Rosas

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jueves, 30 de mayo de 2013

“Pacho” O'Donnell y Monteagudo


Mario “Pacho” O'Donnell es psicoanalista, escritor de ficción e historiador. Actualmente preside el Instituto Nacional de Revisionismo Histórco Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Entre sus múltiples tareas, se dedica a rescatar figuras fundamentales del pasado argentino que la historia oficial dejó de lado. Monteagudo. Pionero y mártir de la unión americana es su último libro. En él aborda nuevamente un personaje que define como "fascinante" y sobre el que viene investigando  desde hace tiempo. En diálogo con Tiempo Argentino no sólo se refirió a este trabajo, sino también a su concepción de la historia y a la forma en que el relato del pasado irradia sobre el presente.
 
–No es la primera vez que trabaja sobre la figura de Monteagudo.
–Sí, porque es una figura excepcional. Mitre habla de él  como un aventurero, como el hombre que le hacía cometer errores a San Martín. Lo cierto es que fue un personaje civil muy importante en un momento de la historia en que los protagonistas eran militares. Era, además, una pluma extraordinaria. Por eso he puesto en mi libro un apéndice con algunas obras. El se expresó sobre diferentes temas desde una gran actualidad como el rol de las mujeres en el proceso revolucionario. Era un hombre de origen humilde, se quedó huérfano muy pequeño y fue enviado a Chuquisaca al cuidado de un sacerdote que era pariente de él. Allí estaba la famosa universidad donde estudió la gran mayoría de los próceres independentistas no sólo de Argentina  sino de varios países. Había ahí un gran fermento revolucionario. La de Córdoba y la de Chuquisaca eran las dos grandes universidades del Cono Sur, con la diferencia de que la de Córdoba era fundamentalmente religiosa. En la de Chuquisaca, en cambio, se enseñaban leyes que era la carrera que elegían los jóvenes "progres" de la época. 
–En el primer capítulo de su libro, donde se narra el asesinato de Monteagudo en un callejón, podría ser también el primer capítulo de una novela.
–Sí, porque considero que la historia es un relato y que particularmente la historia argentina es un relato maravilloso, de una riqueza y de una imaginación cuasi delirante, con personajes y circunstancias extraordinarias. Por eso nunca practiqué la novela histórica. Hay grandes novelistas históricos como Marguerite Yourcenar, Robert Graves, incluso Tomás Eloy Martínez con Santa Evita. Pero considero que la realidad histórica puede ser mucho más fascinante que lo que pueda inventar alguien. La novela histórica tiene algo de pereza, la pereza de ese escritor que si realmente se hubiera ocupado de investigar cómo fueron los hechos y quiénes fueron los personajes habría escrito un relato mucho más interesante que el surgido de su imaginación. En esto mi concepción de la historia difiere de la que tienen quienes han tratado de hacer de ella una ciencia dura transformándola en algo plagado de contraseñas, de lecturas entendibles sólo para los iniciados, de escrituras para el colega, textos que la gente no compra ni lee. Soy un gran partidario de la divulgación que muchos otros denigran. 
–¿Por qué?
–La divulgación es algo democrático, es compartir un conocimiento con los demás, hacer que lo que uno sabe lo sepan también otros. En este sentido siempre reivindico a un maestro con el cual teníamos pocas coincidencias ideológicas e incluso apasionadas discusiones, como fue Félix Luna. Tenía una concepción liberal de la historia, pero con una gran apertura. Puso la historia al alcance de la gente. Curiosamente, hoy no es reivindicado por los sectores más liberales y conservadores de la historia cuyos númenes son más bien historiadores que hacen investigaciones de circunstancias pequeñas y puntuales como el comercio de la caña de azúcar en el siglo XV o el número de llamas que había en la Patagonia del siglo XVII. 
–Lo suyo no es la novela histórica pero utiliza recursos novelescos que hacen que el lector quiera saber qué pasó.
–Sí, porque hoy, el lector, en cuanto uno se lo permite, trata de escaparse del libro. La relación actual entre el lector y el libro es muy lábil. En cuanto una deja de tenerlo agarrado del cuello, se va. El libro ha dejado de ser favorecido por las circunstancias necesarias, la atención es flotante, no hay mucho tiempo para leer, se lee en situaciones no muy favorables como un colectivo o una cola. Por eso escribo capítulos cortos. Mi libro sobre Rosas tiene cerca de 120 capítulos porque para mí mismo hoy es difícil leer un mamotreto, esos libros gruesos de letra pequeña y frases y capítulos largos. 
–Volviendo a Monteagudo, también la investigación acerca de esa muerte que hace Bolívar tiene aristas novelescas relacionadas con el cuchillo que le atravesó el corazón. 
–Sí, la cuchillada fue muy profesional. Bolívar constata que el cuchillo estaba recién afilado. Los afiladores eran pocos, era un trabajo que hacían los barberos. Entonces convoca a los barberos y les pregunta quién ha afilado ese cuchillo. Se entera así de que quien lo hizo afilar era un negro fornido. Con un pretexto convoca a los negros mediante un bando y ahí es reconocido Candelario Espinosa, el sicario contratado para matarlo. Bolívar lo lleva a su despacho y tiene una entrevista privada con él en la que le dice que no  morirá ahorcado si le dice quién le ha encargado el crimen. Evidentemente se lo dice porque Candelario permanece en prisión pero no es ahorcado. Bolívar no comparte con nadie esa revelación, pero uno puede concatenar una serie de hechos y sacar conclusiones. Sánchez Carrión que era un hombre de extrema confianza del libertador venezolano muere misteriosamente al poco tiempo. Luego de muerto Bolívar, uno de sus secretarios confiesa que el nombre que le había dado Espinosa era el de Sánchez Carrión. También se hicieron muchas especulaciones sobre un asunto de faldas.
–¿Y usted qué cree?
–Aunque no tengo ningún elemento probatorio, planteo una hipótesis. Monteagudo tiene una gran insistencia en la convocatoria del Congreso Afictiónico en Panamá. El anfictionismo era la tradición griega según la cual las ciudades en conflicto se reunían y trataban de dirimir sus dificultades a través del diálogo para no llegar a la guerra. Fíjese en la precocidad de Bolívar que en la carta de Jamaica, que escribe en 1815, cuando había fracasado en su primera expedición revolucionaria y estaba exiliado en Kingston, ya hablaba de la necesidad de que las naciones surgidas de la dominación española conformaran  una unidad para defenderse entre sí. Esto se hace carne en Monteagudo, lo mismo que en San Martín. Por su parte, Sánchez Carrión era la máxima autoridad de una logia muy ligada a sectores del absolutismo europeo. En esa época se había constituido la Santa Alianza que bajo pretextos religiosos estaba integrada inicialmente por tres monarquías absolutistas que eran la rusa, la alemana y la austríaca. Luego se incorporan la Francia napoleónica y España. Era una unión muy poderosa cuyo objetivo era retrotraer el mundo al tiempo anterior a la Revolución Francesa, es decir, terminar con las ideas republicanas y recuperar las colonias perdidas en América. Como lo explicaba Monteagudo en su ensayo sobre la unión americana, era muy importante que las naciones pudieran unirse para enfrentar los nuevos peligros que las acechaban luego de haberse independizado de España. Y Monteagudo aboga por una unión que no sea retórica, sino que tenga un ejército aportado por los distintos países que, a su vez, deben financiar y abastecer esa fuerza porque de producirse una invasión de la Santa Alianza, no habría tiempo para coordinar los esfuerzos, por lo que debía haber un dispositivo de respuesta. También tenía en cuenta la amenaza británica. Por eso Bolívar  tiene  una discusión muy fuerte con Rivadavia porque éste petardeó la reunión de Panamá, no tanto por la Santa Alianza, sino por su anglofilia. Esa unión americana podía ser usada también contra Gran Bretaña, que independientemente de la Santa Alianza aspiraba a adueñarse de aquello que había dejado España. Soy un convencido de que Candelario Espinosa fue un sicario contratado por Sánchez Carrión en cumplimiento de una orden del absolutismo para terminar con este tipo que fastidiaba. Esa fue una de las causas del fracaso de  la reunión de Panamá que se hizo en 1826. Pero entre la ausencia de Monteagudo asesinado en 1825, el saboteo de los imperios y de los países que seguían las instrucciones de éstos y las diferencias internas, la reunión fracasa.  No es difícil pensar que, lamentablemente, el asesinato de Monteagudo haya sido una solución política eficaz porque la Santa Alianza logra conjurar un régimen liberal en España, que había obligado a Fernando VII a jurar una constitución republicana o una monarquía constitucional. Lo hace con la famosa invasión de los Cien mil  hijos de San Luis, una expedición organizada y gobernada por la Santa Alianza que termina con este ímpetu de monarquía constitucional en España. De modo, imagínese, que les resultaba muy fácil eliminar a un tipo que en Lima estaba haciendo cosas que podían ir en su contra. 
–¿Más que un hombre de acción Monteagudo era un ideólogo?
–Sí, fue un personaje principal en la Asamblea del año XIII. En ese momento colaboraba con Alvear, por lo que seguramente no fue el momento más feliz de su vida. A su llegada a Buenos Aires ya era una figura muy importante en la ciudad, era columnista de los diarios, editorialista. Luego del exilio vuelve y O'Higgins lo toma a su lado. La proclama independentista de Chile está escrita por Monteagudo. Luego San Martín lo toma como su primer ministro. Prácticamente él gobierna Lima mientras San Martín se ocupa de las acciones bélicas. Fue un gran ideólogo,  un hombre con una gran capacidad de explicar, de interpretar los sucesos. Era un gran generador de ideas. Estaba convencido de su utilidad en la causa revolucionaria y por eso lo va a buscar a Bolívar y lo hace a través de la amante de éste, Manuela Sáez. Llega al campamento acompañado por ella, lo que en principio despierta los celos de Don Simón. Recordemos que se lo describe como una persona de muy buen aspecto. Tan es así que yo tomo una descripción que hace Vicente Fidel López casi en estado de excitación erótica cuando habla, por ejemplo, de las pantorrillas bien torneadas de Monteagudo. 
–¿Monteagudo era un hijo de la Revolución Francesa?
–Eso tiene que ver con su formación en Chuquisaca. Pero  yo le hago una crítica a la historia que nos cuentan. Se supone que los antecedentes de Mayo son las ideas de la Revolución Francesa, pero no se toman en cuenta las sublevaciones indígenas. Entre nosotros hay una larga tradición de resistencia. Monteagudo tiene una participación muy activa en la sublevación de los criollos y originarios del 25 de Mayo de 1809, la rebelión del Alto Perú Potosí, La Paz, Chuquisaca. Fue reprimida salvajemente por Goyeneche. A raíz de esta sublevación Monteagudo queda preso y luego se escapa. El inauguró la guerra psicológica, es el creador de la Guerra de Zapa que consistía en hacer publicaciones con noticias falsas que engañaran al enemigo. Es tal la desmoralización que esto produce, que San Martín entra en Lima sin disparar un tiro. 
–Usted preside el Instituto Dorrego que desde el revisionismo propone  otra forma de narrar la historia. ¿De qué modo influye el relato del pasado en el presente?
–Yo defino la corriente nacional, popular y federalista –me gusta más llamarla así que revisionista– como la que mira la historia desde la perspectiva de los sectores populares. La historia oficial, la que ha sido el pensamiento único, la que ha escrito los programas educativos de escuelas, colegios y universidades, la que ha bautizado parques, calles y avenidas, es la historia vista desde los sectores dominantes. Humorísticamente podríamos definir esta historia como un boliche con un patovica en la puerta que decide quién entra y quién no. Es la  historia de los grandes hombres. Para mí, en cambio, la historia es una consecuencia de movimientos sociales en los que los sectores populares siempre son protagonistas.  «
 
 
Una figura fascinante
A tal punto la figura de Bernardo Monteagudo le resulta interesante a Pacho O´Donnell que la abordó diversas veces. El primer libro referido a él   aparece en 1995, el segundo en 2011 y el tercero es muy reciente. 
Cuando se le pregunta cuáles son las diferencias entre ellos contesta: "La edición de 1995 fue editada por Planeta, la actual la publicó Aguilar. Esta última editorial  ha publicado varios libros míos, ha hecho una suerte de colección que tiene unidad visual. Ha tomado algún libro original como Artigas y también ha tomado reediciones como Juan Manuel de Rosas. El último libro sobre Monteagudo no es una reedición, sino una reescritura. El libro de 1995 se titulaba  Monteagudo. La pasión revolucionaria, mientras que éste es Monteagudo. Pionero y mártir de la Unión Americana"
"Monteagudo -explica O´Donnell la razón de su insistencia- es un personaje tan fascinante que después de publicar el primer libro seguí trabajando sobre él y se me presentó como muy relevante su extraordinaria visión de la necesidad de unión de las naciones americanas, las naciones neonatas recién salidas de la dominación española". Es imposible no relacionar  este rasgo ideológico de Monteagudo rescatado por el historiador  con la situación actual de América Latina, con la necesidad de unidad latinoamericana 
que sostienen muchos de sus países. O´Donnell señala: "Cada vez que se hable del Mercosur, de CELAC, no debe dejarse de tener en cuenta a este abogado extraordinario que fue Monteagudo".

Costa Brava

Por: Roberto Antonio Lizarazu
La Historia nos ofrece permanentemente  hechos producidos en circunstancias extrañas y contradictorias. En la nuestra, uno de esos hechos inusuales, fue la participación de José Garibaldi al servicio de la Banda Oriental, enfrentándose con la Confederación Argentina y puntualmente, en la batalla  que comentaremos en esta nota, con nuestro máximo héroe naval el Almirante Guillermo Brown. Esta batalla terrestre y naval es la de Costa Brava que ocurre entre los días  15 y 16 de agosto  de 1842, en el paraje de ese nombre, Costa Brava, en el río Paraná, cercano al límite entre las provincias de Corrientes y Entre Ríos.
Giuseppe Garibaldi, quien termina siendo unas décadas más tarde, una de las  figuras más destacadas del proceso de la  unificación italiana, nace en Niza, en ese momento Reino de Piamonte el 4 de julio de 1807 y fallece en Caprera, Reino de Italia, el 2 de junio de 1882. Pero entre los años 1840/50, Garibaldi andaba por estas alejadas pampas contribuyendo a la fragmentación de estas incipientes naciones.
Cuadro de situación en la Confederación Argentina. Como consecuencia del Tratado de paz con Francia, y firmado en octubre de 1840 el Tratado Arana-Mackau, una de las consecuencias fue la pérdida del dominio del Río de la Plata, el Paraná y el Uruguay inferior por parte de la Banda Oriental.
Para 1841,  en la Confederación Argentina  se había intensificado la guerra interna y los triunfos y fracasos de unitarios y federales eran fluctuantes y alternados. El 28 de noviembre de 1840 Lavalle es derrotado en Quebracho Herrado por Manuel Oribe. El 19 de septiembre de 1841 Lavalle sufre otra derrota en Famaillá a manos del mismo Oribe. Luego muere en Jujuy el 8 de octubre de ese año.
Rosas llama a Oribe que cruce al litoral porqué Paz había triunfado sobre Echagüe en Caa-Guazú el 28 de noviembre de 1841 y amenazaba con un avance desde Corrientes sobre Entre Ríos. Justo José de Urquiza evacua al gobierno de Entre Ríos de La Bajada del Paraná y se refugia en la Isla del Tonelero, en jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires.
Dadas estas novedades, Rosas requiere los servicios de varios marinos de gran experiencia para formar una escuadra de la Confederación. Son convocados y dados de alta: Guillermo Brown, Juan Bautista Thorne, el mítico sordo de la Vuelta de Obligado, Francisco Erézcano y Azcuénaga, Francisco José Segui,  Juan King y José María Pinedo. Varios de ellos, como Segui y Pinedo por ejemplo, habían sido dados de baja por un recordado decreto de Rosas del 16 de abril de 1835, que fue fundamentado por razones de política partidista. Pero ahora no era momento de hacer política.
Por su parte Rivera, (colorado, unitario) quien había reemplazado a Oribe (blanco, federal) que andaba de campaña por nuestro interior, prepara su propia escuadra con la pretensión de llegar hasta Corrientes, donde se encontraban  Ferré y Paz, para colaborar con  las intenciones de pretender avanzar sobre Entre Ríos y eventualmente llegar hasta Buenos Aires y desplazar a Rosas.
Pero previamente  debemos explicar el proceso de como  Garibaldi aparece involucrado en la Batalla de Costa Brava del 15 y 16 de agosto de 1842, dirigiendo una escuadrilla contra otra de la Confederación que comanda Guillermo Brown.
Desde 1835 el Estado de Río Grande del Sur, mantiene un enfrentamiento con Río de Janeiro porqué mantiene ideas independentistas y varios dirigentes libertarios y carbonarios pretenden segregar ese Estado del Estado central, en ese momento, con pretensiones imperiales. El jefe de este movimiento era el libertario Coronel Bentos Goncalvez da Silva. Este proceso revolucionario se denomina como  “Revolución de los farrapos” (harapientos).  Garibaldi, de ideas libertarias y prófugas de Italia y Francia, aparece en Río Grande para apoyar la segregación y logra  que se le otorgue patente de corso para lograr financiamiento para la revolución, radicándose en Porto Alegre. Arma la nave “La Mazzini” con la cual hace algunas incursiones de rapiña por el sur del Brasil, en nombre de la revolución de los farrapos. Finalmente los separatistas son derrotados gradualmente por los imperiales  y Garibaldi termina refugiado en Montevideo   al servicio de Fructuoso Rivera. Para 1841 Garibaldi ya con su mujer Anita Ribeiro y su primer hijo Menotti, presta servicios de variada índole a Rivera.
El combate fluvial y terrestre de Costa Brava (15 y16 de agosto de 1842). Rivera solamente pudo disponer de limitados recursos, sobre todo de calidad de personal, para competir el dominio fluvial en disputa,  precisamente con Guillermo Brown. Rivera designa a Giussepe Garibaldi como nuevo jefe de la escuadra oriental en reemplazo de Coe. La flotilla se componía de la corbeta “Constitución” de dieciocho cañones, el bergantín “Pereyra” de dos cañones, la goleta “Libertad”, cuatro faluchos y cuatro transportes de tropas y materiales.
La escuadra de la Confederación quedó integrada por los  bergantines  “Echagüe”, “Americano”, “Republicano”, y las goletas “9 de Julio y “Chacabuco”. Aumentando sus efectivos por gestiones e iniciativa de Brown a siete buques y un total de setenta cañones, mas transportes de marinería (hoy infantería de marina) y diversos materiales bélicos y de aprovisionamiento.
La misión encomendada a Garibaldi era una misión imposible de concretarse. Había que remontar el Paraná, burlar el bloqueo de la Confederación, llegar a Corrientes y tomar contacto con Ferré. No se podía desconocer que para tales fines, tenía que superar, además de los buques de Brown, el obstáculo de la isla Martín García, que se encontraba artillada y algunos buques menores en la Bajada del Paraná que estaban al mando del experimentado Segui.
El 26 de junio de 1842, Garibaldi cuando pasa por la Isla Martín García, enarbola bandera argentina para engañar a las baterías. No engaña a nadie, pasa pero bajo fuego a discreción  que produjeron algunos daños. Mientras tanto Brown levó anclas desde Buenos Aires al tomar conocimiento de la presencia de la escuadrilla oriental en el Río de la Plata.
Recién el 19 de julio Garibaldi puede forzar el paso frente a la Bajada con acciones de combate con Segui. Detrás venía navegando Brown que al llegar a la Bajada incorpora a Segui con cuatro buques más: dos goletas y dos transportes de infantería.
El 15  de agosto, Brown da alcance a Garibaldi en el paraje llamado “Costa Brava”, cerca del límite de Corrientes y Entre Ríos, donde existe una estrechura del río y se produce el combate definitivo. El mismo se extiende desde el 15 al 16 de agosto. El combate se efectúa desde los buques y también en tierra. El “Echagüe” se apoyó en la orilla y Brown ordena el  desembarcado de infantería y cuatro piezas de artillería al mando de los hermanos Mariano  y Bartolomé Leónidas  Cordero. Ambos tenientes, que desde tierra hacen estragos al enemigo y mostraron en la acción heroico comportamiento.
En la noche del 15,  Garibaldi aprovecha la oscuridad para lanzar dos brulotes, que son interceptados por dos falúas, una dirigida por Bartolomé Leónidas Cordero y el otro interceptada por la falúa que dirige el Teniente José María Mayorga. Desde tierra Mariano Cordero y sus tiradores apoyan ambas acciones.
Para la tarde del 16 la escuadrilla garibaldina había consumido todas sus municiones y esa noche se produce el desbande de sus tropas. Garibaldi acodó los barcos “Constitución” y “Pereyra”, los roció con pólvora y aguardiente y llevó a los tripulantes a la goleta “Libertad”. La explosión y el incendio fueron tremendos. Aprovechando ese momento Garibaldi y algunas tropas desembarcan y regresan a Montevideo caminando. Brown ordenó, expresamente, que en esa huída pedestre no se le disparara a nadie.
Con el desastre sufrido por la escuadra riverista, Ferré y Paz solamente podían recibir ayuda oriental por el lado del río Uruguay. Pero estamos en vísperas de Arroyo Grande, que demorará por algunos años con las aspiraciones de los liberales unitarios de derrotar a Rosas. Cosa que sucederá recién diez años más tarde a manos de los federales urquicistas.
Llama la atención lo poco realista de esta acción bélica emprendida por los orientales y la subestimación que demuestran por los hombres de la Confederación.  Rivera y Garibaldi eran personas de extensa experiencia militar pero el plan nace muerto desde el principio. Habría que darle la razón a San Martín cuando afirmaba que “Hay algunos trasnochados que suponen que somos como las empanadas, que nos pueden comer de un solo bocado”.

ALBERDI. VERDADERO Y ÚNICO PRECURSOR DE LA CLAUDICACIÓN.

 Por Julio Irazusta


Alberdi ha sido de preferencia estudiado en su aspecto de Solón argentino, y la influencia de sus ideas en la organización institucional del país fue ya ampliamente señalada. Pero yo creo que hasta ahora no se ha establecido con precisión la fecha de su grandeza desde el punta de vista de la personalidad que decide los destinos de una nación.
Para mi esa fecha no es la de 1852, en que redactó Las Bases al enterarse en Chile de la caída de Rosas, sino la de 1838, año en que emigró a Montevideo. El papel que desempeña en la época llamada de la organización nacional es preponderante, pero no singular. Ya para entonces las ideas que expone en Las Bases habían ganado mucho terreno en la opinión del país, habían tenido otros expositores tan brillantes o tan vigorosos, si no tan claros como él; el giro tomado por la revolución liberal contra Rosas no dependía directamente de él, sino de hombres que tal vez ni lo conocían (aunque sufrieran por modo indirecto una influencia de su propaganda anterior). Es más. Quedan indicios (ya coordinados por Groussac), de que, hacia el final de la dictadura, Alberdi no veía con malos ojos los resultados obtenidos  por el dictador, de que cualquiera fuese la fijeza de sus objetivos políticos fundamentales (que jamás variaron), su manera de concebir la oportunidad no era la de aquellos que se puede llamar sus correligionarios.
En 1838, al emprender en Montevideo la campaña política que debía provocar la alianza de la emigración argentina con las autoridades de la escuadra francesa que bloqueaba el puerto de Buenos Aires, Alberdi está solo. Ningún argentino, entre los peores enemigos de Rosas ha pensado todavía en acudir al extranjero europeo en busca de auxilio; ningún patriota prestigioso se ha atrevido a desafiar la opinión nacional aplaudiendo la intromisión de Francia en América. De sus compañeros de generación que luego habían de formar con él la pléyade de la Argentina liberal ninguno ha cobrado todavía importancia. Echeverría es personalidad poética, no política. Sarmiento es un tímido principiante que apenas ha hecho sus primeras armas. Mitre no ha salido del cascarón estudiantil. Y así de los demás. Cuando  Alberdi adopta su trascendental política de 1838, ningún mayor le da un ejemplo autorizado, ningún contemporáneo suyo lo acompaña. Está en el destierro, después de abandonar voluntariamente una patria en la que ya ha triunfado, no sin duda como él lo deseara, pero entre los suyos al fin. Para colmo de dificultades, cuando llega al medio ajeno que en adelante será el de su acción, las novedades aportadas por él a la lucha antirrosista contrarían las negociaciones de paz con Rosas iniciadas por Rivera, y en lugar de la acogida  que sin duda esperaba de las circunstancias favorables dadas en la situación internacional rioplatense, fué atacado en su calidad de extranjero por la prensa oficiosa de Montevideo, que así desautorizaba su prédica internacionalista.
Midiendo la acción de Alberdi  por los obstáculos que venció con su tesón y su capacidad intelectual, por las dramáticas circunstancias en que la empezó, el joven emigrado de 1838 es indudablemente más grande que el hombre maduro de 1852. Y como esa acción fue trascendental para los destinos de nuestro país, me ha parecido indispensable no dejar que la fecha de su centenario pasara sin un recuerdo.
Hoy, en 1938, se palpan las consecuencias últimas de la política extranjerizante cuya adopción decidió Alberdi con su campaña de 1838. Para los partidarios como para los adversarios de esa política, ninguna figura de hace un siglo puede ser en estos momentos más digna de estudio que la de Alberdi. Así los primeros colocarán sus admiraciones y los segundos asignarán las responsabilidades, con más justicia. Otras conmemoraciones bullangueras e inoportunas celebradas este año parecen destinadas a confundirlo todo, a extraviar a los unos sobre el verdadero autor de la política aún imperante en el país, y a los otros sobre sus verdaderas consecuencias.
II
Si se quiere tomar el hilo de esa evolución del pensamiento de Alberdi que le permitiría luego todo un planteamiento novedoso del problema social y político del Río de Plata, se nos permitirá transcribir esta página de su Autobiografía:
Durante mis estudios de jurisprudencia que no absorbían todo mi tiempo”, dice en ella, “me daba también a estudios de derecho filosófico, de literatura y de materias políticas”. En ese tiempo contraje relación estrecha con dos ilustrísimos jóvenes, que influyeron  mucho en el curso ulterior de mis estudios y aficiones literarias: don Juan Manuel Gutiérrez y don Esteban Echeverría. Ejercieron en mí ese profesorado indirecto, más eficaz que el de las escuelas que es el de la simple amistad entre iguales.  Nuestro trato, nuestros paseos y conversaciones fueron un constante estudio libre, sin plan ni sistema, mezclado a menudo a diversiones y pasatiempos del mundo. Por Echeverría, que se había educado  en Francia durante la Restauración, tuve las primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamó el romanticismo, en oposición a la vieja escuela clásica. Yo había estudiado filosofía  en  la Universidad de Condillac y Locke. Me habían absorbido por años las lecturas libres de Helvecio, Cabanis, de Holbach, de Benthamn, de Rousseau. A Echeverría debí la evolución que se operó en mi espíritu con las lecturas de Víctor Cousin, Villemain, Chateaubriand, Jouffrey y todos los eclécticos procedentes de Alemania en favor de lo que se llamó el espiritualismo”.
Echeverría y Gutiérrez propendían por sus aficiones y estudios, a la literatura; yo, a las materias filosóficas y sociales. A mi ver, yo creo que algún influjo ejercí en este orden sobre mis cultos amigos. Yo les hice admitir, en parte, las doctrinas de la Revista Enciclopédica, en lo que más llamaron el Dogma Socialista“. (Alberdi Escritos póstumos, tomo XV, p. 293).
El pasaje es encantador. No da los detalles precisos de la evolución sufrida por Alberdi en el comercio intelectual con sus dos amigos. Los nombres de autores se hallan barajados en la página redactada por el anciano, como ocurrirían en las conversaciones de los jóvenes, sin ninguna notación concreta sobre las ideas particulares que cada uno de ellos le enseñara. Pero encierra sugestiones preciosas, que han servido de punto de partida para la investigación. Nadie ha realizado sobre el tema una más profunda que el doctor Coriolano Alberini en su conferencia sobre “La metafísica de Alberdi”, pronunciada en una colación de grados universitarios de 1933 y publicada en los Archivos de la universidad. Remitimos a esa conferencia para todo lo concerniente a la formación intelectual de Alberdi, y a su posición filosófica definitiva tal como quedó desde sus primeras  publicaciones.
Lo fundamental para el objeto de este ensayo es que la evolución sufrida por el autor de Las Bases entre sus años de Colegio y el advenimiento de Rosas, lo había preparado  a recibir el nuevo hecho político con su espíritu más realista que el aprendido en el primer  grupo de autores citados por él en la página transcripta. El segundo grupo le había dado por así decir una clave de la historia mundial, que comprendía fenómenos como el del rosismo. Y cuando Rosas triunfó, Alberdi ya podía encararlo con serenidad.
Los románticos francesas le habían enseñado la concepción del progreso elaborada por la filosofía alemana, en contraste con el iluminismo francés del siglo XVIII. Para éste, el progreso era obra de la razón trascendente, exterior al mundo, anti-histórica, que persigue la realización de un ideal utópico por medio del despotismo ilustrado, de un derecho natural desligado de la tradición histórica, fuerza perturbadora. Para aquella, en cambio, el progreso era obra de una de una razón inmanente, ínsita en el mundo, que se va realizando en la historia e introduciendo en los conceptos del derecho natural los nuevos hechos aportados por la vida de la sociedad. El iluminismo utópico y legiferante, ciego a la realidad de cada momento y de cada lugar, era superada por el historicismo, cuyo respeto por las particularidades de época y de localidad le diera a Alberdi el criterio necesario para considerar los acontecimientos de que era espectador.
Cousin y los eclécticos, Lerminier y los románticos, difundieron en Francia, hacia el final de la Restauración, es decir durante la estada de Echeverría en París, aquellas ideas fundamentales del historicismo que la nueva generación argentina iba a repetir entre nosotros. Resultado de esa empresa intelectual sería la superación del ideologismo utópico  de los unitarios y la valoración del hecho federal.
Bien es verdad, como lo observa repetidas veces el doctor Alberini, que ni Echeverría  ni Alberdi tomaron al pie de la letra las ideas de los publicistas franceses de la nueva escuela. En lo que se refiere al historicismo, de los dos elementos que él considera en el derecho, el histórico y el racional, su creador, el alemán Savigny, da más importancia al primero; su divulgador, el francés Lerminier, da más importancia al segundo. Pero no lo bastante a gusto de Alberdi, que en ve el peligro de la glorificación del hecho, implícita en el historicismo, y trata de evitarlo, corrigiéndolo mediante las teorías morales de Jouffroy. En lo que se refiere a la filosofía propiamente dicha, la nueva concepción del progreso es demasiado determinista, demasiado excluyente de la iniciativa humana. Al tomarla de los eclécticos y románticos franceses, repetidores de los filósofos postkantianos, Alberdi la corrige también, dando más juego a la libertad de determinación de la voluntad, y aceptando los fines del iluminismo unitario, es decir, sus ideales de civilización, pero negándole comprensión de los medios que la realidad argentina aconseja. Según la brillante fórmula del doctor Alberini, para Alberdi “es indispensable llegar a una síntesis de fines iluministas y de medios historicistas, merced a la teoría providencial del progreso, interpretada con hondo sentimiento de nuestra peculiaridad social”. Lo de la hondura de esa interpretación es discutible. Pero es cierto que A1berdi postuló su necesidad.
III
La independencia relativa con que nuestro personaje manejaba las ideas de los maestros en boga se manifestaba más en el terreno de la teoría que en el de la práctica. Por lo general, los jóvenes dejan el andador ideológico mucho antes que el andador moral. El mismo bachiller que se ha emancipado hasta cierto punto de los textos escolásticos, necesita catálogos de acción, es decir libros de casuistas, moralistas o sociólogos (según la época) que lo provean de recetas para tales y cuales hechos, menos manejables que las ideas. Ahora bien, si la escuela histórica proporcionaba categorías de juicio mejores que las de los ideólogos  (y que permitieran a la nueva generación argentina encarar la realidad social del país con más tino que sus predecesores los unitarios), los historicistas franceses predicaban en ese momento con el ejemplo de modo más persuasivo que con la palabra. Hay menos semejanza entre las ideas de Alberdi y las de sus maestros, que entre la política del primero y la de los últimos.
La de estos consistía en un cambio de táctica, en abandonar el extremismo revolucionario de 1793 por una propaganda pacífica de los mismos fines esenciales. Desde 1834 el abogado Dupont había propugnado esa política en la Revista Republicana, Raspail y Kersausie escribían en El Reformador: “Basta de polémicas personales, basta de lucha social”.  Las leyes de setiembre (que fueron la edición francesa de nuestra ley de marzo de 1835), habían amilanado todavía más a los republicanos. La Falange, publicación prestada por Fourier a  Considérant, y El Buen Sentido de Luis Blanc, predicaban la sustitución de las conjuras tenebrosas por un ideal de mejoramiento pacífico de la sociedad y de la política. Lammenais, Jorge Sand y Leroux seguían la misma tendencia.
El autor de Palabras de un creyente, al separarse de la posición reaccionaria del comienzo de su carrera (pues sabido es que Lammenais se inició junto a De Maistre y De Bonald), había dado la fórmula que la nueva generación argentina adaptaría a la política de los partidos locales: “miro al antiguo partido monárquico con todo el respeto que se debe a un glorioso veterano. Pero no puedo tener confianza en ese veterano, pues con su pierna de palo está incapacitado para avanzar con la nueva generación”. Salvo la imagen final, esas palabras de Lammenais en 1834 son casi las mismas que la nueva generación argentina diría sobre el partido unitario.
La política de Lammenais separábase, a la derecha, de los monárquicos, y a la izquierda, de los revolucionarios y jacobinos. Y dada la influencia preponderante que su libro más famoso, traducido por Larra con el nombre de Dogma de los hombres libres, ejerciera sobre los jóvenes rioplatenses en la cuarta década del siglo XIX, es fácil creer que su recetario práctico, de la conciliación de los partidos, fué adoptado al pie de la letra por sus admiradores de aquende el Océano, como el que mejor cuadraba con el nuevo realismo aprendido en la más reciente literatura política de Francia.
De España llegaban iguales voces de realismo en los pocos autores de la madre patria que Alberdi leía. Así p. e. Donoso Cortés,  citado en otro pasaje de la Autobiografía. Antes de su época reaccionaria, antes del Ensayo sobre el catolicismo y su célebre discurso de los dos termómetros, cuando era representante del liberalismo a la moda, Donoso Cortés escribía:
Las constituciones son las formas con que se revisten las sociedades en los distintos períodos de su historia y su existencia; y como las formas no existen  por sí mismas, no tienen una belleza que las sea propia, ni pueden ser consideradas sino como la expresión de las necesidades de los pueblos que las deciben”…

…Las constituciones, pues, no deben examinarse, en sí mismas, sino en su relación con las sociedades que las adoptan …  … Las constituciones para que sean fecundas, no se han de buscar en los libros de los filósofos, porque sólo se encuentran en las entrañas de los pueblos”. (Consideraciones sobre la diplomacia y su influencia en el estado político y social de Europa, desde la Revolución de Julio hasta el tratado de la Cuádruple Alianza, Madrid, 1834).
Estas consideraciones impregnadas de sano realismo eran en España reflejo del mismo pensamiento europeo no español que Alberdi reflejaría en el Río de la Plata. Ese pensamiento había superado, en el primer tercio del siglo XIX, el utopismo de 1789, aunque conservando algunos de los fines esenciales que entonces persiguiéronse: y como queda dicho más arriba, sus representantes más genuinos daban en Francia, en esos precisos momentos, el ejemplo de la política prudente que correspondía al nuevo concepto de evolución y de progreso que había predominado en el terreno puramente intelectual.
IV
Aunque Alberdi no especifique la época en que sus ideas se aclararon, entre sus conversaciones con Echeverría desde 1829 en adelante y la publicación del Estudio preliminar en 1887, es de suponer que ello habría ya ocurrido hacia la época en que Buenos Aires debatió el problema constitucional de la suma del poder. La elaboración de un sistema como el que se expone en aquel libro, por mucho que tenga de ejercicio escolar, de trabajo de taracea con textos ajenos, no se puede improvisar. Y dada la suma de labor  intelectual que implica, es legítimo atribuir a Alberdi las ideas que maneja en 1837 como adquiridas varios años antes.
Así las cosas, su actitud no podía ser, frente al predominio del hombre que representaba la causa opuesta a la suya, la que sus antecedentes de círculo y de educación permitían esperar. En las cartas que le escribían sus amigos de Buenos Aires durante su viaje a Tucumán en 1834, cuando aquel debate estaba en su punto más álgido, se transparentaba un gran temor a Rosas, un gran anhelo constitucional que se siente contrariado por las circunstancias. De regreso en el Río de la Plata Alberdi no canalizaría los sentimientos de quienes le habían llamado con angustia, hacia la oposición violenta, la sempiterna lucha armada que el viejo partido liberal argentino ofrecía como única receta. Aunque las íntimas simpatías del grupo juvenil estaban con dicho partido, los errores de su política ya eran evidentes para Alberdi. Y aunque en el fondo el ideal que él y sus amigos perseguían era el de los fundadores de las instituciones liberales en el país, el mejor modo de servirlo no sería obstinarse en la utilización de los mismos medios que ya habían fracasado tantas veces.
Tal la génesis psicológica de esa política de la nueva generación. Teniendo ante sí dos caminos: las armas o las ideas, optó por el segundo, como más a su alcance. Para ello se asoció, escribió. Pero, según las palabras de Alberdi, “transó (sic) aparentemente con el poder de entonces, lo agasajó para no ser estorbado por él”. (Alberdi Escritos póstumos, tomo XV, p. 433). Para mí es indudable que en esas palabras hay una esquematización demasiado rígida y torcida, y que en la conducta de los jóvenes acaudillados por Echeverría y Alberdi, hubo más sinceridad, menos maquiavelismo de los que dice este último. Es raro que la extrema juventud se alíe a tanta hipocresía como, aún en medio de los mayores peligros, supóne la politica que Alberdi esquematiza a posteriori de los hechos en las palabras citadas. Por esos mismos días la juventud liberal italiana arrostraba riesgos muy superiores a los ofrecidos por la severa represión de Rosas; los principillos reaccionarios de la península hicieron correr ríos de sangre entre 1830 y 1836. La diferencia de conducta no se debe a una diferencia fundamental de carácter entre unos y otros jóvenes, sino a la diferente manera de concebir lo operable. Al mismo tiempo que Alberdi tomaba la suya de los publicistas franceses a la moda, Mazzini la combatía en estos. Y la misma juventud liberal argentina que Alberdi presenta como poseedora de una prudencia monstruosa para sus años, daría poco después muestras de audacia sin cálculo, de heroísmo indudable.
La política de transacción entre los fines del iluminismo y el hecho federal parece haber sido sinceramente concebida y planeada a mediados de la cuarta década del ochocientos por aquellos jóvenes espíritus, cuya euforia de poseedores de la única doctrina explicativa de la novedad surgida en el país se nota en sus escritos de entonces, en los discursos de Sastre, Gutiérrez y Alberdi al inaugurar el Salón Literario, en el Preliminar al estudio del derecho. El análisis detenido de esas producciones lo hará más evidente.
V
En enero de 1837, Alberdi imprimió un prospecto de la obra que tenía en preparación sobre los principios del derecho. En él exponía la esencia de los conceptos que encerraría y desarrollaría aquélla. Pocos meses después aparecía el Fragmento preliminar al estudio del derecho. Si el título era largo más lo era el subtítulo, que rezaba como sigue “acompañado de una serie numerosa de consideraciones formando una especie de programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina”. La presunción del tono  corresponde a la moda de la época y los cortos años del autor. Alberdi tenía apenas ventisiete, edad en que rara vez pueden dar toda su medida los espíritus filosóficos, que maduran tarde. El manejo de un complicado sistema de ideas en su libro (por artificiosa y poco espontánea que haya sido su redacción), y la conciencia sobre la rareza del hecho, debían de dar a Alberdi un engreimiento que cuadraba con el de sus maestros europeos, los románticos, personajes muy pegados de sí mismos. Pero el sentimiento de Alberdi en el caso no es injustificado. Teniendo en cuanta la circunstancia antes apuntada sobre la estación del florecimiento filosófico, su trabajo es notable. Notable por la concepción general, por la cantidad de filosofía verdadera que (no obstante los prejuicios de escuela) Alberdi ha encerrado en su libro, por su capacidad para el desarrollo de las ideas, por el aplomo de sus juicios, por su independencia de espíritu respecto de los maestros (cuyas fórmulas abandona muchas veces, sustituyéndoles otras de su cosecha), por su discernimiento de la compleja experiencia política nacional.
Vale la pena detenerse a comentar este libro, fundamental  en la obra de Alberdi en la parte que interesa al objeto de estos estudios.
La filosofía no le interesaba a nuestro jóven autor sino como proveedora de principios a cuya luz debían aparecer con toda  claridad sus conceptos sobre el derecho. Este era el objeto permanente del Fragmento preliminar. Desde el principio   confiesa Alberdi la evolución sufrida por él (bajo el influjo del publicista francés que introdujo el historicismo alemán  en Francia) en la concepción del derecho: “Abrí a Lerminier”, dice, “y sus ardientes páginas hicieron en mis ideas el mismo cambio que en las suyas había operado el libro de Savigny. Dejé de concebir el derecho como una colección de leyes escritas. (Alberdi Escritos jurídicos, T. I, pág …, de la ed. de J. V. González). Señalado un extremo de la evolución, pasa a señalar el otro, con el cual entra de lleno en materia. El derecho es, para el autor del Fragmento preliminarun elemento constitutivo de la sociedad, que se desarrolla con ésta, de una manera individual”, del mismo modo que “el arte, la filosofía, la industria, no son como el derecho, sino fases vivas de la sociedad, cuyo desarrollo se opera en una íntima subordinación a las condiciones de tiempo y lugar”. (Ibid, ps. 14-15); “aunque (el derecho) es indestructible y universal en su substancia, en su principio, su aplicación debe ser tan móvil como las relaciones que preside, y éstas como las necesidades sociales, tan fecundas también como los climas y los siglos”; “el derecho positivo es totalmente adherente, privativo, peculiar de cada pueblo, de cada momento; como dice Montesquieu, sería una rarísima casualidad que pudiese recibir una doble aplicación”. (Ibid, ps 119-120).
El derecho relativo y variable es para Alberdi, pues, el positivo; no así el derecho natural, cuya inmutabilidad afirma declarando blasfemos a quienes la niegan. Es tan categórico sobre este punto que, en cierto momento, llega a confundir lo que él mismo había distinguido, estableciendo un pasaje del derecho positivo al derecho natural: “Con la serie de los tiempos” dice, “el derecho acaba por tomar una inflexibilidad de hierro” (Ibid, p. 100); y más adelante: “Cada día debe asimilarse más y más el derecho real al derecho racional…” (Ibid, p. 121). Ilusión contradictoria con sus afirmaciones iniciales. Pero una frase de Guizot, que cita de inmediato, remedia la contradicción: “La perfección racional es el fin, pero la imperfección es la condición”.
Otros desfallecimientos encierra el opúsculo, cuyo jóven autor suele perderse en un laberinto de distingos, y que tan pronto coloca al derecho en el subordinado lugar que le corresponde como hace de él una disciplina intelectual que engloba a todas sus afines. Mas, pese a los defectos (o tal vez a causa de ellos el Fragmento preliminar es la manifestación más notable de pensamiento filosófico entre nosotros, durante el siglo XIX. Tal aparece también en la excelente página que resume los opuestos vicios del abstractismo jurídico y del historicismo extremos:
Despreciar la historia, los hechos, la realidad, es oponerse a la fuerza, y negar a esta fuerza su dosis necesaria de verdad y legitimidad, pues que no es fuerza sino porque es o miente ser legítima. Despreciar lo racional, lo filosófico, lo universal, es despreciar la fuente de lo real, de lo histórico, de lo nacional, y por lo tanto, es comprender mal todo esto;  es limitar la verdad a la realidad, la filosofía a la historia, todo hecho es verdadero, legítimo, justo, sin otra razón que porque es hecho. Tal es error de la escuela histórica. Sin duda que no es chico. El mejor partido será siempre un temperamento medio entre los extremos, de la escuela histórica que ve la razón en todas partes, y la escuela filosófica que no la ve en ninguna”. (Alberdi Escritos jurídicos, I; p. 123, ed. J. V. González).
Al precepto uniendo el ejemplo, el autor del Fragmento preliminar aplicó a la realidad argentina el criterio expuesto en esa página. La tópica de su aplicación se refiere más a la política que al derecho. Una palabra de su maestro Lerminier, que él califica de profunda: “la vocación del  derecho es enteramente política” (Ibid, p. 159), había sacado a Alberdi de la órbita de lo jurídico puro a que se suelen limitar los estudios de los doctores noveles. Y su opúsculo de 1837 no es principalmente el preliminar al estudio del derecho que el título promete, sino un tratado de ciencia política argentina. Más por eso mismo es que el libro ha tenido nuestra atención. Pues lo que este trabajo se propone examinar no son las ideas jurídicas y filosóficas de Alberdi, sino su política, teórica y práctica, y su influencia decisiva en los acontecimientos del Río de la Plata en 1838.
VI
Queda más arriba señalada de paso la esencia de la política emprendida por la joven generación argentina al definirse en el país el triunfo de la causa federal. Hay que insistir sobre ello. Hasta ahora no se ha destacado con exactitud uno de sus aspectos salientes. El Fragmento preliminar es, entre otras cosas, un estatuto intelectual ofrecido por Alberdi a Rosas. Las escapatorias ulteriores del publicista que había cambiado de opción práctica, aceptadas sin examen, han extraviado sobre el verdadero alcance de aquel hecho. Pero la confusión no resiste al estudio de los textos.
Cierto, la política planteada por Alberdi en su opúsculo de 1837 no es capitulación ante el triunfo federal. Es sólo una componenda, en la cual se reservan (para procurarlos a su tiempo) los fines esenciales de la causa opuesta. Su propio carácter imitativo de la política moderada seguida en Francia por los maestros del liberalismo es una prueba más de la seriedad con que Alberdi planteaba la transacción con el rosismo, no como astucia de campaña opositora bajo un régimen de censura de la prensa y despótica represión, sino como expediente de oportunidad para sacarle al despotismo, inevitable por el momento, lo que pudiera dar de sí, a la espera del otro momento en que la causa liberal volviese por todos sus fueros. La joven generación quería galopar al lado del potro, hasta que se amansara.
Pero la transacción, lejos de ser lo accesorio en el opúsculo de Alberdi, es parte fundamental del mismo, como que se enlaza con uno de los dos aspectos esenciales de su doctrina: el que se refiere a la necesidad de que el derecho positivo, relativo y mudable, contemple las exigencias de lugar y de tiempo. En ese criterio se basa todo el examen de la realidad nacional hecho por Alberdi en 1837.
Tomando las cosas desde el comienzo el autor del Fragmento dice: “cuando en mayo de 1810 dimos el primer paso de una sabia jurisprudencia política y aplicamos a la cuestión de nuestra vida política, la ley de las leyes: esta ley quiere ser aplicada con la misma decisión a nuestra vida civil, y a todos los elementos de nuestra sociedad, para completar una independencia fraccionaria hasta hoy”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, p. 12 ed. J. V. González). Y agrega que los norteamericanos son “felices…por haber adoptado desde el principio instituciones propias a las circunstancias normales de su ser nacional. Al paso que nuestra historia constitucional no es más que una continua serie de imitaciones forzadas…La guerra y la desolación han debido ser las consecuencias de una semejante lucha contra el imperio del espacio y del tiempo” (Ibid, p. 18); “La inteligencia quiere también su Bolívar, su San Martín” (Ibid, p. 20); “tenemos ya una voluntad propia; nos falta una una inteligencia propia” (Ibid, p. 21); “una nueva era se abre, los pueblos de Sud América, modelada sobre la que hemos empezado nosotros, cuyo doble carácter es: la abdicación de lo exótico, por lo nacional; del plagio, por la espontaneidad; de lo extemporáneo, por lo oportuno; del entusiasmo, por la reflexión; y después, el triunfo de la mayoría popular sobre la minoría popular” (Ibid, p. 40).
Lo nacional, lo auténtico, lo espontáneo de que habla el autor  del Fragmento preliminar no es, en resumidas cuentas,   lo oportuno. Cuando creíamos que iba a delinear los rasgos particulares de una sociedad adulta, nos sale con que la particularidad que a ella le atribuye es la infancia “No tenemos historia, somos de ayer, nuestra sociedad en embrión… estamos bajo el dominio del instinto”(Ibid, p. 58). Más por lo menos reconoce el valor de la oportunidad  en política. Y ello significa la superación del concepto unitario del transplante de las instituciones europeas al nuevo continente, tal y como aparecían en el viejo después de largos siglos de evolución. La polémica que en consecuencia  lleva contra el partido derrotado es vigorosísima. Cuando la unidad filosófica, dice, acabe con la incoherencia general, escribiremos nuestro código, “expresión de la unidad social …Tal es lo que parecen no haber comprendido un instante  aquellos que han pretendido someter nuestra constitución nacional a una forma unitaria. Y en este sentido nosotros acordamos preferentemente a los que han seguido la idea  federativa un sentimiento más fuerte y más acertado de las condiciones de nuestra actualidad nacional” (Ibid, p. 58). Y en otro lugar: “Confesemos que la civilización de los que  nos precedieron se había mostrado impolítica y estrecha: había adoptado el sarcasmo como un medio de conquista, sin reparar que la sátira es más terrible que el plomo, porque  hiere hasta el alma y sin remedio. No debiera extrañarse que las masas incultas cobraran ojeriza contra una civilización de la que no habían merecido “sino un tratamiento cáustico y hostil“” (Ibid, p. 43). Y por último: “Pretender nivelar el progreso americano al progreso europeo, es desconocer la fecundidad de la naturaleza en el desarrollo de todas sus creaciones: es querer subir tres siglos sobre nosotros mismos” (Ibid).
El autor del Fragmento preliminar describe del siguiente modo la actualidad nacional: “los que piensan que la situación presente de nuestra patria es fenomenal, episódica, excepcional, no han reflexionado con madurez sobre lo que piensan. La historia de los pueblos se desarrolla con una lógica admirable. Hay, no obstante, posiciones casuales, que son siempre efímeras; pero tal no es la nuestra. Nuestra situación, a nuestro ver, es normal, dialéctica, lógica. Se veía venir, era inevitable, debía de llegar más o menos tarde, pues no era más que la consecuencia de premisas que habían sido establecidas de antemano. Si las consecuencias no han sido buenas, la culpa es de los que sentaron las premisas, Y el pueblo no tiene otro pecado que haber seguido el camino de la lógica. La culpa, hemos dicho, no el delito, porque la ignorancia no es delito. ¿En qué consiste esta situación? En el triunfo de la mayoría popular que algún día debía ejercer los derechos políticos de que había sido habilitada. Esta misma mayoría existe en todos los Estados de Sud América, cuya constitución normal tiene con la nuestra una fuerte semejanza que deben a la antigua política colonial que obedecieron juntos. El día que halle representantes, triunfará también, no hay que dudarlo, y ese triunfo será de un ulterior progreso democrático, por más que repugne a nuestras reliquias aristocráticas”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, p. 39, ed. J.V. González)
…“Por lo demás, aquí no se trata de calificar nuestra situación actual; sería arrojarnos una prerrogativa de la historia. Es normal, y basta; es porque es, y porque puede no ser. Llegará tal vez un día en que no sea como es, y entonces sería tal vez tan natural como hoy. El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe. Lo comprendemos como Aristóteles, como Montesquieu, como Rousseau, como Volney, como Moisés como Jesucristo. Así, si el despotismo pudiese tener lugar entre nosotros, no sería el despotismo de un hombre sino el despotismo de un pueblo: sería la libertad déspota de sí misma; sería la libertad esclava de la libertad. Pero nadie  se esclaviza por designio, sino por error. En tal caso, ilustrar la libertad, moralizar la libertad, sería emancipar la libertad”. (Ibid, ps. 36-37).
En esa descripción, el maridaje del historiador y del iluminismo es perfecto. El hecho es dialectizado, pero no juzgado. Y al rehuir el juicio, Alberdi deja adivinar que, de formularlo, habría sido adverso. El sociólogo admite el hecho como exigencia del realismo postulado por la escuela histórica; mas el político idealista no deja de considerarlo un mal, aunque necesario, al encarar -en un prudente condicional- la hipótesis de su maldad, atribuyendo la culpa a quienes sentaron las premisas, es decir, a quienes pretendieron violentar la evolución del país.
El sesgo de esas consideraciones induciría a admitir la aludida escapatoria de Alberdi, que habla de los “sofismas” de su prefacio como de ardides de guerra. No así otros pasajes, que debemos transcribir para mostrar la importancia de la política transigente planteada y durante cierto tiempo ensayada por la nueva generación argentina:
es…nuestra misión presente”, dice el autor del Fragmento preliminar, “el estudio y el desarrollo pacífico del espíritu americano, bajo la forma más adecuada y propia. Nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos una fuerte intuición de estas verdades, a la vista de su profundo instinto antipático contra las teorías exóticas. Desnudo de las preocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es advertido desde luego, por su razón espontánea, de no sé qué de impotente, de ineficaz, de inconducente que existía en los medios de gobierno practicados precedentemente en nuestro país; que estos medios, importados y desnudos de toda originalidad, no podían tener aplicación en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían totalmente de aquellas a que debían su origen exótico; que, por tanto, un sistema propio nos era indispensable. Esta exigencia nos había sido ya advertida por eminentes publicistas extranjeros. Debieron estas consideraciones inducirle en nuevos ensayos, cuya apreciación es, sin disputa, una prerrogativa de la Historia, y de ningún modo nuestra, porque no han recibido todavía todo el desarrollo a que están destinados y que sería menester para hacer una justa apreciación. Entretanto podemos decir que esta concepción no es otra cosa que el sentimiento de la verdad profundamente histórica y filosófica, que el derecho se desarrolla bajo el influjo del tiempo y del espacio. Bien, pues; lo que el gran magistrado ha ensayado de practicar en la política es llamada la juventud a ensayar en el arte, en la filosofía, en la industria, en la sociabilidad; es decir, es llamada la juventud a investigar la ley y la forma nacional del desarrollo de estos elementos sociales”. (Alberdi: Escritos póstumos, I, ps. 25-26, ed. J. V. González).
Se advierte ahí la misma repugnancia a juzgar el hecho Rosas, y los elogios a éste son nada más que concesiones. Pero es sincero el reconocimiento de su originalidad. Y el carácter de esa originalidad encaja perfectamente en el sistema filosófico sustentado por el autor del Fragmento preliminar. No es difícil que el joven Alberdi se creyera capaz de realizar una política americana original, aunque de modales europeos, superando el ensayo de Rosas. Pero esa ilusión no alcanza a perturbar el juego de las grandes ideas del historicismo que permitían comprender la realidad argentina del momento, tal cual ella se presentaba. Véase cómo insiste Alberdi en sus conceptos:
No más tutela doctrinaria que la inspección severa de nuestra Historia próxima. Hemos pedido… a la filosofía una explicación del vigor gigantesco del poder actual; la hemos podido encontrar en su carácter altamente representativo. Y en efecto, todo poder que no es la expresión de un pueblo, cae: el pueblo es siempre más fuerte que todos los poderes, y cuando sostiene uno es porque lo aprueba. La plenitud de un poder popular es un síntoma irrecusable de su legitimidad.   “La legitimidad del gobierno está en ser -dice Lerminier-. Ni en la Historia ni en el pueblo cabe la hipocresía, y la popularidad es el signo más irrecusable de la legitimidad de los gobiernos””. (Alberdi: Escritos jurídicos, I, p.17).

Una cita de Napoleón en el mismo sentido es menos adecuada, puesto que al decir: “Todo gobierno que no ha sido impuesto por el extranjero es un gobierno nacional”, el usurpador del trono francés hablaba pro domo sua. Las necesidades de la argumentación han llevado al autor del Fragmento preliminar sin duda más lejos de donde se proponía llegar. Más adelante se verá cómo corrige el concepto de la legitimidad por el sólo hecho del origen popular del gobierno. Pero las anteriores consideraciones estaban destinadas a desvirtuar las habituales tergiversaciones de los emigrados sobre la legitimidad del poder establecido en la Confederación Argentina, tergiversaciones en las que basaban su política de guerra por todos los medios, que Alberdi juzgaba severamente:
Nada…más estúpido y bestial que la doctrina del asesinato político…Derrocar los gobiernos”, dice, “es pretender  mejorar el fruto de un árbol cortándole Dará nuevo fruto, pero siempre malo, porque habrá existido la misma savia; abonar la tierra y regar el árbol será el  único medio de mejorar el fruto. ¿A qué conduciría una revolución de poder entre nosotros? ¿Dónde están las ideas nuevas que habría que realizar?  Que se practiquen cien cambios materiales,  las cosas no quedarán de otro modo que los que están, o no  valdrá la mejoría la pena de ser buceada por una revolución. Porque las revoluciones materiales suprimen el tiempo, copan los años y quieren ver de un golpe lo que no puede ser desenvuelto sino al favor del tiempo.  Toda revolución material quiere ser fecunda, y cuando no es la realización de una mudanza moral que la ha precedido, abunda en sangre y esterilidad en vez de vida y progreso. Pero la mudanza, la preparación de los espíritus, no se opera en un día. ¿Hemos examinado la situación de los nuestros? Una anarquía y ausencia de creencias filosóficas, literarias, morales, industriales, sociales los dividen. ¿Es peculiar de nosotros el achaque? En aparte; en el resto es común a toda la Europa, y resulta de la situación moral de la humanidad en el presente siglo. Nosotros vivimos en medio de dos revoluciones inacabadas. Una nacional y política que cuenta ventisiete años, otra humana y social que principia donde muere la Edad Media, y cuenta trescientos años. No se acabarán jamás, y todos los esfuerzos materiales no harán más que alejar su término si no acudimos al remedio verdadero: la creación de una fe común”. (Alberdi Escritos jurídicos, I, ps. 28-29. ed. J.V González).
Aquí aparece perfectamente expuesta la teoría del progreso pacífico difundida en Francia por los maestros del liberalismo europeo, y adoptada con calor por la nueva generación argentina. Hay en ella verdades válidas para todos los tiempos, pero que el mismo Alberdi desconocería pocos meses después, al emigrar a Montevideo y sumarse a la oposición a mano armada contra Rosas, incurriendo en errores admirablemente enrostrados a los unitarios en las páginas del Fragmento preliminar.
VII
¿Cuál fue la razón de que un año y medio más tarde, emigrado Alberdi a Montevideo, trocara esos conceptos de evolución pacífica por los de la necesidad revolucionaria?
Por todo lo que se sabe a ciencia cierta no es presumible que el cierre del Salín Literario, ni la cesación de La Moda, ni la expatriación de los jóvenes liberales se debiera a un cambio en la conducta de Rosas frente a la política de aquéllos, tal y como la proclamaron  en el Prospecto del Fragmento preliminar a principios de 1837 y la continuaron hasta entrado el año 1838. Ella era conveniente para el régimen establecido. Quien cambió fue la nueva generación. Y no porque el ambiente de la dictadura se hubiese hecho más irrespirable en el curso de esos diez y ocho, o veinte meses, que en los dos años anteriores a la concep­ción pública de la transigencia con Rosas, sino porque creyó hallar una ocasión para cambiar de táctica.
A

ANTECEDENTES DE LA OLIGARQUIA

Por Vicente Sierra

En cuanto es posible fijar con precisión el nacimiento de los seres morales –dicen Rodolfo y Julio Irazusta- la oligarquía vio la luz el 7 de febrero de 1826. Ese día, las diferencias existentes desde el 25 de mayo en el viejo partido que había hecho la revolución, se definieron en una escisión irreconciliable. Una de sus fracciones se apoderó del gobierno por una conjura de asamblea, un verdadero golpe de estado. Las circunstancias injustificables en que se realiza la operación hicieron de sus autores un grupo de cómplices, en vez de correligionarios. Y esa complicidad era un mal comienzo para una tradición que estaba destinada luego a una expiación de cinco lustros, a regir el país durante más de medio siglo.’

Los elementos vitales de la nacionalidad estaban demasiado vivos en 1826 para que la reacción no se produjera, y al exterior huyeron aquellos rivadavianos, campeones del orden legal, que solo demostraron serlo de la intriga, la imitación y el motín. Atropellaron las instituciones en 1828, jugando al ejercito nacional para defender a los mismos que, por simple ideología antimilitarista –que era la moda después de la caída de Napoleón- habían destruido los cuadros militares en vísperas de una guerra internacional y llegaron hasta el crimen despiadado e inútil de Navarro, al que la historiografía liberal se apresuró a perdonar. Lavalle no fue el hombre que aquella oligarquía necesitaba. Era preciso que, a fuerza de pasar el cuchillo por la espalda de los gauchos, como le pedía del Carril, hiciera ‘la unidad a los palos’, como lo proponía el siniestro Agüero; que permitiera la entrega de las riquezas del país a Hullet y Cía. de Londres y facilitara la amputación del territorio patrio; disminuyera la influencia de la iglesia y creara un estado fuerte que debía colocar en manos de sus protectores, y como Lavalle no fue hombre de tamaña empresa lo abandonaron, exiliándose en Montevideo. No fue necesaria la llegada de Rosas para que la vecina ciudad del Plata se viera llena de migrados políticos Argentinos. Corridos por la propia conciencia, cuando Rosas llega Montevideo rebosa de ellos, y allí observa la misma conducta que en Argentina. Como carecen del sentimiento de patria y solo tienen en cuenta las ideas, lo mismo les da aplicarlas en un lado o en otro, por lo que se entregan a la intriga para destruir un gobierno nacional y nacionalista, apoyando a Rivera, el ‘pardejón’ hecho a la medida pues unas veces es enemigo del Brasil y otras Barón de Tacuarembó, unas contrario a Rosas y otras Zalamero en la tarea de procurar en el un gesto de inteligencia que los iguale. Tarea inútil por cierto.
De las intrigas de los exiliados de la Banda Oriental, a los que mas tarde se agregan los jóvenes de la generación de 1837, mas ideólogos que sus antecesores los rivadavianos, surgen dos bloqueos extranjeros a los puertos argentinos, sin que aquellos emigrados, que practican según Vicente López y Planes la política de prosperidad ante que patriotismo, sientan herida una sola fibra ante la prepotencia con que Francia e Inglaterra parecen dispuestas a humillar a argentina. La voz inmaculada de San Martín señala la traición, pero las Ideas no le permiten ver los hechos y apoyan al enemigo y hasta aceptan su oro para cambiar el gobierno argentino, lo que no es conveniente para que se proclamen los mejores argentinos; y que lo son se enseña en las escuela por que así lo quisieron, después de Caseros, los que habrían de continuar tras las huellas rivadavianas. Para lo cual se falsifica la historia para lograr que el argentino de hoy haya olvidado el aislamiento de 1821, la sesión del alto Perú en 1825, la sustitución de la guerra extranjera por la civil en 1826, la pérdida de la banda oriental en 1828, el ataque Francés de 1828, el anglo-francés de 1849 y la derrota de Rosas por fuerzas Uruguayas y Brasileras, sin dejar de lado la internacionalización de los ríos y la pérdida del glorioso territorio de las misiones del Uruguay.
Rosas cae como consecuencia de una conjura internacional. En Caseros los argentinos solo luchan en las filas de los derrotados. Al frente de tropas internacionales esta Urquiza. Ha surgido en el un afán constitucionalista que no condice ni con sus antecedentes ni con la manera como gobierna su feudo entrerriano, pero que parece sincera. Con el llega, entre otros, Mitre, soldado sin mayor relieve, que ha servido a Oribe hasta su caída y seguido luego a Rivera, en el Uruguay, retirándose mas tarde a Bolivia y Chile, donde como periodista, ha destacado una personalidad. Alienta ambiciones respecto al futuro del país, pero nada tiene que ver ni con los rivadavianos ni con los antirosistas de 1837. No tiene ningún motivo de agravio hacia Rosas, pero posee ambiciones. Ni Urquiza ni Mitre tienen plena conciencia de lo que quieren, de forma que, como saldo de sus compromisos, el país pierde definitivamente la provincia del Paraguay y las regiones misioneras regadas con sangre de santos y hasta la isla Martín García sufre el oprobio de llegar a ser neutralizada, perdiendo el país la soberanía sobres sus grandes ríos navegables. Y, como si fuera poco, a la primera complicación internacional, apoyados en la estúpida soberbia de Solano López y en la presión deslumbrante de la Corte imperial de Rió Janeiro, Argentina entra en una guerra injusta contra sus hermanos en la sangre y en la historia. Ni Urquiza ni Mitre odian a Rosas. Mitre es liberal, pero su temperamento frío le veda caer en pasiones subalternas. Desgraciadamente, tiene que actuar con quienes no ven las cosas como él, y cede muchas veces, pero hay siempre un sentido nacionalista en su actuación que desespera a Sarmiento, para quien todo lo autóctono es destruible. El sentido histórico, evidente en Mitre, le hace comprender que si se quiere forjar la nación no hay que prescindir de todo el pasado ni admitir todo lo foráneo como bueno. Impone el liberalismo por la fuerza porque esta convencido de su bondad, pero coloca todavía ciertos factores espirituales por encima de los materiales. Es así que, aprovechando su estada en el frente de guerra paraguayo en combinación con camarillas y con el apoyo del ejercito, la oligarquía eleva a la presidencia, para sucederle, a Sarmiento, cuyo ideal consiste en dar vuelta al país, cambiarle las ideas y los hombres, la moral y la religión, hasta hacer de él la mas perfecta imitación de los Estados Unidos.
La gestación de este drama, desde 1826 a 1868, interrumpido por los cinco lustros del gobierno de Rosas, es obra de una oligarquía insignificante, pero habilísima y políticamente inescrupulosa. No porque no lo sean sus penates, sino porque se han forjado una doctrina del progreso en virtud de la cual quien no esta con ellos esta contra ellos. Convencidos de que representan la civilización, cuanto les es extraño es bárbaro. Por eso no se detienen ni ante el crimen. Dorrego, Benavides, Heredia, Peñaloza, Lucero, marcan etapas en la labor de "liberalizar" al país, o sea, someterlo a los intereses de Buenos Aires, para lo cual se amparan en grandes principios. Nutridos de ideas abstractas –Razón, Ciencia, Progreso, Educación, Civilización, Humanidad- a las que dan vitalidad, convirtiéndolas en mitos, cuyo real contenido nadie investiga, manifiestan una fe sin limites en el poder de la razón, pero cree que se manifiesta exclusivamente en cada uno de ellos cuando escriben sobre cuestiones sociales o políticas. Poseen una noción puramente intelectual del progreso social. La moral es considerada como un elemento estático con poca o ninguna influencia en el progreso humano, al que solo comprenden y valoran a través de los hechos materiales: más ferrocarriles, más máquinas, más cantidad de escuelas, etc. No debe extrañar, por consiguiente, que estimaran, en un país católico, que la religión era un elemento retrogrado, porque así lo habían leído en algunos libros extranjeros.
Educados en momentos de agitación del país, y en una época de profunda dispersión ideológica, carecen de cultura filosófica, lo que disimulan embanderándose en las corrientes racionalistas, que alivianan, por cierto, la difícil tarea de pensar. Más pese a su progresismo son conservadores, no en el sentido noble del término, sino en cuanto a la convicción de que constituyen la clase que debe gobernar dentro de normas que se destacan por un casi religioso respeto por la riqueza. Tienen la convicción de que puede descubrirse una forma natural de gobierno que corresponda en la esfera social a las grandes leyes de Newton en la física, pero, por singular coincidencia, esa forma natural se acomoda a sus ideas de la sociedad y de la economía. El hombre debe ser libre para hacer y comentar sus negocios, no para comentar los públicos. Creen estar al día, y en realidad, viven ideas extrañas con singular atraso. El concepto que tienen de la sociedad, del hombre y del estado, pertenece al siglo anterior. Creen, como el deán Tucker que ‘Los estatutos para regular los salarios y el precio del trabajo son otro absurdo y un daño muy grande para el comercio. Absurdo y descabellado debe parecer seguramente en que una tercera persona intente fijar el precio entre comprador y vendedor sin su mutuo consentimiento’. Estos conceptos, escritos en 1757, son divulgados por Alberdi, un siglo mas tarde, como la ‘ultima’ expresión de la ciencia económica, de manera que cuando Europa comienza a registrar intervenciones del Estado en la regulación de la economía, los triunfadores de Caseros imponen al país una libertad basada en la ciencia de que el comerciante es una especie de benefactor publico, que cuando menos se lo constriña en la persecución de su riqueza, tanto mayor será el beneficio que podrá hacer a sus semejantes.
Cada uno trata de hacer del Estado el intérprete de una ley natural que puede ser deformada, pero no mejorada, para lo cual procura liberar al propietario y facilitar la labor del comerciante. Ninguno cree que hace el juego a una teoría económica y a los intereses de una clase particular, porque carecen, como hemos dicho, de cultura filosófica; hecho común a todo el movimiento liberal que, con retraso, encarnan en Argentina. El país había logrado saltar el siglo XVIII, pero los triunfadores de Caseros lo obligan a vivirlo apresuradamente para que, sus sucesores, después del presidente Avellaneda, lo pongan al día.
No repudian a Rosas porque ha ejercido el gobierno con la ‘suma del poder público’, pues lo detentó Lavalle y Paz. ¿No es, acaso, proceder con la suma del poder lo que hace Mitre después de Pavón con los procónsules uruguayos que envía a las provincias para someterlas, a fin de que le entreguen – como lo hicieron con Rosas – la dirección de las relaciones exteriores y, mas tarde, los electores para ser electo Presidente de la Nación? Lo que repudian es que Rosas haya empleado ese supremo poder contra las clases pudientes, restaurando los valores tradicionales, protegiendo la producción nacional, no dejando que los maestros ‘lancasterianos’difundieran el protestantismo entre los educandos argentinos; lo que repudian es que Rosas haya resistido las ‘luces’ de Europa que a ellos los ha encandilado. Son, sin embargo, heroicos, porque son sinceros. Están, simplemente, equivocados. Son el fruto directo de la relajación en la que cayó la enseñanza pública en el país después de 1806, agravado por la dispersión intelectual y doctrinaria de un siglo en que hubo de todo, y todo, sin filtrar, llegó a nuestras playas a deformar mentes, como en el caso de Alberdi, bien dotado, que en pocos años pasa del ideologismo al historismo, de este al socialismo y luego ¡nada menos! que a Adam Smith. Semejante esquema intelectual, con evolución al revés, inclusive, no podía darnos sino un hombre contradictorio en su manera de pensar y actuar. Son, además, puros. Ninguno procura enriquecerse con la situación que alcanza después de Caseros. Eso quedara para mas tarde; para los herederos lógicos de sus ideologías a pesar de todo, constituyen todavía un magnífico patriciado.
Repudian lo propio pero todos lucen virtudes cardinales de la raza. Se creen idealistas, y lo son, pero de un ideal materialista, aunque le imprima cierta emoción estética, una corriente romántica que hay en todos ellos; pero, cuando la influencia del idealismo romántico, que había dominado el pensamiento europeo durante la primera mitad del siglo, entra en decadencia y la corriente se inclina hacia el puro pragmatismo, como saldo de los sorprendentes desarrollos de la técnica industrial, las cosas cambian. Ya entonces la oligarquía hace gala de su desapego a la religión y sus penates entran a formar en las filas del positivismo. La austeridad de vida de Mitre o Sarmiento no será entendido por los hombres de 1890, pero llegado ese momento ya no habrá una política internacional propia; ya no habrá posibilidad de que el argentino desarrolle un estilo propio de vida; el imperativo será la riqueza, el plagio, la imitación, o sea, el desprecio de lo propio y, en la misma proporción, un crecimiento de los poderes del Estado. Puestos en esta región se tratará de gobernar sin pueblo y sin Dios.
* Tomado del capitulo XI de la obra "Historia de las ideas politicas en Argentina
Blog del Centro Nacionalista de Santiago del Estero

Vicente D. Sierra (1893-1982)

Vicente Dionisio Sierra nació en Buenos Aires el 9 de enero de 1893 y murió hace 22 años y a los 89 de edad, en esta misma ciudad, el 29 de julio de 1982.
Ignorado y menospreciado por la historiografía oficial, su obra constituye, sin embargo, un fenomenal aporte al estudio y la interpretación de nuestra historia. Autodidacta ejemplar y de bajo perfil “mediático” -como se dice ahora-, inició su carrera académica como profesor en colegios secundarios del Gran Buenos Aires, privilegiando durante muchos años la tarea docente por sobre otras actividades. Luego fue convocado para desempeñarse como director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y como profesor de Introducción a la Historia en la misma facultad. Además fue profesor titular de la cátedra de Historia de la Ideas Políticas Argentinas en la Facultad de Ciencias Políticas de los Institutos Universitarios del Salvador.
En el año 1946 se hizo cargo de la Secretaría de Salud Pública, Abastecimientos y Limpieza de la Ciudad de Buenos Aires. Más tarde, fue secretario de la Comisión de Construcciones Universitarias y después Director Nacional de Transportes. Entre 1960 y 1966, fue designado Presidente de la Junta de Historia Eclesiástica. El 18 de octubre de 1973, Sierra sucedió a Jorge Luis Borges en el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, y fue hasta el 4 de marzo de 1976, titular de la misma.
En todas las obras de Vicente Sierra prevaleció una aguda mirada particular y original sobre la historia argentina y americana, que se diferenciaba de la de los otros historiadores de su época.
Su prolífica bibliografía incluye las obras: Las doctrinas sociológicas de Echeverría; Los jesuitas germanos en la conquista espiritual de Hispano-América (1944); El sentido misional de la conquista de América; Historia de las ideas políticas en la Argentina (1950); Así se hizo América; Historia de la Argentina (en 12 tomos, publicados entre 1956 y 1972); El hombre, la sociedad y el estado en la doctrina peronista (1948); Los Reyes Católicos; En torno a las Bulas Alejandrinas de 1493 (1953); y El hombre argentino y su historia, publicada en 1966.

viernes, 24 de mayo de 2013

Exhuman restos de Simón Bolívar....


obtienen "hallazgos importantes" (VIDEO)EFE en Caracas
Un equipo multidisciplinario de medio centenar de forenses analizó los restos del Libertador Simón Bolívar en Caracas, hecho que el ministro venezolano del Interior, Tareck El Aissami, que presenció las labores, calificó de "importante" en la estatal Venezolana de Televisión.
"Es un día de júbilo en el marco del Bicentenario de nuestra independencia", dijo el ministro, quien anunció que los hallazgos se darán a conocer "en su oportunidad", a modo de "homenaje a la historia".
La operación, que comenzó el jueves y duró unas 19 horas, fue también presenciada por la fiscal general del país, Luisa Ortega, y revelada más tarde por el presidente venezolano, Hugo Chávez, hacia la una de la madrugada (05.30 GMT) a través de su perfil en la red social Twitter.
"A partir de esta misma madrugada estaremos informando detalles del procedimiento científico que se vino siguiendo con los restos heroicos de Bolívar", escribió el gobernante.
Uno de los objetivos de la exhumación, según versiones difundidas en la capital venezolana, es aclarar si Bolívar murió de tuberculosis, versión consolidada históricamente, o fue asesinado, hipótesis defendida por Chávez.
"Yo no me convencí de que Bolívar murió de tuberculosis", porque "tres meses antes de morir, Bolívar recorrió no sé cuántos kilómetros hasta Bogotá", dijo en noviembre de 2007.
En el examen, que se realizó en el Panteón Nacional, en Caracas, estuvieron presentes El Aissami y Ortega.
Otros de los mensajes emitidos por Chávez reflejaron, más allá de la faceta científica, el carácter emotivo de la exhumación y análisis de restos de Bolívar.
"Hola, mis amigos! Que momentos tan impresionantes hemos vivido esta noche! Hemos visto los restos del gran Bolívar! Dije con Neruda: Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua y en el aire. Despiertas cada cien años cuando despierta el pueblo", dijo Chávez.
"Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada", añadió.
Y agregó: "Dios mío, Dios mío; Cristo mío, Cristo nuestro, mientras oraba en silencio viendo aquellos huesos, ¡pensé en ti! Y cómo hubiese querido y cuánto quise que llegaras y ordenaras como a Lázaro: levántate Simón, que no es tiempo de morir. ¡De inmediato recordé que Bolívar vive!".
En dos posteriores cadenas nacionales obligatorias de emisoras de radio y televisión para tratar diversos asuntos, Chávez aludió repetidamente al asunto y en la segunda, hacia la medianoche, hizo que se difundiera la parte del vídeo donde se aprecia nítidamente el esqueleto del prócer independentista.
La difusión de las imágenes de televisión estuvo acompañada del himno nacional con el gobernante y su audiencia de pie.

martes, 21 de mayo de 2013

Fermín Chávez

Por Segundo Rosa

El Domingo 28 de mayo del 2006 falleció en Buenos Aires.

Había nacido hace casi 82 años muy cerca de Nogoyá, y era un hombre de campo.

Fue seminarista, estudió humanidades en C6rdoba, Filosofia en Buenos Aires y Teología en Cuzco, Perú.

Era enormemente curioso por conocer la verdad.
Era profundamente humanista.
Poseía una profunda fe cristiana.
Era un catedrático.
Era filósofo.
Era poeta.
Era historiador.
Era un militante, sin dejar de ser ni poeta, ni historiador, ni filósofo, ni catedrático. Amaba la gente sencilla.
Era monacalmente humilde.
Era sabio, simple y profundo.

Pero fundamentalmente era Maestro, porque traducía sus profundos conocimientos en lenguaje accesible.

Era un prócer que defendió lo nuestro con la ventaja del conocimiento profundo. Dominaba idiomas tan universales como el latín o el griego, y tan nuestros como el quechua.

Podía escribir tanto sobre Gianbattista Vicco como sobre la poesía gauchesca, e investigaba con la misma pasión las ocultadas posiciones políticas de José Hernández como la vida de León Felipe.
Daba gusto escucharlo hilvanar la historia con la actualidad, relacionar nuestro pasado con el pasado de la humanidad.

Sostenía, como muchos en su generación, que la historia debía ser cotidiana entre la gente. Fue protagonista de ese núcleo que se atrevió a cuestionar la historia oficial, la liberal, la de próceres almidonados, asexuados, apolíticos, en donde solo opinaban aquellos que pensaban como sus escribas. .

Como patriota, participó en todas las epopeyas de su tiempo. Trabajó con Eva Perón junto a José María Castiñeira de Dios. Resistió al gobierno de facto del 55. Participó en todas las publicaciones que surgían de sindicatos, organizaciones barriales, centros de estudiantes, y todos aquellos medios que tenía la resistencia para oponerse al régimen.

En 1973 fue nombrado Director de Difusión en la Municipalidad de Buenos Aires por el entonces intendente Embrioni.

Durante el proceso del 76 no se mantuvo quieto ni callado. A fines del mismo editaba la revista Movimiento, uno de los pocos medios que intentaba organizar al pueblo en su lucha cotidiana contra el régimen.

Luego llegó la democracia y también los reconocimientos: lo declararon Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, de la Provincia de Buenos Aires, de Nogoyá, entre otras distinciones.

Tenía un fantástico sentido del humor, que 10 llevó a escribir la marcha peronista en latín, "descubriéndola" en ocultos manuscritos, para demostrar que la tercera posición trascendía la vida del General, e incluso, la de la Argentina misma.

Tuve el honor de ser elegido su testigo de casamiento en segundas nupcias con Aurora Venturini, poetisa y escritora platense. En tal ocasión, presencié como le respondía en quechua a una atónita jueza de paz, que recibía además la lección de que aquel idioma también era oficial en nuestro país.

De la época actual, a la que él solía llamar de "pelotudización" (globa = pelota), no tenía el mejor de los conceptos, ya que consideraba que nuestro ser nacional estaba en retroceso, merced a las políticas de las potencias y a la complicidad de algunos de nuestros mas destacados dirigentes. "Desde hace muchos años los argentinos venimos haciendo, cotidianamente, actos de descolonización menta1.", solía afirmar.

Del rock decía: "retorna la tradición gauchesca ligada a la denuncia social y política, además de las historias de amor, la picardía, el humor ácido y la crítica de la vida cotidiana" .

Sus obras fueron innumerables, por 10 que solo citaré algunas, entre poesía e investigación histórica:

Primero fue poeta:
Como una antigua queja. / Dos elogios y dos comentarios (editados por peña Eva Perón); Una Provincia al este; Poemas con Fusilados y proscritos; Epigrama del gato amarillo (editado en Brasil); Traduce poemas de Mao Tse Tung (lo acusarían Juego de "maoista");
La falsa tumba de Agamenón (en htín); Un-á.~.para subir al cielo (Tt:aüo para níños};-Barranca Yaco (cantata estrenada en el teatro San Martín); Historia y antología de la poesía gauchesca.

Como militante:
Perón y el peronismo en la historia contemporánea; Eva Perón en la historia; Eva Perón sin mitos; El diputado y el Político (John William Cooke); Pensamiento Nacional; La chispa de Perón; Siete Escolios sobre Perón; El Peronismo visto por Víctor Frankl,
El Che, Perón y León Felipe.

Como historiador:
Vida y muerte de López Jordán; Vida de Chacho; José Hernández; Civilización y Barbarie en la Historia de la Cultura Argentina; Perón y el peronismo en la historia contemporánea; Eva Perón sin mitos; Historia del país de los argentinos; Poemas con matreros y matreras.
Hombre completo, militante incansable. Uno de los últimos. Ojalá tengamos entre nosotros quienes puedan sucederlo. Nos hacen falta.

LAS ENFERMEDADES DEL VIEJO GUERRERO

Por Mario S. Dreyer

En su larga vida, el general San Martín sufrió traumatismos y enfermedades. Con la aplicación correcta del método clínico se puede afirmar con bastante seguridad la patología que padeció.

HERIDAS

Fue herido en la mano y en el pecho cuando fue asaltado por bandoleros en la localidad de Cubo. En la batalla de Albuera, la última en que participo San Martín en Europa, tuvo un enfrentamiento, cuerpo a cuerpo, con un oficial francés. Fue herido en el brazo izquierdo: se supone que cubrió la estocada con ese miembro y con su espada atravesó a su oponente ante la vista de los soldados presentes. En San Lorenzo fue herido en la cara: le quedó una cicatriz indeleble. En el vuelco que sufrió en Falmouth, un vidrio lo hirió en brazo izquierdo, lesión que demoró mucho en curarse. Ninguna de sus heridas tuvo repercusión ulterior para su salud.

CONTUSIONES

En San Lorenzo sufrió el aplastamiento de una pierna y la contusión de un hombro, que se deduce fue el izquierdo.

PROCESOS INFECCIOSOS

T. Di Taranto. Carbonilla sobre papel.
Museo RGC, Buenos Aires.
Cuando San Martín desembarcó en el Perú y el ejército se instaló en el valle de Huaura, la tropa fue afectada por una violenta epidemia de paludismo y, en menor grado, de disentería. San Martín no fue afectado por esta epidemia, pero tuvo vómito de sangre. El Dr. Christmann sostiene, acertadamente, que el episodio era una reactivación de su mal crónico, la úlcera. El prócer, acorralado por las dramáticas circunstancias que adquiría la guerra, hizo reposo de siete días, lapso exiguo para superar un episodio de tanta gravedad. Después de su renuncia al poder, en Perú, y llegado Chile le afectó el reumatismo y concurrió tomar baños termales. Además contrajo chavalongo, nombre vulgar de la fiebre tifoidea: el cuadro clínico que presentó fue similar al que habitualmente nos era familiar en época preantibiótica.
En 1832 una grave epidemia de cólera asoló Europa, incluyendo a Francia. San Martín y su hija no escaparon al flagelo. En meduloso estudio el Dr. Christmann sostiene que no se trató del cólera epidémico, que es gravísimo, sino del cólera morbus-nostras esporádico, cuyo cuadro patológico es un proceso toxico- infeccioso con gran repercusión general y, en la parte digestiva, manifestado por una gastroenteritis con diarrea. En la época de su padecimiento no se conocía la bacteriología (el vibrión colérico y el bacilo de la tuberculosis fueron descubiertos por Robert Koch en 1892). El agente etiológico pudo haber sido algún otro germen: este es el enigma que no puede ser dilucidado. Lo único elocuente es el testimonio de San Martín con su referencia: "Me atacó del modo más terrible, que me tuvo al borde del sepulcro y me ha hecho sufrir inexplicables padecimientos."

AFECCIONES RESPIRATORIAS

a) Asma: sin ninguna duda San Martín padeció esta enfermedad. Se inició en España en 1808 y el proceso fue diversamente interpretado pues, por la intensidad que adquirió, se vio obligado a pedir licencia. No guardó el debido reposo y durante seis meses cumplió tareas administrativas. Cuando se repuso, comunicó la mejoría al marqués de Coupigny y solicitó reintegrarse al ejército que comandaba el general Castaños, consignando que "la respiración ya me permite viajar."
La frase empleada significa que el prócer tenía dificultad respiratoria y las vías bronquiales se habían estrechado: el proceso que padeció fue asma. El primer acceso, ya regresado a su patria, lo tuvo en Tucumán cuando era jefe del Ejército del Norte. El episodio fue coetáneo con el primer vómito de sangre. A principios del siglo XIX no se tenía la menor noción de la etiopatogenia y la fisiopatología y, por supuesto, la terapéutica era nula, pero la entidad asma se conocía y el diagnóstico era fácil.
El asma que padeció el general San Martín debe encuadrarse en la variedad de la exoalergénica, pues se inició a los 30 años, y soportó accesos importantes que lo obligaron en ciertas oportunidades - estando en Mendoza- a pasar toda la noche sentado en una silla para poder respirar. En Europa sus accesos se fueron espaciando y tuvo largas temporadas en que se vio libre de ellos. A pesar de tener que soportar grandes cambios climáticos y fríos intensos, por su oficio guerrero, nunca contrajo la bronquitis.
Otro dato confirma la presunción de asma exoalergénica. Es una noción clínica importante que el asma intrínseca y la tuberculosis se agravan a orillas del mar. En 1834 San Martín fue a Dieppe a tomar baños y en la carta que dirigió a Guido le expresaba: "me han hecho el mayor bien."
b) Tuberculosis: se pensó que San Martín padeció de tuberculosis pulmonar. El diagnóstico se basó en sus reiteradas enfermedades al pecho y sus vómitos de sangre, que se juzgaron como hemoptisis. El primer episodio ocurrió en España, en 1808, y con una repetición ulterior cuando estuvo en Tucumán. La hipótesis fue robustecida por el hecho de que efectuó una cura climática en Córdoba. A esto se agregó la tuberculosis pulmonar que padeció su mujer, según algunos, adquirida por contagio de su marido.
La conclusión que San Martín estuvo afectado de tuberculosis es errónea: juicios sensatos y la documentación existente así lo prueban. Cuando San Martín padeció desde 1808 el asma, tuvo una larga convalecencia que despertó la sospecha de una bacilosis. La suposición de una tuberculosis queda descartada, pues cuando pidió la baja del ejército se deja constancia que tiene una fuerte complexión y una salud robusta. Por otra parte, la carta que el cirujano del ejército Dr. Juan Isidro Zapata dirigió a Tomás Guido el 16 de julio de 1817, es terminante para reafirmar dos conceptos: el general San Martín antepuso el deber y su patria a su propia existencia y sus enfermedades y, segundo, que fue decisiva la influencia del sistema nervioso en la renuencia y agravación de sus males. Desde el punto de vista semiológico, no establece de dónde provenía el "hematoe", nombre que en la época se daba a la sangre azul expulsada por la boca. El texto no discrimina si se trataba de una hemoptisis o una hematemesis, en que la sangre proviene del pulmón o del estómago, respectivamente. Para que fuera una hemoptisis le falta un cortejo sintomatológico característico que no se halla en la descripción de Zapata. En la hematemesis, la iniciación y la terminación de la hemorragia son bruscas: en esta condición encuadra la pérdida de sangre del general San Martín.
Mitre y Rojas emitieron este juicio: padeciendo una tuberculosis, enfermedad astenizante, crónica a rebrotes evolutivos que llevan a la caquexia, San Martín no habría podido soportar los intensos fríos y escalar altas montañas. En los diez años de su trajinada vida militar, aún enfermo, no descansó un solo día (Rojas), y Ruiz Moreno agregó: "no existe documento que consigne que tuvo fiebre, tos y expectoración". Por todo ello, la tuberculosis pulmonar debe descartarse.

REUMATISMO

Es indiscutible que San Martín tuvo numerosos ataques reumáticos: se calculan unos diez o doce los sufridos durante su vida. El Dr. Aníbal Ruiz Moreno ha realizado al respecto un exhaustivo trabajo. Por su autoridad y el acierto de sus consideraciones, resumimos sus conclusiones: se sabe que el día de la batalla de Chacabuco el general San Martín estaba aquejado de un ataque reumático-nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. En una carta que dirigió al congresal Tomás Godoy Cruz, le expresaba: "mi salud está arruinada." Ruiz Moreno hace consideraciones exactas por las que se puede descartar la fiebre reumática, que es más frecuente en los adolescentes y ataca en un alto alto porcentaje al corazón. Se puede afirmar que el prócer no padeció del corazón, pues no hubiera podido soportar los esfuerzos a que sometió su organismo. También excluyo la artritis reumatoide, que es deformante y hubiera dejado secuelas que habrían sido exteriorizadas en los cuadros que se pintaron y, principalmente, en el daguerrotipo de 1848, dos años antes de su muerte.

PATOLOGÍA DEL APARATO DIGESTIVO

Padeció de úlcera, gastritis, hemorroides gangrenadas y estreñimiento. Nos detendrá el estudio de la úlcera; la gastritis no está confirmada, pero se la sospecha por la confesión del prócer, que comía sólo "para no tentarme con los manjares y la debilidad de mi estómago." La úlcera fue la principal patología de San Martín, desde 1814, en que una hematemesis marcó la iniciación clínica, hasta el 17 de agosto de 1850, en que una nueva hemorragia lo llevó al deceso. La semiología exigida para formular el diagnóstico de úlcera está ampliamente reunida en la sintomatología que padeció el general San Martín, con una cronología perfecta:
a) tuvo períodos de reposo de su lesión, en que se encontró bien; b) períodos de actividad: ya hemos referido las gastralgias repetidas. Dolores que fueron cíclicos con las comidas, o sea, que tuvieron ritmo diario y que se deducen por la confesión del prócer en la carta dirigida a Guido en 1845, en que manifestaba: "cerca de cuatro meses de continuos padecimientos en que no podía tomar el menor alimento sin que, a la hora, me atacasen cólicos sumamente violentos." c) Dolores ultratardíos: los presentaba a las cuatro de la madrugada (probablemente lo despertaban), tomaba un brebaje para calmarlos y, desde ese momento, comenzaba las tareas del día. Ceballos los interpretó como dolores en ayuna.
d) Periodicidad anual: lo refleja la circunstancia que repitiera, casi anualmente, épocas libres de síntomas. Fue la sintomatología que experimentó en Europa. especialmente entre 1841 y 1850. En 1847, en la carta a Guido del 27 de diciembre, hace referencia a los "tres ataques nerviosos" (así llamaba a sus episodios de dolor gástrico), y en la que le enviara un mes después expresaba: "yo me hallaba batallando con mi periódico dolor de estómago". Si alguna duda quedara, debemos remontarnos al año 1821 en que, durante su estadía en el Perú, su úlcera tuvo dos empujes evolutivos en ese año, confirmados por menciones realizadas al respecto en la correspondencia del prócer al general chileno Luis de la Cruz y a su amigo el general O'Higgins.

COMPLICACIONES

En el caso de San Martín, estuvieron representadas por las hemorragias y la fiebre. Las hemorragias fueron muy importantes y pusieron en peligro su vida. Es interesante recordar algunos episodios, como el primero, sufrido en Tucumán, y los reiterados que tuvo en Mendoza. El 1º de enero de 1816 año de la reunión del Congreso de Tucumán, lo sorprendió con otro episodio. El Libertador lo menciona en la carta a Godoy Cruz: "un furioso ataque de sangre y en consecuencia una extrema debilidad me han tenido 19 días postrado en mi cama." Ya fue mencionada la hemorragia padecida en el Perú y la última que le llevó a la muerte, merecerá una consideración especial.
Cabe una pregunta: ¿La úlcera fue gástrica o duodenal? Sin la documentación incontrastable de la radiología o de la autopsia, para afirmar la localización, todas las consideraciones son elucubraciones y no se puede emitir una afirmación categórica. No obstante, nos inclinamos por la implantación duodenal. MANIFESTACIONES NERVIOSAS: San Martín padeció de insomnio, excitaciones nerviosas y temblor de la mano derecha. Las causas de estos padecimientos deben buscarse en las largas y agotadoras jornadas de trabajo, sus preocupaciones y sus disgustos. Respecto del insomnio, dijo: "Lo que no me deja dormir no son los enemigos, sino cómo atravesar esos inmensos montes." En 1818 padeció un temblor en la mano derecha que le impedía escribir. La manifestación no ha tenido explicación y probablemente no la tendrá nunca. Por otra parte fue transitoria.
También sus enfermedades dejaron su marca. En la carta que en 1837 dirigió a su gran colaborador Toribio de Luzuriaga, le refería: "Desde el año '33, en que fui atacado de cólera, me quedó una enfermedad de nervios que me ha tenido varias veces a las márgenes del sepulcro; en el día me encuentro restablecido a beneficio de los aires del campo en donde vivo y, más que todo, a la vida enteramente aislada y tranquila que sigo." Es muy difícil ubicar semiológicamente a esa manifestación; de la misma opinión es Ruiz Moreno. Es razonable pensar que la acción tóxica de las infecciones que sufrió pudo gravitar sobre el cerebro. Tampoco surge la luz de las mismas descripciones de San Martín, pues a los espasmos de su úlcera los ha descrito como cólicos sumamente violentos o ataques nerviosos al estómago, y la consecuencia es una gran debilidad con desarreglo de funciones. El mismo prócer percibió que le producía un estado muy irritable.
La explicación de las manifestaciones nerviosas de San Martín debe buscarse en las toxemias que sufrió su cerebro con los procesos infecciosos que soportó, en sus tensiones síquicas, en lo mucho que sufrió física y moralmente, en sus largas jornadas de trabajo y en la responsabilidad que cargó sobre sus hombros. No debe haberse inmutado en el fragor del combate, pues él era un guerrero, pero su espíritu sensible se sacudió más de una vez frente al cuadro de desolación y muerte que ante su vista ofrecía el campo de batalla.

CATARATAS

Le afectaron en el último lustro de su existencia. Un año antes de su fallecimiento fue operado, con un pobre resultado. Perdida la esperanza de recuperar la visión, se acentuó su carácter melancólico y taciturno, prefiriendo el aislamiento y la soledad.
Según el concepto actual, la patología que afectó al general San Martín fue de las enfermedadesde la civilización. Por lo menos cuatro de ellas encuadran dentro de este concepto: el asma, el reumatismo, la úlcera y las manifestaciones nerviosas. El paradigma de las enfermedades de la civilización, que magistralmente analizó y difundió el Dr. Mariano R. Castex, es la úlcera, especialmente con implantación duodenal.

CAUSAS DEL FALLECIMIENTO

Se debió a una hemorragia cataclísmica, consecuencia del empuje de su úlcera. Se han formulado varias hipótesis:
1) Por claudicación del ventrículo derecho, en un corazón pulmonar crónico, consecutivo a una fibrosis pulmonar postuberculosis. San Martín no tuvo tuberculosis ni tampoco fibrosis, que es una causa muy infrecuente de hipertensión pulmonar y de corazón pulmonar crónico. Jamás San Martín tuvo insuficiencia cardíaca; no existe ninguna referencia que se le hincharan los pies.
2) Por muerte cardíaca:
a) Por infarto: surge de la referencia de Mitre que San Martín, cuando el 6 de agosto se encontraba frente al canal de la Mancha, se llevó la mano al pecho. El prócer pudo haber tenido un angor o bien un episodio de disnea debido a su anemia, que era indudable, pues le faltaban las fuerzas y su debilidad fue creciente. En ese estado pudo haber sufrido cualquiera de los dos síntomas, pero fueron pasajeros pues no se hace otra mención en los diez días finales.
b) Por hipertrofia cardíaca: sugirió esta causa Mr. Gérard, abogado. El diagnóstico en esa época, en ausencia de rayos X, se hacía con la percusión, método falaz muy poco empleado.
c) Por rotura de un aneurisma: formularon esta sugerencia autores como Mitre y Otero. La rotura conforma un síndrome perforativo, y el dolor que produce es violentísimo (llamado en puñalada): el dolor que tuvo San Martín fue el habitual, localizado en el epigastrio, y repetimos la descripción del prócer: "yo me hallaba batallando con mi periódico dolor de estómago." En el episodio final tuvo una alcamia y luego reagudeció con intensidad. El dolor debido a perforación de un aneurisma no da tregua al paciente y la intensidad es creciente. Las hipótesis por muerte cardíaca deben desecharse, no resistiendo el análisis clínico.
3) Por cáncer: insinuaron esta posibilidad distinguidos médicos que, seguramente, fundamentaron el diagnóstico en la inapetencia y la delgadez de San Martín. En los períodos evolutivos de su úlcera, su estado se alteraba ostensiblemente. En 1819 el comerciante y viajero inglés Samuel Haigh ha dejado una descripción magistral del estado de salud de San Martín: "encontré al héroe de Maipú en su lecho de enfermo y con un aspecto tan pálido y enflaquecido que, a no ser por el brillo de sus ojos, difícilmente lo habría reconocido; me recibió con una sonrisa lánguida y extendió la mano sudorosa para darme la bienvenida." La inapetencia sigue repetida en la carta a O'Higgins y en la referencia de Iturregui y Valdés Carrera.
En los períodos de remisión experimentaba una excelente recuperación: así lo conoció Alberdi. Pero en Europa, la inapetencia fue casi permanente y veinte o más años es un lapso demasiado prolongado para un cáncer A veces limitaba su alimentación por temor a los dolores. Además, si bien tenía inapetencia y comía moderadamente, no tenía repugnancia ni aversión electiva por ningún alimento. Este dato está bien documentado en el relato de Mariano Balcarce, sobre su última comida: si bien frugalmente, comió sin repugnancia. Por otra parte, un canceroso entra en un estado de caquexia progresiva; en el último mes queda confinado al lecho y, en algunos casos aparece el clásico edema de hambre que presagia un fin. La hipótesis de la muerte por cáncer también debe ser descartada.
4) Por complicación de su úlcera. En su caso son dos las posibles complicaciones: la perforación y la hemorragia. Por diversas consideraciones clínicas, la perforación debe descartarse. La hemorragia fue la causa final de la muerte de San Martín y no la pueden explicar quienes se han limitado a informarse por el relato de Félix Frías. Augusto Barcia Trelles dice textualmente: "Eran las dos de la tarde cuando San Martín se sintió atacado por las torturas de las gastralgias y presa de un frío que paralizaba la sangre." Fue colocado sobre el lecho de su hija, que lo abrazó con enorme emoción. San Martín, acariciándola, le dijo: "Mercedes, ésta es la fatiga de la muerte", y volviéndose hacia Balcarce, con una terrible fatiga que llegaba a dificultar la emisión de su voz le dijo, casi deletreándolas, estas cuatro palabras: "Mariano a mi cuarto". No transcurrió un minuto y el cuerpo de San Martín sufrió una fuerte sacudida. EI Había muerto a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850! Esta sucinta descripción está tomada de textos de Frías, Gérard, Vicuña Mackenna, Rosales y Otero. El frío que paralizaba su sangre, según Barcia Trelles, o el frío glacial que comenzó a discurrir por sus extremidades, según Otero, constituyeron la base para fundamentar el diagnóstico del shock hemorrágico final. Podemos hacer un resumen de la sintomatología que experimentó el general San Martín: es una página del libro de la patología ulcerosa, con sus tres períodos: de reposo, de actividad y de complicaciones.
En el primero, libre de síntomas, debió cuidar su alimentación para no provocar la exacerbación de la úlcera: ello explica que comiera solo, para no tentarse con manjares. En el segundo, vivió atormentado por los dolores que duraron semanas y, a veces, sobrepasaron el mes. Esos períodos alternaron con otros de acalmia. En el tercer período, que es variable para cada paciente, nunca tuvo un síndrome pilórico, aunque algunas veces tuvo vómitos. La complicación se presentó con las hemorragias que iniciaron la escena clínica de 1814 y la final, cataclísmica, que lo llevó a la muerte el 17 de agosto de 1850.