Rosas

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lunes, 31 de octubre de 2016

CITA DE HONOR CON LOS HÉROES DE OBLIGADO Y DON JUAN MANUEL DE ROSAS


Dia del Pensamiento Nacional

Por el Profesor Jbismarck

El día 13 de noviembre se conmemora el nacimiento de Arturo Jauretche, y en 2005 se sanciona la ley que lo decreta Día del Pensamiento Nacional.



Se honra así la figura de Don Arturo Jauretche, al celebrar en su cumpleaños la vigencia del pensamiento y acción política en la defensa de lo nacional, que elocuentemente él representara.

La juventud tiene su lucha, que es derribar a las oligarquías entregadoras, a los conductores que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan

No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos
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Pero se sigue adoctrinando sistemáticamente en la enseñanza de la historia para lo cual los réprobos son los que defendían la soberanía y los próceres los que la traicionaban para fines institucionales.

En economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle. Si hay un misterio, reside él en el oculto propósito que puede perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés concreto a que se sirve.

Mientras los totalitarios reprimen toda información y toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses.



Se confundió civilización con cultura, como en la escuela se sigue confundiendo instrucción con educación. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quién abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América, trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser un obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América.



Porque los medios de información y la difusión de ideas están gobernadas, como los precios en el mercado y son también mercaderías. La prensa nos dice todos los días que su libertad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad humana, y nos propone sus beneficios por oposición a los sistemas que la restringen por medio del estatismo. Pero nos oculta la naturaleza de esa libertad, tan restrictiva como la del estado, aunque más hipócrita, porque le libre acceso a las fuentes de información no implica la libre discusión, ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes que dan la versión y la difunden.

Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero.

Los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha

El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza.

Las disputas de la izquierda argentina son como los perros de los mataderos: se pelean por las achuras, mientras el abastecedor se lleva la vaca.

Yo no soy un "vivo", soy apenas un gil avivado.

Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación (...) Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional.

Lo actual es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será.

La economía moderna es dirigida. O la dirige el Estado o la dirigen los poderes económicos. Estamos en un mundo económicamente organizado por medidas políticas, y el que no organiza su economía políticamente es una víctima. El cuento de la división internacional del trabajo, con el de la libertad de comercio, que es su ejecución, es pues una de las tantas formulaciones doctrinarias, destinadas a impedir que organicemos sobre los hechos nuestra propia doctrina económica.

La falsificación (de la historia) ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a privarnos de experiencia que es la sabiduría madre.

Los argentinos apenas si tendremos para pagarnos la comida de todos los días. Y cuando las industrias se liquiden y comience la desocupación, entonces habrá muchos que no tendrán ni para pagarse esa comida. Será el momento de la crisis deliberada y conscientemente provocada (...) No habrá entonces más remedio que contraer nuevas deudas e hipotecar definitivamente nuestro porvenir. Llegará entonces el momento de afrontar las dificultades mediante la enajenación de nuestros propios bienes, como los ferrocarriles, la flota mercante o las usinas.

Por eso es imprescindible el conocimiento de la ’colonización pedagógica’. Somos al fin y al cabo, hijos de ella y nuestras realizaciones materiales sólo se asentarán sobre terreno firme si se integran a los factores culturales propios, porque la liberación del país sólo será medida por la liberación de los espíritus , cuando esto se asiente sobre la realidad del país tal como es, hoy y aquí

domingo, 30 de octubre de 2016

El Himno de Obligado..

Por José Luis Muñoz Azpiri (H)
Regimiento de Patricios Recodo del río Paraná donde se desarrolló el combate. Cuando sonó el primer cañonazo enemigo, Mansilla bajó el brazo derecho y cerró de un golpe el catalejo. Todo estaba consumado. El crimen era un hecho. La cuarta guerra exterior del país comenzaba. El héroe alzó el brazo de nuevo, dio la señal convenida y el Himno Nacional Argentino estalló en la barranca. La primera bala francesa dio en el corazón de la patria.
La segunda bala francesa cayó sobre el Himno. El canto nacía indeciso en el fondo de las trincheras excavadas entre los talas, trepaba resuelto por los merlones de tierra, se deslizaba ágil por las explanadas de las baterías, corría animoso por los claros de grama esmaltados de verbenas, se animaba con furia animal en el monte de espinillos, y ascendía estentóreo y salvaje, en el aire de oro de la mañana de estío. Allí, hecho viento, transformado en ráfaga heroica, ganaba la pampa, el mar, la selva, el desierto, la estepa y la cordillera y uniendo de un extremo al otro del país la voz de júbilo con la de protesta, la de la imprecación con la del entusiasmo cívico, creaba un clamor de alegría y borrasca, incomparable y único.
La voz clara y sonora de Mansilla acaudillaba los ritmos heroicos. El eco pasaba de una garganta a la otra; partía de los pechos de acero que amurallaban la patria y se confundía y entrechocaba sobre los muros de las baterías. Las notas prorrumpían de los bronces y tambores majestuosamente, con corrección inigualable, como en un día de parada. La banda del Batallón 1º de Patricios de Buenos Aires, que ejecutaba el himno al frente del regimiento inmortal, solo encontraba extraño en esta formación de tropas que, en vez de ser un jefe, fuese la Muerte quien pasara revista. Lo demás era lo acostumbrado desde los tiempos de Saavedra y la trenza con cintas. La hueste asistía impecable a la inspección, en tanto la metralla francesa e inglesa llovía sobre las filas sonoras y abría claros en la música y el verso. Los huecos se cubrían con premura y renacía la estrofa, redoblada y heroica. Cada voz sustituta centuplicaba la fuerza del canto. La oda se había constituido en una marejada incontenible de estruendo y de furia.
Toda la barranca ardía en delirio con las voces. Cantaban los artilleros, los infantes, los marineros, los jinetes, los jefes, los oficiales y los soldados, los veteranos de cien encuentros y los novicios que por primera vez, olían la sangre y la muerte. La misma tierra quería hendirse para cantar. Parecía pedir la voz de todos los pájaros para acompañar en el canto a quienes la amparaban hasta morir abrazados sobre ella, crucificados sobre su amor, dándole a beber generosamente de su propia sangre. Cantaban allí los camaradas de aquellos que custodiaba en su seno, y que murieron defendiendo su pureza criolla en los campos, sobre los ríos y las montañas, en los páramos frígidos y a la sombra de los montes de naranjos donde dormían cálidamente, bajo la lluvia votiva del azahar.
Regimiento de Patricios Los viejos patricios de Buenos Aires, los capitanes que cruzaron la cordillera con el Intendente de Cuyo y libertaron los países que se recuestan sobre un mar donde se pone el sol, los oficiales que habían combatido contra el Imperio del Brasil, destrozando a lanzazos los cuadros terribles de la infantería mercenaria austríaca, los marineros de camiseta rayada, cubiertos de cicatrices, que habían cañoneado y abordado naves temibles al mando del Almirante, en el río y en el mar, luchando en proporción de uno a veinte con la mecha o el sable en el puño, todos los que habían hecho la patria y no deseaban vida que no se dedicase a sostenerla, se hallaban allí y cantaban religiosamente, con la mirada arrasada y el corazón desbordante de ternura por los recuerdos, la canción que hablaba de cadenas rotas, de un país que se conturba por gritos de venganza, de guerra y furor, de fieras que quieren devorar pueblos limpios, de pechos decididos que oponen fuerte muro a tigres sedientos de sangre, de hijos que renovaban luchando el antiguo esplendor de la patria y de un consenso de la libertad que decía al pueblo argentino : ¡Salud! La canción era seguida por juramentos de morir con gloria y el deseo que fueran eternos los laureles conseguidos.
Jamás resonó canción como aquella. Los que habían conseguido los laureles pedían frente a la muerte que fueran eternos, los que vivían coronados por la gloria adquirida luchando con el fusil, el sable o el cañón, a pie, a caballo o sobre el puente de una nave, en defensa de su Nación, juraban morir gloriosamente si la vida debía comprarse al precio del decoro y el valor.
Juan Bautista Thorne 1800-1885
Barcazas con cadenas cortando el Paraná Los proyectiles franceses e ingleses caían ahora sobre la protesta, el desafío o la muerte, el orgullo y la voluntad. La voz, engrosada y magnificada por el eco, había recorrido de una frontera a otra de la tierra invadida, y retornaba al lugar de su nacimiento para recobrar vigor y lanzarse esta vez hacia el frente, en procura de los agresores. Descendía presurosa por la barranca, corría sobre la playa de arena, alcazaba la orilla del río, volaba sobre el espejo del agua y se lanzaba al abordaje sobre los invasores, repitiendo un asalto sorpresivo y desenfrenado. Trepaba por las cuadernas de las quillas, se encaramaba por las bordas, hacía esfuerzos desesperados por amordazar los cañones de 80 milímetros, de 64, de 32, las cien bocas que vomitaban fuego sobre las baterías de menor alcance, lograba poner el pie en las cubiertas, brincaba a lo puentes donde se hallaban, condecorados y magníficos, Tréhouart, el capitán de la Real Marina Francesa y el Honorable Hothan, de la armada de Su Majestad, con uniformes de gala, cubiertos de entorchados, dirigiendo con el catalejo el bombardeo implacable e impune; ascendía por los obenques a las gavias y las cofas y giraba sobre las arboladuras lanzando un grito recio y retumbante. Luego descendía sobre el río y soplaba en el mar, y a través de las olas, cabalgando sobre el agua y la espuma, pisaba la tierra desde donde las naves habían partido y se retorcía en remolinos briosos y épicos en busca de oídos para requerir, demostrar, probar, retar y herir.
La canción aludía a los derechos sagrados del hombre y el ciudadano, a los principios de igualdad política y social, al respeto por la propiedad ajena, a la soberanía de la Nación, a la obligación de cada ciudadano de respetar la ley, a la libre expresión de la voluntad popular, al respeto de las opiniones y creencias ajenas, a la abolición de los obstáculos que impiden la libertad y la igualdad de los derechos. La voz hablaba de la injusticia de la metralla, y ésta, tal como si hubiera interpretado la protesta del canto, hería ahora el seno de la voz, en acto obstinado, buscando rabiosamente el corazón de la canción.

Día de la Soberanía Nacional: el Obligado recuerdo de una batalla ...
Los defensores eran ya los árbitros de la batalla. El enemigo había entendido la voz y comprendía que el triunfo pertenecía, por derecho propio, al atacado, cualquiera fuera el desenlace de la acción. Ya no significaba nada vencer en el encuentro y cobrar el botín de la conquista para conducirlo a la tierra donde estallarían aclamaciones y vítores junto a los arcos de triunfo. El adversario cantaba estoico frente a la muerte; cantaba vivamente, alegremente, enhiesto e impasible, sin responder al fuego, como queriendo demostrar que era más importante terminar con aquel canto, antes que defender la vida y resguardar la defensa del paso. Los cañones de 80 golpeaban el vacío, asesinaban la nada; las granadas explosivas no acallaban la música ni podían matar la poesía. La lucha era imposible: ¡Si al menos los defensores hubieran dejado de cantar!...
Cuando la voz dejó de escucharse hasta en su último eco, Mansilla recogió de nuevo el catalejo, tomó la espada, y alzando el brazo nuevamente, dio orden de iniciar el fuego contra las naves. La barranca ardió en llamas y comenzó el cañoneo que se sostendría por espacio de ocho horas…Pero la hazaña principal estaba cumplida, con el Himno entonado frente al adversario y que escucharían después los siglos. La música de los cañones sólo componía el acompañamiento de este canto. El héroe había legado a la patria su tesoro más puro de heroísmo, de exaltación emocional y de pasión patriótica: el Himno ganaba de paso, igualmente, la batalla de la Vuelta de Obligado.

miércoles, 26 de octubre de 2016

El Senador "Martín Fierro"; a 183 años de su nacimiento.

Por el Prof. Jbismarck
En un proceso histórico juegan tanto las ideas, como los hombres que las encarnan, como los intereses que los mueven, y todos ellos son abrazados como por círculos concéntricos por un tiempo y un lugar dados. Si no se lo ve en esa integridad, en esta complejidad, el fenómeno histórico se escamotea o se estereotipa. Es claro que si uno atiende a ciertos personajes típicos, un Bartolomé Mi­tre o un Facundo Quiroga por ejemplo, puede encontrar entre ellos tan marcadas diferencias de concepción del país y del mundo que le permitan sostener válidamente la existencia de dos líneas enfrentadas en la historia ar­gentina. 
José Hernández
Pero otros hombres son más complejos, más atípicos, más incoherentes con sus ideas o menos conse­cuentes con sus intereses. Por eso el afán esquematizan­te pasado como un brasero no deja sino una historia tan simplificada, tan elemental e ingenua, que no puede ser cierta.
Esto es lo que ha pasado, en buena medida, con el caso de José Hernández.
Hay quienes leyendo alguno de sus escritos lo han visto como el abanderado del federalismo a ultranza (Manuel Gálvez, de Paoli y quienes lo siguen), mientras que otros utilizando artículos periodísticos distintos, lo juzgan como un progresista alberdiano-liberal (Beatriz Bosch, Pagés Larraya, etcétera). Y aún existe un criterio más o menos ecléctico, de situarlo como un federal tibio, re­formista (Martínez Estrada). Es claro que si solo se atiende a lo que Hernández expuso en sus artículos del "Eco de Corrientes" ("Candidaturas"), de "La Capi­tal" ("De mal en peor"), de "El Argentino" ("Biografía de Peñaloza"), o de "La Libertad" ("¿Por qué mataron Sr. Sarmiento?"), uno se enfrenta a un Hernández ene­migo decidido de la persona y de la política de Sarmiento. Lo mismo puede verificarse con respecto a Mitre (ver: artículo "La Oligarquía" de "El Río de la Plata o los artícu­los de "El Río de la Plata" que transcribe Pagés Larraya, o la mayoría de sus discursos legislativos del 80 (recopi­lados en La Actuación Parlamentaria) en especial el famoso sobre la "Capitalización de Buenos Aires", uno tiene que llegar a la conclusión opuesta. Si a su vez se admite que colaboró en "La Reforma Pacífica", o se leen los suel­tos de "El Río de la Plata" dedicados a simples cuestiones de administración provincial, la idea a formarse resulta la del eclecticismo político.  
José Hernández - Wikipedia, la enciclopedia libre
¿Pero qué pasa si se leen todos esos escritos?
Lo mismo sucede con las obras mayores. La sola lectura de La vida del Chacho (en particular el capítulo de "La política del puñal"), unida a la del Gaucho Martín Fierro, nos deja la convicción de estar ante un Hernán­dez federal entero y de una sola pieza. Pero quienes glo­san la Instrucción del Estanciero o La vuelta de Martín Fierro, tienen derecho a sostener todo lo contrario.
Entonces tiene que preguntarse el historiador: ¿Es imposible establecer la filiación política de nuestro per­sonaje? El remedio aparente se presenta declarando en forma lisa y llana que existe una variación —defección o traición si se quiere— dentro de los ideales políticos sustentados por Hernández.
En cierta medida esta es la conclusión lógica a la que arriban Martínez Estrada y Fermín Chávez. Martínez Estrada, en su gran estudio se aproximó al problema. "vo­cación política activa", como homo políticus específico.
Es decir, que ubicamos a Hernández dentro de aquella cate­goría de los apasionados por la política, de los mordidos por el virus de la cosa pública.
Por eso también cuando se menciona el habitual curriculum, con las expresiones: "periodista, legislador, convencional, taquígrafo, etcétera" y se incluye al pasar "político", se escamotea la médula del asunto. Hernández fue todo aquello y mucho más, pero su definición —exceptuando la de "Poeta"— es una sola: Político.
Y orientó su invicta pluma poética —que antes había sido acerada arma de combate— hacia la de­fensa del sistema de opresión del gaucho, en La Vuelta de Martín Fierro. Como lo ha dicho de manera incom­parable Martínez Estrada: "En la primera parte Hernán­dez era Martín Fierro, en la segunda Martín Fierro es Hernández".
Adolfo Alsina, conciliador, brindando el puente necesario para que el proceso no se fracture.
Lo que se fractura definitivamente, y queda arrum­bado en el desván de los trastos viejos es la Argentina anterior: la Argentina patriarcal, guerrera, rural, sin  alambrados, confesional, latina, hispana, mediterránea, autárquica; "gaucha", en la palabra-síntesis en la que vienen a coincidir sus amigos y enemigos.
Su última posibilidad de sobrevivir se desvaneció en Ñaembé, el 26 de enero de 1871 (aunque luego agonice en Don Gonzalo y Alcaracito). Es notable cómo el sistema de medición por décadas, utilizado arbitrariamente por la pedagogía histórica, En 1851, el pronunciamiento de Urquiza, en 1861, Pavón; en 1871 Ñaembé, en 1881 Roca en la Presidencia de la República, treinta años se ha dado vuelta como a un guante
Pero en el momento en que la Argentina criolla muere enciende en su apoteosis el más maravilloso poema hayan producido los argentinos: El Gaucho Martín Fierro.  
En la tarde del 22 de enero de 1853 el niño inglés William Henry Hudson presintió pasar los restos de una tropa derrotada, "dispersados hacia el sur como flor de cardo que se lleva el viento". Eran los hombres de don Pedro Rosas y Belgrano, que vencidos en el "Rincón de San Gregorio", se desbandaban para evitar la muerte que venía montada en los caballos de sus perseguidores.
Tenían buen motivo para apurar a sus cansadas ca­balgaduras. Allí, sobre la orilla izquierda del Salado en la estancia de Miguens, habían quedado los infantes, el parque y la artillería apresados por el ejército federal de Lagos, al mando de su jefe de estado mayor, general Gre­gorio Paz.  El 15 de diciembre de 1852 el ex juez de paz de Azul y fuerte hacendado sureño, hijo natural de Manuel Bel­grano y adoptivo de Juan Manuel de Rosas, en cumpli­miento de instrucciones del gobierno secesionista de Pinto del comandante del departamento, Rosas y Belgrano consiguió totalizar unos 2.300 hombres de las tres ar­mas, tropa bisoña en su mayor parte, que reforzó con 300 lanceros indígenas colocados a sus órdenes por el cacique Catriel  se aven­turaron no obstante a cruzar el Salado, que venía muy crecido, y allí fueron envueltos por las veteranas tropas de Gregorio Paz, quien les infligió la aniquiladora derro­ta de San Gregorio.
El autor de esos recuerdos era entonces un mozo de 18 años, a quien —de grado o por fuerza— se había incorporado a la milicia, e iba entre los que a uña de caballo escapaban de la persecución.
Aunque la vida de José Hernández —puesto que él era el joven miliciano— ha sido exhaustivamente estu­diada, con prolijos y cada vez más menudos detalles, nos­otros tenemos que proporcionar al lector una rápida sem­blanza biográfica. Como ya su hermano Rafael en el libro Pehuajó, dio los datos más trascendentes de su vida, sólo insistiremos en los aspectos que más interesan a nuestro asunto.
José Rafael Hernández Pueyrredón había nacido el 10 de noviembre de 1834, en la chacra de Perdriel, partido de San Isidro, luego de San Martín, Provincia de Buenos Aires, propiedad de los esposos Mariano y Victoria Pueyrredón.  Sus padres eran Pedro Rafael Hernández e Isabel Pueyrredón; sus abuelos paternos, José Gregorio Hernández Plata y María Antonia Venancia de los Sanios, y sus abuelos maternos, Teniente Coronel José Cipriano Pueyrredón y Manuela Caamuño. Fue bautizado el 27 de julio de 1835 en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires y habían sido sus padrinos el abuelo Hernández Plata y la propia Virgen, tomada a ese efecto por el sacerdote. Entre sus familiares más conocidos se contaban sus tíos paternos, los coroneles Eugenio y Juan José Hernández (héroe de Ituzaingó, miembro del estado mayor de la Campaña del Desierto y muerto en combate en las filas rosistas en Caseros), y el materno, coronel de la guerra de la Independencia, Manuel Alejandro Pueyrredón. El después famoso pintor Prilidiano Pueyrredón, es su primo por vía materna y a esa misma familia pertenece su más conspicuo pariente, su tío abuelo el ex Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el Brigadier Juan Martín de Pueyrredón.
Como sus padres trabajaban en el campo, él ha vivido hasta 1840 con su tía Victoria (apodada "Mamá Totó"), año en que los Pueyrredón, tenidos por unitarios, se exi­lian y lo dejan en la casa de su abuelo y padrino en Ba­rracas. Desde allí concurrirá al Liceo Argentino de San Telmo, que dirige Pedro Sánchez, hasta que en 1846 (ya fallecida su madre el 11 de julio de 1843), el padre se lo lleve a las estancias del sur, donde se desempeña como ca­pataz de Juan Manuel de Rosas.  En la ciudad quedará su único hermano varón, Rafael Hernández, nacido el 1 de diciembre de 1840, y en la es­tancia "La Primavera", de Baradero, su hermana mayor Magdalena, casada con Gregorio Castro.
"Allá en Camarones y en Laguna de los Padres se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entre­veros, rechazando malones de los indios pampas y pre­senció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy no se tiene idea. Esta es la base de los pro­fundos conocimientos de la vida gaucha y amor al paisano que desplegó en todos sus actos".
De tales ocupaciones lo sacaron las convulsiones de la Provincia después de Caseros. Así se incorporó a las tro­pas de Rosas y Belgrano, y luego en busca de la revancha, el 8 de noviembre de ese mismo año entrará en un nuevo entrevero bélico. Ese día las tropas del general Manuel Hornos, la más prestigiosa espada del septembrismo, de­rrotan en "El Tala" a las partidas de federales porteños que manda el coronel Gerónimo Costa y que han invadido a la Provincia bajo el mando del ahora exiliado coronel Hilario Lagos, buscando cambiar la situación. Hernández ha entrado en batalla formando en el primer escuadrón de la caballería liberal a las órdenes del famoso rengo Sotelo.
¿Existe alguna razón política para explicar ese doble bautismo de fuego en las filas liberales?
Pagés Larraya cree que sí y lo atribuye a la suerte corrida por la familia Pueyrredón durante la dictadura de Rosas, lo que explica "por qué en 1853, a los 19 años, Her­nández tomó las armas contra las fuerzas de Hilario La­gos, que estaban integradas por fieles del rosismo. Pero se olvida que el padre del joven miliciano era un hombre de confianza, capataz y adicto fervoroso de don Juan Manuel; que "Isabel Pueyrredón simpatizaba con la causa de los federales, circunstancia que ahondó la divergencia con sus parientes"; que la misma "mamá Totó vuelve en 1849, viuda, se supone que al amparo de la amnistía que se concede al general Puey­rredón"; que él ha recibido con profunda aflicción la noticia de la muerte de su tío, el coronel Juan José Hernández, y que los niños Hernández han recibido educación federal.
La época es confusa para muchos de sus actores y Her­nández, por otra parte, no ha comenzado a formarse polí­ticamente y tomar posición". La edad del personaje avala este juicio, y quizás se podría añadir algo que no tiene nada que ver con la "ideología" del futuro poeta: son los probables lazos amistosos que lo ligan con Don Pedro Rosas y Belgrano, quien ha convocado al paisa­naje sureño más que contra Lagos, contra Urquiza, que lo auxilia. Cuando el caudillo del sur advierta la mendacidad de la argumentación con que Lorenzo Torres lo ha inducido a la empresa y queden en claro los verdaderos objetivos de la Revolución del Once, se pasará al bando de Urquiza e intervendrá en las sucesivas campañas contra Buenos Aires. Para entonces también Hernández habrá cambiado de colores.
Pero inmediatamente después de "El Tala" seguirá en el ejército porteño con el grado de capitán ayudante (teniente).  En 1857 muere su padre, fulminado por un rayo, en medio del campo. Y se cree que él participa en la guerra de fortines contra los indios y que se retira del ejército por causa de cierto duelo que tiene en 1857. Mientras tanto, su opinión políti­ca ha cambiado. No se ha vuelto precisamente urquicista, pero simpatiza con el partido, en cierto modo interme­dio, entre el Federal y el Liberal, llamado 'reformismo'... Este cambio de opinión del joven Hernández es perfecta­mente lógico. El amigo de los gauchos, el criollo de ley, tiene que estar en contra de los gobernantes liberales, que persiguen a los gauchos y que han hecho que la vida tran­quila en la campaña sea imposible. Ya no hay trabajo para el paisano. Los malones de los indios se suceden con frecuencia. Las estancias están arrasadas y uno de los perjudicados fue el padre del joven Hernández, quien, al morir, sentíase derrotado y desesperado.
Aún se podría agregar otra causa de orden psico­lógico a las ya apuntadas para explicar su cambio político. Es la que trae Pedro De Paoli: luego del combate de Villamayor se ha producido el fusilamiento de sus jefes y el día 4 de febrero de 1856 Hernández se encuentra con el ca­dáver del general Gerónimo Costa que es llevado en una volanta por su amiga y pariente, doña Mercedes Rosas de Rivera, hermana del Restaurador. Hernández colabora en obtener la autorización del gobierno para poder dar cris­tiana sepultura a los restos del héroe de Martín García y solo, junto a su amiga, acompaña hasta el cementerio los despojos mortales. Tal encuentro habría producido en su ánimo un shock que lo impulsó inmediatamente a afiliarse al partido "chupandino". El mismo Rafael Hernández nos mostrará qué pasó después. En el aludido discurso del Senado (del 17-XII-91), destaca Rafael el luctuoso hecho de Villamayor y añade: "A consecuencia de aquel hecho nefando, ocurrieron nue­vas revoluciones en la provincia de Buenos Aires. Se ha­llaba siempre revolucionada porque las proscripciones no nos dejaron vivir un momento y tuvimos que emigrar mi­llares de porteños para peregrinar veinticinco años fuera de nuestro país.  Concluyamos el itinerario de la mano del biógrafo fraterno. En la sesión del 26 de setiembre de 1892 en el Senado provincial, Rafael retoma el tema y dice: "Así resulta que íbamos a la provincia de Entre Ríos, a donde emigramos como dos mil porteños el año 57, y durante el tiempo que allí permanecimos, los porteños éramos el ele­mento más repudiado. Eran recibidos los alemanes, los rusos, los turcos, los judíos, pero los porteños, no". E in­sistiendo en la suerte corrida agrega: Pues bien; en la provincia de Entre Ríos durante muchos años yo no he visto más que a un porteño desempeñar un puesto público, lira el doctor Victorica, que ocupaba el puesto de secreta­rio del general Urquiza, y hasta puede decirse que no era funcionario público. Pero fuera de esa excepción yo no he visto que se haya nombrado ni para alcalde a un por­teño ..
En Santa Fe.. . ¡ qué diré! Con referirles a los Menores senadores que reinaba este refrán: '¡Porteño y víbora de la cruz no se pueden dejar vivos!' ¡Por ahí pueden calcular cuál era nuestra situación.  Entre tantos porteños emigrados, Hernández se rodeó de los hermanos González del Solar, Andrés, Nicanor y Melitón, de Martínez Fontes y de su inseparable más que hermano, ahijado, Rafael.
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Instalado en la Capital de la Confederación, consigue trabajo, como tenedor de libros, en el negocio del comer­ciante catalán don Ramón Puig (suegro de Ricardo López Jordán). A poco, y de seguro por las relaciones de su tío el coronel Pueyrredón residente en Rosario, es nombrado como oficial segundo de la teneduría de libros de la Con­taduría Nacional (el 1-1-1859, D. en Registro Nacional, t. IV, p. 180). Y luego de rendir un examen ingresa como taquígrafo a la Cámara de Senadores.
Mientras tanto, los sucesos de San Juan han caldeado el ambiente y el ejército de la Confederación se apresta a lograr "la integridad nacional" en los campos de Cepeda. En la batalla —junto a Rafael y a Leandro Alem— participa José Hernández como capitán.
Al volver de la guerra se reincorpora a sus tareas del Senado y empieza a desempeñarse como secretario pri­vado del vicepresidente, general Juan Esteban Pedernera, después de la incomprensible para ellos, derrota de Pavón, no cruzan el Paraná, sino que siguen la lucha a las órdenes del Presidente Derqui y bajo el mando in­mediato del General Virasoro y del coronel Laprida. Así concurre al encuentro de Cañada de Gómez con las tropas de Venancio Flores. Hernández y su hermano se salvaron entonces de entrar en la extensa lista de degollados
En esos fines del año 61 retorna a Paraná, para prestar servicios junto al vicepresidente a cargo de la Presidencia. "Pedernera recuerda al joven taquígrafo. Designa a José Hernández secretario de la presidencia. Esa es una verdadera definición política que señala la gravitación de Hernández en las filas federales.    No puede lle­gar a creer que Urquiza traicione a las provincias y a sus amigos. Junto con su secretario Hernández planea una serie de medidas para bloquear la expansión de las fuer­zas porteñas.  Ahí concluye la Confederación. "Puede decirse. que en este año de 1862" —anota Gálvez— "comienza para J. Hernández otra época de su vida. Su trabajo es única­mente el periodismo. Ha perdido el puesto de taquígrafo porque el Congreso Nacional ya no existe; y el de secre­tario del Presidente porque Pedernera ha disuelto el Poder Ejecutivo de la Nación en diciembre del año pasado. Hernández es ahora, tal vez desde hace un tiempo, un federal ferviente. Redactará 'El Argentino', en cuyas columnas ataca con tremenda violencia a Mitre, Presiden­te de la República, y a Domingo Sarmiento, Gobernador de San Juan".
En realidad el federalismo de Hernández, como diría Martínez Estrada, está "censurado", sometido a la vigilante tutela de Urquiza.
Pero es cierto que su actividad principal es el perio­dismo. Cuando a fines de 1863, cierre "El Argentino", colaborará en "El Paraná". Este diario lo dirige Manuel Martínez Fontes, con quien tiene íntima amistad. Viven juntos en la misma casa  y se casan casi a un tiempo con las dos hermanas González del Solar, Teresa y Carolina.   De esta última hará Hernández "su novia, esposa y compañera, niña dulce y de singular belleza, con quien había contraído enlace en la Iglesia Catedral de Paraná, el 8 de junio de 1863.
Se instalan a vivir en la misma cuadra, acera opuesta, que los Martínez Fontes. Esta felicidad privada lo compensa de los infortunios públicos.  Él, es de todas maneras un hombre alegre; "chispeante, oportuno, rápido y original", cuyos "chistes epigramáticos" ponían "la nota! bulliciosa", con sus "ocurrencias felices y siempre criollas".  Por su tendencia a la conversación demasiado fluida y sonora, de seguro ampliada en la enorme caja de resonancia de su voluminoso tórax, recibir' el apodo de "Matraca" y el de "Pepe Lata" después.
Nacen también sus prime­ros hijos: Isabel (el 1S-V-64) y_Manuel Alejandro (el 6-XI-65).
Pero esa época se corresponde asimismo con circuns­tancias políticas nacionales de trascendencia: la resisten­cia del Chacho, la caída de Paysandú y la guerra del Pa­raguay. Por el primero Hernández publicará en "El Ar­gentino", los artículos que reúne bajo el título de Rasgos biográficos del General D. Ángel Vicente Peñaloza, que en el mismo año 1863 reeditará en forma de folleto. A fines del 64, Rafael se traslada a Paysandú, donde el jefe de la ciudad sitiada, Leandro Gómez, le otorga el grado de Ayudante. En la insostenible defensa cae herido en una pierna por una bala de cañón; pese a lo cual consigue evadir el sitio y llegar hasta la isla Ca­ridad, donde funciona un hospital de campaña. Ello permite a José Hernández y a Carlos Guido Spano atender a otros refugiados, hasta que en el mes de febrero de 1865 se embarcan rumbo a Paysandú, aban­donada ya por el enemigo. El estado de la pequeña ciudad es realmente deplorable y deprimente. Por todas partes hay pruebas de lo que ha sido el sitio y la invasión.. . Pocos días permanecen en Paysandú que abandonan des­pués en compañía de Guido Spano, dirigiéndose nuevamen­te a Paraná, donde tiene José su mujer y sus hijos" .
"Esta época" —asegura Leumann— "fue de lucha di­fícil y de grandes sufrimientos morales para José Her­nández. La miseria y las vicisitudes tormentosas le des­truyen la felicidad doméstica. Contempla con pesar los acontecimientos que llevan insensible y fatalmente a la guerra contra el Paraguay. Con su amigo Carlos Guido Spano consideró luego que la triple alianza favorecía sólo al partido colorado del general Flores y al Imperio". Indudablemente que ya se habría formado la opinión que luego virtió en las páginas de "El Río de la Plata", cuando atacó a esa guerra "única en los anales de Sudamérica" que "paseó por todas partes sus estandartes malditos, y las combinaciones clandestinas, y las suges­tiones diplomáticas (que), dieron origen a la funesta alianza de intereses repulsivos" (ER, ps. 96, 88).
Por eso quizás permanece en Paraná, sin intervenir en el conflicto. Viene después la etapa correntina en la vida de José Hernández. Desde febrero de 1867 a noviembre de 1868, con algunos pequeños intervalos permanece en Corrien­tes. Es el clan de Hernández el que se traslada a aquella ciudad. Primero va su cuñado Melitón, en su carácter de médico para atender una peste. Luego Nicanor González del Solar es designado Juez del Crimen, y después es José, quien el 7 de marzo es nombrado Fiscal General de Estado (interino), el que se traslada con su mujer, hijos (allí nacerá su hija Mercedes el 24-XI-67) y hermano. Evaristo López, que está falto de personal administrativo de con­fianza, se rodea de estos foráneos que le vienen recomen­dados por Urquiza. Hernández acepta también (el 31 de marzo) ser secretario de la Legislatura, pero en junio renuncia por incompatibilidad. En octubre pasa al Mi­nisterio de Hacienda. También tiene una cátedra de gra­mática en la Escuela de San Agustín.  En un vapor con el sugestivo nombre de "Río de la Plata", Hernández se aleja de la escena correntina hacia Buenos Aires. Con amargura en el alma cree que ha de­jado atrás para siempre a Urquiza y con él al litoral.
Al amparo de la amnistía, por el fin de la Presiden­cia Mitre, regresa a su familia y a su chacra de Perdriel.
Pero él no estaba hecho para la vida recoleta o para los simples gozos familiares. Enseguida entabla contacto con los amigos de la generación de Paysandú. "Hernán­dez, entusiasmado ya por la presencia de sus amigos y las perspectivas de librar nuevas batallas de la inteligen­cia en una ardorosa lucha de cerebros, lanza la iniciativa de editar un nuevo diario. Y así el 6 de agosto de 1869, nace en Buenos Aires, con la dirección y propiedad de José Hernández, y la colaboración de José y Carlos Guido Spano, Miguel Navarro Viola, Agustín de Vedia, Maria­no A. Pelliza, Vicente Quesada y un mocito de Rosario, Estanislao Zeballos, el diario "El Río de la Plata"
El partido político restos de unitarismo, que había dominado 25 años, empezaba a dividirse en dos bandos. La figura de Alsina acentuaba sus perfiles federalistas y trazaba su propio rumbo. Incorporando a la vida pública los señores Vicente F. López, Bernardo de Irigoyen, Luis Sáenz Peña, Alvear, Lahitte, Gutiérrez, Vicente G. Quesada, Navarro Viola y Tomás Guido.
Estos tres últimos se conservaron siempre finí­simos amigos y muy consecuentes y cariñosos con Hernán­dez ... Ya estamos, pues, frente a la "evolución", que lo iba a apartar del federalismo.
En eso estaba, por aquellos años de 1869 y 1870, cuando la Revolución de López Jordán lo conmueve, lo saca de su proyecto reformista y lo lleva de nuevo a En­tre Ríos y a la causa federal. La decisión que se manifies­ta en las palabras del cierre del diario (22-IV-70) es personal; pero sin duda que Sarmiento le ha ayudado para tomar esa determinación.
Eso es lo que dice Rafael: "este diario de complexión robusta, que la administración Sarmiento mató de un golpe, escapando a la cárcel su re­dactor-propietario gracias a sus numerosos amigos"
Empieza acá su "intermedio insurgente en los en­treveros jordanistas".
El 7 de octubre se pone en comunicación con Jordán para darle valiosísimos consejos. El caudillo, ya sea por táctica para evitar la intervención federal, o por la limi­tación de su horizonte litoraleño, ha presentado la revo­lución como algo concerniente a Entre Ríos. Hernández le hace ver el grave error de su planteo:  "Ud. quiere, le dice, la felicidad de Entre Ríos, su prosperidad, su progreso, su engrandecimiento moral y material.. . esta aspiración es noble y legítima de parte suya; pero no puede realizarse, sino armonizan­do su suerte con la de las demás Provincias Argenti­nas, y haciendo que todas ellas participen de los mis­mos beneficios...".
Como ya hemos visto, en esta misma notable carta, justifica sin reatos de lenguaje la muerte de Urquiza, "el Jefe Traidor del Gran Partido Federal".
Después de esto se une físicamente al ejército de López Jordán y asiste a la batalla de don Cristóbal (12-XI-70) contra las tropas del general Gelly y Obes.
Y el 26 de enero de 1871 participa de la batalla de Ñaembé. Jordán ha seguido quizás su consejo, y se dispone a dar batalla a los correntinos de Baibiene; pero éstos auxilia­dos por la artillería nacional de Viejobueno y la infantería de Roca, vencen terminantemente al jordanismo  
También Hernández iría echando llamas por sus ojos mientras con sus compañeros galopaban hacia Federación ' y cruzaban el Uruguay, burlando la persecución del ejér­cito sarmientino del General Campos.
Casi un año va a permanecer en Santa Ana do Livramento, pequeña población brasileña (de abril de 1871 a enero de 1872). Pasa luego a Paysandú donde toma| contacto con el "Comité de emigrados entrerrianos", que representaba a más de 6.000 jordanistas exiliados en el Uruguay, el que lo propone como ministro al interventor Echagüe de Entre Ríos, para entablar una negociación, basado en la confianza "en su lealtad política", sin que su candidatura prospere. De allí sigue a Montevideo y por último regresa a Buenos Aires.
¿Cuáles son las condiciones de este regreso?
El primero es un viaje clandestino dictado por la des­esperación de ver a su familia, al enterarse del azote de la peste, la fiebre amarilla, que pesa sobre la ciudad por­tería. En el balandro del capitán Magnasco consigue atra­vesar el río y llegar hasta la chacra de Perdriel donde se reúne con los suyos. Breve encuentro con su mujer, sus hijos (está ahora la pequeña Margarita, nacida en su ausencia), su hermano y su vieja "Mamá Totó". Y regresa, para intentar una y otra vez el mismo itinerario. "Y nuevamente en el balandro unas veces, o en un simple bote, otras, Hernández toma el camino de las costas de Belgrano. Viajes furtivos, peligrosos porque Sarmiento ya conoce las incursiones del exiliado y ha ordenado a la policía vigilar la costa y el caserón con orden de prender al hombre, vivo o muerto".  Como la epidemia sigue haciendo estragos, la familia se traslada a la estancia "Cañada Honda" de Baradero, donde vive su hermana, Magdalena de Castro.
Entonces se produce la vuelta pública de José Her­nández. Se pregunta De Paoli: "¿Magnasco lo arregló con Sarmiento? ¿Mediaron influencias políticas? ¿Sar­miento se olvidó del periodista enemigo de su gobierno? Hernández llega en el mes de marzo a Buenos Aires y se aloja en el 'Hotel Argentino'.. . Más que hospedado, está escondido en el Hotel... ¿Es la condición del arreglo con Sarmiento'? ¿Le han impuesto que viva en Bue­nos Aires a condición que no escriba?  En ese encierro fructificará, según su propia confe­sión el 28 de noviembre de 1872, el "pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del hotel" Rafael le trae algunas comisiones de compra y venta de campos, con lo que lo ayuda económicamente. Pero la situación en lujar de mejorar, empeora... Hasta que la vigilancia policial se hace más estricta y el poeta de Martín Fierro debe abandonar una noche precipitadamen­te su casa ante la presencia policial que irrumpe en ella. Así, José Hernández ayudado por su hermano, Guido Spano y otros amigos, emprende otra vez el camino del des­tierro. Ya no hay nada que hacer, sino esperar a que concluya el período presidencial de Sarmiento. Pero la anunciada vuelta mon­tonera de López Jordán a Entre Ríos, lo obliga a radicar­se en Montevideo. Entre julio de 1873 a enero de 1875 vivirá en la capital oriental.
El l9 de enero de 1873 las fuerzas gauchas de López Jordán han invadido a Entre Ríos; saben de las diferencias de armas y de hombres con sus enemigos, pero ellos igual van cantando:
La represión la dirige personalmente el ministro Ge­neral Martín Gainza, el "Don Ganza" del Martín Fierro.  A pesar del éxito inicial de "Yuquerí" (28 de junio), las tropas jordanistas son vencidas el 8 de diciembre en "El Talita" y luego, al día siguiente, destrozadas por el uruguayo Juan Ayala en "Don Gonzalo". Nuevamente Jordán tiene que exiliarse en Santa Ana do Livramento.
Desde Montevideo, sirve de enlace a los jordanistas, y el l9 de noviembre saca con Héctor Soto el periódico "La Patria" para secundar más activamente el proyecto federal. De seguro que Sarmiento, con su in­transigencia total, ha colaborado a decidir la actitud del poeta. Precisamente el 28 de mayo de 1873 el presidente ha remitido al Congreso un proyecto de ley poniendo pre­cio a la cabeza de los jordanistas. Ofrece 100.000 pesos fuertes por la cabeza del Jefe; 10.000 por la del Dr. Ma­riano Querencio y 1.000 por la de los otros dirigentes.  
Era la ley de Lynch, trasladada directamente del far west. "López Jordán cuya cabeza quiso Sar­miento poner a precio, si bien el Congreso rechazó con honrada independencia la monstruosa ley, era un ciuda­dano argentino amparado en su propio extravío por la constitución que prohibe la muerte por delito político"
La importancia de Hernández se acentúa después del fracaso de la invasión. La derrota apareja, como es fre­cuente en estos casos, la división de los vencidos. Carlos María Querencio, que después de Don Gonzalo ha excla­mado "¡Que baraje otro!", se recupera de su desilusión y en Montevideo forma el "Comité Central" del jordanismo que repudia a su jefe natural. El suceso es grave para los exiliados, pues los Querencios cuentan con gran sim­patía en el Partido Blanco uruguayo (es conveniente re­cordar que ambos partidos usan igual divisa y que incluso han coordinado sus esfuerzos para hacer coincidir la revolución de Jordán con la de Timoteo Aparicio en el Uruguay) y llegaron a ser "protegidos del presidente Latorre
Si al Chacho lo abatieron los fusiles Ensfield y a Varela los Sharp, a López Jordán lo derrotarán los cañones Krupp y los fu­siles y ametralladoras Remington.
El presidente Sarmien­to probará su mortífera acción contra las paredes de una Escuela y luego enviará al Congreso un proyecto de ley poniendo precio a la cabeza de López Jordán y de sus se­guidores, con lo que justificaba el mote que le colgara el periodista mitrista Gutiérrez de ser "un Sandes del pensamiento".
El jordanista Carlos María Querencio le devolverá la gentileza, alquilando los servicios "profesionales" de unos pistoleros, los italianos Güerri, para que ma­ten al Presidente. Por fortuna ninguna de las dos salvajadas se consuma íntegramente.
Pero en su consecuencia, al ser vencido Jordan en Don Gonzalo (el 9-XII-1873), el interventor Gral. Ayala desata una feroz persecución, una de cuyas víctimas es el coronel Cecilio Berón de Astrada, cuyos despojos son entregados a los perros.
José Hernández, que desde el diario montevideano "La Patria" ha apoyado la revuelta, le prepara entonces (el 30 de mayo de 1874) al exiliado López Jordán el Me­morándum para el Barón de Río Branco, alegato éste que-es la verdadera capitulación moral de un partido, que desde Artigas, triunfante en Cepeda o derrotado en la Vuelta de Obligado, lo había hecho siempre envuelto en la bandera argentina. Aunque el pedido de protectorado extranjero no se concrete, su sola formulación escrita bas­ta para sellar la defunción de una causa.
Por entonces ha llegado Avellaneda a la Presidencia de la República, no obstante los esfuerzos revolucionarios del mitrismo en 1874 por impedirlo.  Con Avellaneda contará Adolfo Alsina con el hom­bre adecuado para concretar su proyecto pacificador. De­rrotados el federalismo y el mitrismo intransigentes, podrá él integrarse al establishment liberal.
Con la conciliación de los intereses de los ganaderos de su partido y los de los comerciantes porteños de filia­ción mitrista, ahora ligados por la relación agroexportadora-mercantil-importadora; con el modelo anglosajón de bipartidismo; con el espectro de Rosas agitado en los "funerales por las víctimas de la tiranía", para resucitar la tradición única unitaria y con la enorme fuerza unificadora de la masonería, en la que todos militan, Alsina propondrá a Mitre "la conciliación". En ella también los ex-federales, que renieguen de su pasado, tendrán un lugar.
Hernández, que desde "La Patria" ha ayudado al as­censo de Avellaneda, atacando a la revolución mitrista del 74, vuelve definitivamente a Buenos Aires a comienzos de 1875, para incorporarse al autonomismo. donde va están ubicados casi todos sus viejos amigos de la generación del 65. La "conciliación" lo inclinará al sector "republica­no" de ese partido. En él están también los jóvenes uni­versitarios, futura "generación del 80", que "quedaron colgados" con el arreglo, como gráficamente lo expresa Lucio V. López en La Gran Aldea. Detrás de Alem y Del Valle por algún tiempo, alternarán, como un partido di­ferenciado, en las elecciones provinciales.
Pero contra Alsina no se puede. La "gran muñeca" de los "crudos" (por oposición a los "cocidos" mitristas) tiene demasiado prestigio.
"Más que Mitre" —anota Al­varo Yunque— "por supuesto, hombre de acción compli­cado de intelectual y lleno de preocupaciones de superior jerarquía, Adolfo Alsina era 'el caudillo'. Y aún: _el cau­dillo porteño. Todas las características del porteñismo es­taban en él, aumentadas, que si no, no hubiese sido el caudillo de los porteños: bravo, elegante, cordial, simpá-tico, ruidoso, conversador, impulsivo, inteligente, vanido­so, altanero, brillante más que culto. Más astucia que sabiduría".
La imprevista muerte de Adolfo Alsina (el 29-XII-1877), destruye toda esa paciente labor de años, y sus seguidores quedan a la deriva de los caudillos menores hasta la disolución del partido.
Mientras los primates del autonomismo se disputan el favor del presidente Avellaneda, probándose anticipada­mente la banda presidencial, en forma silenciosa y cauta —como cuadra a un "zorro"— se alza la nueva estrella de la constelación política, que viene a cubrir el vacío de poderLo que sigue es su historia en el Autonomismo. Pri­mero se inscribe en la lista "mixta" del partido, para las elecciones de marzo del 77; que trata de zanjar las dife­rencias entre los sectores de del Valle y de Cambaceres.
Pe­ro viene la "conciliación", y él, en agosto del 78, se une al grupo "republicano", de Alem y del Valle. La razón de este cambio la dará en junio del 79 al decir: "Yo estaba en contra de la conciliación entonces y estoy en contra de la conciliación ahora, porque no creo que es ésa la política sobre la cual pueda fundarse el porvenir del país".
Así es elegido diputado provincial por esa fracción "y de este modo se incorporará al sistema entendido como la legalidad sostenida por sus antiguos enemigos". La adhesión a Alsina "nuestro ilustre jefe de partido", él la puso de ma­nifiesto en la carta de "Un Patagón" publi­cada en "La Patria", al anotar: "los elementos oficiales, significan Avellaneda. El personalismo es Mitre. Alsina era él pueblo".
El 30 de marzo del 79 es reelecto por la 3ra sección elec­toral y desde ese cargo le toca presenciar la crisis del 80.

El 30 de julio se cuenta entre los firmantes del ma­nifiesto de fundación del Partido Autonomista Nacional. "Allí están gran parte de los hombres representativos de las grandes fuerzas económicas criollas engarzadas con el capital europeo"    Durante ese lapso ocupa muchos otros cargos públicos de secundaria importancia. En 1880 es presidente de la Cruz Roja Argentina,..y. es incluido en la Comisión Exa­minadora del Ministerio de Educación. De 1881 a 1884 es vocal consejero consultivo del Monte de Piedad. En 1882 es vocal del Consejo General de Educación (hasta 1884); presidente de la Comisión de Provincias de la Exposición Continental, miembro de la Convención Reformadora de la Constitución Provincial (hasta 1885). En 1883 es co­misionado por el Ministerio de Educación a Corrientes; integra la comisión de la fundación de la ciudad de La Plata; es director del Banco Hipotecario y es sucesivamen­te diputado (1880) y senador provincial (1881, 1882 y 1885).  Esta trayectoria pública se compadece bien con su vida privada. En el 79 adquiere la "Librería del Plata", que mantiene un intenso movimiento de libros con Améri­ca y Europa .  También por entonces compra "una vasta quinta en Belgrano, en la extensión hoy delimitada por la calle Luis María Campos  y Cabildo, y al otro por Olleros y Esteco, esta última José Hernández actualmente, en el que "es hoy, y lo era entonces, el más hermoso de los barrios porteños". Tendrá también tres estancias; mil novillos, dos casas, dos conventillos en la ciudad... y dos terrenos en Rosario" Su profesión es, dice Manuel Gálvez, "ganar dinero y escribir versos". ..
En Belgrano vive con su familia, a la que se le han agregado nuevos hijos: María Josefa, nacida en 1877, y Carolina, en abril de 1879. Con los González del Solar de la mano, ha vuelto a la Masonería.  Por cierto que también por entonces se reconcilió con sus antiguos enemigos, Sarmiento y Mitre.   Rafael dice que su herma­no "trabajó mucho y no disfrutó nada", está aludiendo a la causa del abandono de la pelea con el libe­ralismo. Lo que siguió ya era previsible: "Y sepan que ningún vicio acaba donde comienza"
Su vida, cuyos últimos actos trascendentes fueron la publicación de La Vuelta de Martín Fierro en 1879 y la Instrucción del Estanciero en 1881, se extingue el 21 de octubre de 1886.

Por eso aquel "hijo que había dado nombre a su padre", lo reivindicó para siempre en la memoria de todos los argentinos.

jueves, 20 de octubre de 2016

Don Manuel Oribe y "Arroyo Grande"

Por el Profesor Jbismarck

Manuel Oribe había nacido en Montevideo en 1792. Su vida estuvo estrechamente vinculada a la Argentina, como que en su territorio transcurrieron 10 de los 45 años de su vida pública. 

El Segundo Jefe de los Treinta y Tres Orientales participó de un sinnúmero de combates y batallas: el Cerrito, Sarandí, El Cerro, Embú, Bacacay, Ituzaingó, Sauce Grande, Quebracho Herrado, Famaillá.  Pero  ninguna tan importante como Arroyo Grande.  En Arroyo Grande se alinearon, de un lado, el Ejército Unido de la Confederación Argentina, integrado por Orientales y Argentinos, y del otro lado el Ejército Aliado comandado por Fructuoso Rivera, también integrado por Orientales y Argentinos (El ejército correntino de 2500 hombres, las fuerzas Santafesinas de "Mascarilla" López, de 1.000 hombres y las entrerrianas de Hornos, unos 1500).     
 Es decir que en Arroyo Grande no se enfrentaron Argentinos y Uruguayos, como puede desprenderse de una interpretación con pautas contemporáneas, sino dos bandos -Federales y Unitarios o Blancos y Colorados-, que encarnaban proyectos distintos, que eran como dos visiones contrapuestas de la patria. Por una parte el sentimiento americano, el país hispano criollo, alimentado por la tierra y las tradiciones nacionales, defensor del crecimiento autonómico, y por otra parte el unitarismo centralista, porteño, con sus modismos europeos, apoyados por las escuadras inglesa y francesa andadas en el Plata.  Sin esta aclaración no se entiende nada.  La historia todavía era una y la vida de nuestros pueblos estaba entrelazada.   Oribe, como Rosas, y al igual que San Martín, Bolívar y Artigas, nacieron y se criaron en el espacio hispánico, poseían una visión continental. Sin embargo, 1a fragmentación de América en una veintena de repúblicas terminó por encerrar a estos héroes de la Patria Grande en sus países de nacimiento. Y así, San Martín es un Argentino a secas; Bolívar, un venezolano solamente; y Artigas, un Uruguayo y nada más. Lo mismo pasó con Oribe, convertido en héroe Uruguayo, cuando es un prohombre americano.  Oribe llegó a Buenos Aires en 1838 después de ser desalojado del poder en la República Oriental por una Alianza de Unitarios y Colorados acaudillada por Lavalle y Rivera y respaldada por la intervención francesa; que en 1839 llega a Entre Ríos y reorganizó sus fuerzas expatriadas al servicio de la Confederación y su causa; que en 1840 Rosas lo designó Comandante en Jefe Interino de Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina; que durante ese año 1841 persiguió a Lavalle hasta Jujuy, donde muere el Jefe unitario, quedando pacificado el interior; y que, en 1842, ante el estallido de otra intentona revolucionaria en el litoral a manos del General Paz, que triunfa sobre Echagüe en Caaguazú, retorna a estas tierras y sorprende a Rivera, al frente ahora de la formidable coalición unitaria, y que en 1843 pone sitio en Montevideo para reconquistar su gobierno. Oribe recorrió más de 1000 leguas en esta campaña, más de 500 km. a caballo, a pie, en carro... del Plata a Los Andes, de Buenos Aires a Tarija en los confines con Bolivia, de Tucumán a Arroyo Grande, de Jujuy a Montevideo ... Verdadera epopeya épica. Desde las campañas de la Independencia no se asistía a semejante esfuerzo, que se puede explicar únicamente porque aquellos varones poseían una visión continental y consideraban a América como su Patria.  l general José María Paz se puso al frente del ejército correntino y venció al gobernador entrerriano, brigadier Pascual Echagüe en la batalla de Caaguazú. A continuación invadió Entre Ríos y, mientras su nuevo gobernador, brigadier Justo José de Urquiza, se refugiaba en Buenos Aires, se hizo nombrar gobernador.  Pero el gobernador correntino, brigadier Pedro Ferré se negó a apoyarlo y se marchó a Corrientes. El presidente Rivera invadió Entre Ríos, pero se quedó junto al río Uruguay. Mientras tanto, el gobernador de la provincia de Santa Fe, brigadier Juan Pablo López, se pronunció contra Rosas y enfrentó (sin ayuda exterior alguna) la invasión de Oribe. Fue derrotado y huyó hacia Entre Ríos.  Falto de apoyo, Paz se retiró hacia el este y puso su pequeño ejército a disposición de Rivera, yendo después a Montevideo. Rivera se puso al mando de una alianza entre el gobierno uruguayo, el de Corrientes, el expulsado de Santa Fe, y el de Paz en Entre Ríos. Como se puede ver, la participación de Paz y de López era simplemente nominal, fuera de unos pocos oficiales emigrados.
De todos modos, Rivera dominaba el este de la provincia de Entre Ríos, y hacia allí se dirigió Oribe. Poco antes de que Oribe comenzara a moverse, las vanguardias de ambos ejércitos chocaron sobre un paso del río Gualeguay, quedando los entrerrianos de Urquiza vencidos por los santafesinos emigrados de Juan Pablo López.
Para unir sus tropas a las correntinas, Rivera las trasladó hacia el noreste de la provincia. Allí recibió un fuerte apoyo del ejército correntino, al mando del general Manuel Ramírez, en el que figuraban el general José Domingo Ábalos y los coroneles Joaquín y Juan Madariaga, Benjamín Virasoro y Manuel Hornos.  El ejército aliado colorado-unitario estaba formado por más de 7.500 hombres (2.000 infantes y 5.500 jinetes), orientales en su mayoría y 16 piezas de artillería (14 cañones y 2 obuses). Sus soldados provenían en su mayoría de las provincias argentinas de Corrientes (2.500-2.900 hombres), Santa Fe (1.000) y Entre Ríos (1.500). A los que se sumaban cerca de 2.000 orientales.7 Su jefe de estado mayor era el coronel Elías Galván.  Por su parte, el ejército de Oribe estaba compuesto por 9.000 hombres (2.500 infantes, porteños en su mayoría, 6.500 jinetes porteños y entrerrianos) y 18 piezas de artillería.2 De estos unos mil eran orientales.
La artillería de Rivera era ligeramente superior en número, pero caería rápidamente en manos enemigas. La caballería de Oribe era bastante más numerosa, mientras su infantería era casi el doble de la enemiga. El jefe de estado mayor de Oribe era su sobrino, coronel Francisco Lasala, quien reemplazaba al coronel mayor Eugenio Garzón, que se había separado del ejército por desavenencias con el general en jefe. Rosas llamó a su edecán Antonino Reyes y le dijo:

- “Dentro de poco vendrá Mr. Mandeville, usted entrará a darme cuenta de que las divisiones del ejército de Vanguardia están a pie, que no se ha empezado a pasar por el Tonelero los pocos caballos que hay, que por esto y la falta de armas el ejército no puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del Ministro".   Media hora después entró Mr. Mandeville. Asegurábale a Rosas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión entablada, cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter urgente, avisaban del ejército de Vanguardia.

- “Diga Ud. -ordenóle Rosas-, el señor Ministro es un amigo del país y hombre de confianza.”

Reyes habló, y Rosas se levantó irritadísimo, exclamando:    -“Vaya Ud., señor, y dirija una nota para el jefe de las caballadas haciéndole responsable del retardo en entregar los caballos para el ejército de Vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del convoy. Tráigame pronto sus notas, para firmarlas...”  Y como Mr. Mandeville quisiera calmarlo, arguyendo que quizás a esas horas ya todo había llegado a su destino:

-“¡No señor, no puede haber llegado todavía!... y si el "pardejón" supiera aprovecharse... ¡así es como vienen los contrastes, así es como vienen!”, decía Rosas cada vez más agitado.

Mr. Mandeville pidió licencia para retirarse. Inmediatamente Rosas ordenó al capitán del puerto que vigilase los movimientos de la rada. Esa misma noche tuvo parte de que salía para Montevideo un lanchón en el cual iba un hombre de confianza de Mr. Mandeville. Transmitiría lo que el diplomático inglés había escuchado “de boca del Restaurador".
la falsa información de Mendeville, Rivera eligió mal el campo de batalla. En las condiciones en que iba a luchar, debería haber anulado la diferencia numérica eligiendo un campo estrecho. Pero eligió un área bien abierta, donde la caballería pudiera maniobrar. Por otro lado, tuvo que luchar prácticamente con el río Uruguay a su espalda, ya que el gobernador Ferré había prohibido a sus fuerzas cruzarlo hacia el Uruguay, donde Rivera hubiera tenido amplias ventajas.  Otro de sus errores fue dejar como reserva a la caballería correntina, la única que mantenía alta la moral, ensoberbecida después de Caaguazú.    En la mañana del 6 de diciembre la caballería de Rivera se lanzó al ataque, siendo inmediatamente contenida por la artillería e infantería federales. El extremo derecho de la caballería federal, al mando del coronel Ignacio Oribe (hermano del general en jefe), rodeó a los unitarios que tenía enfrente, al mando del general Juan Pablo López, y apoyó el ataque del ala derecha federal, compuesta por las fuerzas entrerrianas del general Urquiza, gobernador de la provincia. Tras algunas indecisiones, el gobernador entrerriano logró llevar de nuevo sus hombres al ataque. En sus filas figuraban los futuros generales Miguel Galarza, José Miguel Galán y Ricardo López Jordán.   Al mismo tiempo, la extrema izquierda federal, mandada por el coronel Servando Gómez, apoyó el avance del ala izquierda, mandada por el coronel José María Flores, contra las fuerzas orientales del coronel Pedro Mendoza.   Si bien la caballería unitaria de este lado logró hacer retroceder a los federales, la herida y posterior muerte de Mendoza desorientó a sus hombres, que abandonaron el campo de batalla. En las filas de Flores estaban los coroneles porteños Cayetano Laprida, Vicente González, Nicolás Granada y el futuro caudillo federal Juan de Dios Videla.  Si bien la caballería federal logró ventajas evidentes, fue el centro el que decidió la batalla.  La infantería del general Ángel Pacheco atacó a la artillería oriental, mandado por el coronel Santiago Lavandera (sobrino de Rivera) y dividida en dos fracciones, al mando de los coroneles unitarios Martiniano Chilavert y José María Pirán. Las divisiones federales de los coroneles Mariano Maza, Pedro Ramos, Jerónimo Costa, Cesáreo Domínguez y Marcos Rincón avanzaron hasta los cañones a paso rápido y desplazaron a los artilleros. Este ataque estuvo apoyado por la artillería del coronel Juan Bautista Thorne y del teniente coronel José María Francia.
La reserva unitaria, formada por los correntinos del general Ramírez “chico”, tuvo que lanzarse a la lucha muy temprano para defender las posiciones de las alas de caballería, por lo que no pudo ser utilizada más tarde. La reserva federal, en cambio, al mando del coronel Manuel Urdinarrain, tuvo la oportunidad de apoyar alternativamente a Urquiza y a Gómez.
La infantería y artillería de Rivera, separadas de las alas de caballería, se retiraron lentamente, perdiendo en su marcha varios oficiales, como los coroneles Francisco Sayós, Joaquín de Vedia, Bernardo Henestrosa y Nicolás Tedeschi, quien se suicidó para no rendirse.   Los vencidos tuvieron 2.000 muertos y 1.400 prisioneros, perdiendo, además, la artillería, la munición y 24.000 caballos.1 Toda la artillería y la infantería cayeron en poder del enemigo; mientras los soldados se incorporaron al ejército de Oribe. En particular, los blancos uruguayos se ensañaron con los colorados, ya que los consideraban traidores por haber derrocado al gobierno legal con ayuda extranjera. Las bajas de los federales sumaron 300 entre muertos y heridos.   La caballería vencida, en cambio, logró retirarse sin demasiadas pérdidas. Por supuesto, se dividió entre los orientales (y los santafesinos de López), que cruzaron el río hacia Montevideo, y los correntinos que regresaron a su provincia. En el mando de los primeros se destacaron los coroneles Anacleto Medina y Manuel Olazábal, que reorganizaron relativamente las fuerzas.
"Todo se perdió", relata Díaz, "hasta el honor." Engañado y completamente vencido, don Fructuoso Pardejón Rivera escapó "arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas". Nadando…... ("Pardejón": Apodo dado por Rosas a Fructuoso Rivera. En La Gaceta Mercantil del 22 de junio de 1843, se explicó el sentido del mote, tan conocido por entonces, que Rosas aplicó al caudillo uruguayo. “Pardejón – dice el redactor - , significa el macho toruno que llega a encontrarse en algunas crías tan malísimo y perverso que muerde el y corta el lazo, se viene sobre él y atropella a mordiscones y patadas, que jamás se domestica, y que si alguno de ellos llega a ser amansado, a lo mejor traiciona y pega una o dos patadas al jinete que lo carga, que lo ensilla o que lo monta. Así es que siendo tan de malas mañas, para designar un hombre perverso lo llaman los paisanos pardejón”. El 1° de noviembre de 1839, el comandante del Fuerte 25 de Mayo, José Maria Plaza, le expresaba al coronel Corvalán, edecán de Rosas, en una nota: “Muera el asesino agonizante parduzco pardejón Rivera, que se metió de puro bestia a declararnos la guerra”)
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Esta batalla marcó el final de la guerra iniciada en la Argentina en 1839, y significó el comienzo de la llamada Guerra Grande en Uruguay. En realidad, en la visión de Oribe y sus partidarios, ésta fue la continuación de la que había desatado a partir de 1836 Rivera contra Oribe. Sólo que, entre medio, habían pasado cuatro años.  Rivera se retiró rápidamente hacia el sur, pensando que sería perseguido de cerca por Oribe. Algunos jefes colorados mantuvieron la defensa durante algunas semanas en el norte del país, pero fueron barridos hacia el sur.   Esta batalla venció y destruyó el plan del uruguayo Rivera, quien quería formar la llamada «Federación del Uruguay, Uruguay Mayor» o «Estado Oriental del Paraná» anexando al Uruguay las Provincias de Entre Ríos, Corrientes pertenecientes a Argentina y la de San Pedro al Sur Río Grande que dependía del Imperio del Brasil y con el tiempo anexar Paraguay, contando disimuladamente con el apoyo de Inglaterra y Francia que pretendían el domino de los ríos Paraná y Uruguay.   Oribe comenzó la persecución con notable atraso, y perdió semanas solucionando problemas menores lo que dió al gobierno colorado la oportunidad de reunir un ejército de 5.000 hombres. Para cruzar el río con toda su infantería y artillería tuvo que ser trasladado por las naves de la flota de Rosas. Sólo después de completado este traslado, comenzó la lenta marcha hacia Montevideo, al paso de los bueyes que trasladaban los cañones. Llegó el 16 de febrero de 1843 frente a la capital, donde la defensa había sido preparada por el general Paz.
En lugar de tomar la ciudad por asalto, cosa que hubiera causado grandes daños a la población, decidió sitiarla. Tras varios choques en los alrededores, las posiciones quedaron prácticamente fijas por los siguientes ocho años. La razón de tan larga resistencia estuvo en el apoyo prestado a la ciudad sitiada por las flotas francesa e inglesa (y después la brasileña) a los sitiados; una gran cantidad de los defensores, incluso, eran franceses.
Además, desde 1845 en adelante, las flotas europeas bloquearon el puerto de Buenos Aires y atacaron el río Paraná. El sitio, con sus combates, y las operaciones que hicieron los jefes colorados por el interior del país fueron lo que se suele llamar la “guerra grande”.
El gobernador Urquiza apoyó el cruce del río por Oribe y luego se lanzó, al frente de 1.200 hombres, sobre Corrientes. La caballería correntina no atinó a ofrecer una resistencia eficaz, y muchos de sus jefes huyeron al Brasil o se pasaron a las fuerzas de Urquiza. Ferré abandonó el país hacia Paraguay, y como acababa de terminar su período de gobierno, fue elegido en su lugar Pedro Cabral, jefe del partido federal. 
El 6 de diciembre de 2012 a 170 años de esa gloriosa contienda se hace un distinguido acto patriótico donde se convocan las comunidades de San Salvador, Gral. Campos y público general para revalorizar esta olvidada gesta de la Patria.
Junto al monumento Histórico a los «Caídos de la Batalla de Arroyo Grande», erigido el 6 de diciembre de 1972 por el Centro de Estudios Históricos Regionales San Salvador.
Campo y Monumento Histórico Provincial por Decreto 4185/72, anhelando sea declarado Patrimonio Histórico Nacional.