Rosas

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sábado, 28 de febrero de 2015

El "Mundo en que Vivimos" por Horacio Ballester

Comenzo el dia sabado en el Museo Juan Manuel de Rosas de Gral San Martín un ciclo de charlas sobre el turbulento siglo XXI.  El Coronel Ballester, testigo y actor de gran parte del siglo XX analiza eruditamente las grandes cuestiones del siglo XXI.
Previamente el Dr. Carlos Alberto De Santis recordo a nuestro querido compañero Mario Fraire, recientemente fallecido



Las tierras al sur del Salado I

por José Luis Muñoz Azpiri (h) (**)

     En los primeros meses del año 1833 comenzaron a moverse las columnas militares que, mediante un plan anticipadamente elaborado, ejecutarían un gigantesco operativo envolvente cuyos brazos se cerrarían sobre el Río Negro. Los libros de historia le asignan, en general, el nombre de Campaña del Desierto, anteponiéndole en algunas ocasiones el ordinal Primera, para distinguirla de la realizada por Roca cuarenta y seis años más tarde. Nosotros preferimos denominarla Campaña de Rosas al Sur, o bien Expedición de Rosas a los ríos Colorado y Negro; y es respecto a la misma a lo que vamos a referirnos.

            En 1890, la oficina de empadronamiento de los Estados Unidos de Norteamérica declaró de modo formal que el proceso histórico de la frontera había llegado a su fin. Dijo, en efecto, textualmente, que “la zona indefinida ha sido tan invadida por colonias aisladas, que difícilmente pueda afirmarse que existe una frontera”.

            En nuestro país existe una declaración formal paralela, concerniente a los militares, que fija implícitamente una fecha liminar como conclusión del proceso de nuestra frontera interior. Un decreto del Poder Ejecutivo, del 7 de noviembre de 1940, al reconocer servicios prestados al Ejército, dice que, “los militares que hubieran actuado en las campañas del desierto hasta el 31 de diciembre de 1917 serán considerados Expedicionarios del Desierto”.

            Destaca Homero Guglielmini que las fechas señaladas por esos actos oficiales (1890 y 1917, respectivamente) son, por supuesto, arbitrarias. “No hay manera posible de anunciar una fecha exacta para determinar el final de un proceso tan prolongado, complejo y fluido, como es el progresivo desarrollo de una frontera interior, la ocupación de los espacios vacantes o insumisos en poder exclusivo hasta entonces de las fuerzas elementales de la naturaleza, entre las cuales se encuentra el indio, el desierto y las inclemencias de la intemperie. Se trata de un movimiento eminentemente dinámico y potencial, en constante trámite interno de estabilización, en permanente proyección externa de avance, en perpetua transición conflictual y prospectiva”. (1)

            Las relaciones entre indígenas y europeos en el Río de la Plata nunca fueron cordiales, fueron desafortunadas desde el inicio, con la fundación de Buenos Aires de 1536. Los episodios de la destrucción de Buenos Aires figuran circunstancialmente descriptos en los grabados de L. Hulsius, de Nüremberg, quién ilustró el libro de Ulrico Schmidel, “Viaje al Río de la Plata”, donde se relatan las peripecias de la expedición de D. Pedro de Mendoza. El esmeril del hambre había limado la última diferencia entre la civilización transoceánica y el salvajismo caníbal. Posteriormente, las relaciones de indios y españoles fluctuaron entre la convivencia y la guerra franca.

            Se fueron estableciendo, así, las llamadas fronteras interiores, que delimitaban las jurisdicciones del blanco y del indio, aunque no siempre los sistemas centrales y los regionales ejercieron la soberanía de hecho en sus respectivos territorios. La llamada “frontera” fue una línea móvil, barométrica, por ser índice de la potencialidad de cada uno de los grupos en pugna por el control del área. El “Desierto” argentino - árido o no - se caracterizó y se caracteriza no sólo por sus rasgos geográficos, sino también por sus elementos étnicos y, principalmente, por su situación socio-estructural. A partir de la década del 80 del siglo pasado, montado el desarrollo nacional en función de los intereses de la “pampa húmeda” (ligados a su vez, a intereses extranjeros), el desierto fue considerado “tierra de conquista”, para quedar luego en situación de dependencia respecto de los centros hegemónicos. Primero fue la confrontación entre la Civilización y la Barbarie, lucha que significó la extinción cultural y demográfica del indígena y el gaucho. Ahora es la confrontación entre el “desarrollo” y el “subdesarrollo” lo que produce el despoblamiento de las zonas áridas y semiáridas por las migraciones hacia los cinturones de las grandes ciudades. (2)

            Sin embargo, no siempre fue así. Al menos en el período que nos ocupa. Los territorios situados al sur de la frontera del Salado constituían una vastísima y feraz extensión de tierras donde el indio fue, en efecto, una presencia constante y significativa en la historia. argentina del siglo XIX, no sólo porque ocupaba y controlaba enormes porciones[i] del territorio sino, principalmente, por los complejos vínculo y lazos que conectaban ambas sociedades. A lo largo de la frontera, el comercio constituyó el eje de esas relaciones, pero con el comercio se filtraron múltiples influencias culturales. Hábitos, usos y costumbres de los blancos penetraron en la sociedad indígena en tanto los pobladores de la frontera adaptaban muchos elementos de los indios. El blanco empezó a apreciar la exquisita artesanía del cuero y la plata de las tolderías y el indio a calcular la cantidad de litros de alcohol de una vaca vendida en Chile.

            La concepción de fronteras y límites ha mantenido una diferenciación en la historia a lo largo de los tiempos. El término convencional de demarcación de un país con respecto a otro en la antigüedad partía de la consideración del propio país como centro de poder y civilización y al resto se lo consideraba pueblos bárbaros, obviamente desde la óptica de la superioridad cultural, política y militar del país en cuestión, y desde entonces se denomina límite a la localización geográfica de "tierra de nadie", que separa dos realidades, con una connotación política sobre una localización geográfica contrastable. Por ejemplo, en la Edad Media en la Península Ibérica, con la invasión de los musulmanes, y con la reconquista se modifica continuamente la demarcación geográfica, de uno al otro lado, a causa de una lucha militar permanente y resolutiva, y posteriormente y a partir de la independencia de los Estados Unidos, y sobre todo con la conquista del Oeste, este límite adquiere una movilidad hacia lo desconocido, desplazándose en el tiempo y en el espacio, y creando una historia cambiante, económica y cultural (3)
            En realidad, entendemos como límite la línea divisoria o lindera de reinos, posesiones, etc. mientras que frontera es el límite o confín de un Estado. Frederick Jackson Turner idea el término frontera, en 1893, en su obra "El significado de la frontera en la historia americana", y la hace sinónima del espíritu nacional norteamericano.

            El derecho internacional y público tiene para el vocablo frontera una definición precisa. Sin perjuicio de su utilidad la vida de las naciones, el siglo que corre ha mostrado la crisis de ese concepto fijo, signado como está por las nuevas técnicas armamentistas, las finanzas y las empresas trasnacionales, las áreas de dominio de los distintos poderes hegemónicos, la multipolaridad del universo económico y estratégico, etc. Esta crisis, que se pone en evidencia sustancial a fines de la Segunda Guerra Mundial, viene perfilándose desde comienzos del siglo pasado, y en realidad dio lugar a la creación de una nueva disciplina, combinación de historia, geografía política y estrategia militar: la Geopolítica. La definición de uno de sus creadores, Kjellen (4), está demostrando esa crisis y esa fusión de disciplinas: "La geopolítica es un punto de partida para un entendimiento diferente de la geografía política y de la estrategia de ocupación territorial de las naciones". Sin entrar en la historia de esta disciplina, es una realidad que este tipo de teorización incidió en las políticas imperialistas de las potencias centrales, por un lado, y de la periferia por el otro. Como resultado, la reflexión sobre el espacio y por ende sobre las fronteras nacionales o las áreas globalmente estratégicas, se ha ido convirtiendo en una orientación imprescindible que de hecho activó la reflexión sobre los espacios nacionales. Este proceso, se ha dado también - obviamente referido a la nación norteamericana convertida en poder hegemónico mundial, y relacionado con el papel estratégico y defensivo que con referencia a ese poder les cabe a las naciones americanas del resto del continente. (5)

            En este punto me agradaría hacer una aclaración. Entre las etimologías fantásticas que últimamente proliferan, hay una en particular que nos tiene singularmente hastiado: se trata de la definición “políticamente correcta” de “pueblos originarios” dado que según los iletrados que la utilizan (que van desde las más altas magistraturas hasta los militantes del común), aborigen significaría “sin origen”. Ab es preposición latina que significa “desde”, es decir, aborigen es el que está desde los orígenes, ya sean habitantes, plantas o animales. Las llamas eran aborígenes, pero las vacas no, por ejemplo.

            Los romanos llamaban aborígenes a los primeros habitantes, prerromanos, de Italia y consideraban esta palabra equivalente a indigenae (etimológicamente “nacidos u originarios del lugar”) y al griego autóchthones (”de la tierra misma”). Ahora se les ha dado por hablar de pueblos originarios, creo que por “corrección política”, de la misma forma que el eufemismo de “matrimonio igualitario” para parejas del mismo sexo, o “carenciado social” para las personas en situación de marginalidad, pues no entienden que significa aborigen y les parece que indígena tiene una connotación despectiva (lo relacionan erróneamente con indio, palabra que etimológicamente no tiene nada que ver). Y como suele suceder en estos casos, el remedio es peor que la enfermedad, porque el adjetivo originario necesita una indicación del lugar, y los inmigrantes y sus descendientes también son originarios de un lugar, aunque el lugar sea otro.


            Hecha esta aclaración, quisiéramos destacar que los contactos interétnicos no se limitaban a meras influencias culturales o intercambios comerciales. Cristianos o “huincas” - refugiados políticos, delincuentes escapados, cautivos de ambos sexos - vivían en las tolderías; tribus enteras, algunas numerosas como las de Catriel y Coliqueo, se encontraban establecidas en territorio blanco como aliadas y amigas y algunos caciques llegaron a ser considerados estancieros, como ocurrió en Bahía Blanca con Francisco Ancalao. (6) Un caso simbólico es el de los hermanos Pincheira, íntimamente relacionados con el período Vorogano (sobre el que hizo un interesante estudio Jorge Oscar Sulé en su libro “Rosas y sus relaciones con los indios”), estos militares criollos que como otros habían luchado por el Rey, fueron acorralados por las fuerzas republicanas chilenas en la proscripción y el bandolerismo, frecuentemente en compañía de indígenas que habían peleado del mismo bando. Perseguidos, cruzaron la cordillera y junto a sus aliados Voroganos vivieron, en buena medida, del saqueo de las tolderías tehuelches y pampas. Es que el crónico estado de guerra de las llanuras, refleja en parte la anarquía de los Estados en formación a uno y otro lado de la cordillera y de las parcialidades indígenas entre sí. Valga recordar que Andrés Bello - de modo precursor - sostuvo que nuestra Guerra de la Independencia es tipificable como intestina. Españoles metropolitanos, chapetones, estuvieron con la emancipación. A la monarquía fernandina, en cambio, fueron leales no pocos españoles indianos adscriptos al absolutismo, así como la muchedumbre indígena. Un dato poco mencionado es la lealtad del pueblo mapuche a la Corona.

            Ahora bien, ¿Eran los araucanos autóctonos del actual territorio argentino? Mucho se ha discutido esta circunstancia y diversas teorías se han presentado al respecto. A veces, documentos y vestigios arqueológicos resultan difícil de compatibilizar, o francamente divergen: la guerra de Troya, la invasión de los Dorios y la araucanización son algunos ejemplos. En tanto algunos los consideraban chilenos, otros han alegado que ya habitaban en la Pampa a la llegada de los conquistadores. En realidad, los araucanos son originarios de ambos lados de la cordillera de los Andes, fácilmente comunicables a la altura de los territorios que ocupaban, aunque en mayor número habitaran del lado del Pacífico. Al respecto, existen novedosos enfoques, como lo de los investigadores Daniel Villar y Juan Francisco Jiménez respecto a este proceso tan discutido y al territorio otrora conocido como Mamil Mapu. (7)

            Mamil Mapu significa país del monte en mapudungun, el idioma de la Araucanía progresivamente adaptado como lengua franca por las poblaciones indígenas del norte de la Patagonia y de la región pampeana desde el siglo XVII en adelante. Ese país del monte se correspondía con la región natural de igual nombre, un área en la que dominan el caldén y el algarrobo y que va desapareciendo gradualmente hacia el Este al hacerse prevalecientes los pastizales de la pampa bonaerense.

            No todos los indígenas del Mamil Mapu tuvieron el mismo comportamiento ante los españoles. Algunos comenzaron en actitud de abierta rebelión y, cuando creyeron llegado el momento o cuando las circunstancias los obligaron, pactaron con las administraciones coloniales de la frontera. Seguramente supusieron que, de esa forma, se verían favorecidos en la puja por las hegemonías regionales. Otros persistieron en su rebeldía, incluso al precio de su propia supervivencia. Aquellos y estos pagaron un alto costo en vidas, territorios y recursos. Aún cuando los primeros, asistidos por  el apoyo hispano-criollo, imaginaron que podían resultar vencedores en los conflictos entre nativos, lo cierto es que no lo fueron, si el éxito se midiese con relación a dichos costos. Dos civilizaciones extrañas, tras de cada una de las cuales se extendía un mundo del espíritu humano. El indio forrado en pieles y plumas, el conquistador en hierro. Aquellos hombres no tenían nada en común, salvo la carne.

            En realidad la Pampa estuvo habitada por otras tribus aparte de las que encontró Pedro de Mendoza al fundar por primera vez Buenos Aires, pero su identidad no está bien aclarada, dado su carácter nómade y su rápida desaparición, y finalmente, sólo quedaron los araucanos para desarrollar la actividad bélica contra los cristianos. Los indios araucanos recibieron diversos nombres en nuestro territorio. Se los denominó pampas, aucas, serranos, puelches, huiliches, ranculches o ranqueles, pehuenches, picunches, etc. Pero estos nombres se referían únicamente a su ubicación geográfica, o a las principales características de la misma, y no a diferencia raciales que, según se ha dicho, entre ellos prácticamente no existían, hablando todos la misma lengua, y considerándose “mapuches”, es decir, “hijos de la tierra”.

            Sin embargo, para ser exactos, a los araucanos debemos agregar los tehuelches o patagones, habitantes de la Patagonia que también llegaron a establecerse esporádicamente en algunos sectores de la Pampa. Estos indios, menos numerosos, racialmente distintos y de hábitos pacíficos comparados con los araucanos, se unían en algunas oportunidades con ellos para atacar a los cristianos, aunque generalmente los araucanos fueron sus más encarnizados enemigos, habiendo sufrido en sus manos terribles derrotas y, en los últimos tiempos de la guerra del Desierto, desaparecieron como factor bélico contra el invasor europeo, recostándose sus restos sobre los territorios australes.

            Pero más allá de la suerte de los protagonistas, la gesta de los rebeldes constituyó un capítulo más en el interesante y complejo proceso de migración de poblaciones de la Araucanía hacia Puel Mapu, el país del este, es decir, las mencionadas tierras del norte patagónico y de la región pampeana. Esa migración existió desde antiguo, pero se intensificó cuando los españoles ocuparon Chile a mediados del siglo XVI, y se prolongó hasta la primera mitad del siglo XIX. Ocasionó la fusión y la fisión, la desaparición y el surgimiento de grupos indígenas en las regiones de destino. Por ejemplo, a ella se debe durante la segunda mitad del siglo XVIII, la constitución del grupo conocido como ranqueles, habitantes de Mamil Mapu.

            El proceso de araucanización de la Pampa fue largo y complejo y, como dijimos, parece haber comenzado en el siglo XII, sino antes en la región cordillerana - en la tierra de los pehuenches - para extenderse desde allí y en forma paulatina, hacia el sur mendocino y las llanuras, proceso este que se desarrolló a lo largo del siglo XVIII, mediante la difusión de elementos culturales, de la lenta adopción de la lengua araucana y del desplazamiento de pequeños grupos de mapuches chilenos y de elementos araucanizados. El malón se transformó en una empresa económica colectiva capaz de unificar a los distintos grupos y aunar recursos, hombres y esfuerzos al servicio de esta actividad, sin duda la más rentable para el indio. Los ganados transitaban por caminos conocidos, aprovechando parajes con aguadas y pastos. A lo largo de los años, el continuo movimiento de los animales fue marcando esos caminos que se convirtieron en grandes arterias de circulación del territorio indio, las conocidas “rastrilladas”, de las que partía una cantidad de caminos menores que unían las distintas tolderías. El principal punto de convergencia de estos senderos, un punto estratégico, en el confín de la estepa y el monte de algarrobos y caldenes, donde desde el siglo XVIII se engordaba el ganado antes de arrearlo a Chile era Salinas Grandes. Tenían un claro proyecto hegemónico con el que tuvo que vérselas la diplomacia de Rosas ( hecha de pulso, gran habilidad y maña, según sus propias palabras).

            No obstante, algunos historiadores consideran que debe abandonarse la arraigada idea del nomadismo de los indígenas pampeanos dado que la población india estaba asentada en parajes bien determinados donde la presencia de pastos, agua y leña hacía posible su supervivencia. Algunos lugares, como las tierra vecinas a las sierras del sur bonaerense, los valles del oriente pampeano, el monte de caldén y los valles cordilleranos, fueron centros de asentamiento de importantes núcleos de población. La alta movilidad de los indígenas, determinada por la circulación de los ganados, no debe confundirse con nomadismo. En algunos casos, en el sur bonaerense o en zonas cordilleranas, puede hablarse a  lo sumo de un seminomadismo estacional determinado por las necesidades de movilizar los rebaños de los campos de verano a los de invernada (8)

            En sus excursiones para recoger el ganado cimarrón que poblaba la Pampa - alrededor de treinta millones de cabezas según cálculo de Azara - contribuyeron a su desaparición, a la par de los “accioneros”, es decir, los cristianos habilitados para efectuar vaquerías durante la época colonial, y los gauchos alzados. Extinguido el ganado cimarrón, los indios, que antes habían atacado a los “accioneros” considerando esos ganados de su propiedad, comenzaron a arrear el manso que los hacendados habían aquerenciado en sus estancias. Esto en la provincia de Buenos Aires tuvo lugar alrededor de 1740. Difícil es saber de qué lado se iniciaron las serias hostilidades que, desde entonces, se sucedieron y jalonaron de sangre la guerra del desierto. Podría pensarse que partió de los araucanos, necesitados de los animales - que ya no se encontraban en estado salvaje - con el fin de mantener su comercio con Chile. Pero también habría que culpar a los primitivos estancieros, que continuamente invadían las tierras de los indios, ignorando los tratados y cometiendo con ellos toda clase de tropelías, con lo que provocaban su lógica reacción.

            Para encarar la situación bélica se adoptaron varias medidas: una de ellas fue encargar a los padres jesuitas la evangelización de los indios estableciendo dos misiones; una cerca de la boca del río Salado y otra en la actual laguna de los Padres, cerca del cabo Corrientes (Mar del Plata). La segunda medida consistió en la construcción de varios fuertes y fortines para la defensa de la frontera, así como la creación de tres cuerpos militares armados de lanza, a los que se dio en nombre de Blandengues, ya que estos, al saludar a las autoridades cuando revistaban, hacían blandir sus lanzas. Fueron situados en los fuertes del zanjón, Luján y Salto, límite de las tierras hasta donde llegaban los indios. ¡Luján! Es sorprendente la corta distancia que separaba a Buenos Aires del territorio donde acampaban los ranqueles.

            Pero ninguna de las dos cosas resultó. Las misiones tuvieron que ser abandonadas a los pocos años dado que los naturales era irreductibles y los cuerpos militares se mostraron incapaces de contenerlos. No obstante, después de haber pasado períodos de cruenta guerra, la situación de los araucanos, durante los últimos años del período colonial, era circunstancialmente de paz. Los indios venían a comerciar a la misma ciudad de Buenos Aires (tal como se visualiza en las acuarelas de Pellegrini y Vidal) y los cristiano, a su vez, expedicionaban en gigantescas caravanas, a veces de centenares de carretas; como las migraciones de los pueblos bárbaros del Viejo Mundo, guiándose sólo por las estrellas y fuertemente custodiadas, hasta el corazón de la Pampa Virgen, para procurar la sal de Salinas Grandes (imprescindible para los saladeros).

            En los primeros tiempos de la colonia, la sal era traída de Cádiz. A medida que se fue transitando por el vasto territorio se localizaron salinas. Tal es el caso del vecino y estanciero de Luján, don Domingo de Izarra en 1668, que tras recorrer la zona sur bonaerense se encontró unas eflorescencias salinas cuyas capas blanquecinas revestían el suelo de las inmediaciones. Por ese motivo, a la zona se la denominó Bahía Blanca.

            El historiador Juan Beverina publicó en 1929 "Las expediciones a las Salinas", donde detalla estas riesgosas jornadas. Dada la escasea de sal en Buenos Aires, se creyó conveniente autorizar a los vecinos para que vayan a buscarla. Los primeros viajes estuvieron en manos de particulares con escasas garantías de seguridad. A partir de 76, se encargó el Cabildo de organizar las expediciones oficiales a las Salinas Grandes. Se aconsejaba salir en octubre o noviembre para que los pobladores de la campaña tuvieran tiempo para volver a recoger sus cosechas. Además, en este período, era más fácil encontrar agua y pasto para los bueyes y para el ganado que llevaban para el consumo durante el viaje.

            El gobernador emitía un bando donde se indicaba  fecha de salida, lugar de reunión de las carretas, composición de la escolta y nombre del jefe militar a quién se confiaba la empresa. Los puntos de reunión eran Luján, la Guardia de Luján (hoy Mercedes) y la laguna de Palantelen. Los concurrentes quedaban sujetos al régimen militar, teniendo el jefe amplia facultad para conservar el orden.


            El Cabildo proveía los fondos para los gastos de la expedición: alimentación y sueldo para el personal de la escolta, del cirujano, del capellán, del baqueano y obsequios para los indios (aguardiente, yerba, tabaco y azúcar). Esos gastos los cubría con el impuesto que debía pagar la carreta, a razón de una fanega (trece arrobas) o una fanega y media de sal de acuerdo a los costos del viaje. Cada vehículo podía cargar de 6 a 8 fanegas de sal, que luego vendía en Buenos Aires a buen precio, lo que explica la abundante concurrencia de carreteros.

            La distancia por cubrir era de 118 leguas, a razón de 6 leguas diarias. Debían sortear lugares difíciles, ya que al cruzar el río Salado se ingresaba en un territorio aventurado y turbulento, sometido al arbitrio del indio. Siempre estaba latente el fantasma del malón.

            Los grupos eran escoltados por los blandengues, fuerza militarizada acompañada por algunos cañones de pequeño calibre con su respectiva dotación de artilleros, lo cual constituía una efectiva medida de disuasión. No obstante, la voluntad de las tribus no siempre era beligerante o rapaz, el interés de los indios era cambiar sus tejidos pampas y sus piedras por aguardiente, yerba y azúcar, tarea que realizaban los bolicheros que acompañaban la expedición. También en las crónicas se relata que las caravanas eran acompañadas por bailes y canciones que con el tiempo se cimentaron en verdaderas tradiciones.. Una vez llegados a las salinas se establecía el campamento, que no difería mucho del castrum de las legiones romanas en el limes del Imperio, dado que se encontraban en las entrañas de un territorio ajeno y extraño.

            Se comenzaba de inmediato la extracción, con una barreta de hierro que rompía las capas de sal. Se amontonaba la sal en forma de pirámides y se lavaba el barro que pudiera tener con agua de la laguna. Cuando todas las carretas estaban cargadas, se iniciaba el viaja de regreso a la Gran Aldea. La voracidad de algunos carreteros que se excedían con la carga haciendo caso omiso a las recomendaciones de los organizadores de la expedición, hacía demorar el viaje por la frecuencia de las roturas de ejes y ruedas.

             Legando el convoy a destino, se pagaba el impuesto y los carreteros quedaban liberados para iniciar el comercio en Buenos Aires.
            En 1786 se pensó en incluir un topógrafo en las expediciones, para reconocer el terreno y levantar un plano del lugar, de manera de poder construir una fortaleza que los reguardara de los indios. De esa manera se hubieran podido reducir costos y evitar los peligros y la zozobra a las que estaban expuestas las caravanas, algunas de considerable magnitud como la de 1778 compuesta por 600 carretas, con sus capataces, carreteros y peones, con un total de 900 personas. Se sumaban unos 12.000 bueyes y 2.600 caballos acompañados por una escolta de 400 hombres. Había empresarios de la sal que participaban con 150 carretas; otros con 10 a 15 y otros que iban con una. Si bien los planos fueron presentados, nunca se llegó a construir la fortaleza.

            La paz con los indios prosiguió, podría decirse, hasta 1815. Pero la imperiosa necesidad de expandir las fronteras, a consecuencia de la valoración de los ganados que trajo el comercio libre, fue llevando a los cristianos a sobrepasar cada vez más el Salado. Algunos estancieros ya se habían establecido fuera de ese límite, manteniendo, con su conducta cordial, buenas relaciones con los indios. Uno de ellos fue Francisco Ramos Mejía en su estancia “Mirasoles”. Otro, Juan Manuel de Rosas, quién practicaba lo que denominó “el negocio pacífico con los indios” logrando no sólo que no atacaran sus establecimientos sino que hasta trabajaran muchos de ellos como peones en sus estancias.

            El caso de Ramos Mejía, “El confinado de Los Tapiales”, es singular. Había ¡comprado! a los indios las tierras de su estancia, en lugar de seguir la práctica habitual de arrebatarlas, y los adoctrinaba en su peculiar convicción religiosa, basada en la exégesis bíblica. Muchos indios trabajaban en su estancia y por su intercesión se había acordado la llamada “Paz de Miraflores”, rota unilateralmente por Martín Rodríguez, como tantas veces. Su figura trasciende el marco de la historia e incursiona en el terreno de la leyenda. Dice un autor: “El mismo día de la muerte de Ramos Mexía  su familia inició trámites para darle descanso en un sepulcro edificado en el parque de su chacra. Dos días con sus noches pasaron sin lograrse el consentimiento para la inhumación. Transcurría ya la tercera noche y Ramos Mexía continuaba entre cuatro hachones en una de las estancias de su casa. Imprevistamente, cuando ya clareaba, ocho indios pampas, de los que llegaron con él desde el Desierto y acampaban desde entonces en Los Tapiales, entraron silenciosamente en el cuarto del túmulo, tomaron la caja en la que Ramos Mexía yacía y marcharon con ella hasta el portalón. Allí lo posaron en una carreta y detrás de ella formaron cortejo con toda la indiada que estaba de guardia. El indio boyero movió su picana; chillaron los ejes y la lerda carreta inició su marcha, entre cercos de tunas y plantas esbeltas, con rumbo al Desierto. Los indios amigos montados en pelo, con el sol ya alto, cruzaron el río Matanzas y en señal de honra y a sones de duelo siguieron al carro que escoltado entonces por cañas tacuaras y gritos de teros, se perdió a lo lejos…”.

            Los hijos del Desierto se llevaron a quien consideraban propio. (9)

            Con el tiempo se produjo lo que se considera causa fundamental de la guerra: las invasiones indígenas – sus temibles malones – para robar los ganados vacunos y caballadas ya que, una vez agotadas sus haciendas de las cuales hicieron un comercio importante con los indios en Chile, no les quedó otro recurso que arrebatar los rodeos mansos de los pobladores de las campañas.
            Recordemos que los caballos y los ganados alzados se reprodujeron en escenarios feraces, atrayendo también a los aborígenes trasandinos. A pesar de su incremento natural, esos ganados se agotaron por el despilfarro de los aborígenes, ya sea por comercialización excesiva o por matanzas indiscriminadas para cuerear, a lo que hay que añadir la merma provocada por las epidemias y las dificultades del procreo. El ganado vacuno preñado debido a su menor movilidad, era mucho más fácil de capturar que el yeguarizo. Arreando masivamente con él los indios, puede destacar que a mediados del siglo XVIII quedó casi completamente extinguido.
            De esa manera, los aborígenes necesitaban hacienda vacuna porque algunas tribus se habían acostumbrado a consumirla y por la urgencia que tenían de llevarla a Chile para su comercialización. No trepidaron así, en tomarla de los rodeos cristianos, apacentados de sus poblados hacia afuera. Se originó de esa forma el malón – al que ya hemos mencionado – y que para los pueblos civilizados representó la invasión sin otro móvil que el robo. Por su parte, los indios araucanos, a menos de cien leguas de Buenos Aires seguían avanzando. Robaban ganado y mataban a sus dueños. Vacas y caballos que despojaban a nuestras llanuras, eran vendidos en el país trasandino. Obtenían con frecuencia armas, con las que combatían a los defensores de nuestras ciudades.
            Como es lógico, en Buenos Aires existía un gran temor de salir al campo a buscar ganado. Para el cristiano la situación resultaba insostenible. No podía desarrollar acción alguna sin que estuviese amenazado por el indio. Los viajes por las pampas eran verdaderas odiseas de imprevisible final. Aquellos pocos que se aventuraban a transitar por el desierto estaban en permanente zozobra, oteando la soledad y la lejanía a la espera de algún ataque.
            Lo evidente es que la escasez de ganado aumentaba y los indios se aproximaban cada vez más a Buenos Aires. A pesar de celebrarse algunos convenios pacíficos con los aborígenes, en 1740 los indios aucas que merodeaban por las cercanías del río Salado, asaltaron el 26 de noviembre el Pago de la Magdalena y asesinaron a 200 hombres, mujeres y niños, sustrayendo mucha hacienda.
            Con la población reducida y sin medios de acrecentarla, la ocupación de la tierra tenía que ser lenta. Por tal motivo, la autoridad se limitaba a la defensa y conservación del territorio poblado. De ese modo, resultaba difícil emplear los recursos estratégicos que la geografía argentina brindaba en muchos aspectos. Las fronteras tuvieron, precisamente, que avanzar empujadas por el crecimiento demográfico. En 1774 la campaña contaba sólo con 6.064 almas y, en consecuencia, el territorio que ocupaban era poco extenso. Cuando esa población se doblo en 1778, rebalsó la línea de defensa, circunstancia que obligó al Virrey Vértiz a adelantar las líneas fronterizas.
            Según documentación de esa época, se sacrificaban por año 600.000 animales, se utilizaban 150.000; quedaban para “banquete” de perros, cuervos y chimangos 450.000 animales. Esto representaba, incluido el desperdicio de sebo, cerdas y astas, ocho millones de pesos. Pero la abundancia disminuyó considerablemente por este derroche. Algún malón afortunado, llegó a llevarse una arriada de cien mil animales a la Cordillera.
            Cuando en 1801 la población ascendía a 32,168 almas, las líneas de fronteras ya resultaban inadecuadas, estrechas, deficientes. La necesidad de sobrepasarlas marcaba un movimiento natural.
            Los tratados de paz que se conservaban con los indios y el aumento constante de la población, determinó que hacia 1810 las estancias y chacras se extendieran más allá de los fuertes y fortines. Sucedía que, reiteradamente las poblaciones de los pastores se extendían más allá de la mal defendida frontera.
            Los cristianos eran meros ocupantes de aquellas soledades incultas y salvajes, en una vida azarosa y expuesta a la indiada.
            En general, las poblaciones eran de gente imprevisora. Los indígenas se habían acercado. Percibían la incipiente civilización y adquirían nuevos gustos. Pero ese contacto era perjudicial para los cristianos que, aislados, sufrían el roce brutal. Por otra parte, delincuentes y vagos eludían la acción de las autoridades, refugiándose en los toldos de donde resultaban doblemente dañinos.
            Muchos fueron los intentos en encontrar la tranquilidad anhelada para defender los establecimientos pastoriles.
            La revolución de mayo de 1810 encontró la frontera en ese estado, inútil para garantir la vida de los ganaderos. Por tal razón, el primer gobierno patrio pensó en mejorar la defensa de las fronteras. Con ese y otros objetivos comisionó al coronel Pedro Andrés García quien, por nota del 26 de noviembre de 1811, comunicó que los fuertes y fortines eran ya estériles debido a que los estancieros se habían asentado más allá de su radio de defensa. Proponía emprender sin tardanza el adelanto de la frontera sobre una doble línea: la primera desde el desagüe del Colorado al mar hasta el fuerte de San Rafael en Mendoza. La segunda debía formar la cordillera de los Andes, en los pasos que franqueaba por Talca y Frontera de San Carlos apoyando a la izquierda sobre los nacimientos del río Negro de patagones y su derecha al paso del Portillo.
            Pero como bien lo ha señalado el coronel Álvaro Barros en “Fronteras y territorios federales de las Pampas del Sur”, el movimiento revolucionario de 1810 trastornó, como era natural, el orden establecido en las fronteras y, atenciones de mayor trascendencia ocuparon la mente de los ilustres varones de aquellas epopeyas. Los Blandengues y Dragones se disolvieron para ir a confundirse con la libertad patria y las fronteras quedaron totalmente desguarnecidas. Los pobladores quedaron así librados a sus propios recursos. También cesaron las expediciones a las Salinas, en busca de sal y ninguna tropa armada fue enviada a través de las regiones desiertas de la pampa. Sin embargo, la seguridad anterior debido a pactos con los indios, indujo a algunos pobladores animosos a avanzar desde Chascomús a la margen derecha del Salado, adelantando las poblaciones, ya entre las tolderías hasta Dolores, el Tuyú y otros puntos. De esa manera, durante la guerra de la Independencia, las fronteras continuaron ganándole tierras al indio, por el solo esfuerzo de los pobladores.
            En esta situación tuvo lugar la primera gran invasión de los salvajes que se lanzaron sobre las poblaciones indefensas, cosechando un gran botín. Tomaron posesión del pueblo de Salto, hicieron gran número de cautivos y retornaron soberbios y enriquecidos a sus tolderías. A partir de entonces se sucedieron los malones que causaron grandes destrozos. Los indios invadían de un modo cruel y exterminador.





 

¿POR QUE ROSAS SE FUE A INGLATERRA DESPUES DE CASEROS?

por José María Rosa
Es una pregunta que he oído muchas veces; antes que nada debe decirse que Rosas no era antibritánico sino argentino, que no es lo mismo: luchó contra los ingleses cuando se metieron con nosotros, y los respetó cuando nos respetaron.  No tenía motivo de inquina contra ellos después que reconocieron la victoria argentina en el tratado Southern-Arana de 1849.Con los ingleses se entendió bien; con quienes nunca pudo entenderse fue con los anglófilos.  A los ingleses les pasó lo mismo. Quisieron vencer a Rosas y este contestó a la agresión con el gesto heroico de la Vuelta de Obligado.
Pero estar en guerra contra extranjeros no significa odiarlos: los ingleses eran patriotas que combatían por el engrandecimiento de su patria, y Rosas era un patriota que luchaba en defensa de la suya. Los ingleses, como los franceses, admiraron el gesto de Rosas: ellos hubieran hecho lo mismo de haber nacido argentinos.  Lord Howden llegado a Buenos Aires por 1847 para hacer la paz, fue apasionado admirador de Rosas.  Lo cual no quiere decir que dejara de ser muy inglés y tratase de sacar las ventajas posibles para su patria.Para el buen inglés no había cotejo posible entre Rosas y los unitarios. Aquél era un enemigo de frente, que los había vencido en buena lid, y digno de todo respeto; en cambio éstos eran agentes sin patria que necesitaba como auxiliares en la guerra, pero a los cuales despreciaba.  Los pagaba, y nada más.Esta posición de los imperios con sus servidores nativos, no la pudo entender Florencio Varela cuando fue a Londres en 1848 a gestionar a Lord Aberdeen la intervención permanente británica en el Plata, el apoderamiento por Inglaterra de los ríos argentinos, y el mayor fraccionamiento administrativo de lo que quedara de la República Argentina.
Fue don Florencio a Londres muy convencido de que los ingleses lo recibirían con los brazos abiertos por estas ofertas, pero Aberdeen lo echó poco menos que a empujones del despacho: le dijo claramente que Inglaterra no necesitaba el consejo de nativos para dirigir su política de expansión en América, y sabía perfectamente lo que debería tomar y cuándo podía tomarlo; que Varela se limitara a recibir el dinero inglés para su campaña en el “Comercio del Plata” en contra de la Argentina, sin considerarse autorizado por ello a alternar con quienes le pagaban.Otra cosa les ocurre a los imperialistas con los nacionalistas.  Los combaten con todas las armas posibles; pero íntimamente los respetan y admiran. Es comprensible que así sea. Tampoco un nacionalista odia a un imperialista: luchará contra él hasta dar o quitar la vida en defensa de la patria chica, pero no tiene motivos personales para malquerer a quien sirve con toda buena fe el mayor engrandamiento de la suya.
Ambos – imperialistas y nacionalistas – podrán ser enemigos en el campo de batalla o en la contienda política, pero se comprenden, pues a los dos los mueve la pasión del patriotismo. Este de su patria chica. Aquél de la grande. No se puede odiar aquello que se comprende. En cambio al cipayo que vende su patria, no lo comprenden ni unos ni otros. Los imperialistas lo emplean a su servicio, pero lo desprecian.Un auténtico nacionalista no es un anti: su verdadera posición es afirmativa y no negativa. En cambio un cipayo puede ser un anti: empieza, por ser antipatriota, y sigue por oponerse a todo imperialismo que no sea el de sus preferencias.En tiempos de Rosas había unitarios antibritánicos por profranceses, o antifrariceses por proingleses.
Como hoy encontramos antisoviéticos, antiyanquis o antibritánicos, por ser defensores de otro imperialismo foráneo.
Un verdadero argentino no entiende esas oposiciones: combatirá con uñas y dientes al imperialismo que quiera mandar en nuestra tierra, exclusivamente por ese hecho y sin llevar la lucha más allá.
Así lo hizo Rosas. Luchó contra los invasores europeos en Obligado y en cien combates y luchó contra sus auxiliares nativos.
Venció a aquéllos, y les tendió la mano de igual a igual una vez que se comprometieron (en los tratados en 1849 y 1850) a reconocer la plena soberanía argentina. Perdonó a éstos en sus leyes de amnistía por deber de humanidad, pero no les tendió la mano de igual a igual: fueron siempre los “salvajes” sin patria que ayudaron al extranjero.Por eso Rosas vivió sus últimos años en Inglaterra. Lo rodeaban gentes que sabían lo que era el sentimiento de patria y admiraban al Jefe de aquella pequeña nación americana que los venciera en desigual guerra.
Por otra parte, Rosas no eligió el lugar de su exilio: el “Conflict” que lo llevó a Europa lo dejó en el puerto de Southampton, y allí se quedó los veinticinco años que le restaban de vida.
Da la impresión de que, no siendo su patria, todo otro lugar era indiferente a ese gran criollo que fue Juan Manuel de Rosas.

viernes, 27 de febrero de 2015

Villa Manuelita

Eran los tiempos de la Revolución Libertadora, una época con miles de presos, con sindicatos asaltados por comandos civiles y en plena persecución por parte de la dictadura golpista. En el seno del Movimiento Nacional se vivían momentos de graves claudicaciones. Nuestro líder desterrado deambulaba por Latinoamérica y mientras tanto un multitudinario festejo de la Argentina “decente” (así se lo creían y se hacían llamar ellos) tomaba las calles para exteriorizar su odio hacia los trabajadores y los grasitas.

Sin embargo, en un barrio humilde de la ciudad de Rosario se inicia en forma clandestina y espontánea la denominada “Resistencia Peronista”. El espíritu de la misma aparecería simbólicamente expresado en el portón de una fábrica cerrada, allí una pintada simple pero contundente, anunciaba el sentido de la heroica resistencia popular que comenzaba: “los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora, Villa Manuelita no” .
Al respecto decía Perón

“…Yo había optado una vez más entre el ejercicio sensual del poder y la defensa denodada de los intereses de mi pueblo, y contra quienes opinaban que los pueblos habían extirpado de sus sentimientos la semilla de la lealtad, entendía que mi pedestal permanecería firme en el corazón de los humildes.

Así fue, en efecto; Rosario pasó a ser una especie de Capital política del peronismo. Por muchos meses conservé un volante donde los habitantes de una sufrida barriada obrera “Villa Manuelita” desafiaban al mundo con más o menos estas palabras: “Los Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, reconocen a Lonardi. Villa Manuelita reconoce a Perón”.

Para mí Rosario tenia la dimensión de un símbolo. Puedo asegurarle que si la cañonera hubiese remontado el Paraná, mi paso por Rosario hubiera tenido el valor de una chispa ante un barril de pólvora. Seguramente los usurpadores del poder no descartaban tal posibilidad, y arreglaron para que mi salida de la jurisdicción argentina se hiciera por vía aérea, para lo cual el propio Presidente del Paraguay facilitó su avión y su piloto particular. …”


Hipólito Yrigoyen

Por Manuel Gálvez


¨Las altas clases odian a Yrigoyen desde los primeros meses de su presidencia. Se sienten desposeídas de lo que creen corresponderles. Hasta el advenimiento de Yrigoyen las candidaturas presidenciales se incubaban en el Jockey Club. Yrigoyen rompe con esa tradición. Ahora las candidaturas salen de los comités y de las convenciones. Se ha creído hasta entonces , y la sociedad y los hombres del régimen siguen creyendo, que deben gobernar los que pertenecen al gran mundo, los que llevan apellidos históricos. Descendientes de los que, desde 1810, han gobernado el País habituados a leer sus apellidos en todas las paginas de nuestra historia, convencidos de que sus ilustres antepasados crearon la Patria, ¿cómo no han de creerse los hombres del régimen con derecho para seguir gobernando ellos, solos? ¿Y como no han de odiar al intruso que los desaloja del poder, que los arranca de la Historia? Ese intruso, Hipólito Yrigoyen, y sus partidarios, son para ellos, chusmas despreciables (...) Las altas clases se escandalizan de que Irigoyen gobierne con hombres de la clase media o surgidos del pueblo. No suponen que tengan talento, cultura o capacidad los hombres de origen oscuro. Don Hipólito ofende a la sociedad al gobernar con ¨la chusma¨, en vez de hacerlo con la ¨gente bien¨ (...) El odio a Yrigoyen es un odio de clase. Al enterarles de que escribía este libro, varios hombres de la clase elevada me han dicho de Yrigoyen: ¨ ¡Es un hijo de la gran puta!¨ Sólo por razón de intereses se odia así a hombre después de muerto.

Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen.

Carta de Manuel Gálvez a Jorge Abelardo Ramos

Lo mas asombroso para mí es que partiendo usted del marxismo ortodoxo y yo de un punto opuesto, coincidamos en tantas cosas. (Pero esto del punto opuesto requiere explicación. No soy marxista, pero reconozco que el factor económico prepondera en casi todos los sucesos históricos).  Comentar algunas de sus observaciones me llevaría demasiado espacio y tiempo, y tampoco me es posible escribir mucho a máquina porque tengo en el brazo derecho un dolor muscular que me molesta bastante. Pero no dejaré de recordar sus interpretaciones de los caudillos, de Rosas, de la política exterior uruguaya, de los sucesos de Bolivia.  En varias cosas no estoy de acuerdo con usted. Creo, por ejemplo, que la revolución peronista ha sido hecha en buena parte por el mismo proletariado y que tiene por principal objeto beneficiar al pueblo.  Acierta usted en casi todo lo que dice del nacionalismo y de los nacionalistas. No creo que el nacionalismo traicione a la revolución, como teme usted que ocurra. En caso de guerra entre Estados Unidos y Rusia, y no siendo posible la tercera posición, es natural que esté contra el sistema inferior de Rusia, que no es, tampoco, el comunismo. Me gustaría que me visitara. Le mostraría las notas que he puesto a su ejemplar.   Si se decide a venir, le ruego telefonearme por la mañana, a eso de las once, cualquier día. Yo puedo recibirlo a las siete y media de la tarde. Voy al centro, diariamente, a las tres y vuelvo a mi casa entre siete y siete y media.
Me he alegrado al saber que hay un pensador argentino de su talento y de su personalidad. A pesar de la ortodoxia marxista, se mueve usted con independencia de criterio. Y dice a cada rato, cosas magníficas. Lo felicito muy sinceramente y le estrecho la mano con la mayor cordialidad.
Manuel Galvez
Santa Fe 3018 Capital
Tel: 71-7082
   

viernes, 20 de febrero de 2015

Sarmiento en su lecho de muerte..

Por Martín Kohan.
sarmiento muerto
Entonces la muerte es esto, es esto que en la foto se ve: este paso de lo tenso a lo flojo, este paso de lo erguido a lo derramado, esta forma de dejarse estar. No es el Día del Maestro todavía, pero lo será: es el 11 de septiembre de 1888. Domingo Faustino Sarmiento se acaba de morir en Asunción del Paraguay. Le sacan la foto en el mismo cuarto en el que se produjo la muerte, porque es a la muerte a quien quieren fotografiar, y no solamente a Sarmiento. De hecho la foto se toma como quien dice a prudente distancia, y quien impone esa distancia no es Sarmiento, es la muerte.  Esa distancia revela a su vez el entorno, al abrir por necesidad el encuadre. La muerte es puesta en contexto: las paredes algo cargadas de cuadros, la mesa algo cargada de libros y papeles, la bacinilla de porcelana al pie, una silla de reposo a la izquierda, otra menos confortable pegada a la mesa. Sobre la mesa, entre otras cosas, un candelabro con una vela sin luz y un reloj que sirve para desmentir las ambiciones de lo eterno.   Pero la verdad es que Sarmiento no se murió de este modo. Hay otra foto que así lo demuestra: Sarmiento se murió en este cuarto, entre estos cuadros, ante esa silla, pero en una cama de metal y sábanas blancas. Murió en la cama, es decir en situación de descanso; lo que implica que la segunda imagen, la del sillón, ha sido montada con posterioridad. Fue una pura puesta en escena; Sarmiento posa hasta estando muerto. Lo han vestido y lo han sentado en su sillón de lectura. Envolvieron sus piernas con una manta, como prefigurando una resolución a lo Rodin. Apoyaron su brazo izquierdo sobre la mesilla. El otro lo dejaron reposar.
sarmiento muerto en cama
A Sarmiento lo sacaron de la cama donde descansaba cuando se murió, para ubicarlo, ya muerto, en su sillón de trabajo. Ese ajuste, esa corrección, que va de una situación a la otra y también de una foto a la otra, refrenda el mito del prócer incansable: se muere en actividad, no en la inacción; la fatiga es su descanso y calma, como alguna vez, en el futuro, se cantará.
Sarmiento se ladea, torcida la cabeza; acaso en el mismo ángulo de inclinación que el cuadro de marco oscuro de la pared en que se ve, precisamente, una cabeza. Si el sillón fuese un pupitre escolar, porque algo de pupitre tiene, podría pensarse a Sarmiento como un alumno que se ha dormido en clase. Pero no, nada de eso: el énfasis severo de su ceño fruncido y de su emblemático labio inferior prominente nos hace saber que no ceja, que fallece pero no desfallece, que es maestro más allá de la muerte.  El fotógrafo paraguayo que tomó estas dos imágenes se llamaba Manuel San Martín: un poco de San Martín y otro poco de Manuel Belgrano. El nombre del fotógrafo de la muerte de Sarmiento colma el cuarto de Asunción de significantes de próceres argentinos. El barco que llevará los restos de Sarmiento hasta Buenos Aires, bajando por el Paraná, se llama General San Martín. El panteón se ordena así en un visible juego de signos, porque, cuando en mayo de 1880, es decir ocho años antes, fue el cuerpo de San Martín el que llegaba, repatriado, al puerto de Buenos Aires, el discurso de recepción fue pronunciado por Domingo Sarmiento.

domingo, 15 de febrero de 2015

Se fue Don Mario Andrès Fraire

Un gran amigo...compañero...gran ser humano, siempre dispuesto a luchar y sacrificarse por la causa Nacional, Popular y Cristiana.
Lo conoci hace 30 años en el Museo Juan Manuel de Rosas de Gral San Martìn, junto con otros dos compañeros imborrables e inolvidables: Jorge Perrone y Jaime Gonzàlez Polero.
Comparti centenares de charlas con èl....y es mucho lo que aprendi..siempre con su generosidad y hombria de bien.  Hace un mes hablamos telefònicamente...ya que me extraño que no venga a visitarme como lo hacia mensualmente a mi oficina.
Recien me entero de su fallecimiento y realmente estoy destruido.
Gracias por tanto querido amigo
Personas como vos no tienen reposiciòn..
Ya nos volveremos a encontrar.

Julio R. Otaño






miércoles, 11 de febrero de 2015

Muerte y funeral del Restaurador

Por Diego Lo Tártaro

Mis muchos años de coleccionista me permitieron adquirir un interesante papel que sin lugar a dudas es particular y único, se trata de una copia y traducción de una Crónica de un diario ingles el “The Hampshire Advertiser” de Southampton correspondientes al sábado 17 de marzo de 1877 y del miércoles 21 de marzo de 1877, en los que se informa el fallecimiento y funeral del General Don Juan Manuel de Rosas. Este documento realizado en Southampton por Liborio Justo hijo del Presidente Agustín P. Justo y que fue de su pertenencia lleva fecha diciembre de 1930.

Con motivo de su estadía en Inglaterra, Liborio Justo decide viajar a Southampton para visitar el cementerio donde descansaban los restos del General Juan Manuel de Rosas, su espíritu curioso e inquieto lo llevo a investigar y encontrar este diario de la época, lo copia y traduce. Hoy este verdadero y particular documento integra mi colección. Por lo interesante de su contenido paso a transcribirlo.


“The Hampshire Advertiser “ Southampton, Saturday March 17. 1877

MUERTE DEL GENERAL ROSAS


Su excelencia General Juan Manuel de Rosas, ex Gobernador y Dictador de la Confederación Argentina, murió a las 7 del miércoles, en su casa-quinta en Swathling alrededor de tres millas de Southamton. Había nacido el 30 de marzo de 1793 y por consiguiente dentro de una semana hubiera alcanzado los 84 años de edad. El fallecido que había residido en y cerca de Southampton en los últimos 25 años, fue atacado por una inflamación a los pulmones el sábado pasado después de haberse expuesto imprudentemente a la inclemencia del tiempo y, no obstante lo sabia y constante atención del Dr. John Wiblin, F.R.C.S., quien había sido su medico y amigo confidencial durante todo el período de su residencia en este país, sucumbió al ataque a la hora nombrada. Doña Manuelita de Rosas de Terrero, la devota hija y compañera del ex Gobernador, llego de Londres el lunes y estuvo en constante cuidado de su padre durante sus últimas horas. Su esposo, Don Máximo Terrero dejo Southampton hace apenas unas semanas el 24 de febrero, en el vapor “Minho” de la Royal Mail Company, para Buenos Ayres, con documentos auténticos y todo lo necesario para recuperar las propiedades de su esposa y las del General las cuales ellos heredaron. El difunto tenía un hijo (Coronel Rosas) quien en un tiempo residió en Southampton y que murió en Buenos Ayres hace algunos años. Tenía también una hija (Doña Manuelita de Rosas de Terrero) y esta señora tiene dos hijos de 18 y 20 años respectivamente, el mayor de los cuales ha completado el miércoles sus exámenes en la Escuela de Minas de Londres. El General Rosas fue derrocado el 3 de Febrero de 1852, por un ejército bajo la dirección del General Urquiza. Su ejército fue completamente derrotado, y el general y su hija Manuelita tuvieron que refugiarse en la ciudad de Palermo de donde escaparon durante la noche llegando a bordo del H.M.S. “Locust” en seguridad, y al día siguiente fueron transbordados al H.M.S. “Centaur”, Almirante Henderson, Se dijo entonces que se trasladaría a los Estados Unidos, pero el General Rosas llego a este país en el mes de abril siguiente habiendo sido traído en un barco de guerra ingles comandado por el capitán Day miembro de una familia de Souuthanpton. Cuando llego a esta ciudad el general tomo departamento en el Windsor Hotel hasta que pudo obtener una residencia conveniente. Esta fue encontrada en Rocketone-place, Carlton-terrace, donde residió por muchos años. Mientras estuvo en la ciudad el general acostumbraba a cabalgar por las calles casi diariamente en un hermoso caballo negro y su majestuosa forma y porte militar, junto con los arneses de su cabalgadura, siempre atraía mucha atención y admiración. Más tarde se traslado a la quinta en que ha permanecido hasta su muerte. Este lugar llamado quinta de Burguess-street, de una extensión de 300 o 400 acres rentado al difunto Mr. Jhon Fleming, de Stonchan Park, y en el invirtió mucho dinero, encontrando su mayor diversión y placer en cuidarla personalmente. El general había estado enfermo de gota por algunos años pero se lo podía ver constantemente cabalgando por los campos y su mayor satisfacción parecía ser montar a caballo y dar órdenes a los que él ocupaba. Su pasión de comando era tan grande que a nadie le era permitido hablar una palabra excepto para dar a comprender que había entendido una orden dada o para hacer preguntas. El general Rosas siempre pagó a los empleados y peones de su quinta alrededor de un tercio más de los salarios corrientes en el distrito, pero tenía la peculiaridad de tomarlos únicamente día por día. Cada hombre era pagado diariamente e informado si se le necesitaba o no al día siguiente. Este aspecto extraño de su carácter surgía de una determinación de no encontrarse atado nunca por compromisos permanentes, pero en el resultado los hombres se encontraban en empleo regular y pocos cambios eran hechos. Tan estrictamente disciplinarios fueron sus hábitos que el tiempo de trabajo de cada hombre era calculado hora por hora. Tenía siempre un sereno especialmente empleado invierno y verano para que tocase cada media hora durante la noche una gran campana colocada bajo la ventana de su dormitorio. Fue siempre una característica del fallecido pagar bien el trabajo que contrataba, pero era rígido en controlar que el trabajo se cumpliera. El general Rosas huyó de su país sin nada en forma de propiedad, pero poco tiempo después de su huida, el general Urquiza, uno de los generales de Rosas y quien habiase vuelto traidor el mismo en el curso del tiempo, sitio con éxito la cuidad de Buenos Ayres y levantó entonces la confiscación sobre las propiedades de Rosas, lo cual le permitió al refugiado obtener por la venta de una de sus estancias libras 16.000 o libras 20.000. Urquiza fue subsiguientemente expulsado de Buenos Ayres a las provincias y las propiedades del general Rosas fueron nuevamente confiscadas. Su mano fue en general extendida a todos los que estuvieron en contacto con el, y sus actos de generosidad fueron ilimitados mientras duro su fortuna. En los últimos años de su vida el ex Gobernador dependía enteramente de los amigos de su familia y del esposo de su hija. Por muchos años el general Rosas y el difunto Lord Palmerston cambiaron visitas frecuentemente en Rockatone-place, en la quinta de Swathling y en el “manor” de Broadlands, y la más amistosa correspondencia fue mantenida entre ellos. Por voluntad del difunto general sus estados y propiedades en la Confederación Argentina han sido dejadas a su hija y su yerno, quienes son también los ejecutores de su última voluntad y testamento. El muerto era católico romano. Su funeral será estrictamente privado, tendrá lugar en el Cementerio de Southampton en el próximo martes habiendo sido confiados los arreglos pertinentes a los Sres. Hayes e hijo, de la calle Hign.

The Hampshire Advertiser” Southampton, Wednesday March 21, 1877

FUNERAL DEL GENERAL ROSAS


Muerte
El funeral de Su Excelencia General Juan Manuel de Rosas, ex Gobernador y Dictador de la Confederación Argentina, cuya muerte es su casa-quinta de Swarthling, el miércoles pasado, fue anunciada en el Advertiser del sábado, tuvo lugar ayer (martes) sus restos habiendo, sido enterrados en una bóveda en el Cementerio de Southamton. El difunto era católico romano y el lunes a la tarde entre las 7 las 8, el féretro fue trasladado de la casa-quinta a la Capilla Católica de la calle Bugle, Southampton donde se verificaron las ceremonias usuales de la Iglesia Romana y donde permaneció hasta ayer por la mañana. Alrededor de las 11 se celebró un servicio completo, conducido por el Rev. Padre Gabriel, en ausencia del Rev. Padre Mount, el párroco, quien se encuentra actualmente en el Continente. A la conclusión del servicio, el cual fue de carácter más impresionante, el féretro (cubierto con un paño negro con una gran cruz blanca) fue colocado a una carroza tirada por cuatro caballos con mantas de terciopelo. El resto del cortejo consistía en dos coches fúnebres y el carruaje del Dr. Wiblin, F.R.C.S., quien había sido el médico y amigo confidencial del General en todo el periodo de su residencia en este país. En el primer coche iba el Barón de Lagatinerie (Capitán de Estado Mayor, Agregado al Estado Mayor General del 2° Cuerpo de Ejercito, Amiens, y sobrino del fallecido), Sr. Manuel Terrero (nieto del fallecido) y el Rev. Padre Gabriel. En el segundo coche iban los sirvientes del difunto general y de la Sra. Terrero y en el carruaje del Dr. Wiblin, este y Mr Fleming, procurador de Londres. El servicio en el cementerio fue muy corto y como el funeral era de naturaleza estrictamente privada, la concurrencia a la tumba no fue tan numerosa como sin duda hubiera sido de otra manera. El féretro era de roble ingles, lustre francés y con esplendidos ornamentos de bronce. En la tapa llevaba una placa de bronce con la siguiente inscripción hermosamente iluminada.

Juan Manuel de Rosas
Born 30th March 1793
Died 14th March 1877

Los arreglos del funeral fueron confiados a los Sres. E.Mayer e Hijo de la calle High y conducidos bajo vigilancia personal de una forma enteramente satisfactoria.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Significación y alcances de la empresa misionera

Por Vicente D. Sierra
        Si los hechos de la conquista hasta aquí relatados no estuvieran con­dicionados a un sentido misional que, a la vez, no hubiera sido el contenido político esencial del imperio español, trataríanse de me­ros episodios religiosos de la conquista de América, no fundamen­tales en cuanto a la formación de lo auténticamente tradicional americano
El relato de la conquista espiritual de Hispanoamérica pa­saría a ser, admitida la menor jerarquía del sentido misional como objetivo de la empresa, un conjunto de anécdotas sin mayor validez como categorías; manera que adoptó la historiografía liberal, ba­rriendo de su bibliografía la labor evangelizadora, para hacer de ella una simple expresión del “atraso secular de España, a fin de poder dar a la gesta colonizadora un carácter más de acuerdo con tantas otras conquistas habidas en la historia de la humanidad; es decir, un pueblo fuerte —en este caso España se enfrenta a pue­blos débiles -las razas naturales del Nuevo Mundo- y por poseer mayores recursos técnicos en el arte de la guerra, los domina, los explota y con los títulos derivados de la guerra victoriosa aumenta territorio nacional, el patrimonio de la corona o las posibilidades mercantiles de la metrópoli. 
Roto así, dentro de este esquema, todo afán de espíritu, lo tradicional americano puede ser acomodado a la última teoría política de moda; y la historiografía liberal la aco­modó a las necesidades de una expansión económica que, situada en su hora y en su medio, carece de toda realidad histórica. Por­que los hechos de la historia europea confirman, si no bastara la copiosa documentación que hemos expuesto, el sentido misional de la conquista de América; y la historia económica confirma la rea­lidad de ese sentido como un imperativo del ser mismo de la his­panidad en los siglos XVI y XVII.
Si ello no se ha visto antes ha sido por el afán de construir la historia de la época colonial, no sólo desprendida de la realidad imperial española, de la realidad política y espiritual del imperio español, sino, además, aislada de la realidad mundial que la cir­cundara.
El mundo moderno —llamo mundo moderno, dice Meinvielle, al engendrado por la acción antitradicional de la Reforma protestante, perpetuada por el liberalismo del siglo XIX y dispuesto ahora a se­pultarse en la anarquía bolchevista—, el mundo moderno, digo, no sabe qué es la vida, porque se ha privado del acto propio de la in­teligencia, que es juzgar” 935.
Por juzgar entendemos un proceso ideológico, es decir, no co­nocer las cosas por su mera exterioridad fenoménica, sino por las esencias determinadas por el fin. Por ello, para que escribir historia alcance a ser una manera concreta de juicio, a fin de que en lugar de una apariencia intelectual resulte una definida postura política, es imprescindible rebasar el mecanismo de la documentación para penetrar en los juicios de valor sobre la realidad del pasado. Así, por ejemplo, es imposible tomar los métodos británicos de comercio con sus colonias y colocarlos en pugna con los utilizados por los españoles, sin considerar si ambos constituyen realidades con el mismo contenido moral. No cabe, tampoco, comparar la coloniza­ción inglesa en América con la realizada por España, sin que antes el juicio nos haya demostrado que ambas obedecían a una misma finalidad. Y al realizar esta tarea, juzgando el pasado, veremos có­mo lo demostrado por los documentos se esclarece con nuevas luces, y el sentido misional de la conquista de Hispanoamérica se muestra como un hecho tan definido y concreto como el dado por la ex­posición de las circunstancias vistas a través de los viejos papeles.
Dice Achille Loria que la colonización, como la inmigración, es un Fenómeno eminentemente moderno, y de origen capitalista. Sobre tal base afirma, con verdad que suscribimos, que la primera gran nación colonizadora es Inglaterra, y demuestra cómo, a raíz de la revolución agrícola de los siglos XVI y XVII, que dio por resultado en ese país la constitución de grandes latifundios, destinados al pastoreo, los agricultores expropiados formaron el núcleo originario de la emigración transatlántica y dieron origen a la primera manifestación colonizadora.
Pero es lo cierto que la revolución agrícola de referencia no fue sólo la expresión de progresos técnicos, sino que uno y otros fueron determinados por la aparición de una mentalidad nueva para encarar los problemas propios de la producción, del comercio y de la distribución de la riqueza. 
Sin entrar ahora a considerar este aspecto, fundamental, de la cuestión, es lo cierto que en la acción que empuja a España a co­lonizar el Nuevo Mundo no hay nada que permita colocarla dentro de este esquema, pues ni siquiera, al iniciar la conquista, la econo­mía española ha salido de las reglas propias del medioevo. 
No sólo no tiene masas expropiadas, sino que, salida recién de una guerra de ocho siglos, y cuando acababa de expulsar de su seno a los mo­riscos y judíos no conversos, lejos de poseer masas para constituir el núcleo de cualquier emigración, se encontraba en condiciones de propiciar inmigraciones que acrecieran su caudal de habitantes.
De los varios métodos empleados para la fundación de colonias, el primero en aparecer —dice Loria— se fundó sobre el monopolio y se desarrolló sobre tres grandes bases:
a)     el monopolio de los elementos productivos;
b)     el monopolio comercial;
c)     el monopolio político.

La historia de los Estados Unidos, como la de otras coloniza­ciones realizadas por Gran Bretaña, confirman estas apreciaciones del economista italiano, por cuanto ese fundar colonias responde a una mentalidad capitalística, cosa que no se advierte, y no podía ser de otra manera, históricamente considerado, en la acción de España en América. Suponer la existencia de una mentalidad capitalística de la España del siglo XV es algo más de lo que puede admitir el más lego en historia. Así, por ejemplo, es fácil advertir que mientras el monopolio inglés se realiza en exclusivo beneficio del desarrollo de las manufacturas de la metrópoli, el monopolio español es una forma de proteccionismo que busca facilitar a cada una de las regiones del Nuevo Mundo el desarrollo de sus propias posibilidades, sin entrar en competencia con las otras.

No es ésta una afirmación inconsistente. España no sólo no pro­hibió. sino que creó y fomentó el desarrollo de las industrias ame­ricanas en el mismo momento que la Francia del mercantilista Colbert prohibía a las suyas toda industria; y la Inglaterra de Pitt ha­cía lo mismo, y con singular energía, con las propias. En 1548 las cortes de Valladolid pedían que se hiciera todo lo posible para que las colonias se bastaran a sí mismas con productos de sus pro­pias manufacturas, petición imposible de concebir para un inglés que consideraba, y así llegó a decirlo Pitt, que una herradura he­día en Norteamérica era un delito que debía castigarse. Bien po­demos repetir con Colmeiro: “Digan lo que quieran los censores de nuestro sistema colonial, hay algo y mucho digno de alabanza en la política de España respecto a sus colonias. Mientras Ingla­terra desterraba de sus posesiones de América las artes mecánicas, nosotros teníamos fábricas de paños bastos en los virreinatos de Méjico y Peni, telares de seda en la isla de Los Angeles, en Nueva España, ingenios de azúcar en la Isla Española y otras partes, y se labraba la pita y el algodón, y sobre todo el lino y el cáñamo, en Chile, de donde se proveía de jarcias y velamen a nuestra ar­mada del Sur; y bien que las leyes fomentasen la industria de las colonias olvidando en este caso el monopolio de la madre patria, todavía consagraba el principio noble y generoso que «importa me­nos que cesen algunas fábricas que el menor agravio que puedan sentir los indios>> (ley 4, título XXVI, libro IV, de la Recopilación de Indias)”937.

Este distinto sentido económico se revela, además, en el hecho cierto de que, mientras la colonización inglesa es siempre costera y consiste en instalar factorías vecinas al mar, mediante las cuales se pueda explotar al nativo, la colonización española es, siempre, me­diterránea. No fueron portuarias las grandes ciudades coloniales de Hispanoamérica, y ello basta para demostrar que no se crearon con finalidades mercantiles. ¿Es, acaso, que Inglaterra poseía un mejor sentido de lo económico que España? Evidentemente hay mucho de eso, pero no se trata de un hecho histórico tan simple como pa­rece, porque es, justamente, el nudo de la cuestión. Inglaterra, cuando comienza a colonizar, lo hace sobre dos elementos esenciales a los fines de que la tarea sólo obedezca a imperativos económicos: 1° Un determinado desarrollo de la acumulación de capitales; 2° Carencia de los controles religiosos o éticos que permitieron la eclosión de la mentalidad capitalística.
La economía política, presunta ciencia del más puro origen británico y capitalístico, ha creado algo así como una conciencia del origen natural del sistema. “Para ellos -dijo el autor de El CAPITAL refiriéndose a los economistas- sólo existen dos clases de instituciones, las del arte y las de la naturaleza. Las instituciones feudales son instituciones artificiales; las instituciones burguesas son instituciones naturales938. Toda una nutrida bibliografía, cuya característica esencial es la carencia de sentido histórico, se ha escrito para demostrar ese carácter “natural" de las instituciones económicas y políticas de la burguesía, mediante el equívoco de confundir la tendencia del hombre a enriquecerse como una expresión del fenómeno capitalista, en lugar de considerarlo como un hecho moral ajeno a toda concepción natural de la economía. El racionalismo ha hecho perder a tal punto todo sentido de la existencia, que no es raro que Rousseau confundiera los impulsos naturales con la propia naturaleza, y por consiguiente, con la vida. Pero lo cierto es que mientras no se rompen en los hombres los diques de todo principio de ética sobrenatural, no aparece en el mundo un fenómeno semejante al capitalismo. Cualquier tratado de economía política se destaca por un hecho evidente, que consiste en explicar e! sistema en función de los poseedores, es decir de los beneficiarios del mismo, conformándose con la posibilidad jurídica de que todos puedan llegar a poseer. Este hecho nos dice que el capitalismo es una concepción netamente individualista y, por consiguiente, destructora del individuo, por lo mismo que lo desprende de la humanidad para valorarlo, no como hombre, sino como poseedor.
    Ha dicho Berdiaeff que “la verdadera ciencia histórica apareció tan sólo en el siglo XIX, puesto que vemos que en el siglo anterior aún se admitía la posibilidad de que la religión fuese un SIMPLE INVENTO DE LOS SACERDOTES PARA EMBAUCAR AL PUEBLO” 939. La religión es algo más fundamental, puesto que está ligada al destino mismo del hombre, o al concepto que el hombre tenga de su destino. El catolicismo, que posee un firme sentido ecuménico, toma al individuo dentro de una universalidad condicionada a fines sobrenaturales, y no materiales o humanos, salvando así la personalidad de cada ser. Por eso el capitalismo surge de un conjunto de hechos antirreligiosos, y es, esencialmente, un instrumento de lucha antirreligiosa. Sólo la comprensión exacta de esta circunstancia es lo que permite valorar el hecho esencial, sobre todo para comprender la distinta posición de España e Inglaterra en la explotación económica de sus colonias, de que mientras Inglaterra encarna a la Reforma religiosa, España es el movimiento contrario, o sea, el de la Contrarreforma.

NOTAS:

935 Julio Meinvielle, CONCEPCIÓN CATÓLICA DE LA ECONOMÍA, Buenos Aires, año 1936, pág. 13
936 Achille Loria, CORSO DE ECONOMIA POLITICA, Milán, año 1919, pág. 705
937 Manuel Colmeiro, HISTORIA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA EN ESPAÑA, Madrid, año 1863, tomo II, pág. 396.
938 Carlos Marx, MISERIA DE LA FILOSOFIA
939 Nicolás Berdaieff, op. Cit., pág. 15.

Fuente: Sierra, Vicente: El sentido misional de la conquista, Dictio,Buenos Aires, 1980, p.p. 419-424