Rosas

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sábado, 23 de octubre de 2021

Conmemoremos todo…o mejor no conmemoremos nada.

Dr. Jorge Enrique Deniri.

El 20 de noviembre se conmemoró un aniversario más del combate fluvial de la Vuelta de Obligado, una acción que el nacionalismo vernáculo coloca en cabeza de sus símbolos, como el epítome y momento culminante militar y diplomático de una Confederación cuya máxima figura fue Juan Manuel de Rosas.

De larga data, esa evocación ha merecido apología de los nacionalistas y quienes los sucedieron, y anatema de los adversarios y sus herederos. Poco más, poco menos, esa fractura cobra estado público hacia 1939, cuando se cumple el primer siglo de la batalla de Pago Largo y la Provincia de Corrientes, según el pensamiento imperante entonces, lanza un profundo, intenso, proceso de exaltación cuyo meollo es la figura de Berón de Astrada, su lidiador cabeza en la “batalla cultural”, Hernán Félix Gómez y sus antagonistas, los revisionistas que reconocen a Berón un protagonismo mucho menos heroico.

Lo que hoy identificamos como “revisionismo histórico”, para mi gusto (lo que quiere decir que es opinable), lo inicia mucho antes, a fines del siglo XIX la monumental obra de Adolfo Saldías. Con el tiempo, el peronismo, más que enarbolarlas se alza con las banderas revisionistas, terminando por conducir al rosismo en bloque hacia la grieta contemporánea, alineándolo, quieras que no, en la antinomia peronismo – antiperonismo.

Las últimas décadas, con la prolongada hegemonía del peronismo y sus variables en el poder, con su sesgo personalista y autoritario característico como menemismo, orientado luego por el kirchnerismo, que carecía todavía más de una historia propia, en función de una impronta híbrida filo izquierdista, continuaron con las grandes reivindicaciones históricas. Uno, con la repatriación de los restos de Rosas, el otro, asignándole una fecha en el calendario nacional. Paralelamente y en la medida de lo posible, han venido, primero esmerilando, luego demoliendo, ocultando y reemplazando cuando otra cosa no ha sido posible, a las figuras paradigmáticas anteriores, como Sarmiento, Mitre y Roca, y escribiendo y publicando hasta la saciedad versiones, más que antagónicas demonizadoras, censurando a los escribas contrarios, negándoles todo acceso a los mass media, y redoblando los parches bibliográficos en su contra.

Porque esa iconoclastia, ese bajar cuadros, demoler esculturas y cambiar nombres de calles y plazas, amordazar publicaciones, esa intolerancia absoluta de no permitirle al “otro” participar, si es posible, ni siquiera con el polvo de sus huesos, es la contraparte de nuestras “construcciones” históricas: No solamente hay que entronizar los hechos, las ideas y los personajes con los que empatizamos, los “nuestros”, sino que el objetivo último debe ser aniquilar historiográficamente al otro. Expurgarlo de las bibliotecas, derruir sus monumentos, derribar su iconografía, condenarlo al silencio primero y a la desaparición después. Y desde luego, todo debate, toda discusión, toda interpretación susceptible de ser vista como la más ínfima reivindicación de ese “otro” está demás, porque lo que se pretende es primero obligarlo al silencio, luego ocultarlo, finalmente, condenarlo a la desaparición. Y no importa que hayan pasado diez o cien  o mil años, como hablamos de una forma de relación con la realidad casi religiosa, la elección es necesariamente maniquea y los grises no existen. Sólo el blanco más puro, y el negro más siniestro que teñirán la visión salvífica de esa dicotomía. El que no obre en consonancia es o delincuente o cómplice. “Si no estás conmigo, estás en mi contra”. La Argentina no es para todos los hombres del mundo, sino solamente para los que piensan como yo.

Ahora bien ¿qué problema habría en que cada quien honre cuándo, dónde y cómo le venga en gana al que le parezca mejor? Claro, allí entran a jugar otras variables, porque a la contienda por los acontecimientos y sus personajes, siguen las batallas por “el sitio”, los combates iconoclastas por las imágenes, las publicaciones, los nombres de calles, plazas, parques y paseos, todo aquello que encarne, más que el recuerdo, la “memoria” como se dice ahora.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la Junta de Historia? La punta del ovillo comienza con el rescate de una Bandera de Caá Guasú, que por boca de Diego Mantilla supimos que, había sido donada por su abuela, Rosalía Pampín de Mantilla al Museo de Luján en tiempos de Udaondo.

Exhibida largo tiempo en la Sala General José María Paz, cuando soplaron vientos políticos, como quien dice “rojo punzó”, el espacio que la albergaba fue pintado de encarnado, renombrado Facundo Quiroga, y la enseña enviada a la reserva del Museo. El “tomala vos, dámela a mí”, funcionó aceitadamente. Pensamos entonces que Corrientes merecía ponerla en valor, y abanderados por el Dr. Carlos María Vargas Gómez, sumando al señor Jorge Manuel Picchio y al Profesor Antonio Emilio Castello, iniciamos una prolongada campaña de difusión y esclarecimiento, editando inclusive un folleto alusivo. Sin embargo, como obras son amores y no buenas intenciones, para lograr que la Bandera volviera a Corrientes, era necesaria una decisión política que tornaba imprescindible la participación e intercesión de quienes gobernaban entonces: el intendente Carlos Mauricio Espínola en la ciudad de Corrientes, y el gobernador Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Especialmente, resultaba significativa para el caso la amistad entre ambos.

Resumiendo, más allá de toda identificación o antagonismo en materia de filiaciones políticas, por las acciones conjuntas de todos los actores, aquella Bandera terminó regresando a Corrientes, y hoy se halla en el Museo Histórico. Sólo se hizo una ceremonia más bien sencilla en la Municipalidad, donde participamos los integrantes de la Comisión Directiva de la Junta, Scioli y Camau, y habló un historiador del oficialismo del momento, el Dr. Mario “Pacho” O’ Donnell. Un suceso que, a mi juicio, demuestra que habiendo voluntad es posible sellar la grieta y trabajar en forma conjunta, hacer Historia más allá de las diferencias. Solamente hay que recordar que el país es de todos, y que más allá del rosismo, el anti rosismo, de todos los “ismos”, somos argentinos, somos correntinos.

Algo más: como “esquirlas” de la grieta, cuando el Dr Vargas Gómez y yo fuimos a posteriori a una localidad del interior para hablar de esa Bandera. Algunos asistentes al acto nos enrostraron haber actuado en función de un credo político determinado, que no sólo no era el nuestro, sino que, entonces y ahora, nada puede estar más lejos de los procederes absolutamente pluralistas de nuestra Institución.

Como en definitiva estamos hablando de Corrientes, la opción creo que es sencilla: o conmemoramos todo, o medio que no conmemoramos nada, porque a la Revolución de Mayo nos sumamos tarde, en la Guerra de la Independencia lucharon los correntinos, pero no la provincia, en la Guerra con el Brasil ídem, estuvimos con Artigas pero no en la Asamblea del Año 13 ni en el Congreso de Tucumán, Ramírez y Urquiza nos pusieron la coyunda, Mitre exaltó sólo a sus partidarios, la Guerra del Paraguay sí que nos llevó a tomar las armas, pero no faltó quien empuñara las de Solano López y no las nuestras. De las Malvinas no hablemos, porque como es la única causa que puede reputarse “nacional”, de un modo u otro estuvimos y estamos todos.

Pensando en que mi propuesta es sumar, con quien sea y contra quien sea, “a como dé lugar” como dicen los culebrones colombianos, la pregunta entonces es, por “hacerla corta”: ¿Vamos a dejar de celebrar el 9 de julio? ¿Si tengo un hijo que no es mío no le festejo el cumpleaños? Porque ese nihilismo siniestro de perseguir no sólo la aniquilación, la muerte civil, la eliminación del “otro” de la “Memoria”, como dijo Mahatma Ghandi o quien fuera, a fuerza de arrancar por turnos el ojo ajeno, hará que todos terminemos ciegos. Hay naciones que fueron durante mucho más tiempo y mejor que nosotros, y desaparecieron dejando sólo sus relictos arqueológicos ¿por qué nosotros tendríamos un destino de grandeza garantizado, sin hacer nada para merecerlo?

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