Rosas

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viernes, 28 de junio de 2013

Juan Domingo Perón (1895-1974)

Por Julio Otaño
Ante un nuevo aniversario del fallecimiento del gran Caudillo Nacional es importante recordarlo a traves de la pluma del Historiador Jorge Abelardo Ramos y de su propio mensaje a la juventud realizado en 1963.
Ramos escribió: “…Había sido el hombre mas odiado y él mas amado del siglo y supongo que en este orden de cosas superaba al otro gran caudillo execrado por la misma oligarquía una generación antes: Hipólito Yrigoyen.
Tomo en préstamo a Manuel Gálvez una feliz expresión: la gran virtud de Perón fue haber inventado un socialismo para uso de los criollos.
Se pretendía que Perón fuese de derecha o de izquierda. Pero usaba las dos manos, como él decía, y su movimiento, por estar constituido por diversas clases sociales, profesiones y grupos, individualidades diversas, ideologías múltiples, fue una síntesis de la Argentina de su tiempo, un Frente Nacional Revolucionario al que la jefatura de Perón impuso su sello personal, sus defectos, tanto como sus virtudes. No faltaron sectores extraños, originarios de la pequeña burguesía que pretendieran señalar a Perón cómo conducir el movimiento. Habría sido ridículo, sino hubiera sido trágico. Hasta su último día Perón conservó la total lucidez de su misión. En un país semicolonial, como era y es la Argentina, parte de una América Latina dividida y saqueada, solo es posible marchar hacia delante reuniendo en la lucha a un vasto Frente Nacional que aspire a la soberanía política, a la independencia económica, a la justicia social y a la unidad latinoamericana. Esta última hoy esboza su realización en el MERCOSUR, al que le falta todavía la conciencia de los ideales comunes cuyo precursor fue Manuel Ugarte a principios de siglo y Juan Perón luego. Como presidente, Perón concibió una alianza con el Brasil de Getulio Vargas y con el Chile del general Ibáñez. En sus notables discursos en la Plaza de Mayo y desde el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, diseño ese único camino de salvación para los latinoamericanos. Y ese fue uno de los rasgos proféticos del más grande argentino del siglo XX”.
 Mensaje a la juventud del general Juan Domingo Perón desde el exilio el 5 de junio de 1963 : “ En lo profundo, el problema argentino es un problema de generaciones: la vieja generación demoliberal burguesa que puja por subsistir y la nueva generación evolucionista que anhela imponer otras formas de vivir y progresar. La decisión en esta lucha de generaciones está en el tiempo. El futuro es de la juventud y si no mediaran otros factores, la supresión biológica aseguraría el triunfo a los jóvenes. Sin embargo, hay que acelerar el proceso, porque la evolución del mundo no espera.
He ahí la función de una juventud que tenga conciencia de la hora que vivimos y de la misión que le corresponde. Es preciso comprender que nuestro país está viviendo horas decisivas y que, de las soluciones que se alcancen ahora dependerá el futuro que podrá ser venturoso o luctuoso, según seamos capaces de proceder con grandeza para luchar por los intereses de la Patria o no.
La juventud, a quien corresponderá ese futuro, tiene también la responsabilidad de asegurarlo.
Nada estable y duradero puede fundarse sobre la mentira, por eso frente al caos institucional de la República, los mismos culpables de provocar el desequilibrio y la miseria, se sienten ahora alarmados por la situación y aconsejan los mayores desatinos, sin percatarse que el Pueblo Argentino ha evolucionado lo suficiente como para que sus palabras no le suenen a sarcasmo.

Esa evolución nos lleva imperceptiblemente pero de manera firme hacia la revolución y no habrá fuerza capaz de evitarla.
Por el camino del Justicialismo, se ha de realizar en nuestro país el fatalismo evolutivo.
Es evidente que ha terminado en el mundo el reinado del imperio burgués y que comienza el gobierno de los pueblos.
Con ello, el demoliberalismo y su consecuencia el imperialismo, han cerrado su ciclo.
Ante la tragedia que vive el país, ha llegado el momento en que la vanguardia de la Patria, representada por su juventud, se una y organice para alcanzar el más alto grado de preparación compatible con su misión y la grave responsabilidad que le incumbe.
Para alcanzar tan alta finalidad es indispensable que la unión y solidaridad juvenil se realice en forma indestructible, con un alto sentimiento de Patria, una absoluta determinación de imponer nuestra doctrina y una firme resolución de vencer.
Sólo en la fortaleza y decisión de tornarse invencibles, se puede basar la seguridad de la Liberación del Pueblo Argentino.
Cuando la juventud esté unida y organizada, cuando en poco tiempo pueda ser ejemplo de disciplina peronista, se encontrará en condiciones de luchar en todo terreno y el éxito de la etapa final del proceso argentino estará asegurado.
Debemos demostrar al mundo que nos observa, lo que puede la firme actitud de un Pueblo cuando su lucha está fundada en los sagrados principios de la justicia, de la libertad y de la soberanía.
La Patria reclama en estos días la inquebrantable decisión de la juventud de luchar por ella.
Todos sabremos cumplir con nuestro deber ante la Historia, si estamos animados de una profunda fe peronista, si realmente nos decidimos a luchar por el Pueblo y sí estamos resueltos a enfrentar cualquier sacrificio”

jueves, 13 de junio de 2013

Frases de Domingo F. Sarmiento Parte I

por el Profesor Jbismarck

• "Los Sarmientos tienen en San Juan una bien merecida fama de embusteros"' (Recuerdos de Provincia).

• "Si miento, lo hago como don de familia, con la naturalidad y la sencillez de la verdad". (Carta a M. R. García del 28 de octubre de 1868).

• "En España viajamos 30 ó 40 leguas diarias sin encontrar una flor". (Obras Completas, tomo 20).

• "España no practicó nunca la navegación con otras naciones. El español detesta la navegación. Los españoles son como nosotros, sin ciencia y sin arte. La administración religiosa ha producido la ignorancia, la degradación moral y la pobreza en España e Italia". (Ib., tomos 5 y 23) .

• "La milicia me sirve para civilizar y domesticar los paisanos. Los argentinos somos pobres hombres llenos de pretensiones y de inepcia, miserables pueblos, ignorantes, inmorales y apenas en la infancia. Somos una raza bastarda que no ocupa, sino que embaraza la tierra". (Obras Completas, tomo 52).

"La clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla". (Obras Completas, tomo 47).

• "El pueblo, por la necesidad de trabajar para vivir, no puede detenerse, y recibe las soluciones que le dan preparadas los que lo educan". (Ib., tomo 4)

• "Mitre ha de tener la gloria de establecer en toda la república el predominio de la clase culta, anulando el levantamiento de las masas". (Archivo Mitre, tomo 9).

• "El plan definitivo: asegurar los principales puntos de la República con batallones de línea, o lo que es lo mismo, apoyar a las clases cultas con soldados con¬tra el levantamiento del paisanaje". (Ib., tomo 9).

• "El ejercicio de la soberanía popular traería como consecuencia la elevación de un caudillo, que representa en todos sus instintos la mayoría numérica en despecho de la minoría ilustrada". (Archivo Mitre, tomo 9).

• "Una Constitución pública no es una regla de conducta para todos los nombres. La Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad. No queremos exigir a la democracia más igualdad que la que consienten la diferencia de raza y posiciones. Nuestra simpatía para la de ojos azules (anglosajona)". (Obras Completas, tomo 40).

"Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota. (Ib., tomo 39) .

• "Las costas del sur (de la Argentina) no valdrán nunca la pena de crear para ellas una Marina. Líbrenos Dios de ello y guárdenos a nosotros de intentarlo". (El Nacional, 12 de diciembre de 1857 y 7 de junio de 1879).

"He contribuido con mis escritos aconsejando con tesón al gobierno chileno a dar aquel paso (Toma de posesión del Estrecho de Magallanes). Magallanes pertenece a Chile y quizás toda la Patagonia. No se me ocurre, después de mis demostraciones, como se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos. Ni sombra, ni pretexto de controversia queda". (El Progreso, 11 al 28 de noviembre de 1842).

“Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”. (Del discurso en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, 13 de septiembre de 1859).

“No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”. (Carta a Bartolomé Mitre, 20 de septiembre de 1861).

“El plan definitivo: asegurar los principales puntos de la República con batallones de línea, o lo que es lo mismo, apoyar a las clases cultas con soldados contra el levantamiento del paisanaje”. (Del Archivo Mitre).


• Bibliografía:
• De Paoli, Pedro “Sarmiento su Gravitación en el Desarrollo Nacional”. Ediciones Teoría; 1964.

Las Herederas del Libertador

Por Julio R. Otaño
Don José le escribía a su amigo Tomas Guido: “Sepa usted que desde anteayer soy padre de una infanta mendocina”.  Fecha 3 de agosto de 1816. También en este día era bautizada por el vicario castrense. La correspondiente acta dice que fue bautizada y llamada “Mercedes Tomasa, de siete dias, española, legítima de señor Coronel Mayor General en Jefe del Ejercito de los Andes y Gobernador Intendente de la Provincia de Cuyo, don José de San Martín y la señora María Remedios Escalada. Fueron padrinos: el sargento mayor don José Antonio Alvarez Condarco y la señora doña Josefa Alvarez.” 
Hace dos siglos nació la hija de San Martín - LA GACETA Tucumán
 El Libertador parte rumbo a Chile para ejecutar el Plan Emancipador por lo que Remedios y su hija viajan a Buenos Aires. El cruce de la cordillera fue la gran hazaña inicial. Chacabuco, la primera victoria origina que el director Juan Martín de Pueyrredón acuerda a Mercedes una pensión vitalicia de 600 pesos anuales, pensión que es dejada sin efecto por el inefable Bernardino González Ribadavia. Sólo dos veces pudo el Libertador gozar de su esposa e hija y debió aceptar que ella y la niña retornaran a Buenos Aires, lo cual hicieron en marzo de 1819. EL 2 de agosto de 1823, Remedios muere, San Martín no puede despedir sus restos (perseguido como estaba por Rivadavia) finalmente en diciembre llega y le rinde público homenaje con la siguiente inscripción en su tumba: “Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín”. El 10 de febrero de 1824, padre e hija se embarcan con rumbo a Europa, en el navío francés “Le Bayonnais”. El Libertador dedica a su educación la mayor parte de los pocos bienes con que cuenta por entonces. En 1825 redacta las celebres once máximas, esas que él tendrá por objetivos y a cuya lectura recurrirá con frecuencia para hacerlas realidad. En 1831, San Martín y su hija residen a dos leguas y media de París, allí conoce a Mariano Balcarce y pronto llegó el noviazgo de la “Infanta mendocina”. Y el casamiento el 13 de septiembre de 1832. Los esposos viajaron prontamente a Buenos Aires, donde quedaron por dos años y nació María Mercedes, su hija y la primera nieta del Libertador. La llegada del matrimonio hizo que Guido escribiese a San Martín, el 27 de marzo de 1833, lo siguiente: “Cuantos la han visto y la han hablado notan la educación cuidada que ha recibido y me dan de ella una idea bien honrosa. El joven Balcarce me ha gustado mucho: desnudo de la secatura de carácter de la familia, ha tomado los modales suaves y la susceptibilidad necesaria de sus años. Basta solamente que no los deje usted solos y que los venga pronto a acompañar”. Ya estaban los esposos de regreso en Francia cuando advino al mundo su segunda hija, Josefa. La vejez llega para el Libertador. Su hija ha colmado todas sus esperanzas. Por eso, en 1844, cuando testa, expresa así su recatado agradecimiento: “Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objeto que el bien de mi hija amada, debo confesar que la honrada conducta de esta y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado han recompensado con usura todos mis esmeros, haciendo mi vejez feliz”. El Abuelo casi ciego por las cataratas, a veces confundía a sus dos nietitas, lo que provocaba alegría en ellas, y cuando ambas se peleaban por ganarse cada cual las caricias, aquél, para consolarlas, les daba sus condecoraciones para que jugaran. Pero cuando alguien le observaba esta irreverencia, le dijo: "Si estas condecoraciones no sirven para hacer callar a una nieta, de nada habrían valido." “aquí me tiene usted con dos nietecitas cuyas gracias no dejan de contribuir a hacerme más llevaderos mis viejos días". El libertador fallece el 17 de agosto de 1850, diez años después moriría su primer nieta en plena juventud. Los Balcarce guardarán la documentación del Libertador Y en el panteón familiar erigido en el cementerio de Brunoy, permanecerán los restos del Libertador. Y allí en Brunoy, en Francia, “la mendocina” fallecerá el 28 de febrero de 1875, la seguirá su esposo diez años mas tarde. Los sobrevive Josefa Dominga, quien contrajo matrimonio con Fernando Gutiérrez Estrada; Ella fallecerá en 1924, sin dejar descendencia. 

El 13 de diciembre de 1951, los restos de Mercedes, de Mariano Balcarce y de María Mercedes recibieron definitiva sepultura en un monumento fúnebre especialmente construido en la basílica de San Francisco, de la ciudad de Mendoza, la tierra donde vino al mundo la hija del Libertador.


Máximas redactadas por el General San Martín para su hija Mercedes Tomasa
“1º.- Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican. Stern ha dicho a una Mosca abriéndole la ventana para que saliese: “Anda, pobre Animal, el Mundo es demasiado grande para nosotros dos.”
“2º.- Inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira.”
“3º.- Inspirarla gran Confianza y Amistad pero uniendo el respeto.”
“4º.- Estimular en Mercedes la Caridad con los Pobres.”
“5º.- Respeto sobre la propiedad ajena.”
“6º.- Acostumbrarla a guardar un Secreto.”
“7º.- Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las Religiones.”
“8º.- Dulzura con los Criados, Pobres y Viejos.”
“9º.- Que hable poco y lo preciso.”
“l0º.- Acostumbrarla a estar formal en la Mesa.
“11º.- Amor al Aseo y desprecio al Lujo.”
“12º- Inspirarla amor por la Patria y por la Libertad.”


Josefa Balcarce: Durante el gobierno del Restaurador Juan Manuel de Rosas, su padre Mariano Balcarce fue representante de la Confederación Argentina ante Francia. Con los años, se desarrolló en la nieta de San Martín un agudo sentido de solidaridad social. Todos los viajeros que llegaron hasta ella la elogiaron por su manera de ser. Hablaba correctamente el español, que aprendió de sus padres siendo niña, puesto que era el idioma que hablaban en el hogar y conocía al detalle los sucesos de la patria lejana. El 29 de noviembre de 1904 murió su esposo y quedó viuda y sola, a los sesenta y ocho años.  Así habría de vivir aún veinte años más. Josefa tuvo relacion epistolar con el Historiador Mitre entregándole toda la información que disponía de su ilustre abuelo En 1895, Adolfo Carranza, el primer director del Museo Histórico Nacional, le pidió a Josefa Balcarce los objetos y muebles del Libertador para que fueran exhibidos en el repositorio que guardaba -y sigue guardando- los tesoros de la patria lejana. La anciana no solamente los donó integramente sino que hizo un croquis del dormitorio del Libertador, que el Museo ha respetado En 1914 estalló la guerra y Josefa su casa en "hospital de sangre" y atendió a los heridos siendo condecorada con la Legión de Honor Josefa falleció el 17 de abril de 1924 sin dejar descendientes directos.

Fuentes:
Cresto, Juan José – Diario La Nación
Cronica Argentina dirigida por A. J. Pérez Amuchástegui
Instituto Sanmartiniano (Enrique Mario Mayochi)

Garibaldi y el saqueo de Gualeguaychú


Por Carmen Itatí Bonpland

En el Río de la Plata operaba la flota de la Confederación, al mando del almirante Guillermo Brown, que intentaba bloquear el puerto de Montevideo. La flota armada por el gobierno de Montevideo, comandada por el Comodoro Juan Coe había sido destruida. En 1842, el gobierno de Montevideo designó a Garibaldi como sustituto del Cro. Coe al mando de la flota, librándose entonces, el 16 de agosto de1842, un combate naval en el río Paraná cerca de la localidad de Costa Brava. Las naves comandadas por Garibaldi fueron derrotadas por las fuerzas de Brown, superiores en barcos y hombres. Después de sufrir fuertes pérdidas, Garibaldi incendió sus naves para evitar que cayeran en manos de Brown; y desembarcando a tierra, logró ponerse a salvo con los tripulantes sobrevivientes.
Garibaldi volvió a dirigir una escuadrilla naval, al frente de la cual logró impedir que las naves de Brown ocuparan la isla de Ratas, en la bahía de Montevideo (que pasó entonces a llamarse isla Libertad), logrando así impedir el intento de la flota rosista de bloquear Montevideo.
Vuelto a Montevideo, en 1843 — y establecido por Oribe el sitio de Montevideo, que habría de prolongarse hasta 1851 — Garibaldi organizó una unidad militar mercenaria que fue denominada “La Legión Italiana”, al frente de la cual se puso al servicio del gobierno de Montevideo, conocido históricamente como el Gobierno de la Defensa. Entre las acciones militares en que participó Garibaldi al frente de su Legión Italiana, se destaca la que tuvo lugar en las afueras de las murallas de Montevideo, llamada Combate de Tres Cruces, por haberse realizado en el paraje así denominado, el 17 de noviembre del 1843.
Luego de ello, embarcado en una nueva flotilla de una veintena de naves con unos 900 hombres de tropa para desembarco, y contando con el amparo de las escuadras de Francia eInglaterra, pudo ocupar y saquear en abril de 1845 la ciudad de Colonia. En septiembre toma la isla Martín García, defendida por la Confederación, y la ciudad de Gualeguaychú, la que también saquea, y en octubre la ciudad de Salto (Uruguay). Es de notar que Garibaldi admite haber permitido los saqueos, que fue una pauta de comportamiento del cuerpo mercenario que dirigía.
Se calcula que con parte de esos fondos compró luego la isla de Caprera. En sus memorias llama a su legión "virtuosos saqueadores". El 8 de febrero de 1846, en territorio de Salto, en las cercanías del arroyo San Antonio, afluente del Río Uruguay, Garibaldi y su Legión Italiana libraron el combate de San Antonio contra fuerzas superiores de la Confederación, a las que infligieron numerosas bajas, logrando retirarse de sus posiciones después de haber perdido alrededor de una tercera parte de sus efectivos.
Después de diversos avatares y aventuras en este país se casa en 1842 con Ana Maria de Jesus Ribeiro, llamada después Anita Garibaldi. A ella la conoció en 1839 en Laguna, Santa Catarina, en lo que fue un auténtico amor a primera vista. Con ella tuvo cuatro hijos, Menotti, Rosita, fallecida con dos años, Teresita y Ricciotti.

"José Hernandez 1834-1886"

Por el Dr. Julio Otaño

Los gauchos y Pavón: segun SARMIENTO: carta del 20 de setiembre de 1861, que pasa por ser el "Evangelio partidario" le exponía a Mitre: "Necesito ir a las provincias, usted sabe mi doctrina. No trate de economizar sangre le gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al mis. La sangre es lo único que tienen de humano... ... Puedo en las provincias, y deseo ser el heraldo autorizado de Buenos Aires... Ud tome la escuadra dominando la rivera ¡qué golpe de teatro, embarcarse i ir a Paraná! ¡Quién pudiera sugerirle la idea de quemar, ordenadamente, los establecimientos públicos, esos templos polutos! Un abrazo, y resolución de acabar". A la que le añade la del 23 de octubre, perfilando más el plan: "asegurar los principales puntos de la República con batallones de línea, o lo que es lo mismo apoyar a las clases cultas contra el levantamiento del paisanaje."


El Chacho: Sarmiento comenta: "Si Sandes mata gente, cállense la boca; son animales bípedos de tan perversa condición, que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor" Ante la muer¬te bárbara por degollación del Chacho Peñaloza, expondrá : "He aplaudido la medida precisamente por su for¬ma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado picaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses". Después le aonseja a Mitre “Southampton o la horca..hay que terminar con Urquiza…”


José Hernández y el chacho: “Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos mas prestigiosos, más generoso y valiente que ha tenido la República Argentina. El partido federal tiene un nuevo mártir. El partido unitario tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato Argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño del asesino, al bárbaro Sarmiento. El .partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas. El partido unitario es lógico con sus antecedentes de sangre. Mata por su índole perversa, mata porque una sed de sangre lo mortifica, lo sofoca, lo embrutece; mata porque es cobarde para vencer en el combate y antes de mirar frente a su enemigo, desliza entre las tinieblas y el silencio de la noche, el brazo armado del asesino para que vaya a clavar el puñal en el corazón de su enemigo dormido. Maldito sea, mil veces maldito, sea el partido envenenado con crímenes, que hace de la República Argentina el teatro de sus sangrientos horrores! La sangre de Peñaloza clama venganza…


Sarmiento y la revolución jordanista: Más adelante, cuando sea Presidente de la República, aparte de ofrecer recompensa en dinero por las cabezas de los federales de López Jordán, reiterará su doctrina: "Los rebeldes, amotinados, merodeadores y demás que se toman con las armas en las manos, están a merced del Gobierno y pueden ser pasados por las armas, deportados o lo que se quiera con ellos, y según la conveniencia y necesidad del caso, pues no gozan da garantía alguna..." .

José Hernández ante el mismo motivo Y José Hernández en su carta a López Jordán del 7 de octubre de Í870 resume la posi¬ción espiritual de los dirigentes federales: "Urquiza era el Gobernador Tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tre¬menda y ejemplar del partido tantas veces sacrificado y vendido por él. La Reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del Jefe Traidor"

José Hernández opina de Mitre: Mitre "para la República Argentina, para la República Oriental, para el Paraguay, fue una especie de loteria fúnebre, una bolilla negra, que desde el día de su aparición en la escena, ha venido presagiando desgracias... Hombre inventado por la necesidad de un partido en una época de lucha, como le ha dicho Sarmiento, se encontró un día, como vencedor de Pavón con todo el poder militar de la República Argentina en sus manos, y dispuso de sus des¬tinos según su capricho... La sangre que se ha derramado por su causa, bastaría para teñir de rojo las aguas de los caudalosos Uruguay y Paraná. "Esta parte de la América le debe sólo mucho años de amarguras, de desgracias de miserias... no hay un solo rincón en estas tres Repúlicas donde no exista grabado con caracteres sangrientos el nombre de Bartolomé Mitre, donde no haya alcanzado su influencia de desvastación y de ruina... sus procónsules establecieron en el interior el nivel del sable sobre todas las cabezas... Sus antecedentes son horribles. Sus hechos actuales son ignominiosos. Su porvenir es sombrío, y su nombre será execrado y maldecido por las generaciones venideras. Militar mediocre, revolucionario torpe, político inhábil, literato ramplón, vive y ha vivido siempre rodeándose de misterios haciendo profecías como la de los tres meses en Asunción, explotando las am¬biciones más ruines, las pasiones más reprobadas, e influyendo siempre para el mal,es el hombre más funesto que han producido estos países. Mereció ser juzgado en Sierra chica; mereció ser acusado y procesado por las fechorías que el ordenó o consintió en el Interior; mereció un consejo del guerra en Curupaytí, y alguna vez ha de llegar el día en que la justicia Nacional se cumpla"

José Hernández habla de Sarmiento: publicaba en «La Libertad» su respuesta a «La Tribuna»; lo hacía bajo el título «Señor Sarmiento»: ¿por qué mataron?» y decía:
"Hace aproximadamente quince años, tuvo lugar en Santa Fe una Convención Nacional para considerar las reformas que Buenos Aires presentaba a la Constitución. Ocupábamos en ella el puesto de taquígrafo.
En la fila derecha, en el primer asiento, se encontraba un convencional que se revolvía agitándose continuamente en su silla. Miraba a todas partes como un desaforado, manifestando en todos sus movimientos una agitación y algo de un malestar que no le permitía permanecer tranquilo. De pronto hace un movimiento rápido y se saca un botín, a pocos minutos el otro, coloca los pies cubiertos sólo con las medias sobre aquellos zapatos que tanto le habían mortificado y respirando fuertemente como quien se libra de una gran incomodidad, permanece muy tranquilo, como en el retiro de su casa, delante de la respetable Asamblea. Ese hombre era el Sr. Sarmiento y ese fue el día y las circunstancias en que lo conocí, y por quien después he sido perseguido sin tregua. el Sr. Sarmiento me persiguió en Corrientes cometiendo una injusticia y una violación de la Constitución, por la que fue acusado ante el Congreso al principio de su presidencia y esa acusación tiene mi firma al pie. Cuando él era candidato, yo había combatido su candidatura y él se vengaba. Más tarde, siendo él Presidente, tango noticias de cinco o seis órdenes de prisión dictadas contra mi, pero he tenido la satisfacción de verlo bajar del gobierno, sin que él tuviera la de meterme en la cárcel.

Bibliografía:
Díaz Araujo, Enrique “la política de Fierro. José Hérnádez ida y vuelta” Ed. La Bastilla. Buenos Aires 1972

miércoles, 12 de junio de 2013

Rosas y el Imperialismo

Por Ernesto Palacio
¿Qué significa la intención de someter al país por la fuerza sino la conquista armada? De nada valen las tergiversaciones ni los distingos. La nación que se somete a una fuerza superior pierde su autodeterminación, que es la cualidad de su soberanía, y pertenece desde ese momento al vencedor, cualquiera sea la forma en que pretenda disimularse la conquista. De que esto lo vieron en esa circunstancia claramente los argentinos da fe la entusiasta unanimidad con que todo el país —salvo un puñado de emigrados— acompañó al general Rosas en su actitud enérgica y digna.
Todas las provincias, con sus gobernadores y legisladores, se pronunciaron contra la agresión y ofrecieron sus contingentes para resistir (…) San Martín escribía desde su retiro poniendo su espada y su persona al servicio de la nación y felicitaba al gobernador de Buenos Aires como defensor de la independencia americana. El autor del Himno Nacional desenfundaba su vieja lira para arrancarle los mismos sones de treinta años atrás, y con entusiasmo juvenil cantaba:

Morir antes, heroicos argentinos,
que de la libertad caiga este templo.
¡Daremos a la América alto ejemplo
que enseñe a defender la libertad!

La prensa liberal del mundo empezaba a interesarse por la lucha iniciada en el Río de la Plata y acompañaba con su auspicio el derecho hollado del débil, en quien veía al defensor de los principios republicanos y de la causa general de América contra los poderes retrógrados de Europa.

Fuente:

Ernesto Palacio, Historia Argentina.

martes, 11 de junio de 2013

Reflexiones sobre la "Historia Oficial"

Por Pablo Rohr
La historia oficial nos dice “no compares el pasado con pensamientos contemporáneos”, pero claramente nuestra historia usa este recurso para cuando le conviene,o par resaltar las figuras de quienes la impusieron.Un ejemplo claro y el mas contundente es la de Domingo Faustino Sarmiento que la historia le perdona toda las barbaridades que cometió, por ser el “padre del aula”y no les cuentan a los chicos que clase de persona era realmente y cual era su pensamiento.
No pasa lo mismo con otros, a esos no se les perdona nada y fueron contemporáneos y anteriores al maestro sanjuanino. El ejemplo mas claro es Juan Manuel De Rosas que prácticamente fue borrado de la historia oficial. Por que no le cuentan a nuestros hijos que Don Juan Manuel “el tirano sin rival” si bien realizo una campaña al desierto, mantuvo una política de pacto con los pueblos originarios, regalándole este “el perverso” ganado y caballos todos los años y que los indios prestaron sus servicios a Don Juan Manuel para enfrentar al ejercito de Urquiza.Por que no les cuentan a nuestros hijos que el tirano defendió la patria de las agresiones de las potencias mas grandes de aquel entonces, haciendo honor a lo que dictaba la declaración de la independencia, libre de España y cualquier nación extranjera,que el combate de obligado fue una gesta heroica similar al cruce de los andes, que el general San Martín obsequio su sable a Don Juan Manuel y que mantenían una amistad epistolar de profundo respeto y admiración.
Claro en los textos escolares de primaria y secundaria no hay ni rastro de todo esto. Pero Sarmiento que dijo querer eliminar a todos los pueblos originarios y a los gauchos, qué para el representaba el atraso cultural, que odiaba todo lo popular, que apoyo el bloque francés que pudo haber terminado en una nueva colonización, que dijo que la Patagonia le pertenecía a los chilenos y mando a matar cobardemente al caudillo Chacho Peñaloza, que en su presidencia dejo al estado nacional en ruinas; que apoyo notablemente una guerra infame como lo fue la del Paraguay, nada de esto les dicen a los chicos, ya que “el padre del aula lo hacia en post del progreso y la cultura”.
Es hora de que en las escuelas se les enseñe a los chicos la verdad y con la verdad. Ahora alguien me puede explicar por que en las escuelas secundarias se canta el himno al maestro?

lunes, 10 de junio de 2013

La guerra del Pacífico o del "Guano"



Por el Prof. Jbismarck
La triste historia del siglo XIX en América tiene una página especial con la pérdida de Bolivia de su salida al mar. Eduardo Galeano en su obra las venas abiertas de América Latina lo expone brillantemente
La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la duración
ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: el siempre
efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes.
A mediados del siglo pasado, las negras profecías de Malthus planeaban sobre el Viejo Mundo. La población europea crecía vertiginosamente y se hacía imprescindible otorgar nueva vida a los suelos cansados para que la producción de alimentos pudiera aumentar en proporción pareja. El guano (excrementos de las aves) reveló sus propiedades fertilizantes en los laboratorios británicos; a partir de 1840 comenzó su exportación en gran escala desde la costa peruana. Los alcatraces y las gaviotas, alimentados por los fabulosos cardúmenes de las corrientes que lamen las riberas, habían ido acumulando en las islas y los islotes, desde tiempos inmemoriales, grandes montañas de excrementos ricos en nitrógeno, amoniaco, fosfatos y sales alcalinas: el guano se conservaba puro en las costas sin lluvia de Perú
Las aves guaneras son las más valiosas del mundo, escribía Robert Cushman Murphy mucho después del auge, «por su rendimiento en dólares por cada digestión». Están por encima, decía, del ruiseñor de Shakespeare que cantaba en el balcón de Julieta, por encima de la paloma que voló sobre el Arca de Noé y, desde luego, de las tristes golondrinas de Bécquer. (Emilio Romero, Historia económica del Perú, Buenos Aires, 1949.) . Poco después del lanzamiento internacional del guano, la química agrícola descubrió que eran aún mayores las propiedades nutritivas del salitre, y en 1850 ya se había hecho muy intenso su empleo como abono en los campos europeos.
Las tierras del viejo continente dedicadas al cultivo del trigo, empobrecidas por la erosión, recibían ávidamente los cargamentos de nitrato de soda provenientes de las salitreras peruanas de Tarapacá y, luego, de la provincia boliviana de Antofagasta Gracias al salitre y al guano, que yacían en las costas del Pacífico «casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos» el fantasma del hambre se alejó de Europa. La oligarquía de Lima, soberbia y presuntuosa como ninguna, continuaba enriqueciéndose a manos llenas y acumulando símbolos de su poder en los palacios y los mausoleos de mármol de Carrara que la capital erguía en medio de los desiertos de arena. Antiguamente, las grandes familias limeñas habían florecido a costa de la plata de Potosí, y ahora pasaban a vivir de la mierda de los pájaros y del grumo blanco y brillante de las salitreras. Perú creía que era independiente, pero Inglaterra había ocupado el lugar de España.
El país se sintió rico. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir a las finanzas inglesas.» En 1868, según Romero, los gastos y las deudas del Estado ya eran mucho mayores que el valor de las ventas al exterior. Los depósitos de guano servían de garantía a los empréstitos británicos, y Europa jugaba con los precios; la rapiña de los exportadores hacía estragos: lo que la naturaleza había acumulado en las islas a lo largo de milenios se malbarataba en pocos años. Mientras tanto, en las pampas salitreras, cuenta Bermúdez, los obreros sobrevivían en chozas «miserables, apenas más altas que el hombre, hechas con piedras, cascotes de caliche y barro, de un solo recinto».
La explotación del salitre rápidamente se extendió hasta la provincia
boliviana de Antofagasta, aunque el negocio no era boliviano sino peruano y,
más que peruano, chileno. Cuando el gobierno de Bolivia pretendió aplicar un impuesto a las salitreras que operaban en su suelo, los batallones del ejército de Chile invadieron la provincia para no abandonarla jamás. Hasta aquella época, el desierto había oficiado de zona de amortiguación para los conflictos latentes entre Chile, Perú y Bolivia. El salitre desencadenó la pelea. La guerra del Pacífico estalló en 1879 y duró hasta 1883. Las fuerzas armadas chilenas; que ya en 1879 habían ocupado también los puertos peruanos de la región del salitre, Patillos, Iquique, Písagua, Junin, entraron por fin victoriosas en Lima, y al día siguiente la fortaleza del Callao se rindió. La derrota provocó la mutilación y la sangría de Perú. La economía nacional perdió sus dos principales recursos, se paralizaron las fuerzas productivas, cayó la moneda, se cerró el crédito exterior.
Bolivia, por su parte, no se dio cuenta de lo que había perdido con la guerra: No sólo su salida definitiva al mar sino tambien la mina de cobre más importante del mundo actual, Chuquicamata, se encuentra precisamente en la provincia, ahora chilena, de Antofagasta. Hubo un gran patriota argentino que abandonó su carrera política y luchó contra Chile en el morro de Arica, rindiéndose mal herido y cuasi fusilado....Años despues fue un digno Presidente de la Nación Argentina (lo que no es poco) Roque Sáenz Peña.

martes, 4 de junio de 2013

Felipe Varela

Por el Dr. José María Rosa
Alto, enjuto, de mirada penetrante, severa prestancia, y cuidados modales, Felipe Varela era el tipo de hidalgo manchego que todavía se conserva en las viejas provincias del interior. Se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Este catamarqueño –había nacido en Valle Viejo- arraigado en Guandacol era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura.
Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de abatir endriagos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría.
Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la Nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la Nación) se lo había borrado del cuadro de jefes. No se le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran "bandolero" como a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio, en Chile. Allí asistió dolido a la iniciación de la guerra de la Triple Alianza y palpó en las cartas recibidas de su tierra su impopularidad. Le ocurrió algo más: presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez. enterándose con indignación que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del antiamericanismo del gobierno de su país. Cuando llegó a saber en 1866 el texto del Tratado de Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y dos cañoncitos (los bocones los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó con ellos unos cuantos exiliados argentinos, federales como él, esperando el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando esta se hizo practicable, al principio del verano, la noticia de Curupayty sacudía a todo el país. ¡Ah! Olvidaba: también gastó su dinero en una banda de musicantes para amenizar el cruce de la cordillera y las cargas futuras de su “ejercito". Esa banda crearía la zamba, canción de la "Unión Americana" en sus entreveros, y la más popular de las músicas del Noroeste argentino.
A mediados, de enero está en Jáchal, provincia de San Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien plazas, sus bocones y su banda de música corrió con el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos y cientos de gauchos de San Juan, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba, sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia ensillaron el mejor caballo y con otro de la brida fueron hacia Jáchal. A los quince días de llegado, el “ejército" del Coronel tenía más de 4.000 plazas. Por las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la Republica:
..
"¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupayty. Nuestra Nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
¡Basta de victimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia!. ¡Cincuenta mil victimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste situación que atravesamos!
¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lagrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!.
Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión con las demás repúblicas americanas.
¡Compatriotas! Al campo de la lid os invita a recoger los laureles del triunfo o de la muerte, vuestro jefe y amigo.
CORONEL FELIPE VARELA".

Por todos los pueblos del oeste debió correr la cuarteta recogida por Antonio Carrizo en su Cancionero de La Rioja:

De Chile llegó Varela,
Y vino a su Patria hermosa.
Aquí ha de morir peleando
por el Chacho Peñaloza.

sábado, 1 de junio de 2013

“La Herida Abierta: Nuestras Malvinas” 2da parte

Por José Luis Muñoz Azpiri (H)
A partir de 1810 las Islas Malvinas estuvieron acéfalas y prácticamente abandonadas hasta 1920, mientras nubes de balleneros asolaban la región. El gobierno de Buenos Aires encargó al capitán David Jewett, comandante del corsario “La Heroína”, para que “tomara posesión de las islas en nombre del país a que éstas pertenecían por ley natural”. A pesar del escorbuto y de la indisciplina de la tripulación, Jewett tomó posesión de las islas el 6 de noviembre de 1820 y leyó una declaración al pie de la bandera celeste y blanca enarbolada por primera vez sobre el destruido fuerte, disparando una salva de 21 cañonazos.
En medio del caos político del año 20, cuando se había disuelto el gobierno nacional, se afianzaban sin embargo los justos títulos argentinos en presencia de ciudadanos de Estados Unidos y de súbditos británicos. Numerosos diarios se ocuparon repetidamente de este episodio, la “Gaceta de Salem”, el “Redactor de Cádiz” y más tarde “El Argos”, sin que hubiera protesta inglesa o norteamericana.
En 1821 la Honorable junta de Representantes dicta un reglamento de pesca al cuál debían ajustarse los extranjeros que viniesen a realizar tareas vinculadas a la caza y pesca, de acuerdo a normas corrientes en los países civilizados y al derecho internacional.
Viene a continuación la maravillosa acción colonizadora del hamburgués Luis Vernet, de origen francés, pero educado durante ocho años en Filadelfia, verdadera fragua de emprendedores. Su biografía es fascinante, de no haber existido la usurpación es probable que los cimientos de colonización de Vernet hubieran desarrollado una Vancouver argentina en las islas. Merece destacarse la magnitud heroica y la alta jerarquía de su empresa de poblamiento, dirigiendo numerosas expediciones iniciadas como particular en 1826; y luego, por decreto del 10 de junio de 1829, a cargo de la comandancia política y militar con sede en la Isla Soledad, y con un radio de acción que comprendía a las islas adyacentes al Cabo de Hornos en el Océano Atlántico.
Con genial capacidad de organización y férrea voluntad llevó la colonia a un alto grado de prosperidad. Aplicó la ley sobre pesca en forma suave, cortes y moderada. En cierto momento se vio obligado a detener a tres pesqueros norteamericanos perfectamente notificados de las reglamentaciones vigentes que habían cometido graves violaciones al entorno, atentado contra la propiedad de los colonos y los bienes del país.
Más de 60 embarcaciones inglesas y norteamericanas repetían anualmente saqueos exterminando en orgías sangrientas de depredación las poblaciones de focas. Las goletas “Harriet”, “Superior” y “Breakwater” fueron apresadas por Vernet y en una de ellas se trasladó a Buenos Aires para platear la cuestión legal correspondiente.
El cónsul norteamericano reaccionó de la forma habitual en que actúan los norteamericanos cuando les tocan sus intereses, legales o no. Jorge W. Slacum, cónsul, y el capitán de la “Harriet”, representante de los intereses comerciales de EE.UU, intrigan y confabulan con el cónsul británico, Mr. Parisch en una suerte de tragedia de las imposturas. Al arribar a Buenos Aires la poderosa corbeta de guerra “Lexington”, al frente del capitán Duncan, suerte de Ahab encolerizado, verdadero personaje de las letras de Melville, asumen arbitrariamente la autoridad del gobierno de los Estados Unidos y deciden destruir a Puerto Luis y a la colonia en ella radicada, acusando de piratería la actuación de Vernet y sus dependientes. Cometiendo un fragante atentado contra el derecho de gentes la colonia fue arrasada con un ensañamiento brutal. El representante Baylies, designado por el temperamental presidente Jackson, considera correcta esa particular interpretación de la Doctrina Monroe. En 1982 la interpretarían de la misma forma.
Sin embargo, “El Redactor” de Nueva York alzó una voz valiente a favor del derecho argentino y al hacer el balance de la actuación de Baylies insistió en juzgar el ataque de la “Lexington” así como el comportamiento de su comandante, como una atroz infracción al derecho de gentes. El periódico exigía una reparación satisfactoria, porque tanto el cónsul Slacum como el comandante Duncan sabían muy bien que Vernet, el gobernador de las Malvinas, había sido puesto allí por el gobierno de Buenos Aires y que por consiguiente éste era en todo caso responsable de las acciones de aquel. Y añadía: “Si el presidente mismo de los EE.UU., según lo indica en su último mensaje, al dar las órdenes a la fragata que fue a las costas de Sumatra a castigar un acto de piratería cometido por habitantes contra un buque angloamericano, lo primero que encargó a aquel comandante fue que averiguase si aquellas gentes pertenecían a un gobierno capaz de mantener relaciones regulares con naciones extranjeras, y en este caso demandasen de él la satisfacción debida. Dado estos antecedentes, ¿cómo podía aprobar ahora, que sin tener siquiera esta misma consideración con un gobierno reconocido y hermanado, se tomase un comandante de una corbeta la libertad de hacerse la justicia por su mano contra una población indefensa sorprendida con engaño? Seamos justos, convengamos en que aquel acto fue un cruel abuso de la fuerza y de la amistad”.
Fueron inútiles las notas magníficamente fundadas del ministro Tomás Manuel de Anchorena, como la representación de Carlos María de Alvear en Estados Unidos. Otro tanto ocurrió – continúa González Costa – con el alegato formidable posteriormente redactado por Quesada presentado al presidente Cleveland (1885-1889) y (1893-1897) en su primer período, en el cual trató desconsideradamente al nuevo enviado argentino Don Luis L. Domínguez en 1883 y luego en su mensaje al Parlamento en 1885 “niega todo derecho a derecho a discusión y considera que la reclamación está totalmente desprovista de base”.
Recomendamos la lectura de un fallo de la Corte Federal de Massachussets en que a raíz de la presentación de Davison, el antiguo patrón de la goleta “Harriet”, dejada en Buenos Aires, sienta la jurisprudencia de que la demanda de justicia y de reparación debía ser presentada en los tribunales del país, tal como destaca Paul Groussac en su libro “Las Malvinas”.
Lo peor de este inaudito y repugnante episodio es que fue el prolegómeno del golpe de mano que con sigilo estaba preparando el ministro inglés Palmerston. Para ello no se escatimaron medios para solventar misiones de espionaje y reconocimiento que, aún hoy, son presentadas cándidamente como “viajes científicos”. En especial el del célebre navegante Robert Fitz Roy (1805-1865) que empezó sus exploraciones en 1826 en calidad de capitán del “Beagle” que acompañaba al “Adventure”.
Reconoció en 1827 los canales fueguinos. En 1830 volvió a Inglaterra con cuatro nativos que fueron presentados al rey Guillermo IV y a la reina Adelaida. Volvió en la “Beagle” en 1832 al Cabo de Hornos, con él venían Charles Darwin y un misionero. En 1834 reconoció y navegó el río Santa Cruz y en 1848 se informó en la Cámara de los Comunes que los mapas desde el Cabo de Hornos al Río de la Plata se hacían con los datos de Fitz Roy.
En 1829 se intensificaba la ocupación de Australia. Era el deseo ardiente de dominar las rutas de navegación y la llave de los dos océanos. En mapas de fecha no muy lejana a la actual aparecía la Patagonia como jurisdicción inglesa.
Palmerston ordenó en 1832 a la escuadra inglesa de Río de Janeiro despachar navíos para apoderarse de las Malvinas con el título de “Depósito de Pesquerías de ballenas del Sur” queriendo convertirlas en un nuevo Gibraltar. Palmerston aplicaba el principio de “Civis Romanus Sum” y así Inglaterra tenía el derecho de intervenir en cualquier punto en donde existiera un comerciante británico que reclamara protección, ya fuera para su persona, ya para sus intereses. Con mayor razón en las repúblicas americanas, simples clientes de Inglaterra y en continuo estado de guerras civiles. No muy diferente es el estado de cosas en nuestro Bicentenario, pero con el aditamento de argumentos novedosos como “deseos de autodeterminación”, “armas de destrucción masiva”, “santuarios del terrorismo”, “nido del narcotráfico” y otras imaginativas excusas para intervenir en territorios soberanos.
El gobierno británico reconoció la independencia argentina en 1823 y en 1825 firmó un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con las Provincias Unidas del Río de la Plata, que quedó ratificado ese mismo año, sin hacer reserva alguna de derechos o soberanía sobre las islas Malvinas. Así lo reconocería el historiador canadiense Ferns, quién después de estudiar la cuestión a la luz de la documentación inglesa comentó que “los británicos se habían apoderado de las islas Malvinas a pesar de un Tratado”. En efecto, una década después del reconocimiento y siendo pacíficas las relaciones dentro de un interesante marco comercial, Gran Bretaña fue el país agresor en una larga e inconclusa disputa sobre las islas Malvinas, que los ingleses dieron en llamar “Falkland Islands”. Recién en ese momento el gobierno británico, sin aludir mayormente a los orígenes históricos de sus pretensiones, invocó el convenio con España de 1771, aduciendo que “jamás ha existido una promesa formal de abandono”.
Después de los hechos provocados por la corbeta “Lexington”, el gobierno de Buenos Aires nombró en la Comandancia de Malvinas al mayor Esteban Mestivier, quién fue asesinado durante un motín de presidiarios que habían sido llevados para conformar una colonia penal.
Por entonces el embajador argentino en Londres, Manuel Moreno, en una nota reservada al Ministro de relaciones Exteriores Manuel García, advirtió el peligro de una invasión inglesa a las islas, según indicó José Luis Muñoz Azpiri en su “Historia Completa de las Malvinas”: “Se está preparando silenciosamente con mucha actividad y puede comprometer dentro de poco los derechos del país, su dignidad y sus destinos”, decía Moreno.
Tal vez por ello en octubre de 1832 arribó a Soledad la goleta argentina “Sarandí” comandada por el capitán José María Pinedo, con instrucciones públicas de sofocar el motín de los reclusos y continuar con la política pesquera en aguas argentinas, pero posiblemente tuvo instrucciones secretas respecto del peligro de una invasión británica.
El 3 de enero de 1833 una corbeta del Almirantazgo, la “Clío”, desembarca 18 soldados en Puerto Soledad y enarbola la bandera inglesa en las islas, donde - a excepción del breve interludio de la recuperación en 1982 - flamea imperturbable hasta hoy.
Ninguna resistencia se opone al invasor. El jefe argentino es sometido a un consejo de guerra, la mitad de los jueces dictamina que es culpable de la pérdida de Puerto Soledad. Salva la vida por milagro, no sabemos si aconteció lo mismo con su honor. En el sumario y en el consejo de guerra la versión que éste da, difiere de la que sostendrán luego otros testigos. Pinedo pasó revista a su tripulación y declaró que la mayoría eran ingleses, incluidos oficiales y tropa. Pero el teniente graduado Roberto Elliot afirmó que eran norteamericanos, con excepción (en la oficialidad) del piloto práctico que era inglés.
A las 4 de la tarde Pinedo reunió a todos los oficiales de guerra de la “Sarandí” y les planteó la situación. Elliot dijo que todos se inclinaron por la resistencia, excepto el práctico, que según hemos dicho era inglés, pero que se comprometía a conducir el buque con toda seguridad. Agregando: “Subimos a cubierta y Pinedo convocó a los oficiales de Mar, donde les exigió que le ayudasen con todo su esfuerzo durante 10 días, que si vencidos éstos no había ningún arribo desde Buenos Aires, lo abandonaría todo y volvería a su destino”. Aquí se produce la discrepancia más grave. Elliot sostiene que todos se pronuncian por la afirmativa. Pero Pinedo manifestó que todos eran ingleses y que no podían hacer fuego a su pabellón.
Su único ímpetu de rebeldía fue dejar izado en tierra el pabellón argentino a cargo del capataz argentino Juan Simón, hombre de la época de Vernet, a quién nombró también “Comandante político y militar de las islas”. Pinedo intentará justificar su actitud, explicando que sus fuerzas eran muy inferiores. Pero Elliot negará tal afirmación. No en vano, destaca Héctor Raúl Ratto en su “Historia de Brown”, que el almirante intentó en dos oportunidades separar a Pinedo de la Armada disconforme con su actuación. Inexplicablemente este sujeto gozó la titularidad de una calle de Buenos Aires y de una torpedera.
Cinco años después, en la isla Martín García, ante circunstancias muy similares, un puñado de argentinos, demostrarían al mundo cómo se defiende, con dignidad y heroísmo, la soberanía de la patria y el honor de su bandera.
El acta levantada el 10 de octubre de 1832 por el comandante de la goleta de guerra “Sarandí”, el coronel de marina José María Pinedo, y cuyo original se encuentra en el Archivo General de la Nación, indica que todas las fuerzas nacionales en Puerto Soledad se comprometieron a “defender y sostener hasta el último trance el pabellón de la República Argentina con arreglo a las instrucciones de la autoridad suprema de la provincia de Buenos Aires”. Este solo dato señala que se esperaba de un momento a otro el asalto inglés y que no se supo enfrentar el ataque con pericia y decisión. ¿Desproporción de fuerzas? ¿Debilidad? La generación que contaba con cuarenta y cinco años en 1833 había derrotado en 1807 en Buenos Aires a fuerzas inglesas setecientas veces superiores, marchando a través de calles “sembradas de cadáveres ingleses”, según narra Saavedra. Doce años después, en 1845, la misma generación enfrentaría heroicamente a doce barcos y un centenar de cañones británicos y franceses obligando al primer invasor a firmar una paz por separado (paz de Obligado, 1849).
Un pequeño grupo de gauchos e indios, capitaneado por Antonio Rivero, resistirá la invasión inglesa. Será derrotado poco después y enviado a Londres. Eran parte del contingente de gauchos de Carmen de Patagones, que el Gobernador Vernet llevó a Malvinas, porque, según él mismo lo expresara, eran los más aptos, los mejor dotados y preparados en todo sentido para desempeñarse allí y para, en caso de ataques externos, internarse en las Islas y contraatacar en el momento oportuno.
Fue exactamente lo que hicieron en 1833 y 1834 los gauchos Antonio Rivero, Juan Barrido, Manuel Godoy, Felipe Salazar, N. Latorre, Manuel González y Luciano Flores, hasta que superados en números y recursos debieron rendirse después de seis meses de tener enarbolada allí la enseña nacional. Se les hizo un proceso en el buque “Spartiate”, de la estación naval de América del Sur. Tan inicuo, que el almirante inglés no se atrevió a convalidarlo, y prefirió desprenderse del asunto desembarcando a Rivero y los suyos en la república oriental del Uruguay. El cabecilla fue dado de alta en el ejército argentino por Rosas, para morir, como era su ley, el 20 de noviembre de 1845 peleando contra los ingleses en la Vuelta de Obligado.
La personalidad de Antonio Rivero ha sido motivo de discusión por parte de los historiadores, a pesar de su heroica y esforzada vida. Ocurre que algunos se basaron en crónicas de origen británico sobre la sublevación gaucha, según las cuales era un criollo pendenciero. En realidad, todos lo gauchos lo eran en esa época, José María Rosa criticó el dictamen de la Academia Nacional de la Historia, donde se juzgó con documentos británicos la actitud de argentinos que quisieron vivir bajo su propio pavés, arriando la bandera inglesa en Puerto Soledad.
Demás está decir que los anglosajones, fieles a su historia, no sólo desalojaron a los pobladores, sino que también se quedaron con sus propiedades, bienes y 30.000 vacas que pertenecían a los argentinos.
Buenos Aires sufrió una conmoción similar a un terremoto al tener noticias del gravísimo atentado a la soberanía y dignidad argentina. A pesar de la anarquía política que puso en serio aprieto a las autoridades para evitar más enojosos incidentes diplomáticos que la debilidad del país no permitía afrontar con éxito.
El ministro Maza presentó de inmediato una enérgica reclamación ante el cónsul inglés y al poco tiempo lo haría en Londres nuestro representante Manuel Moreno, hermano del prócer de mayo, en una amplia nota que a pesar de sus imperfecciones, era una defensa satisfactoria de los inalienables derechos argentinos sobre las islas Malvinas. El problema fue progresivamente perdiendo su carácter agudo ante las guerras civiles y las dificultades internas.
Existe la leyenda, todavía en circulación entre los sectores recalcitrantes de la llamada “historia oficial” sobre un pretendido trueque por parte de Rosas. La entrega de las islas Malvinas al usurpador británico a cambio de la cancelación del empréstito Baring constituye otro eslabón de la cadena de difamaciones a la que fue sometido este caudillo desde su destitución. En su obra Manuel Moreno, Marcial I. Quiroga, menciona que la transacción no “tenía probabilidad de ser practicable” porque suponía el reconocimiento inglés de la soberanía siempre negada con pretextos legales y seguramente se traduciría en la necesidad de negociar las indemnizaciones que reclamaba la Confederación desde la usurpación en 1833. Ferns agrega que entre los “documentos del Foreign Office no hay ninguno que (…) pruebe” el ofrecimiento de marras. El mismo Juan Bautista Alberdi, que combatió a Rosas tanto en conspiraciones como con la pluma desde 1838, en sus conocidas críticas a la Constitución del estado de Buenos Aires de 1854, reconoció que “Rosas defendió siempre la integridad argentina, disputando las islas Malvinas y el Estrecho de Magallanes”.
Después de Caseros continuaron las mismas dificultades y se fue realizando penosamente la llamada Organización Nacional. Las constantes incursiones de indios salvajes de la pampa y la Patagonia, proveniente – y estimulada – desde Chile en verdaderas cabalgadas de saqueo, llegaban o flanqueaban el río Salado. Además, la nacionalidad estuvo a punto de disolverse en varias oportunidades.
El problema de las Malvinas fue actualizado por una magnífica carta enviada en 1869 por el Comodoro Augusto Lasserre (1826-1906) a José Hernández, el autor del Martín Fierro, que la publicó en diario de su dirección y propiedad “El Río de la Plata”, cuya imprenta y dirección estaba en la calle Victoria Nº 202. Se publicó en el Nº 86 del 19 de noviembre de 1869. A raíz del poco eco de su primera publicación en los diarios argentinos “El Nacional”, “La Tribuna”, “La Nación Argentina, “La República”, “Intereses Argentinos”, “La Verdad” y “La Prensa”, publicó Hernández un segundo artículo el día 20 que tampoco provocó reacción en el citado periodismo.

Solamente “The Standart” inglés, mencionó y tradujo en parte la carta del señor Augusto Lasserre. Por primera vez se publicó por el editor Don Joaquín Gil en un folleto de 53 páginas la carta de Lasserre y los artículos de José Hernández, el 15 de julio de 1952.
La conciencia nacional sobre las islas Malvinas superó siempre las diferencias políticas: es una causa argentina.
Caído Rosas después de la batalla de Caseros, cuando el estado de Buenos Aires se encontró escindido de la Confederación Argentina, su Constitución de 1854 dispuso en el artículo 2º que su territorio se extendía norte-sur “hasta la entrada de la cordillera y el mar”, comprendiendo las islas adyacentes a sus costas
marítimas, en clara alusión a las Malvinas.
Al incorporarse la Provincia de Buenos aires a la Nación Argentina en 1860 los gobiernos nacionales continuaron reclamando los derechos argentinos. En 1878 se dictó la ley nacional 954 estableciendo una Gobernación en el Territorio Nacional de la Patagonia, con sede en Patagones. En 1884 se sancionó la ley 1592 de Territorios Nacionales. En 1943 se dictó el decreto 5626 creando la gobernación Marítima de Tierra del Fuego y en 1954 la ley 14.315 Orgánica de los territorios Nacionales, entre los que se encontró Tierra del Fuego, “con jurisdicción sobre el sector Antártico e islas del Sur Atlántico”.
Es preciso señalar que en 1946 Gran Bretaña, que amanecía victoriosa de la larga noche de la segunda guerra mundial, informó a las Naciones Unidas que las “Islas Falkland” formaban parte de sus posesiones coloniales. El presidente Juan D. Perón cuestionó esa inclusión y desde entonces en ese organismo internacional quedó trabada una disputa donde la Argentina exigió la devolución del territorio irredento.
Desde al año mismo del despojo, hasta el día de hoy las reclamaciones formales argentinas se han mantenido regular y permanente; al comienzo directamente ante
Gran Bretaña y luego ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no bien fue creada en 1945. Pero lo que nadie imaginó fue que la convicción al derecho a esa soberanía, se había instalado tan profundamente en el inconsciente nacional argentino, como fue demostrado en 1982.
La estrategia argentina, en el seno de la ONU, fue apoyada en uno de los documentos fundacionales de esta Organización Internacional: el Acta de Descolonización.
Buscaba obligar a gran Bretaña a que negocie – con algunos criterios básicos – la soberanía de las Islas Malvinas con la Nación Argentina. Fue un largo y paciente proyecto que comenzó a dar sus frutos a los 29 años, cuando en 1965, nuestros diplomáticos (Zavala Ortiz – Ruda – Del Carril) obtuvieron la promulgación por parte de la ONU, de la Resolución 2065. Este histórico y trascendente documento reiterado por la Resolución 2621 en 1970, obliga a ambos países (Argentina y Reino Unido) a negociar pacíficamente la soberanía de dicho archipiélago, teniendo en cuenta los intereses (y no los deseos) de los isleños que la habitaban. Este criterio básico anulaba las pretensiones británicas – ya entonces asumidas por el Foreign Office – de la autodeterminación de los aproximadamente 3.000 habitantes que posee dicho territorio.
Para 1968, el gobierno Laboralista británico – entonces en el poder – acordó la firma con la Argentina de un documento diplomático bilateral llamado “Memorándum de entendimiento” cumpliendo con lo que dictaba la ONU, en el cual prometía el reconocimiento de la soberanía argentina, sobre las islas Malvinas, cuando los intereses de los isleños fueran – a juicio del gobierno británico – garantizados. Pero ese acuerdo no fue oficialmente promulgado pues para entonces acababa de integrarse a la escena un nuevo – y contundente – factor.
La expedición científica británica, de Lord Shackleton, informaba secretamente a su gobierno (ahora del Partido Conservador) que existían serias probabilidades que en el subsuelo de dicha área en disputa, se encontrara la cuenca petrolífera cuyas reservas podría calcularse entre las mayores con que cuenta nuestro planeta. También informaba – en este aspecto públicamente – de las posibilidades pesqueras de esa zona y de la existencia, en el lecho oceánico, de nódulos polimetalíferos cuya futura explotación tecnológica era muy promisoria. Estas últimas posibilidades económicas no eran de decisiva importancia – al menos en lo inmediato – como las que prometían las petrolíferas.
Ante esta nueva expectativa comercial petrolífera (que se confirmaba posteriormente en la medida que crecía en el mundo la tecnología satelital para explorar el subsuelo) el gobierno británico cambió decididamente su actitud negociadora y se enfrascó en tácticas dilatorias – congelando las negociaciones sobre soberanía en curso con la Argentina desde 1965 – para ganar tiempo y poderse desligar de la tutela que sobre este asunto habían asumido las Naciones Unidas.
Así transcurrieron 17 años en que la Argentina se impacientaba por dilación en las serias y reglamentadas negociaciones sobre la soberanía que reclamaba la ONU y trataba lealmente – por su parte – de satisfacer los intereses de los isleños (Comunicaciones aéreas, Sanidad, Combustible, etc.) y ponía su máximo empeño en flexibilizar un serio acuerdo. Se producía, así, una situación paradojal: la nación usurpada financiaba al usurpador. Gesto de colaboración y amistad que jamás fue agradecido por los isleños, que nos profesan un rencor increíble desde mucho antes de la guerra. Gran Bretaña, por su lado, sólo busca ganar tiempo y espacio político internacional, para quedarse con el petróleo de esa área marítima disputada – únicamente – por nuestro país.
Existe la hipótesis, desarrollada por varios analistas de reconocido prestigio, como Pio Matassi o Mariano César Bartolomé, que para consolidar su control e influencia en el Atlántico Sur, el Reino Unido de Gran Bretaña habría fabricado junto a EE.UU. una “pequeña guerra” en el área. La alianza neoconservadora entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher habría calculado que una victoria en esa guerra les permitiría establecer una fortaleza militar en el área, con capacidad de atacar cualquier blanco en el Cono Sur, proyectarse en el continente antártico, reclamar la condición de estado ribereño y dominar las Líneas de Control Marítimas del comercio energético del Medio Oriente, a la vez que adecuar las Islas para su inserción en la Iniciativa de Defensa Estratégica.
Pero para equipar y mantener dicha fortaleza se necesitaba una fuerte inversión gubernamental británica (difícilmente aceptable para su opinión pública interna) y sin contrariar – excepto con razón fundada – los dictados de la ONU y su imagen política internacional. El método más pragmático para obtener estos requisitos era lograr indirectamente que la Argentina se saliera del esquema diplomático negociador e iniciara lo que ellos bautizaron “una pequeña guerra” (Little War), según se desprende de las memorias del almirante Woodward.
Así estarían dadas las condiciones para iniciar los largos y costosos trabajos para instalarla. Por estas razones – a partir de mediados de la década del 70 y ya bajo el gobierno conservador de la Sra. Thatcher – se decidió en Inglaterra la planificación secreta de esta respuesta militar (naval) a la acción recuperadora argentina sobre el archipiélago, como una Hipótesis de Conflicto más dentro de las previsiones para la Defensa del Reino Unido. Por otra parte y en el momento oportuno, se instigaría con acciones políticas indirectas a la Argentina para que su gobierno perdiera la paciencia y ejecutara inicialmente la recuperación tal como ellos lo habían previsto en 1976.
Así se gestó, continúa Pio Matassi, en Gran Bretaña, la “pequeña guerra” de Malvinas para 1882. Hecho que colateralmente produciría réditos políticos internos, particularmente para el Conservadurismo británico que por entonces iniciaba la transformación de su economía hacia la “globalización, es decir, su subordinación a la esfera privada internacional que comenzaba – con la Sra. Thatcher al frente – a extender sus tentáculos materialistas por Occidente y, en consecuencia, creaba serios trastornos sociales en Gran Bretaña (huelga de los mineros, portuarios, empleados públicos, etc.) en vísperas de elecciones nacionales”
Es, evidentemente, una tesis provocativa, pero la historia contemporánea es generosa en situaciones conspirativas (el curioso hundimiento del acorazado “Maine” en la guerra hispano-yanqui de 1898, el “sorpresivo” ataque a Pearl Harbor en 1945, la supuesta existencia de “armas de destrucción masiva” en la Guerra de Irak, por citar algunos sospechosos ejemplos). Pero en este caso particular, la “pequeña guerra” se salió de su cauce previsto; no solo por la inesperada y eficaz resistencia argentina que produjo tremendas pérdidas en la flota atacante, sino por la sorprendente solidaridad de los países de Hispanoamérica, que enterraron la balcanización impuesta por la cancillería inglesa y sentaron, en ese momento, las bases constitutivas de la actual Declaración de Cancún y del UNASUR.

Resumiendo:

- Las Malvinas son argentinas. Porque fueron españolas

- Las Malvinas son argentinas. Porque son la prolongación de la Patagonia.

- Las Malvinas son argentinas. Porque se alzan en la plataforma submarina del Atlántico Sur.

- Las Malvinas son argentinas. Porque están bañadas en el Mar Epicontinental Argentino.

- Las Malvinas son argentinas. Porque así lo aceptó Inglaterra en el Tratado de Paz y Amistad de 1825.

- Las Malvinas son argentinas. Porque ninguna nación del mundo puede presentar mejores títulos para su posesión y dominio que la República Argentina.

- Las Malvinas son argentinas. Porque Inglaterra no protestó por los actos de posesión y afirmación nacional cumplidos en Puerto Nuestra Señora de la Soledad por la Fragata “Heroína en 1820, y el bergantín “Belgrano”, en 1825.

- Las Malvinas son argentinas. Porque Inglaterra no protestó por la ley de Buenos Aires de 1821 acerca de la caza de anfibios en las costas patagónicas e islas adyacentes.

- Las Malvinas son argentinas. Porque Inglaterra no se opuso a los contratos de explotación y pesquería suscriptos por el gobierno argentino con Pacheco, en 1823, y Vernet, en 1828.

- Las Malvinas son argentinas. Porque sobreviven importantes reliquias toponímicas y folklóricas del antiguo dominio argentino en las islas, tales como el nombre criollo de numerosos lugares y la designación, también criolla, sin excepción, de todos los aperos y pelajes del caballo, compañero inseparable del gaucho y el indio y que fue como un asta para la bandera que anduvo sobre él”.

- Las Malvinas son argentinas. Porque así lo expresa categóricamente la Constitución Nacional: “La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional”.

- Las Malvinas son argentinas. Porque, tal como lo planteó el internacionalista uruguayo Héctor Gros Espiell, jamás ha existido en las islas Malvinas durante la ocupación inglesa un pueblo, en la acepción que la expresión tiene en el derecho Internacional actual. Un pueblo, en sentido jurídico internacional, es una comunidad humana con historia y una conciencia de su individualidad, que desea mantener su carácter propio, su querer vivir colectivo, mediante un status jurídico que asegure la preservación de su ser específico, que no se reconoce inmerso en la colectividad nacional de la potencia colonial y que siente como una afrenta el dominio colonial y extranjero que lo subyuga.

- Las Malvinas son argentinas. Porque en vista de lo antedicho, cuando no existe un pueblo como titular del derecho a la libre determinación y cuando, además, el territorio usurpado por la potencia colonialista formaba parte del estado al que la agresión imperialista desmembró, la aplicación correcta del principio de la libre determinación exige que ese territorio sea reintegrado al del Estado del que arbitrariamente fue separado.

- Las Malvinas son argentinas. Porque el principio de autodeterminación fue descaradamente desestimado en 1971 con los pobladores nativos y originarios de la isla Diego García ubicada en el Océano Indico. La población, en su totalidad, fue deportada a cientos de kilómetros para instalar una base norteamericana merced a un acuerdo secreto con el Reino Unido dada su importancia estratégica (similar a la de las Malvinas).

- Las Malvinas son argentinas. Porque son las islas del tesoro negro. Según el gobierno isleño, hay el equivalente a más de 60.000 millones de barriles en las aguas adyacentes al archipiélago. Otros cálculos más conservadores hablan de 18.000 millones de barriles. En cualquier caso, es una riqueza que supera por amplísimo margen las reservas totales de crudo de la Argentina y Gran Bretaña.

- Las Malvinas son argentinas. Porque ni el acta de rendición de Puerto Argentino del 14 de junio de 1982, ni los acuerdos debatidos en España a partir del 17 de octubre de 1989, ni la declaración (o tratado) de Madrid del 15 de febrero de 1990 cerraron el debate relativo a la soberanía nacional sobre las islas, dado que el 5 de noviembre de 1982 la ONU declaró que la cuestión de la soberanía debía resolverse mediante negociaciones e instó a negociar entre las partes. Es decir, las Naciones Unidas dejaron bien claro que la guerra no resolvió el diferendo territorial.

- Las Malvinas son argentinas. Aunque ciertos operadores nativos del “mundialismo” y la “globalización”, intentan imputar a un supuesto “territorialismo” nacionalista la falta de “realismo periférico” y el aislamiento internacional; con el consiguiente desaliento de inversiones externas, sin aclarar los motivos de la voracidad territorial de los países centrales sobre la periferia.

- Las Malvinas son argentinas. Y no un páramo helado que da pérdidas. Por eso Inglaterra no las ha devuelto ni tiene intención de hacerlo. Este criterio lo ha repetido – y continua haciéndolo – cierto sector de ignorantes que repiten una falacia hábilmente impuesta por la anglofilia y los medios de comunicación financiados desde Londres. Por el contrario, son el reservorio de alimentos y energía del futuro y la llave natural de comunicación interoceánica, en caso de inutilización del Canal de Panamá.

- Las Malvinas son argentinas. Porque la Guerra del Atlántico Sur no fue una querella e privada entre dos aficionados al whisky – la Dama de hojalata y el General de charretera y moña – con el objeto de apuntalar sus respectivos frentes internos erosionados por el descontento popular. Fue la eclosión de una escalada que comenzó en el año 1975 (retiro de embajadores, disparos disuasivos del destructor Storni, etc.) cuando se dimensionaron las gigantes reservas de petróleo que podía contener el Mar adyacente a Malvinas y el Mar Epicontinental también.

- Las Malvinas son argentinas. Porque constituye la mayor controversia de soberanía existente en el planeta: un enorme espacio territorial marítimo, mayor aún que la superficie territorial argentina.

- Las Malvinas son argentinas. Porque quieren convertirlas en la cabecera de playa de las plataformas de los yacimientos del Mar del Norte en vías de agotamiento.

Las reservas del Atlántico Sur están estimadas en 6 billones de dólares, monto que representa 40 veces nuestra ilegítima deuda externa, o el producto interno bruto de nuestro país a lo largo de treinta años.

La posesión inglesa en las Islas Malvinas, basada en la agresión injusta y en el uso de la fuerza sirve de base para reclamar en forma arbitraria y ridícula supuestos derechos sobre la zona de proyección hacia el Polo Sur de las Islas Malvinas, pretendiendo que la Antártida Argentina, comprendida en esos límites, son “dependencias de las Islas Falkland”, como ellos la llaman.

Además del fundamento deleznable del derecho invocado, se desconoce la obra admirable de descubrimiento y ocupación permanente realizada en la inhóspita región por la República Argentina, desde hace más de medio siglo.

Las Malvinas son argentinas y la Antártida de los sudamericanos.