Rosas

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sábado, 31 de diciembre de 2011

VINDICACION DEL MUY LEAL COMPAÑERO CARLOS VICENTE ALOE

Por Alfredo Mason

Los gorilas habían inventado una serie de «chistes» mediante los cuales mostraban a un hombre tosco, bruto y obsecuente. Algunos peronistas subjetivos –o sea, esos que son peronistas para adentro porque lo que dicen son goriladas- los repiten. Ambos, solo muestran su incomprensión y desprecio por quien supo ser un digno y muy leal compañero de Juan Domingo Perón. Estamos hablando de Carlos Vicente Aloé.  Hijo de inmigrantes italianos –nació en 1900- vivió en la «pampa gringa» -en Chacabuco (PBA)- como uno más de los niños y jóvenes que a principios del siglo XX vivían y trabajaban en el campo. Rindió examen para trabajar en el ferrocarril –inglés, por entonces- y entró en los talleres para la limpieza de las locomotoras de Junín. Como pero desde muy joven se inclinó por los deportes, jugaba al fútbol en el Club Sarmiento y practicaba boxeo en el Centro Inglés de esa ciudad. En 1919 es trasladado a Mendoza para prestar servicios en el ferrocarril Trasandino.
En 1921 y ante una comisión que se hallaba en Mendoza, rinde examen y aprueba su ingreso en la Escuela de Suboficiales, pero su objetivo era ser aviador. Renuncia al ferrocarril y se traslada a Campo de Mayo, donde lo recibe el Teniente Primero Juan Domingo Perón, se inicia allí una larga y fecunda relación. En 1926 pasó a la Escuela de Comunicaciones en El Palomar donde es ascendido a Sargento Primero; ello significó tener que resignar sus aspiraciones de piloto, pues a la Escuela de Aviación solo podían entrar Cabos Primero o Sargentos, grados superados por él. Entra entonces en la Escuela de Administración del Ejército y egresa como Oficial –rango comparado a Subteniente- en 1931.
Mientras tanto, ha sido testigo presencial del golpe de estado de 1930, del cual tiene una apreciación muy precisa: fueron las oligarquías las que despojaron al radicalismo del poder en 1930 y lo hicieron guiadas solamente para rescatar lo que habían perdido en 1916, que vislumbraron conquistar en 1928 con la fórmula Melo-Gallo[1].

Desde un punto de vista de su formación integral, Aloé podía considerarse un nacionalista católico, pero no como aquellos que en esa época todavía suspiraban con la Edad Media y un imperio español de ficción, sino que él poseía la vivencia del chacarero y del peón de campo como del trabajador urbano, y por eso se acercaba más a FORJA que al elitismo nacionalista. En 1938 publicó su primer libro, de carácter puramente técnico en su especialidad: El servicio de alimentación en campaña, que le valió la mención especial del Círculo Militar. Respecto de la ebullición política de los treinta, unos años más tarde recordará en una entrevista: el fascismo, bajo la conducción de Benito Mussolini, hacía cambios socio-económicos que creaban una mentalidad nueva en las relaciones humanas, daban un nuevo carácter a la sociedad; el pueblo italiano luchaba no solamente por su liberación de una oligarquía liberal que la había oprimido durante más de cien años, sino que el propio país buscaba espacios vitales para su supervivencia[2].
Participó de la revolución de 1943 pero no desea asumir tareas de gobierno sino hasta 1946, en que Perón, presidente de la Nación, lo nombra Jefe de Despacho de la Presidencia, ostentando ya el grado de Mayor.
Su primera preocupación fue colaborar con el proceso de democratización del Ejército, por eso lo encontramos en las realizaciones de la Obra Social del Ministerio de Guerra para oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas; el otorgamiento a los suboficiales del derecho a votar; Régimen de Becas para los hijos de suboficiales para cursar estudios en los Liceos militares. También colaboró en la redacción de la Ley 13.024 de Institutos Militares, que establecen que quedan a cargo de la Nación los hijos de obreros, suboficiales de las Fuerzas Armadas, empleados y retirados cuyo ingreso no supere los 400 pesos mensuales y que aspirasen a cursar estudios en dichos institutos.
Debido a la estrecha amistad que Aloé había establecido con Perón y Evita desde las reuniones del departamento de la calle Posadas donde vivían antes de 1946, fue uno de los primeros colaboradores en la organización de la Fundación, tomando a su cargo la organización de los Campeonatos Infantiles de Fútbol, de donde salieron jugadores de la talla de Sívori, Corbata o Yudica. Años más tarde, Aloé sostendrá que el perfeccionamiento físico del pueblo desde la niñez, no es nada nuevo. Otros países como la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, lo habían hecho antes que nosotros. Los griegos, en su época, ensayaron este sistema, y ahora los rusos y los norteamericanos se desviven por ganar una Olimpíada[3].
Esta capacidad de poder comprender el papel secundario de las ideologías en una visión realista de la política internacional, a la luz de los intereses nacionales, es la que le permite concluir sobre el significado del período de post-guerra. Así se pregunta: ¿Qué es lo que aparece después de la guerra del 39 al 45? ¿Qué ganó la Humanidad con esa destrucción?¿ Qué valores, qué triunfos, qué victorias obtuvo la Humanidad? Absolutamente ninguna. Y más todavía: con el concepto de que había que pagar la guerra, la explotación se hizo más despiadada[4].
 Al poco tiempo debió hacerse cargo del «pool» periodístico que administraba el estado bajo el nombre de Atlas S.A., y donde se editaban diarios y revistas de Buenos Aires y del interior El tendrá a su cargo la organización administrativa mientras Raúl Apold la periodística. Allí surgen algunos roces, pues Apold quería reunir ambas funciones. Esto es aprovechado por grupos sindicados como masones que inician una campaña de desprestigio contra un Aloé que no reniega de su convicción católica, bajo la forma de presentarlo como alguien rústico y obsecuente.
En consonancia con ello, la revista estadounidense Time le dedica un artículo titulado Peroncito[5], en donde se trata de mostrar a un hombre poderoso –por ser gobernador de la provincia de Buenos Aires- pero a la vez, buscaba acentuar esa rusticidad inventado que el mismo habría dicho que autores como Benjamín Franklin, Walt Whitman, Mark Twain, Browning, Grimm, Schiller y Turgenev eran subversivos. Lo que no decía el artículo es que Aloé ababa de ganar las elecciones a gobernador duplicando los votos de su principal oponente, el radical Crisólogo Larralde, aunque este fuera el objeto real de su crítica.
 Al asumir, en su mensaje a la Asamblea Legislativa sostuvo: la Constitución de la provincia me impone la obligación de promover el bienestar general. Lo que significa que la justicia social debe ser parte principal e importante de mi acción de gobierno[6]. Pero los tiempos habían cambiado.
El crecimiento del consumo sostenido desde 1946, no permitía satisfacer el nivel de consumo interno y a la vez mantener niveles de excedentes exportables afectando la capacidad de importación, a ello se sumaba la necesidad de obtener divisas para llevar adelante la ampliación del proceso de industrialización que traía el Segundo Plan Quinquenal por lo que se percibió un giro en las políticas agrarias que hicieron pensar en una vuelta al campo.
Como eje prioritario de esta campaña, el aumento de la productividad agraria se pensó lograr por medio de la mecanización, el cooperativismo, la educación y asesoramiento a los productores y la integración de las corporaciones agrarias al estado. Para lograr realizar la consigna del momento Produzca más, consuma menos, el papel de la provincia de Buenos Aires era crucial, por eso Perón no dudó en poner el hombre apropiado: conocía el campo, era especialista en administración de recursos y conocía la profundidad del concepto de «lealtad». Ese hombre no era otro que Carlos Aloé.
Los alcances de su gestión se ven reflejados en el documental El agro con Perón[7] que cubrió la visita presidencial del 27 de septiembre de 1953 a la ciudad de Pergamino con motivo de la clausura de la Campaña del Maíz[8]. El diario La Nación tituló la noticia con palabras de Perón expuestas en la gigantesca concentración agraria: La república se afirmó sobre la producción agrícola y sobre las ventajas de las cooperativas. En el film Perón avanza hacia la plaza acompañado por sus ministros en una camioneta Rastrojero Justicialista, símbolo de la industria automotriz que se comienza a generar en nuestro país. Desfilan maestros rurales, organizaciones de crédito agrario, sindicatos rurales, Federación Agraria Argentina, FACA[9] y ACA[10], CGT, SUTRA, Federación Argentina de Sindicatos agrarios, Mujeres del campo, niños gauchos y caballos de la Federación gaucha. A continuación desfilan centenares de Rastrojeros Justicialista, tractores Pampa fabricados por IAME, cosechadoras de maíz nacionales y extranjeras, un arado nacional, aviones pulverizadores de plagas y trimotores del Ministerio de Agricultura.
¿Qué importancia le daba el gobernador a esta muestra de las fuerzas vivas de la provincia? El mismo lo aclara al sostener que la Doctrina Nacional tiene por finalidad el hombre, y la Patria se forma, en primer lugar con hombres. No es ni el campo, ni las herramientas, ni las vacas, ni todas las riquezas materiales, los que forman la Patria; los que forman la Patria son los hombres que nacen, que viven, que piensan, que sienten y que mueren a su vera[11]. Esta es la forma en que el Peronismo entendió siempre la justicia social: todos trabajando, todos más ricos, todos más felices. En esta Argentina de Perón no caben los holgazanes que quieren vivir del esfuerzo ajeno y el que consume más de lo que produce es una carga y una rémora para el pueblo argentino[12].
Como parte de la vuelta al campo, Aloé proponía encauzar las chacras hacia la producción mixta, una parte para consumo familiar y los excedentes para comercialización. La consigna que éste lanzara decía: ¡100.000 granjas![13] Una de las zonas tradicionales en la que abundaban las quintas de hortalizas era Florencio Varela, que Aloé proclama ciudad (Ley 5719/53).
Ese mismo año, su amor al deporte lo lleva a escribir comentarios sobre el triunfo futbolístico sobre Inglaterra, nuestro adversario deportivo tradicional, en Mundo Deportivo. En otro orden de cosas, mediante la Ley 5713/53 se resolvió la expropiación de la casa donde Perón pasó su niñez en Lobos, para instalar el Museo y Biblioteca Justicialista. Se creó el Registro Provincial de las Personas, el Registro de Bienes de los Funcionarios Públicos; la Asesoría general de Gobierno y la Dirección de Persona Jurídica de la Provincia.  La complejidad cada vez mayor de la gestión de gobierno hizo que surgiera la necesidad de poseer una ágil relación entre el gobierno central de la provincia y los gobiernos municipales, para ello Aloé convocó al Primer Congreso de Municipios, en 1952, y al año siguiente se crea la Dirección de Asuntos Municipales.
En vistas a proveer seguridad a los habitantes bonaerenses, se llevan a delante una serie de medidas vinculadas al tema: se jerarquiza la Policía bonaerense mediante la promulgación del Estatuto del Personal de Policía, se crea un nuevo sistema estadístico de delitos y medidas de represión y prevención y la Obra Social. Para el personal de los institutos carcelarios se organizan Cursos Superiores de Capacitación Penitenciaria y se crea el Instituto de Investigaciones y Docencia Criminológica. A su vez, el espíritu humanista y cristiano del que siempre hizo gala, lo llevó a fomentar que los presos de la Unidad de Olmos editaban un boletín literario denominado Acción Penitenciaria, y emitieran un programa (Habla establecimientos penales) por LS 11 Radio Provincia.
Hombre que siempre la dio mucha importancia a la educación y formación, redujo el analfabetismo del 13,6% al 8,9%; comenzaron a egresar maestros provenientes de hogares de trabajadores –urbanos y rurales- y se triplicaron los alumnos universitarios. Particular importancia tuvieron en su preocupación las Escuelas Fábricas, pues su existencia estaba ligada al proyecto de industrialización y como salida laboral para los jóvenes de sectores humildes, así se abren más de 50 de ellas. Se crea el «tren cultural» que lleva manifestaciones variadas de nuestra cultura a los pueblos del interior de la provincia. El Teatro Argentino pone en escena óperas con cantantes y directores argentinos y extranjeros de primera línea.
Ya en 1954, el gobernador Aloé realiza el primer homenaje oficial a los combatientes de la Vuelta de Obligado y publica su trabajo Combate de la Vuelta de Obligado (Buenos Aires, Ministrio de Educación, 1954) iniciando así una campaña para repatriar los restos de Juan Manuel de Rosas, tarea que se vio postergada por el golpe de estado de 1955 y que recién se pudiera completar en 1989, durante la presidencia de Carlos Menem.
La racionalidad administrativa y el control exhaustivo de los gastos públicos hicieron que después del golpe de estado de 1955, las únicas críticas que pudieron formularle eran por su lealtad peronista y se manifestaba en las humoradas gorilas que hemos hecho referencia. Pero para que esa racionalidad tomara cuerpo y recordando las enseñanzas militares, «conduce el que es capaz de enseñar», les dirá a los Directores Generales y Jefes de Departamento provinciales: los que tienen la responsabilidad de la dirección del Gobierno y los que tienen la responsabilidad de la ejecución, deben establecer un contacto permanente para que la dirección esté no solamente interpretada sino también comprendida y la ejecución sea así una resultante natural de una unidad de criterio[14].
En 1958, Aloé es nombrado por Perón, desde Ciudad Trujillo (Rep. Dominicana) miembro del Consejo Coordinador y Supervisor del Comando Superior Peronista, junto a Oscar Albrieu, Alberto Rocamora, Rodolfo Arce, Julio Troxler, Adolfo Philippeau, Delia Parodi y María Elena Bruni. Con Perón establecido en Madrid, la comunicación personal fue permanente.
Paralelamente a ello, publicó los libros Grandeza y decadencia del federalismo argentino (Buenos Aires, Leonardo, 1963), tres años más tarde el citado De Calfucurá a Yrigoyen; en 1969 edita Gobierno, proceso, conducta (Buenos Aires, Sudestada, 1969) en el cual detalla la realización de los planes quinquenales y su aplicación particular en la provincia de Buenos Aires. Publicó en 1970 un opúsculo titulado Los caudillos, con una conferencia que durante la dictadura de Juan C. Onganía se le impidió pronunciar en Chacabuco.
Finalmente, nada mejor que los conceptos de Perón para resumir quién era Carlos Vicente Aloé. El primero decía que el proceso político se expresa bajo una formulación tripartita: conductor, cuadros y pueblo, cuyo entramado de relaciones da como consecuencia la construcción de la realidad[15]. Sin eso no hay organización, lo que quiere decir, que toda organización implica el conductor, que es el que maneja el conjunto; los cuadros, que son los dirigentes de segundo grado que dirigen a las partes y el tercero, la masa[16]. Aloé era uno de esos cuadros, aquel que eligió Perón para dar una batalla dura de la cual dependía la concreción del Segundo Plan Quinquenal. Y supo cumplir.
Notas:
[1] ALOE, Carlos Vicente De Calfucurá a Yrigoyen. Buenos Aires. Leonardo. 1966. p.159
[2] RODRIGUEZ, Rodolfo Carlos Vicente Aloé: subordinación y valor. La Plata. Archivo Histórico de la PBA. 2007 p.28
[3] RODRIGUEZ, Rodolfo p.35
[4] ALOE, Carlos Vicente Discurso en la Universidad Nacional de La Plata en Curso de Formación y Cultura Argentina. La Plata. UNLP. 1953 p.28
[5] Time 28.07.1952
[6] HCD de la Provincia de Buenos Aires. Diario de Sesiones La Plata 4 de junio de 1952.
[7] El agro con Perón: Apoyo al Segundo Plan Quinquenal. 1953 Noticiero Bonaerense. Duración 14´. Filme blanco y negro, sonoro. Narración: M. Acuña.
[8] En el Almanaque del Ministerio de Agricultura del Segundo Plan Quinquenal se proyecta un crecimiento del 153% anual para 1957 basado en el crecimiento anual del período 1947-1951.
[9] La Federación Agrarias de Cooperativas Argentinas fue creada en 1945 por Federación Agraria Argentina.
[10] La Asociación de Cooperativas Argentinas representaba desde 1922 a los medianos productores dedicados a la exportación agrícola ganadera sobre todo de la región pampeana, y desde 1926 por la Ley 11.388 tenían status legal.
[11] ALOE, Carlos Vicente Discurso en la Universidad Nacional de La Plata p.29
[12] ALOE, Carlos Vicente Discurso de presentación del Segundo Plan Quinquenal de la Provincia de Buenos Aires. La Plata. Ministerio de Gobierno. 1953 p.8
[13] V446 Noticiero Bonaerense Nº 333 1955.
[14] ALOE, Carlos Vicente El estado es doctrina en acción. La Plata. Gobernación de Buenos Aires. 1955 p.7-8
[15] PERON, Juan D. Exposición del Segundo Plan Quinquenal. Buenos Aires. Presidencia de la Nación. 1953 p.3


FUENTE: EL ESCARMIENTO DIGITAL

Perón: la formación de su pensamiento

por Domingo Arcomano

Sin prisa pero sin pausa, el pensamiento de Juan Domingo Perón va siendo abordado desde distintas perspectivas y profundidades por quienes encuentran en él un hito, un término (como límite) o un obstáculo epistemológico. Este proceso incluye el rescate de fuentes biográficas, documentos desconocidos, impresiones icnológicas que navegan entre la memoria y la transmisión oral, entre otras, para ir conformando el vasto fresco tridimensional de una figura que, por lo polifacética, se antoja a veces inabarcable. La mayor o menor simpatía o animadversión por el personaje es fagocitada por la complejidad de un proceso que lo tuvo como eje articulador: la modernización de la Argentina. En tanto, sus viejos adversarios aún vivos se esterilizan entre viejos rencores, confusión y mala fe o, simple y llanamente, abocados al cultivo voluntario y soez de la ignorancia.
Mientras en el "primer mundo" un libro sobre un muerto ilustre es un aleteo del vuelo de Minerva, un acto de canibalismo literario sobre escombros del pasado, aquí suele ser, aún hoy, un intento fracasado de "ajuste de cuentas" con el personaje en cuestión, fundado la más de las veces en profundo desconocimiento de nuestra propia historia, en el que el ocultamiento o destrucción de fuentes y la colonización de los aparatos educativos no tienen la responsabilidad menor.
En la línea de los pacíficos admiradores del General Perón se inscribe el folleto, muy bien impreso, de Piñeiro Iñiguez. Continuando una línea de interpretación inaugurada por Fermín Chávez, el autor desgrana las fuentes teóricas en las que abrevó Perón y cuya evaluación más destacable es el pragmatismo que presidió su utilización al servicio de la Nación: "Un método argentino para resolver los problemas argentinos". Esto último... algo incomprensible para los asaltantes de la Universidad de 1955 cuyos restos y descendientes se encuentran aún enquistados como un tumor en la Universidad actual.
Pero entremos de lleno en la obra, evaluando lo que a nuestro juicio son sus aciertos y sus errores. En este plano resulta discutible la ambigua afirmación de Piñeiro Iñiguez relativa al acompañamiento de la "tendencia profascista del golpe del 30", por parte de Perón (pág. 22). De su accionar previo y del informe que le dirige a Sarobe ("Algunos apuntes en borrador. Lo que yo vi de la preparación y realización de la Revolución del 6 de setiembre de 1930. Contribución personal a la historia de a revolución" (son solo apuntes, falta redacción) Cap. Perón -Buenos Aires, Enero de 1931) nada surge en ese sentido. El informe por su parte, se configura como el acta de acusación y el documento de ruptura con la doctrina del "estado mayor", tal como creemos haberlo demostrado en "Perón. Guerra y Política-Las fuentes Militares de `Conducción Política´". No obstante lo cual el autor del folleto insiste en esta última línea interpretativa (Perón como "oficial de Estado Mayor") citando, con prevenciones, a dos "historiadores" devaluados: José Luís Romero y el autor norteamericano de lengua española (1) Tulio Halperín Donghi (págs. 40/41), aunque luego matice la "justa caracterización" (sic) que desgranó el primero, incorporando nuestro autor la figura del "intelectual militar" (2) para definir a Perón.
Destacamos como un acierto entre las fuentes mencionadas, la del historiador austriaco del pensamiento hispanoamericano Víctor Frankl, a quien se le debe un importante trabajo sobre la doctrina social de la Iglesia en la década de los 40 del siglo pasado, publicado en la Revista "Universidad" que dirigía el cura Hernán Benítez y de indudable influencia en Perón (vale la pena leer el libro citado por Piñeiro Iñiguez "El Peronismo visto por Víctor Frankl", de Chávez, quien, aunque no cita ese trabajo, nos da una acabada noticia de la importancia del Frankl y de sus vínculos con el peronismo). En relación a este hombre del mundo católico centro-europeo (por resistirse al "anchluss" hitleriano, la anexión de Austria al Reich alemán, debió exiliarse) su afirmación de que Perón habría encarnado una "teología de la revolución", y que Piñeiro Iñiguez pone como antecedente de alguna manera de la "teología de la liberación" latinoamericana, resulta una afirmación excesiva. De aquella "teología de la revolución" , de orígenes medievales, aunque luego la presidieran Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, no hay trazas en Perón. Esa teología tiene un marcado acento conservador y empalma más bien, en el s. XIX, con el pensamiento reaccionario español de Vázquez de Mella y Donoso Cortés. Y este "filum" genético tiene bastante poco que ver con la(s) teología(s) de la liberación, inexplicables sin los sucesivos "aggiornamentos" de la Iglesia y las recepciones del marxismo y la revolución cubana por parte de los sacerdotes latinoamericanos. (pág. 32).
Si bien la obra no se presenta como un desarrollo exhaustivo del Perón escritor, resulta destacable, aunque insuficiente, la referencia al Perón historiador y su vínculo con las corrientes historiográficas de la época (fundamentalmente el mitrismo, cuya ejecutoria estaba a cargo entre otros, pero principalmente, de Ricardo Levene). Aquí nos permitimos destacar la sinuosa corriente historiográfica que articulaba desde el Ejército, la doctrina de la "nación en armas", el culto del "héroe (militar, en este caso, el gran capitán) en la historia" y la presencia determinante del pueblo; que se iba desprendiendo del mitrismo oficial pero aún con firmes vínculos con éste (3).
Otro acierto a destacar son los capítulos dedicados al "APRA y el peronismo" y a la Revolución Boliviana de 1943. Las referencias a Haya de la Torre, al Kuomintang (las "tres banderas" de Sun Yat Sen son un no lejano antecedente de las del peronismo), y a figuras como el exiliado nacionalista revolucionario boliviano Carlos Montenegro -quien dirigiera durante el peronismo la Revista "VERDAD para Latinoamérica" (1952-1953)- son fuertes incentivos para profundizar su estudio.
La consideración de lo que el "peronismo no fue" (Cap. XXI), a su vez merece una consideración: sin duda el peronismo no fue un "fascismo" ni ninguna de sus variantes; en ello coincide el autor del folleto. Este dato letal de la realidad, fácil de constatar desde aquí, desde la Argentina, fue la pesadilla -en muchos casos interesada- de la mirada extranjera. Mirada que -en nuestro País de capas medias colonizadas- se instaló firmemente a través de la "docencia" del italiano Gino Germani, un liberal reaccionario, antifascista bastante tonto, que pasa por ser el fundador de la "sociología moderna" en la Argentina (la que perece día a día en la Universidad). Letra más, letra menos sus afirmaciones sobre el peronismo forman parte de los resúmenes denostadores que se reiteran sobre el mismo. Como dato "curioso" cabe señalar que otros despistados calificaron al primer peronismo de "comunista", "ateo" o "pagano" (Julio Meinville). Y, última pero no la peor, se dedicó una abultada tesis universitaria -cabalgando sobre el "tipo ideal" de Max Weber- a demostrar que el peronismo no era fascismo. El disparate es que esto no lo hizo un "scholar" anglosajón, europeo continental o japonés, sino un argentino.
Un último reparo lo hacemos a la concesión periodística de la manipulación de la historia, tan en boga en estos días de la mano de Felipe Pigna, Hugo Chumbita, Pacho O`Donnell y García Hamilton: "la noche más atroz de la dictadura sufrida por los argentinos" en referencia a la dictadura militar de 1976-1983 por parte del autor, omite considerar las masacres en la Provincia de Buenos Aires (1829) perpetradas por el sirviente del imperio británico Juan Lavalle y las del otro sirviente y padre-fundador (del diario "La Nación" y de la Argentina del "centenario"), Bartolomé Mitre, en el Norte del País (1861/1863) y durante la Guerra del Paraguay (1865/1866). Las muertes causadas por estos dos traidores a la patria exceden largamente las provocadas por la mafia cipaya civico-militar de los 70.
La memoria selectiva cuando ella está presidida por la ideología circunstancial, es la primera traición del historiador.
Salvada esta perla negra, creemos que esta obra que reseñamos debe ser leída como un primer paso a su profundización. Es una punta de los varios hilos de Ariadna que nos permiten ingresar al laberinto del peronismo. La voluntad de estudio y la percepción sutil corren por nuestra cuenta. El Minotauro espera.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Una tumba para Ciriaco Cuitiño

Por Cecilia González Espul*

La muerte por fusilamiento del coronel Ciriaco Cuitiño, el mazorquero de Rosas, junto a Leandro Antonio Alem, un 29 de diciembre de 1853, tuvo un significado que va más allá del mero castigo por los crímenes de que se lo acusaba. Tuvo una finalidad ejemplificadora, y puso de manifiesto la intención de los emigrados unitarios, que regresaron a Buenos Aires después de Caseros y se apoderaron del gobierno, de destruir todo vestigio del régimen rosista.
Denigraron, vilipendiaron a Rosas, a su obra, a sus seguidores, y aun más, buscaron directamente borrarlos de la historia Esta intención la podemos verificar desde mucho antes que vencieran a Rosas, en el deseo y predicción no cumplida de José Mármol, cuando en su poesía “A Rosas” del 25 de mayo de 1843, maldice al “salvaje de las pampas que vomitó el infierno” y repite en dos estrofas distintas “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”.
Otra prueba tangible de este meditado plan fue la suerte que le cupo al Caserón de Rosas en San Benito de Palermo. Inicialmente destinado a Colegio Militar, en 1892 pasó a ser sede de la Escuela Naval , para ser demolido en la simbólica fecha del 3 de febrero de 1899, por orden del intendente Bulrich. En su lugar, al año siguiente, se levantó la estatua de Domingo Faustino Sarmiento.
El hermosísimo parque que rodeaba el caserón neocolonial tuvo mejor destino. Durante la presidencia de Avellaneda, Sarmiento, en ese entonces Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires, fue designado Presidente de la Comisión las obras de remodelación del parque, al que por odio de partido denominaron Tres de febrero. Fue fruto de una iniciativa del propio Sarmiento, que había presentado una ley al Congreso a tal efecto.
Se inauguró el 11 de noviembre de 1875, con planos levantados y ejecutados por alumnos del Colegio Militar, reemplazándose la flora autóctona plantada por Rosas, por especies exóticas, en consonancia con la mentalidad extranjerizante de los liberales despreciativos de lo criollo.
Aun hoy, sin embargo, seguimos llamando Palermo al Parque Tres de febrero, no pudiendo imponerse la vengativa disposición de denominarlo con la fecha de la derrota de Rosas en Caseros por las fuerzas de Urquiza y de Brasil.
Este propósito de odio y de venganza no recayó solamente sobre Rosas sino también sobre sus seguidores más leales. Como fue el caso de Ciriaco Cuitiño y otros mazorqueros como Leandro A. Alem, Silverio Badía, Manuel Troncoso, Fermín Suárez, Estanislao Porto, Manuel Gervasio López, Manuel Leiva, Torcuato Canale, a quienes se le iniciaron juicios sumarísimos, acusados de los crímenes cometidos durante los años 40 y 42. (1)  Estos juicios, que se llevaron a cabo también para escarmentar a todos aquellos que habían participado en el sitio de Hilario Lagos, al que los mazorqueros se habían unido, fueron juicios donde no se cumplieron todos los requisitos formales, y en los que se buscó eliminar al enemigo lo más pronto posible, pero con visos de legalidad.
Ciriaco Cuitiño era ya un hombre grande, de aproximadamente 60 años y estaba enfermo, sufría la parálisis de uno de sus brazos. A pesar de estos inconvenientes, su lealtad a Rosas lo llevó a unirse a Lagos, sin haber antes cambiado nunca de bando como fue común que hicieran muchos otros. Tal fue el caso de Troncoso y Badía, que habían participado en la revolución del 11 de septiembre, siendo premiados por el mismo Valentín Alsina.  La prensa de la época, en manos unitarias, La Tribuna de los hermanos Varela, El Nacional de Velez Sarsfield, incitaba al exterminio de los acusados, condenándolos antes de ser juzgados.  No estuvieron ausentes los motivos personales. Especialmente en algunos miembros del gobierno, como Lorenzo Torres y Pastor Obligado, antiguos federales rosistas, que al haberse pasado al bando vencedor, debían demostrar su odio a los hombres que sirvieron a Rosas, a fin de aventar las sospechas que podrían existir sobre su conducta, y probar su lealtad al nuevo régimen. Pastor Obligado, gobernador de la provincia en ese momento, había sido secretario y consejero de Cuitiño.  A pesar de haber sido indultados por Urquiza, a pesar de la prescripción de los hechos por el largo tiempo transcurrido, a pesar de las seguridades y garantías para los vencidos y una amnistía otorgada por mediación de los representantes extranjeros de Inglaterra, Francia y Estados unidos, los mazorqueros fueron apresados al regresar del sitio de Lagos, cuando caminaban confiados por las calles de la ciudad con la divisa punzó y sus armas, en vez de haber huído. Estos juicios fueron evidentemente parciales, con jueces que respondían a la voluntad política ideológica de los unitarios, y que actuaban con la decisión previa de condenar, habiéndose reemplazado los antiguos jueces rosistas, integrantes del Superior Tribunal de Justicia, Roque Saénz Peña(abuelo de Roque y padre de Luis), Bernardo Pereda, Juan García de Cossio, Eduardo Lahitte y Cayetano Campana, por magistrados adictos: Valentín Alsina, Dalmiro Velez Sarsfield, Domingo Pica, Francisco de las Carreras, Eustaquio Torres y Alejo Villegas. Los abogados que se hicieron cargo de las defensas fueron defensores de pobres, pues nadie quería asumir esa responsabilidad. No fue el caso de Cuitiño y Alem, que tuvieron un defensor particular.
Este fue Marcelino Ugarte, federal, adscripto al estudio de Baldomero García, hasta que formó el propio después de recibirse de abogado en 1852. Tendría más tarde una destacada actuación en la vida política nacional, pero no debe confundírselo con su hijo, del mismo nombre, gobernador de Buenos Aires, en 1900. (2)
Su defensa fue brillante, logrando obtener el aplauso de sus contemporáneos en las audiencias públicas. Sin embargo, en opinión del historiador Quiroga Micheo, la defensa pudo ser mejor. (3) Este juicio lo malquistó con el gobierno, y por ello fue desterrado a Montevideo, pudiendo regresar recién al año siguiente.
Además, hubo intención manifiesta de ocultamiento, desde detalles secundarios como el destinar un lugar reducido para la vista de la causa, para evitar que fuera muy concurrido, y que sólo un grupo seleccionado pudiera ingresar, hasta la desaparición del legajo del proceso judicial, del que sólo se posee el testimonio de la sentencia del juez en lo criminal Claudio Martínez y la argumentación del fiscal Ferreira, publicadas por La Tribuna el viernes 30 de diciembre de 1853, un día después de que fuera cumplida la misma.
El espíritu de venganza guió a sus acusadores al condenarlo a restituir al tesoro los $1000 que recibiera de Rosas por la muerte del Coronel Lynch y sus compañeros (4), y al pago de $2645 por uniforme de tropa, que lógicamente era deuda del Estado, más el pago de una deuda de $6541 por simples dichos de Justo Castrelo. Estos datos se desprenden de su testamento y juicio sucesorio (5) , en los que su segunda mujer, Anita Bustamante, reclamó por la injusticia de los mismos, y por habérsele a sus herederos la restitución de $2000 que se habrían entregado a Cuitiño en prisión, lo cual era falso, porque no había recibido nada.
Y para mayor humillación y para escarmiento de la población, luego de ser fusilado, su cadáver junto al de Leandro Alem debió quedar suspendido de la horca durante cuatro horas en la plaza de la Concepción. Eso lo previó Cuitiño de ahí que su última voluntad fuera pedir aguja e hilo para coserse el pantalón a la camisa porque ni aún de muerto a un federal se le caerían los pantalones.
La memoria del “carnicero” Cuitiño, “bárbaro antropófago”, como lo llamaban los diarios de la época, fue tan ennegrecida y denigrada, que nadie se ha atrevido a defenderle. El propósito de los vencedores de borrar de la memoria colectiva todo aquello que se relacionara con el régimen rosista, se extendió también hasta la tumba de los vencidos. ¿Y qué ha ocurrido con la tumba de Cuitiño?
Para responder a esta pregunta debemos indagar sobre otro período de la historia argentina: el régimen peronista.
La misma actitud que tuvieron los liberales unitarios con Rosas, fue la que tuvieron los “gorilas” del 55 con Perón. El mismo odio volvió a resurgir, no se lo podía ni nombrar, había que borrarlo de la historia. Se dejaron inconclusas muchas de las obras comenzadas durante su gobierno, como la del Hospital de Niños, el famoso “albergue Warnes”. Y al igual que el Caserón de Palermo, su residencia, una hermosísima construcción, suntuoso palacio de estilo francés, que habitara durante su presidencia junto a Evita, fue destruída. En su lugar se erigió la biblioteca nacional, monstruo arquitectónico moderno, que fue durante muchísimos años una obra inconclusa, y que vaya la paradoja, su estilo se denomina “brutalismo”.
El 16 de septiembre de 1955, la llamada Revolución Libertadora, de igual título que la de Lavalle en el año 40, depuso al General Perón. La misma se inició cuando el General Eduardo Lonardi y un grupo de oficiales acompañados por el coronel Ossorio Arana tomaron la Escuela de Artillería en Córdoba.
Arturo Ossorio Arana tiene su tumba en el cementerio de la Recoleta. Adornada por una estatua de la Libertad con una espada en la mano, y los platillos de la balanza, símbolo de la justicia. Grabado en el negro granito de sus paredes, el discurso fúnebre del general Pedro Eugenio Aramburu el 6 de diciembre de 1968.
¡”No te pares ante la tumba de este soldado!” nos dice, si no amas la libertad, la democracia, las instituciones, “si prefieres que la política se funde en las querellas del pasado y no sobre las verdades que preparan el futuro”.

La verdad es que el pasado no se puede separar del presente y viceversa, están interrelacionados. Conocemos el presente por el pasado, y a partir de allí nos proyectamos al futuro. Y la verdad, confesada por los propios descendientes de Ossorio Arana es que su tumba se levanta sobre la que fuera tumba del mazorquero de Rosas, Ciriaco Cuitiño. Y ésta es la razón por la que nos hemos detenido ante la tumba de este militar, y no por las frases de hueca retórica desmentidas por los hechos.
También transcribo la información que me brindara en carta en mi poder del 22 de enero de 1999, Clodomiro Galíndez Vega, sobre la versión oral que le trasmitiera el Cte.Gral. Scotto Rosende, que siendo chico, varias veces su abuela lo había llevado a una tumba sin nombre que la identificara y que se encontraba donde está hoy el mausoleo de Osorio Arana, y que le había dicho que allí reposaban los restos de Cuitiño que sólo lo adornaba una vieja glicina.
En el obituario de la Recoleta , en el registro diario de defunciones, no se asentó el ingreso de Ciriaco Cuitiño. Pero en registro aparte, donde se anotan todos los decesos ocurridos durante el año, aparece para 1853, solamente un Pedro Cuitiño, en el folio 80, nº 143, Enterratorio General, era un niño. Y en 1854, Francisco Cuitiño, folio 81, nº14. Podría haber ser éste, anotado con otro nombre? La tumba de Ossorio Arana se encuentra en la sección 9, tablón 55.
A pesar de la negra fama con que se ha teñido a Cuitiño, es dable rescatar otras imágenes más benévolas sobre su figura que han sido abandonadas al olvido. En “Tirana unitaria”, una canción interpretada por Ignacio Corsini, antigua versión que no ha vuelto a ser grabada, que está fuera de las selecciones de temas que reeditan, nos pinta un Cuitiño diferente. Es el “buen mazorquero” que defiende a la amada del soldado federal antes de ir a pelear junto a Oribe en el sitio de Montevideo. Ella, que es unitaria, no debe temer porque “de Cuitiño te ampara el puñal”. A continuación la transcribimos.

Tirana unitaria, tu cinta celeste
Até en mi guitarra de buen federal
Y en noche de luna canté en tu ventana
Más de un suspirante cielito infernal.

Tirana unitaria, le dije a Cuitiño
que tu eras más santa que la Encarnación
y el buen mazorquero juró por su daga
que por ti velaba la Federación.

Tirana unitaria, los valses de Alberdi
quién sabe hasta cuándo bailaremos más
ni tus ojos negros buscarán los míos
en las misas de alba de San Nicolás.

Tirana unitaria, me voy con Oribe
y allá en las estrellas del cielo oriental
seguiré cantando, tus ojos no teman
porque de Cuitiño te ampara el puñal.

Tirana unitaria, las rosos del barrio
te hablarán del día que te dije adiós
y los jazmineros soñarán los sueños
que en días felices soñamos los dos.

Tirana unitaria, dame la magnolia
que aromó en la noche que me vio partir
bésame en los labios paloma porteña
que me siento triste, triste hasta morir.

Tirana unitaria, no olvides los versos
de aquella mañana, de aquella canción
que cantamos juntos el día de mayo
que supo el secreto de mi corazón.

Tirana unitaria, mi vieja guitarra
seguirá cantando tu sueño de amor
y mi alma en las noches de luna
soñará por verte, por verte
en la tierra del Restaurador.


Pero es este otro poema, de Jorge Luis Borges, referido específicamente a Cuitiño, que a pesar de estar teñido de la versión unitaria, nos muestra la complejidad de los seres humanos, y valoriza uno de los rasgos que justamente más lo caracterizó: “esa Federala manera de vivir y de morir”.

CUITIÑO
Nada como esa Federala manera de vivir
y de morir.

Yo pienso
escucho
presiento a Ciriaco Cuitiño
fuerte como una taba,
llegando con el pingo sudoroso y tordillo
hasta sus Quilmeños arrabales mazorqueros.
Venía entre los caminos gastados de la madrugada
hasta sus dioses,
sus fantasmas,
sus lugares de guitarra, de sangre
y qué se yo.
Así persistía
Cuitiño
con su apellido de tendero gallego
su mala fama,
su escapulario bendito y su degüello.
La refalosa crecía entre sus venas
y la federación por sus sombras.


¡Ah, Coronel Cuitiño!
Te colgaron como una res estúpida,
fusilado y todo,
con tu fama de taita
y tu Rozas, Rozas.
¡Que el juicio final
te encuentre sin cuchillo!


La indiferencia, el silencio, el ocultamiento, el olvido, la tergiversación de los hechos, han sido los mecanismos a que han recurrido los que manejan los hilos del poder para dominar a los pueblos. Uno de los mayores criminales de la historia, el comunista Pol Pot, arrasó con las topadoras, los cementerios de Camboya, para que el pueblo olvidara sus muertos, es decir su pasado. Acá inventaron “los desaparecidos”, muertos sin tumba.

Por eso, este artículo lleva por título “Una tumba para Ciriaco Cuitiño”. Se merece su tumba, o una tumba, o un epitafio, porque es parte de nuestra historia, que no debemos dejar caer en el olvido, de cualquier forma que la interpretemos.



* Profesora de Historia de la UBA

NOTAS

(1) GONZÁLEZ ESPUL, Cecilia: “Ciriaco Cuitiño, un personaje tenebroso”, en Revista de investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, Nº33, Bs.As., octubre/diciembre 1993.-

(2) cfr. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo: “Marcelino Ugarte”, 1822-1872 “Un jurista en la época de la organización nacional” , Buenos Aires, Ministerio de Educación, Instituto de Historia del Derecho, UBA, 1954.-

(3) Quiroga Micheo, Ernesto: “El mazorqueroLeandro Antonio Alen, ¿culpable o inocente?”, Todo es Historia, Nº302, Año XXVI, septiembre de 1992.-

(4) ibdm. Págs. 20/21...”fue un enfrentamiento policial que impidió la fuga de un grupo de hombres a Montevideo, el 4 de mayo de 1840, para incorporarse al ejército de Lavalle financiado por los franceses, que bloqueaban el puerto de Buenos Aires.

(5) AGN, juicio sucesorio de Ciriaco Cuitiño, año 1871, legajo Nº4886.-

“LOS PARADIGMAS DE LA GENERACIÓN DEL 80 Y EL CENTENARIO” *

Por José Luis Muñoz Azpiri (h) **
 
Contrariamente a la América morena que se extiende desde el sur del Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, desde 1870 el predominio de la burguesía en Europa y Norteamérica era absoluto. 
 
La Gran Nación latinoamericana, que en los albores de la emancipación pretendía proyectarse como un sueño colectivo, constituía a mediados del siglo XIX una anfictionía de pequeños estados que rivalizaban entre si y que apenas superaban la categoría de feudos familiares.
 
En Europa y los Estados Unidos, la clase social surgida de los escombros del antiguo Régimen, impondrá sus criterios en todos los aspectos de la vida por más de tres generaciones.
 
La razón de su éxito no se apoya únicamente en la prosperidad de los negocios, sino también en la conciencia de ser una clase social benéfica, defensora de la libertad individual dentro de un orden: positivo en Europa y puritano en los Estados Unidos.
 
Esta burguesía, que se enriquece de un modo extraordinario y defiende el capitalismo como único sistema económico que permite el progreso dentro de la libertad individual, construirá una falsa teoría antropológica para legitimar su dominación sobre el Tercer Mundo: el evolucionismo spenceriano y un edificio teórico que formule una “ciencia social” para justificar la defensa del capitalismo de libre competencia: el positivismo.
 
Fue precisamente en Francia, con Augusto Comte (1798-1857) donde se funda esta corriente filosófica y se da comienzo al desarrollo de la sociología, pero fundamentada como una ciencia exacta, fuertemente influenciada por el sistema de Newton, que intentaría formular las leyes tendientes a conservar el orden social, gravemente cuestionado por sucesos como la Comuna de París.
 
El núcleo de esta filosofía lo constituye la ley de los tres estados en el desarrollo de la Humanidad: el teológico, el metafísico y el positivo.
 
Comte procuró desarrollar un sistema de ideas generales de caracteres definitivos, que basó en esta ley de los tres estadios sucesivos, concebida a través de la experiencia histórica y de observaciones realizadas en el terreno de los procesos biológicos del hombre.
 
Intentó asimismo sistematizar el desarrollo social con el aporte de todos los conocimientos científicos de la época, concibiendo de esta forma a la sociología como una ciencia “dura”, colocándola en el estadio supremo del saber y elaboró la doctrina del orden y el progreso.
 
Alejandro Korn, positivista en sus primeros años pero más tarde crítico severo de esta corriente, fue quién mejor definió el credo que intentó convertirse en una religión laica.
 
Consideraba que esta orientación filosófica había nacido y se había definido bajo el imperio de la situación histórica dada en Europa desde mediados del siglo XIX y que reemplazaba al clima de ideas propio del romanticismo.
 
Constituía una teoría del saber y una doctrina de la ciencia.
 
Esta corriente, más consagrada a los problemas científicos y sociales que a la especulación metafísica pura, nutrió a la generación que gobernó al país entre 1880 y 1900 así como también a las clases dominantes del resto del subcontinente.
 
En el marco de la balcanización mencionada al comienzo, se modelan los Estados o mejor dicho los fallidos estados Nacionales de la década del 80: Rafael Núñez en Colombia, el general Roca en la Argentina, el coronel Latorre en el Uruguay, Porfirio Díaz en México, Santa María en Chile, Alfaro en el Ecuador, Guzmán Blanco en Venezuela y Ruy Barbosa en el Brasil instauran el reinado de la prosperidad agraria o minera y la hegemonía del positivismo.
 
Pero también la otra orilla del Canal de la Mancha nutrió con maestros al positivismo, tales como Herbert Spencer (1820-1903) y John Stuart Mill (1806-1873), cuya preocupación, basada en la tradición utilitarista del pensamiento británico, fue realizar la síntesis del pensamiento evolucionista.
 
Ambos aplicaron las teorías de Carlos Darwin quién elaboró su famosa doctrina tras su conocido viaje por nuestro país y otras zonas del mundo a bordo de la fragata “Beagle”.
 
Sería en la Argentina donde Darwin habría observado por primera vez el proceso de selección artificial de las razas ovinas – paradójicamente no lo había advertido en Inglaterra, uno de los países pioneros en el tema, ya que en esa época no estaba interesado en tales problemas.
 
Según Sarmiento, “los inteligentes criadores de ovejas son unos darwinistas consumados y sin rivales en el arte de variar las especies.
 
De ellos tomó Darwin sus primeras nociones, aquí mismo, en nuestros campos, nociones que perfeccionó dándose a la cría de palomas (…). (1)
 
Spencer se interesó particularmente por transportar a la sociología las categorías biológicas del concepto darwiniano de la evolución, tal como el de la “lucha por la supervivencia”, y no tardó en ser entusiastamente adoptado por Sarmiento.
 
Al respecto hay que destacar que este clima de ideas favoreció la expansión imperialista europea en Asia y África y estadounidense en el Pacífico y el Caribe.
 
En el caso de las repúblicas latinoamericanas donde los positivistas tuvieron larga influencia, sirvió asimismo para justificar el desarrollo desigual de las regiones del continente y el sistema político de gobierno no precisamente burgués, sino de castas parasitarias embebidas en veleidades aristocráticas.
 
El positivismo fue en la Argentina la expresión filosófica de un modelo de vida concebido para usufructo de sus sectores dirigentes, políticos e intelectuales; dado que hacia fines del siglo XIX las bases estructurales de la formación económico-social de nuestro país estaban prácticamente delineadas.
Las mismas se asentaban en el atraso y la dependencia nacional que, a su vez, conformaban los fundamentos de un original “bloque histórico” comúnmente conocido como “factoría agro-exportadora”.
En lo esencial, ese modelo de nación ideado por los integrantes de la llamada “Generación del 80” sólidamente se asentaba en dos clases de pilares.
Por un lado, la importación de capitales, de mano de obra barata y de productos industriales europeos mientras, por otra parte, en el plano interno se reforzaba el régimen latifundista de inspiración semi-feudal con el monopolio de grandes extensiones de tierra y de la renta agraria, por parte de una clase social hegemónica asociada estrechamente al imperialismo inglés: la oligarquía terrateniente.
Ahora bien: la conformación de una Argentina terrateniente y dependiente de las potencias imperialistas también suponía – y de manera especialmente significativa – la necesidad de proponer al conjunto de la sociedad nacional una ideología legitimizadora del “nuevo orden” impuesto.
Y a tal fin, la doctrina positivista venía como anillo al dedo.
Era “la” ideología “para” el momento; que servía para justificar tanto el colonialismo interno con la llamada consolidación de las fronteras interiores, como legitimar el orden interno que comenzaba a ser cuestionado por las expresiones ideológicas que también desembarcaban de Europa, pero con los contingentes de los desahuciados del Viejo Mundo.
El positivismo, como “orden contrapuesto a la anarquía”; de aquí el lema del gobierno de Roca: “Paz y administración” y el lema de la bandera de la república del Brasil: “Orden y progreso”, y la idea de un “progreso indefinido” habían servido, no solo para liquidar las últimas resistencias populares, sino también para justificar de allí en más, el dominio oligárquico como necesario y expresivo de toda la sociedad.
“En esa tarea de conformar la nación y consolidar la modernidad del Estado, la filosofía positivista resultó una poderosa herramienta ideológica. Sirvió para explicar las consecuencias del proyecto, señalar los obstáculos, delimitar el campo de lo moderno y disciplinar a los sectores renuentes – por atrasados o contestatarios – a incorporarse al proceso. Acorde con el espíritu positivista, a la ciencia se le acometió un contenido central…” (2).
Dentro de ese contexto ideológico, el “europeísmo” y el “racismo” fueron elementos permanentes del pensamiento “oficial” y los instrumentos más adecuados para justificar la dominación imperialista como forma de integración de la Argentina al “progreso” (ahora, en estos tiempos globalizados cambiamos el término “progreso” por “mundo”, es decir, un nuevo artilugio semántico con que disimular el sometimiento) y a la “prosperidad capitalista”, a través de su integración al mercado mundial.
La ideología cientificista y la utopía del progreso indefinido estaban presentes en el conjunto de la vida intelectual y política argentina; en los cuadros intelectuales del régimen conservador y en los profesionales que integraban los equipos con que los gobiernos finiseculares buscaban modernizar la acción del estado en la sociedad civil.
También en las vanguardias obreras (socialismo, anarquismo) influenciadas por las tendencias racionalistas de la izquierda europea y que comulgaban con un cierto cientificismo crítico en su lectura de la realidad, pero con un criterio transformador: “La izquierda en la Argentina –escribió David Viñas – aparece como resultado mediato del impacto inmigratorio: con la entrada masiva de obreros europeos, y el proceso correlativo de concentración urbana, se darán las condiciones para la formación de partidos que a través de sus voceros formulen la necesidad de modificar la estructura social en su totalidad”.(3) Tanto más cuanto que a esta semejanza infraestructural se une el que los inmigrantes traían ya las ideas proletarias de Europa, siendo no pocas veces ellos líderes obreros voluntaria o forzosamente exiliados.
Concretamente, existe una relación ineludible entre la dominación cultural y el racismo, siempre – claro está – en perjuicio de los sojuzgados. Así, enmascaradas por el prestigio de las ciencias naturales; que a partir de las grandes clasificaciones y del reordenamiento del saber efectuado en el siglo XVIII habían perfeccionado sus métodos hasta alcanzar resultados notables, las potencias imperiales construyen el sofisma de “la pesada carga del hombre blanco” quién asume voluntariamente la “sagrada misión” de elevar a los pueblos colonizados de la “infancia de la humanidad a la cima del progreso social y tecnológico”. Cuando, en realidad, este falso “progreso” se reproduce gracias a la superexplotación de las masas oprimidas y al irracional saqueo de los recursos naturales, que son las materias primas indispensables para asegurar la continuidad de la expansión imperialista.
A partir del siglo XIX y de la mano con la generalización del colonialismo europeo en todo el mundo, la cultura occidental desarrolló una ideología abiertamente racista y ampliamente aceptada, a la que Ernst Nolte llegó a definir como una «rama del pensamiento europeo», y George Mosse como “el lado oscuro de la Ilustración“. A mediados del siglo XX, L’Encyclopedia Universalis incluyó un artículo denominado “Razas”, escrito por De Coppet que finaliza con la siguiente conclusión:
“A fines del siglo XIX, la Europa ilustrada es consciente que el género humano se divide en razas superiores e inferiores.”
El racismo europeo recurrió a la ciencia y en especial a la biología para justificar la superioridad de los propios europeos, o de algunas de sus etnias, germanos, anglosajones, celtas, etc. sobre el resto de los seres humanos, así como la necesidad de que éstos fueran gobernados por aquellos. Este modelo de racismo seudocientífico fue luego repetido también en algunos países extraeuropeos como Estados Unidos para imponer el dominio anglosajón, Japón para colonizar Corea, China y otros pueblos del sudeste asiático, Australia para impedir la inmigración asiática, y en América Latina con las políticas implementadas para “reducir el factor negro“, a través del mestizaje y otros mecanismos de “limpieza” étnica…
Más clara aún es la adopción del racismo como defensa de su clase por la oligarquía más tradicional de la Argentina, es decir, la terrateniente y dentro de ella a la que menos mano de obra necesitaba, la ganadera. La inmigración, en afecto, servia para fortalecer a sus competidores de clase y amenazaba con crear una nuava clase proletaria que la derrocara.
Contra esta inmigración se adujeron, pues, múltiples argumentos y se estrellaron las protestas de los grupos más tradicionalistas que denunciaban “las hordas apátridas” o las “masas iletradas” que “ya no saben servir”. Ya antes, incluso, los conservadores se replegaron en clanes, ofreciendo un sistema endogámico rígido como defensa de sus intereses económicos. Nadie lo dijo más claro que Cané: “Nuestro deber sagrado, primero, arriba de todos, es defender nuestras mujeres contra la invasión tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, cómodo y peligroso…. Salvemos nuestro predominio legítimo, no solo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuando es posible, sino colocando a nuestras mujeres a una altura a que no lleguen las bajas aspiraciones de la turba”. Santiago Calzadilla recuerda nostálgico “aquellos lindos cuerpos de mujeres… productos de la raza española sin mezcla de gringo, o gringa. Eran criollas pur sang, como se dice hoy” y Julián Martel, indignado y decepcionado, anota: “da pena ver la facilidad con que estos aventureros encuentran aceptación entre las muchachas porteñas… Ellas posponen a cualquier hijo del país cuando se les presenta uno de esos caballeros de la industria que al venir a nuestra tierra se creen con los mismos derechos que los españoles de tiempos de la conquista”. (4)
Para intentar clarificar este panorama, Oscar Bosetti, en un artículo publicado en los albores del período democrático iniciado en 1983, remarca que este “corpus” de ideas y conceptos que él denomina “el concreto de pensamiento” se dio, efectivamente, en el plano de la realidad objetiva (el concreto real): la oligarquía terrateniente y sus más ilustres “intelectuales orgánicos” (abogados, dirigentes políticos de la partidocracia demo-liberal, escritores y, en fin, el grueso de los cuadros superiores de las Fuerzas Armadas) se sintieron social y culturalmente identificados con las élites metropolitanas y transfirieron, por ejemplo, el “racismo” de éstas a las poblaciones indígenas, mestizas y criollas del Interior y, más tarde, a los españoles, italianos y centroeuropeos que conformaban la mayor parte de la ola inmigratoria producida entre 1870 y 1890. (5)
Y esto se inserta en uno de los puntos difíciles del nacimiento de la Antropología Argentina, con hombres preocupados por la cultura material de los pueblos originarios pero no tan preocupados por el aniquilamiento de los portadores de esa cultura. Así, algunos epígonos del “progreso” saludaron al alcoholismo y las enfermedades, como una forma “incruenta” de despejar los territorios que serían ocupados por los brazos laboriosos de una inmigración que, suponían, estaría compuesta por los arquetipos idealizados del conde de Gobineau. Al respecto, de una verdad insoslayable nos parecen las palabras de Miguel Cané, pronunciadas el 29 de agosto de 1899 en ocasión de debatirse la concesión fiscal a los salesianos de aquella misión, expresando: “Yo no tengo, señor Presidente, gran confianza en el porvenir de la raza fueguina. Creo que la dura ley que condena los organismos inferiores ha de cumplirse allí, como se cumple y se está cumpliendo en toda la superficie del globo…”
Aunque hay que reconocer que este período también produjo voces disidentes, aunque no lo suficientemente reconocidas. Tal, la de un gran argentino, un olvidado, Adán Quiroga (1863-1904) quién, desde una actitud apegada a lo telúrico y empeñada en la revalorización de las razas que poblaban nuestro territorio en el momento de la conquista, advertía sobre los peligros de un exagerado cosmopolitismo. Dice Quiroga en su obra “Calchaquí”: “los acontecimientos históricos han de hacer resaltar la virilidad de la nación calchaquí y la importancia del suelo catamarcano (sic) por sus recuerdos clásicos en la lucha de las dos civilizaciones y de las dos madres razas” Y agrega: “Apartar al indio de nuestra historia es desdeñar nuestra tradición, renegar de nuestro nombre de americanos.”
Hay que recordar que en ese momento histórico el pensamiento positivo había alcanzado una validez universal y sus concepciones abarcaban todas las disciplinas. A partir de 1860 las ciencias biológicas ganaron terreno sobre los estudios físicos y matemáticos: parecía que, de algún modo, los biólogos estaban en posesión de las leyes que rigen la vida, así como los sociólogos aparentaban señorear el desarrollo del cuerpo social. Así lo creyeron, al menos, hombres como Sarmiento quién, a lo largo de su obra plantea el modelo biocultural spenceriano de la irredimibilidad de las razas criollas hispanoamericanas para alcanzar el progreso, tal como está de manifiesto en el contexto de la teoría del hombre blanco, o en los textos de Carlos Octavio Bunge y José María Ramos Mejía.
Para la “oligarquía paternalista”, expresión que pertenece a Pérez Amuchástegui, son tiempos de optimismo, de fe profunda en el progreso indefinido. Y a medida que la naturaleza va dejándose arrancar sus secretos y la clave de su evolución, va creciendo en forma paralela el intento fáustico de llegar al estadio positivo de Comte, donde el poder espiritual pasa a manos de los sabios y el poder temporal a manos de los industriales. De ahí el afán fundacional de Museos, que oficiarían como “catedrales profanas” del saber y el científico ejercería la función de sumo sacerdote.
En la Argentina había honrosos antecedentes en este campo. En 1872 se constituyó la Sociedad Científica Argentina en el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, por inspiración del entonces estudiante Estanislao S. Zeballos. Zeballos había expuesto la necesidad de “fundar una sociedad que sirviera de centro de unión y de trabajo para las personas que desearan servir al desarrollo de las ciencias y sus aplicaciones. Fue, como lo recuerda el matemático e historiador de la ciencia José Babini, la única tribuna científica argentina y el único centro de consultas sobre cuestiones de este tipo para los gobiernos de la Nación y de la provincia de Buenos Aires. La Sociedad Científica creó un Museo, organizó cursos y conferencias, promovió expediciones y viajes a territorios a un no sometidos al Estado nacional – Como los de Francisco P. Moreno y Ramón Lista a la Patagonia – y desde 1876 publicó sus Anales, que continúan apareciendo en la actualidad.
Pero, ya que de paradigmas hablamos, estos estudios se realizaron en el marco de un acentuado etnocentrismo, anterior aún al desembarco del positivismo en nuestras playas. Las terribles palabras de Alberdi son la prueba elocuente: “El salvaje del Chaco, apoyado en el arco de su flecha, contemplará con tristeza el curso de la formidable máquina que le intima el abandono de aquellas márgenes. Resto infeliz de la criatura primitiva: decid adiós al dominio de vuestros antepasados. La razón despliega hoy sus banderas sagradas en el país que no protegerá ya con asilo inmerecido la bestialidad de las razas” (6) Este párrafo, escrito en los años 50 se arraigará con fuera en el escenario político argentino de treinta años después. Ante la imagen didáctica de un indígena que observa pasar un ferrocarril, Alberdi desarrolla magistralmente toda la teoría cientificista desarrollada en 1880, cuyos máximos exponente fueron los intelectuales positivistas ya nombrados y en el campo de la literatura los representantes de otro paradigma de la época: el naturalismo.
Este género literario, cuyas fórmulas lograron la mayor precisión en las novelas y los ensayos teóricos de Emilio Zola, se introdujo en la Argentina en los mismos ambientes en que pudo prosperar el liberalismo librepensador, anti-clerical y cientificista, que alcanzaba en esos años una difusión considerable en las grandes ciudades. Más que una corriente política clásica el librepensamiento criollo fue un movimiento intelectual y cultural. Una verdadera subcultura que abarcó a gran cantidad de hombres y mujeres en la Argentina cosmopolita y devota del progreso de la transición entre dos siglos.
En esta subcultura convivían distintos grupos con una identidad doctrinaria propia (masones, espiritistas, positivistas comtianos, teósofos, etc.) pero que encontraban un punto de convergencia alrededor de algunas ideas eje: laicismo anticlerical, la aplicación de criterios científicos para la solución de todos los problemas de la sociedad y una ingenua fe en una reforma racionalista de la conducta humana. (7).
No por casualidad Antonio Argerich (1862-1924) fue quién llevó más lejos los supuestos del naturalismo zoliano al convertir a su novela
“¿Inocentes o culpables?” (1881) en una verdadera novela de tesis, con la exposición de un diagnóstico y la elaborada descripción de pretendidos morbos sociales. Médico como el naturalista Holmberg y Ramos Mejía, Argerich acepta algunos conceptos polémicos de la ciencia de su tiempo, sobre la presunta superioridad o inferioridad de las diversas razas, y pasa a demostrar en su novela que la inmigración de procedencia europea, que por entonces empieza a romper el equilibrio demográfico del país, será desastrosa para la sociedad argentina.
Prevenciones similares encontramos, tras la crisis del 90, en el llamado “Ciclo de la Bolsa” y su incipiente antisemitismo en el libro de Julián Miró. Eugenio Cambaceres, Segundo Villafañe y Carlos María Ocantos son los otros exponentes de este período literario.
En realidad, la obra de estos autores reflejaba la desilusión del ideario forjado por Sarmiento, Julio A. Roca o José Ingenieros dado el escaso aporte cultural y científico de los obreros, artesanos y campesinos inmigrantes que no se compadecía con los técnicos e ingenieros que no llegaron a estos puertos, o que vinieron solo como gerentes o especialistas de las empresas europeas y, ciertamente, poco contribuyeron para la imperiosa transformación social y cultural del pueblo.
De ahí que la glorificación liberal del extranjero manifestada por Alberdi, que la burguesía asumía contra el conservatismo xenófobo, se pase después, cuando la burguesía esté en el gobierno, a un antiliberalismo contra la inmigración y los movimientos contestatarios ligados a ella.
El tránsito de Leopoldo Lugones del mayor radicalismo a la extrema derecha no es sino otra manifestación de esta evolución de la élite burguesa; y lo mismo, en sentido parcialmente contrario, la de Ingenieros.
Dado que la población exigía cada vez más su participación en el manejo de los asuntos de gobierno y no quería ya una democracia cosmética sino real, la burguesía renegó – como la francesa de principios del XIX – de tan peligrosa doctrina y se fue entregando a las dictaduras militares, en un ejército ya blanco, como diría orgulloso Ingenieros, que la libre de la “chusma” que rodeaba a Yrigoyen.
Cuando a partir de 1916, los sectores dominantes advirtieron el fracaso del liberalismo y se asustaron ante la corporización de la participación popular, volvieron a equivocar el camino, “en lugar de replegarse hacia la tierra y reivindicar la nacionalidad junto al pueblo, buscó la adopción de modelos europeos: renegaron de Rousseau y admiraron a Maurras, denostaron el plebeyismo de Yrigoyen y se embelesaron ante la rusticidad de Mussolini, denigraron a Marx y aceptaron a Goebbels”. (8)
Coherentemente, el esquema liberal positivista adoptado por la oligarquía terrateniente nativa es la base misma de la elaboración histórico-cultural argentina, que afirma el principio de dependencia como ineludible camino para “transitar el desarrollo hacia el progreso” y, en ese intrincado recorrido, ayer la industria inglesa y la cultura francesa y en nuestros días el poderío y la “modernización” de las transnacionales de la globalización; aparecen, según algunas corporaciones, como las metas a alcanzar mientras se mantengan abiertas las puertas del país a las corrientes económicas, políticas y culturales provenientes de estos nuevos “centros de civilización”.
No obstante, en el 80 se concreta para la Nación un proyecto que a muchos puede no gustarle, aunque en su momento pudo ser aceptable.
Un proyecto cuyos representantes no fueron un grupo homogéneo sino un conjunto que el historiador Jorge E, Sulé definió como “Los heterodoxos del 80” caracterizado por sus contradicciones y, a la vez, por la riqueza de sus expresiones.
Si bien se definió por su tendencia europeizante, albergó al mismo tiempo un entrañable amor por el terruño (Lucio V. Mansilla).
Existió, como dijimos, adhesión al naturalismo de Zola, pero sus expresiones en el Plata (Cambaceres, Martel, Sicardi) no fueron dóciles remedos de postulados científicos ni de la ley de la herencia.
Cierto es que muchos fueron injustos con el gauchismo y con su desdén al Martín Fierro, pero otros como el nombrado Quiroga, también censuraron la inmigración masiva que menoscababa las esencias nacionales. Se habla de un descreimiento religioso, por haberse entonces sancionado la educación laica y el registro y matrimonio civil. Pero existía en muchos un deísmo, quizá no ajustado a dogmas, pero sincero y vivencial. En Wilde y Cané se advierte cierta nostalgia de Dios, así como en Estrada y Goyena hay fervorosa adhesión a la libertad de la mente.
La Argentina que nace en el 80, se proyecta en el siglo XX y XXI, se renueva en 1916, entra en crisis en el 30, estalla en la década del 40 (tiene una fecha liminar en el 17 de octubre de 1945), se empantana en el 55, sufre su hecatombe en el 76 y eclosiona en el 2001.
En suma, hemos recorrido un tortuoso camino para llegar al Bicentenario, pero los acontecimientos que se avecinan auguran ser venturosos, con una Argentina tajantemente insertada en Hispanoindoamérica, que rompa definitivamente con la colonización cultural y la dependencia económica. Solidaria con el dolor y la esperanza de todas las naciones de la América morena “que aún reza a Jesucristo y aún habla el español.”
NOTA:
(1) Orione, Julio y Rocchi, Fernando A. “El Darwinismo en la Argentina”. En: “Todo es Historia” N° 228. Bs. As. 1986
(2) Pérez Gollán, José A. “Mr. Ward en Buenos Aires”. En: “Ciencia Hoy” V. 5 N° 28 Bs. As. 1995
(3) Viñas, David “Literatura argentina y realidad política” Jorge Álvarez. Bs. As. 1964
(4) Onega, Gladys “La inmigración en la literatura argentina: 1880-1890” Ed. Galerna Bs. As. 1969.
(5) Bosetti, Oscar “Las variables del pensamiento dependiente”. En “Crear en la Cultura Nacional” Nº 15 Bs. As. 1983
(6) Alberdi, J.B. “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” En: Alberdi, J.B. “Organización política y económica de la Confederación Argentina”. Bezanzon, 1856, p.54
(7) De Lucía, Daniel Omar “Buenos Aires 1900. Imaginario cientificista y utopía de progreso”. En: “Desmemoria” Año 7 Nº26 Bs. As. 2.000
(8) D´Atri, Norberto “Del 80 al 90 en la Argentina”. A. Peña Lillo Editor. Bs. As. 1973.

martes, 27 de diciembre de 2011

Hallan los restos del fuerte "Sancti Spíritu"

Fuente: Télam
El equipo de arqueólogos que investiga el primer asentamiento europeo en la Argentina en la localidad santafesina de Puerto Gaboto, descubrió nuevos restos de la estructura del Fuerte Sancti Spiritu, "fuera de su límite original de exploración", por lo que su emplazamiento ocuparía un área mayor de la que se creía.

Así lo reveló a la agencia de noticias Télam el arqueólogo rosarino, Guillermo Frittegotto, quien dijo que "por los elementos hallados en estos días, no hay dudas de que aquí estuvo el Fuerte Sancti Spiritu fundado en el año 1527 por Sebastián Gaboto, el primer asentamiento europeo en el país".

Los arqueólogos hallaron nuevas evidencias sobre el fuerte, en la localidad santafesina de Puerto Gaboto, situada a unos 70 kilómetros al norte de Rosario.

“Seis años atrás localizamos lo que fue el primer asentamiento europeo en la cuenca del Río de la Plata, entre los años 1527 y 1529. Pero hace unos 10 días, hemos podido detectar que el fuerte se extiende más allá de los límites que teníamos pensado”, aseguró Frittegotto.

El experto detalló que al excavarse fuera del área original de emplazamiento “se confirmó la presencia de estructuras en el subsuelo del terreno”. Tras las tareas de excavación aparecieron restos de un muro de tapia o tierra apisonada, que tenía que ver propiamente con la estructura del fuerte.

En cuanto a los objetos encontrados, Frittegotto enumeró que se hallaron 52 dados de huesos óseos, diferentes tipos de cerámica europea, masas indígenas, una llave de metal, clavos cuadrados forjados típicos del siglo XVI y más de 300 cuentas de vidrio.

El sitio del hallazgo es el extremo Sur-Este de Puerto Gaboto, cerca de la confluencia del río Carcarañá con el Coronda. “Esa zona es lo que sería el talud del valle de inundación de ambos ríos”, explicó el arqueólogo.

De la serie de hallazgos realizados hasta el año 2009, más los sondeos geofísicos en el sitio de excavación, permitieron precisar al especialista que “estamos ante el primer asentamiento europeo en Argentina, en este caso español”.

“El asentamiento fue una base de operaciones efectiva de los españoles, que llegaron a esta zona con el objetivo de desplazarse hacia el interior para buscar oro y plata. Aquí además se realizó la primera misa y sepultura", amplió.

Frittegotto refutó la teoría de arqueólogos uruguayos que sostienen que el primer asentamiento fue en el vecino país. "En realidad hubo una parada efímera (de los españoles en el Uruguay), pero no hay datos contundentes de que esto fuera así”, apuntó.

Además del arqueólogo, el equipo está integrado sus colegas Cristina Pasquali, Gabriel Cocco y Fabián Letieri; las antropólogas Marina Benzi y Marcela Valdata, la conservadora Nancy Genovés y la historiadora María Eugenia Astiz. El estudio está impulsado por el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, el Museo Histórico Provincial de Rosario "Dr. Julio Marc", con la financiación del Consejo Federal de Inversiones (CFI).