Rosas

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lunes, 25 de noviembre de 2019

Amalia: espías, amantes y monstruos II


Por Alberto Julián Pérez
Las situaciones que narra Mármol tienen toda la viveza de la crónica, son sucesos que el autor cuenta azorado, llevado por la urgencia de su situación: él es un liberal antirrosista, un joven avergonzado del fracaso político de sus padres unitarios, y que tiene que pagar un alto precio por sus errores, por la inconsistencia y por las claudicaciones de sus mayores frente al régimen rosista (Rivadavia había renunciado a la Presidencia y el General Lavalle abandonaría el ataque a la ciudad de Buenos Aires, que en la opinión del ensayista-narrador, lo hubiera llevado a la victoria, volviendo sobre sus pasos y acabando derrotado). Podemos preguntarnos por qué Mármol imita la presentación genérica de la novela histórica, si sólo nos está dando una crónica contemporánea vista desde la perspectiva parcial e interesada de su grupo político: en parte, creo, porque había en esa época una urgencia evidente en registrar la historia nacional que aún no había sido escrita (varias décadas después la escribirían Bartolomé Mitre y Vicente F. López), a la que Mármol aporta sus propios ensayos interpretativos, y porque el autor tiene en esta novela el propósito ambicioso de fundar la novela nacional con un criterio político, romántico e histórico 
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Amalia es la resultante de las ideas y las luchas políticas de la Generación del 37 y Mármol se presenta en su novela como un vocero de las aspiraciones de su grupo. No se identifica con el pueblo como tal (que era rosista), sino con las elites cultas que participaban en las actividades políticas. 
Es entonces el vocero de una élite política, con militancia partidaria, a la que también pertenecían Echeverría, Sarmiento, Alberdi y Mitre. Notamos en la novela cómo Mármol hace depender la resolución de los conflictos del saber de los personajes y de la conciencia que éstos tienen de sí y de la situación en la que viven. Sus personajes procuran controlar su subjetividad, su conciencia (y la de los otros, actividad del ideólogo y del espía) y el mundo objetivo, el mundo material. Pero puesto que no tienen el suficiente poder para controlar el mundo que desean controlar, los personajes viven en situación de inestabilidad. En Amalia asistimos a una verdadera puesta en escena del complejo mundo social y político de la época. Amalia es una novela de estructura “dramática”. Su acción progresa a través de numerosas escenas y los personajes desarrollan sus intrigas, literarias y políticas, mediante extensos diálogos. Están dramatizando el mundo social del rosismo, pero también las aspiraciones y los deseos de los intelectuales pequeño-burgueses antirrosistas. El mundo de los románticos personajes antirrosistas: Amalia y Eduardo, Daniel y Florencia, es bello, sofisticado, juvenil, idealista, rico. El autor va preparando a sus héroes para el sacrificio del amor romántico: los amantes, al final de la novela, sólo concretarán su amor en un tálamo nupcial que es también el sitio mortuorio. Su amor está  hecho para el sufrimiento, y no para el goce físico. Es un amor patético, sublime. Se consuela en la contemplación del ser amado. Mientras la pareja sentimental de Amalia y Eduardo vive su relación amorosa romántica, en un mundo extraño y ajeno al ambiente local, que es grosero e inculto, Daniel se entrega al mundo realista y cruel de la política: el engaño y el ocultamiento, el cálculo y el riesgo hacen a su labor de espía. Si Eduardo es por sobre todo un héroe sentimental (aunque lo sentimental y lo privado no puede quedar totalmente escindido de los conflictos políticos de la hora), Daniel es un héroe político, un hombre que piensa en el destino de su nación primero, y en su vida y seguridad personal después. Es el típico héroe altruista, capaz de salvar a su comunidad. Su objetivo final es la emancipación de su patria de la tiranía y la liberación de sus amigos. Daniel es un fiel exponente del grupo de jóvenes intelectuales, y defiende sus principios de justicia y verdad, denuncia la corrupción y desafía con éxito a la autoridad opresiva. Este mundo de Buenos Aires durante la dictadura, tal como lo presenta Mármol, es un mundo dominado por el cinismo, las apariencias y el miedo. Puesto que no se admite la disidencia política legal, todo opositor debe vivir encubierto y actuar de manera encubierta. Esto crea una situación de desconfianza, por cuanto los opositores viven tratando de ocultar su identidad, operando en las sombras para escapar a la persecución. Esa Buenos Aires bajo el rosismo no es una ciudad en la que puedan vivir los liberales, aunque no por eso deje de ser una ciudad moderna. El excesivo control policial, y la Mazorca, la falta de prensa libre, el bloqueo francés del puerto de Buenos Aires desde marzo de1838 a octubre de 1840, crean un ambiente político de tensión. Es una ciudad dominada por el enfrentamiento político entre unitarios y federales, fragmentada por la lucha ideológica. Una ciudad en que una clase social, la alta burguesía ganadera e industrial, que organiza el negocio de los saladeros y la venta de cueros, dirigida por Rosas, mantiene un claro liderazgo político. Sus aliados naturales son los sectores populares y proletarios urbanos y rurales: los sirvientes y empleados urbanos, los gauchos y peones rurales, y los obreros de los saladeros y la industria del cuero. El Buenos Aires de Amalia es una ciudad relativamente moderna, con movilidad social, en que impera el “mal gusto” de los nuevos grupos sociales en ascenso. Racialmente integrada, los peones rurales y los sirvientes negros parecen tener asegurado 8 un papel político activo como partidarios del régimen. Rosas moviliza a las masas con habilidad, como queda demostrado en “las parroquiales”, cuando sus partidarios organizan demostraciones, llevando el retrato de Rosas por las calles en un carro, al que muchas veces, luego de desenganchar los caballos, arrastran ellos mismos, demostrando su devoción al dictador, y exhibiendo el retrato de éste en las parroquias, para que sea adorado por el pueblo (249-53). En el desenlace final de la novela el grupo de jóvenes liberales estaba contra todos y todos estaban contra ellos. Dispuestos todos a escapar, menos Daniel, y ante la resistencia de Amalia que no quiere abandonar su país, aunque al final acepta hacerlo, para poder vivir su romance con Eduardo en Montevideo, la tragedia se cierne sobre ellos. Finalmente tienen que entregarse a su sino romántico aquellos que viven en un mundo sentimental patético: Eduardo y Amalia. Van a casarse en el momento de máximo peligro, sellando su amor ante la muerte, desafiando al mundo con su amor auténtico. Eduardo y Amalia eligen cuidadosamente las ropas de casamiento, en medio de trágicos presagios que les anuncian un fin desdichado. Luego de desposarse y casarse tienen que enfrentar el fin inevitable. La policía entra en la casa y allí la pareja, secundada por sus amigos, da su lucha final. En la lucha Eduardo cae muerto y Amalia se desmaya a sus pies y, cuando ya Daniel, el héroe político, estaba por morir a manos de la partida policial, aparece de pronto su padre para salvarle la vida. Recordemos que la novela había empezado con una situación de peligro en que Daniel salvaba la vida a su amigo Eduardo; en el final, el padre de Daniel, partidario del régimen rosista, aparece para salvar a su hijo. La defensa del mundo político continua: Daniel ha sobrevivido. Daniel el traidor, Daniel el espía, a quien todos tienen por agente de la Mazorca, y que es en realidad un agente unitario opositor a Rosas. Daniel, el conspirador liberal que habrá de continuar la lucha sin cuartel para defender a su patria de la tiranía. El lema dice: libertad o muerte. La lucha era a muerte y había que continuarla hasta el fin. Concluye la trama trágica romántica con la muerte de Eduardo Belgrano y se interrumpe la trama abierta política cuando el padre salva a Daniel. Los jóvenes liberales, a través de él, y gracias a su habilidad intelectual y a su astucia, seguirán luchando.  Ha terminado la novela y empezado la Novela. Puesto que Mármol se había propuesto fundar la gran novela nacional de su grupo social. Liberal, idealista. Defendiendo esos valores que no podían entender las masas: la educación, el progreso, la libertad individual, la libertad de comercio, la libertad de prensa. La superioridad intelectual y cultural de la pequeña burguesía frente a las masas. La superioridad de la vida urbana cosmopolita frente a los valores del mundo rural, dominado por la superstición y la ignorancia. Amalia complementa la visión de la barbarie que había dado Sarmiento pocos años atrás en Facundo: Mármol exhibía el mundo íntimo del dictador, su casa, sus satélites y colaboradores, les hacía hablar, mostrar su cobardía, su insidia, su crueldad, su falta de proyectos políticos. Había también, como el sanjuanino, explayado su pluma en ensayos políticos, interpretando, desde su perspectiva liberal, la barbarie y la dictadura rosista, el papel de la religión, la relación entre las masas y el tirano. Pero la fascinación de Mármol no se había limitado a mostrar el mundo monstruoso de la barbarie del caudillismo: había llevado a sus personajes, bellos y jóvenes, al espacio progresista de la novela europea, el género más prestigioso y representativo de la nueva clase en el poder: la burguesía urbana. Urbanos, eurocéntricos, hipercultos, intelectuales, progresistas, luchadores, estos jóvenes inquietos de la Generación del 37 crean modelos originales para todo: el periodismo, el ensayo, la literatura. Pero la novela era un género especial: era capaz de describir lo que no podía describir ni el ensayo ni la poesía, géneros que habían alcanzado un buen desarrollo independiente desde la Revolución de 1810. La novela podía describir, sin grandilocuencia ni examen excesivo, las aspiraciones de su clase, y representarlas, en un espacio urbano, que el rosismo trataba de escamotearles, con su escasa sensibilidad cultural. Con el indiscutible logro de esta novela, ya en el marco del fin de la dictadura (que cae en 1852, un año después de la primera edición de Amalia), la literatura argentina se afianza en la modernidad cultural marcada por la pauta literaria europea culta. Esta novela de tema nacional romántico y político, de base histórica, sabe representar para sus lectores el drama de la patria: la dictadura de Rosas. Su forma literaria “madura” ha logrado introducir a sus tipos locales y entendido y explicado la dinámica política de su sociedad, con sus propios personajes. Amalia funda la gran novela (grande tanto por su mérito como por su extensión) nacional argentina, con su ciudad, Buenos Aires, como centro de la vida cultural y política del país, con sus jóvenes intelectuales como líderes de la nación, con su vilipendiado pueblo, incomprendido aún, para quien, según ellos, no había llegado aún la hora, ni podía llegar mientras no se educaran y se transformaran en una clase media culta y responsable. Novela de una nación, literatura de una nación, proyecto político de una clase revolucionaria que no podía ir más allá de su visión de mundo, marcada por sus intereses, sus valores y su utopía de futuro, en la que habían asignado a su grupo: los jóvenes intelectuales eurocéntricos, un papel rector en la dirección del nuevo estado nacional

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