Rosas

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martes, 19 de marzo de 2013

Ambrosio Sandes, el sirviente de Mitre


Por Jbismarck

* Soriano, Provincia de Uruguay - 1815
+ Ciudad de Mendoza - 1863
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Militar uruguayo que luchó en las guerras civiles argentinas, considerado el más sanguinario de los oficiales del ejército argentino.

Participó en la Guerra Grande a órdenes de Fructuoso Rivera y combatió en decenas de batallas. Cultivaba su imagen terrible haciendo gala de un silencio que inspiraba terror, porque lo interrumpía casi exclusivamente en explosiones de violencia. Sus soldados le temían porque era muy cruel con los enemigos y también con sus subordinados.

Peleó a órdenes de Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros. Se unió al general Hilario Lagos el sitio de Buenos Aires a fines de 1852, pero a mediados del año siguiente se pasó a los unitarios a cambio de un soborno. Regresó a Uruguay para apoyar el gobierno de Venancio Flores, pero fue expulsado por haber intentado forzar al Congreso por medio de una rebelión.

Combatió del lado del estado de Buenos Aires en la batalla de Cepeda (1859), en la que fue herido y dejado por muerto. Su cuerpo robusto estaba lleno de cicatrices que mostraban su valor y su indiferencia por el dolor, que contribuía a su crueldad.

Participó en la batalla de Pavón. Unas semanas más tarde, en la batalla de Cañada de Gómez, se destacó entre los oficiales que asesinaron a cientos de soldados y jefes rendidos. En mérito a esta proeza, fue reconocido como coronel.

Marchó a ocupar el interior del país a órdenes de Wenceslao Paunero (también oriental), y su crueldad dejó rastros en San Luis, Mendoza y San Juan. Venció a las partidas montoneras que se le opusieron y mató a los soldados enemigos de a decenas. Una vez ocupado todo el interior por las fuerzas unitarias y sus aliados (y después de haber cambiado a ocho gobernadores), la última resistencia estaba en La Rioja, bajo la dirección de su famoso caudillo, el “Chacho” Ángel Vicente Peñaloza.

Después de la victoria de su ejército en Las Aguaditas, en marzo de 1862, enfurecido por la muerte de un ayudante, asesinó a siete oficiales. Recorrió todo el interior de La Rioja persiguiendo montoneros reales o imaginarios. En la batalla de Lomas Blancas, un gaucho enemigo lo derribó y lo dejó tirado en el campo, perdonándole la vida. Pero logró una victoria y, enfurecido, hizo matar a todos los prisioneros e incendiar sus cadáveres. Consigna el historiador riojano Ricardo Mercado Luna en su ensayoLos coroneles de Mitre que el sitio donde se llevó a cabo aquella gran incineración pasó a ser nombrado por los pobladores como la "Carbonera de Sandes", "unos cuantos metros de tierra perdida en loa Llanos riojanos, donde una mujer piadosa encendía hasta hace poco, pedazos de vela robados a la pobreza de su soledad"

Volvió a derrotar a Peñaloza en la batalla de Salinas Grandes, donde repitió sus hazañas criminales. En todos los casos, mató a todos los oficiales que cayeron en sus manos, y a muchos soldados. Si bien no era algo que le disgustaba, obraba así por orden de su superior, el gobernador sanjuanino y futuro presidente Domingo Faustino Sarmiento. Éste le había ordenado matar a todos los prisioneros de guerra; Sandes, al menos, perdonó a algunos gauchos, por mero capricho.

Derrotado principalmente por Sandes, que junto a su crueldad tenía una indudable capacidad como jefe de caballería, Peñaloza invadió San Luis y obligó al gobierno nacional a firmar con él el Tratado de la Banderita. Cuando el caudillo entregó los oficiales prisioneros que tenía en su poder, no pudo haber cambio de prisioneros, porque Sandes y sus socios los habían matado a todos.

Sandes y otros oficiales vencedores se negaron a dar validez al indulto, y siguieron persiguiendo, arrestando y matando a los ex montoneros. Por eso, Peñaloza se levantó nuevamente en armas contra el gobierno de Bartolomé Mitre a principios de 1863. El presidente nombró director de la guerra a Sarmiento, que contaba para reprimir a los federales, sobre todo, con Sandes. Pero poco antes, éste había sido atacado por un gaucho fugitivo a la salida de una pulpería y había sido herido.

Moriría una semana más tarde, en Mendoza. Sarmiento exclamó que su muerte era un verdadero triunfo de la montonera. Por mucho tiempo, la sola mención de su nombre causaba terror y odio en los paisanos de La Rioja y Cuyo.



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