Por el Dr. Abelardo Gerez Rojas
El General Onganía designó, pocos meses después de asumir el gobierno, a Adalbert Krieger Vasena, Ministro de Economía y Trabajo. Su gestión fue la más coherente y firme que desde 1955 adoptara ninguno de los ministros del ramo en todos los gobiernos que se sucedieron desde la caída de Perón. Krieger aplicó sin vacilaciones la política económica dictada por los intereses del gran capital industrial y comercial, de los monopolios extranjeros radicados en la Argentina y de los grupos capitalistas nacionales vinculados a tales intereses. Para poder hacerlo, Onganía alineó las Fuerzas Armadas- detrás de Krieger y aplastó toda tentativa política y sindical de resistir tal política. Su primera medida fue disolver los partidos y prohibir la vida política en el país. Desde ya que esta decisión no era intrínsecamente mala. Todo el sistema de partidos vivía desde hacía décadas en estado putrescente y se había revelado como un fatal obstáculo para la transformación revolucionaria de un país petrificado. Onganía conservó la estructura sindical pero aspiró a controlarla, hasta el punto de que asoció a su política a un sector burocratizado de la dirección sindical, llamada participacionista». Toleró a los «negociadores» expresados por Vandor y hasta admitió la existencia pública de la «CGT de los Argentinos», dirigida por Ongaro aunque desprovista de un poder real para movilizar a las masas obreras. La coherencia económica de Krieger y la firmeza de la política de Onganía llevó directamente al estallido revolucionario de las provincias del Interior dos años más tarde. Esta prueba categórica de la eficacia de tales doctrinas conmovió profundamente a las Fuerzas Armadas y decidió el destino del general Onganía, hasta ese momento objeto de la irrestricta admiración de los oficiales.
Bastará describir brevemente el programa de Krieger Vasena para comprender la racionalidad profunda de los estallidos revolucionarios que suscitó. Con las manos libres, gracias a que Onganía amordazaba al país, Krieger Vasena estableció un «plan de estabilización».
Este plan congeló los salarios y ofreció créditos a la gran empresa extranjera. Permitió a ésta eliminar del mercado a la pequeña empresa nacional, y entregar los bancos nacionales al control imperialista. Como los créditos de la banca oficial o privada se negaban a los capitalistas nacionales, estos debían buscarlos en fuentes financieras usurarias. Con sus costos más altos, debilitaban así su poder competitivo ante la gran empresa extranjera, que a su vez obtenía dinero bancario, o sea dinero más barato. De este modo, el capital bancario proporcionado por el trabajo nacional, era canalizado por Krieger Vasena hacia las empresas extranjeras. Lejos de buscar financiación en el exterior, dichas empresas la encontraban fácilmente en la estructura de la semicolonia, gracias al gobierno de la «modernización».
Mediante esta política, las quiebras y convocatorias de acreedores se convirtieron en la actividad más corriente de la empresa argentina en el período. La concentración industrial –símbolo de la «eficacia»– se hacía en beneficio de la empresa extranjera. Pero Krieger no se detuvo allí. Despojó a los aranceles aduaneros de su carácter proteccionista, con el fin proclamado de intensificar la
modernización de la industria argentina, demasiado mimada y halagada, según su criterio, por un arcaico proteccionismo arancelario, fiscal y bancario. Libradas a sus solas fuerzas, en una economía abierta y en competencia con las mejores industrias del mercado mundial, las argentinas deberían tecnificarse o morir. Naturalmente, murieron. Pues postular unilateralmente una «economía abierta» en un mercado mundial cerrado (donde hasta Estados Unidos protege su carne, sus materias primas y ahora hasta sus industrias de la competencia japonesa), sólo puede conducir a la desaparición de la industria nacional y sólo puede ser defendida por comisionistas de la industria extranjera. Este era precisamente el caso de Krieger Vasena, que al día siguiente de abandonar su sillón de Ministro de
Economía, era designado por el monopolio mundial de alimentos Deltec Internacional, como Director Ejecutivo con un sueldo de u$s10.000 dólares mensuales. Con incomprensible tardanza, pero con indiscutible elocuencia, el Secretario Técnico y Legal del General Onganía, Dr. Roberto Roth, denunciaría (después de su propia renuncia al cargo) La relativa impudicia con que los ministros y funcionarios abandonan los despachos oficiales para ubicarse en los puestos de comando de las empresas cuyas pretensiones inmoderadas presumiblemente debían mantener a raya; la velocidad con que ex secretarios de Estado acceden a Directorios en empresas cuyos créditos y avales oficiales han tramitado, la aparente solución de continuidad en el pasaje de las empresas a los cargos oficiales y
viceversa. La comisión de tales delitos, corruptelas y estafas al Estado por parte del principal Ministro de Estado y sus innumerables asesores y colaboradores, no preocuparon la atención de los Oficiales de Inteligencia de las tres Fuerzas Armadas ni de sus jefes. El Ejército, la Marina y la Aeronáutica cuidaban las espaldas del principal expoliador de la República, síntesis de la Ciencia
Económica moderna e inminente empleado de la Deltec, cuya condición de ciudadano argentino había sido providencialmente salvada gracias al oportuno estallido de la II Guerra Mundial . La política de Krieger se dirigió rápidamente a «mejorar» la eficiencia del sistema bancario. Prohibió la circulación del «cheque cooperativo» y paralizó, con tal decisión, todo el sistema del crédito cooperativo. Este había surgido gracias a la iniciativa de la pequeña industria, los productores rurales y el pequeño comercio argentino, como un recurso para soslayar el bloqueo crediticio a los grandes bancos. Mediante una marca irresistible de importaciones innecesarias y suntuarias, Krieger, despilfarró dólares, redujo a la industria nacional, proporcionó consumos de altos precios a la alta clase media, oligarquía y gran burguesía y despertó la confianza en los círculos internacionales compuestos por gente análoga al ministro. Esta política estaba íntimamente ligada con la implantación del mercado libre de cambios. El drenaje de capital nacional encontró canales legales para deslizarse hacia afuera. Las divisas obtenidas con el fruto de la producción argentina encontraron una vía legal y simple para regresar a su lugar de origen. Mediante la política que sumariamente dejamos descripta, es posible comprender el significado de las declaraciones formuladas por el Dr. Quilici, Ministro de Hacienda del General Lanusse (tercer Presidente de la «Revolución Argentina»), en 1971, relativas a la emigración de capital nacional por un valor de 8.000 millones de dólares. Esa cifra constituye el mejor epitafio que podríamos colocar al pie del período
de Onganía, el título óptimo para la gratitud de la historia y el más puro certificado de su nacionalismo. 231 Fue un comienzo modesto: hacia 1990, los capitales prófugos alcanzaban a los 46.000 millones de dólares. La desnacionalización de los bancos y de la industria fue la única manifestación de la presencia del capital extranjero traído por la política de Krieger. En lugar de
instalar nuevas empresas, resultó más sencillo apoderarse a bajo costo de las empresas existentes. El estímulo a las importaciones innecesarias se transformó después de la desaparición de Krieger en un fardo tan insostenible que condujo a la suspensión total de las importaciones (Septiembre de 1971). De este modo, el período de Onganía Krieger habrá de pasar a nuestra historia económica como
la tentativa más audaz de someter la economía argentina a la hegemonía del capital extranjero. Esa política llegó hasta afectar, con fines puramente fiscales, a los ganaderos. Krieger buscaba balancear, de algún modo, el déficit del presupuesto, respetando como es natural la propiedad terrateniente. Impuso las retenciones a las exportaciones, o sea un impuesto a las mayores ganancias de los hacendados derivadas de la devaluación. Esto movió a Tomás de Anchorena a renunciar en el acto a la Subsecretaría del Ministerio de Agricultura y Ganadería como protesta. Luego, Anchorena fue asesor agrario del Dr. Ricardo Balbín. Anchorena era descendiente del General Pacheco, hombre de Rosas, y había abandonado su carrera militar para atender sus campos. Era productor lechero, de corte «progresista» y modernizador como ocurre generalmente con aquellos que en la zona pampeana han recibido, en las sucesiones familiares, fracciones de campo comparativamente pequeñas.
Por lo demás, la política del capital extranjero en el Ministerio de Economía y Trabajo asumió características de tal modo metropolitanas, que jamás, desde los tiempos de Rivadavia, el interés particular de la Capital Federal había sido tan ostensiblemente privilegiado en relación con las provincias interiores. El «plan» para Tucumán desmanteló la más antigua industria de la provincia,
sin sustituirla por otras: cerca de 250.000 tucumanos emigraron del terruño, desangrando a la provincia tradicionalmente más rica del Norte argentino. La despoblación debilitaría al Chaco, a Formosa, a Corrientes, a Santiago del Estero. Un flagelo de célebres Interventores Federales castigaría a las provincias históricas, empobrecidas cien años antes por las pretorías mitristas.
Toda forma política o presupuestaria del federalismo desapareció sin dejar rastros. Los presupuestos de los Estados provinciales o de alejados municipios eran discutidos (u olvidados) en los despachos del Ministerio del Interior o del Ministerio de Economía, atendidos por jóvenes «expertos»,
generalmente formados en cursillos semestrales de Harvard. Parsimoniosos con las protestas angustiadas del Interior, eran rápidos de oído y piernas ante el chasquido de dedos del amo militar o civil en el régimen autocrático. El séquito innumerable de tecnócratas que pastoreó ávidamente en los ministerios de Krieger Vasena, Dagnino Pastore o Moyano Llerena, sería el primer asombrado, junto al autócrata inepto, aislado en el poder supremo, cuando los pueblos de las provincias se lanzaron a la calle para repudiarlos. No alcanzaban a comprender, mientras llegaban a Buenos Aires las primeras
noticias de las jornadas del 29 de mayo de 1969, en Córdoba, por qué los argentinos del Interior habían resuelto poner término al reino de la eficiencia.
Rosas
viernes, 30 de junio de 2017
Balbinismo y frondizismo
Por el Dr. Abelardo Gerez Rojas
A los catorce meses de producirse el golpe de Septiembre de 1955, estaba agotado. Las divergencias entre Rojas y Aramburu reproducían, en cierto modo, el antagonismo entre Lonardi y Aramburu o entre el Ejército y la Marina. Aramburu representaba, en ese período posterior a los fusilamientos, el ala moderada, frente a la sed de revancha de la oligarquía, cuyos intereses reflejaba más directamente
el Almirante Rojas. Mediante una maniobra de palacio, Aramburu se desembarazó, en enero de 1957, del control de la Junta Militar, que era su poder detrás del trono, y buscó una vinculación con el radicalismo balbinista de la Provincia de Buenos Aires. De ese modo, llega a ser Ministro del Interior de la dictadura, el Dr. Alconada Aramburu, dirigente radical bonaerense, mano derecha del Dr. Balbín y consuegro de Raúl Alfonsín. El dilema era claro: o encontraba una salida electoral con cierta base política, o podrían sobrevenir acontecimientos que pusiesen en peligro a todos los responsables de innumerables crímenes. Así es como se planea una Convención Constituyente que permita un «recuento globular», según la expresión de Américo Ghioldi, «el socialista».
¿Existía el peronismo todavía? Había que comprobarlo en una elección que lo proscribiese y que al mismo tiempo permitiera, por la representación proporcional, el acceso de todos los partidos «democráticos» a la misma, incluido el Partido Comunista, que era el más «democrático» de todos. En el seno del radicalismo se habían producido, en tanto, importantes acontecimientos. La vieja Unión Cívica Radical se había escindido en dos alas: el radicalismo intransigente, cuyo jefe notorio era Arturo Frondizi y el radicalismo del Pueblo, un complicado sistema de alianzas sostenido en ese momento por el balbinismo agrario de la Provincia de Buenos Aires, el sabattinismo de Córdoba y los unionistas liberales de todo el país, fuertes sobre todo en la Capital Federal. Importantes corrientes de la pequeña burguesía vinculadas a la economía industrial o a los sectores agrarios más modernos se agrupaban en el «Frondizismo». La caída de Perón y la Revolución Libertadora, con sus atrocidades, habían liberado a vastos sectores de la clase media tanto de su antiguo odio hacia el peronismo como de sus ilusiones sobre el 16 de septiembre. Se esbozaba un proceso de «nacionalización ideológica» de la pequeña burguesía, que al parecer Frondizi podía canalizar en el futuro. Concluida la Convención Constituyente con el retiro de los convencionales de la UCRI y el voto en blanco del peronismo que, como correspondía a un comicio democrático, había sido proscripto, el radicalismo
del Pueblo, convertido en partido oficial, estimó posible su triunfo en comicios libres. Frondizi fue proclamado candidato a presidente en Tucumán muchos meses antes de las elecciones, que finalmente se fijan para el 23 de febrero de 1958. Esa decisión de los intransigentes divide en dos sectores a la Unión Cívica Radical. Por su parte, se funda la Unión Cívica Radical del Pueblo, que proclama candidato a presidente a Ricardo Balbín. Para ambos contendientes, se trataba de obtener dos cosas de naturaleza opuesta: para Balbín, lograr la abstención electoral del peronismo; para Frondizi, su concurrencia. En este último caso, la opción por su candidatura era inevitable. A Balbín lo apoyaban la clase media agraria, la oligarquía terrateniente y comercial y los más enconados enemigos del peronismo. Por gestión del periodista Ramón Prieto y de John William Cooke, el
radicalismo dirigido por Frondizi llega a un acuerdo con el General Perón. Se trataba de formalizar un pacto entre el caudillo exiliado y el candidato radical a Presidente. Frondizi se comprometía a promulgar una Ley de Asociaciones Profesionales, dar garantías de legalidad progresiva al peronismo y avanzar en la perspectiva de una política económica nacional. El apoyo de Perón a Frondizi se expresó por medio de una carta autógrafa que circuló profusamente en los días anteriores a las elecciones del 23 de febrero de 1958. Al mismo tiempo, el gobierno y los enemigos de Frondizi hacían circular otra carta autógrafa de Perón, en la que recomendaba el voto en blanco. De todos modos, un sector importante del peronismo procedió de ese modo. Pero bastó que sólo una parte del gran movimiento se inclinara por Frondizi, como medio de condenar a la Revolución Libertadora que aparecía simbolizada por Balbín, para que el triunfo de la UCRI fuese categórico. La caída de Perón había dejado sin representación a los intereses del empresariado nacional. Para la clase obrera, la proscripción del peronismo equivalía a su propia exclusión. El gobierno de Frondizi apareció como una alianza de los sectores nacionales de la burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado.
Ese fue el sentido que Perón asignó a su apoyo a Frondizi. Pero en esa alianza, donde la clase obrera –sin otra opción–, se movilizaba una vez más para decidir el curso de los acontecimientos, faltaba un ingrediente fundamental: el Ejército. La milicia de 1945 había sido aniquilada en 1955, la burguesía no puede enfrentar por sí misma al Ejército y desenvolver sin él su programa. El «pacto nacional» de 1958 nacía así herido de muerte. Derrotados en las urnas, los oficiales facciosos del 16 de septiembre rodearían con un cerco de hierro al gobierno triunfante y lo transformarían en un espectro de sí mismo, arrancándole poco a poco los últimos jirones de su arrogante programa. Recuperado de su agotamiento bélico de 1945, el imperialismo mundial iniciaba su pleno restablecimiento. En el orden local, el resurgimiento político de la oligarquía muestra su poder económico intacto. El Ejército se transforma en una guardia pretoriana del viejo orden. Tal es el cuadro nacional e internacional en
cuyos límites deberá actuar el gobierno de Frondizi.
A los catorce meses de producirse el golpe de Septiembre de 1955, estaba agotado. Las divergencias entre Rojas y Aramburu reproducían, en cierto modo, el antagonismo entre Lonardi y Aramburu o entre el Ejército y la Marina. Aramburu representaba, en ese período posterior a los fusilamientos, el ala moderada, frente a la sed de revancha de la oligarquía, cuyos intereses reflejaba más directamente
el Almirante Rojas. Mediante una maniobra de palacio, Aramburu se desembarazó, en enero de 1957, del control de la Junta Militar, que era su poder detrás del trono, y buscó una vinculación con el radicalismo balbinista de la Provincia de Buenos Aires. De ese modo, llega a ser Ministro del Interior de la dictadura, el Dr. Alconada Aramburu, dirigente radical bonaerense, mano derecha del Dr. Balbín y consuegro de Raúl Alfonsín. El dilema era claro: o encontraba una salida electoral con cierta base política, o podrían sobrevenir acontecimientos que pusiesen en peligro a todos los responsables de innumerables crímenes. Así es como se planea una Convención Constituyente que permita un «recuento globular», según la expresión de Américo Ghioldi, «el socialista».
¿Existía el peronismo todavía? Había que comprobarlo en una elección que lo proscribiese y que al mismo tiempo permitiera, por la representación proporcional, el acceso de todos los partidos «democráticos» a la misma, incluido el Partido Comunista, que era el más «democrático» de todos. En el seno del radicalismo se habían producido, en tanto, importantes acontecimientos. La vieja Unión Cívica Radical se había escindido en dos alas: el radicalismo intransigente, cuyo jefe notorio era Arturo Frondizi y el radicalismo del Pueblo, un complicado sistema de alianzas sostenido en ese momento por el balbinismo agrario de la Provincia de Buenos Aires, el sabattinismo de Córdoba y los unionistas liberales de todo el país, fuertes sobre todo en la Capital Federal. Importantes corrientes de la pequeña burguesía vinculadas a la economía industrial o a los sectores agrarios más modernos se agrupaban en el «Frondizismo». La caída de Perón y la Revolución Libertadora, con sus atrocidades, habían liberado a vastos sectores de la clase media tanto de su antiguo odio hacia el peronismo como de sus ilusiones sobre el 16 de septiembre. Se esbozaba un proceso de «nacionalización ideológica» de la pequeña burguesía, que al parecer Frondizi podía canalizar en el futuro. Concluida la Convención Constituyente con el retiro de los convencionales de la UCRI y el voto en blanco del peronismo que, como correspondía a un comicio democrático, había sido proscripto, el radicalismo
del Pueblo, convertido en partido oficial, estimó posible su triunfo en comicios libres. Frondizi fue proclamado candidato a presidente en Tucumán muchos meses antes de las elecciones, que finalmente se fijan para el 23 de febrero de 1958. Esa decisión de los intransigentes divide en dos sectores a la Unión Cívica Radical. Por su parte, se funda la Unión Cívica Radical del Pueblo, que proclama candidato a presidente a Ricardo Balbín. Para ambos contendientes, se trataba de obtener dos cosas de naturaleza opuesta: para Balbín, lograr la abstención electoral del peronismo; para Frondizi, su concurrencia. En este último caso, la opción por su candidatura era inevitable. A Balbín lo apoyaban la clase media agraria, la oligarquía terrateniente y comercial y los más enconados enemigos del peronismo. Por gestión del periodista Ramón Prieto y de John William Cooke, el
radicalismo dirigido por Frondizi llega a un acuerdo con el General Perón. Se trataba de formalizar un pacto entre el caudillo exiliado y el candidato radical a Presidente. Frondizi se comprometía a promulgar una Ley de Asociaciones Profesionales, dar garantías de legalidad progresiva al peronismo y avanzar en la perspectiva de una política económica nacional. El apoyo de Perón a Frondizi se expresó por medio de una carta autógrafa que circuló profusamente en los días anteriores a las elecciones del 23 de febrero de 1958. Al mismo tiempo, el gobierno y los enemigos de Frondizi hacían circular otra carta autógrafa de Perón, en la que recomendaba el voto en blanco. De todos modos, un sector importante del peronismo procedió de ese modo. Pero bastó que sólo una parte del gran movimiento se inclinara por Frondizi, como medio de condenar a la Revolución Libertadora que aparecía simbolizada por Balbín, para que el triunfo de la UCRI fuese categórico. La caída de Perón había dejado sin representación a los intereses del empresariado nacional. Para la clase obrera, la proscripción del peronismo equivalía a su propia exclusión. El gobierno de Frondizi apareció como una alianza de los sectores nacionales de la burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado.
Ese fue el sentido que Perón asignó a su apoyo a Frondizi. Pero en esa alianza, donde la clase obrera –sin otra opción–, se movilizaba una vez más para decidir el curso de los acontecimientos, faltaba un ingrediente fundamental: el Ejército. La milicia de 1945 había sido aniquilada en 1955, la burguesía no puede enfrentar por sí misma al Ejército y desenvolver sin él su programa. El «pacto nacional» de 1958 nacía así herido de muerte. Derrotados en las urnas, los oficiales facciosos del 16 de septiembre rodearían con un cerco de hierro al gobierno triunfante y lo transformarían en un espectro de sí mismo, arrancándole poco a poco los últimos jirones de su arrogante programa. Recuperado de su agotamiento bélico de 1945, el imperialismo mundial iniciaba su pleno restablecimiento. En el orden local, el resurgimiento político de la oligarquía muestra su poder económico intacto. El Ejército se transforma en una guardia pretoriana del viejo orden. Tal es el cuadro nacional e internacional en
cuyos límites deberá actuar el gobierno de Frondizi.
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sábado, 24 de junio de 2017
¿San Martín masón? Desmitificando a los enemigos de San Martín (II)
Por Enrique Díaz Araujo
Pero después sucede que el ejército del Norte es vencido en Sipe-Sipe, y
el ejército de los chilenos es vencido en San Carlos. Entonces sí, a fines del
´14 comienzos del ´15 las cosas cambian totalmente, porque un lugar tranquilo
como era Mendoza se convierte ahora en un lugar clave, ya que lo chilenos que
habían combatido se asilan en Mendoza; y es posible que los realistas que están
instalados en Chile crucen la cordillera, e invadan el antiguo territorio de
las Provincias Unidas. Entonces sí, ya empieza a haber una correspondencia de San
Martín con Álvarez Thomas, el Director Supremo, donde va enviando tropas a
Mendoza para armar una defensa, una pequeña guarnición, y empieza a ver los
boquetes de la cordillera por dónde mejor pasar. San Martín tiene una actitud
defensiva, no está pensando en invadir Chile, sino en que desde Chile no nos
invadan a nosotros, y durante todo el año 1815 la cosa es así. Pero él empieza
a armar, y ahí se ve otra virtud del héroe, casi de cero una defensa de la
nación. Una nación no necesita ser tan poderosa para defenderse si tiene a su
frente hombres de bien, hombres valientes, héroes. Por ejemplo:
España, en tiempo de la reina Isabel I, la Católica, se encontraba en una situación difícil y apremiante. Ella heredó el trono de Castilla, y Castilla era una región donde habían estado los reinos de taifas. Cada uno de estos nobles ordenados por su cuenta, no obedecían al rey; las ciudades estaban llenas de bandidos y no se podía ir de una ciudad a otra porque los bandidos estaban en los bosques; la gente estaba alzada contra los judíos; los moros estaban cerca; el clero estaba corrompido, infiltrado de herejías; el ejército corrupto y los nobles también. Ése es el gobierno que recibe Isabel, y en quince años ella (realmente Dios la tenga en la gloria), hace el Imperio Español, da vuelta a todos: limpia el clero, limpia el ejército, limpia los bosques, termina con los moros, ataca a los musulmanes en el África, facilita la empresa de Colón y mil cosas más. Es decir: un país se puede dar vuelta perfectamente, si hay un héroe a su frente. La reina era una heroína. San Martín también en Cuyo demuestra que se podían hacer de cero las cosas, si había esa voluntad de bien.
España, en tiempo de la reina Isabel I, la Católica, se encontraba en una situación difícil y apremiante. Ella heredó el trono de Castilla, y Castilla era una región donde habían estado los reinos de taifas. Cada uno de estos nobles ordenados por su cuenta, no obedecían al rey; las ciudades estaban llenas de bandidos y no se podía ir de una ciudad a otra porque los bandidos estaban en los bosques; la gente estaba alzada contra los judíos; los moros estaban cerca; el clero estaba corrompido, infiltrado de herejías; el ejército corrupto y los nobles también. Ése es el gobierno que recibe Isabel, y en quince años ella (realmente Dios la tenga en la gloria), hace el Imperio Español, da vuelta a todos: limpia el clero, limpia el ejército, limpia los bosques, termina con los moros, ataca a los musulmanes en el África, facilita la empresa de Colón y mil cosas más. Es decir: un país se puede dar vuelta perfectamente, si hay un héroe a su frente. La reina era una heroína. San Martín también en Cuyo demuestra que se podían hacer de cero las cosas, si había esa voluntad de bien.
En Mendoza no se fabricaban ni clavos, pero él consigue un fraile
franciscano, fray Luis Beltrán, y lo pone al frente de su yunque, a hacer desde
clavos a cañones, fusiles, bayonetas. En La Rioja se buscó el salitre. En
Colonia Caroya otros nitratos para armar los explosivos; se consiguieron de
Catamarca, San Juan y San Luis las telas con las cuales se elaboraron los
uniformes, se los tiñeron, las botas, las mulas, los caballos, y sobre todo los
cuatro mil hombres como mínimo que tenían que tener para poder hacer la empresa
que va a ser el ejército de los Andes. Eso recién en 1816. En esos dos años San
Martín, como dicen, “ha trabajado a lo macho”. A pesar de ser un hombre enfermo
(porque la enfermedad ya no lo va a dejar nunca) va a organizar esto desde
cero, con jóvenes oficiales que había traído de Buenos Aires, del Regimiento de
Granaderos (jóvenes aristócratas, criollos, estancieros). Consiguió de esos,
unos quince, los trajo y esos fueron sus jóvenes oficiales. De ellos, el más
notable, fue Mariano Necochea. San Martín, estaba casado con Remedios de
Escalada, y tuvo una niña, Mercedes, a pesar de que él hubiera querido tener un
varón; no pudo y Mariano Necochea fue como su hijo varón.
Lo que no consiguió fueron jefes de importancia que lo secundaran, y eso fue un déficit para el ejército de los Andes siempre. Lo suplió como pudo con estos oficiales. Y la tropa ¿de dónde? La tropa la puso Cuyo. De los cuatro mil soldados, tres mil setecientos fueron cuyanos: de San Luis, de San Juan y de Mendoza.
Lo que no consiguió fueron jefes de importancia que lo secundaran, y eso fue un déficit para el ejército de los Andes siempre. Lo suplió como pudo con estos oficiales. Y la tropa ¿de dónde? La tropa la puso Cuyo. De los cuatro mil soldados, tres mil setecientos fueron cuyanos: de San Luis, de San Juan y de Mendoza.
Esa es la primera tanda, la que parte en el año ´16 y ´17. Pero luego
cuando, después de Chacabuco y de Maipú, él tiene que reorganizar su ejército
si quiere seguir, porque ha tenido muchísimas bajas, y manda a los principales
regimientos a rearmarse en Cuyo. Hay otros tres mil cuyanos que pasan a
integrarse al ejército. Es decir, que en total, se podría decir que Cuyo puso
siete mil soldados. Y esta es una causa que los cuyanos tenemos que hacer
valer. Yo la hice valer hasta donde pude, hasta que un gobernador de la
provincia me trajo a uno de estos grandes sinvergüenzas, Ignacio García
Hamilton a hablar contra San Martín en la casa de San Martín, en la biblioteca
de San Martín. Entonces le dije al gobernador:
-¡Mire, que hable lo que quiera, pero no en la casa de San Martín; es
muy feo venir a la casa de alguien a hablar en contra del dueño de casa!
¡Además, nosotros pusimos, 7000 mil soldados! ¿Saben cuántos regresaron? Siete,
que formaron en la plaza de Mayo en 1826 al mando del Coronel Bogado. Por esos
muertos, este sinvergüenza de José Ignacio García Hamilton, no
debe hablar. Habló naturalmente, además estos chicos que no sabían nada de
historia fueron a tirarle huevos podridos -una venganza adecuada.
Bueno, en 1816 se reúne en Tucumán el Congreso para la declaración de la
independencia el 9 de Julio. Ese congreso se reúne a instancias de los dos generales:
el del ejército del Norte, Manuel Belgrano, y el del ejército que se está
formando en Mendoza, el de los Andes, José de San Martín. Y naturalmente los
dos jefes son los que van a ir dando las indicaciones.
Se declara la independencia del rey de España, de Fernando VII,
sucesores y metrópolis, y de toda otra dominación extranjera. Y se declara la
independencia -y esto es muy importante- de las Provincias Unidas de América
del Sur. Ahí sí, aparece el americanismo de San Martín: no es en las Provincias
Unidas del Río de la Plata, como se llamaba el antiguo Virreinato del Río de la
Plata, la futura Argentina (aunque también ya era llamada Argentina), sino la
América del Sur. San Martín va a comandar la independencia de la América
Meridional, y eso nos muestra que ya hay un plan allí, pero no es el plan
Maitland, para nada. Es un plan que se va a ir esbozando con la experiencia:
San Martín en el Sur, Bolívar en el centro, e Iturbide en el Norte: estos son
los tres libertadores de América que van a coincidir en casi todo, estos tres
héroes americanos. Y San Martín lo va a decir veinte veces: “Mi patria es
América”.
Vino a Buenos Aires porque era su terruño, su patria pequeña, su patria
chica, pero él podría haber ido a cualquier otra parte de América porque era
americano, y lo que quería fundar, lo va a decir Bolívar que era el mejor de
ellos como escritor, era la más grande nación del mundo: América; la América de
Américo Vespucio. Que no es, como dicen ahora, la América de los
norteamericanos; esos son “usanos”, no tienen nada que ver con nosotros, ni con
Américo Vespucio, ni con nada; lo que pasa es que nosotros somos tributarios de
cuanta estupidez anda dando vueltas por el mundo . Nosotros somos los
americanos, no ellos, y San Martín era un americano en el sentido cabal, de los
hijos de Américo Vespucio.
También hace declarar algo que lo han ocultado con veinte toneladas de
tierra, y es que santa Rosa de Lima sea la patrona de esta América. Eso lo va a
reafirmar en Lima después, y va a hacerla proclamar ante santa Rosa; acá de
santa Rosa, lo único que sabemos es que hay una tormenta, pero otra cosa no.
San Martín sí sabía quién era santa Rosa, y con eso ya les estoy adelantando de
que sí tuvo una política religiosa. No sé si iba a misa temprano, sí sé que el
reglamento militar estableció el rezo del Rosario. No sé si él (ni me
corresponde saberlo) lo hacía por razones de cálculo o porque realmente era un
creyente. Sí sé que, por ejemplo, al reglamento del ejército de los Andes en el
Plumerillo, le pone una cláusula donde dice que el que blasfeme del nombre de
Dios o de su amada Madre, la primera vez se le aplicarán treinta azotes en
público, y la segunda vez, se le atravesará la lengua con un fierro caliente, y
la tercera, será ejecutado directamente. Esas eran las sanciones que preveía el
reglamento militar para el Plumerillo. Y yo atribuyo a esto de atravesar la
lengua con un fierro caliente (que no nos vendría nada de mal hoy), que los
argentinos, que entre tantas miserias que tenemos, no seamos blasfemos, como
los gallegos que son muy blasfemos, y los italianos que también son blasfemos:
nosotros que somos herederos técnicamente de españoles e italianos no somos
blasfemos, tal vez porque San Martín nos dijo: “Ojo que les atravieso la lengua
con un fierro caliente”. Cuando le pregunta Godoy Cruz qué sistema de gobierno había que adoptar
en Tucumán le dice “Cualquiera”; no importaba mucho, pero “Cualquiera que no
atente contra nuestra Santa Religión”, que eso es lo que importa. Porque nos
van a ir diciendo “Bueno, ya se acuerdan que era masón allá en Londres, acá
también la logia Lautaro que la fundó allá en Buenos Aires, la refundó en Cuyo,
la volvió a fundar en Chile”. Organismo masónico que defiende el santo nombre
de la Virgen; Virgen a la que proclama generala del ejército de los Andes, le
entrega el bastón de mando, a toda esta ceremonia famosa que hay que, por
supuesto, recordarla.
Y entonces sí viene la campaña de Chile. Este plan tiene una proeza, que
es la de cruzar la Cordillera con un ejército que se enfrentará a otro superior
que estaba esperándolo allá. Entonces la astucia, no solamente el arrojo, el
valor, al engañar al enemigo. Saben ustedes, los mendocinos, que hay varios
pasos por la Cordillera, unos más altos, otros más bajos; frente a San Rafael,
está uno que es muy bajo que se llama El Planchón, que como es tan bajo nunca
lo usamos, en eso es lo único en que somos sanmartinianos los mendocinos,
seguimos pasando por el lugar más alto, ¿por qué? Porque él tenía que engañar.
Entonces viene y hace un parlamento con los indios (ahora se han escrito libros
enteros sobre San Martín indigenófilo por este parlamento que tuvo con los
indios en San Carlos), donde él les dice que es como ellos y les pide que
guarden un secreto: les pide permiso para pasar por estas tierras, para pasar
por El Planchón. Dice el general Espejo, que entonces era un cadete, que San
Martín le dijo esto: “Pérfidos, estos malditos van a salir inmediatamente a
decirle a Marcó del Pont que yo voy a pasar por el Sur, por El Planchón”. Por
El Planchón iba a mandar no más que un grupito, unos treinta. Él pasó por el
lugar más alto de la cordillera de los Andes, por el paso de Los Patos, donde
no ha vuelto a pasar nadie, porque los que andan haciendo estos homenajes más o
menos (no sé cómo llamarlos), no pasan por Los Patos, porque es una locura, es
de una altura de 5.500 m., donde uno se apuna, donde no hay leña, no hay agua,
de un frío terrible, Diez mil mulas llevaban, llegaron cuatro mil, las otras al
precipicio. Eso es una proeza extraordinaria, de valor, porque él comandó el
grueso del ejército por el paso de Los Patos. La artillería fue por el
Aconcagua, (Uspallata), pero mandó por diversos pasos que desembocaban en
Coquimbo, en Copiapó, por Tunuyán, todo para desorientar al enemigo. De modo
que cuando él bajó no estaban las tropas realistas esperándolo, y él pudo
reorganizarse, avanzar junto con Las Heras, que también salió con la artillería
y atacar en Chacabuco, pero necesitaba eso de poder bajar la cordillera
tranquilo, y lo consiguió gracias a su astucia.
Venció en Chacabuco, y le costó mucho vencer en el Sur las resistencias
realistas. Allí murió un pariente mío, un chico de trece años (entonces no
habían chicos en la guerra), porque de cualquier edad que fueran les decía:
“Usted entra a los trece al ejército”, “Todo bicho que camina va al cuartel”, y
en Mendoza a todos les pareció bien. Porque cuando hay un héroe mandando, los
gobernados siguen y de buena voluntad. ¿De dónde sacó el dinero? Pues expropió
todo, confiscó todo, desde las joyas de las damas hasta las mulas, los
caballos; todo, todo lo sacó de la gente de acá que no era rica, y todos
contentos con eso, porque él les mostraba un fin bueno que era construir una
Patria, o construir una nación sobre la Patria dada.
Venció en Chile, sobre todo en la batalla de Maipú, que es la más grande
batalla que se libró en América, y que éstos malditos de hoy dicen que la libró
borracho. Se han olvidado que había por lo menos tres testigos ahí, dos
ingleses y un norteamericano que estaban al lado de él y dijeron que estaba,
por supuesto, perfectamente lúcido dirigiendo la batalla. ¿Cómo se va a ganar
una gran batalla como esa, ganarla, no librarla si uno está borracho? Todo eso,
porque cuando estaba enfermo en Cauquenes le mandó a pedir a su amigo Guido que
le mandara un cajón de vino mendocino, entonces así “era un borrachín”. Tomaba
alguna copita de vez en cuando, pero en general con su úlcera no podía, tenía
que tomar agua de San Carlos de Apoquindo. Pero, ¿para qué? Dicen esa ignominia
de que era borracho, como dicen que era opiómano, porque en Mendoza su médico,
Zapata le había recetado una poción que tenía láudano para los dolores
terribles que le daban sus úlceras tan grandes, y poder así seguir. Sus amigos
más íntimos, Pueyrredón y Guido, le decían que no tomara tanto de eso, pero era
imposible andar a caballo vomitando sangre. Independiza Chile y entonces viene el plan de ir al Perú, y aparecen ahí
de nuevo nuestros amigos anglófilos que se admiran nuevamente de cómo se cumple
el plan inglés. Y aún más, afirman que quería ir a Lima para abrir el comercio
de Lima a las empresas inglesas, porque todo de lo que se trata era de la
mercadería inglesa, pues los sinvergüenzas que hoy nos gobiernan sólo ven esas
cosas materiales y no creen en la independencia del país. Lamentablemente para
ellos San Martín hace lo contrario en Lima: cierra las puertas del comercio al
inglés, y les hace perder, dicen hoy los historiadores económicos, un millón de
libras esterlinas a los ingleses con este cierre; perfectamente anti-británico
el general. Y antes de eso ha hecho una
maniobra increíble, propia de su astucia, de su elevadísima inteligencia. Tiene
que armar una escuadra para ir de Chile al Perú, ¿cómo lo va a hacer si no hay
un buque, si no hay un peso? Le escribe a Pueyrredón que le organice un
préstamo de quinientos mil pesos fuertes (plata), pero Pueyrredón le contesta
que no tiene de donde sacarlo, a lo que San Martín retruca: “Sáqueselo al
comercio inglés”. Le contesta Pueyrredón que sólo han puesto tres mil
setecientos pesos de los quinientos mil. San Martín tenía espías, entre los
comerciantes ingleses, un tal Twain, que le informaba que éstos tenían para
poner más. Entonces San Martín le tira la renuncia a Pueyrredón, “¡Renuncio!,
debe conseguir el dinero o yo renuncio”. Entonces al final le saca no los
quinientos mil, sino a lo menos doscientos cincuenta mil pesos fuertes al
comercio inglés de Buenos Aires, que era muy grande. Con eso paga él la compra
que hace de buques en Inglaterra y los Estados Unidos; manda un comisionado
para que compre dos buques en cada lado. Y con esos buques y los marinos que
vienen y compran, apresan a los buques españoles de Lima, y pueden
tranquilamente después salir desde Valparaíso, en el año ´20, a Lima, o a Perú
al menos, a intentar dar presa al libertador. ¡Qué maniobra de una gran
astucia! Les ha hecho pagar a los comerciantes ingleses los buques para cerrar
el comercio inglés en Lima. Los ingleses, realmente, por algo no le han hecho
nunca una estatua en Inglaterra, a pesar de lo que digan los calumniadores de
aquí. Los ingleses sabes muy bien que no trabajó para ellos.
Llega a Lima sobre todo por el apoyo de las órdenes regulares, porque en
España, todos estos desde Mitre en adelante, dicen que se apoyaba en el
constitucionalismo liberal de España, en los liberales españoles. Lo primero
que hace es derogar la constitución de 1812 en Perú; pero además, aprovecha que
ha habido triduo neoliberal de 1821 a 1823, donde gobiernan los liberales en
España, que están persiguiendo a la Iglesia para que los religiosos que están
en América -y muchos de ellos son de origen español- se vuelvan contra el
régimen central y monárquico de España. Entonces son ellos los principales que
abren las puertas de Lima, lo que hoy está demostrado: los mercedarios, los
dominicos, o los franciscanos, es decir los que estaban en Lima, son los que
sublevaron la población y permitieron la entrada. Es decir, todo lo contrario a
lo que se ha dicho, nada liberal. Es más, le escribe el arzobispo de Lima,
monseñor Las Heras, y le dice que sus principios son contrarios a la revolución
francesa. ¡Lindo masón!
Pero además este masonazo que presentan hoy, dicta al entrar en Lima un
reglamento provisorio con el que se va a gobernar el Perú independiente. Con el
artículo primero dice que la religión Católica Apostólica Romana es la religión
única y exclusiva del Perú. Él ya había hecho dictar algo similar en Chile.
Pero ahora le agrega una cosita, al final del artículo primero y fin, que es
bastante interesante: que para ser funcionario en el Perú hay que profesar la
religión católica. Nunca, ni en América ni en Europa se ha hecho un artículo
constitucional semejante: el que no es católico no puede ser empleado público,
¿qué tipo de masón era éste? Y no les preguntó a los peruanos si lo querían o
no, se los impuso y listo. También dice que aquel que trafique con los
extranjeros y con los ingleses pierde la ciudadanía. Establece que la
ciudadanía del Perú es una ciudadanía americana: en Perú son peruanos todos los
americanos. Este artículo del estatuto provisorio es una maravilla, deberíamos
copiarlo y establecerlo en la Argentina ahora, pero claro, “sería un poco
preconciliar”. Pero estaba peleando con
cuatro mil soldados que en el campamento de guarda, donde él estaba, se le
enfermaron de fiebres tercianas, es decir la fiebre amarilla: la mitad quedó de
baja entre muertos y desvalidos, ¿qué es lo que podía hacer? Liberó a los
esclavos, ya lo había hecho en Mendoza, a quienes pasó todos al regimiento 11
de infantería. Decía que los criollos eran muy buenos a caballo, pero malos
como infantes, pero no los negros. A ellos los puso a todos de infantes,
quienes murieron en Chacabuco, en su mayoría. En Mendoza no hay negros debido a
que San Martín los enroló, y en el Perú lo mismo, liberó a todos los negros de
las estancias de los fundos peruanos, los pasó al ejército, pero éstos no eran
buenos soldados, cuatro mil de los cuales apenas dos mil serían combatientes, y
enfrente el virrey Pezuela primero y después el virrey La Serna, tenían
veintiocho mil veteranos.
Y aquí es donde vienen todos los sinvergüenzas y dicen ¿por qué no
atacó, por qué no libró una batalla grande? Que estas pequeñas batallas, que
los juegos que hizo Arenales por la sierra, desembarco aquí, desembarco allá,
juego de ajedrez, pero ¿por qué no libró una gran batalla como Maipú, con sus
dos mil vehementes soldados, contra los veintiocho mil de los españoles? Hay
que ser idiota, como son estos criticastros para proponer semejante cosa. Su
explicación es que estaba dedicado al opio.
Hay un libro de un muchacho de la F.U.A. (Federación Universitaria
Argentina) que ha escrito “Los amores secretos de San Martín”. Los secretos
¡nada!, porque se basa en una mentira de Ricardo Palma, de que él tuvo amoríos
con Rosita Campusano, son cuatro líneas en el libro de los recuerdos de Palma,
Tradiciones peruanas. Después Palma dijo que eran todas mentiras, pero de eso
ya nadie quiere acordarse, y entonces éste con esas cuatro líneas hace un libro
entero, diciendo que San Martín estaría ahí en Lima, nada más que dedicado a
vivir con la Rosita, y a fumar, dice él, cigarros de opio. Quizás el muchachón
éste le dé a los porros de marihuana, y entonces cree que San Martín podía
hacerlo con el opio, pero con el opio no se puede, porque quema los labios; se
fuma en una pipa larga, lejos de los labios. No estaba dedicado al opio, ni a
Rosita Campusano: estaba simplemente maniobrando frente a un enemigo
inmensamente superior, y maniobrando bien, pero los enemigos esos sí contaban
con fuerzas secretas muy superiores a las de él, no solamente en número de
tropas. Se crearon tres logias masónicas contra él, y ahí viene el argumento
final contra la masonería: no sólo había que ser católico para ser empleado,
sino que la masonería en el Perú luchó contra él a través de tres grandes
logias:
La Logia provincial de Buenos Aires, que dirigía Bernardino Rivadavia,
“el peor hombre de América”, va a decir San Martín; Mitre va a decir “el más
grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, por eso que el menos
indicado para hacer la historia de San Martín era Mitre, porque admiraba al
hombre más enemigo de San Martín que fue Rivadavia. Esta logia que estaba en
Buenos Aires infiltró al ejército de San Martín, y consiguió que, por ejemplo,
uno de sus jefes, el general Las Heras, se adhiriera a ellos. En frente estaba la Logia Republicana, de los
republicanos peruanos, democráticos, liberales y demás. Como sabían que San
Martín no era nada de eso, fueron sus enemigos. Estaban dirigidos por Sánchez
Carrión; ellos hicieron asesinar a Monteagudo que era el ministro de gobierno
de San Martín. Y sobre todo estaba la
Logia central de la Paz Americana que organizaba a los masones del ejército
realista, mandado por el general Gerónimo Valdés. De esto tenemos un testimonio
extraordinario que es el del coronel Tomás Iriarte, que perteneció a esta
logia, que había venido de España con ellos, y esa sí se había formado en Cádiz
por militares españoles, no americanos, sino nacidos en la península, que se
pusieron al servicio de Inglaterra. En España se los llamó, después, los
Ayacuchos, porque ellos son los que perdieron la batalla de Ayacucho, y por la
cual se terminó la guerra de América. Pero eran liberales y pro ingleses; ellos
querían que hubiera una guerra permanente en América. Se llamaba “de la paz”
pero en sentido opuesto, porque ellos lo que querían era la guerra.
San Martín no quería la guerra con España, y ahí voy derecho contra la tesis de Mitre: no es un anti hispánico como nos lo presentó Mitre, y siguen diciendo todos los liberales y todos los enemigos, sino que buscó la paz con España, pero quería la independencia de América y entonces en Miraflores, primero, con el virrey Pezuela, y en Punchauca después con el virrey La Serna trata de establecer la paz mediante el reconocimiento de la independencia de América, y que venga un príncipe de la monarquía española como rey. El se declara monárquico. Entonces Mitre dice: “ahí quedó sin salida, porque rompió con el democratismo de él”, es decir el de Mitre. En realidad, el estúpido de Fernando VII, por segunda vez (la primera es cuando habían acordaron en el año ´16 rendirle pleito, homenaje, reconocerlo como rey, y éste se negó a recibir al legado) se negó a aceptar estas paces en el Perú, como se negó a aceptar las paces en el tratado de Córdoba, de Iturbide con O’Donoj, que ponían fin a la guerra a cambio de la independencia, y con un monarca que podía ser su hermano menor, Francisco de Paula, o algún otro de la casa real española. Ese es precisamente el punto de debate que tuvo San Martín con Bolívar en Guayaquil. Uno de los dos puntos: el primero era que San Martín se negaba a comandar sus tropas (sólo tenía 4.000 hombres, 8.000 colombianos a lo sumo) por estar en evidente minoría y proponía que Bolívar las comandase junto con las suyas. Bolívar no quería eso, o no pudo entregar todo su ejército, o comandarlo todo hasta pasados dos años, y entonces San Martín se retiró. Pero también consta además, porque no es tan secreto lo de Guayaquil, que él pidió que el sistema de gobierno de América fuera el monárquico, y Bolívar quería gobernar él; quería gobernar bajo su sistema autocrático, sistema dictatorial. Se va de Perú por eso, y pasa por Chile, llega a Mendoza y acá está un tiempo. Ahí vienen de nuevo los infundios, las injurias, la calumnia. Dice Mitre, que se queda acá muy tranquilamente en Los Barriales, en el departamento que hoy se denomina San Martín, mientras que su mujer está muriéndose en Buenos Aires, y no va a verla, porque era un desamorado, porque le había sido infiel con la Rosita, porque ella también le había sido infiel con dos oficiales del ejército; era un muy mal matrimonio… ¡Todo mentira! Lo de Rosita el propio Palma admitió que era mentira; lo de ella, también. La señorita Grosso ha demostrado que esos oficiales cuando llegaron a Mendoza hacía ya unos meses que Remedios había retornado a Buenos Aires. Pero todas esas infamias se siguen lanzando, a ver si así se embadurna la estatua. Pero ¿por qué no fue a verla, por cierto, no fue a tiempo allá a Buenos Aires? Porque no podía, no porque no quería, porque no podía, porque le avisa Estanislao López, caudillo de Santa Fe, que si va a Buenos Aires lo van a juzgar y lo van a sentenciar a muerte. Y él le va a decir a Guido: “Acuérdese que en ese año, si yo iba a Buenos Aires, me iban a prender como a un facineroso, por eso no pude ir a darle el último adiós a mi esposa”. No pudo, no es que no quiso.
San Martín no quería la guerra con España, y ahí voy derecho contra la tesis de Mitre: no es un anti hispánico como nos lo presentó Mitre, y siguen diciendo todos los liberales y todos los enemigos, sino que buscó la paz con España, pero quería la independencia de América y entonces en Miraflores, primero, con el virrey Pezuela, y en Punchauca después con el virrey La Serna trata de establecer la paz mediante el reconocimiento de la independencia de América, y que venga un príncipe de la monarquía española como rey. El se declara monárquico. Entonces Mitre dice: “ahí quedó sin salida, porque rompió con el democratismo de él”, es decir el de Mitre. En realidad, el estúpido de Fernando VII, por segunda vez (la primera es cuando habían acordaron en el año ´16 rendirle pleito, homenaje, reconocerlo como rey, y éste se negó a recibir al legado) se negó a aceptar estas paces en el Perú, como se negó a aceptar las paces en el tratado de Córdoba, de Iturbide con O’Donoj, que ponían fin a la guerra a cambio de la independencia, y con un monarca que podía ser su hermano menor, Francisco de Paula, o algún otro de la casa real española. Ese es precisamente el punto de debate que tuvo San Martín con Bolívar en Guayaquil. Uno de los dos puntos: el primero era que San Martín se negaba a comandar sus tropas (sólo tenía 4.000 hombres, 8.000 colombianos a lo sumo) por estar en evidente minoría y proponía que Bolívar las comandase junto con las suyas. Bolívar no quería eso, o no pudo entregar todo su ejército, o comandarlo todo hasta pasados dos años, y entonces San Martín se retiró. Pero también consta además, porque no es tan secreto lo de Guayaquil, que él pidió que el sistema de gobierno de América fuera el monárquico, y Bolívar quería gobernar él; quería gobernar bajo su sistema autocrático, sistema dictatorial. Se va de Perú por eso, y pasa por Chile, llega a Mendoza y acá está un tiempo. Ahí vienen de nuevo los infundios, las injurias, la calumnia. Dice Mitre, que se queda acá muy tranquilamente en Los Barriales, en el departamento que hoy se denomina San Martín, mientras que su mujer está muriéndose en Buenos Aires, y no va a verla, porque era un desamorado, porque le había sido infiel con la Rosita, porque ella también le había sido infiel con dos oficiales del ejército; era un muy mal matrimonio… ¡Todo mentira! Lo de Rosita el propio Palma admitió que era mentira; lo de ella, también. La señorita Grosso ha demostrado que esos oficiales cuando llegaron a Mendoza hacía ya unos meses que Remedios había retornado a Buenos Aires. Pero todas esas infamias se siguen lanzando, a ver si así se embadurna la estatua. Pero ¿por qué no fue a verla, por cierto, no fue a tiempo allá a Buenos Aires? Porque no podía, no porque no quería, porque no podía, porque le avisa Estanislao López, caudillo de Santa Fe, que si va a Buenos Aires lo van a juzgar y lo van a sentenciar a muerte. Y él le va a decir a Guido: “Acuérdese que en ese año, si yo iba a Buenos Aires, me iban a prender como a un facineroso, por eso no pude ir a darle el último adiós a mi esposa”. No pudo, no es que no quiso.
Y ¿por qué esa inquina de los unitarios con él? Los unitarios (así se
llamaban los del partido de Rivadavia) creían que lo que estaba armando aquí
San Martín era nuevamente una fuerza militar para pelear contra ellos. San
Martín los tenía sin cuidado a éstos: él había mandado a pedir un apoyo para
crear un nuevo ejército del Norte, que fuera como una pinza allá en Perú.
Mientras él mandaba a Alvarado, desde Bolivia se iba a tratar de acercar al
ejército realista. Para eso mandó a un coronel peruano, Gutiérrez de la Fuente,
a quién Rivadavia despachó. Entonces cuando él vuelve a Mendoza, con el
gobernador militar de San Juan, Urdinenea, arman una pequeña unidad con
quinientos hombres que vayan al Norte a hacer, por lo menos, acto de presencia
para disuadir al ejército realista. Como está armando eso (no está tampoco
plantando melones o zapallos acá en la chacra) le dice en cartas a Guido y a
Rosas: “Me interferían la correspondencia, me abrían las cartas”. Entonces
creen que está armando un ejército contra ellos, por eso querían prenderlo como
un facineroso. Al final, ¿qué es lo que hace? Planea él también una táctica
para poder ir a Buenos Aires. Redactó una carta, que sabía que también se la
iban a abrir, donde decía que el gobierno de Rivadavia era lo mejor que había
tenido la Argentina, y entonces pararon el ataque, lo recibieron en Buenos
Aires y le dieron el pasaporte porque no lo querían en su tierra: lo querían
echar. Hablan de ostracismo, palabra que inventó Mitre, pero no hay ostracismo:
es exilio, es destierro, lo mandan afuera, y él aprovecha para colaborar con
Bolívar. En Londres se encuentra con Iturbide, ambos echados de sus países, los
dos libertadores.
Y ¿qué es lo que hacen? Contratan dos buques para Bolívar. Ahí se ve que
hay un plan americano real, que no hay esas peleas que han inventado de San
Martín con Bolívar (el hijo de Iturbide pasó a ser edecán de Bolívar). Hay un
acuerdo entre ellos. Iturbide regresa a México, aunque San Martín le había
dicho que no lo hiciera, porque estaba en riesgo su vida. Efectivamente: lo
fusilan. Aún en México todavía no se lo reconoce como su libertador, a
Iturbide, porque han gobernado y siguen gobernando en México los socialistas,
en el nido de todos los cristianos. Iturbide era el más cristiano de los tres;
los tres buscaron declarar a la Virgen como patrona de América, pero Iturbide
más, porque iba con la Virgen de Guadalupe, la tri-garantía, ya que una de las
tres bases de México era la religión católica; por eso lo fusilaron y por eso
lo niegan hasta el día de hoy.
Ahí viene este exilio donde él pasa años. Primero quiere volver porque
ha caído Rivadavia por la guerra con Brasil, y Dorrego lo invita a venir.
Cuando vuelve, viaja de incógnito. En el año ´28 se entera en Río de Janeiro
que había una revolución decembrista encabezada por Juan Lavalle. Cuando el
buque toca puerto en Montevideo se entera que lo han fusilado a Dorrego;
entonces el buque después va al Pontón de Recalada en Buenos Aires y él no
desembarca. ¿Por qué él no desembarca? Porque él no había venido para apoyar a
los gobiernos militares, sino que llamado por Dorrego iba a encabezar la guerra
contra Brasil. Es el último servicio que él le presta a América; cuando se
vuelve le dice ¡Adiós! a América.
Queda la Argentina, a la que seguirá prestando este servicio, pero el
proyecto americano desapareció. Al mismo tiempo Bolívar le dice al presidente
del Perú, “Gobierne como peruano, porque América ya no existe más”. Y
efectivamente San Martín va a defender a la Argentina, a la Confederación
Argentina, cuando los ataques, francés de 1838 y anglo-francés de 1845,
apoyando al encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, Juan
Manuel de Rosas –otro punto inaceptable para los enemigos-. No lo pueden
admitir, porque Rosas es el conjunto de las cosas que ellos más odian: es el
gobernante fuerte, vigoroso, católico, es el restaurador de las tradiciones
argentinas. A éste San Martín, por la cláusula cuarta de su testamento, le dona
el sable, es decir, lo proclama su heredero universal, y ese es el odio que
muestran ellos (Sarmiento, Alberdi, Varela). Todos los que lo entrevistan y
discuten con San Martín esto, dicen que estaba viejo, senil. ¡Estaba nada menos
que en el centro de la contienda, en París! Tan viejo como Sarmiento cuando
asumió la presidencia, es decir, estaba perfectamente en su lucidez y la
mantuvo hasta el final de sus días.
Y ahí como se había definido monárquico en el Perú, antes de volverse
desde Montevideo, le manda a decir a Lavalle que mientras no haya aquí una
dinastía que gobierne, esto no va a tener solución. En 1846 le escribe a un
militar chileno, el general Pinto: “Ustedes han establecido un gobierno
republicano en el que yo no creí; no creí que se pudiera ser republicano
hablando con la lengua española. Pero su gobierno, el régimen de Portales, ha
demostrado que puede establecer una república vigorosa”. Es el único caso en
América, y efectivamente Chile, de 1830 a 1890, no tuvo revoluciones gracias a
este sistema que San Martín elogió, como elogió el de Rosas. Todo eso no lo
pueden tragar los liberales, porque es lo contrario de lo que ellos piensan de
cómo debe gobernarse.
Para mejor, en 1848, se produce la revolución socialista en París. San
Martín se va con su familia a Boulogne-sur-Mer, para poder llegar al ocaso de
su vida. Y allí transcurren sus últimos años, hasta que finalmente muere en
1850. Pero antes le escribe al mariscal Ramón Castilla del Perú, describiendo
lo que ha pasado en Francia, diciendo que son estos malvados de los
socialistas, anarquistas y comunistas, los culpables de todo lo que está
pasando en Europa. Esas cartas al mariscal Castilla están prohibidas hoy en la
Argentina.
El 17 de agosto de 1850 muere, de sus antiguas afecciones, porque se le
habían complicado con un reuma; tenía muchas enfermedades, que había
sobrellevado con esa paciencia estoica que tenía. Y muere, y entonces hay dos
actos que ya escapan al plano natural que yo les he tratado hasta aquí. Un
argentino que lo visitaba a diario, Félix Frías, llega después, a poco de morir
San Martín, y habla ahí con su hija Mercedes y con su yerno Mariano Balcarce.
Al pasar donde lo están velando las monjas, mira el reloj de la pared que está
en la habitación de San Martín, y lo ve parado a las tres de la tarde, le saca
el reloj al general (de bolsillo), y también se ha detenido a las tres de la
tarde, le pregunta a la hija: “¿A qué hora murió?”. “A las tres de la tarde”.
Esto, racionalmente no tiene explicación, y lo que les voy a decir ahora menos.
Le dijo a la hija antes de morir: “Esta es la tormenta que nos lleva al puerto
antes de morir”. Es decir, él se había visto como un buque que iba hacia un
puerto, y ese buque y el puerto, es lo que está en el estandarte de Pizarro. Es
un lábaro pequeño, cuadradito, que había hecho bordar Carlos V, por su madre
Juana la Loca, para entregarlo a Francisco Pizarro como símbolo de la autoridad
de Pizarro en América del Sur, y se había perdido. Cuando San Martín sale de
Cádiz, y se presenta al Concejo de Regencia le dice: “Voy a ir a Lima para
encontrar mis intereses perdidos o abandonados”. Hoy los historiadores dicen:
“¿no ve que era un mentiroso profesional? No fue a Lima, ni en Lima tenía nada
perdido ni abandonado”. Cuando él fue a Lima por vía de aproximación indirecta,
lo primero que hizo fue nombrar una comisión para que buscara el estandarte de
Pizarro que estaba perdido o abandonado. Lo encontraron, se lo hizo donar, y
cuando se retira del Perú, en su proclama de despedida a los peruanos les dice:
“Diez años de lucha están de sobra pagados con el estandarte de Pizarro.” ¿Está
loco este hombre?, ¿cómo todos sus esfuerzos, todo por ese pedacito de tela? Él
lo explica: cuando vuelve del Perú, en Valparaíso, va a la tertulia de Mary
Graham, que era la amante de lord Cochrane, y ella, enemiga suya, cuenta –como
repetía las mentiras de Cochrane, de que San Martín se había envilecido– que le
dijo: “Usted se trajo muchas cosas del Perú, ¿no?”, “Lo único que me traje del Perú
–lo dice Mary Graham- fue el estandarte de Pizarro”, sigue la dueña de casa, “
Y entonces se puso de pie, cuan alto era para aclarar, que ese estandarte es el
símbolo de la autoridad moral en América, y se sentó”.
Antes de morir le dijo a Mariano Balcarce, su yerno, que él no quería
ser enterrado con la bandera argentina, ni la peruana, ni la chilena, ni la de
Ecuador, que quería ser enterrado con el estandarte de Pizarro al que había
tenido toda la vida en su pieza. Así es enterrado, y después ordenó a sus
parientes que se lo devolvieran al gobierno del Perú. Ellos lo hicieron,
mandaron el estandarte al Perú, llegó y está otra vez perdido o abandonado.
Nadie sabe más dónde está, porque con San Martín se terminó la autoridad moral
en América.
viernes, 23 de junio de 2017
"CORREDOR HISTORICO CULTURAL Y CONCURSO DEL BICENTENARIO
Por JULIO R. OTAÑO Explicando los dos proyectos de Historia Argentina y del Partido de Gral. San Martín. El "Corredor Histórico Cultural", realizado por la Secretaria para la Integración educativa, cultural y deportiva de Gral. San Martín y el Concurso sobre el "Bicentenario del Cruce de los Andes y del comienzo de la Epopeya Emancipadora" realizado por el Consejo Escolar. Es importante que desde el Estado se auspicie y apoye nuestra cultura, nuestros orígenes. Si conocemos nuestra historia, entenderemos mejor nuestro presente y tendremos pautas sobre nuestro futuro. Muy agradecido a Viviana Mónica Nelli por invitarnos a la difusión de estos proyectos.
jueves, 22 de junio de 2017
¿San Martín masón? Desmitificando a los enemigos de San Martín (I)
Por Enrique Díaz Araujo
San Martín fue un político, militar, del siglo XIX, 1778-1850; nacido en
Yapeyú, Corrientes ahora, antes Misiones Occidentales, fue de niño a España; en
España fue militar hasta llegar a ser un jefe en el ejército español, y luchar
contra Napoleón, donde ganó sus mayores condecoraciones, llegando a ostentar el
grado de teniente coronel. Pero, ¿por
qué lo festejamos nosotros? Porque vino a su tierra natal para realizar la
campaña libertadora de América, ¿a liberarnos de quién? De la Corona de
Castilla, que estaba a cargo de José Bonaparte, puesto por Napoleón. Gobernaba en su lugar el Consejo de Regencia.
Pero, ¿quién lo había hecho nombrar? Nadie. La Junta Central (ubicada en
Sevilla) lo hizo, pero no tenía poderes para eso . Entonces ¿qué hizo América?
Empezó a formar juntas de gobierno autónomas en Buenos Aires, Santiago de
Chile, Bogotá, para hacer enterar que gobierna la Península en nombre del rey
un Consejo de Regencia al que no acatan; incluso Lima y México que no tenían
motivos, lo desconocen. Éste, a su vez, ha convocado una asamblea en Cádiz, las
cortes de Cádiz que han sancionado la constitución de 1812. Entonces tenemos este primer cuadro: en 1812
está gobernando en Cádiz (ya en el resto de España están entrando las tropas
napoleónicas) el Consejo de Regencia y las Cortes, que han sancionado una
constitución liberal, llamada doceañista. Este es el cuadro. Pero, ¿qué tiene
que ver San Martín con esto? Y simplemente, que es un militar que está en el
ejército español, defendiendo el último espacio que queda en la península que
es el istmo de Cádiz; no está de turista; es un teniente coronel del regimiento
de infantería. Y ¿por qué deja eso y viene a procurar la libertad con la
campaña libertadora de América?
Un tema central en la vida de San Martín es este: “¿Por qué se va de
Cádiz?”. Hoy hay varios libros que dicen que se retira porque fue un desertor.
Estaba defendiendo el último espacio, y éste “se las toma”, los abandona.
Ustedes saben que San Martín ha tenido un gran historiador. Todavía hoy, todas
las explicaciones e interpretaciones se basan en la obra de Bartolomé Mitre. Mitre afirma que salió subrepticiamente de
Cádiz, es decir, escondido, entre gallos y media noche. No es cierto. Presentó
ante el Consejo de Regencia su retiro del ejército español, y se lo
concedieron, incluso con uso del grado y del uniforme, de manera que salió
perfectamente a mediodía desde Cádiz. No fue un desertor, no fue un perjuro
como dicen hoy varios libros. San Martín pudo llevar la guerra contra el
gobierno español, porque antes había renunciado a ser funcionario de ese
gobierno y ese gobierno había aceptado su renuncia. Pero esto ¿fue una
situación individual de San Martín? Si ustedes miran hoy los libros (y hay
muchos), se pueden encontrar con que siempre hablan de San Martín en forma
aislada, como si todo esto fuera cosa de él: no, partió con nada menos que
treinta y siete oficiales americanos como él, que habían nacido en América y
habían decidido salir del mismo modo que él. Todos, o más bien, casi todos
pidiendo permiso. Otros no, pero todos salieron. Porque en 1811 (septiembre),
cuando salieron todos ellos, el Consejo de Regencia movió a guerra a diversas
partes de América que no lo reconocían. Así que ellos están en una situación
especial: son americanos, son parte del ejército español, pero el ejército
español estaba haciendo la guerra a los americanos, motivo más que obvio y
suficiente para que ellos no siguieran en el ejército español.
Sin embargo, a partir de lo de Mitre se construyó, en estos últimos años
(30 años) que San Martín habría salido de Cádiz, porque se ha hecho miembro de
un club, de una logia secreta que se llamaría Logia Lautaro. Eso dicen ahora:
que se hizo miembro de la Logia Lautaro, y agregan inmediatamente que era
masónica. Ahora bien, ¿Qué es la masonería? Una sociedad secreta, iniciática,
es decir, que tiene un rito de iniciación, donde se tiende a establecer un tipo
de juramento que obliga a adherir a la doctrina (la masónica), que es
permanente, y cuyos fines son de tipo más bien cultural y políticos; es decir,
básicamente iban contra la monarquía en su tiempo, y aún hoy contra la Iglesia
Católica. Por eso la Iglesia Católica la tenía condenada, perfectamente
condenada por diversas bulas y encíclicas.
Pero resulta que la Lautaro no era masónica, no era iniciática; sí
exigía un juramento: guardar secreto, pero nada más; por eso dije muy bien,
sociedad secreta, lo que no significa por modo alguno que fuera masónica. Sin
embargo van a ver ustedes un debate inmenso: unos que dicen que es masónica y
otros que dicen que no. Yo les podría recomendar, si están en tema de
investigación, tres artículos, dos ingleses y uno norteamericano, hechos por
masones en revistas masónicas que afirman que ni la logia, ni San Martín eran
masones.
Pero lo más importante es que uno de los integrantes de la logia, un
dominico llamado fray Servando Teresa de Mier, que andaba por Europa, llega a
Cádiz y ve que la situación no está muy linda para los americanos (él era
mexicano), entonces se encuentra con otro religioso, el padre Ramón Eduardo de
Anchoris, y le dice:
– Mirá estoy en esta situación apurada, ¿qué es lo que hago?
– Y bueno, veníte con nosotros que tenemos una organización de
autodefensa que es la que se llama Logia de los caballeros racionales, o Logia
Lautaro.
– Sí, bueno, pero sabés que el Papa tiene prohibido estar en este tipo
de organizaciones masónicas.
– ¡No, pero si no es masónica!– le dice Anchoris –porque si así fuera yo
tampoco estaría.
–Bueno, voy a entrar y vamos a ver si es cierto lo que decís.
Se asocia y cuando le toca hablar durante una de las reuniones
semanales, el dominico Mier habla contra la masonería, y el único que protesta
por lo bajo es Carlos María de Alvear. Éste era americano, también correntino
como San Martín, un hombre rico que prestaba su casa para la reunión. Todos los
demás están de acuerdo con lo que dice Mier, y esto él pone en sus memorias dos
veces. Es el único testimonio desde adentro, por la cual sabemos que la Logia
Lautaro no es masónica, porque Mier lo dijo allí, y los otros no dijeron nada,
estuvieron de acuerdo tácitamente. Y él lo dijo porque en México (cuando él
escribe años después) decían ya que la logia Lautaro era masónica.
-¡NO, no, si yo nunca estuve en una logia masónica!, porque era medio
liberal el cura este, pero no tanto para violar las resoluciones del papa.
¡Cómo me voy a hacer de una logia masónica siendo sacerdote!
Entonces tenemos que la Logia esa, que dicen que es la que los impulsa,
no es masónica, no es la masonería por la que lo mandaron a América. La Logia
le servía para defenderse, porque eran atacados por ser americanos estos
oficiales (casi todos, aunque había algunos que no lo eran).
Entonces, para defenderse en un primer momento se asociaron. Pero no era
la única Logia que había en Cádiz: había 17 organizaciones secretas, masónicas,
antimasónicas, no masónicas, había de todos los gustos, y estaba ésta, la de
los americanos o sociedad secreta llamada Lautaro.
Bien, pero siguiendo a Mitre, San Martín salió porque un oficial inglés
Lord Macduff (conde de Fife) le arregló la salida con otro funcionario que se
llamaba Sir Charles Stuart. Son los ingleses los que lo hacen salir de Cádiz;
entonces los que siguen a Mitre inmediatamente dicen que era un hombre al
servicio de los ingleses. ¿Qué se puede responder a esto? El ejército del Sur
de España era anglo-español, porque los ingleses habían ido en auxilio de los
españoles del Sur que resistían a Napoleón, estaban luchando, y lucharon hasta
el final en España. Los dirigía el duque de Wellesley, futuro Lord Wellington
que era el jefe superior de San Martín. Macduff era otro oficial como San
Martin, otro teniente coronel (inglés). Ambos eran compañeros, colegas en el
ejército; nada de extraño tenía, por tanto, que San Martín le pidiera a Macduff
que le registrara la salida. ¿Por qué le tenía que registrar la salida un
inglés? Porque Cádiz es un istmo; las tropas francesas estaban a las puertas (sitio
del Mariscal Victor); por los costados estaba la escuadra inglesa del almirante
J. F. Cunningham, y no había forma de salir pacíficamente; no había ningún
buque ni botes, ni modo de salir que no fuera con los franceses o con los
ingleses. Él estaba en el sector aliado a los ingleses, es decir, que tenía que
salir en un buque de guerra inglés, y eso es lo que le pidió a Macduff.
Y en un bergantín de guerra partió a Lisboa. En Lisboa, que también
estaba bajo el mando luso-inglés, Charles Stuart le sella el pasaporte, no hace
otra cosa, y ahí sí, ya toma un buque americano desde Lisboa a Londres. Nada de
esto tiene de extraño, porque es lo que hicieron todos los que salieron, todos
los americanos; no tenían otro modo, así que es estúpido decir que salió porque
los ingleses lo llevaron. No se podía venir directamente; la única vía, por
supuesto que era vía acuática, era salir desde Londres, pero él estaba en
Cádiz, por tanto, tenía que llegar a Londres primero. Es el camino lógico y
natural de quien quisiera venir a América, estando en Cádiz, entonces. Todo lo que hizo no tiene nada de extraño o
de oculto, ni de masónico o de servicio a los ingleses. Pero también dicen que
cuando llegó a Londres, a Grafton Street 37, a la casa de Miranda, tuvo lugar
la Gran Reunión Americana, siendo allí donde se asocia a la masonería inglesa y
recibe instrucciones de los ingleses . Es decir, viene directamente como un
agente militar inglés.
Pues bien, Grafton Street 37 no era la casa de Francisco de Miranda (un
venezolano que había vivido allí y hacía un año que se había ido), era la casa
de los diputados de Venezuela, que estaban tramitando que Inglaterra
reconociera estas juntas autónomas de América, cosa que nunca hizo Inglaterra,
y enseguida veremos por qué.
Nunca hubo una Gran Reunión Americana. Este es un punto central, es una
mentira galopante que digan que la Lautaro era una logia masónica, que
pertenecía a otra logia masónica más grande que se llamaba la Gran Reunión
Americana, fundada por Miranda. Ni siquiera está demostrado que Miranda fuera
masón: era un gran sinvergüenza que estaba al servicio de Inglaterra (cobraba
de la corona inglesa por pasar informes, noticias, planes y demás) sí, pero
nada más. Lo que sí es seguro, es que no existió esta Gran Reunión, de modo que
San Martín nunca se pudo encontrar con una entidad que no existía. ¿Se va viendo cómo es la avanzada ahora, en la historia argentina? Hay
que ir debatiendo punto por punto, si uno quiere saber la verdad de lo que ha
pasado en este país. Y, en definitiva, si uno quiere saber si San Martín es un
prócer, un héroe, un arquetipo al que debemos seguir, o si es un simple traidor
al que debemos detestar. Esto es lo que hay que averiguar, eso y nada menos.
Hoy nos dicen que hay que humanizarlo a San Martín, hay que sacarle el
bronce a la estatua, porque está ya tan frío; hacerlo más humano, con todos los
vicios nuestros; hoy entonces metámosle todos nuestros vicios así lo entendemos
mejor, y de paso, decir que era un cobarde como solemos ser nosotros. Esto tiene
un origen cierto: tiene que ver con 14 de junio de 1982 cuando nos rendimos en
Malvinas. La Argentina es un país derrotado. A raíz de nuestra derrota nos la
están cobrando como se cobran los vencedores las derrotas, y entonces no sólo
nos convencieron ahí, sino que los demás nos están convenciendo que somos unos
idiotas, que no tenemos identidad nacional, que esto es una diversidad de
culturas, que acá no hubo nunca un sentido espiritual, religioso, ni nada, que
no tenemos ego. Entonces, ¿por qué todos estos ataques a San Martín? Porque San
Martín es el héroe nacional por excelencia; pues entonces hay que demostrar que
no es héroe, que era un traidor, que era un masón, que trabajaba para los
ingleses, que era opiómano, que era borrachín, que andaba con mujeres de un
lado para otro, y así mil doscientas cosas para que esta estatua, en lugar de
ser una estatua de bronce que está en la plaza, termine siendo una estatua de
lodo. Ese es el sentido de todo esto, de la derrota de 1982. Todos estos que
han escrito trabajan por esa derrota, y hacen que nosotros creamos esas
mentiras, esas injurias, porque eso es lo que son: todas calumnias. Y entonces,
para llegar a San Martín, tenemos que hacer este camino: destruir las mentiras.
Si es así, no hablemos acá de ningún arquetipo, ¿Cómo vamos a rendirle tributo
a ese sujeto?
Entonces ya llevamos sabiendo:
-Que no desertó, porque está el expediente del retiro del ejército
español como el de sus otros compañeros.
-Que la logia Lautaro no era una organización masónica, sino una
organización secreta de los americanos que vivían en Cádiz.
-Que no salió por servicio de los ingleses, sino porque era la única
manera de salir de Cádiz.
-Que en Londres no se hizo miembro de una masonería mayor al servicio de
los ingleses.
Todo esto lo tenemos aclarado contra los sujetos que están escribiendo
contra San Martín todos los días en folletos, artículos, enlodándolo; pues
bien, contra ellos, ya sabemos todas estas verdades.
Hagamos un alto en la historia, y volvamos al tema: es decir, el
arquetipo. Los paradigmas que necesitan las naciones son dos: los héroes y los
santos. Dice bien nuestro gran poeta, Leopoldo Marechal, que: “las naciones se
construyen como una cruz, con la horizontal de los héroes abajo, y la vertical
de los santos levitando hacia el cielo”. Si un país tiene esas dos barras que
se cruzan, es un país, si no, no. Si no tiene héroes y no tiene santos, es nada
más que una muchedumbre, una masa anómala, sin lugar en la historia, sin
relevancia ninguna. Por eso a nosotros
que nos están cobrando la derrota nos dicen que no hay ni héroes, ni santos.
¿Por qué? En función de nuestra derrota, no podemos tener héroes, los demás sí.
Pero nosotros sabemos que sí. Hay hoy en Argentina, en esta Argentina vencida,
que es un lodazal de inmoralidad pública y gubernamental, un país misionero,
que tiene cuatro órdenes religiosas (que yo sepa), más o menos, que están
misionando en el mundo, es decir, está haciendo una vida de santidad. Los
héroes son aquellos que “dan su vida por su patria”.
Son dos cosas distintas y no debemos confundirlas: una pertenece al
plano humano temporal, la otra al plano sobrenatural, que se conjugan para ser
la cruz del país, pero nunca debemos confundirlas, porque si no caemos en la
estupidez de Ricardo Rojas que tiene un libro que se llama “El santo de la
espada”, el santo héroe. ¿Puede haber un santo héroe? Sí, por ej. San Luis Rey
de Francia o San Fernando de Castilla, pero es rarísimo, y no tienen por qué
estar luchando para fundar un país, y al mismo tiempo ser modelo de virtudes
sobrenaturales; son dos actividades humanas, excepcionales, que se deben
conjugar en un país, pero que son muy distintas.
San Martín es un héroe, no es un santo. Pero ¿qué pasa con eso del
“santo de la espada ”? Se cae en que era un santo masónico, un santo laico, un
santo que no creía en Dios y en nada, y entonces tenemos un santo muy especial,
un santón. Ante esto, hubo gente muy pía, muy devota que decía: “No, no, pero
fíjese que iba a misa temprano, que cuando se casó comulgó”. ¡Qué nos interesa
eso! El juez no somos nosotros, es Dios. Como dice bien mi maestro Carlos
Steffens Soler: “El ángel de la guarda de San Martín es quien se ocupa de eso”,
si iba a misa temprano o no. Nosotros podemos averiguar la política religiosa
de él, si fue una política favorable al cristianismo o no; ahora, si él
personalmente tenía una práctica de piedad o no, nos es indiferente porque no
nos incumbe a nosotros juzgarlo, no somos Dios creador para hacerlo. Hay gente
que se toma en serio lo de “San” Martín: en el Perú un cura enemigo de San
Martín, realista, decía: “¿Por qué eso de SAN?”, bueno, le respondía al Padre
Zapata, que así se llamaba: “Yo le saco el San, y usted sáquese el ZA-, yo
quedo Martín y usted Pata”. Eran sus apellidos, no tenían nada que ver con un
tipo de santidad. Yo no estoy pretendiendo en modo ninguno canonizar a San
Martín: estoy tratando de reedificar la estatua que nos han tirado abajo.
El héroe sí, tiene que tener, determinadas virtudes, es arquetipo: tiene
que tener fortaleza, tiene que tener arrojo, y tiene que tener astucia también;
y eso no se pide de un santo, que sea astuto, y sin embargo un héroe, para
fundar una nación tiene que tener astucia, porque se va a ver enfrentado a los
otros poderes de la tierra que van a tratar de que no pueda cumplir su labor. Y
entonces tiene que hacerlo en parte por ataque y en parte por engaño a sus
enemigos. Y vamos a ver que en San Martín se cumplen las dos cosas, porque él
era capaz de encabezar una carga de caballería con el sable al frente de sus
tropas, como en San Lorenzo, pero también era capaz de engañar, con la guerra
de zapa, acá en Mendoza, a los realistas en Chile, y en toda la campaña del
Perú en una guerra de movimientos falsos, de engaños para superar un enemigo
que era muy superior en términos numéricos. En el Perú peleó con cuatro mil
soldados, contra veintiocho mil realistas, ¿cómo iba ir de frente a puro ataque
de caballería? Tenía que hacer maniobras para ir viéndolos, haciendo juegos de
diversificación y engaño, eso es lo que él llamó “guerra de zapa”, astucia. Él
no solamente fue un gran oficial de caballería, sino un gran oficial de
inteligencia.
Entonces, para antes retornar a San Martín, tenemos que ver si hay
héroes o seres humanos que hacen el esfuerzo extraordinario por su país, y no
se trata de ninguna santidad, de religión natural como ésta que intenta Rojas.
Nosotros tenemos que ver por ejemplo, que esto del héroe se inspira en Grecia:
si reunía las condiciones del valor de Aquiles y de la habilidad o astucia de
Ulises.
Terminamos este paréntesis y retornamos a San Martín.
“Maitland”, es un documento que presentó el doctor Terragno hace unos
años, en el que descubrió en la Cámara de los Comunes que había allí un escrito
de un militar escocés Thomas Maitland, que anunciaba un plan inglés para
marchar sobre el Perú, y decía que el mejor camino era desembarcar en Buenos
Aires, cruzar La Pampa, llegar a Mendoza, organizarse bien allí, cruzar la
cordillera, atacar Chile, y una vez vencido en Chile el español, entonces por
vía marítima desde Chile se atacaba Perú y Quito. Claro, obviamente había un
parecido con lo que hizo San Martín, entonces eso es lo que dijo Terragno:
“Mire qué parecido es esto con lo otro”; claro de ahí a decir que él cumplió
órdenes siguiendo el plan, hay una buena distancia. ¿Por qué? Porque cuando
Maitland escribió eso en 1800, Inglaterra estaba en guerra con España; pero
cuando San Martín actuó, Inglaterra estaba aliada a España; así que de ninguna
manera Inglaterra pensaba desembarcar en Buenos Aires, llegar a Mendoza, cruzar
a Chile e ir al Perú; todo lo contrario, Inglaterra estaba peleando con España
allá en Cádiz. Pero el plan Maitland
les ha caído de maravillas a todos los enemigos de San Martín. Entonces ahí
está la prueba. ¿Prueba de qué? De nada: porque además Maitland lo escribió
muchos años antes, y nunca nadie había dicho que hubiera admiración del uno por
el otro, ni cosa por el estilo. Pero es una cosa ver que no se ajustó al plan
Maitland: según todos éstos, San Martín vino a Buenos Aires, y de Buenos Aires
a Mendoza. No, señores: nunca vino de Buenos Aires a Mendoza; desembarcó en
Buenos Aires, allí creó el regimiento de Granaderos a Caballo, combatió contra
las tropas del Concejo de Regencia en San Lorenzo, y después fue mandado al
Norte, a Tucumán para comandar el ejército del Norte. Así que nada de pasar por
vía de Chile. El ejército del Norte estaba enfrentado con tropas del Perú, en
este caso del Alto Perú (hoy Bolivia). Y estuvo allí unos meses dirigiendo este
ejército y lo hizo bien, pero después cayó enfermo, y de ahí que para reponerse
fuera a Mendoza.
En esto hay tres puntos que tenemos que aclarar: había una carta,
supuesta carta que todos citan de abril de 1814 de San Martín a Nicolás
Rodríguez Peña, donde le dice: “Yo estoy convencido de que la patria no hará
camino por el Norte, hay que abandonar eso. Le digo mi secreto, hay que crear
un pequeño ejército fuerte en Mendoza, y de ahí pasar a Chile, y de Chile al
Perú”. En esto los liberales encuentran la prueba de que seguía el plan inglés
ya en 1814; y si no sigue en Tucumán es porque se hace el enfermo para ser
llevado a Córdoba y luego a Mendoza. Pero
en Tucumán hizo todo lo que venía hacer para luchar por el Norte, y si tuvo que
dejar el mando del ejército del Norte fue por enfermedad real. Todos los
testigos lo afirman, además de una junta de seis médicos para asistirlo porque
se podía morir (vomitaba sangre constantemente). No era ningún invento, no era
ningún pretexto, lo mandaban a las Sierras de Córdoba a ver si se salvaba o no,
porque era un clima benigno, menos húmedo y caluroso que el de Tucumán.
Solamente un testigo de esta época dice lo contrario. Éste fue el general Paz
que en sus Memorias afirma la mentira de la enfermedad de San Martín (es lo que
toma Mitre, porque las primeras piedras, contra San Martín las tira a este gran
liberal). Mitre se toma de los dichos de Paz y evita todos los otros dichos, de
todos los otros oficiales que dicen que estaba realmente enfermo, se toma del
único que brindaba un pretexto. Pero Paz
era una persona resentida con San Martín, porque cuando se organiza el ejército
de los Andes en Mendoza, él quiere entrar y San Martín se lo niega, y después
vuelve a pedir en Lima y San Martín vuelve a negárselo otra vez, vaya a saber
por qué. Entonces él quedó para siempre resentido y por eso miente. En la
correspondencia entre el Director Supremo Posadas y San Marín y las autoridades
del ejército de Tucumán, aparece la evidencia de que está absolutamente
enfermo, y gravemente enfermo; y hoy hay veinte estudios sobre este tema, todos
coincidentes en que sí, que San Martín padecía de una úlcera sangrante que le
hacía vomitar sangre; otros dicen que era lícito creer que tenía una lesión
pulmonar de la guerra en España. Lo cierto era que estaba ahí, al borde de la
muerte porque se quedaba anémico después de tantas hemorragias. Y como él vivía
de ese sueldo, no tenía otro ingreso, y después de estar descansando ahí unos
meses en Saldán, Córdoba, se le dio nuevo destino y el Director Supremo lo nombra
en Cuyo. Mendoza pasa a ser el lugar
central, según los liberales. No, Mendoza era una ranchería, era el último
lugar, era el lugar más tranquilo que le podían dar, porque no había ningún
problema en Mendoza. ¿Y esto por qué? Porque en Chile estaba el gobierno de los
autonomistas chilenos, en el Norte estaba Rondeau en su reemplazo, allá con el
ejército del Norte. Entonces le dan casi a elegir entre La Rioja y Mendoza, un
poquito menos caluroso; pero eso es todo, ahí no había ningún destino militar
ni va a formar nada. ¿Saben cuánta tropa tenía San Martín cuando llegó en el
año 1814 a Mendoza? Treinta soldados en el fuerte de San Carlos; que no eran
soldados, eran milicianos llamados blandengues que estaban en el fuerte de San
Carlos para defenderse contra los indios. Esa era la tropa con la que iba a
cruzar Chile y de ahí dirigirse al Perú. ¡No! Fue por razones estrictas de
salud, para terminar de curarse, y así se lo dice el Director Supremo en el
nombramiento que le hace.
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