Rosas

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sábado, 31 de octubre de 2015

IDEAS SOCIO-ECONÓMICAS Y POLÍTICAS DE MANUEL ORIBE

Por Jorge Pelfort

Numerosos autores han encarado, en trabajos de real enjundia (Aquiles Oribe, Carnelli, Carranza, García Selgas, Herrera, Vignale, Stewart Vargas, Magariños de Mello, Silva Cazet) aspectos diversos y por supuestos que muy importantes de la vida de Manuel Oribe. Pero no habiendo culminado íntegramente la etapa heurística necesaria, la biografía global que su figura merece aún está por escribirse.Cuando en 1835 fue elevado a la presidencia de la República por voto unánime – caso único en nuestra historia-  de la Asamblea General, Manuel Oribe era, sin lugar a dudas, el hombre de la hora. Basta para ello echar un vistazo a la prensa de la época.
No existió en ese sentido la menor influencia del presidente Rivera quien, a su tardío arribo a Montevideo, hubo de aceptar el hecho consumado, según lo consigna en sus “Apuntaciones históricas” el presidente interino Carlos Anaya, quien efectivizara la transmisión del mando.  Por lo demás es notorio que en esos momentos Don Frutos y su compadre Juan Antonio, se hallaban en el momento más tormentoso de sus relaciones. Los alzamientos lavallejistas habían sido reprimidos con el fusilamiento de más de una docena de oficiales prisioneros.  Los bienes de los rebeldes habían sido confiscados, sus grados militares y sus sueldos reprimidos. En ambiente tal, nadie puede suponer que un candidato prohijado por Rivera iba a ser unánimemente aceptado por el resto de la legislatura  partidaria de Lavalleja. Un candidato, además, que se constituyó –junto con su hermano Ignacio- en factor decisivo para la derrota de aquel, ni bien se alzó contra la autoridad constituida.

Fueron precisamente esas circunstancias –que le valieron el apodo de “el amigo del orden”- las que lo erigieron en el elemento ideal, insospechable de cualquier otro partidismo que no fuese el respeto y la defensa de la Constitución. De modo que, por encima y aparte de las afinidades personalistas, fue ese patriciado ilustrado – sinónimo de clase alta y conservadora- quien hizo pesar sus aún insatisfechas ansias de paz y, claro que también, de escrupulosidad en los manejos de los bienes públicos, aspectos ambos que se conjuntaron para derivar en esa sugerente unanimidad obtenida.
Honradez administrativa y mantenimiento del orden, qué mejores cualidades en un gobernante podía desear también la oligarquía portuario-ganadera, tan asimilada al citado patriciado al extremo de confundirse en un solo haz.
Si bien Oribe no podía cortar abruptamente todos los vínculos que lo ataban a la administración anterior que en la faz militar había integrado (Com. Gral. de Armas, Jefe de E. Mayor, Min. De Guerra), ni con sus propios orígenes de cuna patricia (nieto del gobernador de Montevideo, el mariscal español José Joaquín de Viana), sus primeras disposiciones comprendían una patente extraordinaria que gravaba al comercio, la industria, los bienes raíces y, disponiendo además, una prolija revisión  de las prácticas esclavistas aún en uso “…en abierta connivencia del Cuerpo Legislativo con los violadores de la Constitución” (E. Acevedo. “Anales” I).
De mejores o peores ganas, estas primeras medidas fueron asimiladas por las clases dominantes, a manera de pócima amarga en aras de enjugar el dislocante déficit heredado. Pero el Presidente manifiesta otras inquietudes menos perentorias a juicio de dichas gentes, y aún prematuras o exóticas en aquellos tiempos.
Jubilaciones a los militares por razones de edad o incapacidad está bien, pero ¿qué hay de esa ley de extender similares beneficios a funcionarios públicos y civiles, al extremo de que con sólo siete años en el servicio y con el argumento de una enfermedad incapacitante podrían disfrutarlos de por vida? ¿Y por qué ese afán de perseguir el lucrativo tráfico de esclavos? ¿Acaso no había sostenido públicamente en 1832 persona de vasta experiencia en dicho negocio como el ex Ministro Dr. Lucas Obes, que combatir la esclavitud no era más que “…espíritu de imitación servil y vértigo revolucionario”, redondeando su pensamiento con la sentencia de que “…la utilidad para las naciones cultas es sinónimo de lo lícito”? (J. Pivel, “Historia de los Partidos y las Ideas Políticas en el Uruguay”).
Agravando la situación financiera, el gobierno de Oribe rechaza el empréstito ofrecido por Inglaterra a cambio de un Tratado de Navegación y Comercio igual a los ya firmados por los británicos en Méjico, Venezuela, Colombia y Argentina. Según Vivian Trías (“El Imperio Británico en la Cuenca del Plata”), cuantiosa suma de libras costó al Foreign office alguno de dichos logros y agrega: “El único país que se negó a suscribir el tratado “tipo” fue Uruguay. Su presidente, el Brigadier Manuel Oribe, entendió que sus exigencias lesionaban la soberanía nacional”.
Esa defensa a todo trance de la soberanía no demorará a volver a manifestarse. Descartado el lesivo empréstito británico, el auxilio vital se insinúa ahora desde Río de Janeiro. Hasta allí ha comisionado Oribe al Dr. Villademoros –su futuro Canciller hasta el fin de la Guerra Grande- para convenir con el Imperio la fijación definitiva de nuestros límites y, concomitantemente, el cese del apoyo riograndense a la rebelión riverista. Como las instrucciones de Villademoros exigían la fijación de los límites del Tratado de San Ildefonso de 1777, el canciller norteño, también interesado en la paz fronteriza, juega una carta que cree infalible –sabiendo las angustias de nuestro erario – y que el propio diplomático juzga oportuno trasmitir a su gobierno: la compensación de una cuantiosa suma de dinero como contrapartida de la ratificación definitiva de los límites que a la fecha existían, es decir, el reconocimiento de la soberanía brasileña sobre las Misiones Orientales, algo que recién obtendrá Brasil tras consumarse la derrota de Oribe en la Guerra Grande. La respuesta del Presidente es categórica e incluso implica un reproche a su enviado por haber considerado la viabilidad de la propuesta, ya que ninguna indemnización pecuniaria sería capaz de compensar lo que perdería la República perdiendo sus antiguos límites y el engrandecimiento a que debe esperar con la posesión de ellos, mayormente cuando mira limitada su creciente prosperidad a los estrechos contornos que la rodean”
Era ni más ni menos que el fiel cumplimiento del artículo 9º de las instrucciones de 1813. Y vaya si tampoco estaba dispuesto Manuel Oribe a vender “… el rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”.
Historiador tan adverso a Oribe como lo fue Eduardo Acevedo, no puede menos que ensalzar la grandeza de aquel gesto. Como las necesidades del erario no pueden postergarse, el Presidente debe apuntar ahora sus baterías fronteras adentro, implantando un impuesto a la ganadería, otro a los alquileres de fincas urbanas y un tercero –éste con carácter provisorio- a todo sueldo o pensión superior a los 500 pesos anuales.
Sí, no cabía duda. Al entender de muchos –y lo que era peor, de muchos poderosos-la inesperada independencia de criterio de aquel gobernante surgido del propio seno del patriciado, de cuyos intereses parecía cada vez más lejano, lo estaba desubicando inquietantemente de la verdadera función para la que creyeron haberlo elegido: velar por la inalterabilidad del orden establecido. Pero el mensaje Presidencial elevado ante la Cámara con fecha 21 de marzo de 1836 –al año y semanas de haber asumido- colmará toda medida, sorprendiendo a las clases ilustradas con un plan socio-económico –y aún alguna insinuación de futuro- que iban bastante más allá de lo que muchos estaban dispuestos a tolerar y que parecía retrotraernos a los tiempos de la “anarquía artiguista”.
Transcribiremos algunos aspectos del manuscrito original que logramos ubicar –mal archivado por entonces en los subsuelos del Palacio Legislativo – y que presenta alguna significativa diferencia con la versión de Jacinto Carranza (“Oribe y los Proyectos del Partido Blanco Nacional”). Las mayúsculas son nuestras:
“Hay algunos ramos que no han sido considerados en la ley en la época de su sanción;  y que quedando exentos de todo gravamen ofrecen hoy un contraste odioso respecto de otros que están sujetos a las cargas que la Sociedad tiene el derecho de imponer a TODOS sus miembros. Otro de sus vicios capitales es la desigualdad que establece entre los contribuyentes de un mismo ramo. Una casa de giro que sólo tiene un capital de mil pesos paga lo mismo que otra que tiene capital de 20.000; injusticia que estando en abierta contradicción con el sistema de impuestos, basta por sí sola para hacer éste intolerable, y el Gobierno, cree de rigorosa necesidad y justicia que os dignéis considerar la Ley de la materia en la presente sesión, haciéndola extensiva a todos los objetos que debe comprehender en sus disposiciones”.
En lo referente a la tributación agropecuaria, es opinión del Presidente que “… está siempre muy distante de las bases en que el Gobno. debe fundar sus cálculos… El derecho de extracción establecido sobre los ganados en pie está sujeto a inconvenientes de tal naturaleza para su recaudación y fiscalización, que en vez de ser un recurso productivo para el Erario es un aliciente poderoso para el fraude y la corrupción… El Gobno. es de opinión que ese impuesto debe abolirse, substituyéndolo por otro que abrazando TODOS los establecimientos de esa clase y calculados sobre los productos del procreo, sea más arreglado a los principios de la justicia y su recaudación más fácil y menos dispendiosa”.
Oribe propone a continuación la abolición del impuesto de alcabala -4% del total (no del valor agregado) de todas las ventas- con su tremendo efecto cascada, que califica de “odiosa gabela” y sostiene: “Verdad es que todavía subsiste en algunas naciones civilizadas; pero no por esto deja de ser absurdo y oneroso a los pueblos que sufren el peso de su yugo!” Y propone sustituirlo con “…una contribución a las rentas de las fincas, que sería más TOLERABLE PARA EL PUEBLO y más provechosa para el Fisco. Al indicaros S.S. este medio, no cree el Gobierno, preciso recordaros que los capitales de esa clase en nada contribuyen al alivio de nuestras comunes necesidades, y que si hay razón para cercenar al artesano industrioso una porción del FRUTO DE SU SUDOR DIARIO, no puede dejar de haberla para que el propietario QUE VIVE CÓMODAMENTE DE SUS RENTAS deje de concurrir también con una parte de ellas.  A más de ese recurso, hallaréis S:S un campo vasto en que ejercer con justicia vuestras sabias providencias en todos los ramos en que el LUJO Y EL OCIO dedican a sus particulares placeres, y aún sería digno de vuestra ilustración y filantropía acelerar el complemento de ley Fundamental del Estado en orden a la ABOLICIÓN DE LOS ESCLAVOS, lanzando sobre el resto de los que aún existen en el país una contribución que reduciendo el capital facilite la emancipación … El Gobno. contempla también  como un objeto digno de vuestra sabiduría LA ABOLICIÓN DEL IMPUESTO SOBRE EL PAN elaborado para abastecer al público sustituyéndolo con un aumento correspondiente en la patente de las casas que lo fabrican, o en los derechos que pagan a su introducción las harinas extranjeras”,(1)
Seguidamente el Presidente urge poner coto a las maniobras que se perpetran con la introducción y fabricación de moneda: “Este fraude es de tanta mayor trascendencia cuanto que gravita inmediatamente sobre las clases INDUSTRIOSAS Y ASALARIADAS del país… El deseo insaciable de ganancia halagado por la impunidad no sólo ha traspasado los límites de lo lícito, sino que se ha convertido en robo descarado y en una escandalosa violación de la fé pública”.
En cuanto al desarrollo de la agricultura, el mensaje se complace en señalar que “… vaya adquiriendo un aspecto tan interesante en medio de su natural atraso. Una de las causas impeditivas de su desarrollo particularmente en los departamentos de la campaña, es sin duda alguna la ACUMULACIÓN DE MUCHA TIERRA EN POCAS MANOS, pero el remedio pronto para este mal se oculta bajo el sagrado de la propiedad, y es preciso LIBRARLO ENTERAMENTE A LOS PROGRESOS DE LA POBLACIÓN…”.
Dejemos aquí el manuscrito. Parecería innecesario destacar el estupor traducido en diámetros de ojos y bocas de los afectados por este programa. Su candidato unánime –a quien se habían preocupado por flanquear con un par de ministros de máxima confianza como el cisplatino Llambí, veterano de la administración Rivera al igual que Juan María Pérez, la primera fortuna del país (2) se les había ido de las manos. Pérez incluso, había tenido que estampar su firma –imaginamos su contrariedad- al pie del Mensaje. La sombra del confinado en Curuguaty habrá acudido presto a sus mentes.  Aquél que en 1805 concitara las más encendidas alabanzas de la Junta de Hacendados, para diez años después conminarlo a poner en orden sus establecimientos bajo pena de “ser depositados en brazos más útiles que con su labor FOMENTEN LA POBLACIÓN…” ¿Cómo iban a sospechar la persistencia de esas mismas ideas en quien había abandonado filas de Artigas dos décadas atrás?
El hecho es que un año de experiencia en el cargo había bastado a Oribe para, haciendo a un lado asesorías y tutelas, aquilatar con criterio propio la raíz de los males que aquejaban a la sociedad oriental. Pero una urdimbre de intereses –que rebasaban nuestras aún bastante teóricas fronteras- comienza a erizarse en contra del indócil gobernante.
Entre sus auxiliares de primera hora forman los principales militares y políticos del unitarismo porteño, que ven en nuestro país la base indispensable para organizar su campaña en contra del gobernador Rosas. Su paso previo ineludible es el derrocamiento del gobierno oriental, al que acusan de connivencias indebidas con el caudillo bonaerense. Drásticamente desmiente el profesor Oscar Bruschera (“Brecha” 24.10.86): “La historia oficial le atribuye sujeción a Rosas. Falso. Su propósito fue de prescindencia en el conflicto argentino y para ello era indispensable descartar a Montevideo como centro operativo de los rivales del Señor Palermo. Basta para desbaratar el infundio, recorrer la correspondencia del cónsul argentino Correa Morales y las irritadas expresiones del mismo Rosas”. Derrotados Rivera y el unitario Lavalle en Carpintería, el Presidente intenta poner en práctica sus ideas en el devastado país. De acuerdo con el Mensaje del 36, en junio de 1837 estampa su firma a una ley antiesclavista que declara nulas las patentes de los barcos dedicados al inicuo tráfico, y en virtud de la cual, los negros introducidos a partir de la fecha eran declarados “libres de hecho y derecho” tras un imprescindible período de adaptación bajo tutela de tres años, considerando que arribaban a un medio totalmente desconocido, donde ni siquiera podían expresarse ni entender. Mientras tanto el tutor, a más de alimentación suficiente y veinte patacones al año, se obligaba a proporcionarle vestimenta, salubridad e instrucción (3). En su defecto sería sustituido “…con intervención del juez que conozca la causa”.
Nuevos y poderosos enemigos generará a Oribe esta preocupación por los derechos de gente tan desvalida. La medida afectaba principalmente a los influyentes terratenientes brasileños de nuestro país que veían así retaceada esa fuente de mano de obra barata., así como a los propios “fazendeiros” de Río Grande, que vislumbraban la inminente fuga de sus esclavos hacia esta república (4).
Cuatro meses después (12.10.837) nuevamente invaden desde Brasil muy bien pertrechados de armamento y caballadas, Rivera y Lavalle, derrotando al presidente Oribe en Yucutjá y a su hermano Ignacio en Palmar. El tratado de Cangüé (arroyito sanducero), firmado por los invasores con el gobernador riograndense José de Mattos (21.8.838), garantizaba a Rivera la presidencia prácticamente vitalicia del Estado Oriental. La intervención abierta de la escuadra francesa contra Oribe constituirá el detonante final de su caída. Los esclavos bajo tutela a liberarse en 1840, verán postergarse por más de un lustro sus ansias de emancipación.
  Ya en lo más crítico de la guerra civil, marzo de 1838, Oribe católico y soldado de cuna y formación, había logrado convertir en Ley –tras azaroso trámite parlamentario iniciado en aquel fermental 1836- la supresión de los fueros militares y eclesiásticos, a pesar de los duros embates de los afectados.  Un eminente jurisconsulto como el Dr. Pablo De María, definirá en 1892 a la mencionada Ley como “…una de las grandes conquistas del espíritu liberal, destinadas a destruir privilegios odiosos y perjudiciales de castas”.
  Tan sólo dos meses después, también tras penosa tramitación, el gobierno reglamenta y sanciona en mayo de 1838 el impuesto a las herencias, gravándolas en un 10% según el grado de parentesco, y en un 16% si el beneficiario residía en el extranjero.  El art. 4º establecía: “cuando se justifique que existe ocultación maliciosa, lso autores incurren en la pena de pagar doblada la contribución conforme a las leyes”.
  No cabía alternativa. Aquel gobernante sin aspiraciones de caudillo y que entendía que para encaminar al país por la senda de la legalidad era necesario crear un partido nacional en la más amplia acepción del término, ajeno a facciones personalistas y orientado hacia el progreso material y moral de la comunidad, no podía perdurar. Sin duda que sobrestimó el número o el necesario grado de decisión de quienes podían pensar de su misma manera, como lo habría demostrado la costosa concreción de aquellas ideas incubadas al calor de las experiencias de su primer año de gobierno; el relativo apoyo que le brindó la legislatura, cuando su irreductible posición americanista ante la escuadra europea provoque su caída, parece demostrarlo (5). Así, queriendo combatir los males que el caudillismo generaba en frecuente colisión con las noveles instituciones, Oribe se irá convirtiendo paulatinamente con el devenir de los sucesos, en ese atípico ejemplar de "caudillo a pesar suyo". No será por cierto ese carisma innato que exige una generosa dosis de desenfada simpatía y un natural extrovertido que nunca lo caracterizaron, lo que comenzará a nuclear en torno a su figura austera - pero jamás fría y menos aún "enigmática" como sin fundamento alguno se lo ha pretendido pintar - a aquellos compatriotas que veían con indignación nuestras fronteras violadas por las "californias" brasileras, y nuestras costas y puertos cañoneados y sometidos al saqueo de los mercenarios garibaldinos o de los "marines" anglo-franceses, cuando no de todos ellos en mutua concertación.  A un par de semanas de instalado el gobierno de Oribe, con fecha 18.3.35, cursa una nota a las hermanas sudamericanas, que resumimos: "Al instalarse en tan delicada misión contempla que el primer paso que ella le aconseja como Jefe de uno de los pueblos que integran la gran familia Americana, es manifestar a los gobiernos que presiden los demás Estados, los sentimientos que le animan para la prosperidad de las Repúblicas hermanas...". El representante británico en el Plata, Samuel Hood, comenta encomiásticamente tal actitud en nota a su Cancillería, destacando que le proporciona sumo placer "... esta temprana demostración de disposiciones amistosas hacia los vecinos...expresando los deseos del actual Presidente de cultivar sentimientos de benevolencia y amistad que tan necesarios se hacen frente a la política dividida y egoísta de dichos Estados".
Lamentablemente para la paz de la región, almirantes ensoberbecidos y prepotentes vendrán a sustituir al tan esclarecido diplomático, pero merecerán inesperada y contundente respuesta de la tenacidad y el coraje criollos a orillas del Plata (Punta del Este y Colonia) y del Paraná (Obligado, Tonelero, San Lorenzo, Rosario, Quebracho). Decisión y coraje que pueden resumirse en esta nota (12.8.43) que nuestro gobierno cursa a comienzos de la Guerra Grande a sus comandantes costeros, referente a las embarcaciones que se aproximen a nuestras playas: "En cuanto a las de guerra inglesas o francesas que pretendan acercarse a la costa con cualquier objeto, cuando las hostilidades están ya en toda la extensión de su poder y el acercarse a ella no puede mirarse sino como invasión, V.S. debe defender el territorio desde que pueda hacerlo a tiro de carabina, cuya distancia se le prescribe, para rechazarlas con el vigor que corresponde".
¡Carabinas contra cañones de a 80! ¡Faltó convocar a los perros cimarrones!

La permanente solidaridad de Oribe con las naciones hispanoamericanas, se pondrá a prueba una vez más en 1847, ante la amenaza española de reconquista del Perú. Su honrosísima nota del 5 de febrero (que como dice Herrera "...con elogio figura en la literatura internacional del Perú, donde fue encontrada por el eminente investigador doctor Felipe Ferreiro") expresa que nuestro gobierno "... uniendo el suyo al grito de todo el Continente indignado, declara sin hesitación que mirará como injuria y ofensa propia, la que en este caso se infiriese a cualquiera de las repúblicas de Sud-América; que pondrá en acción todos sus esfuerzos y recursos para combatir la odiosa invasión y que estará pronto a acudir con ellas a donde quiera que lo haga necesario el peligro común". Parecen resonar entre estos renglones los ecos de aquella nota del Protector al Cabildo de Montevideo (9.5.815) cuando en similares circunstancias sentenciaba: "A donde quiera que se presenten los peninsulares, será a todos los Americanos a quienes tendrán que afrontar".

Con toda razón expresa el historiador Carlos Machado ("Historia de los Orientales") que Oribe "...siguió una política internacional de signo independiente que provocó la hostilidad inglesa, la enemistad de Francia, el rencor del partido unitario porteño, el malestar en Río y el disgusto de los riograndenses de Piratinhí...El 12 de noviembre murió Manuel Oribe. A siglo y pico ya, se le debe la revaloración histórica correspondiente. Con pocas figuras han sido tan mezquinos sus opositores".

Afirma por su parte Oscar Bruschera (o.c.): "A Manuel Oribe se le valora como fundador del Partido Nacional; sin embargo, por su concepción del Estado, su americanismo y su sentido nacional es -qué duda cabe- una figura para el país todo" .
LLAMADAS

(1)  Según Eduardo Acevedo, por ley de 1837, Oribe estableció en un 35% el gravamen a las harinas extranjeras y gravó con el 31% la importación de trigo, velas de sebo, puertas y ventanas, carruajes, ropa confeccionada y el vino. A la vez exoneró de todo impuesto a las máquinas, el papel y los libros. Agrega dicho autor: "Era como se ve una ley estimuladora de las industrias nacionales, encaminada a fomentar el desarrollo del trabajo social en todas sus manifestaciones y que habría realizado su objeto, a no haber sido contrabalanceada su acción por la guerra civil".  (Anales Históricos I).
(2) Juan M. Pérez llegó a poseer 17 establecimientos de campo, numerosas chacras, molinos, saladeros, empresas navieras y de comercio con ultramar.

(3) Por razones de espacio ni rozamos el punto de la política educacional, una obsesión constante a lo largo de la extensa vida pública de Oribe. Antes de acceder a la presidencia ya se habían patentizado sus inquietudes en la materia, siendo Ministro de Guerra de la administración Rivera, en 1834. En ese año fundó y presidió unan "Sociedad de Agricultura" con vistas a crear una Casa Experimental destinada a mejorar las técnicas agrícolas, perfeccionar métodos e instrumentos, indicar los terrenos propios para cada cultivo, difundir las publicaciones útiles y "... dar educación en ella a cierto número de jóvenes pobres de los Departamentos" (J. Carranza o.c.). Al tema educacional hemos dedicado nuestro ensayo "Oribe, Precursor de nuestra Educación", Ediciones de la Plaza, 1988.

(4) Tan fundado resultaba dicho temor que, tras la abolición general e irrestricta de la esclavitud en el país (decretada por Oribe el 28.10.846 durante su gobierno en el Cerrito), nuestro compatriota Andrés Lamas -con el objeto de provocar la invasión brasileña como finalmente la consiguió escribía en el diario carioca "O Brasil" que, a los sacrificados "fazendeiros" con propiedades en el Uruguay "...Oribe les quitaba los brazos con que trabajaban, favoreciendo además la fuga de los que se hallaban en Río Grande". Mateo Magariños de Mello. "El Gobierno del Cerrito II).
Previendo la resistencia de los hacendados brasileños a liberar sus esclavos, Oribe envía una circular fecha 31.10.46 a todas nuestras Comandancias Militares, recalcando que "...la libertad de los esclavos es para cuantos existen en el territorio de la República, sea cualquiera su dueños, nacional o extrangero". Inmediatamente a la derrota de Oribe concretada el famoso 8 de octubre de 1851, los estancieros brasileños recuperaron su derecho a tener esclavos, mediante el sencillo expediente de exhibir un contrato de trabajo celebrado con su "empleado" en el Brasil. Por su parte, los tristementes célebres Tratados firmados entre ambos países cuatro días después de la fecha últimamente citada, permitía además a los riograndenses entrar al Uruguay en persecución de esclavos fugitivos y obligaba a nuestras autoridades a colaborar en su captura.  El 9 de diciembre, nuestro Canciller informaba al Ministro de Guerra haber dado ya a las flamantes Jefaturas políticas (que subrogaban a las Comandancias Militares en sus funciones) "...las instrucciones necesarias sobre devolución de esclavos que le sean reclamados por súbditos brasileros". (Arch. G de la Nación).
Según caso concreto citado por E. Acevedo ("Anales Históricos" IV), aún mediados de 1876 continuaban dichos procedimientos involucrado incluso a niños negros nacidos en nuestro país.  La abolición de Oribe precedió en 16 años a la de Lincoln y mientras éste la decretó obligado por las circunstancias -de acuerdo con su conocida carta (22.8.862) al "New York Tribune"- Oribe la llevó a cabo en contra de las más adversas circunstancias.

(5) El menosprecio que la inmensa mayoría de los europeos sentía por las repúblicas sudamericanas, brota hiriente de la pluma del cónsul francés en Montevideo, Raymond Baradére, quien después de haber ensalzado hasta los cuernos de la luna la gestión administrativa de Oribe, al irrumpir Francia en el conflicto platense y exasperada ante la negativa del gobernante oriental de esta "elogiosa diatriba" que así quedó para la Historia: "En verdad, a nadie conviene menos que al Sr. Oribe ostentar ese respeto exagerado por la legalidad; y causa compasión el verle parodiar en medio de los Estados Republicanos de la América del Sud, los principios de legitimidad de nuestra vieja Europa". ("Correspondencia de Gabriel A. Pereira II. Gentileza del Lic.. Julio C. Cotelo).

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