero, el más importante de Buenos Aires, administrador de las estancias más organizadas, disciplinadas y productivas del país, el creador de la industria del saladero  y  Comandante de campaña y jefe de un ejército de gauchos victorioso en la guerra contra el indio –los Colorados del Monte-, base verdadera del ejército popular y nacional.  En diciembre de 1829 Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios. Designó un gabinete de lujo, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón González Balcarce como ministro de Guerra y Marina. En diciembre de 1832 Rosas fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, rechazándolo por tres veces, a pesar de las súplicas del pueblo y de la Legislatura. Para entonces el partido Federal estaba ferozmente dividido entre los “doctrinarios”, “cismáticos” o “lomos negros” y los leales al Restaurador, los “ortodoxos” o “apostólicos”. Rosas no acepta presiones y organiza un Ejército Expedicionario de dos mil hombres, se aleja de la ciudad y de la provincia, y se interna en el desierto por más de mil kilómetros hasta el Paralelo 42, alternativamente combatiendo y negociando con los caciques indios. Conquista cerca de 100.000 kilómetros cuadrados de territorio hasta Neuquén y Río Negro en los Andes, rescatando también a dos mil blancos cautivos de las tolderías. Además lleva científicos, geógrafos, médicos, ingenieros, astrónomos. Es un ejército politizado y adoctrinado. El santo y seña de cada día lo fija el propio Rosas: por ejemplo, “para ser amado del pueblo / hay que aliviarlo”, “para mandar es necesario / aprender a obedecer”. Toda esta obra lo hace acreedor por la Legislatura al título de “héroe del desierto”, el que por extensión se aplica popularmente a doña Encarnación, a la que el pueblo llama, significativamente, “la heroína”.
 
Juan Ramón Balcarce había asumido la gobernación de Buenos Aires. Es un hombre honrado pero débil y sin ningún talento administrativo. Desde el principio comenzaron a surgir desavenencias entre sus partidarios y los de Rosas. Su primer desatino fue designar como ministro de Guerra al general Enrique Martínez, referente y director de la facción federal sin Rosas, sin los hombres de Rosas y sin la política de Rosas, quien se hizo de inmediato el hombre fuerte del gobierno. Muy pronto la situación se tornó insostenible. Juan Manuel le escribe a su mujer aconsejándola:   en noviembre de 1833, donde le dice: “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres y por ello cuánto importa el sostenerla para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en eso. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, como también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos fieles que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.                         Doña Encarnación finalmente resuelve actuar. Le escribe a Rosas: “Cada día están mejor dispuestos los paisanos, y si no fuera que temen tu desaprobación, ya estarían reunidos para acabar con estos pícaros antes que tengan más recursos” (23/ago/1833). Rosas no contesta. “Yo les hago frente a todos y lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos… aquí a mi casa no pisan sino los decididos” (14/sep/1833) (…no parece la mejor expresión del mal llamado “sexo débil”).      Rosas guarda silencio. Se dice que su hogar, en ese tiempo, parecía un comité por la cantidad de gente que lo frecuentaba. Desde los generales Ángel Pacheco y Agustín de Pinedo, pasando por los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra, y comandantes y milicianos de escuadrones procedentes de Lobos, Monte, Cañuelas y Matanza.                                                                                                             
El 11 de octubre de 1833, se inicia el levantamiento. Ese día va a sesionar un tribunal para enjuiciar al propietario de “El Restaurador de las Leyes”, órgano de prensa de los apostólicos. La ciudad amanece empapelada desde el centro hasta los suburbios con grandes afiches que en enormes letras coloradas anuncian: “Hoy juzgan al Restaurador de las Leyes”.    Una multitud se congrega en el Cabildo, sede de la administración de justicia, ocupando las galerías y el patio. El griterío y las consignas determinan que el tribunal decida que no está en condiciones de sesionar. La guardia desaloja el edificio, pero la multitud crece en la calle y en la plaza. Sale la guardia del Fuerte y cruza la Recova, formando frente a la enardecida concentración popular. Se viven momentos de gran tensión y conatos de enfrentamiento. Finalmente la multitud se dispersa, pero sólo para reconcentrarse en Barracas. Esta multitud es el alma del pronunciamiento, y en ella hay muy pocos “federales de categoría”. Es una revolución política, pero también es una revolución social. El unitario Juan Cruz Varela los describe como “ilustre comitiva de negros changadores, mulatos, los de poncho en general”. Es la ilustre comitiva que promueve, representa y conduce la heroína.    Ahora la concentración de la Revolución de los Restauradores se fija tras el puente de Gálvez, junto a la orilla sur del Riachuelo. El día 13 una partida asalta el cuartel de Quilmes y se apodera de las armas. El gobierno imparte la orden de reprimir, pero gran parte del ejército, al mando del guerrero de la independencia general Mariano Rolón, se pliega al pronunciamiento con fuerzas y oficiales. Se aclama entonces al general Agustín de Pinedo como jefe militar de la revolución.

Al amanecer del 1º de noviembre Pinedo da la orden de avanzar sobre la ciudad. Sus fuerzas suman en ese momento 7.000 milicianos armados y bien decididos. La Legislatura, reunida precipitadamente, pide veinticuatro horas. Al día siguiente es exonerado Balcarce y se designa gobernador a Juan José Viamonte. El general Enrique Martínez se exilia en Montevideo y se inicia una serie de gobiernitos provisionales sin estabilidad que no terminan de resolver la crisis.   La Revolución de los Restauradores amalgamó a caudillos de barrio y sus séquitos de hombres de avería con soldados y guerreros de la independencia, a gauchos de “hacha y chuza” con hacendados de la viejas familias patricias como los Anchorena, Arana y Terrero. De esta amalgama resultará la creación de Sociedad Popular Restauradora, mejor conocida como la “Mazorca”, nombre proveniente de su emblema, que ya era usado por algunas logias peninsulares como símbolo de apretada unión. Pero también de un “ritual” espontáneo del centro de la ciudad, en el que pandillas de muchachones federales solían introducir una mazorca por la parte de atrás de los pantalones de los señorones unitarios y lomos negros.                                                                                     Desalojados del poder Balcarce y Martínez, pero con la revolución no del todo decidida, para sorpresa de los lomos negros, Rosas concluye la campaña y ¡licencia el ejército en Bahía Blanca! Ha ganado una batalla de aproximación indirecta, pero ha sido una batalla política de aproximación indirecta. Su abandono del gobierno ha sido un riesgo sobradamente calculado en una brillante operación de distracción. Vuelve entonces -¡solo!- a la ciudad y se esparce el rumor de que abandona la vida pública y se exilia del país.          Un documento excepcional, que bien refleja la participación activa de Encarnación en los meses de ausencia de Rosas en Buenos Aires, es la carta que le hace llegar con fecha 4 de diciembre de 1833, donde describe puntillosa y magistralmente a cada uno de los federales de casaca (cismáticos) que se ubicaron alrededor del nuevo gobernador.      En dicha misiva le avisa a su esposo que Manuel José García, antiguo funcionario de Rivadavia y hasta entonces supuesto federal apostólico, era el padrino de los federales cismáticos o lomos negros. Que Luis Dorrego (el hermano del ex gobernador Manuel Dorrego) era cismático puro, y que su hermano Prudencio Ortiz de Rozas andaba frecuentando al gobernador Viamonte.                                                                                                                  
En el mismo sentido, se supo que desde enero de 1834 empezaron a haber maquinaciones europeas en conferencias de alto nivel, las cuales contaron con la asistencia del unitario Bernardino Rivadavia, una en París y otra en Madrid. Allí se hablaba de colocar un rey en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia. Rivadavia estaba tras de estos fines desde 1830. No por nada, a principios de 1834 se anunciaba la llegada a Buenos Aires de Rivadavia.   A la caída de Viamonte le sucederá en la dilación de la resolución de la crisis el interinato de Manuel Maza, presidente de la Legislatura. Pero en febrero del año siguiente, ante la masacre de Barranca Yaco y el tremendo crimen que se lleva la vida del general Quiroga –junto a Rosas y a López una de las tres personalidades hegemónicas del país-, en gravísimas circunstancias, la Legislatura de Buenos Aires sanciona la ley del 7 de marzo de 1935, por la que se otorga el gobierno a don Juan Manuel de Rosas por cinco años, y con la suma del poder público.     El renunciante Maza le escribe a Juan Manuel de Rosas: “Tu esposa es la heroína del siglo: disposición, valor, tesón y energía desplegadas en todos casos y en todas ocasiones; su ejemplo era bastante para electrizar y decidirse; mas si entonces tuvo una marcha expuesta, de hoy en adelante debe ser más circunspecta, esto es menos franca y familiar”. “adecuado para llamarse a silencio.  Solamente hay una pista firme que indica que desde noviembre de 1833 y hasta diciembre de 1834 Encarnación Ezcurra fue, al tiempo que, como expusimos, operadora política de Rosas, apoderada general de los bienes de Facundo Quiroga, dado que éste tenía por debilidad el juego y los naipes.    La significación de esta decisión es extraordinaria no sólo por el hecho del poder que confería, sino porque era la culminación de la larga lucha por el poder interno del partido Federal, y en este sentido el verdadero y definitivo resultado del pronunciamiento popular del 11 de octubre. Desde el punto de vista institucional significó la imposición de una dictadura legal que perduraría por diecisiete años hasta la derrota popular y nacional de 1852 . Pero Rosas no aceptó la decisión de la Sala. Dada la naturaleza del poder que se le confería y para asegurar su mayor legitimidad, contestó que sólo aceptaría si era una resolución explícita del pueblo. La Legislatura decidió entonces llamar a un plebiscito en la ciudad, ya que se descartaba por innecesaria la consulta de opinión de la campaña, unánimemente favorable.    El plebiscito del 26 de marzo de 1835 arrojó un resultado aplastante: 9.316 votos a favor y 4 en contra. La pluma completamente insospechable de Domingo Faustino Sarmiento en Facundo reconoce: “Debo decirlo en obsequio a la verdad histórica: no hubo gobierno más popular, más deseado, ni más sostenido por la opinión”. Por primera vez desde la Revolución de Mayo, se unieron las provincias argentinas bajo un gobierno central, venciendo a la anarquía y la disgregación.   
Flaca, demacrada, sin registro de su cuerpo iba y venía organizándole todos los festejos de los cuales participó, esa fue la última tarea de Encarnación.   Juan Manuel gobernaba con plenos poderes, no esperaba cartas que en ocasiones fueron

casi órdenes.   Carta de Rosas a su amigo Anchorena:

"...Ya no sé qué hacer. Le pido por favor, no sigas así, hacé algo para mejorar. Le digo que la  quiero mucho. Si no tenés nada que hacer ahora. También le digo que ya me fue útil, que la quiero ver sana y fuerte... yo me ocupo"

JM. O. de Rosas.        Encarnación escribe a su amiga Inés de Anchorena:  "El ha llegado del fondo, abrumador de la inacción, hasta la misma cúspide del poder.Me ha dicho los otros días. Si no tenés nada que hacer ahora, ya me fuiste útil, por favor no sigas así desganada, sin comer, sin amor, inmóvil..." " Tu amiga y compañera. Encarnación Ezcurra de Rosas."                                                                                                  Apenas tres años después de la segunda llegada de Rosas a la gobernación de Buenos Aires, doña Encarnación Ezcurra muere. Era el 20 de octubre de 1838. Su cadáver fue encerrado en un lujoso ataúd, y conducido en larga procesión en la noche del 21 hasta la iglesia de San Francisco donde fue depositado. A su funeral asistieron diplomáticos de Gran Bretaña, Brasil, de la isla de Cerdeña y el encargado de negocios de los Estados Unidos. También estaban presentes todos los integrantes del Estado Mayor del Ejército de la Confederación Argentina, en el que figuraban los generales Guido, Agustín de Pinedo, Soler, Vidal, Benito Mariano Rolón y Lamadrid. El pueblo concurrió en un número no menor a las 25.000 personas(la ciudad tenia 55000 habitantes)                            Rosas mismo ordenó para la “Heroína de la Federación” funerales de capitán general. La Gaceta Mercantil del 29 de octubre de 1838 publicó, por este mismo motivo, que los ministros extranjeros izaron a media asta sus banderas. Las demás provincias argentinas hicieron análogas manifestaciones de duelo.    Cuando murió, según afirma  Antonio Zinny en su “Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas”, su cadáver “fue conducido en procesión a las 8 de la noche del 21, a la iglesia de San Francisco. Las tropas, formadas a la izquierda de la línea de procesión, que se extendía desde la casa de Rosas, actual casa de gobierno provincial, hasta la iglesia, llevaban candiles los soldados y hachones los oficiales”.
“La línea de la derecha de la procesión se componía de ciudadanos, todos descubiertos, llevando un hachón cada uno. El ataúd era cargado alternativamente por varios caballeros, e iba precedido del obispo de la diócesis, doctor Medrano, y del de Aulón, doctor Escalada, los dignatarios de la iglesia y clero, incluso los frailes franciscanos  y dominicos, cantando la oración del muertos.”
También se sumaron al acto los miembros del gobierno y los embajadores extranjeros residentes en la ciudad. “El duelo lo encabezaban los ministros de Relaciones Exteriores y Hacienda, doctores Arana e Insiarte y a uno y otro costado el ministro plenipotenciario de S.M. B., señor Madeville; el encargado de negocios del Brasil, señor Lisboa; el cónsul general de Cerdeña, barón de Picolet el´Hermillón, y Mr. Slade, cónsul de los Estados Unidos; éste y el inglés, de todo uniforme”.
Completaban la primera fila de la ceremonia los miembros del Estado Mayor del Ejército: los generales Pinedo, Guido, Vidal, Rolón, Soler y La Madrid.
El féretro fue depositado en la bóveda, bajo el altar mayor de la iglesia de San Francisco, mientras en los edificios de las legaciones extranjeras se izaron las banderas a media asta y se suspendieron las funciones en los teatros durante tres días.
Los jueces de paz de la ciudad presentaron una petición a la Sala de Representantes para que se le tributasen a Encarnación los honores designados a los capitanes generales y, un mes después, el 20 de noviembre, otra vez se realizó un acto fúnebre, al que asistieron las autoridades de la provincia, de la Sala de Representantes, de la Cámara de Justicia, empleados de la Administración Pública y los ciudadanos en general. Fue invitado también, el ex presidente del Uruguay, general Manuel Oribe, junto a sus ex ministros; además del cuerpo diplomático.
Rosas se refirió a su esposa así: “digna compañera de mis cansados días, mi fina esposa y amiga”.

EL CAUDILLO "SINDICATO DEL GAUCHO"


Por Arturo Jauretche 
La guerra de la Independencia, y la Independencia misma, no alteran la situación de fondo. Pero la guerra da a la clase inferior una movilidad que la saca de su situa­ción pasiva al incorporarla a la milicia. La caída econó­mica del interior con el derrumbe de su artesanado a consecuencia del comercio libre desplaza también hacia la clase inferior a sectores cuyas actividades económicas le habían permitido mantenerlo en el estrato casi marginal de la "gente decente".

Aparece el caudillo. Será primero el caudillo de la Independencia, militar o no, que hace la recluta de sus sol­dados en la clase inferior, lo cual es ya un motivo de fric­ción de la "gente principal" con el jefe, salido generalmen­te de la misma, porque al hacer soldado al peón, lo priva de su brazo perjudicando la explotación de sus bienes. En es­te conflicto el caudillo, jefe militar, hostilizado por la "gen­te principal" se hace fuerte en la solidaridad que la guerra crea entre la tropa y el mando. De esta manera el militar deviene caudillo, y más en la medida que la guerra de recursos hace depender el éxito de una absoluta identifica­ción, que para esa guerra es más eficaz que los reglamentos de cuartel y el arte académico de mandar.

Dice José María Paz en sus "Memorias" (Ed. Cultura Argentina, 1917) refiriéndose al general Martín Güemes: Principió por identificarse con los gauchos en su traje y formas..., ...desde entonces empleó el bien conocido arbitrio de otros caudillos, de indisponer a la plebe con las clases elevadas de la sociedad. (Como se ve, esta terminología está todavía vigente, cuando se altera el predominio exclusivo de la clase principal).

Agrega: Adorado de los gauchos que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, el Protector y Padre de los Pobres como le llamaban.

(El abuso de la expresión carismática, en cuanto ésta implica una elección de los dioses, es en mi concepto un modo de retacear la verdadera significación del caudillo como hecho social, pues tiende a darle un carácter de magia o brujería a una adhesión consciente de la masa en el terreno de los intereses, aunque ésta se haya hecho subconsciente una vez dados los elementos de prestigio y autoridad y el acatamiento consiguiente. No otra cosa he querido significar en “Los Profetas del Odio” cuando digo que el Caudillo es el sindicato del gaucho). 
 

 Joaquín Díaz de Vivar (Revista del Instituto de Investigación Histórica "Juan Manuel de Rosas". N° 22: Pág. 147), refiriéndose a la única institución consuetudinaria de nuestra Constitución vigente, el Ejecutivo fuerte, dice que los Estatutos Provinciales Constitucionales que lo crearon se inspiraban en la realidad social a que estaban destina­dos: Por su parte las organizaciones lugareñas, las de las provincias argentinas en las que convivían políticamente su clase principal, cuyos representantes ocupaban una silla curul en su legislatura y frente a ello, su más importante magistratura, el Gobernador que era —casi siempre— el jefe natural de las muchedumbres rurales, sobre todo, y a veces también de las urbanas; el gobernador, que era una especie de personalidad hipostasiada de ese mismo pueblo, de esas masas que habían hecho la historia argentina y que se expresaban a través de su natural conductor, ese alu­dido gobernador, que indistintamente era plebeyo como Es­tanislao López o el "Indio" Heredia (no obstante su casa­miento con la linajuda Fernández Cornejo) o "Quebracho" López o Nazario Benavídez, o que era un hidalgo como Ar­tigas, como Quiroga, como Güemes y desde luego como Juan Manuel de Rosas.

Lo dicho por Díaz de Vivar trasciende al Derecho Pú­blico y explica en mucho las substanciales diferencias en­tre federales y unitarios, pues revela que los primeros com­prendieron la relación entre el derecho y el hecho social, frente a los revolucionarios teóricos, nutridos de ideologías y de proposiciones importadas cuyo supuesto igualitaris­mo democrático era el producto de la consideración exclusi­va de uno de los estratos sociales: el de la "gente princi­pal" o "decente" y prescindía de la existencia de los infe­riores. Mientras para los federales el pueblo tenía una sig­nificación total —ahora dirían totalitaria— para los unita­rios es sola la clase principal, la parte “sana y decente” de la población como ahora.

Veamos el debate sobre el sufragio en la Constitución Unitaria de 1828. En el artículo 6° se excluía del derecho al voto a los criados a sueldo, peones, jornaleros y soldados de línea. Galisteo expresa la oposición federal diciendo: El jornalero y el doméstico no están libres de los deberes que la República les impone, tampoco deben estar pri­vados de sus voces... al contrario, son estos sujetos, precisamente, de quienes se echa mano en tiempos de guerra para el servicio militar.
 

Dorrego dice: He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero... Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases y se advertirá quieres van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresa en el artículo, es una pequeñísima parte del país que tal vez no exceda de la vigésima parte... ¿Es posible esto en un país republicano?... ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la so­ciedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Seña­lando a la bancada unitaria agregó: He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y merccarse... Sería fácil influir en las elecciones; porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una cierta porción de capitalistas... Y en ese caso, hablemos claro: ¡El que formaría la elección sería el Banco! Con razón Estanislao López escribía en 1831: Los unitarios se han arrogado exclusivamente la calidad de hombres decentes y han proclamado en su rabioso despecho que sus rivales, es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos argentinos, son hordas de salvajes y una chusma y una canalla vil y despreciable que es preciso exterminar para constituir la República (José María Rosa, ''Historia Argentina", tomo, IV, pág. 53 y sig.). En el mismo debate Ugarteche protestaba por los derechos que se le negaban a los nativos y los privilegios que se le acordaban a los extranjeros: Yo quisiera saber en qué país hay tanta generosidad... Todas nuestras tierras las vamos vendiendo a extranjeros y mañana dirá la Inglaterra: esos terrenos son míos, por­que la mayor parte de tus propietarios son súbditos míos, luego yo soy dueña de esas propiedades. Y lo que no se pudo el año 1806 con las bayonetas cuando todavía éramos muy tontos se podrá con las guineas y las libras inglesas...

Trasladémonos ahora al escenario actual y percibiremos las ver­daderas filiaciones históricas que no son las que distribuyen los profesores de Educación Democrática; también se ve clarito que los jefes federales percibían la identidad de la voluntad popular con los inte­reses nacionales, y la de los privilegiados con los extranjeros.

Con la caída del Partido Federal y los caudillos la cla­se inferior deja de ser elemento activo de la historia; su presencia en la vida del Estado no alteraba la situación en la relación de los estratos sociales entre sí, pero obligaba a contarla como parte de la sociedad.

Después de Caseros, y más precisamente de Pavón, deja de jugar papel alguno y es sólo sujeto pasivo de la historia. Sus problemas no cuentan en las soluciones a bus­car, ni sus inquietudes nacionales perturban las directivas imperiales. La política será cuestión exclusiva de la "gente principal" durante más de cincuenta años.

MITRE, murió el 19 de enero de 1906: Mentiroso, rapaz, incapaz.

  Que la mentira más grande es aquella que oculta la verdad.

  En esta frase apotegma, Bartolomé Rondeau Mitre tira la posta de su carrera política. Si yo le dijera a Ud. que Rosas es un Traidor a la Patria, Ud. se me quedaría mirando por la exagerada mentira que proferí. Ahora si le dijese que fue un Tirano que enfrentó a la Inglaterra y a la Francia sólo cuando se le metían en sus asuntos domésticos, Ud. puede que se quede reflexionando. Puesto que le he ocultado una verdad, sin decirle ninguna mentira. Mitre es así: Cuando dice, en su majestuoso y memorable “Historia de San Martín”, quel Libertador le cede el sable de la Independencia al Restaurador porque ‘estaba senil’, como se desprende, no dice absolutamente nada del apoyo a la Soberanía impuesta. Es una frase suelta en su mamotreto, así como al pasar, porque es menester ocultar el rol diplomático que jugó San Martín en favor de Rosas, a quien hay que desterrar de la Historia.

    La ocultación de la verdad ha sido el numen de la carrera de Mitre como Historiador. Sus seguidores en la materia, apenas son aggiornadores de la “Historia de Mitre”. No hay cuestionamientos a la obra del Divus Bartholus. Es sólo adecuarla al lenguaje presente. Sus adversarios de la hora, presente, cuestionan la obra mitrista, pero desde un posicionamiento que carece de tenor científico. Los academistas contra los divulgadores. Ud. me dirá, no hay lolas entre Pueblo y Antipueblo. Es cierto. Pero si uno se deja llevar por los arrebatos de sus convicciones políticas y prescinde de investigaciones serias y acabadas, aún amateurs como son las mías, puede que entre en un barullo que no tenga salida.
  Es necesario, en una ciencia como es la Historia, dotarla de rigor científico a la investigación equis. El deber del Historiador, parado sobre su honestidad intelectual, consiste en manejarse entre el difícil equilibrio de la objetividad de los hechos investigados, la subjetividad de su formación intelectual, y la lógica no-neutralidad o imposible imparcialidad de su posicionamiento político en la materia. Se lo digo chabacanamente en fulbo: El Ñubels del Tata Martino fue un gran campeón (hecho objetivo), Particularmente soy admirador del Tata (elemento subjetivo) pero como ‘canaya’ ni por putas quería que salieran campeones (imposible imparcialidad). Pero al referirme al campeonato de ese año de Ñuls, uno debiera ser equilibrado al contarlo.

  ¿Le importó a Mitre todo esto?. Pues no, porque él hace historia para sostener su proyecto político. Las ocultaciones y tergiversaciones son materia de primera mano en sus escritos. Está bien, es una parte de la historiografía, que hay que conocer, y punto: El problema con el Mitre-Historiador, es que te vende su versión como la verdad revelada del Sinaí, en donde Bartolo es el Moisés que tiene las Tablillas de la Ley que nadie debe cuestionar.

 Falsificador por antonomasia, el divus Bartholus fue historiador, poeta, traductor, militar, político, diplomático, referente cultural y social, periodista, Presidente de la República, senador y legislador en varias oportunidades, escritor, nombre de cigarrillos, y hasta un pez del Paraná lleva su nombre. Don Bartolomé Mitre, fracasó como peón de campo. Según Prudencio Ortiz de Rosas, hermano de don Juan Manuel, “el pibe era un vago que se tiraba a leer bajo los árboles”.
  Era un mentiroso, básicamente. Y cuando las mentiras, que en su caso no tenían patas cortas, saltaban a la luz, el muchacho no tenía pudores: Quemaba las pruebas. Cuando se descubrió una copia del “Plan de Operaciones”, que destrozaba la mirada mitrista sobre Mariano Moreno y la Rev. de Mayo, la copia que cayó en su poder, se extravió misteriosamente.
 Sin ir más lejos, don Adolfo Saldías, el primer revisionista, pide la aprobación del “maestro” para su “Rosas”. ¡Para qué!, Mitre se ofendió con la objetividad del trabajo de Saldías sobre el tirano, y le parloteó sobre sus nobles odios, que hay batallas, que además que se vencen, convencen. Y hasta que está bien mentir un poco si el mal lo hace necesario. Si lo sabrán Wilde y Magnasco, al meterse con el patriarca liberal: Les costó la carrera política, y el ostracismo.
  Mentir, mentir, que lejos llegarán, parece decir el Mitrismo, y don Bartolus, lejos, llegó.



Tan rapaz como trepador.

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  Piense en sus lugares de trabajo, en sus varios trabajos. Busque a ese compañero que actúa con una sonrisa forzada queriendo caer bien, tirando chistes que no hacen reír si no a su carcajada. El típico empleado que busca ser una alfombra del Jefe. El Olmedo de Portales en el sketch. Ese es Bartolito. 
. Tenía la facilidad de decir a cada quien lo que quisieran escuchar, sabiendo de antemano que no les iba a cumplir. Alem, quien lo trató como adversario, aliado y luego otra vez enemistado, tiró una frase que muchos entendieron dirigía a Roca o a Hipólito: Hay dos escuelas o dos sistemas para manifestar el pensamiento: uno que procede con circunloquios, con ambages y sonrisas, no obstante la expresión adversa y hasta hiriente que se revela en la voz y en los labios del que habla. 
 Algunos se sorprendían al conocerlo. El Emperador Pedro II tenía allegados que lo trataron y le decían que era un botarate. Don Pedro se negaba a creerlo, porque, culto como era, había leído cosas de Mitre, le llegaban los impresos de los periódicos, y todos daban con un tipo con talento, honrado y capaz. Famosa decepción se llevaría el monarca al tratarlo los días de la guerra al Paraguay. 

  El problema con los trepadores, como es el caso en cuestión, es que trepan hasta llegar, pero no saben mandar, incapaces como lo son; Entonces recurren a la literatura para esconder falencias, completándose el círculo del Hombre.

  Desde el surgimiento de don Bartolus a la arena grande de la política, el Mitrismo con su líder emblemático se ha caracterizado por la impaciencia de sus actos, de no medir sus consecuencias sino de resolverlo todo por la fuerza, y prescindiendo de los medios. Más allá de la concepción filosófica y política que los define, quisiera adentrarme en la incapacidad de comprender, que el tiempo está de su lado. Porque el mitrismo, la cultura política que lo representa, es el único movimiento que pervive y pervivirá entre los argentinos. Ya no hay ni yrigoyenistas ni peronistas, movimientos extintos juntos a sus emblemáticos caudillos. Pero el mitrismo, el mitrismo es eterno, como las palabras de su Profeta.
  E increíblemente, son el movimiento más fracasado de la historia, Y aún así sigue existiendo. Tal vez porque la Historia Argentina sea el ensayo de un fracaso histórico.
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El presidente.

  Dicen Floria y Belsunce: El lema del Liberalismo fue “Nacionalidad, Constitución y Libertad (…) una Nación unida, eminentemente superior a sus partes; una Constitución federal, garantía de los derechos de las mismas partes; libertad pública y civil. ¿Qué libertad? La concebida por el liberalismo de entonces: libre juego de las instituciones, libertad de crítica, eliminación del caudillaje autocrático que impedía a los pueblos expresarse libremente, libertad que nacía de la “civilización” y que imponía combatir la “barbarie”.

    Entre 1864 y 1868, este es el balance comercial argentino: ingresan 172 millones de pesos de la época, exportamos 138. Déficit crónico total: 34 millones. Se saldan con nuevos empréstitos tomados a un 69%. Es decir, nos endeudamos por cien, para recibir 69. Ruinosa manera de tener tesoro nacional. Si agregamos que el Gobierno se arruina financieramente con las guerras civiles y del Paraguay, y debe nuevamente salir a buscar préstamos, la nota de la época es una dependencia total de la buena voluntad británica para tener un mango propio. La deuda externa al terminar el mandato presidencial alcanza los 25 millones de pesos: Se ha triplicado desde 1861. Además, todo el país se hace cargo de las deudas del Estado de Buenos Aires. La Aduana, único ingreso posible del país, es puesta en garantía de los innumerables préstamos internacionales, así como también la tierra pública. Se realiza una nueva ley de enfiteusis donde el Estado arrenda suelo fiscal para hacerse con un pequeño capital. Que terminó siendo otro negoción favorable a los apellidos tradicionales portuarios, aliados imprescindibles del Mitrismo.
   Todo es inglés. Desde los ferrocarriles a la marina mercante que trasladan el producto de nuestro suelo; Desde los bancos que regulan la emisión de moneda, hasta el todopoderoso ministro de hacienda, que parece salido del riñón de la reina Victoria. De los frigoríficos que empiezan a hacerse camino, y de todo lo habido y por haber.
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Mitre, de Dictador a Presidente.

      Las “provincias” por representación de Urquiza delegaron en el general Mitre la autoridad nacional, el manejo de las relaciones exteriores y la convocatoria de un nuevo Congreso Nacional. Así fue que por diez meses, de noviembre de 1861 hasta octubre de 1862, Mitre ejerció una Dictadura Presidencial, como se lo enrostró Adolfo Alsina, intentando achacarle un “rosismo” tan utilizable para repudiar a cualesquiera fuera. Los nuevos congresistas fueron elegidos “con calor al ejército de Buenos Aires” según Ramón Cárcano. Excepción hecha en Buenos Aires, donde algunos compadritos al servicio de Alsina volcaron las urnas en provecho de la causa porteña. Fraude, bah.
      El nuevo Congreso se reunió el 25 de mayo de 1862. El 12 de junio se llama a elección de electores de Presidente y vice. El 4 de septiembre resulta electo Mitre por voto unánime y vicepresidente Marcos Paz. El 12 de octubre toman posesión de los cargos constitucionales. El primer gabinete liberal estuvo integrado por Guillermo Rawson en interior; los ex rosistas Rufino de Elizalde y Vélez Sarfield en relaciones exteriores y hacienda; Eduardo Costa en cultura, justicia e instrucción pública; el oriental Juan Andrés Gelly en guerra.
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Obra presidencial. 

   No hubo un día de paz en los siete años de gobierno Mitre (uno como ‘dictador’ y seis como Presidente), pero se las arregló para formar al Estado Nacional, deformando a la Nación: La política ferroviaria, el inicio de la deuda externa como elemento de ‘crecimiento nacional’ y las obras educativas son de su época. Un grave proceso de dominación extranjerizante en el país que los sacara a patadas quince años antes, apenas. El déficit se incrementa año tras año, y todo se resuelve con más deuda y que se arregle el que viene luego. Se destruyeron regiones prósperas y se acentuó el centralismo porteño y de su oligarquía libre-cambiante. A su vez, todo gaucho desocupado por la destrucción económica, si no es asesinado, es entendido como “un vago”, y derivado o a la policía, o a la frontera a matarse con sus paisanos, los indios. Como las leyes de 1815 y, la de 1826 que denunciara Manuel Dorrego allá lejos y hace tiempo cuarenta años ha.
.El ‘carnicero’.
Francisco Solano López, que no es moco de pavo ni mucho menos bebé de pecho, le enrostra, con motivo del destrato a los prisioneros: “Este desprecio por la humanidad es el primer ejemplo que conozco en la historia de las guerras”. ¿Era inhumano Bartolo, o la guerra como siempre sacude a las personas a realizar lo impensado por sobrevivir?. Le daba igual. No dudaba en reprimir conatos rebeldes, acuchillar sin misericordia, aplaudir precisamente que sucediera: “La guerra de policía en La Rioja (en las guerras al Chacho y las Montoneras), quitándoles las banderías políticas, tratándolos como piratas, lo que hay que hacer, es muy simple”.
  Amigos, aliados, enemigos, neutrales, lo describen con una dureza que nadie expresó de otro alguno en la historia argentina: Sarmiento, siempre tan lúcido con la diatriba, termina diciendo de él: “Ha sido un sonso sin sentido de lo moral”. Juan Carlos Gómez repite: la inmoralidad del presidente que provocaría el resurgimiento del federalismo. Juan María Gutiérrez, un pacífico escritor que sólo usó su inquina contra Rosas, remata: “es el hombre más ambicioso que pueda darse, el que con más indiferencia ve derramarse la sangre. Ahí tiene usted: el hombre de los principios conculcándolos todos cuando vio que el poder y el tesoro se escapaban de sus íntimos y de sus manos… Por lo demás, créame mi amigo, que si políticamente jamás estimé a don Bartolo, ni a sus amigos ni admiradores, nunca le tuve mala voluntad personal y cuanto más, me compadecía de su vanidad, de su pedantismo… Siento de veras que haya caído tan bajo y se arrastre por el fango… No es más que un canalla más en la procesión de nuestra canalla política; en las democracias la basura sube arriba, por la ley de su propia gravedad”. Paul Groussac, uno de los historiadores menos dado a defender a los federales, dice “aun está fresca la sangre que ha costado a la república su fraseología banal de un retórico ampuloso (…) Sectario, lleno de odio, arquitecto cínico de la carnicería, exterminador, desolador, tirano que ahoga la opinión de las cuatro quintas partes del país”; Alberdi se referirá a este hombre inmundo: “le ha confiado al ejército la tarea de suprimir violentamente la verdadera democracia, arruinar la paz del país y destruir la libertad a favor de un nuevo sistema social y político que era antipopular y antipueblo”.  Para Roca, el mitrismo es una secta que se cree dueña del país. Aristóbulo Del Valle, que se preocupe un poco más por los intereses argentinos que los del Brasil: Rematándola Hipólito YrigoyenHacerme mitrista? Es como hacerme brasilero.

Deus salve, Glorioso Geral do Brasil, Don Bartolome Mitre.

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