Rosas

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sábado, 31 de octubre de 2015

José Gervasio de Artigas



Por Jorge Abelardo Ramos
Artigas pertenecía a una de las 7 familias que fundan la ciudad de Montevideo. Su abuelo, el aragonés Juan Antonio Artigas, había sido Alcalde de la Santa Hermandad por nombramiento del primer Cabildo de Montevideo.13 El futuro caudillo era la tercera generación de militares y hacendados orientales que combatía en la frontera contra el vecino portugués; éste invadía regularmente la Banda Oriental y fomentaba el contrabando de ganado. Su padre, Martín José Artigas fue capitán de milicia, el más alto cargo militar a que podía aspirar un criollo de la época.
La juventud de Artigas transcurre justamente en la frontera con el portugués. Su carácter se forja enfrentando las correrías de los contrabandistas en el cuerpo de Blandengues al servicio de España. La particular psicología del hombre de frontera, con su agudo sentido de la soberanía territorial, encuentra su más demostrativo ejemplo en la personalidad de Artigas. A este oscuro oficial del Rey la historia la reserva una relación con otro hombre excepcional. A fines del siglo XVIII residía en la Banda Oriental, desde hacía veinte años, una de las grandes personalidades de la Ilustración española, Don Félix de Azara. Era un militar y un hombre de ciencia, naturalista, geógrafo, ingeniero y civilizador.    El propósito de Azara, con quien colabora Artigas, consiste en arraigar población en la frontera para imprimir solidez demográfica y económica a la demarcación. Por esa razón recomienda al Rey "dar libertad y tierras a los indios cristianos" y "repartir las tierras en moderadas estancias de balde a los que quieran establecerse cinco años personalmente, y no a los ausentes". 
 
Estos últimos, habían llegado a ser grandes propietarios, sea por mercedes reales o por favoritismos locales, aunque no eran en realidad estancieros, sino comerciantes del puerto.     El reformismo agrario de los Jovellanos parecía asumir mayor fuerza en América que en España. Artigas fue designado por Azara para "la tarea de repartir las mercedes de tierra entre los pobladores. Peninsulares, criollos, indios y negros de varia condición social y económica, fueron los pobladores".
Entre los beneficiarios abundan los apellidos guaraníticos.
Cabe imaginar las estrechas relaciones entre el militar gaucho que distribuye tierras y los indios cristianos de las destruidas misiones, que por primera vez en décadas reciben apoyo del orden vigente. Pero si los indios guaraníes fijan su atención en Artigas, también Artigas aprenderá junto a Azara la esencia de una política agraria democrática, (en el sentido original de esta expresión y no en su pervertido uso actual).   Será muy claro para Artigas que los guaraníes son mucho más civilizados y dignos de confianza que los sórdidos consignatarios de cueros y astas de Montevideo, enriquecidos a costa de la sangre y del esfuerzo de los pioneros fundadores de la ciudad.    En los indios que se disponen a vivir riesgosamente en la gran frontera, a defenderla y a trabajar la tierra, Artigas advierte a los civilizadores; en la burocracia española que desdeña los informes de Azara, un carácter obtuso y formalista que resultará fatal a la integridad territorial; en los grandes comerciantes montevideanos, propietarios de inmensas rinconadas, un parasitismo venal que le repugna. Cuando los portugueses se apoderan en 1801 de las Misiones Orientales, la colonización iniciada por Azara y Artigas, es destruida por los esclavistas, sin que los militares españoles reaccionen.  Al levantar en 1811 la bandera de la revolución, detrás de Artigas se alistarán los indios misioneros.     El caudillo indígena de las Misiones, Andrés Guaycurarí, será el hijo adoptivo de Artigas.    Desde entonces el célebre e indomable Andresito firmará como Andrés Artigas. Los indios de las Misiones llaman al caudillo Caraí-Guazú.
Al ponerse en marcha la revolución artiguista, al odio concentrado de godos, porteños y portugueses se añadirá la alarma de los grandes comerciantes y estancieros de Montevideo, que rechazan sus repartos de tierra.   Artigas faculta a sus oficiales, como Fernando Otorgues, Encarnación Benítez, el mulato Gay y otros, a entregar campos de españoles o enemigos de la patria.   Ninguna política podía ser peor para la gran burguesía del Puerto. En ese hecho decisivo se funda la defección de la clase estanciera y de sus principales lugartenientes, como Fructuoso Rivera, que capitula ante el portugués.   Toda la burguesía comercial de Montevideo y todos los estancieros que no deseaban vivir en la campaña, traicionan a Artigas y a la Banda Oriental. Es la misma "gente decente" que recibirá al general Lecor bajo palio cuando las tropas portuguesas se apoderan de la ciudad y se arrodillará ante el Emperador del Brasil. Con Artigas, nieto del fundador de Montevideo, quedarán tan solo los paisanos pobres y los indios guaraníes.
Todo lo cual explica que durante casi todo el siglo XIX se impondrá en el Uruguay la locución "más malo que Artigas" y la formación de su leyenda negra. Mitre, López y la historiografía del separatismo porteño lapidará como "bárbaro" al caudillo que consideró hermanos a los indios y se propuso hacer de la Banda Oriental una provincia en el seno de la Nación sudamericana.
Su acción militar y política se prolonga sólo diez años. Inicia la lucha contra los absolutistas españoles en la Banda Oriental y los gauchos, hacendados e indios que lo siguen lo proclaman "Jefe de los Orientales". Al mismo tiempo, los portugueses, con la sombra británica que los había seguido hasta América, aprovechan las dificultades del reino de España e invaden la Banda Oriental.
Artigas se vuelve contra ellos, después de vencer a los españoles. Esta titánica lucha se complica por la resistencia de los gobiernos de Buenos Aires a prestarle su ayuda. Por el contrario, facilitan la acción portuguesa ante la ira de Artigas y de todas las provincias. Los diputados orientales artiguistas a los Congresos convocados por Buenos Aires son rechazados.
Su caudillo es infamado en la prensa porteña y su cabeza puesta a precio. Los propios estancieros orientales, que en el primer período artiguista lo habían acompañado, lo abandonan. Sólo compone su ejército una muchedumbre de paisanos andrajosos e indios indómitos descendientes de aquellos guaraníes de las Misiones jesuíticas. Uno o dos letrados, y secretarios que escriben al dictado en campamentos móviles, difunden las proclamas, bandos, manifiestos y correspondencia que sostiene con los jefes revolucionarios.      Su prestigio se propaga más allá de su provincia natal. Las nuevas provincias que surgen después del dominio español -Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, las Misiones, Córdoba- le otorgan el título de "Protector„de los Pueblos Libres".
¿Por qué este amor y por qué aquel odio? Artigas es el único caudillo de las guerras de la Independencia que combina en su lucha la unidad de la Nación con la revolución agraria y el proteccionismo industrial en los territorios bajo su mando. 
 
Todo era elemental, pero nítido en este movimiento popular revolucionario nacido en fa Banda Oriental y que buscaba crear la Nación dentro de los límites del viejo Virreynato.    Al no aceptar la hegemonía de Buenos Aires, y al esgrimir semejante programa, Artigas debía sufrir la agresión de los intereses porteños y extranjeros, que eran poco más o menos lo mismo, según se verá luego. Buenos Aires adula y corrompe a uno de sus lugartenientes de Entre Ríos, como antes sus estancieros y lugartenientes de la Banda Oriental habían accedido a las insinuaciones de los portugueses.
Derrotado en Tacuarembó por los veteranos portugueses de las guerras napoleónicas, perfectamente armados y con una abrumadora superioridad material, Artigas se repliega hacia Entre Ríos. Allí lo espera para traicionarlo uno de sus oficiales, Francisco Ramírez, que sobornado por el dinero de Buenos Aires, le asesta el golpe final. Sin darle tiempo a rehacerse, pues toda la campaña del interior argentino engendraba en pocos días ejércitos artiguistas, Ramírez emprende la persecución del gran caudillo, que, perdido ya, se interna en las selvas paraguayas y se acoge a la protección del Dr. José Gaspar de Francia, Supremo Dictador.
La ocupación portuguesa de la Banda Oriental y la pérdida del puerto de Montevideo, descalabra el sistema federal de los pueblos asociados a Artigas en la lucha contra la hegemonía de Buenos Aires. Los pueblos del Litoral se veían obligados a buscar un acuerdo con Buenos Aires, dueña del único puerto en condiciones de comerciar. En este hecho, señala Reyes Abadie, se encuentra la base material de la traición de Ramírez al Protector de los Pueblos Libres
Es en 1820. En el Paraguay permanece Artigas durante 30 años, donde muere después de ver desvanecida la esperanza de una Nación unificada.
Pues en su solar nativo, en la Banda Oriental, justamente, la perfidia angloporteña fundará en esa provincia, otra "Nación". Vencido e indomable, ya muy anciano, Artigas responderá con una frase tajante a la invitación de algunos amigos para regresar a la Banda Oriental después que esa tierra habíase transformado en "Estado Independiente" bajo la forma de República Oriental del Uruguay: "Ya no tengo patria".   Había fracasado en reunir a las provincias del Plata en Nación y rehusaba volver a su provincia convertida en "patria".
* La admisión de Artigas como "héroe nacional" fue muy lenta" en el Uruguay.   La oligarquía se resistió largo tiempo a beatificar al caudillo que había repartido tierras a gauchos e indios. Finalmente, cuando se resolvió a hacerlo, amputó a Artigas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y lo convirtió en prócer de una de ellas.
Los ingleses fueron más categóricos. En The Cambridge Modern History, de 1949, que estudian los alumnos de la célebre universidad, se definía a Artigas como "jefe de contrabandistas, bandido y degollador" que introducía a sus enemigos en sacos de cuero cosidos y los arrojaba desde lo alto de la meseta del Hervidero. Esto ya lo habían descubierto hacía mucho tiempo los historiadores porteños de la Argentina, Mitre y Vicente Fidel López. 
 
Al caer derrotado Artigas por las intrigas de Buenos Aires, las tropas portuguesas ocupan la Banda Oriental y la incorporan al Imperio pro-británico bajo el nombre de "Provincia Cisplatina". La sumisión de la Corte Imperial de Río a Gran Bretaña no necesita ser demostrada, pues está expuesta en toda la historia europea y americana de las relaciones de la Casa de Braganza con el Imperio Británico. Traídos a América por la flota británica poco menos que a la fuerza, frente a la invasión napoleónica, los Braganza no habían cambiado su mansedumbre bajo el flujo del nuevo clima.

IDEAS SOCIO-ECONÓMICAS Y POLÍTICAS DE MANUEL ORIBE

Por Jorge Pelfort

Numerosos autores han encarado, en trabajos de real enjundia (Aquiles Oribe, Carnelli, Carranza, García Selgas, Herrera, Vignale, Stewart Vargas, Magariños de Mello, Silva Cazet) aspectos diversos y por supuestos que muy importantes de la vida de Manuel Oribe. Pero no habiendo culminado íntegramente la etapa heurística necesaria, la biografía global que su figura merece aún está por escribirse.Cuando en 1835 fue elevado a la presidencia de la República por voto unánime – caso único en nuestra historia-  de la Asamblea General, Manuel Oribe era, sin lugar a dudas, el hombre de la hora. Basta para ello echar un vistazo a la prensa de la época.
No existió en ese sentido la menor influencia del presidente Rivera quien, a su tardío arribo a Montevideo, hubo de aceptar el hecho consumado, según lo consigna en sus “Apuntaciones históricas” el presidente interino Carlos Anaya, quien efectivizara la transmisión del mando.  Por lo demás es notorio que en esos momentos Don Frutos y su compadre Juan Antonio, se hallaban en el momento más tormentoso de sus relaciones. Los alzamientos lavallejistas habían sido reprimidos con el fusilamiento de más de una docena de oficiales prisioneros.  Los bienes de los rebeldes habían sido confiscados, sus grados militares y sus sueldos reprimidos. En ambiente tal, nadie puede suponer que un candidato prohijado por Rivera iba a ser unánimemente aceptado por el resto de la legislatura  partidaria de Lavalleja. Un candidato, además, que se constituyó –junto con su hermano Ignacio- en factor decisivo para la derrota de aquel, ni bien se alzó contra la autoridad constituida.

Fueron precisamente esas circunstancias –que le valieron el apodo de “el amigo del orden”- las que lo erigieron en el elemento ideal, insospechable de cualquier otro partidismo que no fuese el respeto y la defensa de la Constitución. De modo que, por encima y aparte de las afinidades personalistas, fue ese patriciado ilustrado – sinónimo de clase alta y conservadora- quien hizo pesar sus aún insatisfechas ansias de paz y, claro que también, de escrupulosidad en los manejos de los bienes públicos, aspectos ambos que se conjuntaron para derivar en esa sugerente unanimidad obtenida.
Honradez administrativa y mantenimiento del orden, qué mejores cualidades en un gobernante podía desear también la oligarquía portuario-ganadera, tan asimilada al citado patriciado al extremo de confundirse en un solo haz.
Si bien Oribe no podía cortar abruptamente todos los vínculos que lo ataban a la administración anterior que en la faz militar había integrado (Com. Gral. de Armas, Jefe de E. Mayor, Min. De Guerra), ni con sus propios orígenes de cuna patricia (nieto del gobernador de Montevideo, el mariscal español José Joaquín de Viana), sus primeras disposiciones comprendían una patente extraordinaria que gravaba al comercio, la industria, los bienes raíces y, disponiendo además, una prolija revisión  de las prácticas esclavistas aún en uso “…en abierta connivencia del Cuerpo Legislativo con los violadores de la Constitución” (E. Acevedo. “Anales” I).
De mejores o peores ganas, estas primeras medidas fueron asimiladas por las clases dominantes, a manera de pócima amarga en aras de enjugar el dislocante déficit heredado. Pero el Presidente manifiesta otras inquietudes menos perentorias a juicio de dichas gentes, y aún prematuras o exóticas en aquellos tiempos.
Jubilaciones a los militares por razones de edad o incapacidad está bien, pero ¿qué hay de esa ley de extender similares beneficios a funcionarios públicos y civiles, al extremo de que con sólo siete años en el servicio y con el argumento de una enfermedad incapacitante podrían disfrutarlos de por vida? ¿Y por qué ese afán de perseguir el lucrativo tráfico de esclavos? ¿Acaso no había sostenido públicamente en 1832 persona de vasta experiencia en dicho negocio como el ex Ministro Dr. Lucas Obes, que combatir la esclavitud no era más que “…espíritu de imitación servil y vértigo revolucionario”, redondeando su pensamiento con la sentencia de que “…la utilidad para las naciones cultas es sinónimo de lo lícito”? (J. Pivel, “Historia de los Partidos y las Ideas Políticas en el Uruguay”).
Agravando la situación financiera, el gobierno de Oribe rechaza el empréstito ofrecido por Inglaterra a cambio de un Tratado de Navegación y Comercio igual a los ya firmados por los británicos en Méjico, Venezuela, Colombia y Argentina. Según Vivian Trías (“El Imperio Británico en la Cuenca del Plata”), cuantiosa suma de libras costó al Foreign office alguno de dichos logros y agrega: “El único país que se negó a suscribir el tratado “tipo” fue Uruguay. Su presidente, el Brigadier Manuel Oribe, entendió que sus exigencias lesionaban la soberanía nacional”.
Esa defensa a todo trance de la soberanía no demorará a volver a manifestarse. Descartado el lesivo empréstito británico, el auxilio vital se insinúa ahora desde Río de Janeiro. Hasta allí ha comisionado Oribe al Dr. Villademoros –su futuro Canciller hasta el fin de la Guerra Grande- para convenir con el Imperio la fijación definitiva de nuestros límites y, concomitantemente, el cese del apoyo riograndense a la rebelión riverista. Como las instrucciones de Villademoros exigían la fijación de los límites del Tratado de San Ildefonso de 1777, el canciller norteño, también interesado en la paz fronteriza, juega una carta que cree infalible –sabiendo las angustias de nuestro erario – y que el propio diplomático juzga oportuno trasmitir a su gobierno: la compensación de una cuantiosa suma de dinero como contrapartida de la ratificación definitiva de los límites que a la fecha existían, es decir, el reconocimiento de la soberanía brasileña sobre las Misiones Orientales, algo que recién obtendrá Brasil tras consumarse la derrota de Oribe en la Guerra Grande. La respuesta del Presidente es categórica e incluso implica un reproche a su enviado por haber considerado la viabilidad de la propuesta, ya que ninguna indemnización pecuniaria sería capaz de compensar lo que perdería la República perdiendo sus antiguos límites y el engrandecimiento a que debe esperar con la posesión de ellos, mayormente cuando mira limitada su creciente prosperidad a los estrechos contornos que la rodean”
Era ni más ni menos que el fiel cumplimiento del artículo 9º de las instrucciones de 1813. Y vaya si tampoco estaba dispuesto Manuel Oribe a vender “… el rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”.
Historiador tan adverso a Oribe como lo fue Eduardo Acevedo, no puede menos que ensalzar la grandeza de aquel gesto. Como las necesidades del erario no pueden postergarse, el Presidente debe apuntar ahora sus baterías fronteras adentro, implantando un impuesto a la ganadería, otro a los alquileres de fincas urbanas y un tercero –éste con carácter provisorio- a todo sueldo o pensión superior a los 500 pesos anuales.
Sí, no cabía duda. Al entender de muchos –y lo que era peor, de muchos poderosos-la inesperada independencia de criterio de aquel gobernante surgido del propio seno del patriciado, de cuyos intereses parecía cada vez más lejano, lo estaba desubicando inquietantemente de la verdadera función para la que creyeron haberlo elegido: velar por la inalterabilidad del orden establecido. Pero el mensaje Presidencial elevado ante la Cámara con fecha 21 de marzo de 1836 –al año y semanas de haber asumido- colmará toda medida, sorprendiendo a las clases ilustradas con un plan socio-económico –y aún alguna insinuación de futuro- que iban bastante más allá de lo que muchos estaban dispuestos a tolerar y que parecía retrotraernos a los tiempos de la “anarquía artiguista”.
Transcribiremos algunos aspectos del manuscrito original que logramos ubicar –mal archivado por entonces en los subsuelos del Palacio Legislativo – y que presenta alguna significativa diferencia con la versión de Jacinto Carranza (“Oribe y los Proyectos del Partido Blanco Nacional”). Las mayúsculas son nuestras:
“Hay algunos ramos que no han sido considerados en la ley en la época de su sanción;  y que quedando exentos de todo gravamen ofrecen hoy un contraste odioso respecto de otros que están sujetos a las cargas que la Sociedad tiene el derecho de imponer a TODOS sus miembros. Otro de sus vicios capitales es la desigualdad que establece entre los contribuyentes de un mismo ramo. Una casa de giro que sólo tiene un capital de mil pesos paga lo mismo que otra que tiene capital de 20.000; injusticia que estando en abierta contradicción con el sistema de impuestos, basta por sí sola para hacer éste intolerable, y el Gobierno, cree de rigorosa necesidad y justicia que os dignéis considerar la Ley de la materia en la presente sesión, haciéndola extensiva a todos los objetos que debe comprehender en sus disposiciones”.
En lo referente a la tributación agropecuaria, es opinión del Presidente que “… está siempre muy distante de las bases en que el Gobno. debe fundar sus cálculos… El derecho de extracción establecido sobre los ganados en pie está sujeto a inconvenientes de tal naturaleza para su recaudación y fiscalización, que en vez de ser un recurso productivo para el Erario es un aliciente poderoso para el fraude y la corrupción… El Gobno. es de opinión que ese impuesto debe abolirse, substituyéndolo por otro que abrazando TODOS los establecimientos de esa clase y calculados sobre los productos del procreo, sea más arreglado a los principios de la justicia y su recaudación más fácil y menos dispendiosa”.
Oribe propone a continuación la abolición del impuesto de alcabala -4% del total (no del valor agregado) de todas las ventas- con su tremendo efecto cascada, que califica de “odiosa gabela” y sostiene: “Verdad es que todavía subsiste en algunas naciones civilizadas; pero no por esto deja de ser absurdo y oneroso a los pueblos que sufren el peso de su yugo!” Y propone sustituirlo con “…una contribución a las rentas de las fincas, que sería más TOLERABLE PARA EL PUEBLO y más provechosa para el Fisco. Al indicaros S.S. este medio, no cree el Gobierno, preciso recordaros que los capitales de esa clase en nada contribuyen al alivio de nuestras comunes necesidades, y que si hay razón para cercenar al artesano industrioso una porción del FRUTO DE SU SUDOR DIARIO, no puede dejar de haberla para que el propietario QUE VIVE CÓMODAMENTE DE SUS RENTAS deje de concurrir también con una parte de ellas.  A más de ese recurso, hallaréis S:S un campo vasto en que ejercer con justicia vuestras sabias providencias en todos los ramos en que el LUJO Y EL OCIO dedican a sus particulares placeres, y aún sería digno de vuestra ilustración y filantropía acelerar el complemento de ley Fundamental del Estado en orden a la ABOLICIÓN DE LOS ESCLAVOS, lanzando sobre el resto de los que aún existen en el país una contribución que reduciendo el capital facilite la emancipación … El Gobno. contempla también  como un objeto digno de vuestra sabiduría LA ABOLICIÓN DEL IMPUESTO SOBRE EL PAN elaborado para abastecer al público sustituyéndolo con un aumento correspondiente en la patente de las casas que lo fabrican, o en los derechos que pagan a su introducción las harinas extranjeras”,(1)
Seguidamente el Presidente urge poner coto a las maniobras que se perpetran con la introducción y fabricación de moneda: “Este fraude es de tanta mayor trascendencia cuanto que gravita inmediatamente sobre las clases INDUSTRIOSAS Y ASALARIADAS del país… El deseo insaciable de ganancia halagado por la impunidad no sólo ha traspasado los límites de lo lícito, sino que se ha convertido en robo descarado y en una escandalosa violación de la fé pública”.
En cuanto al desarrollo de la agricultura, el mensaje se complace en señalar que “… vaya adquiriendo un aspecto tan interesante en medio de su natural atraso. Una de las causas impeditivas de su desarrollo particularmente en los departamentos de la campaña, es sin duda alguna la ACUMULACIÓN DE MUCHA TIERRA EN POCAS MANOS, pero el remedio pronto para este mal se oculta bajo el sagrado de la propiedad, y es preciso LIBRARLO ENTERAMENTE A LOS PROGRESOS DE LA POBLACIÓN…”.
Dejemos aquí el manuscrito. Parecería innecesario destacar el estupor traducido en diámetros de ojos y bocas de los afectados por este programa. Su candidato unánime –a quien se habían preocupado por flanquear con un par de ministros de máxima confianza como el cisplatino Llambí, veterano de la administración Rivera al igual que Juan María Pérez, la primera fortuna del país (2) se les había ido de las manos. Pérez incluso, había tenido que estampar su firma –imaginamos su contrariedad- al pie del Mensaje. La sombra del confinado en Curuguaty habrá acudido presto a sus mentes.  Aquél que en 1805 concitara las más encendidas alabanzas de la Junta de Hacendados, para diez años después conminarlo a poner en orden sus establecimientos bajo pena de “ser depositados en brazos más útiles que con su labor FOMENTEN LA POBLACIÓN…” ¿Cómo iban a sospechar la persistencia de esas mismas ideas en quien había abandonado filas de Artigas dos décadas atrás?
El hecho es que un año de experiencia en el cargo había bastado a Oribe para, haciendo a un lado asesorías y tutelas, aquilatar con criterio propio la raíz de los males que aquejaban a la sociedad oriental. Pero una urdimbre de intereses –que rebasaban nuestras aún bastante teóricas fronteras- comienza a erizarse en contra del indócil gobernante.
Entre sus auxiliares de primera hora forman los principales militares y políticos del unitarismo porteño, que ven en nuestro país la base indispensable para organizar su campaña en contra del gobernador Rosas. Su paso previo ineludible es el derrocamiento del gobierno oriental, al que acusan de connivencias indebidas con el caudillo bonaerense. Drásticamente desmiente el profesor Oscar Bruschera (“Brecha” 24.10.86): “La historia oficial le atribuye sujeción a Rosas. Falso. Su propósito fue de prescindencia en el conflicto argentino y para ello era indispensable descartar a Montevideo como centro operativo de los rivales del Señor Palermo. Basta para desbaratar el infundio, recorrer la correspondencia del cónsul argentino Correa Morales y las irritadas expresiones del mismo Rosas”. Derrotados Rivera y el unitario Lavalle en Carpintería, el Presidente intenta poner en práctica sus ideas en el devastado país. De acuerdo con el Mensaje del 36, en junio de 1837 estampa su firma a una ley antiesclavista que declara nulas las patentes de los barcos dedicados al inicuo tráfico, y en virtud de la cual, los negros introducidos a partir de la fecha eran declarados “libres de hecho y derecho” tras un imprescindible período de adaptación bajo tutela de tres años, considerando que arribaban a un medio totalmente desconocido, donde ni siquiera podían expresarse ni entender. Mientras tanto el tutor, a más de alimentación suficiente y veinte patacones al año, se obligaba a proporcionarle vestimenta, salubridad e instrucción (3). En su defecto sería sustituido “…con intervención del juez que conozca la causa”.
Nuevos y poderosos enemigos generará a Oribe esta preocupación por los derechos de gente tan desvalida. La medida afectaba principalmente a los influyentes terratenientes brasileños de nuestro país que veían así retaceada esa fuente de mano de obra barata., así como a los propios “fazendeiros” de Río Grande, que vislumbraban la inminente fuga de sus esclavos hacia esta república (4).
Cuatro meses después (12.10.837) nuevamente invaden desde Brasil muy bien pertrechados de armamento y caballadas, Rivera y Lavalle, derrotando al presidente Oribe en Yucutjá y a su hermano Ignacio en Palmar. El tratado de Cangüé (arroyito sanducero), firmado por los invasores con el gobernador riograndense José de Mattos (21.8.838), garantizaba a Rivera la presidencia prácticamente vitalicia del Estado Oriental. La intervención abierta de la escuadra francesa contra Oribe constituirá el detonante final de su caída. Los esclavos bajo tutela a liberarse en 1840, verán postergarse por más de un lustro sus ansias de emancipación.
  Ya en lo más crítico de la guerra civil, marzo de 1838, Oribe católico y soldado de cuna y formación, había logrado convertir en Ley –tras azaroso trámite parlamentario iniciado en aquel fermental 1836- la supresión de los fueros militares y eclesiásticos, a pesar de los duros embates de los afectados.  Un eminente jurisconsulto como el Dr. Pablo De María, definirá en 1892 a la mencionada Ley como “…una de las grandes conquistas del espíritu liberal, destinadas a destruir privilegios odiosos y perjudiciales de castas”.
  Tan sólo dos meses después, también tras penosa tramitación, el gobierno reglamenta y sanciona en mayo de 1838 el impuesto a las herencias, gravándolas en un 10% según el grado de parentesco, y en un 16% si el beneficiario residía en el extranjero.  El art. 4º establecía: “cuando se justifique que existe ocultación maliciosa, lso autores incurren en la pena de pagar doblada la contribución conforme a las leyes”.
  No cabía alternativa. Aquel gobernante sin aspiraciones de caudillo y que entendía que para encaminar al país por la senda de la legalidad era necesario crear un partido nacional en la más amplia acepción del término, ajeno a facciones personalistas y orientado hacia el progreso material y moral de la comunidad, no podía perdurar. Sin duda que sobrestimó el número o el necesario grado de decisión de quienes podían pensar de su misma manera, como lo habría demostrado la costosa concreción de aquellas ideas incubadas al calor de las experiencias de su primer año de gobierno; el relativo apoyo que le brindó la legislatura, cuando su irreductible posición americanista ante la escuadra europea provoque su caída, parece demostrarlo (5). Así, queriendo combatir los males que el caudillismo generaba en frecuente colisión con las noveles instituciones, Oribe se irá convirtiendo paulatinamente con el devenir de los sucesos, en ese atípico ejemplar de "caudillo a pesar suyo". No será por cierto ese carisma innato que exige una generosa dosis de desenfada simpatía y un natural extrovertido que nunca lo caracterizaron, lo que comenzará a nuclear en torno a su figura austera - pero jamás fría y menos aún "enigmática" como sin fundamento alguno se lo ha pretendido pintar - a aquellos compatriotas que veían con indignación nuestras fronteras violadas por las "californias" brasileras, y nuestras costas y puertos cañoneados y sometidos al saqueo de los mercenarios garibaldinos o de los "marines" anglo-franceses, cuando no de todos ellos en mutua concertación.  A un par de semanas de instalado el gobierno de Oribe, con fecha 18.3.35, cursa una nota a las hermanas sudamericanas, que resumimos: "Al instalarse en tan delicada misión contempla que el primer paso que ella le aconseja como Jefe de uno de los pueblos que integran la gran familia Americana, es manifestar a los gobiernos que presiden los demás Estados, los sentimientos que le animan para la prosperidad de las Repúblicas hermanas...". El representante británico en el Plata, Samuel Hood, comenta encomiásticamente tal actitud en nota a su Cancillería, destacando que le proporciona sumo placer "... esta temprana demostración de disposiciones amistosas hacia los vecinos...expresando los deseos del actual Presidente de cultivar sentimientos de benevolencia y amistad que tan necesarios se hacen frente a la política dividida y egoísta de dichos Estados".
Lamentablemente para la paz de la región, almirantes ensoberbecidos y prepotentes vendrán a sustituir al tan esclarecido diplomático, pero merecerán inesperada y contundente respuesta de la tenacidad y el coraje criollos a orillas del Plata (Punta del Este y Colonia) y del Paraná (Obligado, Tonelero, San Lorenzo, Rosario, Quebracho). Decisión y coraje que pueden resumirse en esta nota (12.8.43) que nuestro gobierno cursa a comienzos de la Guerra Grande a sus comandantes costeros, referente a las embarcaciones que se aproximen a nuestras playas: "En cuanto a las de guerra inglesas o francesas que pretendan acercarse a la costa con cualquier objeto, cuando las hostilidades están ya en toda la extensión de su poder y el acercarse a ella no puede mirarse sino como invasión, V.S. debe defender el territorio desde que pueda hacerlo a tiro de carabina, cuya distancia se le prescribe, para rechazarlas con el vigor que corresponde".
¡Carabinas contra cañones de a 80! ¡Faltó convocar a los perros cimarrones!

La permanente solidaridad de Oribe con las naciones hispanoamericanas, se pondrá a prueba una vez más en 1847, ante la amenaza española de reconquista del Perú. Su honrosísima nota del 5 de febrero (que como dice Herrera "...con elogio figura en la literatura internacional del Perú, donde fue encontrada por el eminente investigador doctor Felipe Ferreiro") expresa que nuestro gobierno "... uniendo el suyo al grito de todo el Continente indignado, declara sin hesitación que mirará como injuria y ofensa propia, la que en este caso se infiriese a cualquiera de las repúblicas de Sud-América; que pondrá en acción todos sus esfuerzos y recursos para combatir la odiosa invasión y que estará pronto a acudir con ellas a donde quiera que lo haga necesario el peligro común". Parecen resonar entre estos renglones los ecos de aquella nota del Protector al Cabildo de Montevideo (9.5.815) cuando en similares circunstancias sentenciaba: "A donde quiera que se presenten los peninsulares, será a todos los Americanos a quienes tendrán que afrontar".

Con toda razón expresa el historiador Carlos Machado ("Historia de los Orientales") que Oribe "...siguió una política internacional de signo independiente que provocó la hostilidad inglesa, la enemistad de Francia, el rencor del partido unitario porteño, el malestar en Río y el disgusto de los riograndenses de Piratinhí...El 12 de noviembre murió Manuel Oribe. A siglo y pico ya, se le debe la revaloración histórica correspondiente. Con pocas figuras han sido tan mezquinos sus opositores".

Afirma por su parte Oscar Bruschera (o.c.): "A Manuel Oribe se le valora como fundador del Partido Nacional; sin embargo, por su concepción del Estado, su americanismo y su sentido nacional es -qué duda cabe- una figura para el país todo" .
LLAMADAS

(1)  Según Eduardo Acevedo, por ley de 1837, Oribe estableció en un 35% el gravamen a las harinas extranjeras y gravó con el 31% la importación de trigo, velas de sebo, puertas y ventanas, carruajes, ropa confeccionada y el vino. A la vez exoneró de todo impuesto a las máquinas, el papel y los libros. Agrega dicho autor: "Era como se ve una ley estimuladora de las industrias nacionales, encaminada a fomentar el desarrollo del trabajo social en todas sus manifestaciones y que habría realizado su objeto, a no haber sido contrabalanceada su acción por la guerra civil".  (Anales Históricos I).
(2) Juan M. Pérez llegó a poseer 17 establecimientos de campo, numerosas chacras, molinos, saladeros, empresas navieras y de comercio con ultramar.

(3) Por razones de espacio ni rozamos el punto de la política educacional, una obsesión constante a lo largo de la extensa vida pública de Oribe. Antes de acceder a la presidencia ya se habían patentizado sus inquietudes en la materia, siendo Ministro de Guerra de la administración Rivera, en 1834. En ese año fundó y presidió unan "Sociedad de Agricultura" con vistas a crear una Casa Experimental destinada a mejorar las técnicas agrícolas, perfeccionar métodos e instrumentos, indicar los terrenos propios para cada cultivo, difundir las publicaciones útiles y "... dar educación en ella a cierto número de jóvenes pobres de los Departamentos" (J. Carranza o.c.). Al tema educacional hemos dedicado nuestro ensayo "Oribe, Precursor de nuestra Educación", Ediciones de la Plaza, 1988.

(4) Tan fundado resultaba dicho temor que, tras la abolición general e irrestricta de la esclavitud en el país (decretada por Oribe el 28.10.846 durante su gobierno en el Cerrito), nuestro compatriota Andrés Lamas -con el objeto de provocar la invasión brasileña como finalmente la consiguió escribía en el diario carioca "O Brasil" que, a los sacrificados "fazendeiros" con propiedades en el Uruguay "...Oribe les quitaba los brazos con que trabajaban, favoreciendo además la fuga de los que se hallaban en Río Grande". Mateo Magariños de Mello. "El Gobierno del Cerrito II).
Previendo la resistencia de los hacendados brasileños a liberar sus esclavos, Oribe envía una circular fecha 31.10.46 a todas nuestras Comandancias Militares, recalcando que "...la libertad de los esclavos es para cuantos existen en el territorio de la República, sea cualquiera su dueños, nacional o extrangero". Inmediatamente a la derrota de Oribe concretada el famoso 8 de octubre de 1851, los estancieros brasileños recuperaron su derecho a tener esclavos, mediante el sencillo expediente de exhibir un contrato de trabajo celebrado con su "empleado" en el Brasil. Por su parte, los tristementes célebres Tratados firmados entre ambos países cuatro días después de la fecha últimamente citada, permitía además a los riograndenses entrar al Uruguay en persecución de esclavos fugitivos y obligaba a nuestras autoridades a colaborar en su captura.  El 9 de diciembre, nuestro Canciller informaba al Ministro de Guerra haber dado ya a las flamantes Jefaturas políticas (que subrogaban a las Comandancias Militares en sus funciones) "...las instrucciones necesarias sobre devolución de esclavos que le sean reclamados por súbditos brasileros". (Arch. G de la Nación).
Según caso concreto citado por E. Acevedo ("Anales Históricos" IV), aún mediados de 1876 continuaban dichos procedimientos involucrado incluso a niños negros nacidos en nuestro país.  La abolición de Oribe precedió en 16 años a la de Lincoln y mientras éste la decretó obligado por las circunstancias -de acuerdo con su conocida carta (22.8.862) al "New York Tribune"- Oribe la llevó a cabo en contra de las más adversas circunstancias.

(5) El menosprecio que la inmensa mayoría de los europeos sentía por las repúblicas sudamericanas, brota hiriente de la pluma del cónsul francés en Montevideo, Raymond Baradére, quien después de haber ensalzado hasta los cuernos de la luna la gestión administrativa de Oribe, al irrumpir Francia en el conflicto platense y exasperada ante la negativa del gobernante oriental de esta "elogiosa diatriba" que así quedó para la Historia: "En verdad, a nadie conviene menos que al Sr. Oribe ostentar ese respeto exagerado por la legalidad; y causa compasión el verle parodiar en medio de los Estados Republicanos de la América del Sud, los principios de legitimidad de nuestra vieja Europa". ("Correspondencia de Gabriel A. Pereira II. Gentileza del Lic.. Julio C. Cotelo).

Getulio Vargas



Por José Steinsleger
La primera parte del drama tuvo lugar en 1930 y, valga la redundancia, no pudo ser más dramático. El capitán Luis Carlos Prestes, héroe nacional del pueblo brasileño, quería una revolución proletaria al estilo soviético, y Getúlio Vargas, líder de la burguesía industrial en ciernes, se inspiraba en la república socialdemócrata de Weimar (1919-33).  Oriundos del estratégico estado de Río Grande do Sul, Vargas y Prestes no se andaban con chiquitas: anhelaban cambiar las injustas estructuras de un país continente que ocupa 48 por ciento del territorio de América del Sur, donde Argentina y México caben 3 y 4 veces, y Cuba 77 veces. No obstante, Brasil tenía entonces un problema más peliagudo que el territorial: la ausencia de un proletariado organizado y una burguesía con capital propio para afrontar el magno proyecto político.    Desde la instauración de la república (1889), la política brasileña transcurrió en la alternancia de las oligarquías de Sao Paulo (productora de café), y Minas Gerais (lácteos). Política que el pueblo, sabiamente, llamaba del café con leche. Hasta que un buen día, de súbito, aquella sociedad nostálgica de la esclavitud y cautiva de políticos masones que recitaban el catecismo positivista (orden y progreso), descubrió que el ejército era el único factor de cohesión y expresión del descontento social.
En julio de 1922, el levantamiento militar del Fuerte de Copacabana inauguró el periodo conocido como tenentismo. Bajo el mando del mariscal Hermes da Fonseca, los tenientes carecían de ideología, aunque representaban, básicamente, el descontento de todas las clases no privilegiadas de la sociedad brasileña, según el historiador argentino Jorge Abelardo Ramos. Sofocado, el movimiento tuvo sendas réplicas en Sao Paulo y Río Grande do Sul, encabezados por el general Isidoro Dias Lopes, y los tenientes Luis Carlos Prestes y Siqueira Campos (1923/24).
Aplastadas, las fuerzas revolucionarias se dispersaron, y algunas de ellas se plegaron a la columna de Prestes, quien inició la legendaria y larga marcha de 36 mil kilómetros que en dos años, hasta su disolución, libró esporádicos enfrentamientos con el ejército federal. Simultáneamente, los políticos mineros y gaúchos (ligados al mercado interno y golpeados por la crisis económica mundial de 1929), fundaban la Alianza Liberal, proponiendo la candidatura de Getúlio Vargas a la presidencia.
En la campaña, Vargas levantó el nombre de Prestes como símbolo del nuevo Brasil. Mas no logró su apoyo. En su exilio argentino el “ cavaleiro da esperança” (Jorge Amado) había prestado oídos al cotorreo apátrida de Rodolfo Ghioldi y el nefasto Vittorio Codovilla, jefes criollos del Comintern, que adherían a la línea del tercer periodo de Molotov. O sea, la ofensiva generalizada de los partidos comunistas para la toma del poder y la lucha contra el enemigo principal: la socialdemocracia.
Apunta Theotonio Dos Santos: “…la orientación marxista del Partido Comunista Brasileño (PCB, 1922), no había logrado siquiera asimilar sus más rudimentarias enseñanzas. Es muy sintomático el hecho de que el Comintern rechazó la primera solicitud de ingreso del PCB por su ‘insuficiencia teórica’ (sic)”. Aunque a modo de adenda, habría que recordar que el famoso Comintern y Codovila guardaban un olímpico desprecio por la revolución en cualquier país de América Latina. El PC mexicano, por ejemplo, denunció a Sandino como traidor al internacionalismo proletario.
Dos Santos remata: “…El revolucionario Prestes, el gran héroe nacional, volvió la espalda al movimiento revolucionario en gestación, y lanzó un manifiesto cuyos puntos centrales eran la denuncia de la ‘farsa electoral’”. Por su lado, Ramos rescata un comentario del historiador Leoncio Basbaum al decir que: “…la propaganda del Partido Comunista denunciaba el movimiento (Vargas), como una simple lucha entre grupos burgueses”.
El hacendado paulista Julio Prestes, candidato de la oligarquía, ganó las elecciones. Entonces, Vargas pateó el tablero, acabando con la política del café con leche, poniendo punto final a la primera república, y el dominio de la oligarquía terrateniente. En las principales ciudades, la revolución del 3 de octubre de 1930 recibió el apoyo popular entusiasta. Muchos de los antiguos tenientes se pasaron al bando de Getúlio, y en mayo del mismo año, Prestes lanzó un manifiesto proponiendo un “…gobierno fundado por ‘consejos de trabajadores de la ciudad y el campo, soldados y marineros’(sic)”.
Vargas asumió la presidencia del gobierno provisional, dando lugar a la segunda parte de un drama que sumó desafíos más enredados aún: la enérgica y desconocida intervención del Estado, alianzas que asegurasen el desarrollo del capitalismo nacional y la centralización del poder político en un país sujeto a la voluntad de los caudillos regionales. El nuevo código electoral estableció el sufragio secreto, y concedió a las mujeres el derecho a votar y ser votadas.
Brasil entró en una fase de creación de ministerios, instituciones, obras públicas en infraestructuras indispensables para apoyar programas de industrialización. En 1934, fue promulgada la nueva Constitución, que dispuso la intervención estatal en la economía, y refrendando conquistas de los trabajadores como el salario mínimo y la representación en el Congreso nacional, que eligió a Vargas como presidente para el periodo que terminaría en 1938.
En noviembre de 1935, estalló la llamada revuelta roja de Río de Janeiro, Natal y Recife, dirigida por Prestes, líder principal del PCB y creador de la Alianza Nacional Libertadora (ALN). Prestes y otros líderes fueron presos. Las izquierdas made in Moscú exclamaron: ¡Vargas fascista!, y las made in Washington le hicieron coro. Pero los verdaderos fascistas eran los militantes de Acción Integralista Brasileña (AIB), fundada por el católico ultramontano y pronazi Plinio Salgado (1895-1975).
La oligarquía paulista tampoco se cruzó de brazos, y el gobierno se sacó de la manga el Plan Cohen, supuesta intriga comunista para derrocar a Vargas e impedir las elecciones. El 10 de noviembre de 1937, Vargas pegó el golpe, proclamando el Estado Novo, imponiendo una nueva constitución, concentrando los tres poderes y disolviendo los partidos políticos, incluyendo la fascista AIB.
En 1938, Vargas creó el Consejo Nacional del Petróleo (piedra fundacional de Petrobras), y firmó contratos con la Krupp para adquirir armas alemanas. Ya está. A más de fascista, Vargas también resultaba nazi. No obstante, Brasil se declaró neutral en la guerra. Pero en 1941, a cambio de recibir financiamiento para construir la siderúrgica de Volta Redonda, accedió a la instalación de bases militares de Washington en Natal, Belém y Recife para, vía Dakar, suministrar pertrechos bélicos a los aliados en el norte de África. Y con Prestes en prisión, el PCB dejó de calificarlo como nazifascista y… ya está: Vargas fue convertido en democrático (Conferencia de Mantiqueira, Minas Gerais, 1942).
Un año después, Brasil declaró la guerra a Alemania, el presidente Franklin D. Roosevelt se reunió con Vargas en Natal y ambos acordaron el envío de tropas brasileñas a la campaña de Italia. Vargas terminó con la censura, liberó los presos políticos, organizó dos partidos políticos él mismo, llamó a elecciones, y… ¡vaya! No fue suficiente. El 29 de octubre de 1945, Washington lo depuso sin mucho ruido, y la dictadura del Estado Novo cayó sin pena ni gloria. ¡Ya está!: ahora, el auténtico nazifascista (o bonapartista), sería su vecino y amigo Juan Domingo Perón.
En 1950, al cabo de una de las elecciones más concurridas de la historia, Getúlio Vargas volvió al poder. Esta vez, democráticamente. Y a continuación, empezó un vertiginoso crecimiento económico con desarrollo social: monopolio estatal del petróleo, restricción de productos importados para estimular la industria nacional, aumento de 100 por ciento de los salarios, restricciones al capital extranjero, y la designación de Joao Goulart, hombre estratégico, en el Ministerio de Trabajo.
Prestes, con todo, permaneció fiel a su causa. En julio de 1954, exactamente un mes antes del suicidio de Getúlio bajo el acoso del imperialismo y las oligarquías (24 de agosto de 1954) publicó su Manifiesto electoral, donde dice: “El gobierno de Vargas es un gobierno de traición nacional…”.
En su carta de despedida, el hombre que en el siglo pasado cambió la historia de Brasil, apuntó: “He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo a una presión constante, incesante, soportando todo en silencio, olvidando todo, renunciando a ser yo mismo, para defender al pueblo que ahora queda desamparado… Luché contra la expoliación de Brasil…Yo os di mi vida. Ahora, os ofrezco mi muerte”.