Rosas

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martes, 21 de mayo de 2013

EL SERVICIO RELIGIOSO PARA LAS NUEVAS TROPAS

Por Cayetano Bruno
Cuando San Martín comenzó a organizar en Mendoza el ejército, el escaso número inicial de efectivos era asistido espiritualmente por el párroco de esa ciudad pero, a medida que arribaban los nuevos contingentes para engrosar las filas, se acrecentaba también la acción pastoral. “Eran hombres educados en la religión católica - decía Belgrano- afianzados en las virtudes naturales cristianas y religiosas. Con tal motivo San Martín dirige desde Mendoza, el 3 de noviembre de 1815, un oficio al secretario de guerra, coronel Marcos González Balcarce, por el cual solicita el nombramiento de un vicario castrense como inicio del cuerpo de capellanes. Decía el Libertador: “se hace ya sensible la falta de un vicario castrense que, contraído por su carácter al servicio exclusivo del ejército, se halle éste mejor atendido en sus necesidades espirituales y religiosas... Conforme a ello, propongo para el vicario general castrense el Pbro. Dr. José Lorenzo Güiraldes. Este eclesiástico, que al buen desempeño de su ministerio reúne un patriotismo decidido, ejercerá aquel con la piedad y circunspección apetecibles.” Güiraldes era mendocino y ejercía el sagrado ministerio en aquella ciudad. Era ferviente patriota y había demostrado siempre con la mayor decisión su adhesión a la causa de la libertad americana. Organizó el clero castrense que desarrolló su actividad pastoral en el campamento del Plumerillo, brindando asiduo apoyo religioso a los efectivos allí concentrados que, a principio de 1817, eran 3.987 hombres, entre jefes, oficiales y tropa. La actividad que debían desarrollar los capellanes había sido reglamentada por Güiraldes en las denominadas “Instrucciones Generales”. Ellas se ajustaban a las normas canónicas castrenses que regían, pero adecuadas a la situación propia de los ejércitos de la patria. Esas ordenanzas establecían que se omitiera en las preces litúrgicas de la santa misa la mención “por el rey Fernando VII y su familia”, igual que la petición “por los ejércitos y pueblos realistas”, rogando, en cambio, sólo por los ejércitos y pueblos que sostenían la libertad de América. Las normas también establecían que los capellanes debían exhortar a la tropa a la subordinación a sus jefes y oficiales, enalteciendo la santidad de nuestra religión y la justa causa que defendían.
A LA IZQUIERDA: Octavio Gomez. San Martín presentando la bandera de los Andes y el Bastón
de Mando para su bendición. Óleo. Celda de San Martín, Convento de Santo Domingo. San Juan
A LA DERECHA: Althabe. San Martín ofrenda su bastón de mando a la Virgen del Carmen.
Óleo. INS. Buenos Aires
El cuerpo auxiliar de los capellanes castrenses del Ejército de los Andes se hallaba constituido, además, con los sacerdotes chilenos exiliados, que brindaron una eficaz colaboración. Entre ellos merece citarse al Pbro. Casimiro Albano y Pereyra, quien tenía una acendrada amistad, desde su niñez, con Bernardo O’Higgins, razón por la cual éste le llamaba “hermano”. En 1844 Albano y Pereyra publicó el primer ensayo biográfico del héroe, titulado “Memoria del Excmo. Señor Don Bernardo O’Higgins”. Fue capellán del ejército patriota chileno durante la campaña de la Patria Vieja y lo siguió siendo en el Ejército de los Andes, además del cargo que se le asignó como “proveedor general”. Cinco religiosos bethlemitas se integraron al cuerpo de sanidad como médicos de este ejército, cumpliendo la doble misión espiritual y humana en grado honroso. El benemérito fray Antonio de San Alberto - dice el general Espejo- continuó sus servicios como cirujano y aún se embarcó en Valparaíso, en agosto de 1820, con el Ejército Libertador del Perú, bajo las órdenes del general San Martín. En el año 1823, en que entró en Lima el libertador Simón Bolívar, le nombró su médico de cámara y le expidió el despacho de teniente coronel del ejército. A su lado asistió al resto de la campaña. Para las celebraciones religiosas del Ejército de los Andes en campaña, el general San Martín había ordenado la preparación de cuatro capillas portátiles, con los respectivos ornamentos y objetos litúrgicos. “Los capellanes, que hasta el presente han servido sin sueldo ni gratificación alguna -le decía Güiraldes a San Martín-son acreedores a que V.E. los incorpore ya en las revistas y estados generales con arreglo a ordenanzas, donde perciban sus sueldos, dignándose mandarles algún socorro para que se preparen a la marcha como miembros del ejército.” En efecto, aquellos capellanes, henchidos de amor a la patria y decididos por la emancipación americana, partieron con la tropa para cumplir la campaña de los Andes. Las arduas jornadas cordilleranas supieron de su abnegada misión al compartir plenamente las vicisitudes del soldado. En realidad, todo ello era el testimonio del afecto y lealtad que brindaron los capellanes castrenses al Gran Capitán.
La proclamación de la Virgen del Carmen como patrona del Ejército de los Andes y el solemne juramento a la gloriosa bandera -actos realizados el 5 de enero de 1817- centraron las solemnes manifestaciones de piedad y marcialidad en la ciudad de Mendoza, antes de la partida para el cruce de los Andes. En la iglesia matriz, el general San Martín presentó la bandera para ser bendecida por el capellán general castrense José Lorenzo Güiraldes. Con oración, sacrificio y heroísmo, partía aquel ejército hacia la ardorosa campaña de los Andes: “Dios mediante para el 15 - decía San Martín a Godoy Cruz- ya Chile es de vida o muerte... Dios nos dé acierto; mi amigo, para salir bien de tamaña empresa.”

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