Rosas

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Arequito: El Ejército se identifica con el pueblo

Por Oscar Denovi    
Desde el litoral donde descolla la figura de Artigas, y sobre el que se anatemiza todos los males desde el sector portuario rioplatense, así como luego se lo hace sobre todos los que se suman a esa corriente de acción, que se distancia de las fuerzas que responden a los mandos asentados en la Ciudad del Plata.
Hacia 1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a Buenos Aires era tan abierta como la que enfrentaban a las fuerzas realistas con las patriotas, sea en el frente altoperuano como en el trasandino, aunque ya para entonces, en este último la lucha había cesado con el triunfo patriota, salvo escaramuzas de acciones de guerrilla por parte realista, en el sur de Chile, donde las fuerzas de Las Heras enfrentaban las cada vez más esporádicas acciones, de las fuerzas derrotadas en Maipú.
La situación política cada vez daba una vuelta de tuerca más desfavorable hacia Buenos Aires, que quedaba aislada, rodeada de enemigos y que ya en 1819 se había visto en la necesidad de pactar con los “anarquistas y bandoleros” de Lopéz y Ramirez, “secuaces” de Artigas, el armisticio de San Lorenzo, que nada había hecho a favor de apaciguar la situación irreversible de la caída de Buenos Aires, y con ello, del baluarte de la “revolución porteña”, la del libre comercio, que era la única libertad que interesaba a esa oligarquía comercial.
Todo esto debe considerarse también a la luz de la amenaza de la expedición española que los informes daban como destino a Buenos Aires. El gobierno porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella amenaza con la unidad. Esto había sido el argumento sostenido (el de la Unidad) desde la caída de la Junta Grande en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo porteño a la Junta Conservadora (la Junta Grande constituida en Congreso Legislativo del Triunvirato), que reemplazó el Estatuto por ella sancionado por el que acordó el cuerpo del Cabildo, aquel hecho político trascendente reemplazó una ley fundamental representativa del país, – los diputados de la Junta Grande habían sido auténticamente elegidos por las provincias – mientras que el Cabildo de Buenos Aires era íntegramente representante de la corporación comercial de Buenos Aires. Ambos bandos desde entonces tenían una parte de la verdad en sus manos. La Unidad era indispensable para la lucha por la Independencia, pero no lo era menos los particularismos desarrollados en doscientos años de vida comunal desarrollada en las ciudades y los pueblos de las provincias. Ambos términos eran ineccindibles. (*) Belgrano nos anoticia sobradamente sobre el cariz de la situación desde Cruz Alta, cuando el gobierno le indica ante el requerimiento de munición de boca y caballada que recurra a cualquier medio “.....no es el terrorismo quien puede convenir al gobierno que se desea”. No pudiendo permitir “que el ejército auxiliar del Perú, viene matando, saqueando, incendiando, arrebatando los ganados..” ...” porque he aprendido que no podemos salvar la Patria sin asegurarla contra los choques de la tiranía, consiguiendo victorias, sin fijarse en ese medio único que han adoptado todos los gobiernos, la exacción sobre los pobres, sobre los infelices que viendo arrebatarse el fruto de sus trabajos se convierten en otros tantos enemigos del gobierno”......”si se me obligara a él, renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”(2)
De la situación que imperaba en los enconos traídos por esta guerra civil, que el General Belgrano había definido acertadamente como “guerra social” nos habla José Celedonio Balbín que meses después de los sucesos de Arequito, pasa por el campo de Cepeda y se detiene en una posta cercana.Ya había sucedido aquella Batalla entre las tropas federales y las de Buenos Aires. Dice Balbín: “En el patio de la posta donde pasé, me encontré con dieciocho a ventidos cadáveres en esqueleto tirados al pié de un árbol, pues los muchos cerdos y millones de ratones que había en la casa, se habían mantenido y mantenían aun con los restos, al ver yo aquel espectáculo tan horroroso, fui al cuarto del maestro de posta, al que encontré en cama con una enfermedad de asma que lo ahogaba, le pedí mandase unos peones que hicieran una zanja y enterrasen aquellos restos, quitando de la vista ese horrible cuadro, y me contesta, no haré tal cosa, me recreo con verlos pues son porteños, a una contestación tan convincente no tuve que replicar, y me retiré al momento con el corazón oprimido. Entre aquellos restos de jefes y oficiales debía haber algunos que pertenecían a las provincias.......pero en aquella época deplorable era porteño todo el que servía al gobierno.”(3)
Este era el contexto motivacional de aquella sociedad rioplatense hacia 1820. ¿Podían estar los miembros del ejército ajenos ? Soldados y suboficiales, reclutados muchas veces por levas forzosas, los primeros en su gran mayoría, los segundos seguramente levados hacía algún tiempo y ascendidos, se habían habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos tenían familias, conocidos, amigos testigos de estas penurias y estos enconos que crecían a medida que pasaba ese tiempo histórico. ¿Como no tomar partido? Paz, brillante oficial por entonces, dirá del disgusto que provocaba al ejército entero volver ciento ochenta grados las bocas de las armas, para dejar atrás al enemigo, y apuntar al compatriota.: “La guerra civil repugna generalmente al buen soldado, y mucho más desde que tiene al frente un enemigo exterior que tiene como principal misión (de aquel) combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejército pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. Y a la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar por motivos nobles y patrióticos ha abrazado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos” (4)
Francisco Fernandez de la Cruz, Jefe del ejército del Norte desde el momento en que Belgrano viajó a Tucumán para reparar su quebrantada salud, que finalmente terminaría con su vida, reinició la marcha del ejército desde (Pilar – Córdoba) hacia Buenos Aires, en Diciembre de 1819, escribe ante la inminente recepción de las órdenes de marcha del ejército, al Supremo Director Rondeau el 28 de Noviembre lo siguiente:”yo veo una conspiración de todas las provincias contra el gobierno que ellos mismos han constituido; ninguno se acuerda que existen españoles con quien pelear, ninguno piensa en franquear la parte más rica de nuestro territorio el Alto Perú que ocupan estos; su principal atención y única es substraerse de la autoridad central y pensar como han de sostenerse los que ya se han elevado contra cualquier fuerza que se destine para hacerlos entrar en su deber, aun cuando para ello sea necesario que el país se desole; todo es nada para ello con tal que logren su intento. Y en circunstancias tan desagradables ¿ que remedio podrá aplicarse con provecho? El de la suavidad y prudencia ya está apurado y sus efectos han sido formar más insolentes; el de la fuerza no juzgo la haya para tanto conspirador, y aun cuando la hubiera todo es perder y acabar de arruinar estos desgraciados territorios; (**)ellos proclaman una federación que no entienden y que confunden con la anarquía; y digno de los mayores males el concedérselas por razones que están bien a la vista, pero mayor me parece el negarlo cuando ya no se puede sostener lo contrario.” (***) (5)
Ya hemos visto que la situación de la Banda Oriental ocupada por los Portugueses era uno de los motivos principales de la acción de Artigas contra Buenos Aires, más allá de la diferencia política que sostenía el oriental y sus seguidores litorales. Rondeau, en conciencia que los ejércitos del Norte y de los Andes, a los que se había convocado para sostener al gobierno, no llegarían oportunamente o rápidamente para cumplir tal designio, el 31 de octubre de 1819 le escribía a Manuel José García lo siguiente: “Es llegado el caso de no perdonar arbitrio por concluir con esta gente, que no trabaja sino en la ruina de todo buen Gobierno y en inducir el anarquismo y el desorden en todas partes. He propuesto de palabra por medio del coronel Pinto al Barón de la Laguna que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Rios y Paraná obrando en combinación con nosotros…..Bajo este concepto es de necesidad absoluta que trate V.S. de obtener de ese Gabinete órdenes terminantes al Barón, para que cargue con sus Tropas y aun la escuadrilla sobre el Entre Ríos y Paraná, y obre en combinación con nuestras fuerzas…..”(6) La duplicidad de Rondeau no era una certeza que tuvieran los jefes litorales, pero era un secreto a voces, según lo afirma Molinari.
Y esto llegó a oídos de los hombres del ejército del Norte sin duda. Ya iniciada la marcha, el ejército llegó a Arequito el 7 de enero de 1820. Se conducía a ese ejército a envolverse en una guerra civil, hecho que revolvía el alma del soldado, cualquiera fuese su grado, como hemos visto, y lo que es peor a defender un gobierno desprestigiado, acusado de traición y hasta de violación a la Constitución que el país no quería, pero que era de la autoría de ese gobierno. A poco de iniciada la marcha, en Córdoba, la guarnición dejada en la ciudad para evitar su caída en manos federales se subleva y se pliega a los federalistas. El 9 de enero por la mañana el Jefe del Estado Mayor , Coronel Juan Bautista Bustos, con el apoyo del Coronel Alejandro Heredia y el Mayor José María Paz, subleva a las tropas y detiene de inmediato a los jefes Cornelio Zelaya, Gregorio Araóz de Lamadrid, Blás José Pico, José León Domínguez, Francisco Antonio Pinto y al General Francisco Fernandez de la Cruz. Su primer paso fue ponerse en contacto con Estanislao López, Gobernador de Santa Fe, a quién le escribe con fecha 12 de enero diciéndole: “Puede considerarme un amigo sólo interesado en la felicidad del país, casi arruinado por la guerra civil que debemos terminar de modo amistoso. Prueba de ello era que se retiraba rumbo a Córdoba…”desde donde trataremos cuanto conduzca a la prosperidad y seguridad de las provincias”(7)
Oscar Denovi
Historiador
Buenos Aires, febrero de 2007.
Fuente: El Tradicional Nº 75 - Febrero 2007 

1) Ver “El Tradicional” Nro 64 “El Pacto que no rigió de “Iure” pero si de “facto”, donde se describe la situación de 1819 en las proximidades de los acontecimientos de Arequito. Complementariamente en el Nro 63 “Hace 175 años se firmaba la Ley Fundamental de la Nación”, y el Nro 62 “Análisis del porque de un crimen político” del autor de este artículo, se tendrá una ilación razonable de los acontecimientos y sus motivaciones políticas, económicas y sociales.
2) Carta manuscrita de Belgrano al gobierno desde Cruz Alta, ya más agudamente enfermo, pero aún al mando del ejército. citado por Ovidio Gimenez en “Vida, época y obra de Manuel Belgrano” Ed. El Ateneo Bs. As. 1993 pag.705
3) Biblioteca de Mayo, Tomo II pag 1021 (original en Museo Mitre, Archivo de Belgrano, Documento A. 5-C1 y c-31.
4) Selección de memorias del Gral. José María Paz de Martha Haydee Cavillotti, Centro Editor de América Latina, pag 53, Bs. As. 1967.
5) Carta del mencionada General de la Cruz transcripta por Diego Luis Molinari en “¡Viva Ramirez!” pag. 108. Ed. Coni Bs. As. 1938
6) Del mismo autor y en el mismo libro pag. 89/90
7) Vicente Sierra. Historia de la Argentina. Tomo VII pag.34 y 35. Ed. Científico Argentina. Bs. As. 3ra Edición 1976.
(*) Sobre estas medias verdades se imponía el interés particular de la oligarquía porteña, que unía a la convicción política de los ilustrados, sus intereses, y no menos, el sentido de superioridad frente al hombre de la Provincia. Se va amasando la idea sarmientina de civilización y barbarie.
(**) La frase en negrita que se destaca del original, muestra un rasgo de realismo político del Jefe Unitario.
(***) La frase subrayada no solo ratifica dicho realismo, sino el estado de situación que indicaba someterse al deseo de la Nación, y más inmediatamente al de las armas de quienes tenían superioridad para triunfar. De la Cruz sabía de la conspiración dentro de las filas del ejército y el inevitable desconocimiento de su autoridad. De haber prevalecido dicha reflexión, que era desde hacía tiempo entonces una realidad incontrastable, mucha sangre se habría ahorrado y el país hubiera avanzado en la maduración de sus instituciones. Lamentablemente, y a pesar de haber definido muchos de esos aspectos en el Pacto del Pilar, los porteños olvidaron estos aportes y muchos otros posteriores, y después de la experiencia de 1820 continuaron en su pretención política, hasta lograr torcer el rumbo en su favor a partir de Caseros.

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