Rosas

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miércoles, 31 de agosto de 2011

Entrevista a Osvaldo Bayer historiador, escritor y periodista

Por Guillermo Flores
Osvaldo Bayer recibe a Río Negro en su casa del barrio de Belgrano. La puerta de entrada tiene un cartel en estilo fileteado que dice “El Tugurio”, sobrenombre que le dedicó Osvaldo Soriano hace ya muchos años. La casa es pequeña y cálida, tiene muchas bibliotecas, manuscritos y fotos. También un patio interno donde Osvaldo se sienta para charlar de historia argentina, el tema que más le interesa y que recorre sus libros, películas, notas periodísticas y conferencias.
Normalmente, Osvaldo se levanta a las cinco de la mañana (“La mejor hora, una hora de absoluta tranquilidad”), y se pone a trabajar. Desayuna a las ocho y trabaja hasta pasado el mediodía. Después, a la tarde, se dedica a dar conferencias y viaja mucho al interior (“Nunca voy a decir que no, pese a mis 85 años que me canso mucho, pero los docentes me invitan y yo para hablar con docentes y con alumnos sobre temas históricos siempre voy a estar”).
Su esposa, sus hijos y sus nietos viven en Alemania e Italia, producto de los ocho años de exilio que recibió por escribir La Patagonia Rebelde (“Y eso fue terrible, tener que irse del país por escribir un libro. Porque yo no estaba en ningún movimiento político de ningún tipo”) y Osvaldo viaja cuatro meses al año a visitarlos.
¿Cómo fue la investigación para “La Patagonia Rebelde”?
Fueron largos años, pero con una gran satisfacción, cada día encontraba algo nuevo. Sentía esa alegría que le da al investigador histórico encontrar algo nuevo, como testigos que quieren hablar. Y tuve la suerte de que en la provincia de Santa Cruz fui muy apoyado, principalmente por don Jorge Cepernic. Cuando empecé la investigación era un pequeño estanciero (su padre había sido huelguista), y cuando se enteró me llevó en su pequeño Fiat 600 por esos enormes y largos caminos de Santa Cruz. No estaba nada pavimentado y pegábamos unos saltos bárbaros con ese autito, de estancia en estancia. Porque él conocía a los peones que se habían salvado, que no habian sido fusilados, a capataces, a gente de muchos años, y también a los políticos del lugar. Jorge, ya siendo gobernador, nos va a dar muchas facilidades para poder filmar La Patagonia Rebelde. Sin duda, si pudimos filmar esa película fue por el apoyo que tuvimos del gobernador Jorge Cepernic. Cuando falleció hace unos años le dedique una contratapa del diario Página 12. Porque él, por haber apoyado esa película, sufrió seis años de carcel y le fue intervenida la provincia. Él contaba que cuando estuvo en la cárcel, en La Plata, y al cumplir cinco años en la cárcel pasó el director, un coronel, y entonces le Jorge le preguntó: “¿Merezco tanto castigo por haber hecho esas leyes sociales como gobernador? Y el coronel lo miró y le dijo: “No, usted no está preso por las leyes sociales, usted está preso por haber permitido la filmación de La Patagonia Rebelde”.
¿Qué otras represiones injusta recuerda?
La represión de los hacheros de La Forestal en Santa Fe (1921). La Semana Trágica del gobierno de Yrigoyen (1919). Veo que el Radicalismo, en el caso de la Semana Trágica, nunca hizo la autocrítica sobre estos hechos de su historia. Creo que la autocrítica beneficia la democracia. Cuando un partido político se ha equivocado tiene que reconocerlo. Siempre hacen como que no haya existido. Yo he invitado a los historiadores radicales a debates públicos, en el aula magna de la facultad de Filosofia y Letras. Nunca vino nadie. También a los historiadores militares, pero no aceptan discutir esto. Es que las pruebas son absolutamente contundentes. No han podido comprobar que una sola de mis pruebas haya sido falsa. Y se sirvieron de la persecución, de la prohibición de los libros. Cuando salió el tercer tomo, el libro fue prohibido. El cuarto tomo fue publicado en Alemania, esas cosas que tenemos los argentinos. De un hecho ocurrido en Argentina, tuvo que ser publicado en Alemania, durante mi exilio, y en castellano. Es hasta una fantasía de la realidad.
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¿Por qué cree que ese libro despertó tales reacciones desde los gobiernos militares?
Y bueno, porque se mostró la extrema crueldad del Ejército. En la película todo es cierto, cada escena está basada en documentación histórica. No se pudo traer más crueldad porque el público a veces no aguanta demasiada crueldad. Pero, por ejemplo, las palizas que se le daba antes al fusilado, eso no lo traemos. Y la película fue prohibida por el gobierno de Isabel Perón, el 12 de octubre de 1974, a pocos meses de haber sido estrenada. También, ese mismo día, salimos nosotros en las listas de las Tres A, condenados a muerte, nos daban veinticuatro horas para dejar el país. Ese film y esa investigación me costaron ocho años de exilio, y los libros luego fueron quemados en una disposición del teniente Gorleri, diciendo que se queman por Dios, Patria y Hogar, durante la dictadura militar. Recién después al regreso de la democracia pudo restrenarse la película, habian pasado casi diez años de su prohibición, y el cuarto tomo pudo publicarse y tambien la reimpresión de los otros tomos.
¿Y cuál es su opinión sobre el peronismo?
Viví el peronismo, los tres, y por eso puedo hablar y no soy injusto. Evidentemente el peronismo trajo mejoras a la clase trabajadora, sin ninguna duda, pero no cambió el sistema. Siempre digo que el peronismo modificó todo para no cambiar nada. Nosotros vemos que los grandes dominadores siempre han sido los grandes empresarios, los medios de comunicación han estado en empresas privadas y jamás se hizo la reforma agraria. Y como el poder no cambió en Argentina. Y si vemos los nombres de la sociedad rural de esos tiempos, que cofinancio la campaña, son exactamente los mismos nombres de la sociedad rural de ahora. Los Anchorena, Martinez de Hoz, Pereyra Iraola. Algunos de ellos que ya formaban la sociedad restauradora que apoyó a Rosas, que fue quien hizo la primer campaña del desierto. De manera que el peronismo fue una especie de socialismo reformista que mejoró leyes obreras, se puso al tanto de algunos paises europeos que habian tenido gobiernos socialistas, pero realmente no le dio un poder al pueblo para resistir las dictaduras militares. Evidentemente Perón tuvo que irse, o huir, por un golpe militar, lo mismo que otros presidentes argentinos. Y como los gobiernos radicales que no hicieron autocrítica por la represion al movimiento obrero, el partido peronista tiene un gran pecado que es la la formación de las Tres A, durante el gobierno de Isabel Perón, generando crímenes increibles, que deberia generar una fuerte autocritica para ver como fue posible eso. O cómo fue posible, el señor López Rega, que era un cabo de la policía, llegó a ser ministro de gobierno estando Perón. Creo que en ese sentido tienen que hacerse una gran autocrítica.
¿Qué opina de la cuestión simbólica de la historia, apellidos que se repiten, las calles que cambian de nombre?
Bueno, creo que en la sociedad argentina se están realizando cambios. Por ejemplo, usted va al hecho que parece no muy importante como es cambio de calles, de nombres de escuelas, de colegios. Pero estamos logrando varios triunfos, por ejemplo, en Capital Federal había dos colegios que tenían el nombre de Julio Argentino Roca -que es el genocida que existerminó a los pueblos originarios del sur, el hombre que dictó la ley más cruel de la historia argentina, la ley 4144, la expulsión de aquellos extranjeros que practicaran ideologías contrarias al ser nacional (es decir, que se expulsaba a los obreros extranjeros que luchaban por las ocho horas de trabajo) y también fue el que hizo la primer represion obrera, cuando los obreros hicieron la manifestación en La Boca (1904) y ahí murió el primer mártir del movimiento obrero Maniero Juan Ocampo, de 18 años de edad. Además de no haber sido elegido por la sociedad. Sin embargo, su nombre se encuentra en escuelas, colegios, las calles más importantes de la Patagonia se llaman Julio Argentino Roca, el monumento más grande de Buenos Aires no es al General San Martín (a quién lo mandamos al retiro en un caballito flaco) sino a Roca, en un brioso corcel, a pesar que nunca montó a caballo (se puede leer en las memorias de los oficiales: la campaña del desierto Roca la hizo siempre en carroza, no a caballo). Hoy estamos luchando por sacarlo y enviamos el proyecto a la legislatura porteña, pero el macrismo la ha rechazado.
 Por qué?
El único argumento que nos dijeron fue el conocido “En la historia hay que mirar hacia adelante”. No tuvieron otro motivo. Podrían decir a Roca lo defendemos por tal o tal cosa. Pero no: “En la historia hay que mirar hacia adelante”. Si los alemanes hubieran aplicado ese sistema, entonces tendrían todos los monumentos a Hitler que tenían antes. Es lo que yo les dije a los representantes de la legislatura del macrismo, pero por supuesto no me contestaron. Pero seguimos luchando y un gran triunfo fue que se cambie la calle de Rio Gallegos, que se llamaba General Roca, se le cambió por el nombre de Presidente Néstor Kirchner, que dentro de todo está bien porque ha sido el primer Presidente argentino que nació en la Patagonia, y entonces tiene derecho a que la calle principal de la Patagonia se llama así. Yo había propuesto que se le llame Gobernador Cepernic, que en los pocos meses que pudo gobernar hizo tantas leyes tan realmente populares, como por ejemplo, dos estancias inglesas pasaron a ser del Estado, entre otras cosas. Así que estamos logrando triunfos, hay escuelas que cambian de Roca a quién fuera el primer maestro o director, y que en definitiva son realmente los que merecen, y no siempre solamente militares.

lunes, 29 de agosto de 2011

Cuando un Nombre es una OFENSA

Por Enrique Manson

Puente Internacional San Roque González de Santa Cruz
Posadas-Encarnación

En diciembre de 2007, un día antes de asumir la presidencia de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner conmovió a los presidentes latinoamericanos con palabras referidas a la constitución de un nuevo instrumento financiero destinado a reforzar la soberanía regional: el Banco del Sur. Lo que los conmovió no fue un concepto económico. Fue el reconocimiento de una de las más graves –tal vez la más grave- de las culpas que arrastra el Estado Argentino.
La presidenta electa reconoció, ante el presidente paraguayo, Nicanor Duarte Frutos, la vigencia de la más antiamericana de las guerras: la que la llamada Triple Alianza, llevó adelante contra el heroico Paraguay del mariscal Francisco Solano López.
No han faltado los historiadores que rebautizaran como Triple Infamia a esa guerra fratricida. A esa guerra en que los ejércitos aliados estaban compuestos por afrobrasileños, a los que se les prometía quitar las cadenas de la esclavitud si regresaban con vida, y por argentinos que llegaban a los campos de reclutamiento acompañados de remitos como aquel conocido de “le mando cien voluntarios. Devuélvame las maneas.”
Esos gauchos no llegaban maneados por temor a pelear, por cobardía. Bien los expresaba don Ricardo López Jordán al exigir a Urquiza que abandonara la alianza espuria que lo ataba por los compromisos secretos con el mitrismo y los dineros públicos recibidos, una vez más, del Imperio esclavista: "Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo.”

El Paraguay de López había construido el primer ferrocarril, y el primer telégrafo del continente. Sin embargo, las oligarquías vecinas lo consideraban un pueblo bárbaro que había que civilizar, alentadas por el Imperio Británico.
Así se produjo la masacre. Cinco años después no estaba el tirano López en Asunción, pero tampoco había ferrocarriles, ni telégrafos. Tampoco había Paraguay, al decir de Carlos Guido y Spano:
Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay.
Ya no existe el Paraguay
donde nací, como tu.
Llora, llora, urutaú


Don Hipólito Yrigoyen canceló durante su presidencia la inicua deuda de guerra con que se había condenado al vencido. Juan Perón, devolvió en 1954 los trofeos obtenidos con el derramamiento de sangre hermana. Cristina Fernández pidió perdón al pueblo paraguayo en 2007.

Sin embargo, poco ha cambiado en la nomenclatura de las calles de las ciudades argentinas.

Una reciente iniciativa propone reemplazar los nombres que evoquen batallas libradas en guerras civiles. Tal vez haya llegado la hora de que los nombres vergonzosos de Caseros y Pavón, en que se derramó sangre de hermanos, sean justicieramente sustituidos.

Con más razón, cuando se trate de nombres que ofenden, con recuerdos ignominiosos, la hermandad que está construyendo nuestro continente. ¡Como verían San Martín y Bolívar tales nombres que son la negación misma de su sueño de integración!

Nos resignamos a que el nombre del general que sólo ganó en Pavón, porque el enemigo le regaló la victoria, y el que apenas ha quedado victorioso en la llamada “guerra de policía”, en la que -si comparamos la población de entonces con la de 1976- se asesinó a muchos más que 30.000 argentinos, sobreviva en calles menores.

Pero es la negación misma de lo hecho por Hipólito Yrigoyen, por Juan Perón y por Cristina Kirchner, el que la avenida que lleva al puente que une nuestra Posadas, capital de Misiones, con Encarnación en el Paraguay lleve el nombre de Bartolomé Mitre.

¿No ha llegado la hora de reemplazar esa denominación ofensiva por una que haga referencia a la Hermandad de los Pueblos Suramericanos?

sábado, 27 de agosto de 2011

¿para que falsificar la Historia?

La falsificación de la historia ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional.   Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a privarnos de experiencia que es la sabiduría madre

Arturo Jauretche









sábado, 20 de agosto de 2011

¿como se hizo la Historia Argentina?

Por José María Rosa

El gran instrumento para desargentinizar la Argentina y hacer de la Patria de la Independencia y la Restauración la colonia felíz del 80 había sido la falsificación de la Historia.

No bastaba con la caída de Rosas ni con las masacres que siguieron a Pavón. Era necesario dotar a la nueva Argentina de una conciencia compatible con el dominio de una clase y el tutelaje foráneo. La patria ya no sería la tierra, o los hombres, o la tradición sino las instituciones copiadas, la libertad restringida, la civilización ajena.

Pero nuestra historia era el relato del nacimiento, formación y defensa de una nacionalidad. Había en ella -como en toda historia nacional- emoción de pueblo, gestos de conductores, coraje de auténticos patricios.

Por eso la preocupación primera de los hombres de Caseros, aun antes de la Constitución a copiar y los extranjeros para poblar, fue la falsificación del pasado: dotar a los argentinos de una historia "arreglada" (la palabra es de Alberdi), de "mentiras a designio" (la frase es de Sarmiento) que enalteciera la civilización ajena en perjuicio de la barbarie nativa.

Se amañó el pasado. Se adaptó (como en toda América) la leyenda negra de la conquista española: Juan María Gutiérrez, el rector de la universidad de Buenos Aires, hablaría de los crueles conquistadores y lujuriosos frailes que España nos mandó para nuestro mal. Se mostró a la Revolución de Mayo como un complot de doctores ansiosos de libertad de comercio y constituciones escritas; para llevar sus beneficios fueron Belgrano al Paraguay y San Martín a Chile y el Perú. No había tierra ni tradiciones; nada de eclosión turbulenta y magnífica de un pueblo que brega por su independencia; todo pasaba en una sola clase social; todo ocurría por móviles extranacionales. Don Bernardino Rivadavia, de vinculaciones con empresas británicas, que gobernó de espaldas a la realidad, dislocó el antiguo virreinato en cuatro porciones insoldables, e hizo dictar en horas de guerra internacional una constitución que levantó contra su gobierno a todo el país, fue presentado como el Grande Prócer de la Argentina.

El arreglo resultó fácil hasta los tiempos de Rivadavia, porque la "leyenda negra" había sido preparada por los enemigos de España retaceando y tergiversando auténticos materiales españoles, y la concepción minoritaria y extranjerizante de la Revolución existió realmente, sino en los patricios de 1810, en los mayos de 1838. Era cuestión entonces de ocultar la presencia del pueblo en las jornadas de 1810, en el grito de Asencia, en la noche del 5 al 6 de abril, y negarlo como montonera cuando irrumpió en el litoral llegando a la plaza de la Victoria en febrero de 1820. Se llamó anarquistas a los conductores de ese pueblo con Artigas a la cabeza, y se calificó de próceres a quienes buscaban por Europa el dominio extranjero que asegurase el dominio de su clase. San Martín y Belgrano no fueron como hombres de pensamiento político definido, ni expuestas sus opiniones sobre las cosas y la gente de la tierra, sino como héroes de alto, pero único, valor militar.

Con esos materiales se podía fabricar la historia de la primera década independiente, y avanzar en la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 "por las ambiciones y barbarie de los caudillos". Fue lo que hicieron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Aquél en la Historia de Belgrano y la independencia argenta con alcance a la muerte del héroe epónimo en 1820; y éste en la Historia de la revolución argentina que llegaba hasta los tiempos de Dorrego en 1828.

No se podía avanzar más allá. Porque más allá estaba Rosas.

Y la época de Rosas era un problema.

Había una nacionalidad enfrentando las fuerzas poderosas de ultramar, un pueblo patriota imponiendose a una minoría extranjerizada, un jefe de extraordinarias condiciones políticas venciendo a los interventores extranjeros y sus auxiliares nativos. Debía pasarse por alto la creación de la Confederación Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la defensa de la soberanía contra las apetencias foráneas. No se podían separar los "ejércitos libertadores" ni las "asociaciones de Mayo" de las intervenciones foráneas y su fondo de reptiles, ni disimular el cañón de Obligado, ni la victoria de los tratados de Southern y Lepredour, ni la derrota por Brasil cuando el Imperio adquirió al general (y con el general, el ejército) encargado de llevarle la guerra.

No. A la época de Rosas debía borrarsela de la historia argentina, negarla en bloque, condenarla sin juicio: tiranía y nada más.

Lo dijeron en claras palabras los legisladores que condenaron a Rosas como reo de lesa Patria. No lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne impidiera una posterior investigación de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo el diputado Emilio Agrelo. ("No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia ¿qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿que el general San Martín le hizo donación de su espada? ¿que grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su voluntad? No, señores diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que nadie quiera intentar mañana su defensa"). Absurdo, pero así fue.

Para la enseñanza primaria y secundaria bastaba rellenar los años posteriores a 1829 con los cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio de los interventores europeos. Pues como Aberdeen, Guizot y Thiers necesitaran presentar su empresa colonial como una cruzada de la Civilización contra la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura de horrores cometidos por Rosas, que iban desde el incesto con su hija a la venta de cabezas de unitarios como duraznos por las calles de Buenos Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas en alambres que adornaban su salón de Palermo.

La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela burguesa de Le constitutionelle de Thiers, hasta arrancarle un apoyo a las intervenciones que llevarían la civilización a los sauvages sudamericains (no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester Guardían y a los discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos) serviría ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al "tirano" y la repudio a sus "secuaces". Todo lo que pudo servir contra Rosas (Tablas de sangre, novelas como Amalia, poesías condenatorias, alegatos de resentidos, chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas en los libros de texto como definición de la "tiranía". Contra ella los auxiliares del imperialismo lucharon veinte años con patriótico desinterés, pues el Catecismo de la Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo –Rosas– perseguido sin tregua por unos ángeles celestes. Finalmente el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relatos morales.

En la Universidad el cuadro variaba. Rosas seguía siendo el monstruo y sus enemigos los hombres de bien; pero su mayor crimen había sido postergar con argumentos fútiles por veinte años la ansiada constitución -objeto exclusivo de la revolución de Mayo– hasta caer por uno de sus tenientes (Urquiza) convertido oportunamente al constitucionalismo y la libertad. Llegó entonces la Constitución de 1853; pero como Urquiza tenía resabios federales debió esperarse hasta su derrota en Pavón para que los goces de la libertad se extendieran por toda la Argentina. El 12 de octubre de 1862, con la asunción de la presidencia por Mitre, se detenía "la historia". Más allá no había nada importante (fuera del corto epílogo del Paraguay para abatir a otro "tirano" monstruoso en beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba una galería de presidentes con fechas de su ingreso y egreso y alguna frase final sobre "los grandes destinos". Era cierto, certísimo que más allá de Caseros no había historia: las colonias felices, como las mujeres honestas, carecen de historia.

El viejo Maestro, Don José María Rosa


Por Eduardo Rosa
¿Me pasa algo? ¿Nos pasa algo a los Revisionistas? ¿Le pasa algo a la Patria?.
Me quedo con la tercera pregunta y MI respuesta es SI, a nuestra patria le está pasando algo….
Está pariendo; y todos estamos entre preocupado y sin saber donde y como dar una mano.
Pero sé que todos los que bien quieren a la patria, mis amigos, mis compañeros, mis camaradas le están dando una mano de mil formas.
Cada uno de acuerdo a lo que mejor cree.
Humildemente yo creo que también pongo el hombro, en la medida de mis… ¿Cuántos? años mientras todavía puedo (y me creo que puedo mucho)..
Esa militancia en las viejas trincheras no nos deja mirar el almanaque.
Y YO LO DEBÍ HABER MIRADO.
El 1 de julio se cumplieron 20 años de la muerte de mi padre, el viejo maestro don José María Rosa. Los acontecimientos nos aturdían y se me pasó por alto.
Claro que desde siempre yo preconizé que la fecha de mi padre no era el triste día de su muerte sino el brillante día de su nacimiento.
Por eso quise que los merecidos homenajes se hicieran el día de su cumpleaños, el 20 de Agosto.
Mañana, 20 de agosto debió haber cumplido 105 años- A sus amigos les pido una oración por él.

Rivadavia....

A Rivadavia muchos lo conocen como el “Padre de las luces”, aunque nadie explica donde las guardaba.
Maríano Moreno fue uno de sus primeros críticos; dijo de Rivadavia que “sostiene un estudio abierto sin ser abogado; ya usurpa el aire de los sabios, sin haber frecuentado sus aulas; unas veces aparece de regidor que ha de durar pocos momentos; otras veces se presenta como un comerciante acaudalado, de vastas negociaciones, que no entiende ni tiene fondos suficiente para sostener; y todos estos papeles son triste efecto de la tenacidad con que afecta ser grande en todas las carreras, cuando en ninguna de ellas ha dado hasta ahora el primer paso”
Es conocida la mala relación de Rivadavia y San Martín, a quien aquel boicoteó de todos modos por envidia y celos, haciéndole una guerra de zapa en las campañas del libertador. El propio San Martín se queja en cartas a O´ Higings, a Martiniano Chilavert y Tomás Guido, entre otros, del constante complot de Rivadavia y hasta de la violación de correspondencia que le hacían “Rivadavia y sus satélites”. Cuando el Libertador se entera de la renuncia de Rivadavia a su ridícula presidencia unitaria de 1826, comenta: “…yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona…”
El historiador canadiense H.S.Ferns dice que “Rivadavia era incapaz de lealtad, honestidad o siquiera buenas maneras en sus relaciones con los hombres que lo rodeaban con quienes estaba obligado a llevar los negocios de la comunidad. Odiaba a los hombres que eran más notables o tenían más éxito que él. No encontraba nada demasiado maligno que decir sobre San Martín y Bolívar.” (H.S.Ferns. Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX.p.178)
Otras personalidades que lo conocieron, también recibieron una impresión ridícula de este personaje:
El canónigo Mastai Ferrari –futuro Pío IX- que como integrante de una misión pontificia lo trató en Buenos Aires en 1823, se asombró de lo que llamó su “nauseabunda soberana prosopeya”.
Por su parte George Canning, que conoció a Rivadavia durante su estadía en Londres en 1824 y 1825, le dijo al cónsul en Buenos Aires Parish, que “le advirtiera discretamente al gobernador Las Heras, lo inconveniente que resulta para el prestigio de ese gobierno poner sus asuntos en manos de una persona semejante.”
Lord Ponsonby, en cambio, lo tomó por el lado humorístico, refiriéndose a Rivadav
ia en 1827: “este presidente sudamericano que tiene figura de Sancho Panza, pero ni la mitad del juicio de nuestro viejo amigo Pancho”
El historiador José María Rosa, dice que “Rivadavia llegó a ser la figura representativa de la clase vecinal porteña. Además de una energía avasalladora, cuyo solo parangón puede encontrarse en Moreno y Rosas, tenía el prestigio de un talento enciclopédico que le valió el renombre de “Padre de las Luces” entre sus contemporáneos, aunque nunca escribió un libro, dictó una cátedra ni redactó un artículo de periódico; y sus discursos, cartas particulares y decretos de gobierno, rebelan un hinchazón de estilo y desorden de conocimientos generales. Pero era hombre de gran vanidad que se trasuntaba en sus menores gestos, ademanes y palabras y atinó a imponer a sus contemporáneos su altísimo concepto de si mismo.”(R.A.W.p.27)

sábado, 6 de agosto de 2011

Alberdi y la claudicación

Por Julio Irazusta

Alberdi ha sido de preferencia estudiado en su aspecto de Solón argentino, y la influencia de sus ideas en la organización institucional del país fue ya ampliamente señalada. Pero yo creo que hasta ahora no se ha establecido con precisión la fecha de su grandeza desde el punta de vista de la personalidad que decide los destinos de una nación.
Para mi esa fecha no es la de 1852, en que redactó Las Bases al enterarse en Chile de la caída de Rosas, sino la de 1838, año en que emigró a Montevideo. El papel que desempeña en la época llamada de la organización nacional es preponderante, pero no singular. Ya para entonces las ideas que expone en Las Bases habían ganado mucho terreno en la opinión del país, habían tenido otros expositores tan brillantes o tan vigorosos, si no tan claros como él; el giro tomado por la revolución liberal contra Rosas no dependía directamente de él, sino de hombres que tal vez ni lo conocían (aunque sufrieran por modo indirecto una influencia de su propaganda anterior). Es más. Quedan indicios (ya coordinados por Groussac), de que, hacia el final de la dictadura, Alberdi no veía con malos ojos los resultados obtenidos por el dictador, de que cualquiera fuese la fijeza de sus objetivos políticos fundamentales (que jamás variaron), su manera de concebir la oportunidad no era la de aquellos que se puede llamar sus correligionarios.
En 1838, al emprender en Montevideo la campaña política que debía provocar la alianza de la emigración argentina con las autoridades de la escuadra francesa que bloqueaba el puerto de Buenos Aires, Alberdi está solo. Ningún argentino, entre los peores enemigos de Rosas ha pensado todavía en acudir al extranjero europeo en busca de auxilio; ningún patriota prestigioso se ha atrevido a desafiar la opinión nacional aplaudiendo la intromisión de Francia en América.
De sus compañeros de generación que luego habían de formar con él la pléyade de la Argentina liberal ninguno ha cobrado todavía importancia. Echeverría es personalidad poética, no política. Sarmiento es un tímido principiante que apenas ha hecho sus primeras armas. Mitre no ha salido del cascarón estudiantil. Y así de los demás. Cuando Alberdi adopta su trascendental política de 1838, ningún mayor le da un ejemplo autorizado, ningún contemporáneo suyo lo acompaña. Está en el destierro, después de abandonar voluntariamente una patria en la que ya ha triunfado, no sin duda como él lo deseara, pero entre los suyos al fin. Para colmo de dificultades, cuando llega al medio ajeno que en adelante será el de su acción, las novedades aportadas por él a la lucha antirrosista contrarían las negociaciones de paz con Rosas iniciadas por Rivera, y en lugar de la acogida que sin duda esperaba de las circunstancias favorables dadas en la situación internacional rioplatense, fué atacado en su calidad de extranjero por la prensa oficiosa de Montevideo, que así desautorizaba su prédica internacionalista.
Midiendo la acción de Alberdi por los obstáculos que venció con su tesón y su capacidad intelectual, por las dramáticas circunstancias en que la empezó, el joven emigrado de 1838 es indudablemente más grande que el hombre maduro de 1852. Y como esa acción fue trascendental para los destinos de nuestro país, me ha parecido indispensable no dejar que la fecha de su centenario pasara sin un recuerdo.
Hoy, en 1938, se palpan las consecuencias últimas de la política extranjerizante cuya adopción decidió Alberdi con su campaña de 1838. Para los partidarios como para los adversarios de esa política, ninguna figura de hace un siglo puede ser en estos momentos más digna de estudio que la de Alberdi. Así los primeros colocarán sus admiraciones y los segundos asignarán las responsabilidades, con más justicia. Otras conmemoraciones bullangueras e inoportunas celebradas este año parecen destinadas a confundirlo todo, a extraviar a los unos sobre el verdadero autor de la política aún imperante en el país, y a los otros sobre sus verdaderas consecuencias.
Si se quiere tomar el hilo de esa evolución del pensamiento de Alberdi que le permitiría luego todo un planteamiento novedoso del problema social y político del Río de Plata, se nos permitirá transcribir esta página de su Autobiografía:
“Durante mis estudios de jurisprudencia que no absorbían todo mi tiempo”, dice en ella, “me daba también a estudios de derecho filosófico, de literatura y de materias políticas”. En ese tiempo contraje relación estrecha con dos ilustrísimos jóvenes, que influyeron mucho en el curso ulterior de mis estudios y aficiones literarias: don Juan Manuel Gutiérrez y don Esteban Echeverría. Ejercieron en mí ese profesorado indirecto, más eficaz que el de las escuelas que es el de la simple amistad entre iguales. Nuestro trato, nuestros paseos y conversaciones fueron un constante estudio libre, sin plan ni sistema, mezclado a menudo a diversiones y pasatiempos del mundo. Por Echeverría, que se había educado en Francia durante la Restauración, tuve las primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamó el romanticismo, en oposición a la vieja escuela clásica. Yo había estudiado filosofía en la Universidad de Condillac y Locke. Me habían absorbido por años las lecturas libres de Helvecio, Cabanis, de Holbach, de Benthamn, de Rousseau. A Echeverría debí la evolución que se operó en mi espíritu con las lecturas de Víctor Cousin, Villemain, Chateaubriand, Jouffrey y todos los eclécticos procedentes de Alemania en favor de lo que se llamó el espiritualismo”.
“Echeverría y Gutiérrez propendían por sus aficiones y estudios, a la literatura; yo, a las materias filosóficas y sociales. A mi ver, yo creo que algún influjo ejercí en este orden sobre mis cultos amigos. Yo les hice admitir, en parte, las doctrinas de la Revista Enciclopédica, en lo que más llamaron el Dogma Socialista“. (Alberdi Escritos póstumos, tomo XV, p. 293).
El pasaje es encantador. No da los detalles precisos de la evolución sufrida por Alberdi en el comercio intelectual con sus dos amigos. Los nombres de autores se hallan barajados en la página redactada por el anciano, como ocurrirían en las conversaciones de los jóvenes, sin ninguna notación concreta sobre las ideas particulares que cada uno de ellos le enseñara. Pero encierra sugestiones preciosas, que han servido de punto de partida para la investigación. Nadie ha realizado sobre el tema una más profunda que el doctor Coriolano Alberini en su conferencia sobre “La metafísica de Alberdi”, pronunciada en una colación de grados universitarios de 1933 y publicada en los Archivos de la universidad. Remitimos a esa conferencia para todo lo concerniente a la formación intelectual de Alberdi, y a su posición filosófica definitiva tal como quedó desde sus primeras publicaciones.
Lo fundamental para el objeto de este ensayo es que la evolución sufrida por el autor de Las Bases entre sus años de Colegio y el advenimiento de Rosas, lo había preparado a recibir el nuevo hecho político con su espíritu más realista que el aprendido en el primer grupo de autores citados por él en la página transcripta. El segundo grupo le había dado por así decir una clave de la historia mundial, que comprendía fenómenos como el del rosismo. Y cuando Rosas triunfó, Alberdi ya podía encararlo con serenidad.
Los románticos francesas le habían enseñado la concepción del progreso elaborada por la filosofía alemana, en contraste con el iluminismo francés del siglo XVIII. Para éste, el progreso era obra de la razón trascendente, exterior al mundo, anti-histórica, que persigue la realización de un ideal utópico por medio del despotismo ilustrado, de un derecho natural desligado de la tradición histórica, fuerza perturbadora. Para aquella, en cambio, el progreso era obra de una de una razón inmanente, ínsita en el mundo, que se va realizando en la historia e introduciendo en los conceptos del derecho natural los nuevos hechos aportados por la vida de la sociedad. El iluminismo utópico y legiferante, ciego a la realidad de cada momento y de cada lugar, era superada por el historicismo, cuyo respeto por las particularidades de época y de localidad le diera a Alberdi el criterio necesario para considerar los acontecimientos de que era espectador.
Cousin y los eclécticos, Lerminier y los románticos, difundieron en Francia, hacia el final de la Restauración, es decir durante la estada de Echeverría en París, aquellas ideas fundamentales del historicismo que la nueva generación argentina iba a repetir entre nosotros. Resultado de esa empresa intelectual sería la superación del ideologismo utópico de los unitarios y la valoración del hecho federal.
Bien es verdad, como lo observa repetidas veces el doctor Alberini, que ni Echeverría ni Alberdi tomaron al pie de la letra las ideas de los publicistas franceses de la nueva escuela. En lo que se refiere al historicismo, de los dos elementos que él considera en el derecho, el histórico y el racional, su creador, el alemán Savigny, da más importancia al primero; su divulgador, el francés Lerminier, da más importancia al segundo. Pero no lo bastante a gusto de Alberdi, que en ve el peligro de la glorificación del hecho, implícita en el historicismo, y trata de evitarlo, corrigiéndolo mediante las teorías morales de Jouffroy. En lo que se refiere a la filosofía propiamente dicha, la nueva concepción del progreso es demasiado determinista, demasiado excluyente de la iniciativa humana. Al tomarla de los eclécticos y románticos franceses, repetidores de los filósofos postkantianos, Alberdi la corrige también, dando más juego a la libertad de determinación de la voluntad, y aceptando los fines del iluminismo unitario, es decir, sus ideales de civilización, pero negándole comprensión de los medios que la realidad argentina aconseja. Según la brillante fórmula del doctor Alberini, para Alberdi “es indispensable llegar a una síntesis de fines iluministas y de medios historicistas, merced a la teoría providencial del progreso, interpretada con hondo sentimiento de nuestra peculiaridad social”. Lo de la hondura de esa interpretación es discutible. Pero es cierto que A1berdi postuló su necesidad.
III
La independencia relativa con que nuestro personaje manejaba las ideas de los maestros en boga se manifestaba más en el terreno de la teoría que en el de la práctica. Por lo general, los jóvenes dejan el andador ideológico mucho antes que el andador moral. El mismo bachiller que se ha emancipado hasta cierto punto de los textos escolásticos, necesita catálogos de acción, es decir libros de casuistas, moralistas o sociólogos (según la época) que lo provean de recetas para tales y cuales hechos, menos manejables que las ideas. Ahora bien, si la escuela histórica proporcionaba categorías de juicio mejores que las de los ideólogos (y que permitieran a la nueva generación argentina encarar la realidad social del país con más tino que sus predecesores los unitarios), los historicistas franceses predicaban en ese momento con el ejemplo de modo más persuasivo que con la palabra. Hay menos semejanza entre las ideas de Alberdi y las de sus maestros, que entre la política del primero y la de los últimos.
La de estos consistía en un cambio de táctica, en abandonar el extremismo revolucionario de 1793 por una propaganda pacífica de los mismos fines esenciales. Desde 1834 el abogado Dupont había propugnado esa política en la Revista Republicana, Raspail y Kersausie escribían en El Reformador: “Basta de polémicas personales, basta de lucha social”. Las leyes de setiembre (que fueron la edición francesa de nuestra ley de marzo de 1835), habían amilanado todavía más a los republicanos. La Falange, publicación prestada por Fourier a Considérant, y El Buen Sentido de Luis Blanc, predicaban la sustitución de las conjuras tenebrosas por un ideal de mejoramiento pacífico de la sociedad y de la política. Lammenais, Jorge Sand y Leroux seguían la misma tendencia.
El autor de Palabras de un creyente, al separarse de la posición reaccionaria del comienzo de su carrera (pues sabido es que Lammenais se inició junto a De Maistre y De Bonald), había dado la fórmula que la nueva generación argentina adaptaría a la política de los partidos locales: “miro al antiguo partido monárquico con todo el respeto que se debe a un glorioso veterano. Pero no puedo tener confianza en ese veterano, pues con su pierna de palo está incapacitado para avanzar con la nueva generación”. Salvo la imagen final, esas palabras de Lammenais en 1834 son casi las mismas que la nueva generación argentina diría sobre el partido unitario.
La política de Lammenais separábase, a la derecha, de los monárquicos, y a la izquierda, de los revolucionarios y jacobinos. Y dada la influencia preponderante que su libro más famoso, traducido por Larra con el nombre de Dogma de los hombres libres, ejerciera sobre los jóvenes rioplatenses en la cuarta década del siglo XIX, es fácil creer que su recetario práctico, de la conciliación de los partidos, fué adoptado al pie de la letra por sus admiradores de aquende el Océano, como el que mejor cuadraba con el nuevo realismo aprendido en la más reciente literatura política de Francia.
De España llegaban iguales voces de realismo en los pocos autores de la madre patria que Alberdi leía. Así p. e. Donoso Cortés, citado en otro pasaje de la Autobiografía. Antes de su época reaccionaria, antes del Ensayo sobre el catolicismo y su célebre discurso de los dos termómetros, cuando era representante del liberalismo a la moda, Donoso Cortés escribía:
“Las constituciones son las formas con que se revisten las sociedades en los distintos períodos de su historia y su existencia; y como las formas no existen por sí mismas, no tienen una belleza que las sea propia, ni pueden ser consideradas sino como la expresión de las necesidades de los pueblos que las deciben”…
as constituciones, pues, no deben examinarse, en sí mismas, sino en su relación con las sociedades que las adoptan … … Las constituciones para que sean fecundas, no se han de buscar en los libros de los filósofos, porque sólo se encuentran en las entrañas de los pueblos”. (Consideraciones sobre la diplomacia y su influencia en el estado político y social de Europa, desde la Revolución de Julio hasta el tratado de la Cuádruple Alianza, Madrid, 1834).
Estas consideraciones impregnadas de sano realismo eran en España reflejo del mismo pensamiento europeo no español que Alberdi reflejaría en el Río de la Plata. Ese pensamiento había superado, en el primer tercio del siglo XIX, el utopismo de 1789, aunque conservando algunos de los fines esenciales que entonces persiguiéronse: y como queda dicho más arriba, sus representantes más genuinos daban en Francia, en esos precisos momentos, el ejemplo de la política prudente que correspondía al nuevo concepto de evolución y de progreso que había predominado en el terreno puramente intelectual.
Aunque Alberdi no especifique la época en que sus ideas se aclararon, entre sus conversaciones con Echeverría desde 1829 en adelante y la publicación del Estudio preliminar en 1887, es de suponer que ello habría ya ocurrido hacia la época en que Buenos Aires debatió el problema constitucional de la suma del poder. La elaboración de un sistema como el que se expone en aquel libro, por mucho que tenga de ejercicio escolar, de trabajo de taracea con textos ajenos, no se puede improvisar. Y dada la suma de labor intelectual que implica, es legítimo atribuir a Alberdi las ideas que maneja en 1837 como adquiridas varios años antes.
Así las cosas, su actitud no podía ser, frente al predominio del hombre que representaba la causa opuesta a la suya, la que sus antecedentes de círculo y de educación permitían esperar. En las cartas que le escribían sus amigos de Buenos Aires durante su viaje a Tucumán en 1834, cuando aquel debate estaba en su punto más álgido, se transparentaba un gran temor a Rosas, un gran anhelo constitucional que se siente contrariado por las circunstancias. De regreso en el Río de la Plata Alberdi no canalizaría los sentimientos de quienes le habían llamado con angustia, hacia la oposición violenta, la sempiterna lucha armada que el viejo partido liberal argentino ofrecía como única receta. Aunque las íntimas simpatías del grupo juvenil estaban con dicho partido, los errores de su política ya eran evidentes para Alberdi. Y aunque en el fondo el ideal que él y sus amigos perseguían era el de los fundadores de las instituciones liberales en el país, el mejor modo de servirlo no sería obstinarse en la utilización de los mismos medios que ya habían fracasado tantas veces.
Tal la génesis psicológica de esa política de la nueva generación. Teniendo ante sí dos caminos: las armas o las ideas, optó por el segundo, como más a su alcance. Para ello se asoció, escribió. Pero, según las palabras de Alberdi, “transó (sic) aparentemente con el poder de entonces, lo agasajó para no ser estorbado por él”. (Alberdi Escritos póstumos, tomo XV, p. 433). Para mí es indudable que en esas palabras hay una esquematización demasiado rígida y torcida, y que en la conducta de los jóvenes acaudillados por Echeverría y Alberdi, hubo más sinceridad, menos maquiavelismo de los que dice este último. Es raro que la extrema juventud se alíe a tanta hipocresía como, aún en medio de los mayores peligros, supóne la politica que Alberdi esquematiza a posteriori de los hechos en las palabras citadas. Por esos mismos días la juventud liberal italiana arrostraba riesgos muy superiores a los ofrecidos por la severa represión de Rosas; los principillos reaccionarios de la península hicieron correr ríos de sangre entre 1830 y 1836. La diferencia de conducta no se debe a una diferencia fundamental de carácter entre unos y otros jóvenes, sino a la diferente manera de concebir lo operable. Al mismo tiempo que Alberdi tomaba la suya de los publicistas franceses a la moda, Mazzini la combatía en estos. Y la misma juventud liberal argentina que Alberdi presenta como poseedora de una prudencia monstruosa para sus años, daría poco después muestras de audacia sin cálculo, de heroísmo indudable.
La política de transacción entre los fines del iluminismo y el hecho federal parece haber sido sinceramente concebida y planeada a mediados de la cuarta década del ochocientos por aquellos jóvenes espíritus, cuya euforia de poseedores de la única doctrina explicativa de la novedad surgida en el país se nota en sus escritos de entonces, en los discursos de Sastre, Gutiérrez y Alberdi al inaugurar el Salón Literario, en el Preliminar al estudio del derecho. El análisis detenido de esas producciones lo hará más evidente.
En enero de 1837, Alberdi imprimió un prospecto de la obra que tenía en preparación sobre los principios del derecho. En él exponía la esencia de los conceptos que encerraría y desarrollaría aquélla. Pocos meses después aparecía el Fragmento preliminar al estudio del derecho. Si el título era largo más lo era el subtítulo, que rezaba como sigue “acompañado de una serie numerosa de consideraciones formando una especie de programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina”. La presunción del tono corresponde a la moda de la época y los cortos años del autor.
Alberdi tenía apenas ventisiete, edad en que rara vez pueden dar toda su medida los espíritus filosóficos, que maduran tarde. El manejo de un complicado sistema de ideas en su libro (por artificiosa y poco espontánea que haya sido su redacción), y la conciencia sobre la rareza del hecho, debían de dar a Alberdi un engreimiento que cuadraba con el de sus maestros europeos, los románticos, personajes muy pegados de sí mismos. Pero el sentimiento de Alberdi en el caso no es injustificado. Teniendo en cuanta la circunstancia antes apuntada sobre la estación del florecimiento filosófico, su trabajo es notable. Notable por la concepción general, por la cantidad de filosofía verdadera que (no obstante los prejuicios de escuela) Alberdi ha encerrado en su libro, por su capacidad para el desarrollo de las ideas, por el aplomo de sus juicios, por su independencia de espíritu respecto de los maestros (cuyas fórmulas abandona muchas veces, sustituyéndoles otras de su cosecha), por su discernimiento de la compleja experiencia política nacional.
Vale la pena detenerse a comentar este libro, fundamental en la obra de Alberdi en la parte que interesa al objeto de estos estudios.
La filosofía no le interesaba a nuestro jóven autor sino como proveedora de principios a cuya luz debían aparecer con toda claridad sus conceptos sobre el derecho. Este era el objeto permanente del Fragmento preliminar. Desde el principio confiesa Alberdi la evolución sufrida por él (bajo el influjo del publicista francés que introdujo el historicismo alemán en Francia) en la concepción del derecho: “Abrí a Lerminier”, dice, “y sus ardientes páginas hicieron en mis ideas el mismo cambio que en las suyas había operado el libro de Savigny. Dejé de concebir el derecho como una colección de leyes escritas. (Alberdi Escritos jurídicos, T. I, pág …, de la ed. de J. V. González). Señalado un extremo de la evolución, pasa a señalar el otro, con el cual entra de lleno en materia. El derecho es, para el autor del Fragmento preliminar “un elemento constitutivo de la sociedad, que se desarrolla con ésta, de una manera individual”, del mismo modo que “el arte, la filosofía, la industria, no son como el derecho, sino fases vivas de la sociedad, cuyo desarrollo se opera en una íntima subordinación a las condiciones de tiempo y lugar”. (Ibid, ps. 14-15); “aunque (el derecho) es indestructible y universal en su substancia, en su principio, su aplicación debe ser tan móvil como las relaciones que preside, y éstas como las necesidades sociales, tan fecundas también como los climas y los siglos”; “el derecho positivo es totalmente adherente, privativo, peculiar de cada pueblo, de cada momento; como dice Montesquieu, sería una rarísima casualidad que pudiese recibir una doble aplicación”. (Ibid, ps 119-120).
El derecho relativo y variable es para Alberdi, pues, el positivo; no así el derecho natural, cuya inmutabilidad afirma declarando blasfemos a quienes la niegan. Es tan categórico sobre este punto que, en cierto momento, llega a confundir lo que él mismo había distinguido, estableciendo un pasaje del derecho positivo al derecho natural: “Con la serie de los tiempos” dice, “el derecho acaba por tomar una inflexibilidad de hierro” (Ibid, p. 100); y más adelante: “Cada día debe asimilarse más y más el derecho real al derecho racional…” (Ibid, p. 121). Ilusión contradictoria con sus afirmaciones iniciales. Pero una frase de Guizot, que cita de inmediato, remedia la contradicción: “La perfección racional es el fin, pero la imperfección es la condición”.
Otros desfallecimientos encierra el opúsculo, cuyo jóven autor suele perderse en un laberinto de distingos, y que tan pronto coloca al derecho en el subordinado lugar que le corresponde como hace de él una disciplina intelectual que engloba a todas sus afines. Mas, pese a los defectos (o tal vez a causa de ellos el Fragmento preliminar es la manifestación más notable de pensamiento filosófico entre nosotros, durante el siglo XIX. Tal aparece también en la excelente página que resume los opuestos vicios del abstractismo jurídico y del historicismo extremos:
“Despreciar la historia, los hechos, la realidad, es oponerse a la fuerza, y negar a esta fuerza su dosis necesaria de verdad y legitimidad, pues que no es fuerza sino porque es o miente ser legítima. Despreciar lo racional, lo filosófico, lo universal, es despreciar la fuente de lo real, de lo histórico, de lo nacional, y por lo tanto, es comprender mal todo esto; es limitar la verdad a la realidad, la filosofía a la historia, todo hecho es verdadero, legítimo, justo, sin otra razón que porque es hecho. Tal es error de la escuela histórica. Sin duda que no es chico. El mejor partido será siempre un temperamento medio entre los extremos, de la escuela histórica que ve la razón en todas partes, y la escuela filosófica que no la ve en ninguna”. (Alberdi Escritos jurídicos, I; p. 123, ed. J. V. González).
Al precepto uniendo el ejemplo, el autor del Fragmento preliminar aplicó a la realidad argentina el criterio expuesto en esa página. La tópica de su aplicación se refiere más a la política que al derecho. Una palabra de su maestro Lerminier, que él califica de profunda: “la vocación del derecho es enteramente política” (Ibid, p. 159), había sacado a Alberdi de la órbita de lo jurídico puro a que se suelen limitar los estudios de los doctores noveles. Y su opúsculo de 1837 no es principalmente el preliminar al estudio del derecho que el título promete, sino un tratado de ciencia política argentina. Más por eso mismo es que el libro ha tenido nuestra atención. Pues lo que este trabajo se propone examinar no son las ideas jurídicas y filosóficas de Alberdi, sino su política, teórica y práctica, y su influencia decisiva en los acontecimientos del Río de la Plata en 1838.
Queda más arriba señalada de paso la esencia de la política emprendida por la joven generación argentina al definirse en el país el triunfo de la causa federal. Hay que insistir sobre ello. Hasta ahora no se ha destacado con exactitud uno de sus aspectos salientes. El Fragmento preliminar es, entre otras cosas, un estatuto intelectual ofrecido por Alberdi a Rosas. Las escapatorias ulteriores del publicista que había cambiado de opción práctica, aceptadas sin examen, han extraviado sobre el verdadero alcance de aquel hecho. Pero la confusión no resiste al estudio de los textos.
Cierto, la política planteada por Alberdi en su opúsculo de 1837 no es capitulación ante el triunfo federal. Es sólo una componenda, en la cual se reservan (para procurarlos a su tiempo) los fines esenciales de la causa opuesta. Su propio carácter imitativo de la política moderada seguida en Francia por los maestros del liberalismo es una prueba más de la seriedad con que Alberdi planteaba la transacción con el rosismo, no como astucia de campaña opositora bajo un régimen de censura de la prensa y despótica represión, sino como expediente de oportunidad para sacarle al despotismo, inevitable por el momento, lo que pudiera dar de sí, a la espera del otro momento en que la causa liberal volviese por todos sus fueros. La joven generación quería galopar al lado del potro, hasta que se amansara.
Pero la transacción, lejos de ser lo accesorio en el opúsculo de Alberdi, es parte fundamental del mismo, como que se enlaza con uno de los dos aspectos esenciales de su doctrina: el que se refiere a la necesidad de que el derecho positivo, relativo y mudable, contemple las exigencias de lugar y de tiempo. En ese criterio se basa todo el examen de la realidad nacional hecho por Alberdi en 1837.
Tomando las cosas desde el comienzo el autor del Fragmento dice: “cuando en mayo de 1810 dimos el primer paso de una sabia jurisprudencia política y aplicamos a la cuestión de nuestra vida política, la ley de las leyes: esta ley quiere ser aplicada con la misma decisión a nuestra vida civil, y a todos los elementos de nuestra sociedad, para completar una independencia fraccionaria hasta hoy”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, p. 12 ed. J. V. González). Y agrega que los norteamericanos son “felices…por haber adoptado desde el principio instituciones propias a las circunstancias normales de su ser nacional. Al paso que nuestra historia constitucional no es más que una continua serie de imitaciones forzadas…La guerra y la desolación han debido ser las consecuencias de una semejante lucha contra el imperio del espacio y del tiempo” (Ibid, p. 18); “La inteligencia quiere también su Bolívar, su San Martín” (Ibid, p. 20); “tenemos ya una voluntad propia; nos falta una una inteligencia propia” (Ibid, p. 21); “una nueva era se abre, los pueblos de Sud América, modelada sobre la que hemos empezado nosotros, cuyo doble carácter es: la abdicación de lo exótico, por lo nacional; del plagio, por la espontaneidad; de lo extemporáneo, por lo oportuno; del entusiasmo, por la reflexión; y después, el triunfo de la mayoría popular sobre la minoría popular” (Ibid, p. 40).
Lo nacional, lo auténtico, lo espontáneo de que habla el autor del Fragmento preliminar no es, en resumidas cuentas, lo oportuno. Cuando creíamos que iba a delinear los rasgos particulares de una sociedad adulta, nos sale con que la particularidad que a ella le atribuye es la infancia “No tenemos historia, somos de ayer, nuestra sociedad en embrión… estamos bajo el dominio del instinto”(Ibid, p. 58). Más por lo menos reconoce el valor de la oportunidad en política. Y ello significa la superación del concepto unitario del transplante de las instituciones europeas al nuevo continente, tal y como aparecían en el viejo después de largos siglos de evolución. La polémica que en consecuencia lleva contra el partido derrotado es vigorosísima. Cuando la unidad filosófica, dice, acabe con la incoherencia general, escribiremos nuestro código, “expresión de la unidad social …Tal es lo que parecen no haber comprendido un instante aquellos que han pretendido someter nuestra constitución nacional a una forma unitaria. Y en este sentido nosotros acordamos preferentemente a los que han seguido la idea federativa un sentimiento más fuerte y más acertado de las condiciones de nuestra actualidad nacional” (Ibid, p. 58). Y en otro lugar: “Confesemos que la civilización de los que nos precedieron se había mostrado impolítica y estrecha: había adoptado el sarcasmo como un medio de conquista, sin reparar que la sátira es más terrible que el plomo, porque hiere hasta el alma y sin remedio. No debiera extrañarse que las masas incultas cobraran ojeriza contra una civilización de la que no habían merecido “sino un tratamiento cáustico y hostil“” (Ibid, p. 43). Y por último: “Pretender nivelar el progreso americano al progreso europeo, es desconocer la fecundidad de la naturaleza en el desarrollo de todas sus creaciones: es querer subir tres siglos sobre nosotros mismos” (Ibid).
El autor del Fragmento preliminar describe del siguiente modo la actualidad nacional: “los que piensan que la situación presente de nuestra patria es fenomenal, episódica, excepcional, no han reflexionado con madurez sobre lo que piensan. La historia de los pueblos se desarrolla con una lógica admirable. Hay, no obstante, posiciones casuales, que son siempre efímeras; pero tal no es la nuestra. Nuestra situación, a nuestro ver, es normal, dialéctica, lógica. Se veía venir, era inevitable, debía de llegar más o menos tarde, pues no era más que la consecuencia de premisas que habían sido establecidas de antemano. Si las consecuencias no han sido buenas, la culpa es de los que sentaron las premisas, Y el pueblo no tiene otro pecado que haber seguido el camino de la lógica. La culpa, hemos dicho, no el delito, porque la ignorancia no es delito. ¿En qué consiste esta situación? En el triunfo de la mayoría popular que algún día debía ejercer los derechos políticos de que había sido habilitada. Esta misma mayoría existe en todos los Estados de Sud América, cuya constitución normal tiene con la nuestra una fuerte semejanza que deben a la antigua política colonial que obedecieron juntos. El día que halle representantes, triunfará también, no hay que dudarlo, y ese triunfo será de un ulterior progreso democrático, por más que repugne a nuestras reliquias aristocráticas”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, p. 39, ed. J.V. González)
…“Por lo demás, aquí no se trata de calificar nuestra situación actual; sería arrojarnos una prerrogativa de la historia. Es normal, y basta; es porque es, y porque puede no ser. Llegará tal vez un día en que no sea como es, y entonces sería tal vez tan natural como hoy. El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe. Lo comprendemos como Aristóteles, como Montesquieu, como Rousseau, como Volney, como Moisés como Jesucristo. Así, si el despotismo pudiese tener lugar entre nosotros, no sería el despotismo de un hombre sino el despotismo de un pueblo: sería la libertad déspota de sí misma; sería la libertad esclava de la libertad. Pero nadie se esclaviza por designio, sino por error. En tal caso, ilustrar la libertad, moralizar la libertad, sería emancipar la libertad”. (Ibid, ps. 36-37).
En esa descripción, el maridaje del historiador y del iluminismo es perfecto. El hecho es dialectizado, pero no juzgado. Y al rehuir el juicio, Alberdi deja adivinar que, de formularlo, habría sido adverso. El sociólogo admite el hecho como exigencia del realismo postulado por la escuela histórica; mas el político idealista no deja de considerarlo un mal, aunque necesario, al encarar -en un prudente condicional- la hipótesis de su maldad, atribuyendo la culpa a quienes sentaron las premisas, es decir, a quienes pretendieron violentar la evolución del país.
El sesgo de esas consideraciones induciría a admitir la aludida escapatoria de Alberdi, que habla de los “sofismas” de su prefacio como de ardides de guerra. No así otros pasajes, que debemos transcribir para mostrar la importancia de la política transigente planteada y durante cierto tiempo ensayada por la nueva generación argentina:
“es…nuestra misión presente”, dice el autor del Fragmento preliminar, “el estudio y el desarrollo pacífico del espíritu americano, bajo la forma más adecuada y propia. Nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos una fuerte intuición de estas verdades, a la vista de su profundo instinto antipático contra las teorías exóticas. Desnudo de las preocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es advertido desde luego, por su razón espontánea, de no sé qué de impotente, de ineficaz, de inconducente que existía en los medios de gobierno practicados precedentemente en nuestro país; que estos medios, importados y desnudos de toda originalidad, no podían tener aplicación en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían totalmente de aquellas a que debían su origen exótico; que, por tanto, un sistema propio nos era indispensable. Esta exigencia nos había sido ya advertida por eminentes publicistas extranjeros. Debieron estas consideraciones inducirle en nuevos ensayos, cuya apreciación es, sin disputa, una prerrogativa de la Historia, y de ningún modo nuestra, porque no han recibido todavía todo el desarrollo a que están destinados y que sería menester para hacer una justa apreciación. Entretanto podemos decir que esta concepción no es otra cosa que el sentimiento de la verdad profundamente histórica y filosófica, que el derecho se desarrolla bajo el influjo del tiempo y del espacio. Bien, pues; lo que el gran magistrado ha ensayado de practicar en la política es llamada la juventud a ensayar en el arte, en la filosofía, en la industria, en la sociabilidad; es decir, es llamada la juventud a investigar la ley y la forma nacional del desarrollo de estos elementos sociales”. (Alberdi: Escritos póstumos, I, ps. 25-26, ed. J. V. González).
Se advierte ahí la misma repugnancia a juzgar el hecho Rosas, y los elogios a éste son nada más que concesiones. Pero es sincero el reconocimiento de su originalidad. Y el carácter de esa originalidad encaja perfectamente en el sistema filosófico sustentado por el autor del Fragmento preliminar. No es difícil que el joven Alberdi se creyera capaz de realizar una política americana original, aunque de modales europeos, superando el ensayo de Rosas. Pero esa ilusión no alcanza a perturbar el juego de las grandes ideas del historicismo que permitían comprender la realidad argentina del momento, tal cual ella se presentaba. Véase cómo insiste Alberdi en sus conceptos:
“No más tutela doctrinaria que la inspección severa de nuestra Historia próxima. Hemos pedido… a la filosofía una explicación del vigor gigantesco del poder actual; la hemos podido encontrar en su carácter altamente representativo. Y en efecto, todo poder que no es la expresión de un pueblo, cae: el pueblo es siempre más fuerte que todos los poderes, y cuando sostiene uno es porque lo aprueba. La plenitud de un poder popular es un síntoma irrecusable de su legitimidad. “La legitimidad del gobierno está en ser -dice Lerminier-. Ni en la Historia ni en el pueblo cabe la hipocresía, y la popularidad es el signo más irrecusable de la legitimidad de los gobiernos””. (Alberdi: Escritos jurídicos, I, p.17).
Una cita de Napoleón en el mismo sentido es menos adecuada, puesto que al decir: “Todo gobierno que no ha sido impuesto por el extranjero es un gobierno nacional”, el usurpador del trono francés hablaba pro domo sua. Las necesidades de la argumentación han llevado al autor del Fragmento preliminar sin duda más lejos de donde se proponía llegar. Más adelante se verá cómo corrige el concepto de la legitimidad por el sólo hecho del origen popular del gobierno. Pero las anteriores consideraciones estaban destinadas a desvirtuar las habituales tergiversaciones de los emigrados sobre la legitimidad del poder establecido en la Confederación Argentina, tergiversaciones en las que basaban su política de guerra por todos los medios, que Alberdi juzgaba severamente:
“Nada…más estúpido y bestial que la doctrina del asesinato político…Derrocar los gobiernos”, dice, “es pretender mejorar el fruto de un árbol cortándole Dará nuevo fruto, pero siempre malo, porque habrá existido la misma savia; abonar la tierra y regar el árbol será el único medio de mejorar el fruto. ¿A qué conduciría una revolución de poder entre nosotros? ¿Dónde están las ideas nuevas que habría que realizar? Que se practiquen cien cambios materiales, las cosas no quedarán de otro modo que los que están, o no valdrá la mejoría la pena de ser buceada por una revolución. Porque las revoluciones materiales suprimen el tiempo, copan los años y quieren ver de un golpe lo que no puede ser desenvuelto sino al favor del tiempo. Toda revolución material quiere ser fecunda, y cuando no es la realización de una mudanza moral que la ha precedido, abunda en sangre y esterilidad en vez de vida y progreso. Pero la mudanza, la preparación de los espíritus, no se opera en un día. ¿Hemos examinado la situación de los nuestros? Una anarquía y ausencia de creencias filosóficas, literarias, morales, industriales, sociales los dividen. ¿Es peculiar de nosotros el achaque? En aparte; en el resto es común a toda la Europa, y resulta de la situación moral de la humanidad en el presente siglo. Nosotros vivimos en medio de dos revoluciones inacabadas. Una nacional y política que cuenta ventisiete años, otra humana y social que principia donde muere la Edad Media, y cuenta trescientos años. No se acabarán jamás, y todos los esfuerzos materiales no harán más que alejar su término si no acudimos al remedio verdadero: la creación de una fe común”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, ps. 28-29. ed. J.V González).
Aquí aparece perfectamente expuesta la teoría del progreso pacífico difundida en Francia por los maestros del liberalismo europeo, y adoptada con calor por la nueva generación argentina. Hay en ella verdades válidas para todos los tiempos, pero que el mismo Alberdi desconocería pocos meses después, al emigrar a Montevideo y sumarse a la oposición a mano armada contra Rosas, incurriendo en errores admirablemente enrostrados a los unitarios en las páginas del Fragmento preliminar.
¿Cuál fue la razón de que un año y medio más tarde, emigrado Alberdi a Montevideo, trocara esos conceptos de evolución pacífica por los de la necesidad revolucionaria?
Por todo lo que se sabe a ciencia cierta no es presumible que el cierre del Salín Literario, ni la cesación de La Moda, ni la expatriación de los jóvenes liberales se debiera a un cambio en la conducta de Rosas frente a la política de aquéllos, tal y como la proclamaron en el Prospecto del Fragmento preliminar a principios de 1837 y la continuaron hasta entrado el año 1838. Ella era conveniente para el régimen establecido. Quien cambió fue la nueva generación. Y no porque el ambiente de la dictadura se hubiese hecho más irrespirable en el curso de esos diez y ocho, o veinte meses, que en los dos años anteriores a la concep­ción pública de la transigencia con Rosas, sino porque creyó hallar una ocasión para cambiar de táctica.
Alberdi lo confirma en Escritos póstumos. Pocos meses después de su llegada a Montevideo diría en artículo perio­dístico: “Emigrados espontáneamente, sin ofensas ni odios, sin motivos personales, nada más que por odio a la tira­nía… nuestras palabras jamás tendrán por resorte motivo ninguno personal. Ni a la persona, ni a la administración del señor Rosas tenemos que dirigir quejas personales de injurias que jamás nos hicieron” (Alberdi, Escritos póstumos, XIII, p. 478), y en los citados apuntes autobiográficos, resu­miendo su actitud frente a los conflictos internacionales de Rosas con Bolivia, Uruguay y Francia; diría años más tarde de: “La juventud dejó inmediatamente la revolución inte­ligente (es decir, la del progreso pacífico exaltado en el Fragmento preliminar), y se entregó a la revolución arma­da: dejó las ideas y tomó la acción: este camino le pareció preferible, por ser más corto. Diplomacia, concesiones, ma­nejos parlamentarios, todo quedó a un lado con las letras: la juventud dió la cara y se proclamó en guerra abierta con la tiranía. Ella no olvidó que el país no contenía ele­mentos suficientes de reacción; y que era indispensable para hacer girar la rueda de la revolución adoptar un eje extranjero. Bolivia podía servir a este fin a falta de otro poder mayor. El Estado Oriental, con mucha más razón que Bolivia; pero ninguno como la Francia. La juventud pues, se contrajo a establecer la cuestión francesa en prove­cho de la revolución”. (Alberdi Escritos póstumos, XV, ps. 435-437).

viernes, 5 de agosto de 2011

Schopenhauer: el primer golpe a la Ilustración

Por el Prof. Alberto Buela

En Arturo Schopenhauer (1788-1860) toda su filosofía se apoya en Kant y forma parte del idealismo alemán pero lo novedoso es que sostiene dos rasgos existenciales antitéticos con ellos: es un pesimista y no es un profesor a sueldo del Estado. Esto último deslumbró a Nietzsche.
Hijo de un gran comerciante de Danzig, su posición acomodada lo liberó de las dos servidumbres de su época para los filósofos: la teología protestante o la docencia privada. Se educó a través de sus largas estadías en Inglaterra, Francia e Italia (Venecia). Su apetito sensual, grado sumo, luchó siempre la serena reflexión filosófica. Su soltería y misoginia nos recuerda el tango: en mi vida tuve muchas minas pero nunca una mujer. En una palabra, conoció la hembra pero no a la mujer.
Ingresa en la Universidad de Gotinga donde estudia medicina, luego frecuenta a Goethe, sigue cursos en Berlín con Fichte y se doctora en Jena con una tesis sobre La cuádruple raíz del principio de razón suficiente en 1813.
En 1819 publica su principal obra El mundo como voluntad y representación y toda su producción posterior no va ha ser sino un comentario aumentado y corregido de ella. Nunca se retractó de nada ni nunca cambió. Obras como La voluntad en la naturaleza (1836), Libertad de la voluntad (1838), Los dos problemas fundamentales de la ética (1841) son simples escolios a su única obra principal.
Sobre él ha afirmado el genial Castellani: “Schopen es malo, pero simpático. No fue católico por mera casualidad. Y fue lástima porque tenía ala calderoniana y graciana, a quienes tradujo. Pero fue “antiprotestante” al máximo, como Nietzsche, lo cual en nuestra opinión no es poco…Tuvo dos fallas: fue el primer filósofo existencial sin ser teólogo y quiso reducir a la filosofía aquello que pertenece a la teología”
En 1844 reedita su trabajo cumbre, aunque no se habían vendido aun los ejemplares de su primera edición, llevando los agregados al doble la edición original.
Nueve años antes de su muerte publica dos tomos pequeños Parerga y Parilepómena, ensayos de acceso popular donde trata de los más diversos temas, que tienen muy poco que ver con su obra principal, pero que le dan una cierta popularidad al ser los más leídos de sus libros. Al final de sus días Schopenhauer gozó del reconocimiento que tanto buscó y que le fue esquivo.
Schopenhauer siguió los cursos de Fichte en Berlín varios años y como “el fanfarrón”, así lo llama, parte y depende también de Kant.
Así, ambos reconocen que el mérito inmortal de la crítica kantiana de la razón es haber establecido, de una vez y para siempre, que los entes, el mundo de las cosas que percibimos por los sentidos y reproducimos en el espíritu, no es el mundo en sí sino nuestro mundo, un producto de nuestra organización psicofísica.
La clara distinción en Kant entre sensibilidad y entendimiento pero donde el entendimiento no puede separarse realmente de los sentidos y refiere a una causa exterior la sensación que aparece bajo las formas de espacio y tiempo, viene a explicar a los entes, las cosas como fenómenos pero no como “cosas en sí”.
Muy acertadamente observa Silvio Maresca que: “Ante sus ojos- los de Schopenhauer- el romanticismo filosófico y el idealismo (Fichte-Hegel) que sucedieron casi enseguida a la filosofía kantiana, constituían una tergiversación de ésta. ¿Por qué? Porque abolían lo que según él era el principio fundamental: la distinción entre los fenómenos y la cosa en sí”.
Fichte a través de su Teoría de la ciencia va a sostener que el no-yo (los entes exteriores) surgen en el yo legalmente pero sin fundamento. No existe una tal cosa en sí. El mundo sensible es una realidad empírica que está de pie ahí. La ciencia de la naturaleza es necesariamente materialista. Schopenhauer es materialista, pero va a afirmar: Toda la imagen materialista del mundo, es solo representación, no “cosa en sí”. Rechaza la tesis que todo el mundo fenoménico sea calificado como un producto de la actividad inconciente del yo. ¿Que es este mundo además de mi representación?, se pregunta. Y responde que se debe partir del hombre que es lo dado y de lo más íntimo de él, y eso debe ser a su vez lo más íntimo del mundo y esto es la voluntad. Se produce así en Schopenhauer un primado de lo práctico sobre lo teórico.
La voluntad es, hablando en kantiano “la cosa en sí” ese afán infinito que nunca termina de satisfacerse, es “el vivir” que va siempre al encuentro de nuevos problemas. Es infatigable e inextinguible.
La voluntad no es para el pesimista de Danzig la facultad de decidir regida por la razón como se la entiende regularmente sino sólo el afán, el impulso irracional que comparten hombre y mundo. “Toda fuerza natural es concebida per analogiam con aquello que en nosotros mismos conocemos como voluntad”.
Esa voluntad irracional para la que el mundo y las cosas son solo un fenómeno no tiene ningún objetivo perdurable sino sólo aparente (por trabajar sobre fenómenos) y entonces todo objetivo logrado despierta nuevas necesidades (toda satisfacción tiene como presupuesto el disgusto de una insatisfacción) donde el no tener ya nada que desear preanuncia la muerte o la liberación.
Porque el más sabio es el que se percata que la existencia es una sucesión de sin sabores que no conduce a nada y se desprende del mundo. No espera la redención del progreso y solo practica la no-voluntad.
El pesimista de Danzig al identificar la voluntad irracional con la “cosa en sí” puede afirmar sin temor que “lo real es irracional y lo irracional es lo real” con lo que termina invirtiendo la máxima hegeliana “todo lo racional es real y todo lo real es racional”. Es el primero del los golpes mortales que se le aplicará al racionalismo iluminista, luego vendrá Nietzsche y más tarde Scheler y Heidegger. Pero eso ya es historia conocida. Salute.

Post Scriptum:
Schopenhauer en sus últimos años- que además de hablar correctamente en italiano, francés e inglés, hablaba, aunque con alguna dificultad, en castellano. La hispanofilia de Schopenhauer se reconoce en toda su obra pues cada vez que cita, sobre todo a Baltasar Gracián (1601-1658), lo hace en castellano. Aprendió el español para traducir el opúsculo Oráculo manual (1647). También cita a menudo El Criticón a la que considera “incomparable”. Existe actualmente en Alemania y desde hace unos quince años una revista de pensamiento no conformista denominada “Criticón”. También cita y traduce a Calderón de la Barca.
Miguel de Unamuno fue el primero que realizó algunas traducciones parciales del filósofo de Danzig, como corto pago para una deuda hispánica con él. En Argentina ejerció influencia sobre Macedonio Fernández y sobre su discípulo Jorge Luis Borges. Tengo conocimiento de dos buenos artículos sobre Schopenhauer en nuestro país: el del cura Castellani (Revista de la Universidad de Buenos Aires, cuarta época, Nº 16, 1950) y el mencionado de Maresca.

lunes, 1 de agosto de 2011

El niño Modelo (Domingo F. Sarmiento)

Por Arturo Jauretche

EL NIÑO MODELO
Esta no es una zoncera vernácula, pero es madre de otras que lo son. Fue importada de los Estados Unidos como la "coca-cola", pero con menos aceptación por los párvulos.
Mark Twain nos ha divertido con sus historias del niño bueno y el niño malo, ridiculizando una educación que porque Benjamín Franklin estudiaba de noche y con vela, espera del estudio nocturno y con vela que cada niño invente el pararrayos.
El niño modelo de los norteamericanos es el niñito Benjamín Franklin: el nuestro, el niñito Domingo Faustino Sarmiento. Los norteamericanos propusieron a Franklin porque el otro candidato, Abraham Lincoln, tenía un físico más bien para niño malo. Aquí no se tuvo en cuenta la belleza física, como se comprueba con sólo mirar los innumerables Sarmiento, que en mármol, bronce, yeso o en reproducción fotográfica acechan a los niños en todos los rincones escolares. Tal vez el haber llegado a Presidente de la República en un país donde se educa para ciudadano y no para argentino, haya sido factor decisivo, desde que ser Presidente es la legítima aspiración de todo niño modelo que se respete.
En la práctica se trata de un error; lo que conviene es ingresar en el Colegio Militar aunque no se sea cadete modelo. Pero las zonceras —como se ve y se verá— son siempre teóricas y rechazan la experiencia.
Para compensar las lógicas resistencias maternales a que sus tiernas criaturas se parezcan físicamente al modelo, se distribuye una imagen de niño malo, la de Facundo, ocultando sus rasgos bajo una pelambre aterrorizadora, y se enseña a las criaturas lo que el niño modelo cuenta sobre la niñez del niño malo, que si no mató al padre fue porque estaba ocupado en sacarle los ojos a las gallinas. De quién era el feo —entre el niño malo y el bueno- tenemos un testimonio. Juan Bautista Alberdi, de vuelta de algunas de sus zonceras, de las que terminó siendo víctima, dice en "Palabras de un ausente": "Perdido entre los miembros del Instituto de Francia, cualquiera por la forma de la cabeza hubiera tomado a Facundo Quiroga como rival de Arago, el astrónomo; yo he visto bien a los dos". "Sarmiento, al contrario, ha sido equivocado con un aborigen de la pampa por las primeras gentes del gobierno de Washington, según lo he oído a un testigo ocular".
El niño modelo, según el patrón norteamericano, lleva un diario de su vida que se interrumpe por muerte prematura. El nuestro tiene que vivir para llegar a Presidente y para escribir su biografía ya crecidito. En este caso, la biografía se llama Recuerdos de Provincia. (Es curioso que todas las autobiografías sean de niños modelos. Habría que averiguar por qué no las escriben los niños malos).
Vamos a ver ahora algunas zonceras del niño modelo que son utilizadas en la educación de nuestros párvulos.

I) El niño que no faltó nunca a la escuela
La imagen del niñito Domingo Faustino Sarmiento que usted lleva metida adentro, es la de una especie de Pulgarcito con cara de hombre, calzado con grandes botas y cubierto con un enorme paraguas, marchando cargado de libros bajo una lluvia torrencial. (Los niños sanjuaninos son los únicos a quienes esta imagen no impresiona, pues saben que jamás llueve en San Juan durante "el período lectivo" como dice la prestigiosa "docente" doña Italia Migliavacca. Más bien a San Juan le da por los temblores y los terremotos).
¿A quién no le han machacado en la edad escolar cuando uno prefería quedarse en la cocina junto a las tortas y al maíz frito en los días lluviosos, conque Sarmiento nunca faltó a clase así lloviera, nevara o se desataran huracanes?
Lo dice el mismo niño modelo en Recuerdos de Provincia.
"Desde 1816, fecha en que ingresé en la escuela de primeras letras, la Escuela de la Patria, a la edad de cinco años, asistí a ella durante nueve regularmente, sin una falta". Esta es una de las virtudes del niño modelo que más ha torturado a la infancia argentina hasta la aparición de la nueva ola de niños malos (“revisionistas”). “¡Nueve años sin una falta a la escuela de primeras letras”, comentan estos malvados. Y agregan ante el contrito magisterio: "¡Flor de burro el tal niño modelo para pasarse nueve años aprendiendo las primeras letras! ¡Y después lo critican a uno si repite el grado!".
Conviene poner las cosas en su lugar.
El mismo niño modelo nos dice que en 1821, a los seis años de su ingreso en la escuela de primeras letras fue llevado al Seminario de Loreto de Córdoba, con lo que los nueve años de asistencia perfecta que nos cuenta quedaría reducidos a seis.
¿Volvió el niñito modelo a la escuela primaria por tres años después del rechazo en el Seminario?
Es indiscutible que una asistencia escolar perfecta de seis años a la escuela de primeras letras es una dosis excesiva hasta para un niñito un poco tarado. Mucho más si se trata de nueve. Y Sarmiento era un niño precoz. También lo dice en Recuerdos de Provincia cuando relata que ingresó a la escuela a los cinco años "sabiendo leer de corrido, en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa inteligencia del asunto puede dar".
Con esto se derrumba la leyenda de los nueve años de asistencia perfecta, pero también la pretensión vengativa de los niños malos (revisionistas) que sostienen que era un burro. Ni un burro ni asistencia perfecta. Un niño cualunque; pero más bien aventajado, pues siempre fue el primero de la clase.
Don Leonardo Castellani, que es fraile y conoce mucho a los chicos, dice que "el chico que nunca se hizo la rabona es sospechoso". En general todos los chicos afirman, como Dominguito, que nunca "se la hicieron", pero conviene desconfiar.

II) El buen compañerito
El artículo 49 del Reglamento del Niño Modelo establece que éste es un buen compañerito. Sarmiento lo sabía y sugiere que era un buen compañerito desde que se pintó como caudillo infantil, que nos cuenta en Recuerdos de Provincia cuando describe las guerrillas a pedradas en las que era jefe de su bando. Este relato es de mano maestra, sólo que resulta un poco contradictorio con lo que se sabe de los niños modelos en general, que nunca tiran piedras ni pelean. Más bien son incomprendidos, lo que los obliga a pasarse los recreos junto a las niñas o al lado de la maestra. (Para caudillo en una de cascotazos el que me gusta es más bien el "niño" Facundo).
¿Era el niño Domingo Faustino Sarmiento un buen compañerito?
En Recuerdos de Provincia, nos cuenta lo siguiente: "Estaba establecido el sistema seguido en Escocia de ganar asientos. Proponíase una cuestión de aritmética y los que no sabían bien me miraban. Se habían de perder en la votación los que se paraban, yo fingía pararme para precipitarlos. Si, por el contrario, convenía pararse, yo me repantigaba en el asiento y me paraba repentinamente para soplarle el lugar a los que me habían estado atisbando."
Cuando le leí esto a mi sobrinito (niño malo revisionista) hizo un comentario irreproducible, agregando enseguida: —"¡Vaya y pase que no soplara! ¡Pero encima enterraba a sus compañeros!".
Así, de las propias palabras del niño modelo resulta que, por un lado era el compañerito que exige el reglamento, y por otro, el "falluto" que dice mi sobrinito con otras cosas más.
Es una lástima que el autor de Recuerdos de Provincia no nos cuente qué le pasaba a la salida de la escuela al niñito modelo que había "enterrado" a sus compañeritos.
Recuerdo que tuve en cuarto grado un compañerito así: la maestra tuvo que ponerlo primero en la fila a la salida de la escuela para que "se las picara" a tiempo; y también estaba obligado a entrar mucho antes de que sonara la campana y a prescindir de "malas juntas" en los recreos.Además, Sarmiento nos cuenta lo siguiente: "No supe nunca bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar un cometa ni uno solo de los juegos infantiles a que no tomé afición en mi niñez".
Esto sí se concilia con la calidad del niño modelo, pero de ninguna manera con la de caudillo de los compañeritos: es como si lo nombraran capitán al más patadura del equipo.
En función de estas contradicciones y la falsedad de aquello de los nueve años de asistencia perfecta es que los niños malos (revisionistas) empiezan a insinuar que el niñito modelo Domingo Faustino Sarmiento era un poco mentirosito.

III) El niño que no mintió jamás
¿Era mentiroso el niñito Domingo Faustino Sarmiento?
También en Recuerdos de Provincia nos dice don Domingo Faustino Sarmiento: "En la escuela me distinguí siempre por una veracidad ejemplar, a tal punto que los maestros la recompensaban proponiéndola de modelo a los alumnos y citándola con encomio y ratificándome más y más en mi propósito de ser siempre veraz, propósito que ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de que dan testimonio todos los actos de mi vida".
Esta veracidad es tanto más meritoria por lo que dice enseguida: "La familia de los Sarmiento tiene en San Juan una no disputada reputación, que han heredado de padres a hijos, direle con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esa cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición que no me queda duda que es alguna calidad de familia".
Hagamos pues el debido mérito a esta veracidad inquebrantable que el niño practicó con el tenaz apoyo de su madre, doña Paula, oponiéndose al "don de la familia".
Dice a este propósito, también en Recuerdos de Provincia: "Mi madre, empero se había prevenido para no dejar entrar, con mi padre, aquella polilla en su casa y nosotros fuimos criados en un santo horror por la mentira".
¿Pero ese "santo horror" sólo duró mientras su madre consiguió impedir que en su casa entrara esa "polilla"? Parece que fue así según resulta de las Mentiras de Sarmiento que escribió Ramón Doll, y que afortunadamente no llega a manos escolares, pues los niños malos aprovecharían la copiosa recopilación de Doll para su labor destructiva del modelo. Sólo basta recordar lo que Sarmiento dice defendiéndose de las inexactitudes de su Facundo: "Cuando hay que mentir se miente", lo que ratifica en la carta a Rafael García del 28 de octubre de 1868: "Si miento, lo hago como don de familia, con la naturalidad y la sencillez de la veracidad".
Como se ve, ya crecidito, al niño Sarmiento —57 años para la fecha de la carta— poco le queda de aquel "propósito que ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de que dan testimonio todos los actos de mi vida". A esa edad Sarmiento confiesa —¿será verdad?— que en materia de veracidad sigue vivito y coleando el "don de familia" y que la veracidad de que "dan testimonio todos los actos de mi vida" está completamente penetrada por la polilla que habría combatido inútil¬mente doña Paula.

Barranca Yaco...

Por Juan Martín Grillo
Otra vez cabalgan los bravos capiangos, al paso del Jefe…
Pero a lo lejos, se forman los nubarrones que anuncian un nuevo punto y aparte en nuestra historia. Estamos en parajes desconocidos de nuestra tierra… como buscando un símbolo que nos guíe. Somos los feroces testigos de una lucha, que se viene prolongando desde hace más de un lustro. Nos aprietan las pilchas de tanto matar caballos, de tanto galope, sin agua, sin una gota de esperanza.
Pero somos soldados del General Quiroga… somos una escolta reducida, pero de buenos federales. Amamos a esta tierra… la sentimos a cada paso… le somos leales porque ella es grande y generosa con los nuestros… no nos engrilla la prudencia, es cierto, pero nunca enseñamos los facones tan solo por prepotear… somos soldados de un ejército que ya es enorme… y solo la voz de Facundo, como un mandato de la Patria misma, acampa en nuestras mentes. Estas no son solo palabras, no son expresiones de deseo. Lo que “los pueblos quieren” es lo providencial. Es lo que Dios, en su infinita gloria, nos depara como buenos hijos suyos que somos. Pero el tiroteo resulta ser fatal. Las banderas azules y blancas… esas glorias que nos rezan “Federación o Muerte”… están manchadas por la infamia más virulenta. Tan solo un tiro, un degüello, una lanceada, y la voz de Facundo ya no es sino un recuerdo…
Pero un recuerdo poderoso… pues todos escuchamos ese alarido antes de la descarga. Todos oímos del Tigre ese último rugido que alega: “Yo soy el Gral. Quiroga… Quien manda esta partida?!”
Después… el silencio… y más al rato la lluvia, simbolizando la rabia contenida del Todopoderoso por la muerte sanguinaria de su Santo Facundo…
Todos fuimos presa del odio… a todos se nos cortó la garganta, como para que nunca más pronunciáramos el nombre de Juan Facundo Quiroga. A todos se nos mintió por muchos años. Y ni el Tata en las Alturas supo que decirnos frente al cruel atropello de unos sicarios. De esto ya han pasado 175 años… Nadie puede olvidar ese 16 de febrero…
Es por eso que ahora, y en voz del que nos lee, ratificamos una lucha que aún no visto el desenlace. No estamos, como más de uno nos ha injuriado, para tomar venganza por la muerte del caudillo. La venganza que nos achacan es tan vil y miserable como los asesinos de nuestro Facundo…
Tampoco nos inspira un falso sentimiento de odio y rebeldía. Todo lo contrario, pues el Gral. Quiroga nos enseñó a vivir en orden y con la fe puesta en los Evangelios. Somos hijos de una piedad que reconocemos como propia.
Pero eso si: somos Gauchos. Somos de esos que creen que hay muertes que sirven de coronación a la vida y que hay otras que solo la truncan.
La muerte de nuestro caudillo en plena refriega, en el calor del entrevero, es de las primeras. Es de esas muertes que no mueren nunca.
Por eso es que estamos aquí, sin perdón ni olvido, pero con la conciencia firme y limpia de pecados. No estamos para matar, sino para dar a luz a la verdad. Esa verdad que es la única realidad que tenemos.
Somos soldados del General Quiroga si, pero no peleamos porque la guerra sea cosa de hombres… peleamos porque Facundo es la verdad, y sus asesinos la mentira.
A Uds., firmes como nosotros, quienes estamos desde el más allá, les dejamos tan solo una copla, que más que copla se torna con el tiempo en un rezo, una plegaria que pide a gritos una verdadera reivindicación honrosa del Tigre de los Llanos: “El General diz que ha muerto, yo les digo así será; más tengan cuidado magogos, no vaiga a resucitar”.
VIVA JUAN FACUNDO QUIROGA! VIVA EL TIGRE DE LOS LLANOS! RELIGIÓN O MUERTE! FEDERACIÓN O MUERTE! VIVA LA PATRIA!