Rosas

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viernes, 29 de marzo de 2013

Roque Sáenz Peña en el Morro de Arica

Relato del Capitán del 4º de Línea don Ricardo Silva Arriagada

 Mandaba la 4.ª del 2.º -me decía don Ricardo Silva Arriagada, no ha mucho- Mi compañía contaba los mejores cazadores del antiguo 4.º

Tenía muy buenos oficiales; se me honró dándome la descubierta en el ataque. Sobre nuestra izquierda, a tomar el Este, marchó el 1.er batallón; a nosotros, los del 2.º, nos enviaron a los fuertes de la costa, a los de La Lisera; eran cuatro, con cinco trincheras, foseadas en forma de media luna.

Partimos oblicuando sobre la izquierda, con esta en cabeza, en movimiento envolvente; el ataque fue rapidísimo; no hicimos fuego sino cuando ya estábamos encima; todo el 2.º batallón, ciego y con rapidez asombrosa, tomamos todos los fuertes de la playa y llegamos al recinto mismo del Morro; sentimos el toque de «¡Alto el fuego!»

Nos detuvimos un momento, y como hubieran muchas bajas, de acuerdo todos seguimos el asalto y penetramos a la gran plazuela, y me dirigí a un fuerte cuadrado y con rieles que había en el medio.

Cuando llegué al mástil, que enarbolaba la insignia peruana con varios de sus soldados, nadie, de nuestro ejército, se había adelantado a mí.

Más tarde pude ver los cadáveres de Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida la plaza, le dieron fuego a los cañones, reventándolos.

El cadáver de Alfonso Ugarte se encontraba en una casucha ubicada cerca del mástil, al lado del mar, mirando hacia el pueblo; en ese lugar, las rabonas del Morro cocinaban el rancho; y ahí, esas pobres mujeres, tenían oculto el cadáver de Alfonso Ugarte; era un hombre chico, moreno, el rostro picado de viruelas, los dientes muy orificados, de bigote negro.

Aquellas mujeres tenían profundo cariño por Ugarte, y para guardar su cadáver, lo habían vestido con un uniforme quitado a un muerto chileno.

Pude saber que era el coronel Ugarte, porque el doctor boliviano Quint cuando lo vio, exclamó:

-¡Pobre coronel Ugarte; no hace mucho, lo he visto vivo!

Más tarde se dio la orden de arrojar al mar todos los cadáveres; sin duda que botaron también el de Alfonso Ugarte, porque no se pudo encontrar.

En ese mismo día, ofreció su familia 5.000 soles plata por los restos del coronel; se buscaron mucho; di noticias, detallé lo ocurrido, pero nada se descubrió.

Esto ocurrió largo rato después de rendida la plaza.

Iba a descender al plan por un senderito que vecino al mástil se encontraba, cuando varios jefes peruanos subían a la altura; uno de ellos me dijo:

-¡Sálvenos, señor; estamos rendidos!

Eran los señores comandantes don Manuel C. de La Torre, don Roque Sáenz Peña y el mayor don Francisco Chocano, que arrancando de la furia de los soldados chilenos, se rendían a discreción.

La Torre me entregó su revólver; don Roque Sáenz Peña estaba herido en el brazo derecho. En el acto tomé las medidas del caso para salvarlos.

La tropa que venía atacándolos, continuo disparando; mandé hacer «¡Alto el fuego!», y sólo haciendo esfuerzos soberanos, pude mantener a nuestros hombres.

-ENTRÉGUENOS LOS JEFES CHOLOS, PARA MATARLOS, MI CAPITÁN -gritaban y vociferaban todos a la vez.

La Torre y Chocano pedían a gritos perdón; Sáenz Peña se mostró tranquilo, sereno, imperturbable; si hubo miedo, en don Roque, no lo demostró; aquello resaltó más y se grabó mejor en mi memoria, por cuanto los dos prisioneros peruanos clamaban ridículamente por sus vidas.

Cierto que el trance fue duro, apurado, y él subió de punto cuando al pasar cerca de una de las piezas del Morro, reventó ésta, en circunstancias que, revólver y espada en mano, defendía a mis prisioneros.

La explosión fue tremenda; la muñonera del cañón, por poco no mata a uno de ellos; la tropa, ciega, se vino encima gritando:

-ENTRÉGUENOS LOS CHOLOS TRAIDORES, MI CAPITÁN».

El comandante La Torre agrega:

-Nosotros no somos culpables; esas piezas, posiblemente, tenían mechas de tiempo; no nos maten; nada sabemos; no tenemos participación.

Chocano une sus súplicas a La Torre, y al fin consigo salvarlos. Don Roque Sáenz Peña, mudo, no habla, no despliega sus labios; pálido se aguanta, ¡y se aguanta!

En esos momentos, varios soldados persiguen a tiros a unos infelices, y éstos se precipitan por una puerta que existe en el suelo, nuestros hombres llegan y hacen fuego. La Torre y Chocano, que ven aquello, gritan:

-Por Dios, no hagan fuego; ésa es la Santa Bárbara del Morro, la mina grande; hay más de 150 quintales de dinamita; está llena de pólvora y balas; ¡va a estallar!

La tropa se detiene, y ante la declaración de La Torre, que es el jefe de Estado Mayor enemigo, comprende la suprema necesidad de salvar a esos prisioneros, y se tranquiliza.

Las geremiadas de los prisioneros peruanos continúan, y solícitos a todo, dan muestras de miedo, pero de mucho miedo.

Don Roque Sáenz Peña sigue tranquilo, impasible; alguien me dice que es argentino; me fijo entonces más en él; es alto, lleva bigote y barba puntudita; su porte no es muy marcial, porque es algo gibado; representa unos 32 años; viste levita azul negra, como de marino; el cinturón, los tiros del sable, que no tiene, encima del levita; pantalón borlón, de color un poco gris; botas granaderas y gorra, que mantiene militarmente.

A primera vista se nota al hombre culto, de mundo.


Más tarde entrego mis prisioneros a la Superioridad Militar, que los deposita, primero en la Aduana, y después los embarcan en el Itata.

martes, 19 de marzo de 2013

Perón nos habla de Rosas...

Por Jbismarck

El 02 de febrero de 1970, Perón recordó la obra del destacado político Juan Manuel de Rosas mientras estaba en su residencia de Puerta de Hierro en Madrid y contestaba la carta que le había enviado el Dr. Manuel de Anchorena desde Buenos Aires, informándole sobre la “Campaña Pro-Repatriación de los restos del Brigadier Gral. Don Juan Manuel de Rosas”.

Reconocía Perón que “Don Juan Manuel, no sólo ha tenido la gloria de su grandeza, sino que también ha merecido el honor que le han rendido la infamia y la calumnia de los hombres pequeños. La calumnia, la diatriba y el insulto, son siempre homenajes que se rinden a un mérito, a una virtud o a un valor. Pocos han sido más indecentemente calumniados, ello sería ya mérito suficiente como para considerar sin más entre los grandes...”
“Desde niño ha repugnado a mi espíritu cuanto se ha escrito sobre Rosas en las ‘historias fabricadas por los escribas de la ignominia y el rencor’. Hace muchos años, en oportunidad de realizar investigaciones históricas en el Archivo General de la Nación, se me ocurrió echar una ojeada a los archivos documentales de la época de la Santa Federación y me fue dado comprobar que la documentación existente me era totalmente desconocida y yacía bajo una capa de polvo que evidenciaba lo poco que había sido consultada hasta entonces. Esa ‘historia’ había sido escrita ‘de oído’, como la música barata, por ‘historiadores’ de ocasión y por encargo. Ha sido necesario esperar la acción de los revisionistas históricos para conocer una realidad oculta bajo la oscuridad nefasta de la mentira...”

“En la lucha por la liberación, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, merece ser el arquetipo que nos inspire y que nos guíe, porque a lo largo de más de un siglo y medio de colonialismo vergonzante, ha sido uno de los pocos que supieron defender honradamente la soberanía nacional en que se debe asentar la decencia de una Patria y, no en vano San Martín, que había luchado por esa misma liberación, desde el exilio, al que lo habían condenado los enemigos de afuera y de adentro, le hizo allegar su espada y su encomio, que era como arrimarle un poco de su gloria de soldado y de su alma de ciudadano excepcional.”
Expresó luego su sentimiento “de argentino y de soldado”, haciendo llegar su “solidaridad y enhorabuena”.

Ambrosio Sandes, el sirviente de Mitre


Por Jbismarck

* Soriano, Provincia de Uruguay - 1815
+ Ciudad de Mendoza - 1863
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Militar uruguayo que luchó en las guerras civiles argentinas, considerado el más sanguinario de los oficiales del ejército argentino.

Participó en la Guerra Grande a órdenes de Fructuoso Rivera y combatió en decenas de batallas. Cultivaba su imagen terrible haciendo gala de un silencio que inspiraba terror, porque lo interrumpía casi exclusivamente en explosiones de violencia. Sus soldados le temían porque era muy cruel con los enemigos y también con sus subordinados.

Peleó a órdenes de Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros. Se unió al general Hilario Lagos el sitio de Buenos Aires a fines de 1852, pero a mediados del año siguiente se pasó a los unitarios a cambio de un soborno. Regresó a Uruguay para apoyar el gobierno de Venancio Flores, pero fue expulsado por haber intentado forzar al Congreso por medio de una rebelión.

Combatió del lado del estado de Buenos Aires en la batalla de Cepeda (1859), en la que fue herido y dejado por muerto. Su cuerpo robusto estaba lleno de cicatrices que mostraban su valor y su indiferencia por el dolor, que contribuía a su crueldad.

Participó en la batalla de Pavón. Unas semanas más tarde, en la batalla de Cañada de Gómez, se destacó entre los oficiales que asesinaron a cientos de soldados y jefes rendidos. En mérito a esta proeza, fue reconocido como coronel.

Marchó a ocupar el interior del país a órdenes de Wenceslao Paunero (también oriental), y su crueldad dejó rastros en San Luis, Mendoza y San Juan. Venció a las partidas montoneras que se le opusieron y mató a los soldados enemigos de a decenas. Una vez ocupado todo el interior por las fuerzas unitarias y sus aliados (y después de haber cambiado a ocho gobernadores), la última resistencia estaba en La Rioja, bajo la dirección de su famoso caudillo, el “Chacho” Ángel Vicente Peñaloza.

Después de la victoria de su ejército en Las Aguaditas, en marzo de 1862, enfurecido por la muerte de un ayudante, asesinó a siete oficiales. Recorrió todo el interior de La Rioja persiguiendo montoneros reales o imaginarios. En la batalla de Lomas Blancas, un gaucho enemigo lo derribó y lo dejó tirado en el campo, perdonándole la vida. Pero logró una victoria y, enfurecido, hizo matar a todos los prisioneros e incendiar sus cadáveres. Consigna el historiador riojano Ricardo Mercado Luna en su ensayoLos coroneles de Mitre que el sitio donde se llevó a cabo aquella gran incineración pasó a ser nombrado por los pobladores como la "Carbonera de Sandes", "unos cuantos metros de tierra perdida en loa Llanos riojanos, donde una mujer piadosa encendía hasta hace poco, pedazos de vela robados a la pobreza de su soledad"

Volvió a derrotar a Peñaloza en la batalla de Salinas Grandes, donde repitió sus hazañas criminales. En todos los casos, mató a todos los oficiales que cayeron en sus manos, y a muchos soldados. Si bien no era algo que le disgustaba, obraba así por orden de su superior, el gobernador sanjuanino y futuro presidente Domingo Faustino Sarmiento. Éste le había ordenado matar a todos los prisioneros de guerra; Sandes, al menos, perdonó a algunos gauchos, por mero capricho.

Derrotado principalmente por Sandes, que junto a su crueldad tenía una indudable capacidad como jefe de caballería, Peñaloza invadió San Luis y obligó al gobierno nacional a firmar con él el Tratado de la Banderita. Cuando el caudillo entregó los oficiales prisioneros que tenía en su poder, no pudo haber cambio de prisioneros, porque Sandes y sus socios los habían matado a todos.

Sandes y otros oficiales vencedores se negaron a dar validez al indulto, y siguieron persiguiendo, arrestando y matando a los ex montoneros. Por eso, Peñaloza se levantó nuevamente en armas contra el gobierno de Bartolomé Mitre a principios de 1863. El presidente nombró director de la guerra a Sarmiento, que contaba para reprimir a los federales, sobre todo, con Sandes. Pero poco antes, éste había sido atacado por un gaucho fugitivo a la salida de una pulpería y había sido herido.

Moriría una semana más tarde, en Mendoza. Sarmiento exclamó que su muerte era un verdadero triunfo de la montonera. Por mucho tiempo, la sola mención de su nombre causaba terror y odio en los paisanos de La Rioja y Cuyo.



Carlos Tejedor

Por el Prof. Jbismarck
 
* Buenos Aires - 4 de Noviembre de 1817
+ Buenos Aires - 3 de Enero de 1903
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Jurisconsulto y político argentino, gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1878 y 1880. Fue una de las más intransigentes figuras del centralismo porteño.
En 1839 formó parte de la llamada conspiración de Ramón Maza contra el entonces gobernador de Buenos Aires a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas. La captura y asesinato de los Maza por parte de la Mazorca lo llevó a huir a Chile, donde participó en política dando su apoyo a la candidatura de Manuel Montt. Al triunfar las fuerzas antirrosistas en la batalla de Caseros se decidió a volver a Buenos Aires.
 unto con Adolfo y Valentín Alsina, José Mármol y Pastor Obligado, abogó por una separación radical entre Buenos Aires y el interior para defender los privilegios aduaneros y portuarios de la primera, oponiéndose al sistema federal preconizado por Justo José de Urquiza, de acuerdo a lo estipulado en el Acuerdo de San Nicolás. Formó parte de la Logia Juan-Juan, que promovía secretamente el asesinato de Urquiza bajo el liderazgo político de Bartolomé Mitre.
Tras la derrota de los aislacionistas de Obligado en la batalla de Cepeda, fue enviado junto a Juan Bautista Peña como delegado ante las fuerzas de la Confederación, estacionadas en San José de Flores; su reunión con ellos llevó al Pacto de San José de Flores, en el que Buenos Aires aceptaba reincorporarse y jurar la Constitución del '53. Sin embargo, abogó por no entregar la Aduana del puerto de Buenos Aires a la Nación, lo que agudizaría las hostilidades entre las provincias y llevaría, en 1861, a la batalla de Pavón, en que Mitre impondría los intereses porteños al gobierno federal.
En el ínterin fue canciller de la provincia portuaria, puesto desde el cual tuvo fuertes enfrentamientos con el ministro de Interior del presidente Santiago Derqui, Juan Gregorio Pujol, por causa de los tratados con España gestionados por Juan Bautista Alberdi por mandato del gobierno federal, que fomentaban el establecimiento de peninsulares en territorio argentino.
Durante el gobierno de Mitre fue elegido diputado nacional, cargo que ocupó entre 1866 y 1869. Siendo presidente Domingo Faustino Sarmiento ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores entre 1870 y 1874. Apoyó a Mitre en la revolución de 1874, pero ante la derrota de éste ocupó la banca de diputado para la cual había sido elegido. En 1875 Nicolás Avellaneda lo designó procurador general de la nación. Entre el 19 de junio de 1876 y el 7 de julio de 1877 se desempeñó como decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
En 1878 sustituyó a Carlos Casares como gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Cuando, en 1880, las perspectivas de Mitre para alcanzar la presidencia se vieron nuevamente enturbiadas por el apoyo prestado por Avellaneda a Julio Argentino Roca, vencedor de los porteños en el '74, las armas parecieron nuevamente la solución. Tejedor hizo alusión en un discurso a la condición de "huésped suyo" del gobierno federal. Cuando Avellaneda anunció su propósito de convertir a la ciudad de Buenos Aires en capital de la nación Tejedor se puso al frente de la corriente intransigente que se negaba a ello.
Se presentó entonces como candidato a Presidente de la Nación en 1880 para oponerse a Roca. Ante la victoria de éste, Tejedor ordenó movilizaciones militares y la formación de milicias para adiestrar a los ciudadanos bonaerenses en el manejo de las armas. El Congreso sancionó una ley que prohibía a las provincias la movilización sin permiso expreso federal, pero Buenos Aires la desconoció, y cuando el gobierno federal ordenó la requisa de un barco cargado de armas destinadas a la milicia provincial, el coronel José Inocencio Arias impidió, por orden de Tejedor, la maniobra de las fuerzas nacionales.
Ante la actitud beligerante, Avellaneda dispuso el retiro del gobierno federal de la ciudad de Buenos Aires y decretó la designación del pueblo de Belgrano, entonces fuera del ejido porteño, como sede transitoria de gobierno; el Senado, la Corte y parte de la Cámara de Diputados se trasladó allí, antes de que el ejército nacional al mando de Roca sitiara Buenos Aires. El enfrentamiento fue particularmente cruento; tras feroces combates en Puente Alsina, los Corrales y en San José de Flores, las tropas de Tejedor fueron derrotadas. Por un acuerdo gestionado por Mitre, se dispuso el desarme de la milicia provincial y la renuncia de Tejedor, que renunció a la gobernación en favor del vicegobernador José María Moreno.
En 1894 fue electo nuevamente diputado nacional, distinguiéndose como versado jurista y buen orador. Fue también redactor del Código Penal de la Nación Argentina y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Publicó un libro al que llamó La defensa de Buenos Aires sobre los episodios de 1880.

lunes, 18 de marzo de 2013

Rosas, ¿padre de la Nación?

Por Carlos Pistelli


juan m de rosas

La figura del “orden”.
Entonces debe surgir la figura del orden, el “Restaurador de las Leyes”. Llevado a pulso por el pueblo que lo aclama, don Juan Manuel viene a poner el valor de la humanidad por encima de estas guerras de exterminio que llevan las minorías a cabo. Posiblemente Rozas se maneje como un Dictador sádico y despótico. Parece mentira que el desarrollo democrático de la Nación y la consolidación de los pueblos en aras de una República Igualitaria, aun en sus diferencias, lo necesitasen a él como “el encargado”. Si hubo otro, no le conocimos. O acaso se haya ido al exilio para morir en Boulogne-Sur-Mer. Desde 1829, no entenderíamos Patria sin Rosas. Aunque les duela a todos pensarlo, a la inteligencia intelectual del país, a los pobretones que ni deben saber quien fue: Él es, en verdad, el Padre de la Nación Argentina.

Al menos, el ‘padrastro’. Nacido en 1793 en una familia de hacendados prósperos en aquellos tiempos, no imaginemos en él a un Martínez de Hoz o una Amalita Fortabat. Se va de su casa para casarse con la mujer que ama, adopta al hijo natural de Manuel Belgrano:
Belgrano observó a la parejita caminar por la Plaza mayor, camino a la Recova, y con ellos se encaminó.
– Para evitar el escándalo familiar, general, Juan y yo nos haremos cargo del hijo que tuvo con Josefa, le dijo su cuñada de hecho, a la que sus padres llamaron Encarnación. Le llamaremos Pedro, si es varón.
   A Belgrano le dolía en el alma ser el mayor servidor de la causa, y no poder hacerse cargo del hijo que tuvo con Josefa, por razones sociales y de Estado. Puso a la Patria por encima de su desprestigio social, cerró los ojos, miró al Cabildo Histórico, apenas una vez, y cerró los ojos para no llorar.
   La mujer le seguía hablando de deberes, escándalos y la religión, de la salud de Josefa. Su joven marido apenas le miraba con esos ojos celestes claros que dominarían al país veinticinco años. Ese joven atractivo a los ojos de las mujeres que pasaban junto a él, no pasaba de los 20 años, ya había dejado el hogar de sus padres, rompiendo relación con ellos, dejando de usar el apellido paterno por un modismo adoptado. Su energía parecía serena y fría, al costado de esa mujer dominante y matrona que parecía traerlo de los agujeros de su nariz. Belgrano le miraba con desgano, hasta sonriendo de verlo como a un pollerudo.
– El gobierno me ha encomendado una misión diplomática al exterior, y será lo mejor para guardar las formas entre nosotros. Déjele un beso a Josefa, dígale que prefiero, toda la vida, otra vuelta de destino, pero ella se ha empecinado en no verme más. Os dejo, pues, y me duele en el alma no saber nunca más, que será de mi hijo, y de su futuro – Saludó y les dejó[1].
   Encarnación le miró irse, cansino, viejo y triste:
– Pusilánime, se me escaparía, si no supiera que da la vida por sus ideas, dijo la mujer.
– Pobre General, lo tratan de bueno, demasiado, y no ha tenido el valor de deponer a estos gobiernos que nos han tocado en suerte.
– Vamos Juan! Deja de defender lo indefen…, pero ya la mirada de la mujer bajó la vista ante esos ojos celestes y magnéticos. La indomable Encarnación Escurra no encontraba otros límites que la pasión simulada que su marido Juan le imponía desde la rigidez de su impostura, desde su humor negro, desde su ironía de gaucho pícaro como le decían los Dorrego.

Juan Manuel de Rosas, el marido joven de Encarnación, de él hablábamos, se haría cargo del hijo del general Belgrano, Pedrito; del primogénito del cacique Namuncurá, Manuelito Rosas; de sus propios hijos con Encarnación, Juancito y Manuelita; de los varios naturales que tendrá con sus criadas; y hasta le achacarán, como infamia a ambos, la paternidad del propio Hipólito Yrigoyen, pues su madre, Marcelina Alem, la hermana de Leandro, era cortesana en los jardines de Palermo cuando la época dorada del Rosismo.
   Rosas se pensaba, viejo, empobrecido y taciturno, en sus noches a las afueras de Londres, sesenta años después, que si otros hubieran escrito la historia, también le hubieran endilgado otra paternidad: más pretendida, generosa y prestigiosa: la de la misma Patria, que atinó a defender y a dignificar, como ninguno.

[1] Un poco de ficción, Belgrano nunca habló con Rosas sobre Josefa y su hijo.

Acto 136 aniversario del fallecimiento de Juan Manuel de Rosas

Organizado por la Municipalidad de Gral San Martín, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de Gral San Martín y la Cooperadora del Museo Juan Manuel de Rosas, el 14 de marzo de 2013, se realizo un acto conmemorativo al fallecimiento del Restaurador, en la plaza Principal de nuestro distrito.
Ante más de un centenar de ciudadanos, en un clima de gran patriotismo, asistieron el Intendente del Partido de Gral San Martín Dr. Gabriel Katopodis, el Secretario de Gestión y Asuntos Institucionales Don David Alvarez, Subsecretarios, Directores y coordinadores del Poder Ejecutivo Municipal; además del Honorable Concejo Deliberante y representantes de organizaciones culturales y sociales.
Hicieron uso de la palabra el Dr. Raúl Chiviló y el Dr. Carlos Torreira quienes destacaron aspectos políticos y personales del prócer.
Por segundo año consecutivo el Municipio de Gral San Martín Homenajeo al Ilustre Restaurador de las Leyes.



jueves, 7 de marzo de 2013

DON ADEODATO DE GONDRA.

Por Prudencio Martínez Zuviría
Hace unos años en medio de una investigación que estaba realizando y a raíz de algo que había leído, me había quedado pensando en todos aquellos federales rosistas que habían traicionado al Restaurador de las Leyes el antiguo Gobernador de Buenos Aires y representante de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina D.Juan Manuel de Rozas.

Me vinieron a la mente varios personajes y es bueno que la posteridad y todos aquellos que investigamos la vida del Restaurador y sus dos gobiernos, también sepamos quienes de los suyos no quisieron o no se animaron a acompañar en la caída y en la desgracia a aquel que con tanto fervor habían acompañado, me refiero a D.Juan Manuel de Rozas y a todos sus antiguos amigos rosistas.

En este trabajo que relata la vida de don Adeodato de Gondra, que encontré en mi biblioteca en una vieja revista del primer Instituto de Investigación Histórica Juan Manuel de Rosas del año 1946, en su sección Bibliografía hay un trabajo comentando el libro escrito por el nieto de don Adeodato de Gondra, don Luis Roque Gondra, como una honrosa defensa a la querida memoria de su abuelo.
Este trabajo es muy interesante por que nos informa más sobre la vida de don Adeodato de Gondra, por que nos muestra cabalmente la personalidad de aquel que no dudó en cambiar de bando cuando apenas habían dejado de tronar los últimos cañones de Caseros.
Quiero rendirle homenaje sincero a la querida memoria de todos aquellos federales que supieron ser leales a Rozas y a la antigua Confederación Argentina.luego de la traición en los campos de Morón el 3 de febrero de 1852.

DE LA TIRANIA A LA LIBERTAD:
VIDA DEL DR. ADEODATO DE GONDRA.
Por LUIS ROQUE GONDA (Editorial Claridad).

Hermoso gesto el del Dr.Luis Roque Gondra sacando del piadoso anonimato en que yacía, el recuerdo de su ascendiente don Adeodato de Gondra, para que la dura lección de moral política y de consecuencia cívica que se desprende de su vida pudiera servir de ejemplo a todos quienes anteponen la ambición mezquina y el afán de figurar a otras consideraciones de orden superior.
Don Adeodato de Gondra fue hasta 1851, el prototipo de esos Ministros generales en quienes descansó realmente el peso de la labor administrativa provinciana. Intermediarios lógicos entre los caudillos de prestigio popular y los señores de La sala Legislativa de vieja tradición aristocrática. Los Ministros generales tuvieron a su cargo armonizar una institución con la otra: La republicana de los gobernadores, producto del advenimiento del pueblo al manejo político; con la colonial de la Sala, resabio de los antiguos cabildos vecinales. No fue poco lo que hicieron en esos años fecundos en que se iba formando lentamente la unidad nacional, partiendo de sus naturales bases, que eran las provincias.
Encontramos a Gondra, desde muy joven actuando en la primera fila en los escenarios provincianos. Por recomendación de Facundo Quiroga, va a Santiago del Estero a dar forma burocrática a las patriarcales disposiciones de D.Felipe Ibarra: inteligente y administrativamente honrado, don Adeodato tenía ante sí un magnífico porvenir político, que hubiera cumplido si no lo cegara un afán inmoderado de figurar y el grave defecto de la inconsecuencia . Por eso Ibarra acaba echándolo más o menos del Despacho de Ministro en 1841.
Pronto lo recoge Celedonio Gutierrez en Tucumán, no obstante las indicaciones de Ibarra desfavorables a don Adeodato. Junto a este, Gondra empeña su celo federal en la liquidación de los restos de la Coalición del Norte, y contribuye eficazmente al progreso económico de la provincia logrando bajo la paternal dictadura del general Guitierrez. Pero diez años después le ocurre idéntico percance que con Ibarra, y don Celedonio lo ha de licenciar en 1851 con el “puente de plata” de una misión a Buenos Aires. “para expresar al Ilustre Restaurador, la adhesión más completa y entusiasta de las provincias de Tucumán y Jujuy, a la causa argentina, ante la guerra con el Imperio del Brasil, y la traición del loco, salvaje,etc, de Urquiza.
Para el Doctor Luis Roque Gondra estos tripiezos en la carrera administrativa de su abuelo, deberíase a que “mientras aparentaba colaborar lealmente con los tiranos, en secreto trabajaba para el derrumbe de la tiranía”. Claro es que una afirmación de tanta gravedad va por cuenta exclusiva de su descendiente, cuyo liberalismo al parecer no puede resignarse a que su abuelo hubiera trabajado lealmente por la causa de la tiranía, antes que reaccionario sincero, lo prefiere traidor, todo va en gustos…
Cesante en Tucumán, don Adeodato emprende viaje a Buenos Aires. No lleva solamente sus instrucciones de plenipotenciario, pues en los últimos años de su Ministerio, y ya cuarentón, se ha recibido de abogado, previo el certificado de práctica expedido por la provincia que gobernaba. Con ambos documentos, Gondra se prepara a una brillante carrera en el Buenos Aires de Rosas. Le es necesario para ello ganar a toda costa la gracia del omnipresente Restaurador; pero poseedor –según si nieto y biógrafo- “ del arte de fascinar a los caudillos”, el campo se le hace orégano cuando llega a la Capital en ese último año de la tiranía.
Nada omite en sus propósitos de atraerse la atención de Rosas. Publica una violenta carta contra Urquiza, donde el futuro constituyente del 53 califica de “anárquico y disolvente” el proyecto de “reunir una asamblea de delegados de los pueblos “, expresado por Urquiza como única base de su pronunciamiento. Más tarde lo vemos en las funciones de gala de los teatros pidiendo desde su palco y con estentórea voz, en momentos de comenzar la función, “vivas al gran Rosas” y “mueras al loco, traidor, etc. Urquiza” (ambos episodios constan en los diarios de la época. Ver también “Las vísperas de Caseros “ de A. Capdevila.( Pp. 62 y 108). Encabeza una manifestación de “plenipotenciarios” provinciales que se dirige a Palermo, donde pronuncia un encendido discurso federal “poniéndose a las órdenes del Jefe Ilustre de la Confederación para triunfar o morir” (Ver Archivo Americano, N° 28) y concurre diariamente a los salones de Manuelita, con la esperanza de que el Restaurador advierta su presencia.
Ocurre Caseros y don Adeodato ni triunfa ni muere.
No había nacido para las heroicidades, y a la semana escasa saltaba el cerco de la manera espectacular que tanto le placía. Escribe al “Ilustre general “ vencedor, felicitándolo “por haber sepultado un pasado ignominioso en los campos gloriosos de Morón” y después de llamarle “paladín de la libertad federal “, le ofrece junto a su persona la adhesión de las dos provincias que representaba. “Para ello –dice Ibarguren- sólo tuvo que cambiar el destinatario y variar los adjetivos mal aplicados que llevaban sus instrucciones: vándalo, salvaje y criminal resultó el vencido; y benemérito, ilustre y magnánimo el vencedor”.
(En la penumbra de la historia argentina. P. 131).
Sigue concurriendo diariamente a Palermo, donde el novel libertador ha establecido su residencia. Allí –según el biógrafo- “tiene ocasión de emplear sus artes de fascinación” con Urquiza. Y cuando los viejos federales –Arana, Anchorena, Guido- llenos de dignidad y reserva acuden al llamado de Urquiza, se encuentran a don. Adeodato de Gondra, muy rígida la noble faz, haciendo poco menos que los honores de dueño de casa y hablando muy suelto de tiranía y libertad.
Escribe a su provincia diciendo que ahora ha comprendido –después de la derrota-“todo lo falso del gobierno de Rosas “. Como el gentil de Evangelio quema lo que había adorado, pero mejor adorar lo que antes quemara. Y ni por un momento deja de concurrir diariamente a los besamanos de Palermo “aconsejando- según su nieto- las decisiones que debería tomar Urquiza”, el cual mantenía “importantes entrevistas”.
Sumisión tan completa ha de ser premiada por el libertador, con un acta de Diputado Constituyente por San Luis, provincia que muy posiblemente Gondra no conocía ni en el mapa. Cerrando pues una curiosa carrera interprovincial, el antiguo Ministro en Santiago del Estero y Tucumán, y plenipotenciario de Jujuy, lograba en Buenos Aires una banca puntana para ir a Santa Fe, por mediación del gobernador de Entre Rios.
No cayó muy bien este nombramiento entre los demás diputados constituyentes. Lavaysse se lamenta “tener que suscribir mi nombre puro y honrado, con el de Adeodato de Gondra, avechucho tan desacreditado “ (G.Taboada “Los Taboada”, I, 152). En el viaje del “Countess of Londsdle “, sus compañeros del séquito de Urquiza lo han de tratar fríamente. Y una vez en la ciudad –como cuenta Sarmiento (“La Crónica “ 1853)- “no lo invitaban a bailar ni convites” y le hacían bromas saladas del calibre de ”tomar las iniciales de Gondra para dirigir diatribas”.(“ Obras ”XV,256). Aunque Luis Roque considera que estas afirmaciones “carecen de fundamento“ por que Sarmiento “no es un historiador veraz” a su juicio.
Todo el pasado federal de Gondra salió a relucir en las antesalas del Congreso Constituyente. Andaba por ahí copia de un decreto suyo no autorizado a “quitar la vida a los autores, cómplices y encubridores del asesinato de Heredia, donde quiera que se encuentren” hecho a propósito para legalizar la ejecución de Marco Avellaneda en Tucumán. Y circulaba copia de una carta suya al Carancho del Monte informándole “que las cabezas de Avellaneda y Casas estaban colgadas en la plaza de Tucumán como enemigos de Dios y de los hombres” (ambas reprod. por Zunny ”Historia de los gobernadores” . II. 541). Para peor el ahora poderoso clan santafesino de los Cullen, tenía
siempre presente que Gondra era el Ministro de Ibarra en momentos en que el jefe de la familia salía de Santiago del Estero en viaje hacia la muerte, remachada a los pies una barra de grillos.
Poco a poco la escasa cordialidad se va transformando en desaires y provocaciones, que el estoico don Adeodato tiene que aguantar con resignada paciencia. ¿Por qué, pensaría Gondra, se le imputaba a él sólo un rosismo que, quien más, quien menos, habían acabado todos por aceptar? En los escaños del Congreso se sentaba Del Campillo, funcionario y legislador rosista en Córdoba; Lavaysse, cura de Tulumba nombrado por “la tiranía”, y agente electoral de López-Quebracho; Zenteno, ministro general de Navarro en Catamarca; Gorostiaga, redactor el 3 de febrero del diario oficial rosista. Es cierto que Seguí, entusiasta rosista hasta 1851, habíase bañado en el Jordán purificador al redactar el pronunciamiento, que Regis Martínez o Ruperto Pérez, antiguos poetas federales, habían encontrado su camino de Damasco en la ruta del Palacio San José; que Leiva viejo enemigo personal de Rosas, era Juez de Primera Instancia en Entre Ríos antes del pronunciamiento;, que los unitarios “Zavalía y Zuviría”, no obstante su participación en la coalición del norte, vivían tranquilamente en Tucumán y Salta respectivamente al tiempo de Caseros, y el último se dirigía a Rosas llamándolo “jefe excelso que preside los destinos de la Confederación” (Arch. Americano” N° 25, p.47). ¿por qué Gondra solo era culpable?.
Es cierto que don. Juan Manuel –última consecuencia con sus enemigos- habíase marchado a Inglaterra reclamando la responsabilidad exclusiva de sus veinte años de gobierno. Es cierto que sus anchas espaldas se prestaban admirablemente para descargar las culpas propias y correr aliviados hacia los nuevos horizontes. ¡Si el propio Urquiza llevaba embarcado a cuenta del viajero del “Conflict ” su buen cargamento de pecados federales! ¿Por qué entonces a don Adeodato se le hacían cargos por esas cosas ocurridas antes del 3 de febrero?
“Siempre la oveja mas ruín es la que rompe el corral “ y la grave falta de Gondra fue exclusivamente su rápida conversión de la tiranía a la libertad. Si consecuente con los hombres y las ideas que cayeron en Caseros se hubiera llamado a un discreto silencio en las horas que siguieron a la derrota, hubiera merecido –como Felipe Arana-, o el general Guido y tantos más –el respeto de los triunfadores, o hubiera llegado a desempeñar un papel lúcido en la política argentina como Bernardo de Irigoyen, o continuado tranquilamente su vida profesional y social como Lorenzo Torres. Ninguno de ellos renegó del vencido para congraciarse con el vencedor. Don Adeodato, al fin y al cabo, ya no era un muchacho como Rufino de Elizalde, a quien podría perdonársele algunos pecadillos rosistas atendiendo lo ruidoso de su conversión.
La voltereta habíale dejado sin amigos en uno y en otro campo, inútilmente quiso desplegar las “artes de fascinación” que Gondra nieto admira en los artilugios de su eminente abuelo. Ni su negra y esmirriada figura, ni sus ojos huidizos, ni mucho menos su enfermizo afán de figurar y adulonerías hacia los poderosos ayudábanle a despertar simpatías.
Don Adeodato poseído ahora de una ardiente fe liberal, encontraba amargo el tránsito, que el 4 de febrero juzgó ilusoriamente tan factible; era el advenedizo para unos, y el renegado para otros. El hombre de Ibarra y Gutiérrez para los del nuevo orden; y el cortesano de Urquiza para los del orden caído.
Cuando bebió hasta lo último el amargo cáliz del boicot general, coronaría su carrera con otra inconsecuencia espectacular, como todos los gestos suyos. En plena revolución de Lagos, presenta al Congreso y defiende en el recinto un proyecto favorable a Buenos Aires, en guerra con Urquiza. Entonces el propio libertador tomará cartas en el asunto ordenando lisa y llanamente la separación de Gondra del Congreso por el procedimiento habitual de no pagarle las dietas ni permitirle crédito en parte alguna. Así en vísperas de pasar a la historia como uno de los autores de la Constitución, se ve obligado a presentar su renuncia. “Don Adeodato de Gondra se ha separado del Congreso –escribe el benévolo padre Lavaysse- ¡Que dicha! ¡Que fortuna!”(“Los Taboada” III, 40).
Corrido de la Confederación, ofrécese al Estado de Buenos Aires, pidiendo quizá el premio a sus servicios porteñistas en el Congreso. En 1857 el gobernador Obligado lo nombra Juez del Crímen en San Nicolás. Pero tan mal efecto produce este Juez a la población, que a los dos meses escasos una pueblada lo echa del despacho a ponchazos y empellones, intentando maniatarlo y enviarlo a Buenos Aires en una ballenera, como recuerda melancólicamente su nieto.
Va siguiendo Gondra su vía crucis dolorosísima. Galgeará algún pleito por los corredores del viejo Cabildo de Buenos Aires, sin encontrar otra cosa que el desprecio federal de chupandinos, y el rencor unitario de pandilleros. Por una cruel paradoja del destino tuvo que llevar su cruz hasta lo último, tal vez por haberla querido arrojar antes que nadie: inútilmente clamaría por su nueva y ardiente fe liberal, execrando la tiranía a la que antes sirviera. “En 1858 –dice el libro que comentamos- era poco menos que insostenible la situación del Dr.Gondra en Buenos Aires… le rondaban y mortificaban de mil maneras, como enjambre de insectos” (P.199).
De Claudicación en claudicación va descendiendo hasta las humillaciones más dolorosas. Intenta inútilmente una reconciliación con Urquiza, cuando vio que de Buenos Aires no podía esperar. La escribe pidiéndole ayuda: “S.E. debe recordar que soy hombre leal” S.E.no recordaría eso precisamente porque no se dignó contestarle. Vuelve a insistir por las dudas: “No sé si la anterior llegó a sus manos”. Definitivo y elocuente silencio de Urquiza (P. 200 y 201).
Amargado, envejecido, enfermo y con una larga familia a cuestas, el otrora poderoso Ministro de Ibarra y Gutiérrez , acaba gestionando un puesto cualquiera, en los tribunales de Corrientes “aunque fuera de ciento cincuenta pesos”. Por empeñosas recomendaciones de Nicolás Calvo, lo nombra el gobernador Pujol. Pero ni siquiera allí lo dejan tranquilo: Los vencedores de Pavón vuelven a arrojarlo a la calle, a proseguir su peregrinación angustiosa. Andará por el Paraguay, por Montevideo, otra vez por Corrientes. Todas las puertas se le cierran.
Finalmente muere aislado y pobrísimo en Buenos Aires, en 1864. Ningún diario dará la noticia de su muerte, no se encontró a nadie –en esos tiempos de fácil locuacidad funeraria- que quisiera hablar ante su tumba. Sus hijos emigraron al Paraguay.
Ochenta años después de éste calvario, el Dr. Luis Roque Gondra nos cuenta el doloroso tránsito de la tiranía a la libertad de su infortunado abuelo. Hermoso ejemplo hemos dicho, que honra el valor y el patriotismo del nieto. Porque valor y patriotismo se requiere en grado heroico para, dejando de lado sentimentalismos familiares, ofrecer la vida de don Adeodato de Gondra a la reflexión de las nuevas generaciones.
Suponemos ése el objeto primordial de la publicación. Otro sería el de recopilar –como apéndice- los trabajos profesionales del Dr.Gondra que según su nieto “es el mejor de los juristas argentinos, superando a Vélez Sarsfield, y tan bueno como Alberdi”. Esta apreciación va también por su cuenta exclusiva; don Adeodato que se recibió de abogado más que cuarentón, alcanzó a producir algunos alegatos y defensas sin mayor pena ni gloria durante su azarosa vida profesional. Que estos escritos forenses, sin otro valor que el curialesco, puedan llamarse piezas jurídicas y darle a su autor un lugar “superior” al de Vélez Sarsfield, y “tan bueno” como el de Alberdi, es comparación harto discutible.
J.M.R.
Fuente: Revista del Instituto de Investigación Histórica Juan Manuel de Rosas. N° 12 Buenos Aires, 1946. BIBLIOGRAFIA. Páginas.94/102.

Manuelita Rosas y el Sable Libertador

Por Pablo Rohr

Don Juan Manuel de Rosas había dispuesto en su testamento en el apartado 18.


"A mi primer amigo el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General D. José de San Martín "y que lo acompañó en toda la Guerra de la Independencia" por la firmeza que sostuve los derechos de mi Patria''. Muerto mi dicho amigo, pasará a su esposa la Señora D. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad''.

A la muerte de Rosas, acaecida en 1877, ya había fallecido Juan Nepomuceno Terrero, correspondiéndole, conforme a la cláusula testamentaria, la posesión a Máximo Terrero, hijo mayor, y esposo de Manuelita Rosas.

En 1896, el entonces director del Museo Histórico de la Capital, don Adolfo P. Carranza, solicitó por carta a Manuelita Rosas la donación al Museo Histórico del Sable del Libertador.

Con fecha 26 de noviembre de ese mismo año le contesta

Manuelita Rosas de Terrero a Carranza, expresándole, en la parte fundamental de su misiva, que:

''Al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del Sable del Libertador, debiera ser en el seno del país que libertó''

requiriéndole, posteriormente, el pedido oficial respectivo para el envío del sable. Con fecha 20 de diciembre Carranza, conforme al requerimiento efectuado, se dirige por nota oficial a Máximo Terrero, pidiéndole la donación del Sable Corvo del General San Martín. Con fecha 1º de febrero de 1897, Terrero contesta la nota oficial al Director del Museo Histórico, expresándole en su parte resolutiva:

"Mi contestación es el envío de la prenda a Buenos Aires, acompañada de una nota dirigida al Señor Presidente de la República, suplicando a S. E. se sirva aceptarla en calidad de una donación hecha a la Nación Argentina, en nombre mío, de mi esposa, de nuestros hijos y al mismo tiempo manifestando el deseo que sea depositada en el Museo Histórico Nacional".

En la nota dirigida por Máximo Terrero al Presidente de la República, doctor José Evaristo Uriburu, le expresa, en su parte fundamental:

"En virtud de esta solicitud, la presente tiene por objeto ofrecer a V.E. en su carácter de Jefe Supremo de la República, este monumento de gloria para nuestro país, siendo mi deseo donar a la Nación Argentina, para siempre, este recuerdo, quizá el más interesante que existe, de su valiente Libertador".

"Suplico a V.E. se digne aceptar la ofrenda que hago a la patria en nombre mío, de mi esposa Doña Manuela Rozas de Terrero y de nuestros hijos, y si bien en caso de ser aceptada la donación, nos fuera permitido expresar nuestro deseo en cuanto al destino que se le diera al sable, sería el que fuese depositado en el Museo Histórico Nacional, con su vaina y caja tal cual fue recibido el legado del General San Martín". En la misma época, con fecha 25 de enero, se extendió en la Legación Argentina de Londres, a cargo entonces del poeta Luis Domínguez, un certificado donde constan los sellos colocados en la caja que contenía el sable corvo, en su vuelta de regreso a América y en el que se expresaba:

"y deseando mandarla al Señor Presidente de la República Argentina para que se conserve en Buenos Aires perpetuamente, pide al Ministro de la República que suscribe, que haga poner el sello de la Legación para constancia, y para entregarla así sellada en Buenos Aires".

La caja conteniendo el sable corvo fue embarcada en el ''Danube'', de la Royal Mail, desde el puerto de Southampton para Buenos Aires, donde fue desembarcada, previo transbordo desde la corbeta ''La Argentina'', el día jueves 4 de marzo de 1897.

Rosas y su entrevista con Quesada


Por Pablo Rohr
"Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido
en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos: un infierno en miniatura. Me di cuenta que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestro país se diluiría definitivamente en una serie de republiquetas sin importancia y malográbamos
así, para siempre, el porvenir pues demasiado se había ya fraccionado el virreinato colonial."

Los hábitos de anarquía, desarrollados en veinte años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día. Era preciso primero gobernar con mano fuerte para organizar la seguridad de la vida y del trabajo, en la ciudad y en la campaña, estableciendo un régimen de orden y tranquilidad que
pudiera permitir la práctica real de la vida republicana.

El reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil porque no basta dictar un cuadernito, cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe
ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país".

Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en papel y que no podían llevarse a la práctica.

La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio, y esto requiere no sólo un pueblo consciente y que sepa leer y escribir, sino que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y, a la vez, un deber, de modo que cada elector conozca a quien debe elegir; en los mismos Estados Unidos dejó todo ello muy mucho que desear hasta que yo abandoné el gobierno, como me lo comunicaba mi ministro el Gral. Alvear. De lo contrario las elecciones de las legislaturas y de los gobiernos son farsas
inicuas y de las que se sirven las camarillas de entretelones con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseando todo. No se puede poner la carreta delante de los bueyes: es preciso antes amansar a éstos, habituarlos a la coyunda y la picana, para que puedan arrastrar la carreta después.

Siempre creí que las formas de gobierno son asuntos relativos, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas, según el estado del país respectivo; ese es exclusivamente el nudo de la cuestión.

El grito de constitución prescindiendo del estado del país es una palabra hueca. Y a truenque de escandalizarlo a Ud. le diré, que, para mí, el ideal de gobierno feliz sería el autócrata paternal,
inteligente, desinteresado, e infatigable, enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritos ni favoritas. Por eso jamás tuve ni unos ni otras: busqué realizar yo sólo el ideal del gobierno paternal, en la época de transición que me tocó gobernar. Pero quien tal responsabilidad asume no tiene
siquiera el derecho a fatigarse.

Es lo que me ha pasado a mí, y me considero ahora feliz en esta chacra y viviendo con la modestia que Ud. ve, ganado a duras penas el sustento con mi propio sudor ya que mis adversarios me han confiscado mi fortuna hecha antes de entrar en política y la heredada de mi mujer, pretendiendo así reducirme a la miseria y queriendo quizás que repitiera el ejemplo del belisario romano,
que pedía el óbolo a los caminantes. Son mentecatos los que suponen que el ejercicio del poder considerado así como yo lo practiqué, importa vulgares goces y sensualismo, cuando en realidad no se compone sino de sacrificios y amarguras. He despreciado siempre a los caudillejos de barrio,escondidos en la sombra; he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos.

Juan Manuel De Rosas a Vicente Quesada.

No hay bala que pueda con la mística

Por  Pablo Adrián Vázquez

 El presidente venezolano murió víctima de un penoso mal. Una enfermedad de nombre pequeño terminó con un gran hombre.  El 5 de marzo empezaron los análisis: se verá el trámite constitucional para llamar a elecciones; cómo jurará Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Venezolana;  se especulará con la candidatura del vicepresidente Nicolás Maduro; se seguirá atentamente el accionar de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FAN); cual es el futuro del Partido Socialista Unido de Venezuela; y qué rol jugará Henrique Capriles y la oposición venezolana. Pero antes está el dolor de un pueblo por la pérdida de su líder, algo que en Argentina conocemos repetidas veces.  Emergente de la crisis puntofijista y de la desigualdad social neoliberal, Chávez dio un golpe, con justificación similar al que el GOU tuvo contra los personeros de la Década Infame local, que lo llevó a la derrota, fue preso e inició un camino hacia la conquista del poder por elecciones democráticas.

El pueblo acompañó su proyecto revolucionario, mayor salud y educación, distribución de la riqueza y nacionalización de la empresa petrolera nacional PDVSA, se amplió el empleo y achicó la brecha social. Todo consolidado con la Constitución de 1999 y el planteo del Socialismo del Siglo XXI
Anatemizado por los Estados Unidos, Europa, los medios hegemónicos, la burguesía rentista, la derecha reaccionaria y la izquierda mediocre. Para el sistema fue la bête noire de la recuperada identidad de Patria Grande, ¡para nosotros un revolucionario! Su proyecto latinoamericano de liberación tuvo un gran aliado: Néstor Kirchner. El Alba, UNASUR, MERCOSUR y El final del ALCA, juntos a Lula, en Mar del Plata, con la estocada al proyecto de Bush, marcaron puntos de su estrategia de continentalismo.  Aliado, y discípulo, de Fidel Castro, buscó unificar los proyectos de Ortega, Correa, Morales, Mugica, Dilma  Rousseff y Cristina Kirchner. Sus alianzas con Rusia, China, Irán desafiaron el control norteamericano en su “patio trasero”. Sus citas a San Martín, Perón, Evita, Jauretche y a Jorge Abelardo Ramos, ganaron el corazón militante del Movimiento Nacional. Su carisma, simpatía, agilidad en el béisbol,  recitado de poemas y canciones llaneras: por su garganta desfilaron Martí, Jara, Mercedes Sosa y Alí Primera. Murió como Néstor, ejerciendo el mando con la plenitud de sus facultades y el amor de un pueblo (y un continente) que hoy lo llora. Una canción venezolana resuena con esta frase: “¡Usted de aquí no se va!” Hoy y siempre pensaré a este soldado de Bolívar y el Che, de una revolución en paz,  con una sonrisa. Como dijo Torrijos: No hay bala que pueda para la mística.
Valga esta remembranza, para paliar el duelo, desde mi identidad peronista y mi admiración por la revolución bolivariana. Hasta siempre Comandante!