Rosas

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lunes, 5 de diciembre de 2011

Una Noche en el Museo Rosas


Por el Dr. Carlos Alberto De Santis     
 (A MI NIETA MARIA VICTORIA DE SANTIS)
  Durante muchos años soñé que vivía determinados momentos de la historia de nuestro país en forma personal, e inclusive participaba con mi presencia de la trama, sus acontecimientos y su culminación. Pero con especial atractivo, deseaba haber vivido durante la época de la Confederación Argentina.-
      Dicha circunstancia, invadió tanto mi voluntad, que programé un plan perfecto para ingresar al Museo Regional Brig. Gral. Don Juan Manuel de  Rosas de Gral. San Martín. Así pues,  una noche de verano, y sin ser visto por el personal del mismo, me deslicé por la puerta de entrada como un simple visitante y permanecí durante unas horas escondido entre sus paredes, hasta que cerraran.-
     Es decir, esperé paciente y oculto en la Biblioteca “Jorge Perrone” rodeado de libros, y escuché como se retiraban los visitantes y el personal de la vieja casona. Las luces se apagaron y una profunda oscuridad comenzó a cubrir las viejas paredes y los elementos integrantes del patrimonio del museo.-                           
    Las penumbras envolvían mi soledad, pero mi corazón latía con mucha fuerza, porque me encontraba entre los muros de lo que fuera desde el “16 de agosto de 1840 al 3 de febrero de 1852”,  una parte del Cuartel General de la Confederación Argentina. Finalmente, cuando permanecí solo en ese lugar histórico, con mi linterna, comencé a iluminar los elementos del museo, que en ese instante tomaban una dimensión única y espléndida, y yo me sentía sumergido  entre ellos y su historia.-
   Al poco tiempo, comencé a caminar por las salas del inmueble, me detuve frente al proyectil encontrado en las orillas del rio Paraná, en la localidad de San Pedro, Provincia de Buenos Aires, donde se desarrolló unos de los combates de la guerra del Paraná: “La vuelta de Obligado”.En ese momento me parecía escuchar como  surgía de su redondez la voz de Mansilla arengando a sus soldados, y que los soldados gritaban: “Viva la Patria”.-
  En la vitrina vecina, se encontraban unos eslabones de una cadena, que unieron varias barcazas que cruzaban el rio Paraná, y que intentaban impedir el avance de los buques mercantiles y de guerra de las dos potencias más poderosas de esos tiempos: Francia e Inglaterra.-
  En una pared, resaltaba la foto del Brigadier, y en la otra varios sables antiguos; luego al girar el rostro, veía una tenue luz que llegaba de la calle e iluminaba la silueta de dos maniquíes con ropa de soldados federales.-
La noche avanzaba y mis retinas se llenaban de historia y ansiedad. Deslumbrado por la escena me senté en un mullido sillón a disfrutar de la soledad y de la importancia del lugar.- Un sueño profundo me cubrió mis ojos y repentinamente comenzaron a fluir figuras en las sombras, ruidos de caballos, pasos firmes y voces que parecían de otros tiempos, pues hablaban de enfrentamientos, de traiciones, etc. Primero aparecieron Padres Mercedarios hablando de religión, de evangelización y de educación en este poblado denominado  “Pago de la Virgen”. Mas tarde escuché voces tenues  y acompañadas por oraciones y recordé que allí cerca existía el “Convento de las Crujías”.                       
   Pero repentinamente llegaba  un  jinete montado en su brioso  caballo, y con voz firme dicía: “A ensillar los caballos, y prepararnos para el combate, el hombre se nos viene y lo peor es que se nos viene, sin que podemos detenerlo” y luego ordenaba: “Sargento Cuitiño comunique al resto de la tropas mi decisión, y dígale que está en peligro la Patria” . Presté mucha atención y advertí que hablaba de la traición de Lavalle, de las tropas francesas que venían de la Banda Oriental.- Inmediatamente  exclamó: “Pensar que es mi hermano de leche y un héroe de la independencia, pero las ambiciones personales cegaron su mente”.-
        Las sombras o la bruma que cubrían mis ojos, no me permitían ver con claridad, pero era un hombre alto, rubio, con ojos celestes, y vestía con botas, poncho y sombrero. Luego, ingresaba a la casa y se sentaba en su escritorio, sin advertir mi presencia, dos personas lo atendían como si fuesen sus criados, una de ellas de piel oscura comienzaba a cebar mate, otro le entregaba papeles escritos y en blanco, una pluma y un tintero.-
  La sorpresa fue muy grande, tenía frente a mí a Juan Manuel de Rosas, no lo podía creer. Traté de no moverme para no perderme nada de la escena. Afuera había un fogón con varios gauchos mateando, algunos limpiando sus armas y otros tocando sus guitarras.-
  Las luces de aceite o las velas que iluminaban la noche conformaban en este paraje, un espectáculo particular. Las velas, quizás fabricadas, en la llamada “jabonería de Vieytes” propiedad de Juan Hipólito Vieytes y Nicolás Rodriguez Peña, que estaba ubicada, en un predio de la calle México al 1.000 (hoy ocupado por la avenida 9 de julio), en la ciudad de Bs. Aires. Recordaba que en dicha fábrica se reunieron desde 1809, en varias tertulias además de los propietarios, Belgrano, Castelli, Paso, Alberti, Chiclana, Donado, Terrada, Viamonte, French, y Beruti, entre otros, planeando los acontecimientos de mayo de 1810.-
    Me encontraba en un sitio  histórico, importante y excitante, y estaba frente al “Gran Gobernador de la Provincia de Bs. Aires”, el que enfrentó a las grandes potencias militares: Gran Bretaña y Francia. Este lugar lo habitó durante muchos años, aquí es donde elaboró sus sueños, sus planes de defensa de la Gran Ciudad y territorio nacional, e impartió órdenes en la Guerra del Paraná.-                                                          
En este un lugar, amado por mi, sentía  el aroma a patriotismo, y  pese quedar solo una parte de las construcciones del Cuartel General, podía imaginarme sus detalles, su grandeza, y reconstruir minuciosamente en mi memoria, con inmensos sentimientos de nostalgias de aquellos tiempos: la pérdida irreparable, de un proyecto de país. Imaginaba también el desconsuelo de aquellas vidas, el exilio de don Juan Manuel,  distante 14.000 km de su  Patria  amada,  en Inglaterra, pobre y en soledad. Quien había sido un importante hacendado; ahora con todos sus bienes confiscados y rematados; sentía solo el dolor de su corazón. Es por ello que en mi permanencia dentro del museo percibía algunas imágenes desnudas,  que llegaban hasta mi cerebro y corazón, cuánta vida y cuánta muerte, también quizás cuerpos sepultados, en esos jardines que rodeaban la casa.-
  Aunque muy lejanos, escuchaba los lamentos de Camila y su amante, fusilados en las cercanías, y su regreso por las noches, con el reproche de su amor sacrílego y fuera de los tiempos. Pero manteniendo la eternidad de sus intenciones sublimes.-
   Había  en esas paredes algo que revelaba la parte indefensa y tal vez la mejor del ser humano, de Camila y Ladislao, de sus verdugos o de cualquiera. De todos, a  ver qué miserable o canalla entre los millones que adornan el paisaje, por mucho que lo sea, no tienen un rincón noble en alguna parte. Una retaguardia íntima, privada, hecha incluso para los peores entre nosotros, de afectos, lecturas, músicas, sueños, amores, ternuras. La habitación de un ser querido, un dormitorio con un crucifijo en la pared, un cuadro, una foto de los abuelos o la cama donde se ama , se sueña, o se tienen pesadillas como lo más probable las hayan tenido Juan Manuel, Manuelita, Camila o Lord Howden.-
  Asomarse voluntariamente a esta parte de la historia,  me conmovía e incomodaba, pues hacía vacilar la confortable certeza, tan útil en tiempos de crisis.-
   La luz del sol, que ingresaba por una ventana, iluminaba mi rostro, oía voces de personas que ingresaban, en ese momento la puerta se abría  y una persona del museo me decía: “Que temprano llegó , usted es el primer visitante del día” , me incorporé, me froté los ojos, caminé lentamente hacia la puerta de egreso, giré mi rostro buscando aquellas sombras, huellas, símbolos o personas que había tenido la satisfacción de ver, de escuchar, y casi dialogar con ellos; pero no había nadie, solo elementos inmóviles de un pasado glorioso.-
    Me deslicé rápidamente,  por la salida del museo, crucé  la calle Diego Pombo y caminé hacia la plaza central de Gral. San Martín y pensé que fue una de las noches más felices de mi vida, la que viví en el museo Rosas, quizás intentaré volver para vivir otra parte de la historia.-
   Me senté en un banco de la plaza, miré la estatua de nuestro libertador Don José de San Martín y decidí escribir este cuento.-Me pregunto : ¿Me creerán?.- Yo fui feliz.

El autor es abogado, Académico del Instituto Nacional de I.H.J.M. de Rosas,  Presidente del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín, y Director del periódico “El Gran Americano”.
Referencias
LA HISTORIA DEL PARTIDO DE GRAL. SAN MARTIN. 1790-1995 del Prof. Jaime T. Gonzalez Polero
EL SEDUCTOR DE LOS PAMPAS.  Prof. Carlos Adamo Barbera.-
ROSAS Y SUS RELACIONES CON LOS INDIOS. Dr. Jorge Sule.

2 comentarios:

  1. Esto parece escrito por un delirante. De mal gusto

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  2. Sí, De Santis parece el fantasma Benito. Jua, jua....

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