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viernes, 26 de septiembre de 2014

LA TERCERA POSICIÓN IDEOLÓGICA


Por SALVADOR FERLA
La tercera posición arranca de un doble rechazo del demoliberalismo capitalista y del estado totalitario. En consecuencia tiene también un objeto último diferenciado. En el liberalismo el objetivo es el ascenso de la sociedad mediante el éxito de los individuos más aptos. En al socialismo marxista el desarrollo económico integral. En la tercera posición el objetivo es la felicidad del hombre, como individuo, como familia, como comunidad.
En los dos modelos rechazados los fines de la sociedad son económicos y el hombre es un esclavo de la producción. En la democracia social que propugna la tercera posición es un ser capaz de desarrollar libremente toda una capacidad creadora. Para ello proyecta convertir la fábrica en una comunidad, insuflarle la alegría del antiguo taller artesanal, hacer que el obrero deje de sentirse esclavo de la máquina y del empresario para sentirse productor y creador. Tiene pues la tercera posición dos fronteras claras, nítidas, perfectamente delimitadas. Hacia atrás con el demoliberalismo; para adelante con el marxismo. A diferencia de la democracia liberal quiere poner fin a la concentración de la propiedad en pocas manos. En contraste con el socialismo marxista se propone distribuirla, no suprimirla. ¿Por qué? Porque no desea convertir a los obreros en empleados públicos. (Difícilmente se hallará un trabajador independiente que ambicione convertirse en empleado estatal, o que viéndose forzado a serlo, lo considere un progreso); porque quiere impedir el agigantamiento patológico del estado, para lo cual no existe otro procedimiento más que el mantenimiento de la pequeña propiedad y el fortalecimiento de las asociaciones intermedias, como la familia, el municipio, el sindicato, la cooperativa, las corporaciones profesionales, la Iglesia. Únicamente la pequeña propiedad y una organización descentralizada del poder estatal pueden asegurar un socialismo con libertad. Aquí es preciso responder a un interrogante: ¿cómo se distribuye la propiedad en un proceso universal donde el avance de la tecnología impone la concentración de los medios de producción? Respuesta: Protegiendo con medidas concretas la pequeña unidad de producción de todo avasallamiento, y dándole participación a los trabajadores en la posesión, dirección, administración y usufructo de las empresas.     Otra pregunta: ¿Cómo se impide que las empresas socializadas de un modo que no extingue de raíz la propiedad privada, no crezcan patológicamente y se conviertan en empresas capitalistas? Respuesta: Por tres medios concretos y sólidos: 1º: Por la presencia obrera en su propiedad y gestión. 2º: Por la soberanía popular a través del estado democrático, asegurada por la difusión masiva de la cultura. 3º: Por la socialización absoluta del sector financiero de la economía. Hay que tener presente que sin el concurso del capital bancario en condición de aliado, no hay empresa capitalista".El marxismo se propone a través de los núcleos "desclasados" de la clase media (intelectuales y estudiantes) concientizar a los obreros a fin de lanzarlos violentamente contra el empresariado para destruirlo. La tercera posición cree en la superación de las clases mediante el arbitraje del estado, destinado a ser representativo de la comunidad íntegra por imperativas razones de orden y por el inevitable crecimiento cultural de los sectores marginales. Las dos posiciones ofrecen dificultades. En la tesis marxista hay que provocar deliberadamente el choque violento entre obreros y empresarios, con el riesgo cierto de destruir el aparato productivo y caer en la feroz dictadura de una burocracia, tras la ilusión de haber superado la última contradicción del devenir histórico. La conciliación de clases presenta el peligro de no llegar rápido a soluciones de fondo, de sufrir fracasos y regresiones, pero tiene la ventaja de poder lograr resultados positivos inmediatos, además de dos importantísimas conveniencias adicionales: la de preservar la libertad, y la de reducir al mínimo el costo social en vidas y bienes. Con un poco más de tiempo se evita un poco más de sangre; con un poco más de tiempo se preserva la libertad. Vale la pena intentarlo.

La tercera posición busca un punto intermedio entre el individuo liberal y el colectivismo marxista; entre la desigualdad personalista y la gregarización absoluta. La civilización occidental es obra del genio individual, del crecimiento de la personalidad operado en Occidente desde el Renacimiento. La gregarización insectifica al hombre, al decir de Perón. El objetivo central de la tercera posición puede resumirse así: "Socializar sin estatizar". Socializar sin disolver la personalidad; socializar manteniendo la independencia de la conciencia individual frente al estado; socializar sin confundir totalmente individuo y sociedad, sociedad y estado. En 1953, Hernán Benítez. sacerdote y teólogo, confesor de Eva Perón y precursor ignorado del movimiento religioso tercermundista, definía así la tercera posición en su libro "La aristocracia frente a la revolución": "El justicialismo biencomunitarista ambiciona el bien común, no el del individuo ni el del Estado. Su ética dice que el dinero, sea de quien sea, posee una función social y no individual.  El justicialismo argentino apunta a algo más que a un individualismo justo. Los capitales, tanto los de los particulares como los del Estado, en si justicialismo no son sólo de los particulares ni sólo del Estado. Son también de los trabajadores". A continuación aclara que Perón jamás ha dicho esto pero que "lo lleva en el alma". Finalmente propone una sindicalización integral con sindicatos que planifiquen y conduzcan la economía. ¿Qué había dicho Perón para presumirle estas intenciones in pectore? Veamos. En 1945 dio una conferencia en el Colegio Militar que impactó de una manera muy especial y muy grata a Jorge Abelardo Ramos. Dijo Perón en su transcurso: "En 1914 se cierra el ciclo de influencia de la Revolución Francesa y se abre el de la Revolución Rusa, la cual comienza su etapa heroica ese año, triunfa en Rusia en 1918 y hace su epopeya en los campos de Europa en 1945. ¿Cómo no va a arrojar un siglo de influencia en el desarrollo y en la evolución del mundo futuro? La Revolución Francesa terminó con el Gobierno de la aristocracia y dio nacimiento al Gobierno de la burguesía. La Revolución Rusa terminó con el Gobierno de la burguesía y abrió el campo a las masas proletarias. Es de las masas populares el futuro del mundo. La burguesía irá poco a poco cediendo su puesto y las instituciones irán modificándose y reformándose de acuerdo con las necesidades de la evolución que llega". Advierte no obstante que "nosotros no nos haremos comunistas, así como cuando sufrimos la influencia de la revolución francesa no nos hicimos sans culottes".
El 9 de abril de 1949 Perón dictó una conferencia clausurando el Primer Congreso Nacional de Filosofía celebrado en Mendoza, y trató de explicitar los lineamientos filosóficos de su tercera posición. Vale la pena transcribir algunos conceptos: "El tránsito del yo al nosotros -dijo- no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades sino como una refirmación de éstas en función colectiva. La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo gana terreno la persuasión de que la colaboración social y la dignificación de la humanidad constituyen hechos inexorables". Más adelante hace esta apreciación significativa: "La senda hegeliana condujo a ciertos grupos al desvarío de subordinar tan por entero la individualidad a la organización ideal, que automáticamente el concepto de humanidad quedaba reducido a una palabra vacía: la omnipotencia del estado sobre una infinita suma de ceros". "Nos es grato llegar a la humanidad por el individuo, y a éste por la dignificación y acentuación de sus valores permanentes". Obsérvese la constante preocupación por la eventual omnipotencia del estado y la anulación de la personalidad humana, inquietudes comunes a muchos pensadores políticos y a las cuales parecen totalmente ajenos los entusiastas neófitos de la patria socialista. En una parte de su disertación se propone como tema "la terrible anulación del hombre por el estado y el problema del pensamiento democrático del futuro". La solución, responde, está en resolvernos en dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la atención de los valores supremos del individuo, acentuando sobre sus esencias espirituales pero con la esperanza puesta en el bien común". Más adelante propone "un eclecticismo logrado por la superación, por la cultura, por el equilibrio". Y termina diciendo: "Al principio hegeliano de la realización del yo en nosotros, apuntamos la necesidad de que ese nosotros se realice y perfeccione en el yo".
Pedro E. Vázquez, médico psiquíatra, de quien se llegó a decir que era el benjamín de Perón, dirigía hace unos años una llamada Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Peronista. En 1966 editó un folleto en el cual se desarrollan los "fundamentos de la doctrina nacional justicialista". Precedidas por muy endebles presupuestos filosóficos tomados del nacionalismo de derecha, entre los cuales aquel del paraíso medieval perdido por culpa de una formidable conspiración anticatólica, se llega no obstante a estas conclusiones que compartimos en líneas generales, y que reproduzco para aproximarnos a la comprensión total de la tercera posición: "Mañana: el estado comunitario". "Mañana: la empresa comunitaria". "No basta mejorar el nivel de vida del proletariado. No basta dar al productor el lugar que le corresponde en la Comunidad. No resuelve nada cambiar al régimen capitalista sustituyendo la oligarquía burguesa por una Oligarquía burocrática. Lo que hace falta es suprimir el asalariado, devolviendo a la empresa, aprehendida en su realidad orgánica, la posesión, y de ser posible la propiedad de su capital, así como la libre disposición del fruto de su trabajo". "La tierra debe ser de quienes la trabajen como las máquinas de quienes trabajan con ellas. Tal principio no supone, en absoluto, el parcelamiento de la propiedad de los instrumentos de producción, sino la supresión de la propiedad individualista de bienes que otros -individuos o grupos- necesitan. O sea la supresión del parasitismo en todas sus formas". Y termina así: "Eliminado el parasitismo capitalista, las clases sociales desaparecerán ipso facto". "No habrá más burgueses ni proletarios, sino productores funcionalmente organizados y jerarquizados en sus empresas. El gremio perderá entonces el carácter clasista que le ha impuesto una lucha necesaria cuya responsabilidad no lleva y volverá a convertirse en una federación de empresas comunitarias, con el patrimonio asistencial que necesite y los poderes legislativos y judiciales que definirán sus fueros. En cada gremio un banco distribuirá el crédito entre las empresas, dentro del marco de la planificación y conducción económica del estado nacional”
Y bien. Todas estas son manifestaciones ideológicas que requieren una actualizada implementación política, y que constantemente deben perfeccionarse. La trascendente reforma social que realizó Perón entre 1945 y 1955 fue una objetivación de estas inquietudes.  Los artículos 38, 39 y 40 de la Constitución Nacional reformada en 1949 constituyen una objetivación jurídica de la tercera posición ideológica y tienden a delinear sus fronteras. Por ese articulado queda descartado el uso irrestricto de la propiedad, y también la estatización absoluta. En el medio se plantea un serio y categórico condicionamiento de la propiedad privada, al capital privado, a la empresa privada, de manera que si la Constitución no establece un socialismo al estilo de los países escandinavos, lo haca perfectamente posible y compatible con el espíritu, la letra y los fines qué declara. Esta Constitución no manda hacer la reforma agraria (no era preciso que lo hiciera) pero por anticipado la hace posible y le acuerda juridicidad. No ordena expropiar empresas industriales, pero si se hicieran serían perfectamente constitucionales. No manda la participación obrera en la gestión y en las utilidades de las empresas, pero la sugiere, con lo cual de verificarse cuentan con la aceptación de la carta fundamental. Todo el socialismo de tercera posición cabe dentro de los artículos que cito.
Que Perón esté cansado y envejecido es una cosa. Que quienes participan con él del poder no tengan interés en nuevos proyectos políticos, puede ser cierto. También es cierto que muchas veces el peronismo aparece manejándose con crudo oportunismo, ajeno a todo principio rector, a toda meta ideal.   Pero que el peronismo no tenga nuevos ensayos que realizar en virtud del agotamiento irremediable de la tercera posición, es una fantasía. Ahí están Perú, Suecia y Yugoslavia para indicarnos hasta dónde se puede llegar. Para citar algunos ejemplos de reformas trascendentes posibles no planteadas todavía, diré que falta aún realizar una reforma agraria que incremente la producción y elimine la influencia política de los terratenientes. Falta nacionalizar el comercio exterior. Faltan experiencias piloto de cogestión y autogestión empresaria. Falta reducir drásticamente el presupuesto militar, tal como hiciera Rivadavia en 1823 pero con mejores razones y oportunidad. Falta la eliminación total de la intermediación en la distribución de alimentos. Falta un plan que perfeccione las cooperativas y aumente su número. Falta llegar a la socialización absoluta del sector financiero de la economía.   Todo esto y mucho más se puede hacer sin pasar por el marxismo. Eso sí, en cuanto el peronismo presente nuevos proyectos de cambio verá esfumarse rápidamente la ilusoria unanimidad que lo rodea, y verá resucitar, como por arte de magia, un nuevo frente opositor. Porque una cosa es que Coral proponga ascender a generales a los sargentos sabiendo que nunca tendrá oportunidad de intentarlo, y otra cosa que un movimiento mayoritario, respaldado por las organizaciones sindicales proponga reformas trascendentales con serias posibilidades de realizarlas.
Ni Perón ni el peronismo tienen la tercera posición patentada a su nombre. Pensamientos afines se cultivan en la socialdemocracia de Horacio Sueldo y de José Antonio Allende, y en algunos sectores del radicalismo, y esto le da a la tercera posición una trascendencia que va más allá de la fatal circunstancialidad del liderazgo de Perón. Con ella se busca recomponer la unidad del mundo de la producción, superando la dualidad conflictiva de capital y trabajo en un nuevo ordenamiento comunitario pero no estatizante. ¿Cómo se lucha para llegar a esto? No se pueden establecer a priori los métodos de lucha. Las circunstancias así como imponen la lucha van diciendo cómo. Sólo podemos señalar una preferencia: la concientización por adoctrinamiento; y una exclusión, el atentado personal. (Lenin decía con lucidez que la inclinación al atentado por parte de pretendidas vanguardias revolucionarias, está en relación directa a su desvinculación de la clase obrera). Entre los dos extremos de ese arco imaginario que va desde el sí a la concientización al no al atentado, habrá siempre una amplia, infinita, gama de recursos de lucha.

jueves, 25 de septiembre de 2014

EL HECHO MALDITO DEL PAÍS BURGUÉS

Por Ernesto Jauretche.
Hace 46 años que a John William Cooke se lo llevó la impiadosa enfermedad del siglo. El cáncer le rompió el cuello; su espíritu subversivo y valiente nos sigue nutriendo.
¿Quién, cuando hizo falta fijar rumbos a la revolución, habló con la libertad del que no busca el discurso de la conveniencia? ¿Quién, en épocas de definición, supo actuar según sus íntimas convicciones, libre de los oportunos tacticismos? ¿Quién sacudió tanto el mediocre el mostrador de los dirigentes al demostrar fehacientemente que, aquí, en Cuba o en la China, la política es la hija dilecta de la razón crítica?
¡Quién, si no Cooke, se atrevió a discutir con Perón!
En su palabra y en su acción; aún más, en el sentido heroico que imprimió a su vida, Cooke fue para la militancia, y seguirá siendo, un faro ético, la encarnación del combatiente, del inteligente y culto pensador que se entrega de cuerpo y alma a la política. Infundió ese espíritu; pero, además, son suyas las ideas, verdades fundacionales del peronismo revolucionario que nunca perecerán. El hecho maldito del país burgués, esa certera definición que alude al antagonismo irreductible que significa el peronismo, sigue dando cuenta de nuestra realidad. Allí radica su parentesco, su relación dialéctica, el eco vivo de la definición histórica: el peronismo será revolucionario, o no será, que pronunció la inmortal Evita.
Hoy todavía nos interrogamos: ¿Cuánto nos falta para dejar de ser el gigante invertebrado y miope?
Cooke es tránsito inevitable de cualquier intento de historizar al movimiento de masas en la Argentina. Y, en consecuencia, fuente de los valores en la construcción de un peronismo que tiene como objetivo alcanzar la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo.
"Cuando usted ya no esté, ¿qué significará ser peronista?". Aquella pregunta insolente y problemática que Cooke incluyó al pie de una de sus cartas al general Perón, hoy tiene respuesta.
Ni idea tenía sobre esas relevancias, en mis años preadolescentes, cuando era el “chepibe” de un fervoroso colectivo de hombres maduros entre los que campeaba un gordo joven apodado “el Bebe”. Se desgañitaban en interminables discusiones políticas al tiempo que se jugaban prestigios personales en interminables partidas de ajedrez.
Era una oscura oficina de la Galería Florida, más parecida al despacho de Phillip Marlowe que el estudio jurídico de Néstor Banfi, donde se apiñaba ese grupo de hombres que fueron más tarde conducción de mi militancia. Eran peronistas de hueso colorado, precursores, patronos de la revolución peronista, hombres que habían sido pendón y escolta de Perón, en esos días radiados de la administración pública; exiliados del poder. Pero ¡guay! de levantar la voz en público contra del gobierno: “Sabíamos que la contrarrevolución, que veíamos venir, no era contra Perón, sino contra el pueblo en el poder”, definió mi tío. Se que intentaron regresar, ya tarde, después del salvaje bombardeo a la Plaza de Mayo. En ese clima conocí, de lejos y de abajo para arriba, a un tal John William Cooke.
Poco tiempo después volví a verlo, siempre a la distancia, en el patio de la cárcel de Rawson, durante el horario de las visitas. Vestía bombachas y alpargatas, y una amplia camisa clara, que coronaba con una boina negra; tenía un andar pesado y unos oscuros ojos de lince, y no paraba de hablar.
Curiosa parábola recorría la correspondencia de John con Alicia. De Cooke a mi tío Teodoro, que me la entregaba clandestinamente en la visita; en mi upite salía del penal; ingresaba luego a la cárcel de mujeres, donde se lo entregaba a mi vieja, que a contrapartida me daba la respuesta de Alicia; salía otra vez en mi ojete para volver a Rawson y alcanzársela a John. Tenía apenas 15 años. No adquirí ningún hábito malsano pero, si se quiere, ese ejercicio escatológico me instruyó sobre el significado del apotegma peronista: todo aquel que no milita es un cobarde o un traidor.
Pasaron tantos años… Y hoy siento algo así como una obligación de escribir estas letras, que quieren ser un recuerdo sencillo y emocionado al compañero John William Cooke, que no descansará en paz hasta que no alcancemos la patria justa, libre y soberana.
¿Dónde le depositaremos la roja rosa de nuestro homenaje al compañero revolucionario?

martes, 23 de septiembre de 2014

"Memorias de un Coronel Democrático"

Al Coronel Horacio Ballester lo destituyó un consejo de guerra por oponerse al gobierno Dictatorial del Liberal Alejandro Lanusse. Muchos años después escribió un libro y lo llamó Memorias de un Coronel Democrático. Esta Obra es imprescindible para conocer de primera mano la Historia Argentina entre 1955 y 1983.  Un ejemplar dedicado por el Autor ya forma parte de la Biblioteca del Instituto.  Muchas gracias Coronel.

Museo Juan Manuel de Rosas de Gral San Martín



 
 
 
 
 
 
 
 
 


jueves, 18 de septiembre de 2014

"Los custodios de La Palabra" :Sobre Fundamentalismo, Integrismo e Islamismo


por José Luis Muñoz Azpiri (h)

"La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en  nombre de Dios es un gran sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano."
                                                             S.S. Francisco. Tirana (Albania) 2014
 
            Tal vez, nunca más oportunas las expresiones y los deseos de "El Papa del Fin del Mundo          ", como él mismo se definió, dado los tiempos que corren y las cosas que acontecen. Pero quien conozca algo de las llamadas religiones del Libro sabe que en ellas - por estar basadas en textos - todo es cuestión de interpretación. En el antiguo Testamento, el mismo Dios que promulga el "no matarás" (Deut. V,17) ordena combatir a otros pueblos "hasta el exterminio total", sin compasión alguna (Deut.VII, 2). Cuando la caída de Jericó, el pueblo elegido pasó "al filo de la espada a hombres, mujeres, niños y ancianos" (Jos. VI,21). El Corán, por su parte, se inicia con la invocación de Alá, el Misericordioso ( I, 1), pero Alá es también el Maestro de la Venganza (V, 95 y III,4) que invita a matar a los incrédulos (VIII, 39) y a los politeístas (IX,5) y, curiosamente, elogia a quienes les concede asilo (IX, 6). Y el propio Jesús, el Cordero, en los Evangelios impone ofrecer la otra mejilla al que recibe una bofetada (Mt. V,39), pero echa a latigazos a los mercaderes del templo (Jn. II, 14) y dice que no ha venido a traer la paz, sino a desenvainar la espada (Mt. X, 34).
            El problema no es solo que el mensaje del Libro o los Libros carece de claridad y muchas veces de coherencia, sino que sus supuestos destinatarios se la han ingeniado, a lo largo de los siglos, para instrumentarlos como eficaces herramientas de legitimación del poder o de necesidades políticas. El ¡Dios lo quiere! atronó no sólo en las Cruzadas, aún hoy suena en el mismo escenario, en Nigeria y en el Cuerno de África. 

            "Hasta unos podría sospechar que el Dios único - propio de los monoteísmos judío, cristiano y musulmán - con su monopolio de la verdad y la terminante exclusión de todo lo que se le opone, se presta más a las guerras santas que los dioses más regionales del politeísmo antiguo. Éstos, al menos, no tenían pretensiones de dominio universal, lo que los hacía menos aptos para justificar cruzadas redentoras o reivindicativas, El fervor bélico parece más característico de los seguidores de Aquel que no admite ninguna competencia y que, en el propio Libro, se autotitula un Dios celoso (Deut.V.9)" (1)
            El siglo que comenzó hace catorce años, lejos de concretar los ideales de la Ilustración y el Iluminismo o las utopías soñadas por Julio Verne, H.G.Wells y otros autores, se caracteriza por la reaparición, con inusual virulencia, de las manifestaciones más primitivas que se creían definitivamente extintas: Racismo, sexismo (y su contraparte como los grupos Femen), jingoísmo ( y sus expresiones enanas como el separatismo regionalista), falsificación histórica, genocidio y, fundamentalmente, extremismo religioso. Suenan proféticas las palabras de Juan Donoso Cortés en el Congreso de Madrid en 1849: "La causa de todos vuestros errores, señores, es que ignoráis la dirección de la civilización y del mundo. Creéis que la civilización y el mundo progresan ¡y retroceden!"
            Una de estas expresiones de intolerancia religiosa, es una rama del islamismo que ha cobrado macabra notoriedad en el los últimos tiempos: el yihadismo. Cuando conquistan una nueva ciudad, los yihadistas de Estado Islámico (EI) aplican sin piedad su particular visión del Islam. En la toma de Mosul, la segunda ciudad más importante de Irak, en junio pasado, destruyeron estatuas de la Virgen, un santuario musulmán y mezquitas chiitas. Además realizaron ejecuciones públicas y forzaron a la población a seguir un estricto código social.
            Pero, al margen de la brutalidad con la que se manejan - también persiguen a minorías religiosas, secuestran inocentes y degüellan periodistas - la ambición de EI va mucho más allá de sembrar el terror. Su objetivo es fundar un Califato islámico entre Siria e Irak, y como lo dejan en evidencia las ciudades bajo su dominio, parece que la cosa va en serio.
            Francis Fukuyama publicó en 1989 su famoso artículo sobre el fin de la historia y, en 1992, el libro en que amplió y fundamentó su teoría, explicando que, con la desaparición de la Unión Soviética y del comunismo, la democracia no tendría ya alternativas de peso e iría poco a poco integrando al mundo en una civilización global regida por los valores del "Mundo Libre" del cual Estados Unidos era su heraldo. Dicha tesis fue acogida como una verdad revelada por los gobiernos neoliberales del Cono Sur. Un cuarto de siglo después se ha desmoronado como un castillo de naipes. Quienes aquí creyeron que la implosión soviética significa la desaparición de Rusia, asisten alarmados a la resurrección imperial de la mano de Vladimir Putin y un séquito de antiguos agentes de la KGB que dejaron de ser comunistas pero jamás de ser rusos. El Oso siberiano resucita como una potencia que rescata las antiguas y genuinas tradiciones, que desafía a "Occidente" con éxito y va reconstituyendo sus fronteras y áreas de influencia.
            La "primavera árabe", que despertó tantas esperanzas en todo el mundo democrático, está muerta y sepultada. Tan sólo sobrevive en Túnez, pero desapareció en Egipto, donde las elecciones libres subieron al poder a unos Hermanos Musulmanes que comenzaron a instalar una teocracia excluyente y agresiva y han sido echados del gobierno por una dictadura militar vesánica. En Libia, la revolución del Libro Verde fue derrocada con la abierta complicidad de Occidente, que asistió impasible a la persecución y  el asesinato de Khadafy y sus seguidores, permitiendo que el país viva ahora en una anarquía sangrienta en que las facciones religiosas y militares se desangren sistemáticamente y en la que, sin duda, terminarán prevaleciendo los fundamentalismos islámicos.
            El caso más patético es, sin duda, Irak. tras la grosera patraña de las "armas de destrucción masiva" para justificar la destitución de Saddam Hussein, se intentó manipular una suerte de imagen de libertad y legalidad que desembocó en una guerra sectaria (previsible, por cierto) entre chiitas y sunnitas y los terroristas de Al Qaeda y otras organizaciones islamitas se hicieron presentes para perpetrar verdaderos aquelarres de atrocidades, clima en el que un movimiento aún más cruel, sectario y fanatizado que Al-Qaeda, el ya citado Estado Islámico, se ha apoderado de parte del país al igual que de Siria e instalado  allí un nuevo Califato, en el que imperan la sharia y demás formas extremas de la barbarie, como decapitar, crucificar y enterrar vivos a quienes se niegan a convertirse a la rama fundamentalista del Islam y donde las mujeres son esclavizadas y, aún niñas, entregadas como concubinas a los militantes. y futuros mártires.            No menos trágica es la situación en Afganistán, donde los talibanes parecen irreductibles.
            A su vez, de la misma forma que sucedió en Libia, Estados Unidos y sus aliados europeos instrumentaron una ficticia rebelión, convenientemente financiada y promocionada en las grandes cadenas de comunicación, con el fin de destituir la "dictadura" de Bashar al-Assad en Siria;  que es nada menos que uno de los últimos bastiones seculares en Medio Oriente y que representa, en términos de cultura, derechos cívicos y convivencia y respecto al sexo femenino, el polo opuesto a las dictaduras teocráticas de Arabia Saudita y los Emiratos del Golfo, aliados y proveedores energéticos de un Occidente de moral hemipléjica que no exige en el Golfo Pérsico lo que quiere imponer en el Mediterráneo. Tras las manifestaciones estudiantiles y el recurso a las redes sociales en la forja de esas insurrecciones, agazapadas estaban las distintas variables del fundamentalismo islámico, no los principios de Hamilton, Jefferson y la Ilustración.
            En la política exterior norteamericana, George W. Busch se guió por la tesis del "choque de civilizaciones" acuñada por Samuel Huntington. En un influente ensayo luego convertido en libro, Huntington adujo que los conflictos de la época posterior a la Guerra Fría se darían entre civilizaciones muy diferentes entre sí. Lo que a él le preocupaba, en verdad, era el Islam. La civilización islámica, escribió, "tiene fronteras sangrientas". Para este politólogo estadounidense, en el siglo XXI ninguna frontera sería más sangrienta que la que separa al Islam de Occidente.
            Y dada la gravedad del asunto, es necesario ser riguroso en la terminología, porque confundiendo las definiciones se concluye en análisis erróneos. Y no es una cuestión meramente semántica, en ocasiones, al referirnos al término islamita, se utilizan términos como integrismo o fundamentalismo, los que son transplantados de un contexto histórico-cultural a otro - por cierta analogía  - pero abusando de una excesiva generalización. Lamentablemente, muchas veces las confusiones terminológicas derivan en conceptuales, es por ello que, como primera instancia, conviene efectuar algunas delimitaciones a los efectos de devolver a cada término su verdadero significado.
            Tanto los vocablos integrismo como fundamentalismo corresponden a movimientos de expresión religiosa que se dieron a fines del siglo XIX y comienzos del XX dentro del catolicismo intransigente y entre sectores puritanos del protestantismo, respectivamente, que no tuvieron implicancias políticas en el sentido que reconocemos actualmente. En efecto, integrismo es un término de origen francés. "Intégralisme", que se utilizó en forma peyorativa para designar a una fracción del catolicismo de los países latinos de Europa que, a lo largo del siglo XIX, se oponía a todas las tentativas de conciliación entre la Iglesia Católica y la sociedad surgida de la Revolución Francesa, por considerar a la modernidad como antagónica a la tradición que ellos pretendían conservar. Su lema era: no se puede transigir en los principios. Esto se traducía en un rechazo a la República no solo por ser partidarios de la Monarquía, de la soberanía temporal del Papa y del mantenimiento de los Estados Pontificios, sino además, fundamentalmente, por no admitir bajo ningún aspecto el principio republicano elemental de la libertad de conciencia y de culto, considerando un agravio a la verdad única del dogma católico. y a la religión como elemento estructurante de la sociedad.
            Sobre esta base, los impulsos conservadores han dado lugar a movimientos integristas apegados a la ortodoxia tradicional de la institución y cuyo objetivo, diametralmente opuesto a los de la "teología de la liberación", es la de la adaptación de la sociedad a las reglas cristianas. Los grupos integristas católicos, entre ellos el "Opus Dei" y "Comunión y Liberación", acaso dos de los más emblemáticos, encontraron el pontificado de Juan Pablo II un campo propicio de actuación. Particularmente activos se mostraron en Europa del Este, en los países de la antigua Unión Soviética, en América Latina e incluso en África y China, donde cargaron contra los protestantes. En Europa, estas expresiones se manifiestan sustentando los grupos "Pro Life" y antidivorcistas.
            En general, estos grupos, cuyos miembros no se sienten poseedores sino poseídos por la verdad, tienen la idea de que los católicos deben crear o integrarse en los partidos políticos, sindicatos o medios de comunicación confesionales para ejercer influencia sobre instituciones y desde ellas intervenir con capacidad decisoria en la vida política y social de los Estados. No obstante, carecen de un proyecto político y desde su óptica conservadora cultivan la nostalgia al pasado y dan su apoyo ideológico a los regímenes que suelen identificarse en las fórmulas elementales de "Tradición, Familia y Propiedad" o "Ley y Orden".
            Contrariamente a integrismo, fundamentalismo fue un nombre asumido por el movimiento protestante conservador, que se originó en los Estados Unidos a fines del siglo XIX, como reacción a las interpretaciones liberales y modernistas de esa época.. Su objetivo básico era defender el precepto de inspiración divina de la Biblia - su infalibilidad - y, por lo tanto, la autoridad absoluta de la misma en la vida de todo cristiano. Por ello, veían en la difusión de las doctrinas evolucionistas (como el darwinismo), el alto grado de decadencia a que había llegado la sociedad norteamericana: la secularización de los modos de pensar, la descristianización de la cultura y de la educación. Como solución proponían el retorno a la palabra de Dios: la Biblia y el Dios de la Biblia son la única esperanza, sostenían. En su defecto, la sociedad norteamericana estaría destinada a sucumbir. Ello denota su preocupación por la moral privada y su aparente e hipócrita alejamiento de la esfera política y de los asuntos públicos. no es un principio hermenéutico, vinculado con la interpretación de un Libro sagrado. Hay formas de fundamentalismo en las tres religiones monoteístas del Libro, pero el fundamentalismo cristiano nace en los ambientes protestantes y se caracteriza por la decisión de interpretar literalmente las Escrituras, de donde se derivan todos los debates aún actuales sobre el darwinismo, rechazado porque no cuenta la misma historia del Génesis.
            Ahora bien, para que haya interpretación literal de las Escrituras es preciso que las Escrituras puedan ser interpretadas por el creyente, y esto es algo típico del protestantismo. No puede haber fundamentalismo católico - y al respecto se combatió la batalla entre la Reforma y la Contrarreforma - porque para los católicos la interpretación de las Escrituras pasa por el magisterio de la Iglesia.
            Ya entre los padres de la Iglesia hubo debates entre los partidarios de la letra y los que apoyaban una hermenéutica más blanda, como la de San Agustín, que estaba dispuesto a admitir que la Biblia a menudo hablaba mediante metáforas y alegorías.
            La teología católica nunca se escandalizó demasiado por las teorías evolucionistas, con tal que se admitiera que en la escala evolutiva se produjo un salto de calidad, cuando Dios introdujo en un organismo vivo un alma racional inmortal ¿Cuál es, pues, la actitud católica que hoy se tilda de como fundamentalismo? No es fundamentalismo el debate sobre los embriones y sobre el origen de la vida, porque si acaso, hasta que Dios le insufla el alma a Adán, nos habla de fango, pura materia no espiritual.
            Ya se ha escrito que la decisión de emprender una batalla anticipando los orígenes del alma inmortal es un hecho nuevo en la historia de la teología católica (salvo en el caso de Tertuliano), que parece motivado por otras preocupaciones, como la del aborto, ésta sí criticable en términos de una interpretación de las Escrituras.
            Lo que se tacha de fundamentalismo es, en cambio y más bien, una actitud clásica (o tentación perenne) del pensamiento religioso (no solo cristiano sino también islámico), que es el integrismo, es decir, la pretensión de que los principios religiosos deben ser también el modelo de vida política y fuente de las leyes del estado. En tal sentido, los muchachos del Tea Party estadounidense son unos fundamentalistas protestantes (tradición antigua) que están cediendo a la tentación católica y a la práctica islámica nuevas para la democracia anglosajona) del integrismo.
            Se dirá que es sólo una cuestión de palabras. No, es una cuestión de sutilísimos debates filosóficos, teológicos y políticos que no gana nada en verse reducidos, ni por una parte ni por la otra, en un apedreamiento de palabras fetiche.
            Pero al hablar del fenómeno islamita actual, la expresión más adecuada es la de islamismo. con ella se alude a una variada gama de corrientes políticas del mundo musulmán que tienen por objetivo el restablecimiento del "Estado Islámico" en las sociedades en las que actúan. Este fenómeno no es un hecho aislado y mucho menos reciente. Desde los comienzos del Islam han existido movimientos que se han basado en la necesidad de una renovación religiosa para justificar su conquista del poder o su lucha contra el poder instituido. Pero es a partir del triunfo de la revolución iraní, en enero de 1979, que estas corrientes políticas cobran fuerza y su importancia se extiende prácticamente a todo el mundo musulmán.
            El islamismo se presenta, entonces, como un movimiento que se funda en el Islam, entendido éste como ideología y religión. En efecto, en el Islam reconocemos, a la vez, una propuesta política y del Estado, y una propuesta religiosa, que se relaciona con el regreso a la raíz o surgimiento del Islam de tiempos de Mahoma. Es en este último aspecto de revalorización del pasado donde reside el carácter fundamentalista del resurgimiento islámico actual.
             Tal como destaca la investigadora Magdalena Carrancio: "Esto implica, en definitiva, un retorno a los textos coránicos para así beber, desde las fuentes, los referentes religiosos, morales, sociales y políticos del Islam. Pero más aún, la imbricación de lo político y lo religiosos que caracteriza al Islam, facilita la sacralización de lo secular, fenómeno justamente contrario a la laicización sostenido por los procesos de modernización. En esta oposición del islamismo a la modernidad -ante la que se muestran intransigentes - se reconoce su connotación integrista." (2)
            Ahora bien, en el caso de los países de cultura islámica, modernidad termina siendo signo de occidentalización. El islamismo actual surge para llenar el vacío dejado por el desmoronamiento de las estructuras tradicionales y por el fracaso de los modelos importados de Occidente. Las guerras de liberación y la lucha por la independencia habían sido obra de elites nacionalistas forjadas en Europa, marcadas por el pensamiento occidental y animadas por una voluntad reformadora y modernizante. El nacionalismo árabe, en su versión nasserista o baasista, que llega al gobierno tras la independencia, intentó ser, durante mucho tiempo, la fórmula que mejor expresaba los anhelos de muchos pueblos islámicos, pero no pudo dar respuesta a los problemas que, de manera cada vez acuciante los afecta. De esta forma, el islamismo fue creciendo como ideología política de alternativa en tanto entraron en crisis otras ideologías.
            Es bien sabido que dentro del Islam hay diversas ramas que se disputan el poder dentro de la misma religión, y este es un factor importante a la hora de analizar la región de Medio oriente y Asia del Sur. La lucha más intensa se da entre los sunnitas - entre el 80 y el 90% del total de musulmanes, que son liderados por Arabia Saudita, y los chiitas - una rama no tan extendida pero igualmente fuerte, liderada por Irán - Pero, ¿Cuáles son las diferencias entre los grupos? Básicamente, los chiitas consideran que los sucesores de Mahoma debían ser sus sucesores naturales, mientras los sunnitas consideraban que el sucesor debía elegirse dentro de la misma tribu del profeta. Esto, por supuesto, trae en la práctica distintas concepciones del poder, de ordenamiento social y de la relación del hombre con Dios.
            La división surgió tras la muerte de Mahoma en el años 632, que desembocó en lo que se conoce como la "fitna" o "gran discordia". Después de la muerte del profeta, los creyentes decidieron institucionalizar el liderazgo de la comunidad creando un califato. Los primeros califas (o "sucesores") fueron elegidos por consenso. Pero luego la comunidad se dividió en torno al mecanismo de sucesión. Los "legitimistas", hoy conocidos como chiitas, pensaban que el liderazgo de la comunidad debía recaer en un miembro de la familia de Mahoma. Por lo tanto, consideraban que los herederos debían ser en primer lugar su primo y yerno Alí y luego sus hijos Hasán y Husein. Pero luego surgió otra corriente, que dio origen al grupo ahora conocido como sunnita, que descartaba la descendencia como criterio y consideraba que el único criterio de sucesión debía ser pertenecer a la tribu de Quraish, de la que procedía Mahoma. Finalmente, surgió una tercera corriente, que hoy tiene menor importancia, compuesta por los jariyíes, quienes pensaban que la dignidad califal emana de la comunidad, y que esta debe elegir libremente al más digno "aunque sea un esclavo negro".
            Alí y sus dos hijos, Hasán y Husein, fueron los tres primeros profetas del chiísmo. La sucesión de Alí, de padre a hijo, se interrumpió en 872, con la desaparición del duodécimo imán, conocido como el "Madhi". Según la corriente duodécima del chiismo, este imán está vivo pero "oculto". Para los chiitas, el imán tiene legitimidad, en nombre del Madhi, para interpretar la Ley y transmitir los misterios divinos a los sucesores. Los sunnitas, por el contrario, están convencidos de que  Dios no ha podido abandonar a los creyentes con la desaparición del duodécimo imán y de que no hay intermediación entre el hombre y Dios. Los sunnitas se presentan como los guardianes de la tradición del Profeta y consideran que la misión principal del Califa se limita a velar por la aplicación y la observancia de la Ley, tal como fue revelada en la profecía. Pero, a pesar de estas diferencias, son más cosas las que unen a chiitas y sunnitas que las que los separan: Todos los musulmanes creen en un solo Dios, en un libro único (el Corán) y comparten los mismos principios fundamentales éticos y morales.
            La frustración del Islamismo ante la modernidad recae sobre los efectos que ésta tuvo en las sociedades musulmanas, por su falta de adaptación a sus particularismos y peculiaridades. El estado moderno es visto por los islamistas como enemigo de la religión, no tanto por negarla sino por considerarla un asunto privado. Asimismo, los cambios en la economía, en la demografía y en la relación ciudad/campo, producidos por los procesos de industrialización y modernización, alteraron su sistema de referencias sociales. La estructura social más o menos común a todas las sociedades islámicas es la familia, el clan, la tribu. Esta pretende ser reemplazada por regímenes importados lo que ha trastocado el equilibrio socio-político tradicional y provocado una profunda crisis que dio lugar al nacimiento del Islam político.
            El investigador francés Gilles Keppel da cuenta de esto cuando sostiene que "el movimiento islamista es doble. En él encontramos a la juventud urbana pobre, surgida de la explosión demográfica del tercer mundo, del éxodo rural masivo y que por primera vez en la historia tiene acceso a la alfabetización" A su vez, Keppel explica que también forman parte "la burguesía y las clases medias piadosas que fueron marginadas en el momento de la descolonización llevada a cabo por los militares o por dinastías que se hicieron con el poder".
            Es decir que el islamismo tiene un importante arraigo popular, especialmente en su versión más radicalizada, y también nacional. Pero esto no supone necesariamente un proyecto ligado a las reivindicaciones populares progresistas o de izquierda.
            En 1928 se funda la Hermandad Musulmana en Egipto. Con el correr de los años se fue expandiendo por varios países del mundo árabe. Esta es la primera organización moderna que adopta el Islam como basamento de su proyecto político. A pesar de su temprana aparición y el desarrollo de diversos teóricos a los largo del siglo XX, durante décadas estuvo relegada por los gobiernos nacionalistas o pro-occidentales que imperaron en la región. Debido a las persecuciones su trabajo fue eminentemente social. La irrupción masiva y expansión del islamismo se dio entonces a partir de 1979 con la llegada al gobierno de la revolución iraní.
            El Islam político es aquel que sostiene que los postulados del Islam y sus preceptos son aplicables a un programa político e integral para la sociedad. De allí se desprende la sharia o ley islámica.
            No es lo mismo la sharia en Sudán (donde se practica la mutilación genital femenina) o Nigeria ( donde se puede lapidar hasta la muerte a una mujer por adulterio) que en Irán donde las mujeres pueden manejar autos o asistir a la Universidad.
            El político francés y especialista en medio Oriente, François Burgat, explica algo básico pero necesario aclarar: "Son las personalidades islamitas quienes hacen el islamismo y no al contrario". Además agrega que "según la naturaleza del terreno social que atraviesa, de las fuerzas políticas que se apropian de él, y de las reacciones de los regímenes, la corriente islamita se expresa con multitud de registros y a través de modos muy distintos. Ninguno de ellos puede ser una clave de lectura única e intemporal".
            Por eso es equivocado plantear que Hamás en Palestina es lo mismo que Boko Haram en Nigeria o la Hermandad Musulmana en Egipto. Con la revolución iraní de 1979 y el primer gobierno islamista de la historia, hacen su irrupción en la política sectores sociales que habían sido relegados en aquel rincón del mundo.
            La modernidad también hizo resurgir el síndrome andalusí. Esto es, la conciencia en los países árabe -islámicos de haber sido una gran civilización y haber perdido esa grandeza bajo la dominación de Occidente. En efecto en gran parte de estos pueblos pervive una nostalgia de un pasado de esplendor, que alcanzó hitos históricos en el emirato y califato de Córdoba donde la cultura árabe brilló por sus avances en astronomía, matemáticas, literatura y medicina. Esta mitificación de las grandezas pasadas y la imputación a "elementos extranjeros" de haber reducido a lo que es hoy esa gran cultura, son los ingredientes básicos del síndrome andalusí.
            Al-Ándalus fue un Estado de religión islámica y de cultura árabe, desde su introducción en 711 hasta su final, en 1492. Esta religión y cultura estuvieron representados al principio por la minoría de árabes llegados con la conquista, y en aquel primer siglo, y en grado menor por los bereberes recién islamizados y en proceso de arabización, pero ambas, religión islámica y cultura árabe se generalizaron, desde el Estado, entre la población autóctona, que en su mayoría eran cristianos y judíos al comenzar el siglo VIII.
            La conversión al Islam de los autóctonos no se produjo de una vez, en tiempos de la conquista, sino progresivamente, conviviendo la religión oficial con un apreciable número de cristianos y judíos, hasta su significativa disminución desde finales del siglo XI, el siglo "del gran viraje" en la relación de fuerzas peninsulares entre el Islam y la Cristiandad, cuyos triunfos afectaron al interior andalusí, que procuró intensificar su homogeneidad religiosa y cultural.
            El proceso de islamización de al- Ándalus fue complejo: el Estado andalusí actúa, por un lado, considerando la referencia coránica de que la religión no debe imponerse por la fuerza y que "las gentes del Libro" (Antiguo y Nuevo Testamento) pueden ser súbditos "protegidos" - "tributarios" de un Estado musulmán -, y por otro, la demanda política de homogeneidad poblacional, agravada desde el siglo XI por el avance de la Cristiandad.
            Y los judíos y cristianos se hallan entre la secular y legal tradición de la existencia cristiana y judía en al -Ándalus y la intensificación islamista, desde el siglo Xi, cuando el Islam pasa a ser la religión mayoritaria de al-Ándalus, cerrándose desde entonces el proceso de islamización por conversiones, reales o figuradas, o por emigraciones, voluntarias o forzadas, de judíos y cristianos hacia el Norte cristiano o hacia el Magreb.
            A-Ándalus " de las tres religiones", fue en verdad un mito, una supuesta tolerancia embellecida posteriormente por la literatura, lo fue realmente durante sus cuatro primeros siglos; después, apenas quedó una minoría de no-musulmanes y, al final, sólo ya de judíos. Todavía en el XI puede apreciarse una convivencia próxima y positiva entre las tres religiones, reflejada en los dictámenes jurídicos o fetuas o fatuas sobre aquel siglo. Pero ante la obligada conversión al Islam en tiempos almohades, muchos judíos optaron por ocultar su fe, quedándose en el Magreb y en al-Ándalus, mientras los cristianos se retiraban masivamente del territorio musulmán, actuando así con reacciones diferentes, pues el rigorismo religiosos, primero de los Almorávides y definitivamente de los Almohades, estaba determinado por razones políticas y bélicas, ya que, independientemente del posible, y también discutido, colaboracionismo de los cristianos andalusíes y magrebíes con las potencias cristianas, la triunfante expansividad de éstas, tan notable desde el siglo XII, dejaba en gran riesgo, casi como rehenes, a los cristianos que aún pudieran quedar en estos territorios, sobre todo en al-Ándalus.
            Si bien ésta y las anteriores razones expuestas tienen un extraordinario peso en el resurgimiento de movimientos islamistas, ellos adquieren fisonomías y estrategias muy variadas en los distintos Estados en que actúan, en función de contextos socio-políticos concretos.
            Toda revolución genera su reacción, y el caso de Irán no fue una excepción. La llegada al poder del Ayatollah Jomeini  en 1979 supuso un auge del Islam político y a su vez una radicalización del mismo en contraposición a los planteamientos reformistas de la histórica Hermandad Musulmana. Así, en la década de 1980 aparecen o cobran fuerza grupos armados islamistas como el Hezbollá en El Líbano y Hamás en Palestina.
            Como respuesta, la dinastía de Arabia Saudita emerge como foco de contención a la radicalidad de esos nuevos movimientos. El islamismo conservador pasó así a ser financiado por uno de los países más ricos del mundo y sus aliados estratégicos.
            Para sofocar el intento de extender la revolución iraní al resto de Medio oriente, Arabia Saudita impulsó su propia "cruzada"; la guerra de Afganistán. Miles de mujaidines fueron enviados como combatientes internacionalistas a detener el avance del comunismo soviético por la dinastía de Riad. De allí la ligazón del saudí Osama Bin Laden con los Talibán que luego gobernaron Afganistán.
            Los peligros del reduccionismo de enfoque son advertidos por el catedrático chileno Fernando Mires: "El islamismo -siempre habrá que reiterarlo no es el Islam. La guerra en contra del islamismo no puede ser en ningún caso una guerra entre culturas como plantea Huntington, mucho menos entre religiones. Ese es el objetivo de los islamistas, y aceptar que ellos representan el Islam es someterse a ese objetivo. El islamismo es una ideología y una práctica totalitaria construida sobre la base de elementos extraídos arbitrariamente del Islam, y no puede ser jamás confundido con una religión. En esencia, el islamismo es anti-islámico. más aún, uno de los objetivos de la guerra en contra del islamismo tiene que ser el de proteger a la población islámica que se encuentra tan amenazada por el islamismo como la occidental" (8)
                No es el Islam, sino una interpretación muy particular que se aleja de las más tolerantes y abiertas y se diferencia de otros contextos islámicos, caracterizados por la protección de los pueblos del Libro - cristianos y judíos -y cierta apertura cultural. Este islamismo dogmático, para decirlo en términos occidentales, ahí donde está, hace desaparecer las huellas de otras civilizaciones. Pasó en Afganistán cuando dinamitaron las estatuas de los Budas milenarias, en Siria, donde los islamitas ocuparon Malula, la única aldea donde se hablaba el arameo; en Irak, donde dinamitaron lugares sagrados del chiismo. Ahora es el cristianismo el que está desapareciendo, un lento y permanente éxodo vacía de cristianos a todos los territorios llamados "palestinos". Los católicos también están desapareciendo de Irán: No cesan de disminuir los maronitas en el Líbano. Casi no quedan en Siria. La situación en África es aún peor.
            No obstante, considerar al Islam como sinónimo de radicalismo o, peor aún, de terrorismo, es algo muy alejado de la esencia de esta religión. Ni la violencia ni la muerte tienen justificación alguna. Según el derecho islámico, la yihad  es el combate sagrado por la causa de Dios para establecer la paz y la justicia tanto en el alma individual como en el mundo. Pero en esta segunda acepción, constituye un recurso extraordinario al que se llega sólo cuando fracasan los demás medios para hacer frente a cualquier agresión contra la religión.
            El conflicto entre civilizaciones no es inevitable, como plantea el fatalismo de Samuel Huntington, preferimos remontarnos al mito histórico sobre la idílica "Granada de las tres culturas".  Sabemos que se trata de un mito, pero en la historia existen los símbolos, y para ser honrados hay que reconocer que esa convivencia estuvo marcada por tensiones, conflictos e incluso violencia, como toda actividad humana, pero... ha sido una prefiguración importante de los que podríamos esperar para el fututo.
            Entre la realidad y las construcciones idílicas, los seres humanos recurrimos al pasado para comprender y proyectar también nuestro futuro. La religión surgió para consolar al hombre y no para atormentarlo. Quién lo haga - en nombre de cualquier extremo - merece el peor de los infiernos.
            Que existe.

(1) Bianchi, Enrique Tomás "Intérpretes de las Escrituras". En: "La Nación" 10/9!05
(2) Carrancio, Magdalena "Sobre fundamentalismo, integrismo e islamismo" En: "El periódico del CEID" Octubre 2001
(3) Mires, Fernando. "El islamismo. La última guerra mundial" Buenos Aires. Libros de la Araucaria.2005