Rosas

Rosas

miércoles, 28 de julio de 2021

LORIS ZANATTA: UN ENEMIGO OBSESIVO DEL NACIONALISMO

 Por: Edgardo Atilio Moreno*

            Loris Zanatta es un prestigiado historiador italiano, autor de obras muy difundidas en nuestro país como “Perón y el mito de la nación católica”, o “Del estado liberal a la nación católica”; además de numerosos artículos en la misma línea, en los que aborda la temática del catolicismo, el nacionalismo y el peronismo. Es el creador de la teoría según la cual en los años 30 los nacionalistas inventaron el mito de que la Argentina era católica, teoría a la que no cesa de sacarle el jugo (y junto con él una legión de repetidores académicos); aunque historiadores de fuste como Enrique Diaz Araujo la refutaron ampliamente.  Hace unos días, en la edición del 10 de julio de 2021 del diario La Nación, se publicó un artículo suyo titulado “El nacionalismo, el dogmatismo y la fe ciega matan”, en el que acusa al gobierno argentino de no comprar las vacunas producidas en EE.UU. por manejarse con “criterios ideológicos”; comparándolo con “aquellos que no beben Coca-Cola ni escuchan rock porque son imperiales”.

Esa decisión, que habría condenado a la muerte a miles de personas, sería la consecuencia de que el actual gobierno profesa –según Zanatta- un nacionalismo que “desde que el mundo es mundo mata”. Y como ejemplo de ello están todas “las guerras, genocidios, depuraciones étnicas, purgas, cruzadas”, etc., que registra la historia.  De ser correctas estas afirmaciones, no serían ya las múltiples consecuencias del pecado original el hontanar de todos los males que pesan sobre la humanidad, sino el nacionalismo; convertido este en el Mal absoluto. Tamaña acusación merece al menos un par de párrafos de respuesta.   Lo primero que hay que decir de este artículo es que sus dichos no nos sorprenden para nada, carecen de toda originalidad y no son más que la reiteración de la vieja falacia utilizada por todos los enemigos del nacionalismo, que consiste en tergiversar y falsificar a este movimiento político para así decir sobre él lo que venga en ganas.  En efecto, el punto de partida de nuestro articulista consiste en confundir, ex profeso y maliciosamente, lo que es una actitud chauvinista con el nacionalismo.  El chauvinismo es un subproducto de la Revolución Francesa (hito histórico ensalzado por el liberalismo) que adquiere la forma de un patrioterismo irracional, que odia a todo lo extranjero y considera a lo propio superior y destinado a someter a los demás; de ahí que el chauvinismo va de la mano con la xenofobia y el imperialismo.

En cambio el nacionalismo es simplemente la expresión política del amor a la patria que se concreta en la defensa de los intereses nacionales y de la identidad nacional. Por ende el nacionalista no odia lo extranjero, por ser extranjero, es más, entiende el nacionalismo de otros pues sabe que estos aman a su patria como la ama el mismo. El nacionalismo solo reacciona frente a la pretensión hegemónica del extranjero que intenta someternos o perjudicarnos.

No es este el lugar para hacer mayores especificaciones sobre este movimiento, y distinguir lo que es la nación real, que congrega a lo largo de la historia a una estirpe, y a la que nuestro nacionalismo defiende; de la nación moderna, entelequia mítico - política de tendencias absorbentes y merecedora de ciertas críticas. Ni para hacer mayores precisiones sobre las diferencias existentes entre el nacionalismo liberal, del principio de las nacionalidades, nacido con la paz de Westfalia; y el nacionalismo inspirado en el Magisterio tradicional y auténtico de la Iglesia, antiliberal y antimarxista. Basta aquí con señalar que nuestro nacionalismo recepciona y está abierto a todos aquellos valores universales que no van en detrimento de nuestra cultura fundacional y de nuestra identidad nacional.  Y no nos referimos solo a los valores provenientes de la rama de la Cristiandad en la que se origina nuestra nación, sino incluso a aquellos valores positivos que nos vienen de la vieja cultura grecorromana pagana.  

De modo que nadie que estudie seria y objetivamente al nacionalismo, al sano y verdadero, no a sus patologías o tergiversaciones, puede confundirlo con el chauvinismo y la xenofobia.

Tal es así esto que los nacionalistas argentinos ni siquiera somos anglófobos, siendo que con Inglaterra tenemos tantas cuentas pendientes. Y no lo somos porque sabemos bien que la Inglaterra que es nuestra enemiga es la Incalaperra apostata e imperialista, no la vieja Inglaterra católica de Tomas Moro, o lo que queda de ella. Por eso es que podemos leer con gran placer a escritores geniales como Chersterton; o a historiadores lucidos como Hilare Belloc, o hemos aprendido mucho de políticos como Edmund Burke. Todos ellos ingleses. A la par que estamos orgullosos de nuestros mejores exponentes culturales, de hombres como José Hernandez, Leopoldo Lugones, Hugo Wast o Leonardo Castellani.

Y por eso también, es que aun vistos en la necesidad de hacer frente a la injerencia y a los ataques ingleses, lo hacemos sin odio y sin fobia alguna.

Pero en su artículo, Zanatta se burla de todo esto y dice que el nacionalismo “es la transfiguración de una emoción personal en religión política, en catecismo comunitario, en ritual totalitario. Es síntoma de un complejo no resuelto, una deficiencia emocional, una enfermedad infantil no curada. Una estupidez dogmática”.

Dejando de lado los epítetos que pródigamente lanza el historiador italiano contra el nacionalismo; lo segundo que queremos decir del artículo que comentamos es que todo su discurso tiene un propósito claro: convencer a los argentinos de que toda idea de independencia política, toda pretensión de soberanía, lejos de ser una aspiración legítima, una “épica”, es en realidad “grotesca”; y que por ende nos debemos quedar tranquilos en nuestro lugar de país subordinado y empobrecido porque la verdad es que no tenemos ningún enemigo. Nadie se lleva nuestros recursos y el fruto de nuestro trabajo. Toda injerencia extranjera y toda satrapía local a su servicio, no es más que una imaginación de los nacionalistas.   Para Zanatta, no existe en los países poderosos ninguna intención hegemónica sobre los países débiles, ni existe el deber y la vocación de defender a la patria. Por eso afirma con ironía que los nacionalistas “creen obedecer, a las leyes de la historia que piensan custodiar, a la “liberación” que anuncian como profetas. ¿Liberación de quién? ¿Profetas de qué?”

Soslayando el hecho de que todos los países que se convirtieron en potencias lo hicieron con políticas nacionalistas, asegura que las ideas nacionalista logran “el efecto contrario al anunciado: muerte en lugar de vida, dependencia en lugar de soberanía, injusticia en lugar de equidad, pobreza en lugar de prosperidad.”   Nuestra aspiración de un destino mejor es para Zanatta “el eterno retorno del mito de la Argentina potencia en perenne guerra contra sinarquías imaginarias, víctima de tramas inventadas, blanco de enemigos en realidad indiferentes.”

Y paramos aquí porque refutar todos sus dichos tomaría más que un artículo. Por el momento basta con dejar en evidencia que todo lo dicho por este prestigioso académico es una diatriba que nace de una falacia madre, es decir que parte y se sostiene de un error, de una conceptualización falsa del nacionalismo, que le permiten sostener toda la retahíla de ganzadas y de acusaciones falsas que dice sobre el nacionalismo. Como por ejemplo la de sostener que estos gobiernos kirchneristas, que atacan todo lo que el nacionalismo defiende, tienen algo que ver con el nacionalismo.

En conclusión digamos que, como señaló con toda propiedad el historiador Javier Ruffino, al ocuparse de una de los libros de Zanatta, toda la obra de este académico tan reputado, es pura “sanata”, es decir puro discurso aburrido e insolvente. El problema es que en un país subordinado ideológicamente (como dice Marcelo Gullo) la sanata paga y se torna interminable.


*Abogado y Profesor de historia.

Publicado en revista Gladius N° 111 


No hay comentarios:

Publicar un comentario