Rosas

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sábado, 30 de noviembre de 2019

Tiempo y espacio en el Facundo II


Por Alberto JUlián Pérez
Para Sarmiento no había conciliación posible entre dos tiempos y dos modos de vida: la civilización tenía que destruir a la barbarie, es decir al gaucho y lo que él representaba. Podemos leer el Facundo como una profecía (y una elegía) de lo que habría de pasar en la lucha de predominio entre las distintas fuerzas sociales a la caída de Rosas, y como una obra de propaganda política en que el autor propone (en el último capítulo del libro) un programa de gobierno, que comparte con muchos de los proscriptos que  Rosas, aunque no fue escritor de ensayos doctrinarios, más allá de sus opiniones diseminadas en documentos y cartas, escribió sin embargo una gramática y un diccionario de la lengua de los indios pampas, con quienes alternó en sus estancias ganaderas. 
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Así lo indica Valentín Alsina en la nota 26 al Facundo en que hace una semblanza de Dorrego.  En La vida de Dominguito, por ejemplo, publicado en 1886, Sarmiento firma: “D. F. Sarmiento General de División”. Gálvez refiere el poco aprecio que sienten los militares durante la campaña del Ejército Grande contra Rosas ante las supuestas dotes militares que Sarmiento cree que posee. El General Urquiza lo nombra Boletinero del Ejército pero no requiere su consejo militar, lo cual ofende a Sarmiento.  Pertenecía a la Asociación de Mayo, y cuyos puntos fundamentales eran: la libre navegación de los ríos, la inmigración europea, la educación popular, el libre comercio, la sanción de una constitución nacional. Sarmiento no supo (no pudo) concebir el mundo como una unidad posible de instinto y razón, civilización y “barbarie”, yo y los otros. Para Sarmiento el Otro, el diferente, era un enemigo que amenazaba la subsistencia del yo. Y esto justificaba su guerra a muerte contra el otro, contra el “bárbaro”, defendiéndose de la presunta agresión del otro contra su yo. Para el político “gaucho” de su época, para un Estanislao López, un Quiroga, un Rosas, el sector letrado que representaba Sarmiento, que quería marginarlos de la política nacional, tenía que recordarles otra situación anterior la muy reducida participación de los criollos en la administración económica y política española durante la colonia . Debido a esto, la “sociabilidad democrática”, componente ideológico fundamental en las luchas independentistas, como nos lo indica José Luis Romero, no se había desarrollado en las ciudades, centros administrativos del poder colonial, sino en la campaña, donde los criollos se habían visto libres de la tutela directa de la corona española. Esto explicaba la desconfianza de la campaña hacia los criollos comerciantes y profesionales, que habían sido colaboradores directos o indirectos de la administración colonial y querían adjudicarse la dirección de la Revolución con prescindencia de la campaña gaucha. Para los representantes de este último sector, con intereses bien definidos, el núcleo urbano de elite reproducía la odiosa división social que había existido durante la colonia entre los que tenían acceso al poder y los cargos públicos y los que, por un problema de origen y nacimiento, no lo tenían. ¿No estaban los unitarios opositores tratando de repetir aquella dolorosa exclusión, marginando de las decisiones y el poder político a la campaña y al gaucho, representantes de un modo de vida local original y americana? Especialmente J. B. Alberdi, Vicente F. López, J. M. Gutiérrez y Bartolomé Mitre.  Sarmiento mismo reconoce en el Facundo que Rosas representaba un modo de ser y de sentir americano, y acusaba su posición “civilizadora” como extranjerizante y enemiga de la soberanía nacional. De hecho que así pareció cuando los emigrados argentinos enemigos del tirano apoyaron el bloqueo de Francia al puerto de Buenos Aires y la eventual invasión del territorio argentino.  Para Sarmiento, y los jóvenes escritores y pensadores que integraron la Generación argentina del 37: Echeverría, Mármol, V. F. López, Gutiérrez, Alberdi, la etapa del rosismo significó un itsmo histórico, tiempo muerto que ellos usaron muy bien para proyectar el país deseado, la nación que querían tener; en cambio, para Quiroga, Estanislao López y Rosas, representantes de una democracia gaucha que culminó desgraciadamente en la tiranía de este último una vez desaparecidos los anteriores de la escena política (Quiroga fue asesinado en 1835, y Estanislao López murió de muerte natural en 1838), ése fue su tiempo histórico, el momento en que las masas rurales y los sectores populares se sintieron partícipes del poder político. A eso se debió seguramente el que esas masas dieran tanto apoyo al régimen rosista, al que defendieron con denuedo, como lo reconoció Sarmiento (Facundo 311). Sarmiento, en su crítica, se sentía animado por un sentimiento de superioridad política: no reconocía la ley del Otro, la ley del gaucho, la ley de Facundo. Por eso justificó que el General Lavalle hubiera fusilado al Gobernador Dorrego (Facundo 212- 4), en una situación de abierta insurrección militar contra el poder civil legítimamente constituido, uso de la fuerza que tantas veces se repetiría en la historia argentina y en otras sociedades de América Latina situadas ante disyuntivas similares. Para Sarmiento el caudillismo no tenía legitimidad política ninguna, a pesar de haber sido los caudillos auténticos líderes populares. En cambio, un gobierno de las elites ilustradas, que marginara a los sectores populares, que él consideraba incapaces de una elección política acertada, y aún apoyara la extinción del gaucho, por lo que éste significaba, como representante de un tipo de vida bárbara, le parecían procederes perfectamente legítimos y de justo sentido moral. Justificó así mismo la intervención de poderes extranjeros en su país para destruir la tiranía de Rosas, aún cuando esto pudiera implicar un peligroso precio político a pagar a los países aliados una vez obtenido el triunfo (Facundo 347-8). La visión de mundo de Sarmiento se apoya en la necesidad de la exclusión del Otro para salvar a la patria y juega con la idea de “sacrificio”. Para él, Facundo termina siendo el caudillo sacrificado por Rosas en beneficio de su poder personal. Si se deseaba alumbrar la sociedad liberal futura, consideraba Sarmiento, era indispensable, así mismo, sacrificar la organización social vigente en las campañas pastoras. Además del gaucho, también había que sacrificar al indio, y se alegra de que las guerras civiles hubieran ya acabado con los negros, que apoyaban incondicionalmente el régimen de Rosas (334-5). Evidentemente, para Sarmiento, había tipos humanos superiores e inferiores: superiores eran su “yo” y los “doctores”, los hombres ilustrados, los europeos (con excepción de los españoles) y los norteamericanos; inferiores, los gauchos ignorantes, los hijos “naturales”, no educados, del suelo y los españoles, su civilización y cultura. El autor de Facundo nos legó una imagen singularmente dramática y violenta de su sociedad (no por nada lo publicó originalmente en la sección de “Folletín” del periódico chileno El progreso). Valentín Alsina le indicó la “exageración” de su visión de mundo (Facundo 381-2), exageración, claro, que hace a la esencia de la literatura, y es parte integral de la noticia sensacionalista periodística.  Si nuestro escritor luchó tanto por separar la civilización de la barbarie es porque íntimamente sabía que en su sociedad y en él mismo ambas estaban demasiado cerca. La conciencia que tenía de su defectuosa formación autodidacta, su sentimiento de inferioridad por su falta de títulos académicos, su sentido de la improvisación, la tiranía de su temperamento fogoso y dogmático, su manera vehemente y atropellada de escribir, nos muestran a un hombre que, comparado a aquellos intelectuales europeos que él trataba de emular y que confrontó personalmente en sus Viajes, fue irremisiblemente y por fatalidad de su destino el Otro americano. La enérgica condena sarmientina de la barbarie se une a la fascinación ante el personaje de Quiroga, el hijo de las llanuras salvajes de América, al que elevan los vientos de la historia. La misma ambigüedad siente en ocasiones frente a la sociedad casi colonial en que se crió: el rechazo de la barbarie primitiva y medieval de su región se transforma en amor cuando tiene que hablar de la etapa colonial de su familia, de su madre y sus tíos eclesiásticos. Sarmiento vivió desgarrado entre dos sociedades y dos tiempos. Su escritura, paradójicamente, fundó el presente político de la literatura argentina. Como periodista, habló a los nuevos lectores de un mundo en transición, de un hecho actual inédito y contemporáneo: el caudillismo y las guerras civiles de su patria. En el Facundo, su primer libro, encontramos al país, su geografía, su gente, el arte gauchesco, la sicología del hombre rural, el cuadro de las ideas de los hombres ilustrados, los ideales europeístas de las elites educadas argentinas. Y encontramos al escritor Sarmiento como espectador y personaje hablándole directamente al lector de su presente político, en el que participa como militante. Precisamente porque habla desde un interregno, temporal, espacial y también literario (la nueva literatura de su patria estaba en formación en esos años ), Sarmiento debe crear su propio tiempo “poético”, apropiarse de un espacio literario inédito: está explicando una situación social y humana absolutamente original y tratando de describir al Otro. Es el mundo del Otro americano el que emerge del texto: el mundo de Facundo, el caudillo bárbaro, y el discurso y la voz del argentino Sarmiento, el escritor nuevo, que está forjando su literatura. Como dice en Recuerdos de provincia: “A mi progenie, me sucedo yo.” (254). Es éste el momento en que Sarmiento da substantividad a su yo y lo sitúa en el presente político, ante un mundo aún por hacerse: ese yo y esa voz fundan una conciencia político-literaria nuestra (que se parece a nosotros). Por eso la seguimos escuchando, aún nos habla. Desgarrados hoy por muchas de las dicotomías que angustiaban a Sarmiento, todavía percibimos en la sociedad en que vivimos esa simultaneidad de atraso y de progreso que describía el sanjuanino. 

jueves, 28 de noviembre de 2019

Tiempo y espacio en el Facundo I

Por Alberto Julián Pérez 
Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) se describió a sí mismo, y describió a su país, Argentina (en su pensamiento ambos se parecen), como un sujeto, y una sociedad, que pertenecían a dos tiempos distintos. El individuo Sarmiento vivió en el tiempo demorado de su provincia natal, San Juan, donde obtuvo su primera formación y experiencia política, y luego en el tiempo moderno de la sociedad chilena estabilizada y progresista, que le abrió las puertas al periodismo. El tiempo de las ciudades reflejaba, según su propia descripción, la organización social y el modo de pensar europeo; el tiempo de la campaña, la vida del pasado colonial, “medieval” (Facundo 91). A cada tiempo le correspondía un espacio propio. La campaña era la heredera de los vicios morales y de la mentalidad del mundo colonial español, al que consideraba responsable directo por el atraso de su patria y la falta de actitud positiva en el habitante de su suelo hacia el comercio y la industria. 
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Cuando escribió Facundo, 1845, y Recuerdos de provincia, 1850, Sarmiento estaba en Chile, en un interregno, una otredad desde la que observaba su país y su propia vida. Fue la biografía, la historia de una vida, la que dio unidad a su observación; la imagen del héroe romántico, preso de su destino trágico, dominaba su imaginario. Presentó un tipo de héroe americano, y más específicamente argentino: Facundo, el bárbaro, el caudillo, el gaucho. Y frente a Facundo, Sarmiento, el civilizado, el autodidacto, el periodista, el ilustrado. Ambos eran fenómenos humanos nuevos en la América postcolonial. Facundo y Sarmiento eran hijos de la Revolución. Los dos eran héroes políticos. Sarmiento describió a Facundo como un producto de la sociedad pastoril que había hecho posible un modo de vida gaucha original. El gaucho poseía una sicología peculiar, un tipo de sociabilidad diferente, una expresión artística propia, una relación especial con su entorno semisalvaje. La lucha con el medio desarrolló en él una gran confianza en sí mismo, la tenacidad para sobreponerse a las dificultades; lo llevó a ser 2 audaz y creativo, a actuar y emplear la violencia y aún el terror (Facundo 140-41). El gaucho argentino posee una personalidad fuerte e imponente, que otras naciones le echan en cara. Pero, ¡ay!, dice Sarmiento, que se declara orgulloso de este carácter agresivo (y antipático) del gaucho, “¿Cuánto no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos...?” (Facundo 73). Nosotros comprobamos, al leer los testimonios personales de Sarmiento diseminados en Facundo y Recuerdos de provincia, que el medio inculto y las demandas insatisfechas de su sociedad, la falta de educación institucionalizada adecuada, el vacío de las leyes, la violencia militar, la crisis política, tuvieron un papel crucial en el desarrollo de su personalidad. Sarmiento era representante original de un estrato social que no disfrutó de las ventajas de las clases más acomodadas e ilustradas de Argentina. Era provinciano y pobre, con un padre irresponsable poco adicto al trabajo, y una madre que se tenía que ocupar de la manutención de la familia. Sus ascendientes familiares más valorados no pertenecían a la sociedad civil: eran sacerdotes, que habían tenido un lugar relativamente destacado en la sociedad de su época; eran hombres ilustrados, patriotas, y disfrutaban de cierto poder político dentro de la Iglesia, como el caso del Obispo de Cuyo Fray Justo Santa María de Oro, y el del Deán Funes, historiador y Cancelario de la Universidad de Córdoba, que contaba con una trayectoria meritoria en la educación. Sarmiento logró autoeducarse gracias a su voluntad tenaz, a un apetito salvaje de lectura y a una enorme fe en sí mismo. Era hijo del suelo, de su ego, de su voluntad; era un carácter indómito, tal como el gaucho. Como dice en Recuerdos de provincia, “A mi progenie, me sucedo yo...”(254). El yo de Sarmiento, el yo absorbente y absoluto (Albarracín Sarmiento 399), el yo de ideas fijas y predeterminadas que le recrimina Valentín Alsina en sus cartas, donde le critica la interpretación que hace de la historia argentina en Facundo (381-2), se parece mucho al yo que Sarmiento le atribuye al jefe montonero.1 Pero Sarmiento no podía reconocer esto: hacerlo hubiera implicado aceptar que en él convivían el civilizado y el bárbaro
Alberdi, en la primera de sus Cartas Quillotanas, le dice a Sarmiento, refiriéndose a la agresiva Carta de Yungay que este último publicara contra el General Urquiza: “La prensa sudamericana tiene sus caudillos, sus gauchos malos, como los tiene la vida pública en los otros ramos. Y no por ser rivales de los caudillos de sable, dejan de serlo los de pluma. Los semejantes se repelen muchas veces por el hecho de serlo. El caudillo de pluma es planta que da el suelo desierto y la ciudad pequeña: producto natural de la América despoblada.” (Rojas Paz 140) La visión crítica de Alberdi era insoslayable y su agudeza desató la agresión abierta del sanjuanino. Sarmiento nos presenta un mundo dicotómico: o se es civilizado o se es bárbaro. No pudo ver integradamente los aspectos enfrentados de la personalidad: lo destructivo y lo creativo, lo vital y lo tanático, lo instintivo y lo intelectual. La realidad social que muestra es la de un país en lucha intestina entre dos fuerzas que buscan destruirse: la civilización y la barbarie. Su libro es un argumento contra, y una explicación de la barbarie, así como una justificación de la civilización. Y tal como explica la barbarie en Facundo, apelando a la polémica figura del jefe montonero, explicará cinco años después la civilización en Recuerdos de provincia, tomándose a sí mismo como ejemplo: la civilización es él. El y su familia la representan. Esta civilización tiene dos etapas, como la historia de su país: la del mundo colonial hispano y su viejo saber absolutista y teocrático, y la de la Revolución independentista y su ideario enciclopedista y liberal eurocéntrico (España y su cultura para él quedaban relegadas de la Europa progresista y moderna). Sarmiento se percibió escindido, y vio a su sociedad en lucha y agonía, y este sentido de separación propio de su visión, a más de tener, creo, una base sicológica, tuvo también en su medio un fundamento social e intelectual.  Alberdi le demuestra a Sarmiento que lo que él caracteriza como fuerzas homogéneas enfrentadas, son en realidad tendencias heterogéneas y ambiguas. Dice Alberdi: “El autor se opone a la moderna de Francia e Inglaterra. Y a América: el mundo primitivo de la Argentina de su época vs. el civilizado de Estados Unidos moderno. Africa salvaje y España africanizada se enfrentan también al mundo modelo europeo. Los árabes, los tártaros, son otros “bárbaros” comparables al gaucho. (Facundo 61-2). Su demostración es global. Mientras escribía Facundo, Sarmiento “hablaba” a su lector desde un interregno espacial: Chile (y en particular al público chileno del periódico El Progreso donde apareció Facundo en la sección “Folletín”) y acerca de un interregno temporal: los casi veinte años transcurridos en su patria desde el inicio del gobierno presidencial ilustrado de Rivadavia hasta la instauración del dominio, de la tiranía de la campaña, de los gauchos, de Rosas. Este último interregno amenazaba hacer retroceder al país infaliblemente al tiempo feudal, a la barbarie. Los hechos económicos, culturales, militares y políticos que él describe lo demuestran. Su objetivo era lograr que su país, como él, autoeducándose, aprendiera y progresara. Había que educar y abrir nuevos espacios en la pampa para la agricultura y la inmigración. Y había que mejorar la sangre. Porque para Sarmiento había buena y mala sangre: sangre bárbara, de gaucho (que convenía derramar sin ahorro, como escribió a Mitre) (Gálvez 351) y sangre civilizada, europea, que convenía importar y difundir para salvar la patria y la civilización. Si el Facundo y Recuerdos de provincia parecen recorrer con distinta tesitura estas ideas fijas de Sarmiento, sus Viajes no hacen más que corroborar su visión de mundo: España es primitiva, salvaje, bárbara; Estados Unidos, civilizado, trabajador, superior; Francia, el centro de la civilización; Africa, primitiva, como la pampa, sus tipos humanos salvajes como el gaucho (Verdevoye 402-16). 
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Sarmiento deseaba literalmente cambiar el mundo con su voluntad, con la misma audacia que le atribuye a Facundo, y conocidas son sus desavenencias con el General Urquiza como Boletinero del Ejército Grande que iba a luchar contra Rosas, pues para él quien lo había ya casi derrocado en realidad, más que la espada, era su pluma, su fuerza mental, su Facundo (Gálvez 237).  Sarmiento no podía aceptar que Rosas buscara su legitimación política apoyándose en el pueblo bajo, incluyendo, además de los gauchos, a los negros, y aún grupos de indios (Facundo 63- 4).3 Rosas no era un tipo de héroe bárbaro “puro” como Facundo Quiroga. Facundo había sido un héroe trágico, valiente, instintivo, que triunfaba recurriendo al terror y la violencia; Rosas era un tirano hipócrita, frío y calculador, que mataba a través de su policía secreta, la Mazorca, y unía los instintos del “gaucho pícaro” (como le llamaba Dorrego4 ) con la astucia del hombre de Buenos Aires, que se sabía poseedor de una posición nacional de privilegio. También Sarmiento era, a su modo, un “héroe impuro”: provinciano pero intelectual y autodidacto; escritor pero hombre de acción política y aún militar (o al menos así él lo creía, ostentando cada vez que tenía ocasión sus títulos militares ); civilizado y europeísta, pero de carácter violento, intolerante. 

lunes, 25 de noviembre de 2019

Amalia: espías, amantes y monstruos II


Por Alberto Julián Pérez
Las situaciones que narra Mármol tienen toda la viveza de la crónica, son sucesos que el autor cuenta azorado, llevado por la urgencia de su situación: él es un liberal antirrosista, un joven avergonzado del fracaso político de sus padres unitarios, y que tiene que pagar un alto precio por sus errores, por la inconsistencia y por las claudicaciones de sus mayores frente al régimen rosista (Rivadavia había renunciado a la Presidencia y el General Lavalle abandonaría el ataque a la ciudad de Buenos Aires, que en la opinión del ensayista-narrador, lo hubiera llevado a la victoria, volviendo sobre sus pasos y acabando derrotado). Podemos preguntarnos por qué Mármol imita la presentación genérica de la novela histórica, si sólo nos está dando una crónica contemporánea vista desde la perspectiva parcial e interesada de su grupo político: en parte, creo, porque había en esa época una urgencia evidente en registrar la historia nacional que aún no había sido escrita (varias décadas después la escribirían Bartolomé Mitre y Vicente F. López), a la que Mármol aporta sus propios ensayos interpretativos, y porque el autor tiene en esta novela el propósito ambicioso de fundar la novela nacional con un criterio político, romántico e histórico 
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Amalia es la resultante de las ideas y las luchas políticas de la Generación del 37 y Mármol se presenta en su novela como un vocero de las aspiraciones de su grupo. No se identifica con el pueblo como tal (que era rosista), sino con las elites cultas que participaban en las actividades políticas. 
Es entonces el vocero de una élite política, con militancia partidaria, a la que también pertenecían Echeverría, Sarmiento, Alberdi y Mitre. Notamos en la novela cómo Mármol hace depender la resolución de los conflictos del saber de los personajes y de la conciencia que éstos tienen de sí y de la situación en la que viven. Sus personajes procuran controlar su subjetividad, su conciencia (y la de los otros, actividad del ideólogo y del espía) y el mundo objetivo, el mundo material. Pero puesto que no tienen el suficiente poder para controlar el mundo que desean controlar, los personajes viven en situación de inestabilidad. En Amalia asistimos a una verdadera puesta en escena del complejo mundo social y político de la época. Amalia es una novela de estructura “dramática”. Su acción progresa a través de numerosas escenas y los personajes desarrollan sus intrigas, literarias y políticas, mediante extensos diálogos. Están dramatizando el mundo social del rosismo, pero también las aspiraciones y los deseos de los intelectuales pequeño-burgueses antirrosistas. El mundo de los románticos personajes antirrosistas: Amalia y Eduardo, Daniel y Florencia, es bello, sofisticado, juvenil, idealista, rico. El autor va preparando a sus héroes para el sacrificio del amor romántico: los amantes, al final de la novela, sólo concretarán su amor en un tálamo nupcial que es también el sitio mortuorio. Su amor está  hecho para el sufrimiento, y no para el goce físico. Es un amor patético, sublime. Se consuela en la contemplación del ser amado. Mientras la pareja sentimental de Amalia y Eduardo vive su relación amorosa romántica, en un mundo extraño y ajeno al ambiente local, que es grosero e inculto, Daniel se entrega al mundo realista y cruel de la política: el engaño y el ocultamiento, el cálculo y el riesgo hacen a su labor de espía. Si Eduardo es por sobre todo un héroe sentimental (aunque lo sentimental y lo privado no puede quedar totalmente escindido de los conflictos políticos de la hora), Daniel es un héroe político, un hombre que piensa en el destino de su nación primero, y en su vida y seguridad personal después. Es el típico héroe altruista, capaz de salvar a su comunidad. Su objetivo final es la emancipación de su patria de la tiranía y la liberación de sus amigos. Daniel es un fiel exponente del grupo de jóvenes intelectuales, y defiende sus principios de justicia y verdad, denuncia la corrupción y desafía con éxito a la autoridad opresiva. Este mundo de Buenos Aires durante la dictadura, tal como lo presenta Mármol, es un mundo dominado por el cinismo, las apariencias y el miedo. Puesto que no se admite la disidencia política legal, todo opositor debe vivir encubierto y actuar de manera encubierta. Esto crea una situación de desconfianza, por cuanto los opositores viven tratando de ocultar su identidad, operando en las sombras para escapar a la persecución. Esa Buenos Aires bajo el rosismo no es una ciudad en la que puedan vivir los liberales, aunque no por eso deje de ser una ciudad moderna. El excesivo control policial, y la Mazorca, la falta de prensa libre, el bloqueo francés del puerto de Buenos Aires desde marzo de1838 a octubre de 1840, crean un ambiente político de tensión. Es una ciudad dominada por el enfrentamiento político entre unitarios y federales, fragmentada por la lucha ideológica. Una ciudad en que una clase social, la alta burguesía ganadera e industrial, que organiza el negocio de los saladeros y la venta de cueros, dirigida por Rosas, mantiene un claro liderazgo político. Sus aliados naturales son los sectores populares y proletarios urbanos y rurales: los sirvientes y empleados urbanos, los gauchos y peones rurales, y los obreros de los saladeros y la industria del cuero. El Buenos Aires de Amalia es una ciudad relativamente moderna, con movilidad social, en que impera el “mal gusto” de los nuevos grupos sociales en ascenso. Racialmente integrada, los peones rurales y los sirvientes negros parecen tener asegurado 8 un papel político activo como partidarios del régimen. Rosas moviliza a las masas con habilidad, como queda demostrado en “las parroquiales”, cuando sus partidarios organizan demostraciones, llevando el retrato de Rosas por las calles en un carro, al que muchas veces, luego de desenganchar los caballos, arrastran ellos mismos, demostrando su devoción al dictador, y exhibiendo el retrato de éste en las parroquias, para que sea adorado por el pueblo (249-53). En el desenlace final de la novela el grupo de jóvenes liberales estaba contra todos y todos estaban contra ellos. Dispuestos todos a escapar, menos Daniel, y ante la resistencia de Amalia que no quiere abandonar su país, aunque al final acepta hacerlo, para poder vivir su romance con Eduardo en Montevideo, la tragedia se cierne sobre ellos. Finalmente tienen que entregarse a su sino romántico aquellos que viven en un mundo sentimental patético: Eduardo y Amalia. Van a casarse en el momento de máximo peligro, sellando su amor ante la muerte, desafiando al mundo con su amor auténtico. Eduardo y Amalia eligen cuidadosamente las ropas de casamiento, en medio de trágicos presagios que les anuncian un fin desdichado. Luego de desposarse y casarse tienen que enfrentar el fin inevitable. La policía entra en la casa y allí la pareja, secundada por sus amigos, da su lucha final. En la lucha Eduardo cae muerto y Amalia se desmaya a sus pies y, cuando ya Daniel, el héroe político, estaba por morir a manos de la partida policial, aparece de pronto su padre para salvarle la vida. Recordemos que la novela había empezado con una situación de peligro en que Daniel salvaba la vida a su amigo Eduardo; en el final, el padre de Daniel, partidario del régimen rosista, aparece para salvar a su hijo. La defensa del mundo político continua: Daniel ha sobrevivido. Daniel el traidor, Daniel el espía, a quien todos tienen por agente de la Mazorca, y que es en realidad un agente unitario opositor a Rosas. Daniel, el conspirador liberal que habrá de continuar la lucha sin cuartel para defender a su patria de la tiranía. El lema dice: libertad o muerte. La lucha era a muerte y había que continuarla hasta el fin. Concluye la trama trágica romántica con la muerte de Eduardo Belgrano y se interrumpe la trama abierta política cuando el padre salva a Daniel. Los jóvenes liberales, a través de él, y gracias a su habilidad intelectual y a su astucia, seguirán luchando.  Ha terminado la novela y empezado la Novela. Puesto que Mármol se había propuesto fundar la gran novela nacional de su grupo social. Liberal, idealista. Defendiendo esos valores que no podían entender las masas: la educación, el progreso, la libertad individual, la libertad de comercio, la libertad de prensa. La superioridad intelectual y cultural de la pequeña burguesía frente a las masas. La superioridad de la vida urbana cosmopolita frente a los valores del mundo rural, dominado por la superstición y la ignorancia. Amalia complementa la visión de la barbarie que había dado Sarmiento pocos años atrás en Facundo: Mármol exhibía el mundo íntimo del dictador, su casa, sus satélites y colaboradores, les hacía hablar, mostrar su cobardía, su insidia, su crueldad, su falta de proyectos políticos. Había también, como el sanjuanino, explayado su pluma en ensayos políticos, interpretando, desde su perspectiva liberal, la barbarie y la dictadura rosista, el papel de la religión, la relación entre las masas y el tirano. Pero la fascinación de Mármol no se había limitado a mostrar el mundo monstruoso de la barbarie del caudillismo: había llevado a sus personajes, bellos y jóvenes, al espacio progresista de la novela europea, el género más prestigioso y representativo de la nueva clase en el poder: la burguesía urbana. Urbanos, eurocéntricos, hipercultos, intelectuales, progresistas, luchadores, estos jóvenes inquietos de la Generación del 37 crean modelos originales para todo: el periodismo, el ensayo, la literatura. Pero la novela era un género especial: era capaz de describir lo que no podía describir ni el ensayo ni la poesía, géneros que habían alcanzado un buen desarrollo independiente desde la Revolución de 1810. La novela podía describir, sin grandilocuencia ni examen excesivo, las aspiraciones de su clase, y representarlas, en un espacio urbano, que el rosismo trataba de escamotearles, con su escasa sensibilidad cultural. Con el indiscutible logro de esta novela, ya en el marco del fin de la dictadura (que cae en 1852, un año después de la primera edición de Amalia), la literatura argentina se afianza en la modernidad cultural marcada por la pauta literaria europea culta. Esta novela de tema nacional romántico y político, de base histórica, sabe representar para sus lectores el drama de la patria: la dictadura de Rosas. Su forma literaria “madura” ha logrado introducir a sus tipos locales y entendido y explicado la dinámica política de su sociedad, con sus propios personajes. Amalia funda la gran novela (grande tanto por su mérito como por su extensión) nacional argentina, con su ciudad, Buenos Aires, como centro de la vida cultural y política del país, con sus jóvenes intelectuales como líderes de la nación, con su vilipendiado pueblo, incomprendido aún, para quien, según ellos, no había llegado aún la hora, ni podía llegar mientras no se educaran y se transformaran en una clase media culta y responsable. Novela de una nación, literatura de una nación, proyecto político de una clase revolucionaria que no podía ir más allá de su visión de mundo, marcada por sus intereses, sus valores y su utopía de futuro, en la que habían asignado a su grupo: los jóvenes intelectuales eurocéntricos, un papel rector en la dirección del nuevo estado nacional

viernes, 22 de noviembre de 2019

Amalia: espías, amantes y monstruos I

Por Alberto Julián Pérez 
Amalia es la gran novela argentina de la primera parte del siglo XIX; publicada en su primera edición en 1851, y en una segunda edición aumentada y corregida en 1855, Amalia inicia oficialmente el ciclo de lo que podemos llamar “la novela nacional argentina”. Si bien hubo otros intentos novelísticos anteriores, la crítica reconoce el valor fundacional de esta novela. El mundo americano que emergía después de varios siglos de colonización europea no podía permanecer ajeno al poder de seducción de la novela. El nacimiento a la vida nacional independiente de los países de todo el hemisferio requería la creación de una cultura propia y una literatura nacional; después de largos siglos de colonialismo europeo la novela aparecía como un terreno literario aún no conquistado por los escritores criollos, a pesar del temprano y brillante desarrollo del género en España. En 1851, como en 1840, época que describe Amalia, aún estaban sin resolverse las cuestiones fundamentales que hacen a la creación de una vida nacional independiente: los límites territoriales del Estado nacional, el sistema de gobierno definitivo, su Constitución y leyes fundamentales. 
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La inminencia del futuro tiñe las ideas de todos los jóvenes intelectuales y artistas de la época con un sentido utópico y de proyección temporal, que da a sus escritos un sentido total de modernidad. Es la generación que está por fundar el Estado nacional permanente, que pelea por ocupar un lugar en esa nación por hacerse, que se rebela contra el gobierno de los caudillos regionales, a los que considera impostores, que quiere liderar una revolución cultural y política que impida la profundización de lo que consideran la contrarrevolución rosista, y restablezca los valores originales de la Revolución de 1810, simbolizados en lo que llaman los principios de Mayo (Echeverría 57-97). Ese movimiento, ese desplazamiento temporal en Amalia, entre el pasado reciente (que Mármol finge pasado más lejano, para quedar dentro de las convenciones del subgénero novelístico, la novela histórica), y el futuro inminente, que sobrevendría una vez que se realizara lo que ellos trataban de facilitar: la caída del Dictador y el establecimiento de un régimen republicano liberal, se refleja a su vez en un desplazamiento argumental y espacial de la novela entre el mundo público y político y la vida privada de los personajes. Amalia es una novela a dos voces (como gran parte de la literatura de la época, que oscila entre lo elevado y culto, y lo regional y costumbrista, cada una con su modulación lingüística reconocible): las voces de los personajes públicos (del espía unitario Daniel Bello y de los personajes políticos que éste encuentra, incluido Rosas, su hija Manuelita, el ministro Arana y otros), y las voces sentimentales del mundo privado del amor (la pareja de Eduardo Belgrano y de Amalia). Amalia se mueve entre un mundo político y público, que reconoce filiaciones épicas o neoépicas, y el mundo sentimental romántico, en que los personajes proyectan su utopía de futuro: la patria libre, la felicidad de la vida familiar en paz. Dentro del mundo romántico de la novela descubrimos el heroísmo y espíritu de sacrificio de los amantes, su nobleza, su idealismo, su belleza, su elevación social; en el mundo político, en cambio, priva el realismo, el interés personal, es un mundo grotesco, desagradable, cruel, “bárbaro”. La barbarie, en este caso, se identifica con lo feo, lo grosero, lo vulgar; tiene una connotación estética además de moral. Este modo de entender la barbarie conlleva la condenación de los valores rurales, de las costumbres del pueblo bajo, de la relación política del caudillo popular con las masas. Implica la negación de la sociedad abierta, multirracial, que había emergido al fin del período colonial, y es una proyección del deseo de lograr una sociedad selecta, culta, europeísta, de elegidos, una sociedad que representara el nuevo gusto urbano de la pequeña burguesía, sus valores cosmopolitas modernos, su nueva concepción de la economía política. La novela vincula el mundo público de la política rosista de 1840 (en momentos en que el General Lavalle se aprestaba a invadir la provincia de Buenos Aires y en que la sociedad paramilitar de la Mazorca, que reunía a los rosistas “celosos”, incrementaba su presencia represiva en defensa del régimen), y el mundo privado de los ciudadanos de Buenos Aires (la historia sentimental de dos jóvenes que encuentran el amor pasional, desinteresado, romántico). En medio de las peripecias de la resistencia política y militar a Rosas, encuentra José Mármol para cada mundo su lugar, y para cada historia su final adecuado: para la historia política, el fracaso de la insurrección pero el triunfo de los héroes, que sobreviven milagrosamente, manteniéndose el espíritu de insurrección y resistencia vivo para el futuro; para la historia sentimental, el fin romántico: la muerte del amante, Eduardo Belgrano, y el abatimiento total de Amalia, víctima del sino fatal que la lleva a perder el amor poco después de haberlo encontrado por primera vez en su vida. Ambas historias se entretejen, como se entreteje el destino nacional de la patria en la vida histórica real de la época, entre el sacrificio personal, la frustración de las ambiciones de los jóvenes proscriptos argentinos, obligados a vivir en un medio social ajeno enrarecido (en la ciudad de Montevideo en pie de guerra, sitiada, repleta de soldados de distintas nacionalidades, agitada por el periodismo partidario y la oposición a Rosas [Sarmiento, Viajes 19-58]), donde la vida pública, reprimida y deformada por las circunstancias, los lleva a convertirse en conspiradores en el exilio. Si el autor trata de manejar en su narración esa materia narrativa indócil, que se le escapa de los modelos genéricos aceptados, hasta confundir la novela de intriga política con la trama romántica sentimental, también lucha por imponer un orden al caos social que caracteriza a la época: así divide a los personajes en buenos y malos, en civilizados y bárbaros, y dentro de cada bando, en serios y cómicos. La narración aspira a un orden, a un orden que puede parecerle demasiado rígido al lector contemporáneo.  En esas circunstancias, desde el punto de vista de las elites liberales, sólo se podía ser 4 militante y defender la legitimidad de un partido: el liberal, el partido sucesor de los antiguos unitarios, pero purgado de sus errores (como lo pretendían los jóvenes de la Generación del 37), el partido que luchaba contra la tiranía, contra la “barbarie”. En el mundo dicotómico de la novela, los personajes y el narrador eligen un bando. Es una novela partidaria de lucha política, de feroz resistencia contra Rosas. Para organizar el mundo social Mármol tiene que crear su sociedad selecta ideal, pequeño-burguesa, culta, de la que queda excluida, como antes en “El matadero” de Echeverría, todo el sector inculto, marginal, proletario: los gauchos rosistas y los negros y negras que apoyan incondicionalmente al régimen, los indios de los que se vale Rosas en su política práctica y sin principios. Y dentro de las clases pudientes excluye a los propietarios rurales y ganaderos comprometidos con el rosismo (su principal base político-económica de poder), y a los sectores urbanos porteños de pequeños comerciantes que son cómplices de Rosas, voluntaria o involuntariamente. Esta sociedad está en un estado de crisis, por la guerra de invasión del ejército del General Lavalle, y priva la violencia y el terror. La sociedad educada parece estar acosada en el Buenos Aires de entonces, y a los disidentes lo único que les queda es emigrar, para luchar desde el extranjero, o luchar allí en la clandestinidad, con gran riesgo para la propia vida. 
A diferencia de lo que hicieron los jóvenes de la Generación del 37, Sarmiento, Echeverría, Mármol, Alberdi, López, Gutiérrez, que eligieron el exilio, los personajes de Mármol eligen quedarse y luchar, trayendo al texto quizá las aspiraciones frustradas del autor, o una especie de justicia poética, por la cual los personajes son lo que esos jóvenes hubieran deseado ser y no fueron: luchadores heroicos que se juegan la vida (y la pierden) luchando contra Rosas en Buenos Aires, liderando la resistencia, actuando como una vanguardia, espiando contra el régimen, saboteándolo. En el comienzo de la novela el narrador presenta a un grupo de personajes que intentan emigrar y quieren ir a la Banda Oriental del Uruguay, a unirse al ejército de Lavalle. Pone en primer plano la elección posible de esos hombres: resistir en Buenos Aires o emigrar.  El grupo es descubierto y fracasa en su intento, pagando su osadía con sangre. Sólo se salva Eduardo Belgrano, el héroe sentimental de la novela, gracias a la oportuna participación de su amigo Daniel Bello, el héroe político, el avezado espía que se mueve entre dos mundos (como Mármol mueve su novela dentro de los 5 mundos pertinentes de géneros diversos). ¿Cómo es que se había enterado la policía rosista que un grupo de unitarios emigraba? Gracias a una delación, gracias a la intriga del espía Merlo. ¿Y cómo se frustran los planes de la Mazorca? Gracias a la participación providencial del espía Daniel Bello. Los espías, los conspiradores, mueven secretamente la trama del mundo político de la novela. Es un mundo político moderno dominado por la actividad incesante de los ideólogos: Daniel Bello, Florencio Varela, Juan Manuel de Rosas, Doña María Josefa Ezcurra. 
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No es una visión objetiva ni desinteresada. Porque cada partido busca el ejercicio del poder. Si bien la novela trata de ser una novela histórica, y es una novela de hechos históricos confirmados (el gobierno de Rosas, la invasión frustrada de Lavalle), tenemos que verla como una novela política partidaria: los hechos que narra son casi contemporáneos del autor (que escribe diez años después de ocurridos los acontecimientos históricos), quien se pone voluntariamente de parte de uno de los bandos en conflicto para contar su historia: su simpatía está con los liberales unitarios (después de haberlos criticado constructivamente), o con los jóvenes liberales que continúan la defensa de los ideales liberales de sus mayores, y está en contra de los federales, en particular del tirano Rosas y de su entorno de personajes corruptos, que incluye miembros del clero, la alta burguesía y el ejército, y de las clases serviciales de la ciudad, en particular sirvientes negros y pequeños comerciantes. 

sábado, 16 de noviembre de 2019

EL SOL DEL 25… Y LOS QUE ASOMAN

Por Miguel Angel De Renzis
Hace 209 años comenzaba a pergeñarse la Patria. Sin embargo, hubo que esperar seis años para afianzar la Independencia Nacional, En la página 346 del Registro Oficial que cubre los años 1822 a 1852 se puede leer el Decreto 2648. El mismo está fechado el 11 de Junio de 1835 y establece que el 9 de Julio será reconocido en identidad de importancia con el 25 de Mayo. Sí. Aunque usted no lo crea. Hubo que esperar hasta el Restaurador de las Leyes para darnos cuenta que si la libertad del 25 de Mayo era importante, no servía sin la Independencia soberana. 
Hoy, en los tiempos de la claudicación nacional, este 25 de Mayo se achicharra, se achica y se esconde ante quienes dicen representar a nuestro pueblo. Hubo un 25 de Mayo formidable en la historia contemporánea, y fue el del 1982 con nuestros veteranos luchando en la tierra malvinera.
Hay otro 25 de Mayo también del siglo XX, que fue el de 1973 donde pese a los bombardeos y a los fusilamientos, a los compañeros presos, y a los que quedaron en el camino, regresaba el pueblo al gobierno y al poder.
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Aquel 25 de Mayo además nos permitía tener el sabor muy fresco de seis meses atrás, cuando el 17 de noviembre de 1972 Perón había regresado a la Argentina. De vuelta en España el General veía por televisión la jura de Cámpora – Solano Lima. Estábamos otra vez. Como soñó Evita, éramos millones. Pero cometimos un grave error. Cuando se iba Lanusse el pueblo le gritaba: ¡se van, se van, y no vuelven más! Se fueron y volvieron. Con más odio y más revancha gorila que nunca. Y agregaron al dolor la figura del desaparecido. Después hubo otro, lleno de colorido y fiesta, el del bicentenario. Y también se pensó que no volvían más, que el triunfo del pueblo era para siempre. Y aquí están, ahora con los votos, ya no con las botas. Pero con el mismo proyecto: un país para pocos. ¿Cuántos 25 de Mayo iguales o diferentes nos aguardan? No lo sabemos.
Hoy al mejor estilo de 1955 volvimos al FMI. Y volvemos a pensar que sin un 9 de Julio, Día de la Independencia Nacional, no nos sirve la libertad del 25. En la libertad de hoy el 30% de los argentinos pasa hambre, los jubilados con la mínima ya son indigentes, los niños desnutridos del 2001 muestran su resultado en los jóvenes de hoy.
No queremos imaginar los 25 de Mayo a mitad del siglo XXI
Por eso es imprescindible no perder el sentido de independencia del 9 de Julio. Sin independencia no hay soberanía política. Sin soberanía política no se puede hacer justicia social. Cada cual elija el 25 de Mayo que más le guste, pero permítanme cerrar con la decisión del heredero del sable corvo de San Martín, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas. "Buenos Aires, Junio 11 de 1835. -Año 26 de la Libertad, 20 de la Independencia y 6 de la Confederación Argentina.- Considerando el Gobierno que el día 9 de Julio de 1816, debe ser no menos célebre que el 25 de Mayo de 1810; porque si en éste el Pueblo Argentino hizo valer el grito de la Libertad, en aquél se cimentó de un modo solemne nuestra Independencia, constituyéndose la República Argentina en nación libre e independiente del dominio de los Reyes de España, y de TODA OTRA DOMINACION EXTRANJERA y que siendo justo tributar al Ser Supremo las debidas gracias en el aniversario del 25 de Mayo, lo es del mismo modo y con motivos igualmente poderosos, manifestarle también nuestro reconocimiento en el aniversario del 9 de Julio, pues que con el auxilio de la Divina Providencia, se halla la República en el goce de esa libertad e independencia que ha conquistado a esfuerzos de grandes e inmensurables sacrificios. Por tan graves consideraciones, ha acordado y decreta: Artículo 1°.- En lo sucesivo el día 9 de Julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del mismo modo que el 25 de Mayo; y se celebrará en aquél misa solemne con Te Deum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado en el sostén y defensa de nuestra independencia política; en la que pontificará siempre que fuese posible, el muy Reverendo Obispo Diocesano, pronunciándose también un sermón análogo a este memorable día. Art. 2°.- En la víspera y el mismo día 9 de Julio, se iluminará la ciudad, la casa de Gobierno y demás edificios públicos, haciéndose tres salvas en la Fortaleza y buques del Estado, según costumbre. Art. 3°.- Queda sin ningún valor ni efecto el decreto del 6 de Julio de 1826, en la parte que estuviese en oposición con el presente. Art. 4°.- Comuníquese y publíquese según corresponde. ROSAS – El oficial Mayor del Ministerio de Gobierno, Agustín Garrigós (1) Registro Oficial, años 1822 a 1852, página 346, decreto N°. 2648". 
Porque la Patria existe, la Patria vive, y la Patria triunfará

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Perón, crítico de los golpes del '30 y el '43

Por Ignacio Cloppet
Una de las cuestiones que le atribuyen a Perón es que habría participado en dos golpes militares: 1930 y 1943. Hay interpretaciones que sostienen que la matriz de Perón es golpista.
Existen pruebas contundentes de que días antes de la Revolución del ´30, Perón le manifestó al Tte. Cnel. Álvaro Alsogaray sus disidencias y desencantos, pero fue Bartolomé Descalzo quien lo persuadió para que participe. Sobre este suceso el capitán Perón escribió: “No puedo aceptar que seamos juguetes de la ineptitud y falta de conciencia de los que nos cargan con misiones como la que he recibido yo, que sólo puede atribuirse a irresponsables y desequilibrados”. En carta dirigida a José M. Sarobe, reconoció: “Creo que al cuadro de oficiales esta revolución le ha hecho un gran mal… Será necesario, que cada militar esté ocupado en asuntos de su profesión. De lo contrario, esto irá de mal en peor”.
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A estos testimonios que demuestran que no adhirió al golpe, se suman dos cartas que Perón le escribió a Descalzo: el 11/7/1931 y el 26/3/1944. Ambas son manuscritas e inéditas, y se refieren a aspectos desconocidos.
En la primera, reconoce la influencia que Descalzo ejerció en su formación: “Es imposible recordar mi juventud militar, sin que ese recuerdo esté íntimamente ligado a mi viejo y querido Capitán de todas las horas, a quién tanto debo y que tanto obliga a mi gratitud y que por fortuna tengo la dicha que sea el mejor y más querido de mis amigos”.
En una carta cargada de elogios, le advierte: “Cuando escriba o hable fíjese a quien lo hace. Sé bien que usted tiene y tendrá siempre sentimientos nobles y cree que los demás son iguales. Los que lo conocemos sabemos muy bien su manera de pensar y sabemos también cuánto debe la revolución a su acción personal, pero hay hombres que están empeñados en hacerlo aparecer como un enemigo de lo que usted ha defendido con su propia vida… El silencio es la mejor defensa en este caso. Si se levantan sumarios o investigaciones, mejor, así el General (Uriburu) sabrá bien claramente cuál ha sido su actitud y no pensará mal”.
En la Revolución del 4 de junio de 1943, Perón tuvo una decisiva participación en el GOU. El objetivo fue poner fin a la “Década Infame” y al fraude electoral, buscando normalizar la vida democrática en el país. Perón ostentó varios cargos, y ello le permitió forjar el movimiento político más trascendente del siglo XX y aún vigente, que lo llevó a ganar las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946.
En la segunda carta a Descalzo, siendo ministro de Guerra, le manifestó: “Los amigos que urdieron las intrigas cumplieron fatalmente su ciclo. No vivimos épocas de mentira y de intriga. Los días que corren son de verdad y de acción pura. Mi única fuerza es, ha sido y será el procedimiento recto y honrado. Los que proceden mal son siempre víctimas de su propio mal procedimiento... Los hombres no son hoy mejores que antes, como no serán mañana mejores que los de hoy. Sin embargo, ya me he persuadido que hay que mandarlos a todos: los buenos y los malos. A los primeros dejándoles actuar, a los segundos, quitándoles toda “chance” de proceder a su manera... En pocos días más los malos se acaban. Me conviene que salgan ahora todos los “malos” que quedan … Yo ya no temo ni a los malos, ni a los sabios, ni a la muerte”.
Estos testimonios poco conocidos de Perón durante las dos revoluciones, nos ayudan a conocer más íntimamente su vida como militar, precisamente antes de transformarse en “Perón”, y nos sirven para seguir madurando la vida en democracia.

jueves, 7 de noviembre de 2019

DESPEDIMOS EL AÑO 2019 CON UNA CONFERENCIA DEL DR. SULE

A toda la comunidad: El día sábado 14 de diciembre desde las 11 hs, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de General San Martín despide el año 2019.  A las 11 hs el Dr. Jorge Sulé realizará la conferencia  "EL LIBERTADOR, El RESTAURADOR Y EL ALMIRANTE". Analizando las relaciones entre el Gral. San Martín, Don Juan Manuel y el Almirante Brown.
Posteriormente y en conjunto con la Cooperadora del Museo Rosas despediremos el año con un Almuerzo Federal.  Precios muy Populares.
Museo Rosas: Diego Pombo y Ayacucho. Los esperamos

lunes, 4 de noviembre de 2019

Sucedio en las Crujías de los Santos Lugares de Rosas


Por Elisa Corina Bacigaluppi
La diligencia devoraba distancias. Recorría huella tras huella, sorteaba pajonales, vados y parlanchines charcos, pues las ranas croaban sin cesar. En días anteriores la lluvia había dejado sentir su bendición, después de un estío caluroso y agobiante.  El cochero, un moreno vivaz y baquiano junto al postillón, guiaban el carruaje con rumbo noroeste. Habían partido de Palermo de San Benito y se dirigían hacia los Santos Lugares de Rosas. De pronto, las caballerías se detuvieron. La otoñal mañana mostraba árboles que se iban desnudando lentamente y dejaban lucir los barrocos y caprichosos ramajes. Los pastos iban perdiendo su auténtico color y resplandecían humedecidos por el sereno de la noche anterior. El perezoso sol despuntaba por el oriente y ya no ofrecía su febril brillo y calor y las primeras golondrinas revoloteaban en el firmamento, rumbeando hacia regiones boreales para que San Juan de Capistrano las recibiera con sus mejores galas. Cuando se abrió la portezuela, descendió un  hombre de elegante porte, rubio, con unos ojos celestes que difundían una decidida y vibrante personalidad.
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Gentilmente ayudaba a la otra pasajera a que abandonara el coche. Joven dulce y serena, con una sonrisa amable que atrapaba a aquel que estuviera en su grata compañía. El punto elegido era estratégico por su gran altura e importante cruce de caminos reales. En el lugar había una casona con techo de tejas, un portal de entrada de gruesa y fragante madera, ventanas enrrejadas y una galería con celestiales glicinas y perfumados jazmines que embalsamaban el aldeano ambiente.
Próxima a la entrada principal había una fuente de varios niveles, trabajada en hierro fundido, traída de la Galia, con unas imágenes mitológicas que recobraban vida cuando las cantarinas y cristalinas aguas descendían distraídas y al salpicar cada gota se mimetizaba con los rayos solares y se convertían en verdaderos prismas policromados.   Era una delicia ver a los pajarillos acercarse tan decididos, a beber su natural aguamiel.
En el fondo, un emparrado con troncos retorcidos que dejaban ver sus postreras hojas.   Juntos recorrieron las habitaciones, donde no faltaban los sahumadores de bronce de exquisita composición en las que ardían las brasas aromando ya sea con incienso, benjuí o bergamota. En una de ellas se observaba una biblioteca, cuyo mueble del más puro nogal, dejaba ver en los lomos obras de filosofía, arte y todo lo relacionado con la formación de una cultura general. Luego pasaron a los exteriores de la vivienda, donde los faroles labrados por delicados artesanos del país, se destacaban junto a las columnas terminales de la galería. Todo encerraba un paisaje mezcla de bucólico y ciudadano. Además, en las proximidades había restos de antiguas edificaciones que eran "Las Crujías del Convento de los Mercedarios; que se habían radicado antiguamente en la zona. Todo el conjunto formaba, en ese momento, un verdadero campamento militar. No faltaba el arsenal, un lugar de instrucción, remonta, reclutamiento y un taller del Ejército Federal. A consecuencia de esto empezaron a surgir radicaciones de chacras, quintas, tambos, hornos de ladrillos y por consiguiente aparecieron pulperías, tahonas, almacenes de ramos generales, un verdadero asiento poblacional. El horizonte se extendía por doquier y todo era un canto al trabajo. Idas y venidas. Civiles y uniformados. Voces de mando, diálogos serenos y cuchicheos misteriosos. Ruidos de metales y de briosos corceles, la maza sobre el yunque y las bigornias sacaban chispas irisadas desde el amanecer hasta el Angelus que lo señalaba el tañido del convento cercano.
Mientras el gentilhombre ultimaba detalles, la joven ambulaba por los alrededores y vio que un soldado de distinguida presencia la observaba. Ambas miradas se cruzaron encerrando una atracción singular. El joven cautelosamente se acercó, medió un corto diálogo y luego el saludo final. Ella quedó extasiada, perdiendo la noción de todo lo que la rodeaba. El también, embelesado al oír la dulce voz de la niña era como si hubiese interpretado las bellas prendas morales que la adornaban.
Llegó la hora de la partida y abordaron el carricoche, pero ella, con sus ojos puestos en la traslucida ventanilla, miraba hacia el infinito sin dejar de pensar en él  grato y casual encuentro. Cada vez que su progenitor volvía al lugar se las ingeniaba para acompañarlo Y así fueron sucediendo los furtivos y amorosos
En oportunidades, él también, se llegaba hasta la residencia de Palermo y en discretos momentos disfrutaban del romance.  No para menos, ella cautivaba al que la descubría y él lucía una distinguida presencia y sus maneras sumamente agradables  mostraban una jovial sonrisa y a través de sus ojos una mirada clara e inteligente.
Pero sucedió que en una de las tantas visitas al mencionado pago llegó raudamente un chasqui patriota anunciando que en el encuentro de "Obligado" en la guerra del Paraná, todos se defendieron como héroes, a pesar de los escasos recursos con que contaban frente a la escuadra anglofrancesa, dueña de los mares del mundo y que habían sufrido muchas bajas. En la lista de los muertos se mencionaba al teniente Carlos Alvarez Rúa.  Al escuchar esto, ella palideció, pero tuvo que ocultar su sentimiento, pues aún la situación era desconocida, salvo para algún hábil entendido que la supo intuir. La mayoría ignoraba la novel historia de amor.
Grande fue su desconsuelo, no había nada ni nadie que la distrajera. A partir de ahí para ella no hubo placer ni alegría. Hasta que el tiempo que mitiga todos los dolores, hizo que se disiparan sus angustias y nuevamente continuara colaborando en todo lo concerniente a los destinos de su querida patria. Palermo de  San Benito la vio sonreir nuevamente rodeada de sus cálidas amigas, caminar y jugar con ellas al “Gallito Ciego” en esos jardines que, como el de Las Hespérides ofrecían una lujuria a lo ojos de los numerosos visitantes nativos y extranjeros que allí acudían.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Deán Gregorio Funes

Por el Prof. Jbismarck
Nació en la ciudad de Córdoba en 1749. Inició sus estudios de latinidad en el Colegio de Montserrat; en 1773 se ordenó presbítero y en 1774 alcanzó el título de doctor en Teología en la Universidad de Córdoba. Continuó luego sus estudios en España, recibiéndose de bachiller en Derecho Civil en 1777 en la Universidad de Alcalá. En 1804 fue designado deán de la Iglesia Catedral de Córdoba y gobernador y vicario general del obispado.
En 1807 fue nombrado rector del Colegio de Montserrat y, un año después, de la Universidad de Córdoba, donde introdujo un novedoso plan de reformas destinadas a estimular el estudio de las ciencias, renovando así la tradicional auricular de cuño escolástico propiciada por la ratio studiorum jesuítica. 
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Para ello fundó una cátedra dedicada a la enseñanza de la geometría, la aritmética y el álgebra e incentivó el estudio de la física experimental.
Fue uno de los pocos miembros de la elite cordobesa que se plegó al movimiento revolucionario desencadenado en mayo de 1810. Viajó a Buenos Aires en calidad de representante de Córdoba y desde entonces desempeñó una prolífica labor intelectual y política en el gobierno a través de la dirección del periódico La Gaceta, conjuntamente con Mariano Moreno. 
Sin embargo, se alió a Saavedra en la defensa de la incorporación de los diputados del interior al gobierno provisional por lo que, una vez instaurada la Junta Grande, alcanzó un importante protagonismo.
Durante eî Primer Triunvirato fue encarcelado acusado de haber participado de la sublevación del cuerpo de Patricios contra el gobierno producida en diciembre de 1811. 
A partir de ese episodio, y durante algunos años, permaneció casi ajeno a la vida política y se dedicó a escribir su Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán
En 1816 se reincorporó a la vida política y fue elegido diputado por Córdoba al Congreso Constituyente que se reunió en Tucumán. 
A partir de entonces se dedicó al periodismo y al ejercicio de la profesión de abogado. Años más tarde se vinculó con Bolívar y con Sucre y fue designado deán de la Catedral de La Paz en la República de Bolivia. En 1826 fue electo diputado por Córdoba al Congreso Constituyente que tuvo por sede a Buenos Aires. Murió en Buenos Aires en 1829.

viernes, 1 de noviembre de 2019

ROSAS EN 1829

JOHN MURRAY FORBES. (Once años en Buenos Aires)
El 3 del corriente (noviembre), este personaje extraordinario llegó del campo, escoltado por cuatro soldados de caballería. Plenamente convencido como estoy, del camino noble y patriótico que él ha seguido hasta ahora, y que la salvación de la provincia se debe en gran parte a su magnanimidad y a su moderación en el momento del triunfo, fui a visitarle sin pérdida de tiempo;
pero no estaba en su casa. Tan pronto como se lo permitieron sus ocupaciones más urgentes retribuyó mi visita y tampoco me encontró. El 10 del corriente fui de nuevo a verle y tuve esta vez más suerte; nada pudo ser más cordial que la manera con que me recibió: hizo despejar la habitación de todo otro
visitante y en los términos más afectuosos y corteses llevó la conversación al tono más franco y confidencial, hablándome libremente de los motivos de su conducta pública. Refiriéndome a la gran cuestión del día le insinué que una de las dificultades que se presentaban para restablecer la antigua Junta, es que ello estaría reñido con las estipulaciones de las dos convenciones generales del 24 de junio y del 24 de agosto. Después que esa idea había sido inculcada por todos los medios posibles en el espíritu público, yo me sentí atónito al descubrir que la interpretación del general Rosas sobre esas convenciones era diametralmente opuesta de la que se le había atribuido.
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Me dijo, sin reservas, que la gran mayoría del pueblo reclamaba la restauración de la vieja Junta y
que él nada encontraba que lo impidiera en las estipulaciones de las dos convenciones.
(9 DE DICIEMBRE) Uno de los primeros y más importantes actos de la restablecida Junta
Provincial, actualmente en sesión, ha sido la elección de gobernador. 
Ésta ha recaído unánimemente en don Juan Manuel de Rosas, que asumió ayer públicamente el mando después de prestar el juramento de ley.  A las 2 de la tarde el cuerpo diplomático, previa invitación, concurrió al Fuerte a felicitar al nuevo gobernador. En contestación a las pocas palabras de
congratulación que le dirigí en esta oportunidad, me declaró que la primera preocupación de su gobierno sería de estrechar aún más las relaciones de amistad con el Presidente y la nación norteamericanos.  En comunicaciones anteriores he tratado de hacer un esbozo, siquiera imperfecto, de este hombre extraordinario. En términos generales, es una persona de educación limitada pero se parece a esos farmers de mucho carácter que abundan en nuestro país y que son considerados, con justicia, la mejor garantía de nuestra libertad nacional. Rosas, sin embargo, difiere de cualquier cosa conocida entre nosotros, ya que él debe su gran popularidad entre los gauchos, o campesino común, al hecho de haberse asimilado casi totalmente a su manera singular de vida, su indumentaria, sus labores y aun sus sports. Se dice que no tiene competencia en cualquier ejercicio físico, aun aquellos más violentos y difíciles de aquella raza de hombres semisalvajes. Es  sumamente suave de maneras y tiene algo de las reflexiones y reserva de nuestros jefes indios. No hace ostentación alguna de saber, pero toda su conversación trasluce un excelente juicio y conocimiento de los asuntos del país y el más cordial y sincero patriotismo.
Ayer apareció en un papel que le es completamente nuevo. El cuerpo diplomático y consular era numeroso y cada uno de ellos cambió con el gobernador una frase congratulatoria, que de parte del gobernador fue articulada en tono tan bajo que sólo podía ser oída por aquel a quien iba dirigida. Hubo poca conversación general, pero como mi sitio era inmediato al gobernador, me tocó recibir más de lo que me correspondía, de su atención.  Sus modales exteriorizan una atrayente modestia, acompañados, sin embargo, de esa natural desenvoltura que es común a la gente de este país. Vestía un rico uniforme militar, y me confesó, con toda ingenuidad, que era la primera vez en su vida que usaba semejante prenda, aun cuando es bien sabido que ha tenido el rango y autoridad de comandante general en este país, desde hace más de nueve años. Ha ejercido esta alta autoridad vistiendo siempre la común indumentaria de los paisanos, participando en todos sus trabajos y
privaciones, dándoles continuo ejemplo de coraje, paciencia y constancia.
Mucho se espera de sus condiciones personales pero la gran dificultad del  momento es la organización de un ministerio patriótico y popular.